Afonso López Rojo
La libertad no es hija del orden, es la madre del orden” ,                                                                        
  P-J Proudhon, Solución al problema social, 1848      
 

Tratar de ofrecer una visión de conjunto del pensamiento de Murray Bookchin no es tarea fácil dada la amplitud de miras que el activista e investigador norteamericano  demostró tener en su intensa vida. Sin embargo, se hace necesario comenzar a acometer esta tarea dado que -salvo en aspectos parciales- apenas se encuentran estudios dedicados a analizar su trabajo y a valorarlo como un todo.

En este sentido, una de las cuestiones principales que se ha de tener en cuenta a la hora de hilar el pensamiento de Bookchin es que su trayectoria vital discurrió en un marco temporal que cubre buena parte de los acontecimientos sociales y culturales del siglo XX: La Gran Depresión en la  década de 1930, la Segunda Guerra Mundial, los años de postguerra, la década de 1950, las décadas tan específicas  de 1960-70 y la  entrada y el despliegue de la  postmodernidad en los años 1980 y 90.

Bookchin, que falleció el 30 de julio de 2006, trató de responder a cada uno de estos momentos históricos aportando sus teorías y puntos de vista; y entrando las más de las veces  en confrontación directa con el pensamiento de sus coetáneos.  Todo ello hace que su obra pueda percibirse como un legado rico y  complejo y, a la vez, polémico o  contradictorio.

 De formación autodidacta, su trabajo se constituyó como un diálogo intenso y sostenido con los más variados autores: Marx, Hegel y Engels  fueron junto a Proudhon, Bakunin y Kropotkin los más frecuentados. Pero también fue importante su diálogo  con representantes de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno y Marcuse) así como con la cultura clásica, con la tradición utopista, con la sociología de Max Weber; con la biología y las teorías antropológicas de su tiempo, con su admiración por Josef Weber o con su estudio de las obras de Lewis Murdoch,  Karl Polanyi,  Hans Jonas y otros muchos.

El reto holístico e interdisciplinar que se desprende de la obra de Murray Bookchin va unido a su estilo  penetrante  y desenfadado. Un estilo que puede deslumbrar y conducir a la fascinación acrítica; del mismo que puede producir rechazo. Pero, en cualquier caso, lo ingrato sería no reconocer desde un punto de vista libertario el esfuerzo intelectual con el que Boookchin intentó trascender la autorreferencialidad histórica y teórica a la que el anarquismo  se vio abocado desde la década de 1940 y que aún no ha superado. Y es que, en el fondo,  su intención fue tratar de abrir ventanas mientras ponía  a prueba la validez de los principios libertarios para ofrecer alternativas  a las complejas transformaciones  de nuestro tiempo.

 

De la fábrica a la comunidad

Murray Bookchin nació el 14 de enero de 1921 en el barrio del Bronx, en Nueva York, en el seno de una familia de inmigrantes judíos rusos que había participado en el movimiento revolucionario de su país. Con nueve años entró a formar parte del movimiento juvenil comunista educándose en el marxismo-leninismo y, ya en la adolescencia, actuó como formador en una sección  de la Liga de Jóvenes Comunistas; organización de la que acabaría siendo expulsado por desviacionismo.  En 1936 se involucró en Support Spain, el movimiento neoyorkino de apoyo  a la república española y, en 1939  -tras el pacto Hitler-Stalin-, se alineó con el trotskismo militando hasta 1946 en el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP). Tenía entonces 18 años. Después de graduarse en la enseñanza secundaria, su familia no pudo costearle estudios superiores (su vocación era la biología)  y se fue a trabajar a una fundición  de Nueva Jersey donde iniciaría su actividad como sindicalista en el Comité de Organización Industrial (COI).

 Tras el servicio militar comenzó a trabajar en el sector de la automoción implicándose activamente en la United Auto Workers (UAW): sindicato de predominio comunista y libertario hasta que, en 1946, fue elegido presidente el demócrata Walter Reuther. La UAW protagonizó la huelga de trabajadores de la General Motors iniciada en noviembre de 1945. La huelga, que se radicalizó y prolongó casi cuatro meses, terminó sin embargo con la aceptación por parte del sindicato de un incremento salarial muy inferior al que aspiraban y algunas mejoras laborales como planes de pensiones o la ampliación de vacaciones pagadas.

