Javier Ma. Iguíñiz Echeverría,  Ingeniero electricista y doctor en Economía. Profesor del Departamento de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Perú en Lima

El objetivo de estas páginas es proveer alguna información para sustentar cuatro planteamientos sobre la situación y evolución económica de las familias y los países latinoamericanos. Hoy, en plena crisis económica, un riesgo importante es considerar que “todo tiempo pasado fue mejor” y que de lo que se trata es de retornar al pasado. Sería un grave error.

            En lo que sigue nos concentramos en cuatro temas que son afines pero no los mismos: pobreza, remuneraciones, desigualdad interna y desigualdad internacional económicas. Son, las primeras sobre todo, variables directamente asociadas a la cotidianeidad popular, pero también las últimas tienen relación con ella pues las diferencias internas están asociadas a las actitudes de la población hacia la economía y las externas a los proyectos migratorios tan comunes en bastantes países. 

            La economía de América Latina se ha caracterizado por las grandes crisis de hace dos décadas y, en los últimos lustros, por su escaso dinamismo a pesar de estar saliendo de recesiones. Tras la “década perdida” de los años 1980 en que las tasas de crecimiento fueron en casi todos los países negativas, en los años 1990 el crecimiento fue muy lento (1.1% per cápita anual) (CEPAL, Panorama social de América Latina 2006. Santiago de Chile, 2006) y tras un crecimiento apreciable en los últimos años, se registra nuevamente una gran crisis. Esa lentitud previa a la actual crisis dio lugar a lo que se denominó el “cansancio de las reformas”, de aquellas que impulsaron los adherentes del llamado “Consenso de Washington”. La promesa de la liberalización de mercados, la privatización, y tantas otras medidas radicales que pusieron en marcha durante las décadas pasadas no se ha cumplido.

Con ese antecedente de crisis y estancamiento, el mediano crecimiento de los últimos años previos a la crisis actual resulta ser excepcional para América Latina y el Caribe pero aún así, comparado con bastantes países de Asia y otros continentes es lento y mantiene o  aumenta el rezago de nuestro continente respecto de otros, disminuyendo su productividad relativa y su competitividad. Ello supone sacrificios mayores de la población para lograr un empleo y de los países para conseguir un lugar en el mercado mundial.

 

I.- Pobreza económica

 

El principal mal económico en América Latina es la pobreza absoluta. Las carencias absolutas de alimento, de salud y acceso a la curación así como otras necesidades básicas son más importantes para los pobres que las diferencias y la pobreza relativa, a pesar de lo hiriente que ésta sea y de los conflictos a los que da lugar. En la pobreza absoluta está en juego, más directamente que en otras dimensiones de la pobreza, la vida. Los niveles de pobreza en los países latinoamericanos son tan altos en general que las variaciones que se registran a lo largo de los años son cambios menores alrededor de esos niveles, y salvo en casos excepcionales, no cambian la realidad de manera sustantiva.

La pobreza económica de las familias se elevó enormemente con la crisis de los años 1980, duplicándose el número de pobres hasta superar los 200 millones. Es prácticamente un cuarto siglo después, en el 2005, que la pobreza en América Latina ha llegado a la cifra de 39.8% de personas, que por primera vez en todo ese tiempo, se sitúa debajo de la de 1980. La CEPAL estima que en el año 2008, el número de pobres se situará en 182 millones. Estas cifras absolutas están por encima de los 136 millones que se registraron en 1980. (Panorama social 2008. Síntesis) Ello muestra la insensibilidad de las elites económicas y políticas, pero también intelectuales, artísticas, militares, etc. de los países ante la situación miserable de muchos millones de latinoamericanos y latinoamericanas. La indiferencia ante la pobreza es grande a pesar de las múltiples declaraciones en pro de la lucha contra la pobreza que se realizan en todos los países y por todos los gobiernos. Aunque el tema está, pues, en agenda, la práctica repite la clásica doble moral de quienes tienen la responsabilidad de organizar y respaldar económica y políticamente el combate contra la pobreza.

            Alrededor de un promedio, entonces alto, las diferencias entre países son, de todos modos notables. Mientras que Argentina (urbano), Chile, Costa Rica y Uruguay (urbano) se sitúan en niveles inferiores al 30% de pobres, Bolivia, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Paraguay lo hacen en niveles superiores al 60%.

