Debido al lento desarrollo de la industrialización capitalista en la península, la clase obrera pudo conservar las tradiciones precapitalistas que regían el mundo del trabajo. Así pues, su formación dio lugar a una sociedad convivencial comparable al colectivismo agrario que había perdurado en el campo hasta la venta de las tierras comunales. A dicha sociedad, la Asociación Internacional de Trabajadores proporcionó conciencia de clase específica, portadora de ideales universales de emancipación. La proletarización posterior debida a la maquinización, a la desaparición de los oficios y a la constitución de un mercado nacional, hubiera acabado con la fraternidad y el sentido comunitario del medio obrero a no ser por las tácticas del sindicalismo revolucionario, que supieron conservar el espíritu de clase y apartar al proletariado de la servidumbre política de la socialdemocracia.