 Bookchin, que sería delegado sindical en 1948, se referirá a menudo a este hecho decepcionante como un punto de inflexión en la orientación de su pensamiento ya que, para él, revelaba la connivencia que se empezaba a producir entre trabajo y capital. De este modo pudo intuir que las expectativas puestas en el proletariado industrial como sujeto hegemónico del cambio social en el capitalismo avanzado no iban por buen puerto. Desde entonces, la fábrica y el sindicato ya no serán para Bookchin el único lugar que posibilitaría la transformación y sus intereses se ampliarán hacia la comunidad en su conjunto.

No deja de ser significativo  que este punto de vista que Bookchin  y  otros compañeros de viaje adoptaron ya en la década de 1940 desde su propia experiencia directa como trabajadores, en 1964 sería formulado en buena parte por autores como Herbert Marcuse en “El hombre unidimensional, ensayo sobre la ideología en la sociedad industrial avanzada” y André Gorz en “Estrategia obrera y neocapitalismo”.  

 

Del marxismo a la contracultura

El primer texto publicado por Bookchin registrado en su bibliografía data de 1950 y es un artículo titulado “Capitalismo de Estado en Rusia”, publicado en la revista Contemporary Issues  (cuestiones contemporáneas, o de actualidad: Dinge der Zeit en su edición alemana). En esta misma revista será  donde publicará la mayoría de sus textos durante la década de 1950,  utilizando hasta  cuatro seudónimos para su firma. Y es que, el uso de seudónimos, era una suerte de norma tácita y, en cierto modo, un “principio de autoría colectiva o anonimato”  seguido por la mayoría de colaboradores de esta publicación que  ejercía de portavoz del Movement for a Democracy of Content (Movimiento por una Democracia de Contenido). Un movimiento que aún está prácticamente por estudiar y que se formó en 1947 en torno a Josef Weber,  músico y notable ex trotskista alemán (participó en 1938 en la creación de la IV Internacional en París), autor de textos como “Socialismo o Barbarie capitalista” (1944) y “La Gran Utopía” (1950).  

 Josef Weber se exilió primero en París y después en Nueva York, ciudad en la que  Murray Bookchin le conocería  en 1944 a raíz de la publicación de “Socialismo o Barbarie capitalista”, convirtiéndose pronto en un admirador e involucrándose en el movimiento con la aportación de textos tan significativos como “Armas para Hungría” (en apoyo a la revolución antiestalinista de  1956) o “El problema de los productos químicos en los alimentos”, publicado en 1952 con el seudónimo de Lewis Herber. Este será uno de los primeros textos relevantes de Murray Bookchin; no sólo por la temática, impactante y novedosa en aquellos años (Josef Weber la había perfilado brevemente en “La Gran Utopía”), sino porque a través de esta investigación se  despertaría su conciencia ecológica a la que tanto esfuerzo llegará a dedicar. Al año siguiente el texto fue traducido al alemán y logró causar debate en este país.  

También  es interesante señalar que el Movimiento por una Democracia de Contenido  no tuvo demasiada resonancia, pero sí tuvo una vida dilatada: duró desde 1947 a 1964 y tuvo representantes y colaboradores en Reino Unido, Alemania, Estados Unidos y Sudáfrica.  Por otra parte, su particularidad guarda aspectos relacionados con grupos como Socialismo y Barbarie (1948-1967) y la Internacional Situacionista (1957-1972), aunque en principio no tuviera conexiones con ellos.