 

II.- Las remuneraciones

 

Durante muchos años, la economía no ha estado y todavía no está ofreciendo oportunidades para obtener un trabajo dignamente remunerado, contribuyendo a aliviar la lucha por la vida. Ello ha obligado a los pobres a trabajar más y en peores condiciones para compensar las bajas remuneraciones y la precariedad laboral. En muchos casos, a migrar y/o a laborar en actividades como el narcotráfico, la prostitución y, muy a menudo, a dedicarse con mayor continuidad y desde tempranas edades a diversas formas de delincuencia.

Los principales problemas actuales con las remuneraciones al trabajo son su bajo nivel y su precariedad. Luego viene el problema de su desigualdad que será descrito en el siguiente acápite.

El principal rasgo de las remuneraciones ha sido su deterioro para prácticamente todas las calificaciones y su lenta e inacabada recuperación. Desde los años 1980, se ha registrado en ALC un deterioro muy grande de remuneraciones en todos los estratos educacionales. El deterioro y desmoralización de la escasa “clase media” existente ha sido un rasgo general en el continente. Es muy común oír en círculos empresariales y gubernamentales que el nivel salarial ha caído y es  bajo debido a la caída y baja productividad de los trabajadores. En realidad, ese deterioro generalizado no se debió a que los trabajadores perdieran de la noche a la mañana, o en pocos años, sus calificaciones, o quedaran obsoletas debido a altos ritmos de inversión en nueva tecnología, sino a la reducción de los mercados y de la producción de las empresas debido a la crisis económica producida por el endeudamiento externo y las políticas de ajuste macroeconómico que le siguieron. Entonces, ni el deterioro de la productividad registrado en los países es consecuencia de la pérdida de conocimientos y calificaciones de los trabajadores latinoamericanos, ni los bajos salarios reales se deben a la baja productividad de dichos trabajadores. La moda que da lugar al término “acusar a la víctima” (blame the victim) revela la tendencia de las elites de descargar la responsabilidad sobre los propios pobres y eludir responsabilidades. Por el contrario, este bajo nivel de remuneraciones es, más bien, como lo sabe el común de los mortales, resultado de las políticas que acentuaban decidida y concientemente las caídas del poder adquisitivo de los salarios como medio para reducir la demanda agregada y la producción de los países con el fin de reducir las altas inflaciones. En efecto, se consideró por prácticamente todos los gobiernos, inspirados o presionados por el Fondo Monetario Internacional, que la inflación se debía al excesivo poder adquisitivo de los trabajadores (“exceso de demanda”) de los respectivos países y que para acabar con ella había que empobrecerlos. El resultado fue que la producción cayó mientras que la población laboral ocupada no lo hacía al mismo ritmo. De ese modo, la productividad de países y empresas, que resulta de dividir esa producción entre la población laboral que opera durante un año determinado se redujo. El otro resultado fue, obviamente, el aumento de la pobreza de los asalariados en ALC.   Insistimos, pues, que no es correcto ni justo achacar el deterioro registrado por las remuneraciones al deterioro de las habilidades de la fuerza laboral del continente. Por eso, por ejemplo, la mejora de la calidad de la educación, siendo muy importante y por muchas razones, no es la panacea y si esa mejora ocurre en economías que no generan puestos de trabajo, da lugar a migración y violencia. Tampoco es correcto y justo considerar que los niveles actuales, particularmente de los asalariados urbanos en ALC se deben a su reducida productividad. La proporción del valor agregado por las empresas de los países latinoamericanos que va a los empresarios y se queda en las empresas es tan alta, mucho más alta que en los países ricos, que una parte importante de los bajos salarios se debe a una injusta distribución del resultado de las empresas. El problema de la pobreza de los asalariados urbanos también es, pues, y en gran medida distributivo, de niveles de rentabilidad muy altos y de bajos niveles de reinversión de esas utilidades. La “responsabilidad social de la empresa” debe ejercitarse en primer lugar en una mejor división del valor agregado de las empresas entre trabajadores, propietarios y Estado (tributos) y en la inversión que llevan a cabo. 

