Franz Kafka, una metáfora del siglo XX
Cultura,
Raúl Calvo Trenado/ Juan Kalvellido
Los historiadores se refieren al V antes de nuestra era como el siglo de Pericles, o al siglo XV como la era de los descubrimientos, o al XVIII como la Ilustración, o… Nosotros, al menos por lo que dure este escrito, vamos a llamar al no hace mucho tiempo concluido siglo XX como el siglo de Franz Kafka.
Una afirmación osada, es verdad, ya que por muy influyente que haya sido este escritor en la historia de la literatura, dudamos que ello haya significado que el gran público lo lea masivamente cual best seller vendido en unos grandes almacenes y que por tanto pueda haber cambiado la vida de millones de personas. Sin embargo, pocas plumas del siglo pasado nos sirven tanto como la del autor de En la colonia penitenciaria para poder realizar a la vez una parábola y un resumen de esta época.
¿Quién no se ha querido jalar a Kafka para sí? El realismo mágico lo cita como antecesor, de hecho en el libro El olor de la Guayaba, entrevista de Plinio Apuleyo Mendoza a Gabriel García Marquez, éste reconoce cuánto le debe a La metamorfosis; el existencialismo ve como en sus relatos abunda el absurdo, la desesperación y un toque individualista; un individualismo, por cierto, en el que reparan ciertas tendencias anarquistas; el marxismo advierte su crítica a la burocracia al igual que de nuevo el anarquismo; el judaísmo -recordemos: Kafka es judío- busca simbolismos de esta religión; el psicoanálisis podría aclararnos si Franz es paranoico y cómo le han afectado sus traumas familiares; sabemos además que simpatizó con la Revolución rusa y el bolchevismo, etc. etc.
Hasta tal punto se prolonga la sombra de Kafka que varias veces flotan en el aire las preguntas de qué hubiera pensado del ascenso del nazismo y el holocausto (murió en 1924) e incluso, por qué no, qué hubiera dicho acerca del holocausto contra el pueblo palestino.
Para ser un escritor «duro» y quizá de minorías no está nada mal…. De hecho existe el adjetivo kafkiano, que el diccionario define como «Dicho de una situación: absurda, angustiosa». No muchos autores tienen el lujo de contar con un adjetivo propio, nos viene ahora a la mente solo el término dantesco. Es verdad, se nos puede decir, que existen otros tales como cervantino, quevedesco, calderoniano, etc. pero hacen más referencia a la obra del autor o semejanzas con ella -humor quevedesco, por ejemplo- que a situaciones, digamos «independientes» de sus autores.
Franz Kafka nació, como es sabio, en la bellísima ciudad de Praga -si tenéis ocasión, visitadla- lugar que contaba con uno de los más antiguos guetos de Europa. Su lengua no será el checo sino el alemán -si bien dominaba las dos- ya que fue la que impuso su padre porque, real o supuestamente, le convendría para tener éxito en el mundo del comercio y los negocios; esto, unido a su origen judío le da una sensación de desubicado, de pseudoexiliado.
Su padre precisamente ha sido la persona que -para mal- más ha influido en su vida; una figura castradora y autoritaria, su Hitler-Stalin particular, y que de alguna manera simboliza la represión alienante del pasado siglo. «Te destrozaré como a un pez», le dice a su hijo, según cuenta éste en la Carta al padre, una de las misivas más famosas del siglo XX y que jamás fue enviada. En lenguaje actual diríamos que trató de llevar a su hijo por el camino «políticamente correcto» para hacer de él un ciudadano de pro dedicado al comercio o la abogacía.
Podemos ver el rastro de la figura paterna represora en sus escritos: en La metamorfosis y, sobre todo, en La condena, donde, por motivos que no quedan aclarados, un padre condena a su hijo a muerte por lo que parece ser un terrible pecado de desobediencia.
¿Qué tanto pudo influir este pesado ambiente familiar y social en que nuestro autor padeciera de insomnios y jaquecas? Además, para acabar de complicar la situación, padeció tuberculosis. ¿Cuánto marcó todo esto las relaciones de Kafka con otras personas, especialmente con las mujeres a las que amó? Sea como fuere, no pudo establecer relaciones sentimentales estables.
Su falta de seguridad en sí mismo y en su propia capacidad le provocó no sólo que fuera renuente a publicar sino que gran parte de su obra esté inacabada y fragmentaria. Según un mal chiste, tanto en el sexo como en la literatura, mister Kafka todo lo dejaba a medias.
Paradójicamente, esa forma de componer «a trozos» es definitoria del estilo kafkiano. No nos imaginamos al autor con unos manuscritos perfectamente acabados sino que pareciera acomodarse bien su estilo «roto» a sus intenciones en unos textos a la vez claros y oníricos. Claros, expositivos y fríos como un libro de leyes o de medicina, oníricos como el mejor de los sueños, o la peor de las pesadillas.
Pensemos en su obra más famosa y uno de los grandes referentes culturales de la era contemporánea, La metamorfosis.Gregor Samsa despierta una mañana convertido en un monstruoso insecto, dice la obra, y normalmente se suele pensar en una enorme cucaracha, un ser que a la mayoría de la gente le causa repulsión. El protagonista es viajante de comercio, tiene una familia bien interesada y, como se dijo anteriormente, un padre autoritario. El paralelismo con el escritor es evidente. ¿Así se veía el autor, despreciado como un bicharraco asqueroso? Pero, quién metamorfosea en realidad, ¿Gregor Samsa o su familia, que lo desprecia y arrincona ahora que no sirve para traer dinero y mantener la casa? ¿Y en verdad han metamorfoseado o siempre fueron así? ¿Y vosotras/os, no os habéis sentido alguna vez como bichos raros en este mundo de locos?
En El Proceso, Josef K -nombre que aparece en más relatos y sobre el que no es necesario insistir que la K coincide con la inicial del apellido del escritor- es acusado de algo que nunca sabremos y contra lo que no podrá defenderse en medio de una maraña de burocracia infranqueable. Aquí, insisto, el estar el texto incompleto y fragmentario ayuda a crear la atmósfera de absurdismo, de no entender exactamente qué pasa y en cierto modo, al igual que en las tragedias griegas, de vernos como unos peleles del destino o, más prosaicamente, de unas circunstancias surrealistas.
Precisamente en esta novela se encuentra el que considero su obra maestra, Ante la Ley (1), un relato que se publicó de manera independiente y que aparece en medio de este escrito. Es un texto muy corto, como de una hoja, y recomiendo su lectura. Es sin duda su creación más hermética y más dada a suposiciones e interpretaciones; omito las mías y os animo a buscar la vuestras.
Quizá su mejor amigo haya sido Max Brod, a la vez su editor y su albacea testamentario. Y quien publicó casi toda la obra de Kafka a la muerte de éste, pese a que dejó escrito que la destruyeran (también a veces la «retocó» de manera un tanto caprichosa para «adecuarla», lo que ha llevado a que los estudiosos hayan tenido que trabajar duro para recuperar la pureza del original). ¿Estáis de acuerdo con esa decisión de editar sus trabajos contra la decisión de su autor? En contra de esta postura está, obviamente, el respetar la última voluntad de Franz, a favor, el que dado el carácter excepcionalísimo de su prosa, ésta ya no pertenece en exclusiva a su autor sino que es patrimonio de la humanidad y hubiera sido un crimen terrible destruirla. ¿Qué opinas, querido lector, querida lectora?