Aunque Murray Bookchin siempre mantuvo a lo largo de su trayectoria un diálogo con la obra de Marx, a finales de la década de 1950 su pensamiento experimentó una transición del marxismo al anarquismo a partir de conectar con la Libertarian League (Liga Libertaria), que se había creado en Nueva York en 1954, así como con textos como  “La filosofía del anarquismo” (1940)  del teórico de arte Herbert Read que sería  su primera lectura sobre el tema. Sin embargo, como señala Janet Biehl –  compañera de Bookchin desde 1987 e investigadora de su trabajo-, no fue la lectura directa de los grandes pensadores anarquistas sino que fuero, en primer lugar, las críticas hacia ellos de Marx y Engels las que despertaron en Bookchin el interés por profundizar en el anarquismo. A ello se uniría  también su estudio de la polis griega y el conocimiento de las  observaciones de Engels sobre la naturaleza y la necesidad de conciliar ciudad y  campo. Idea ésta que conduciría a Bookchin a considerar las posibilidades transformadoras de la descentralización urbana. Fruto de ese primer empuje serían sus trabajos sobre el desarrollo de la ciudad burguesa, publicados en 1958 y reunidos en forma de libro en 1974 con el título “Los límites de la ciudad”. Estos primeros estudios sobre urbanismo –junto a su obra “Crisis en nuestras ciudades” (1965)-  serán la base del interés con el que en años posteriores  trataría de contribuir al desarrollo de  las formas de organización social libertarias.

En la década de 1960 Murray Bookchin se convirtió en una de las voces de la contracultura y la llamada “Nueva Izquierda” en los Estados Unidos. Movimientos ambos que, aunque obviamente se prestan a establecer paralelismos con los movimientos surgidos en Europa en torno a Mayo del 68, en  Norteamérica tuvieron unas características propias que muy pronto arraigaron popularmente en lo que se vendrían a llamar “los nuevos movimientos  sociales”: minorías étnicas,  feminismo y    liberación sexual, pacifismo,  ecología, etc.  Ellos crearían el ambiente cargado de energía que se respiraría en la Universidad Alternativa de Nueva York en la que Murray Bookchin dio clases en los últimos años de la década.

En este clima de cuestionamiento permanente, uno de los textos de Bookchin que más difusión  tuvo a partir de 1969 fue “¡Escucha marxista!”. En él enfatizaba sus críticas a lo que consideraba el anquilosamiento del marxismo en unas estructuras rígidas de partido y en un dogmatismo economicista y doctrinario que se volvía inútil para contemporaneizar con la sociedad y responder a las transformaciones del capitalismo.  Sin embargo, a diferencia de ese debate, que en realidad fue muy común en la época y que aún está vivo, donde más se sitúa el interés del trabajo de Bookchin es en los textos que desde comienzos de 1960 – y hasta el final de su vida- dedicó a la elaboración teórica de la  que llamaría “ecología social”.   

 

La ecología social como superación de las jerarquías                                                                                             

Para Murray Bookchin el concepto de ecología social se basa en la convicción de que  los problemas ecológicos actuales tienen su origen en profundos problema sociales y que, por lo tanto, la crisis ecológica es inseparable de la crisis social. Este enfoque de la ecología, que seguramente a cualquier persona con talante de izquierdas le puede parecer obvio, no lo es tanto si tenemos en cuenta el modo como las cuestiones sociales acostumbran a brillar por su ausencia en la mayoría de los estándares ecologistas: empezando por el medioambientalismo que nutre a las políticas liberales, y siguiendo por el biocentrismo que caracteriza a la Ecología Profunda o la mística que sustenta a las más variadas formulaciones en torno a una etérea búsqueda de armonía con la naturaleza. Con  todas estas tendencias, a las que se añadiría el primitivismo,  Bookchin mantuvo un debate permanente.

Otra convicción que está siempre latente en su teoría ecológica, y que  le gustará repetir a menudo como recordatorio de sus principios, es la idea de que la propia noción de “dominación de la naturaleza” proviene directamente  de la dominación del hombre por el hombre. Si bien la crítica a  la idea negativamente civilizatoria de “dominio de la naturaleza” ya había sido expresada por Horkheimer y Adorno (“Dialéctica del Iluminismo”, 1944) en el sentido de que “en el dominio de la naturaleza está incluido el dominio del hombre”; Bookchin  altera los conceptos reforzando en su formulación la idea de que son las relaciones sociales de  dominación las que conducen al dominio de la naturaleza en todas sus formas. De hecho, el estudio minucioso de la jerarquía (en tanto que principio de dominación) será el eje sobre el que girará la que se considera su obra más relevante: “La ecología  de la libertad, el surgimiento y la disolución de la jerarquía”, libro escrito a lo largo de los años 70, terminado en 1980 y publicado en 1982.