La tasa de desempleo urbano que se logra medir con cierta precisión y que no incluye todo el universo laboral pasó de 6.2% en 1990 a 10.7% en 2002 y en la actualidad está por encima de la primera de esas cifras. El 25.5% de los varones y el 15.4% de las mujeres estaban afiliados al seguro social en 2006 (CEPAL)

Como reconoce la OIT (2000), el sector informal creó dos de cada tres nuevos trabajos en los años 1990 y el 55.0% de los nuevos puestos para asalariados carecían de protección social. El gran deterioro de los salarios no llevó a mayores contrataciones por las empresas formales; más bien, los despidos acompañaron muchas veces al abaratamiento de la mano de obra. Se comprueba así que es falso que el bajo nivel salarial incentiva la contratación y el aumento del empleo. Por un lado, las empresas amortiguaron la mayor competencia externa y, por otro, los mayores costos de la energía privatizada, los crecientes impuestos y otros costos en aumento, con una reducción de los costos laborales que incluía la reducción de la planta laboral y el congelamiento o deterioro de salarios. Por muy barata que fuera la mano de obra, era mejor gastar lo menos posible en ella en un contexto de lento crecimiento de la demanda, como ocurrió en los años 1990, pero también en uno de expansión como el de los años previos a la presente crisis. La política neoliberal concentró el costo de las crisis y de la posterior “reingeniería”  en los trabajadores.    

La base principal de sustento familiar son los ingresos laborales que cubren aproximadamente el 81.0% de los ingresos totales. De estos ingresos, los estrictamente salariales corresponden al 54% del ingreso total. Lo que sucede con el trabajo es, pues, muy influyente en la vida familiar. Tras la “crisis de la deuda” y los ajustes estructurales en los años 1980 y el consiguiente hundimiento de los salarios en muchos países, su recuperación ha sido muy lenta en casi todos los países. Del estudio de un grupo importante de países entre comienzos de los 1990 y de los 2000, se llega a la conclusión de que el aumento de salarios ha sido negativo en Argentina, Honduras y Nicaragua, menor al 2% anual en Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, México y Uruguay y alrededor de 3% en dos países, El Salvador y Panamá. 

La discriminación por sexo se reduce pero sigue siendo general. Las mujeres reciben menores salarios que los varones de las mismas calificaciones. Además, la desigualdad de los salarios es muy grande, sobre todo entre ejecutivos y peones u obreros. En el mismo conjunto de países anterior, esta última desigualdad en tres veces mayor que la registrada en países ricos. La desigualdad en escolaridad está asociada a esa desigualdad de remuneraciones salariales pero eso no quiere decir que la mayor educación trae consigo, automáticamente, mayores remuneraciones. Ya indicamos que con la crisis, cayeron todas las remuneraciones y no solo las de los  menos calificados.

La calidad de la vida de muchos de quienes logran aumentos en las remuneraciones no se expresa bien en su poder adquisitivo porque para lograr las mejoras tienen que sacrificar valores importantes relativos a la vida familiar, cultural, religiosa, etc.. La  legislación laboral no es precisamente un incentivo para la atención a los hijos, o las relaciones de pareja. La desatención familiar favorece la delincuencia juvenil, la drogadicción, la falta de respeto por los bienes públicos. No es coherente afirmar el valor de la familia y propiciar regímenes laborales como los que predominan en ALC. Así, la lentitud en la reducción de la pobreza ha dejado a muchos millones de latinoamericanos irremediablemente sin salida en sus vidas y en las de sus hijos e hijas. En parte, ello se debe al estancamiento de las remuneraciones. La desigualdad dentro del mercado laboral se amplía. Si 1990 lo hacemos igual a 100, en el 2006 las remuneraciones reales de quienes laboraban en empresas de media y alta productividad eran 130 mientras que quienes laboraban en empresas poco productivas eran 82 (CEPAL) 

           

III.- Desigualdad interna

 

La desigualdad dentro de los países de ALC es una realidad lamentablemente clásica. El continente sudamericano es el más desigual del mundo. El problema latinoamericano es que el nivel de desigualdad es muy alto y que las variaciones que ocurren en cualquier dirección, favorable o desfavorable, son muy pequeñas. Las elites concentran el poder económico y se resisten a compartir los beneficios del crecimiento de la economía o diseñan políticas que sistemáticamente distribuyen, como ya indicamos, en contra de las clases medias y los pobres los costos de los ajustes económicos, por esa razón, correctamente denominados y lamentablemente “estructurales”. Como señalaba hace pocos años la CEPAL: “Una de las características históricamente más sobresalientes de América Latina ha sido la elevada inequidad en la distribución del ingreso, así como su rigidez al cambio en la estructura distributiva. Esta desigualdad no solamente excede la de otras regiones del mundo, sino que además permaneció sin modificaciones sustanciales durante la década de 1990 e incluso empeoró en el inicio de la presente década”. (Panorama social 2006)

