Paco Marcellán

Hablar de Venezuela, del proceso político que siguió a la irrupción electoral del autodenominado movimiento bolivariano con un rostro visible como Hugo Chávez, elegido presidente tras unas elecciones homologables a las de las denominadas democracias políticas y con una proyección de futuro vinculada a la reestructuración del clásico panorama bipartidista socialdemocracia (ADECO) versus socialcristianos (COPEI) estabilizada corrosivamente en el país desde décadas al abrigo del boom petrolero, nos lleva a situar el dilema en el que se ha encontrado la izquierda latinoamericana desde la década de los noventa. El fracaso político de los movimientos insurreccionalistas tras la derrota de las diversas opciones armadas y la represión brutal de las dictadoras militares (caso de Argentina, Chile y Uruguay), la asunción del poder político y la reestructuración interna como bloques de poder con una actitud prioritariamente defensiva frente a la agresión norteamericana (caso de Cuba y Nicaragua) generaron una impotencia manifiesta que requirió un nuevo planteamiento de cara a la  organización y consolidación de los movimientos populares y de los trabajadores (caso de Brasil y Bolivia). La desaparición de las referencias del llamado socialismo real, la aparente nueva correlación de fuerzas en USA con los dos períodos presidenciales Clinton (que en el fondo no alteró el estatus de lo que denomina Noam Chomsky la democracia empresarial y más aun en relación con su “patio trasero”) generó un impulso notable a la articulación de las “viejas” formas organizativas en base a referencias políticas personalistas. Kirchner, Lula, Bachelet, entre otros, se apoyaban en organizaciones “tradicionales” con recorridos diversos pero incapaces de aglutinar los movimientos antiglobalización en su versión latinoamericana, basados en la oposición a los tratados de libre comercio, al control y saqueo por los grupos económicos transnacionales de las riquezas naturales y los servicios básicos (luz, agua, comunicaciones, transporte), a los grandes predios dedicados a la agroindustria intensiva y al empobrecimiento del campesinado, complementado con una emigración masiva intra-continental o hacia España. La dolarización de las economías junto con un vertiginoso incremento de la deuda externa que generaba durísimas acciones de ajustes estructurales demandadas por el FMI, precarizó aun mas las duras condiciones de las capas desfavorecidas de las sociedades latinoamericanas.

 De nuevo la vieja farsa del caudillismo?

 Venezuela abrió una nueva vía para el desarrollo de una alternativa política basada en la superación de las viejas formas de alternancia política, generadoras de una clase que representaba sus propios intereses, corrompida por el monopolio del petróleo para su autobeneficio y autista en relación con la realidad social de su país. Las expectativas del movimiento bolivariano se centraban en un cambio en la correlación de fuerzas basado en un mayor protagonismo popular, escasamente definido en sus inicios, en aras a un enfoque “ilustrado” de que el Poder puede ser gestionado de otra manera, con la experiencia militar, por supuesto, de sus máximos responsables.

 La personalización excesiva del proceso en Hugo Chávez recordaba los cultos a la personalidad asociados a las visiones del caudillismo latinoamericano que hunden sus raíces en el propio inicio de las luchas por la independencia a comienzos del siglo XIX. Como ha señalado el historiador John Lynch, “La figura del caudillo, que normalmente procedía de una base de poder regional, supuso uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de las naciones latinoamericanas. La soberanía personal destruía las constituciones. El caudillo se convirtió en Estado y el Estado en propiedad del Caudillo. Paradójicamente, los caudillos también pudieron actuar como defensores de los intereses nacionales contra las incursiones territoriales, las presiones económicas y otras amenazas externas, fomentando, asimismo, la unidad de su pueblos y elevando el grado de conciencia nacional. Los caudillos eran representantes y a la vez enemigos del Estado-Nación. La historia de las dictaduras no constituye toda la historia de Latinoamérica. Pero aun en los regímenes constitucionales quedaron restos del pasado. Desde el caudillismo primitivo, pasando por la dictadura oligárquica, hasta los líderes populistas, la tradición del caudillo fue dejando huella en el proceso político. Quizás la cualidad más importante de los caudillos, que les sirvió para sobrevivir a los avatares de la historia, haya sido el personalismo, descrito por un historiador como la sustitución de las ideologías por el prestigio personal del jefe”.