Para Bookchin, la noción de jerarquía incluye tanto a las clases sociales económicas, como a todas las formas existentes de dominación y, especialmente,   aquellas que -como el patriarcado-  son anteriores a la formación de las clases y del Estado. De este modo, la jerarquía no sólo recorre transversalmente la historia sino que se instala como dominación en cada lugar y a cada instante de nuestras vidas. En este sentido, la percepción humana de la naturaleza  como objeto de dominación proviene del arraigo panjerárquico de nuestro entendimiento. Reconocer a la naturaleza como sujeto y no como objeto, así como hallar las formas de conciliación entre humanidad y naturaleza, es el  reto principal que nuestra civilización tiene en juego.

Haciendo una rápida  comparación, bien se puede decir que al igual que para el racionalismo expresado por Descartes el dominio de la naturaleza por el hombre conduciría a la libertad, para la ecología social es justo todo lo contrario: será la relación simbiótica con la naturaleza -fundamentada en una ética de la complementariedad-  la que nos puede hacer libres. Ello supondría, pues, “la humanización de la naturaleza y la naturalización de la humanidad” formulada por   Marx en el tercero de sus  manuscritos de economía y filosofía (1844). Bookchin  se apoyará en la cita del joven Marx como elemento concluyente de uno de  sus escritos más conocidos: “Por una sociedad ecológica” (1974).

El lugar en el que Bookchin  trató los aspectos más teóricos de su pensamiento es en “La filosofía de la Ecología Social” (1990); obra que supone una tentativa de creación de un “naturalismo dialéctico” que, trascendiendo el espiritualismo de Hegel y el cientificismo de Engels, renueve la tradición dialéctica y pueda servir de herramienta conceptual en el análisis de las relaciones entre sociedades humanas y naturaleza.

Sin embargo, la Ecología Social no persigue constituirse únicamente como una opción teórica -con la que correría el peligro de convertirse en mera retórica-, sino que ha de entenderse como una búsqueda constante  de alternativas que puedan sustituir a la sociedad jerárquica por la que Bookchin llamará “la sociedad orgánica”. Es decir, una sociedad  armónica consigo misma y con los ecosistemas naturales.

Es en este punto donde Murray Bookchin encontrará en la idea de mutualismo simbiótico, basada en el “apoyo mutuo” de Kropotkin, y en los principios básicos del anarquismo como la descentralización, la autogestión o la cooperación, la apertura de todo un inmenso campo para la creación de una sociedad ecológica. De hecho, lo que se producirá en Bookchin será también  una suerte de simbiosis o fusión  entre ecología y anarquismo hasta el punto de que ambas resultan a menudo indistinguibles. Por eso, no le disgustaba que se hablara de “ecoanarquismo” para referirse a su trabajo; del mismo modo que tampoco se le escapaba el componente utópico de su propuesta a la que, de tanto en tanto, se refería felizmente como una “ecotopía”.

En 1974 Murray Bookchin fundó junto a Daniel Chodorkoff el Instituto para la Ecología Social ubicado en Plainfield (Vermont). Y,  entre 1974 y 1983, fue profesor de Teoría Social en el Ramapo College de New Jersey, institución docente que supo convalidar su “falta de titulación académica” a cambio del valor de sus conocimientos.

 

“Nuestro medio ambiente sintético”

Interesante es también trazar una génesis somera de las aportaciones de Bookchin a la ecología y a la propia formación del  movimiento ecologista contemporáneo. La primera tentativa – ya mencionada- fue la investigación en torno a la utilización de productos químicos en los alimentos que realizó en 1952. Diez años después, ampliaría la cuestión adoptando un enfoque ecológico completamente actual en  “Nuestro medio ambiente sintético”, libro publicado en abril de 1962 con el seudónimo de “Lewis Herber”.

