Salario, cuidados y tareas tienen mucho que ver con la reflexión que podemos hacer sobre empleo y decrecimiento, entendiendo por decrecimiento la oposición consciente, voluntaria y socialmente autoorganizada al capitalismo y a su lógica de crecimiento desmedido, y utilizando como definición de empleo la del Instituto Nacional de Estadística: «Conjunto de tareas que constituyen un puesto de trabajo o que se supone serán cumplidas por una misma persona».

El salario, ese valor de cambio que nos dan en función de un trabajo y según las condiciones previstas en un contrato, es una convención humana versátil y elástica, que nos permite sobrevivir en la sociedad capitalista y alcanzar los estándares sociales de satisfacción de otras necesidades materiales y simbólicas que asumimos como dadas, generalmente inducidas, culturalmente legitimadas y socialmente validadas.

Los cuidados representan la base de la pirámide que muy recientemente, gracias a la economía feminista, nos hemos dado cuenta que no sólo es el sostén básico de la vida reproductiva, sino, y fundamentalmente, la red invisible de intercambios y trabajos, remunerados y no remunerados, que conforman una auténtica economía subterránea, mayoritaria y tradicionalmente protagonizada por las mujeres, sobre la que se asienta la economía real capitalista. Sin los cuidados y sus tareas, sin sus dedicaciones y tiempos, sin sus productos tangibles e intangibles, sin su desvalorización y sin su plusvalor no cuantificado, el capitalismo, el desarrollo, la cultura, la política y hasta la revolución -si algún día conseguimos que se produzca- no podrían existir.

Por último, las tareas, las labores la ejecución de cualquier trabajo, de cualquier operación, son relevantes en tanto que en su cotidianidad, sea ésta la del espacio doméstico o la de una oficina o una fábrica, se manifiesta de forma determinante la domesticación de los seres humanos por otros humanos; es decir, las relaciones de poder internas a cada relación social mantenida. Y lo son también porque en la medida en que asumamos su gestión, su gestación y su operatividad, de forma individual y colectiva, estamos reconquistando espacios de decisión y poder entre iguales; es decir, de libertad.

Los valores ecosociales del proyecto libertario abarcarían: 10 La austeridad como modo de vida. Consumir menos, tener menos objetos de uso y menos bienes inútiles, alargar la vida de los que tenemos, compartirlos y reutilizarlos, cambiarlos por otros, socializar los bienes culturales. Disfrutar de la vida y buscar el placer en uno mismo y con los demás, desalineándonos de las necesidades inducidas por el marketing y la publicidad. 20 La sostenibilidad como camino. Entender que todo proceso productivo y de generación de bienes y servicios se sustenta en un flujo de materia y energía finito y escaso, que afecta negativamente al equilibrio ecológico del territorio y del planeta en su conjunto. Promover servicios colectivos y gratuitos de transporte, restaurante, guarderías, etc.; hacer que los cuidados sean responsabilidad social y cooperativa; repartir el trabajo y trabajar menos… 30 El decrecimiento como meta. La acumulación capitalista y el crecimiento constantes implican el dominio de la lógica del mercado contra la lógica de la vida y de su sostenibilidad. Crítica radical del sistema capitalista, de los límites del crecimiento industrial y especulativo; elaborar alternativas de reconversión de las industrias contaminantes y despilfarradoras de materia y energía. Promover procesos cooperativos y autogestionarios, exigir la justa redistribución de la riqueza, potenciando la creación de bienes sociales, relacionales y ecológicos… Decrecer no puede significar otra cosa que plantar cara al proceso continuo de acumulación capitalista, desde la insoslayable urgencia ética de barrer de la historia el dominio y la explotación de las personas por otros seres humanos. Y este plantar cara es sin duda una tarea ingente, que por urgente no es menos compleja, y seguramente siempre será incompleta. Porque estamos hablando de lucha anticapitalista, de trastocar las relaciones de poder, de transformar la sociedad.

Colocamos el decrecimiento como meta, en lugar de considerarlo medio, porque necesitamos hablar de valores prácticos que orienten nuestras decisiones aquí y ahora, que ejemplifiquen lo que queremos transmitir con ello.

No podemos contentarnos con partir del decrecimiento mismo; necesitamos ejemplificar una sociedad distinta y actuar en consecuencia aquí y ahora. La austeridad voluntaria posibilita la denuncia del despilfarro, la ostentación, la riqueza y el consumismo. La sostenibilidad permite repensar todos los aspectos económicos y sociales en función de valores comunitarios de los que nadie puede ser excluido; trabajar menos para trabajar todos, pero también poner en el centro del mundo del trabajo la libertad individual y colectivamente considerada, autogestionaria, que priorice y facilite el derecho de las personas a elegir ocupación, a cambiar de empleo y de lugar, decidiendo entre los implicados la jornada y los modos de producción, así como lo que se produce, distribuye o intercambia.

El decrecimiento sólo puede ser una meta, para acceder a la cual necesitaremos de la participación efectiva y consciente del conjunto de la población, que requiere un cambio de las mentalidades y una coordinación de iniciativas y luchas para su consecución, algo que sólo impulsaremos siguiendo en nuestro pensamiento y actuación criterios de austeridad y sostenibilidad.

De austeridad y sostenibilidad saben mucho las mujeres en general, y especialmente las mujeres empobrecidas. En cuanto sostenedoras de los cuidados de la vida, pueden enseñar mucho de lo que habría que hacer en un escenario de decrecimiento, de autorrealización, del buen vivir viviendo con menos pero más armónicamente con los demás, con el entorno y con una misma.

En una sociedad decrecentista todo está por hacer y reinventar: las macrociudades actuales carecerán de sentido, la industria sufrirá una transformación que la haga menos despilfarradora y no lesiva con el agua y el aire que debemos respirar, se priorizará la agroecología, las pequeñas y medianas explotaciones avícolas y ganaderas, la distribución de proximidad, el comercio entre iguales, la reconstrucción de la naturaleza y su biodiversidad. Todo ello llevado a cabo de forma colectiva y participativa, de forma que todas y todos decidamos cómo hacer las cosas, cómo satisfacer las necesidades, cómo atender a los cuidados, como relacionarnos, hablar, hacer cultura compartida y atender colectivamente a las necesidades de salud, educación, transporte.

Sólo en el capitalismo se produce desempleo estructural como elemento de presión y sometimiento de las clases trabajadoras. Las nuevas actividades de una sociedad decrecentista requerirán trabajo que podrá ser de otro tipo, más acorde a las capacidades humanas en formas y ritmos. Pero tampoco tendrá sentido hablar de pleno empleo, sino de la necesaria aportación de cada uno a la satisfacción de las necesidades colectivas, muy lejos del actual encadenamiento a largas jornadas de trabajo exhaustivo y anulador. Esta es la meta a la que no será sencillo acceder, porque serán muchos los problemas que solventar y los conflictos que afrontar, muchas, sobre todo, las resistencias de los poderes que, llegado el caso, querrán gestionar el decrecimiento para perpetuar su dominio a costa de mayores cotas de desigualdad, pobreza y exclusión. Por eso el decrecimiento, lejos de quedarse en el plano de lo personal, es necesario que se plantee como propuesta social desde la que confrontar con lo existente.

Si no logramos una sociedad justa en medio del necesario decrecimiento, estamos abocados a un mundo más cruel y desigual que el que ahora vivimos.

En el camino, austeridad y sostenibilidad serán las claves a la hora de afrontar los retos y buscar caminos; ellas ya tienen que estar marcando los cambios que tenemos que introducir en nuestra actual actuación y planteamientos sindicales y sociales.