 Junto a ello, los caudillos van más allá de su representación en el ámbito nacional y pretenden transcender a una conciencia regional por crear. Las diferentes propuestas en el ámbito latinoamericano han adoptado esa visión regional (andina, centroamericana, caribeña, cono sur) de cara a una integración económica que les permitiera abordar en condiciones políticas similares unas respuestas adecuadas ante la potencia norteamericana. La integración política tiene una dimensión más compleja fruto de los liderazgos derivados bien del peso demográfico o del económico. La propuesta de la Alianza (o Alternativa) bolivariana de las Américas, liderada por Venezuela en base a su potencialidad económica petrolífera, implica el propio liderazgo de Chávez como baluarte anti-Imperio no sólo desde una perspectiva retórica sino como alternativa en el suministro de recursos básicos. 

 Sin duda, este fenómeno genera la clásica dualidad, no planteada sólo por los caudillos sino por las instancias autoritarias por mucha pátina democrática que se quieran dar (G. W. Bush a modo de ejemplo en la justificación de las leyes antiterroristas USA tras el 11-S), consistente en que el ciudadano debe rebajarse a la condición de siervo desde el momento que debe optar entre estar con el “jefe” o contra él.

 Este auténtico dilema del prisionero, contribuye a eludir cualquier pensamiento crítico, como ponen de manifiesto los anarquistas venezolanos en la reflexión con la que cerramos este artículo.

 Pro y contras del movimiento bolivariano     

 Cuando leemos en la prensa española de manera cuasi-unánime críticas virulentas a Chávez por querer instaurar un Estado-protector que atenta contra la propiedad privada de medios de producción y comunicación, donde el peso de los sectores de nuestro capitalismo hispano es relevante. Cuando esa misma prensa critica que Chávez introduzca enmiendas constitucionales para permitir una reelección presidencial, que siendo consistentes dependerá de la voluntad de los electores y que no está en contradicción con usos de paises democráticos del Primer Mundo, cuando se insiste en la represión de la oposición y de sus medios de comunicación, auténticas tribunas de una determinada “desobediencia cívica” basada en preservar los intereses de una burguesía sui géneris, única en América Latina, con sus mecanismos de preservación identitario, con una Iglesia ultrarreaccionaria, con unos denominados sindicatos carentes de representación clasista, con una imagen de violencia favorecida desde el Poder, con una creciente identificación con las redes del narcotráfico etc entran dudas de si algo diferente estará ocurriendo en Venezuela para despertar ese tipo de reacciones tan virulentas.

 Por otra parte, las campañas de alfabetización, la estructuración de un sistema de salud pública de ámbito local con un fuerte apoyo de médicos y paramédicos cubanos que pone en evidencia el fracaso del tradicional sistema sanitario privado vigente durante largos años en Venezuela, la compleja consolidación de organizaciones populares que generen pensamiento y acción propias y no se limiten a ser correas de transmisión del Poder, abren esperanzas de que un proceso que no se estanca en la autocomplacencia puede modificar las condiciones de los ciudadanos y ciudadanas tanto en lo referente a sus necesidades básicas como a la asunción de su propio rol socio-político. No todo es uniformidad, como he podido comprobar durante una estancia en Venezuela el pasado mes Septiembre. Los enconos dialécticos entre chavistas y anti-chavistas, las dificultades reales en el suministro eléctrico, la necesidad de un desarrollo y un modelo económico más allá de la petróleo-dependencia, la desmilitarización intelectual y la reconducción del papel del ejército como soporte visible de Chávez, al que debe mimar con presupuestos que deberían ser orientados de manera alternativa, la puesta en marcha de leyes educativas que combatan el elitismo de muchas instituciones académicas, el desarrollo de infraestructuras viarias, son algunos de los retos concretos y no utópicos que podrían abrir camino a una Venezuela de y para los venezolanos y venezolanas.

 Una reflexión desde la perspectiva de los anarquistas venezolanos.

Pensamientos desde la revista El Libertario. Caracas.