Como suele ser costumbre remarcar entre los seguidores y conocedores del trabajo de  Bookchin, la publicación de este libro precedió en unos meses a “Primavera silenciosa”: la famosa obra que la bióloga norteamericana Rachel Carson dedicó a la advertencia del  peligro del uso de DDT y otros pesticidas. La gran divulgación que tuvo el libro contribuyó a que se convirtiera en un lugar común a la hora de ser señalado como el iniciador de la conciencia medioambiental que unos años después daría paso al  movimiento ecologista.

Por otra parte, “Ecología y pensamiento revolucionario” (1964) será otro de los textos relevantes de Bookchin  en el que, por ejemplo, ya se habla de  la cuestión del calentamiento del planeta y de la fundición de los casquetes polares, no como una información o curiosidad científica, sino como un problema acuciante que procede del alcance destructivo del hombre sobre la naturaleza.  También en este texto Bookchin deja ya establecidas las relaciones entre anarquismo y ecología que, tras su desarrollo,  le conducirán a  la fusión mencionada de ambas concepciones.

“Hacia una tecnología liberadora” es un texto de 1965 en el que Murray Bookchin muestra su confianza en el uso de la tecnología a partir de la creación de una tecnología a escala humana  y “al servicio de la vida”. Algo que bien nos puede recordar a la “herramienta convivencial” de la que en 1973 nos hablaba Ivan Illich. En el ámbito de la energía, Bookchin propondrá el uso de tecnologías renovables como la  solar y la eólica.  Esta propuesta ya la había hecho en el texto de 1962 mencionado y, en lo sucesivo, se referirá a estas tecnologías como “tecnologías adecuadas” o, de manera más significativa, como “ecotecnologías”.  Todo un campo, pues, que  -ironías de la historia- el capitalismo verde acaba de descubrir  como un nuevo y oportuno nicho de negocio.

Sin embargo, en el ámbito de la energía, hay una gran diferencia entre la concepción de Bookchin y el discurso mercantilista. Y es que, mientras que  el capitalismo verde hace trampa y plantea contradictoriamente que la  implantación a gran escala de tecnologías alternativas supone un chorro de energía fresca, y un new deal industrial que va a permitir salir de la crisis sistémica renovando la economía y elevando las cotas de crecimiento… Para Bookchin, sencillamente, el uso de tecnologías y fuentes de energía alternativas no debe  concebirse como el “sustituto” de ninguna energía del pasado, sino como el principio de algo nuevo: una nueva sociedad basada en una nueva relación con la naturaleza.  

Los dos textos de Murray Bookchin que acabamos de reseñar formarían parte de un libro recopilatorio que, en 1971, se publicó con el título “Anarquismo post-escasez” y que España se editaría en 1974 con un título comercial y engañoso como es “El anarquismo en la sociedad de consumo”.   Y es que, desafortunadamente, Bookchin introdujo la idea de “post-escasez” en su pensamiento, pero, apenas la desarrolló. Cabe pensar, pues, que tal  vez sea este el motivo por el que esta idea acostumbra a interpretarse  erróneamente.

 Dicho en breve: cuando Bookchin habla en sus textos de “post-escasez” no se está refiriendo al fenómeno del consumismo, ni tampoco está diciendo  que la humanidad haya entrado en una era de abundancia material de alcance planetario y socialmente equitativo, ya que es obvio que tal cosa no existe.  Tampoco se está refiriendo a que los recursos naturales sean infinitos, porque también es obvio que son finitos. Cuando Bookchin utiliza el término “escasez” lo hace tanto en el sentido material como en el sentido humano de  “lucha por los medios de existencia”. Asimismo, se centra en la consideración de que la escasez material  ha brindado – y sigue brindando- la justificación histórica para la constitución de la sociedad jerarquizada, el desarrollo de la propiedad privada y la dominación de clases. No en vano la concepción de la economía  más hegemónica insiste en  definirse como “ciencia de la gestión de la escasez”, aunque en realidad actúe como motor de la desigualdad.

Para Bookchin, se ha de aspirar a rebasar la escasez ajustando y resituando a la vez nuestra percepción de las necesidades; por lo que queda claro que “la sociedad post-escasez” no es algo que ya exista, sino que es una utopía – o ecotopía– hacia la cual caminar. Aquí intervendrá de nuevo su confianza en la potencialidad liberadora de las ecotecnologías, basadas en la propia abundancia energética que la naturaleza nos ofrece a través, por ejemplo, del sol y el aire.