Otra característica de la desigualdad latinoamericana es la enorme proporción de los ingresos que es recibida por el 10% más rico. El promedio latinoamericano es 35% del ingreso, estando Bolivia, Brasil, Colombia y Nicaragua por encima del 40%.  Comparando de otra manera, el 10% más rico entre los hogares latinoamericanos declara ingresos que son 19 veces mayores al promedio de los hogares que se sitúan en el 40% más pobre. En los extremos, en Uruguay la cifra es 9.3 veces mientras que en Brasil es 26.5 veces. Además, las encuestas de hogares no reflejan bien los ingresos recibidos por el 1% más rico que concentra buena parte de los recursos presupuestales de las familias de un país.  Los aumentos o disminuciones en estas cifras a lo largo de los últimos años, incluyendo las reducciones de desigualdad más recientes, son de menor importancia frente a lo elevado de las diferencias que persisten. El coeficiente de desigualdad (Gini) para los países que tienen información era 0.523 en 2003-2005 que es similar al que se estimó para 1990. (Panorama social 2006) Otras fuentes apuntan en la misma dirección. Por ejemplo, el consumo per cápita promedio de los hogares es 162.3 en Argentina, 148.0 en Chile (promedio de 10 países de América del Sur = 100) y 52.7 en Bolivia y 69.8 en Paraguay.

 

IV.- Ubicación de los países en el mundo económico

 

La tesis que sostenemos en lo que sigue es que los países de ALC no han empezado muy atrás, desde grandes pobrezas,  y están sea acercándose a los países ricos o manteniendo distancias sino que prácticamente el continente ha seguido, junto a muchos otros países del mundo, un proceso de involución económica relativa que ha llevado a que bastantes países de ALC pierdan los lugares que, aunque hoy suene increíble, tenían entre los países ricos del mundo en términos del PIB per per, y a que los que estaban sólo algo por abajo de éstos países hayan bajado a categorías inferiores distanciándose cada vez más.

Las razones de ese deterioro relativo son diversas pero profundas pues operan antes y después de la crisis de la deuda y la “década perdida”, los ochentas; lo hacen con gobiernos civiles y militares, y también  antes y después de la globalización. Es la operación de “mecanismos perversos”, las reglas en el manejo del poder económico (competencia en el mercado), político (relaciones internacionales) y militar (pactos) que reproduce esa situación que hace varias décadas se denominó “de subdesarrollo” refiriéndose a la economía. 

Desde los años denominados de la “gran bifurcación” en el destino de los países latinoamericanos y similares en el mundo, para muchos 1978, la movilidad descendente involucra a más países y la ascendente a menos que en las dos décadas anteriores a esa fecha. 

            Un libro importante para establecer las tendencias de la economía mundial y la evolución de la ubicación relativa de América Latina  y el Caribe es el de Branco Milanovic (2006) La era de las desigualdades. (Madrid: Editorial Sistema). De ahí tomaremos múltiples citas y cifras para mostrar que la evolución de América Latina y el Caribe (ALC) en las últimas décadas es hacia un mayor distanciamiento respecto de los países ricos y que dicha brecha se acelera durante la reciente ola de la globalización económica. Sirve, por lo tanto, como evidencia empírica de los efectos del neoliberalismo tras la crisis de la deuda externa, pero también para mostrar que los problemas económicos de ALC tienen tras ellos factores más permanentes que una mayor o menor apertura de mercados, regímenes políticos y poder de los militares.  

Para determinar en qué categoría económica están los países y cuán cerca de los países ricos así como su evolución en los últimos cuarenta años, Milanovic propone una clasificación de países en cuatro bloques. El primero es el compuesto por países de Europa Occidental, Norteamérica y Oceanía (EONO) y que denomina “Ricos” entendiendo por ello a los que se sitúan igual o encima del PIB per cápita del más pobre de ellos. En 1960 y 1978 era Portugal y en 2000, Grecia. Debajo de ellos están los llamados “Candidatos” si es que están hasta un tercio por debajo del más pobre de los ricos. Luego sigue un bloque que se sitúa entre un tercio y dos tercios por debajo del más pobre de los ricos, el autor propone llamarlos “Tercer Mundo”. Finalmente, aquellos que están por debajo de los dos tercios son el “Cuarto Mundo”. (Milanovic 2006, 90)