 Después de contar con los mayores recursos económicos en la historia reciente de Venezuela, así como el control absoluto de las instituciones del país, el chavismo ha comenzado a mostrar signos del eclipse de su hegemonía sobre la sociedad. Un primer síntoma lo constituye el irreversible alejamiento de diferentes sectores progresistas que acompañaron, acrítica y entusiasticamente, el proceso bolivariano hasta que el peso de sus contradicciones les obligó a tomar partido entre el gobierno y la fidelidad hacia si mismos. Entre ellos destacamos a quienes al intentar defender los intereses de los trabajadores y trabajadoras han conocido el rostro del populismo autoritario. Estas iniciativas fueron decisivas en la defensa del gobierno durante el golpe de Estado, el paro petrolero y el referendo presidencial, tres momentos de aguda confrontación política. Por tanto su ausencia no es un asunto menor, ni tampoco sus cuestionamientos actuales: desde una postura revolucionaria y anticapitalista sostienen que el gobierno bolivariano le ha declarado la guerra a los trabajadores y al sindicalismo autónomo. Otro abandono a destacar lo representan diversos exponentes del medio intelectual y académico que, en la primera mitad de la década chavista, trataron de construir un edificio teórico e ideológico para sustentarlo y justificarlo como la búsqueda de un ¿proyecto alternativo?. Sin embargo, el peso de la realidad, tras diez años de politiquería y demagogia, les ha hecho cambiar de opinión. Estos pensadores constituyen ahora lo que en El Libertario hemos llamado intelectualidad post-chavista, y que hoy, según cada caso, han tomado diferentes distancias del Palacio de Miraflores. En ambas situaciones, dichas líneas de fuga al capitalismo de Estado bolivariano no se han sumado mecánicamente a las cúpulas opositoras partidistas, desmontando la mentira de que sólo existen, y son posibles, dos posiciones políticas en el país.

Un segundo síntoma lo constituye el aumento de la conflictividad por parte de las comunidades populares. A pesar de la invisibilidad de estos eventos para cierta prensa, quienes protagonizan las luchas en la calle son los pobres, marginados y marginadas de siempre, que tras una década de gobierno con discursos estridentes, exigen resultados concretos: trabajo, vivienda, salud, servicios públicos y seguridad. Esta situación, que puede constatarse con sólo caminar por las calles de Venezuela, revela que los diques de contención a la movilización popular, erigidos por el régimen, empiezan a ser  rebosados por la potencia beligerante de la multitud. Recordemos que el primer peaje lo constituía la propia dominación caudillista y carismática del
presidente Chávez, reforzado por la utilización de un discurso seudo-revolucionario vaciado de contenido y, lo más importante, de implicaciones concretas en la vida cotidiana de las mayorías. Dos irrefutables evidencias son tanto la insoportable situación de inseguridad y violencia como la agobiante inflación que hoy padece el país. Otros diques de la protesta popular han sido la utilización de organismos para-policiales, disfrazados de organismos de participación comunitaria, con los cuales se ha hostigado y enfrentado diferentes conflictos por reivindicaciones, así como la instrumentación de una serie de leyes y normativas que asfixian y restringen la posibilidad de protestar y organizarse autónomamente.

Cuando las demandas de los de abajo han logrado superar todos estos obstáculos, la respuesta del gobierno bolivariano no se diferencia en nada a la de sus homólogos: gas lacrimógeno, perdigones y detenciones, así como el asesinato de 8 personas entre julio del 2008 y julio del 2009.

El Gobierno intenta, cada vez con menos éxito, mantener la confrontación bajo la razón polarizada, la cual hasta ahora le ha generado beneficios. Sin embargo, cada vez le resulta más costoso las movilizaciones de apoyo, esconder el grosero enriquecimiento súbito de la casta boli-burguesa, mantener las apariencias de sus políticas sociales copiadas de la socialdemocracia adeca, disimular con nombres épicos la entrega de recursos energéticos al mercado globalizado dirigido por las compañías transnacionales y mantener a raya la insatisfacción colectiva. Por otra parte, la  oposición cupular de los partidos y los medios de comunicación privados, sin ningún tipo de sintonía con las clases populares, representa los intereses de una burguesía parasitaria de un próspero y autosuficiente Estado petrolero que ya no volverá.

Para los y las anarquistas el reto continúa: incidir en la recuperación de la autonomía combativa de los movimientos sociales, en donde puedan desarrollarse los valores de libertad y justicia social, así como construir una alternativa, desde ahora y con otros sectores en lucha, enfrentada radicalmente a las dos burguesías en pugna por el control de la renta petrolera, en el rol de socios locales de la globalización sin fronteras del flujo de dinero. Parafraseando a Daniel Barret, repetimos que en el contorno de dichas relaciones, el pensamiento y las prácticas anarquistas se ubican decididamente como resistencia al poder; y no para revertirlo, dulcificarlo, sustituirlo o duplicarlo, sino claramente para negarlo y hacerlo añicos en una convivencialidad revolucionaria propia de personas libres, iguales y solidarias.