Bueno es tener en cuenta que la confianza casi ingenua en la tecnología como portadora de un mundo mejor,  y como potencialmente liberadora de esclavitudes como el trabajo, era una creencia muy compartida por autores progresistas en las décadas de 1960 y 1970… y aún lo sigue siendo en muchos aspectos; sobre todo cuando se sigue hablando  en términos como “el fin del trabajo” o “la sociedad del ocio”. Sin embargo, bien sabemos que la cosa no termina de llegar y que, más bien,  a lo que tiende el desarrollo tecnológico es a crear nuevos problemas y a reforzarse a sí mismo como instrumento de dominación.

 

La muerte de un pequeño planeta

Por lo demás, la conciencia de la finitud de los recursos y de la depredación del planeta a partir del imperativo del crecimiento económico como único principio civilizatorio del capitalismo, no sólo es muy clara en el trabajo de Bookchin sino que, en un tiempo como el nuestro en el que -al igual que en la década de 1970-  la cuestión de “los límites del crecimiento” vuelve a ocupar el centro de debate, su punto de vista merece ser tenido en cuenta.  Bookchin situará la cuestión del crecimiento en la disyuntiva  de “crecimiento o muerte” que en la economía capitalista actúa como espada de Damocles y que Marx evidenciaría en “El capital”. Esta percepción del problema  será uno de los ejes sobre los que se articulará la Ecología Social  en su propósito de poner de manifiesto las raíces sociales de los conflictos  ecológicos y medioambientales. Significativo será por ello el texto que, en 1989, Murray Bookchin titulará “La muerte de un pequeño planeta, un crecimiento que nos mata”.

Ante la ambigüedad de posturas similares a las que en la actualidad plantean la necesidad de un “decrecimiento” centrándose solo en  cuestiones como “la crítica al consumo” o aconsejando una “simplicidad voluntaria”, Bookchin dejó claro en textos como el que acabamos de mencionar  que la demanda de controlar el crecimiento no tiene sentido si al mismo tiempo se quiere dejar intacta la economía de mercado, que es la que genera la carrera del crecimiento ilimitado a costa de la depredación de la naturaleza y la explotación humana. Sin esa carrera el sistema capitalista no puede funcionar, por lo que  la solución está en su desmantelamiento como sistema. Cabe pensar, pues, que  esa es la primera premisa coherente que debe asumir un movimiento por el decrecimiento que aspire a convertirse en  un referente  transformador.

Por otra parte, resulta oportuno señalar que, precisamente, la ausencia de un cuestionamiento explícito de los fundamentos de la economía  capitalista  es una característica común del informe “Los límites del crecimiento” y del “Manifiesto  para la supervivencia”: las dos iniciativas que fueron auspiciadas en 1972 por el círculo de científicos y empresarios conocido como Club de Roma. Ambos textos tuvieron mucha  difusión  y  se consideran el inicio y los pilares del movimiento ecologista  junto a  la primera Cumbre de la Tierra organizada por la ONU en Estocolmo (1972), y la formulación en 1973 de la Ecología Profunda  por parte de Arne Naess.

Pues bien, en contraste con estas aportaciones consideradas pioneras, se debe mencionar por  último en este pequeño recorrido sobre la relación de Murray Bookchin con la formación del movimiento ecologista contemporáneo, su texto “Poder de destruir, poder de crear” escrito en 1969 como manifiesto  para el grupo norteamericano Ecology Action East.

En este texto destaca entre otras cuestiones la propuesta de Bookchin de descentralizar las ciudades y crear “ecocomunidades”. Una alternativa que, tres años más tarde,  será    planteada por los 40 científicos y académicos que -encabezados por Edward Goldsmith- firmaron el “Manifiesto para la supervivencia” (por lo demás, la propuesta se convertirá en uno de los puntos más citados y celebrados de este manifiesto). 