            El proceso de subdesarrollo latinoamericano es fácil de percibir con la siguiente información. Como señala el autor basándose en sus minuciosos cálculos: “En 1960, el mundo rico estaba compuesto por cuarenta y un países, veintidós pertenecientes a EONO. Había, por tanto, diecinueve países no-occidentales entre los ricos, en América Latina y el Caribe (por orden creciente de ingresos) eran: Costa Rica, Puerto Rico, México, Trinidad y Tobago, Chile, Barbados, Uruguay, Argentina, Venezuela y las Bahamas.” (Milanovic 2006, 91) Esto países latinoamericanos estaban, pues, con un ingreso igual o superior al del país más pobre de Europa Occidental en ese momento, esto es, Portugal. Para 1978, Costa Rica, México, Puerto Rico y Uruguay habían caído a la categoría de “Candidatos” y Chile había caído aún más, a la categoría “Tercer Mundo”. Para el 2000, también Argentina, Barbados, Trinidad y Tobago y Venezuela, habían pasado de “Ricos” a “Candidatos” en el caso de los tres primeros y a “Tercer Mundo” en el venezolano. Sólo las Bahamas permanecieron en el grupo de los “Ricos”. En resumen, prácticamente todos los países de ALC que estaban en la liga más alta han bajado a diversas categorías inferiores.  

            Si eso sucedió con los países latinoamericanos que estaban en el lote de los “Ricos”, ¿qué pasó con los que en 1960 eran “Candidatos”, esto es, se ubicaban en el segundo lote de países? En ese año estaban en esa segunda categoría, esto es, cerca de algunos de los más ricos, Haití aunque parezca mentira, Guayana, Jamaica, Colombia, Panamá y Nicaragua. Estos tres últimos países tenían PIB per cápita ligeramente inferior a Portugal. Pues, bien, para 1978, Haití había descendido hasta el “Cuarto Mundo”, Colombia, Jamaica, Guayana y Nicaragua habían caído al “Tercer Mundo” y sólo Panamá se mantuvo entre los “Candidatos”. Para el 2000, ya Panamá estaba también en el “Tercer Mundo”. Este no es un proceso sólo de latinoamericanos, pues similar trayectoria descendente han tenido muchos países. Por eso, “Lo más extraordinario es que de los veintidós países que, en 1960, estaban a poca distancia y con posibilidades de unirse al club de los ricos, sólo dos –Singapur y Hong Kong- lo lograrán, mientras que el resto no sólo no lo consiguió, sino que cayó en picado hasta las categorías más bajas.” (Milanovic 2006, 96-7)   

En resumen, el club de los países ricos se redujo y se occidentalizó. Así, “mientras en el año 1960 había…cuarenta y un países ricos –diecinueve de los cuales no eran occidentales- en 2000 sólo había treinta y uno, y sólo nueve no-occidentales. No quedaba ningún país africano entre los ricos (excepto Mauricio), ni de América Latina y el Caribe (excepto Bahamas). Probablemente, por primera vez en 200 años, América Latina y el Caribe no tenían ningún país más rico que el país más pobre del occidente europeo.” (Milanovic 2006, 91)

Lo que predomina es, pues, una movilidad descendente entre países. La mirada hacia el futuro no es prometedora, sobre todo para el “Cuarto Mundo”, pues “A menos que se produzca una notable discontinuidad con las pautas de evolución que se han mantenido durante el último medio siglo (y posiblemente aún más), la probabilidad de escapar del último escalón es prácticamente insignificante.” (Milanovic 2006, 98)

 

En resumen, 1) La pobreza absoluta afecta a muchos más, alrededor del doble, que hace un cuarto de siglo. 2) Tras un enorme deterioro, el poder adquisitivo de las remuneraciones salariales se eleva muy lentamente en los últimos lustros, para volver a bajar con la crisis reciente y está en niveles que resultan en una pobreza muy generalizada incluso de los que logran un empleo, siendo el caso que en múltiples países el empleo asalariado es más precario que hace décadas. La situación de quienes no logran esos empleos, los independientes que son buena parte de los “informales” es aún peor. 3) La desigualdad económica interna es muy grande en prácticamente todos los países y en muchos de ellos aumenta, sobre todo si se consideran las ganancias de las empresas; 4) La brecha en los PIB per cápita entre los países latinoamericanos y los países ricos aumenta persistentemente. Si acercarse a los países ricos en ese indicador es desarrollar, América Latina y El Caribe está subdesarrollándose. La crisis actual no cae sobre una economía que estuviera registrando un gran dinamismo, como es el caso de la de importantes países de Asia.