Igor Sadaba

“¿Sabías que la PI está en todas partes? Los estudiantes como tú están siempre rodeados de PI, desde la ropa que usan a los libros que llevan en la mochila, pasando por la música que escuchan. Lo que probablemente no sepas es que la PI está siempre presente en la vida… […] Está presente todos los días, de la mañana a la noche, en la escuela y en la universidad, cuando salimos con los amigos y hasta cuando dormimos.”

(Cita recogida de un panfleto para estudiantes que edita la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI))

 

Un fantasma recorre el mundo, es el fantasma de la Propiedad Intelectual (PI); o, al menos, eso se desprende de una lectura atenta de la aterradora cita de la OMPI que encabeza este artículo. Hemos aprendido, a golpes de fusta de la SGAE, mediante tenebrosas campañas publicitarias del Ministerio de Cultura y a través de rimbombantes tratados de comercio internacional que la regulación económica del conocimiento (cultura, información, ciencia, tecnología, etc.) se realiza mediante un sofisticado sistema de protección de lo inmaterial (copia, reproducción, plagio, descarga, etc.) que, con la intención de compensar e incentivar la “combustión neuronal” (la creación o la innovación), se ha instaurado como otra propiedad privada más de las grandes corporaciones. Esto es, la enésima fórmula mercantilizadora, una fábula económica que cimenta la noción de propiedad privada, esta vez sobre el espacio cognitivo. Un modelo radiante y floreciente donde los haya, que frecuenta tanto las agendas institucionales (políticas, leyes, acuerdos, tratados, etc.) y mediáticas (un consenso generalizado en los grandes media) como las propias de los movimientos sociales que han respondido a la vuelta de tuerca privatista con movimientos o proyectos sui géneris. El ciclo de luchas post-antiglobalización viene muy marcado por la hoja de ruta de los derechos de autor y las patentes. Las propiedades intelectuales están en alza, en boga y en boca de propios y extraños. Es nuestra intención reseñar unos pocos cambios cualitativos que se vienen produciendo en el escenario de los conflictos vinculados a la posesión de lo intelectual (sea cual sea su variedad), no tanto como una crítica despiadada a los sistemas o vías ensayadas en torno al “conocimiento libre” o “conocimiento abierto” sino como un inventario de flashes y problemas pendientes; un intento de situar algunas piezas no colocadas.

 

Propiedad intelectual en expansión

En primer lugar, nuestra flamante recién estrenada crisis mundial 2.0 (ó 3.0, vaya usted a saber a estas alturas) también viene acompañada de novedades prêt-á-porter en la pasarela de las propiedades intelectuales. El vía crucis de los ajustes económicos tiene su eco de igual forma en este campo. Las apropiaciones inmateriales no se han mantenido fijas y monolíticas sino que, como todo bicho viviente, se ha visto sacudida por las turbulencias del capitalismo planetario. Igual que la PI ayudó a parchear la crisis de los 70s y viene pujando fuerte desde ese momento, tiene actualmente también su papel en las fuerzas globalizadoras en recesión permanente, jinetes del apocalipsis financiero y del batacazo económico del que somos testigos. Por ejemplo, en pleno tropezón del PIB, los tres sectores que más divisas generan en EEUU se basan en algún tipo de protección o propiedad intelectual: el sector químico, el del entretenimiento y el del  software. Pero, a la vez, según un estudio del Standish Group titulado ‘Trends in Open Source’, que duró 5 años, el open source, como un todo, sería económicamente equivalente a la compañía más grande del mundo, con beneficios superiores a los de Microsoft, Oracle y Computer Associates juntos. Todo ello apunta a que la PI supone hoy por hoy, para algunos países, un balón de oxígeno y un salvavidas económico de primera magnitud.

Más aún, si fijamos la lupa en los protagonistas actuales de estos conflictos, observaremos que las entidades de gestión, los benevolentes obsesos de mercadeo internacional, las grandes multinacionales de los sectores involucrados, etc., están tejiendo un modelo de gestión mercantil del saber y la información algo más sutil y silencioso que los precedentes. Las ramificaciones de la PI van permeando casi todo lo conocido, más allá de discos superventas, best-sellers fotocopiados, top mantas perseguidas y descargas masivas. Los tentáculos de las propiedades inmateriales se van bifurcando y extendiendo por los lugares centrales y los puntos neurálgicos del nuevo capital internacional: mega corporaciones farmacéuticas (la suiza Roche y la patente del Tamiflú, único antiviral conocido para la gripe H1N1), las punteras empresas biotecnológicas (todas ellas pendientes de patentar especies y métodos para manejar células), la genómica industrial (ya con miras a la producción de vida artificial, especialmente tras la patente concedida en EEUU a Craig Venter por Sintia, la primera bacteria totalmente sintética), la quimioinformática (encargada de descifrar los entresijos de lo natural), etc. Es decir, nuevas puertas se abren a la PI, que va penetrando de lleno en el mundo de la vida, convirtiendo la biología clásica de bata y laboratorio en un sofisticado conjunto de técnicas informáticas gestionadas por abogados mercantiles.