Ciertamente, es obvio que la historia y el conocimiento son siempre una acción compartida; por lo que no tiene sentido enfatizar constantemente quien fue “el primero” que hizo o dijo algo que fuera útil a los demás. Sin embargo, en el caso de Murray Bookchin respecto a la ecología, y al propio movimiento ecologista, sí resulta pertinente poner ése énfasis dado que no resulta difícil darse cuenta de que su marginación en el ámbito académico -y en los medios en general- proviene de su explícita filiación libertaria y de su inequívoca posición anticapitalista. Lamentablemente, resulta frecuente toparse con licenciados en biología o en “ciencias ambientales” que desconocen su trabajo.

 

La apuesta comunalista

La dimensión política y esencialmente práctica que la Ecología Social necesitaba para trascender su propia dimensión teórica,  Bookchin la encontrará en la tendencia comunalista del anarquismo recogida sobre todo  en los escritos de Bakunin y Kropotkin. A ellas se añadirían también cuestiones clave como el principio federativo expresado por Proudhon, o la atención a sus utopistas favoritos: Fourier y William Morris.  Pero donde más se refuerza la apuesta comunalista de Bookchin es en los estudios históricos que llevó a cabo sobre las formas de organización social en las que intuía que podían encontrarse “formas de libertad” que fueran útiles para nutrir nuevas alternativas. Es interesante observar al respecto que, en la línea del viejo Bakunin, Murray Bookchin no percibe la libertad como un proceso de conquistas individuales sino, literalmente, como un proceso de “comunalización”. Un proceso que se expresa en la capacidad de autoorganización colectiva que emana directamente de la propia libertad de los individuos. Algo que pronto nos trae a la mente la célebre máxima de Proudhon en la que apuntaba que la libertad “no es hija del orden” sino que es “la madre del orden”. 

Los estudios de Bookchin en esta dirección abarcarán desde tentativas como, por ejemplo, la revuelta de los Comuneros de Castilla en el siglo XVI, la Comuna de París de 1871, el proceso revolucionario de la Francia del XVIII o la experiencia de las   colectivizaciones libertarias durante la Guerra Civil española de 1936-39.  De hecho, Bookchin hizo varias incursiones en el estudio del anarquismo en España. La última de ellas fue publicada en el cuarto volumen de “La Tercera Revolución” (1996-2003),  su obra magna dedicada al análisis histórico de los movimientos revolucionarios.

Por otra parte, su estudio sobre la polis griega y la democracia ateniense le conducirá  a reforzar la noción de democracia directa propia de la tradición libertaria, y a recobrar el sentido genuino que para la ciudadanía griega tenía el concepto  de política en tanto que “preocupación por los asuntos de la polis”.

A través de todo este bagaje, al que se añadirá sus estudios de urbanismo mencionados en apartados anteriores, la propuesta comunalista y política (en el sentido griego) que Bookchin propondrá como expresión de la Ecología Social se dirigirá al ámbito municipal. En consonancia con la tradición libertaria, el municipio será percibido como la unidad de convivencia básica que puede facilitar que el logos común fluya y adopte la forma de democracia directa: el “cara-a-cara” que se repite a menudo en sus escritos. Llamará a la propuesta “Municipalismo Libertario”.

Por otra parte, el sentido práctico y comunal del municipio radicará para  Bookchin en lo que acertadamente llamará “la municipalización de la economía”. Es decir, en la propiedad comunal y en la dirección colectiva de la economía local (que incluye por igual las tierras y las fábricas). Así, pues, los municipios –nuevos o viejos- constituidos como “ecocomunidades” posibilitarían la creación de una sociedad orgánica y  descentralizada regida por el intercambio y el apoyo mutuo a través de la confederación  de los municipios formando una “Comuna de comunas”: el viejo sueño revolucionario que la historia nos ha mostrado solo a través de experiencias fugaces y cruentas, y a pesar de las bellas y sensatas plasmaciones escritas como la que Kropotkin nos legó en su obra “Campos, fábricas y talleres” (1898).  