En segundo lugar, los mastodontes financieros del espacio TIC le han visto las orejas al lobo y nuevas oportunidades de negocio incluso bajo formatos abiertos, de manera que se han decidido a salir del armario y a aprender a usar la careta del copyleft como traje de presentación. Por arte de magia asistimos a esforzados intentos de Microsoft y familia, diarios de gran tirada, discográficas reunidas S.A, etc., por distribuir en abierto algunos de sus contenidos, mostrando sus patas de cordero temporalmente. De este modo, ya no tenemos enfrentados dos modelos distantes y antagónicos sino que existen cientos de matices grises intermedios y estrategias empresariales que han sabido exprimirle el jugo a la producción cooperativa. Así, mediante la intensificación ramificada de la PI (cuyas prolongaciones llegan hasta las ciencias de la vida) y a través de fórmulas intermedias y libertades de medio pelo, el sector empresarial está capeando el temporal del código abierto.

Por tanto, la vigencia y presencia de los conflictos de PI han pasado de las bibliotecas y del canon a la economía de la alimentación y la crisis agrícola (semillas), desde el caso Napster a las biotecnologías y patentes sobre materia viva, desde las violaciones del copyright en las  telecomunicaciones digitales al proceso de Bolonia (e, incluso, las marchas por el “academic pride” en Francia durante 2008). Un ejemplo apabullante de esta nueva versión de la PI proviene de la interminable sangría que ha dado en llamarse “guerra de Iraq”. Antes de la “transferencia de poder” en Junio de 2.004, Paul Bremer (representante de EEUU en el país) promulgó un centenar de órdenes con fuerza de ley, reorientando la economía para la reconstrucción del Iraq devastado. De entre las órdenes dictadas la que aquí nos ocupa es la número 81 sobre “Patentes, Diseño Industrial, Información Confidencial, Circuitos Integrados y Variedades de Plantas”. Según esta orden, sólo está permitido plantar variedades “protegidas”, que curiosamente son las introducidas en el país por las grandes corporaciones del sector (Monsanto, Sygenta, Bayer y Dow Chemichal). Algo tan fundamental como erigir desde las ruinas humeantes casi toda una nación requería de un pilar fundamental, una ley de patentes que asegurara que Iraq iba a cumplir con los requisitos del mundo “civilizado”.

 

Los movimientos de conocimiento libre

Como tercer punto y dando un giro de casi 180 grados, el difuso y cada vez más extenso opositor oficial a los embistes de la PI, el área del conocimiento libre o abierto, ha alcanzado una madurez que comporta, como todo, aciertos y errores; mejor dicho, una crisis de adolescencia que viene marcada por la retahíla de avances y tics molestos que van produciéndose. A la cabeza de los deslices, el conglomerado anti-propietario ha sufrido en carne propia la obstinada obsesión por seguir ciegamente a los “iconos revolucionarios” del copyleft (Linux, Wikipedia, P2P, Mozilla, OpenOffice, etc.), es decir, a los modelos exitosos o cuya visibilidad resulta más alta. Sin embargo, la incapacidad para pensar el mundo cooperativo más allá de estos top-ten de las libertades puede ser un lastre peligroso. Resulta que esos referentes triunfantes, convertidos en celebridades, han servido de faros guía que orientaban al resto de proyectos. Pero la realidad, como de costumbre, no es amiga de las simplificaciones y las posibilidades de generalizar las condiciones de un núcleo de Linux o de una enciclopedia libre no siempre se dan. Extrapolar las circunstancias de los famosos y eficientes guerreros de la cognición comunal, asimilados ya como figuras de adoración, ha supuesto, en ocasiones, varios pasos hacia atrás; al menos, en cuanto al reguero de proyectos muertos o fracasados por intentar imitar a estas vanguardias. ¿Bajo qué condiciones o en qué espacios o con qué ayudas o supuestos podemos sostener los proyectos de conocimiento libre o abierto? Es cierto que el radio de la cultura libre está en expansión y aumenta día a día, pero también es innegable que hay aspiraciones que no han evolucionado o prosperado y que existe una especie de gradiente de éxito insalvable. Probablemente la consolidación de la colaboración coordinada depende más de algunas características del medio en que se mueven, del objeto concreto producido, del tamaño del grupo que lo distribuye (factores demográficos), etc. que de ciertas cuestiones naturales humanas (somos altruistas por naturaleza divina, como aseguran algunos). Los casos de mayor éxito operan como horizontes utópicos y únicos, lo que conlleva el riesgo de idealizarlos y desactivar la reflexión sobre sus límites. Las probabilidades de extender y generalizar el intercambio cooperativo más allá de las puras redes telemáticas entre informáticos expertos no son siempre nítidas. En definitiva, trascender el modelo del software libre o de las participaciones telemáticas enciclopédicas fuera de su ámbito de actuación constituye todavía una asignatura pendiente para los movimientos sociales. La idealización del programador “linuxero” como figura extendida y universal, garante de la toma del palacio de invierno del capitalismo cognitivo, ha contribuido poco a pensar las cuestiones de conocimiento libre de una manera adecuada.

Tirando de este hilo emerge un cuarto punto: numerosos militantes de los movimientos en favor de un conocimiento libre o abierto alertan ante el problema de la remuneración o salarización del trabajador intelectual. Hay que distinguir entre las retribuciones en la industria del ocio y del entretenimiento y los sueldos en los trabajadores intelectuales del mundo del software. El gratis total ha sido una moda que no da cuenta real de la economía del conocimiento en ciernes. La gratuidad no es lo mismo que la libertad y la posibilidad de liberar información y saber está limitada a determinados espacios productivos o cognitivos. De este modo, no resultan comparables los trabajos intelectuales que puedan estar contenidos en compilar una aplicación de software, una adaptación teatral o una secuenciación de un genoma.

 Igualmente, a modo de quinto punto, hay que registrar en el excesivamente amplio espectro de la ideología abierta y el copyleft una suerte de confusión entre un liberalismo cuasi-conservador y una práctica política de izquierda transformadora. Asistimos con estupor a posturas semi-liberales, afines a un individualismo posesivo, que parecen justificar el open source en términos únicos de libertades (propiedades) individuales. Pareciera que lo único interesante de la película es que uno tenga esa semi-libertad vigilada de descargarse porno, pero usando software libre sin siquiera recapacitar un poco sobre los usos concretos. Nos estamos refiriendo a una importación directa y arriesgada de discursos anglosajones y norteamericanos de corte liberal que circulan sin descanso. Esta degeneración política viene escoltada por otras suculentas aportaciones: gran parte del espacio del conocimiento libre vive absorto ante los fuegos artificiales de la ciencia y la tecnología, boquiabiertos ante las innovaciones digitales de manera que no pueden siquiera cuestionar las dinámicas de poder que las atraviesan. La ideología de la eficacia y positivismo ingenuo han generado ríos de tinta en el universo del conocimiento abierto.

Una sexta pincelada para este cuadro apresurado: parte de la batalla se ha jugado en el ámbito formal de la legalidad. Uno de los buques insignia del movimiento pro conocimiento libre han sido las licencias libres (GNU GPL, Creative Commons, FDL, LGPL, etc.), producto de la creación de un derecho alternativo, un conjunto de innovaciones legales de profundas consecuencias políticas. La economía del compartir o el dominio público se han consolidado en los últimos años porque se han construido jurídicamente, algo que no ha hecho casi ningún movimiento político anterior. Dejando de lado los recelos que nos puedan suscitar las sagradas leyes, curiosamente el valor de las comunidades que comparten se ha fundamentado en un entramado legal complejo. Alrededor de la cultura, la ciencia o la tecnología, se está lidiando mucho en el terreno jurídico, en el cual los renglones torcidos que picapleitos y legisladores escriben se han transformado en un auténtico campo de operaciones político. La PI, se ha llegado a decir, representa la victoria de los abogados sobre los economistas. Ésta es una de las singularidades que frena o actúa de tope a veces a los movimientos sociales en este espacio de luchas y que debe ser superada con la creatividad que les caracteriza.

Recapitulemos, el panorama aparenta ser desolador pero seguramente no es para tanto. Hemos abusado de los malos presagios para poder enfrentar el futuro con precaución. Haciendo acopio de los lastres y obstáculos en el camino evitaremos que las luchas por un conocimiento como bien común y público se aplaquen o decaigan. Si el capitalismo se reinventa una y otra vez construyendo ficciones útiles, nuestra tarea es desmontarlas las mismas veces y, como en las mil y una noches, escuchar sus cuentos y cantos de sirena pero para no creérnoslos.