La propuesta municipalista de Bookchin se encuentra diseminada desde 1972 en distintos textos. Uno de los más conocidos es “Seis tesis sobre Municipalismo Libertario” (1984). Aunque, donde más elaborada puede encontrarse, es en una publicación que realizó Janet Biehl titulada “Las políticas de la Ecología Social, municipalismo libertario” (1998). Y en “La urbanización de las ciudades. Hacia una nueva política de ciudadanía” (1992-1995): obra que se considera la más importante de Boockchin tras “La ecología de la libertad” pero que, a diferencia de ésta, no ha sido traducida al castellano.

Murray Bookchin consideraba que para poder alcanzar el ideal comunalista se debía de poner en marcha un movimiento municipalista amplio formado por personas decididas a trabajar en su ámbito más próximo. Animaba por ello a que los colectivos libertarios participaran en los comicios locales con programas inequívocos a través de los cuales se pudiera comenzar a recorrer el camino para que los municipios llegaran a ser gobernados por las asambleas populares y la democracia directa. A falta de esa posibilidad, animaba a crear asambleas extralegales ejerciendo como contrapoder.

Ni qué decir tiene que la opción electoral se convertiría en el aspecto más polémico del pensamiento de Bookchin. El ejemplo más sonado fueron las jornadas internacionales sobre Municipalismo Libertario que,  entre el 26 y 28 de agosto de 1998, se celebraron en Lisboa en un ambiente de encendida polémica que aún está muy presente en el imaginario ácrata.  Sin embargo, las acusaciones  de contradicción flagrante, de mero posibilismo o de parlamentarismo municipal que se lanzan a menudo a la apuesta comunalista de Bookchin, difícilmente pueden invalidar el conjunto de su pensamiento y de su trabajo. Un trabajo que, por otra parte, no fue concebido  como una ideología que debiera ser tomada al pie de la letra, sino como un producto inspirador.

En cualquier caso, Murray Bookchin prefirió desmarcarse del anarquismo en los últimos años de su vida y autodefinirse simplemente como “comunalista”. Al fin y al cabo, ésa era la tradición histórica  a la había dedicado todo su esfuerzo intelectual.  Para entonces, ya se había cansado de defender a capa y espada el anarquismo social frente al anarquismo individualista convertido en una moda. Y se negaba a escuchar la melodía del “fin de la historia” silbada por el relativismo y la diseminación posmoderna. Razones no le faltaban: Bookchin tenía mucha historia detrás, y hacía mucho tiempo que sabía que “el capitalismo no produce individuos,  sino átomos egoístas”.

 

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Bibliografía

Obras de Murray Bookchin en castellano:

La Ecología de la Libertad. Nossa y Jara Editores/Colectivo Los Arenalejos, Madrid, 1999

Ecología Libertaria, Madre Tierra, Madrid 1991

Historia, Civilización y Progreso. Nossa y Jara Editores, Madrid, 1997

Los anarquistas españoles: los años heroicos, 1868-1936. Grijalbo, Barcelona ,1980 y Ed. Numa, Valencia, 2001

Por una sociedad ecológica. Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1978

El anarquismo en la sociedad de consumo. Ed. Kairós, Barcelona, 1974

Los límites de la ciudad. Ed. Hermann Blume, Madrid 1974

Seis tesis sobre municipalismo libertario en “La utopía es posible. Experiencias posibles”, págs. 81-99. Tupac Ediciones, Buenos Aires, 2004

Sociedad, política y Estado en “La sociedad contra la política”, págs. 53-70, Ed. Nordan, Montevideo, 1993

El anarquismo ante los nuevos tiempos en “El anarquismo y los problemas contemporáneos”, Ediciones Madre Tierra, Móstoles, 1992

Janet Biehl con la colaboración de Murray Bookchin. Las políticas de la ecología social, municipalismo libertario. Ed. Virus, Colectividad Los Arenalejos, Fundación Salvador Seguí. Barcelona, 2009 (1ª ed.1998).

 

Páginas en Internet en las que se pueden consultar textos de Murray Bookchin , Janet Biehl y otros investigadores:

Institute for Social Ecology:  http://www.social-ecology.org/

Journal Communalism: http://www.communalism.org/

Anarchy Archives: http://dwardmac.pitzer.edu/anarchist_archives/