Celebrar la esperanza y conmemorar la derrota
Cultura,
La construcción de una memoria libertaria en la reciente bibliografía sobre el anarquismo hispano.
Daniel Parajua – Antropólogo y Profesor de Enseñanza Secundaria
David Seiz – Doctor en Historia
La construcción de una memoria resulta esencial en la configuración de la imagen que las comunidades se hacen de sí mismas. El anarquismo ha construido la suya esquivando a menudo la memoria que sobre él han hecho otros, defendiendo su propia memoria desde la militancia y disponiéndola como modelo de transformación. Es difícil entender la imagen que el anarquismo tiene de sí, sin reparar en el uso que se ha hecho de la historia del movimiento libertario y en el cultivo de una memoria elevada sobre hechos, figuras y mitos determinados.
«Articular históricamente lo pasado no significa ‘conocerlo como verdaderamente ha sido’. Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro. /…/ El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.»
Walter Benjamin. – Tesis sobre el concepto de Historia. Tesis VI
A contrapié de los usos comunes, la historia del anarquismo es una historia de derrotas, de esperanzas truncadas, de rupturas y de breves e intensos gestos. El carro triunfal de los vencedores, vehículo habitual de los grandes relatos históricos, es para el anarquismo una conmemoración de las experiencias que pudieron ser y no fueron, fogonazos de gloria arrumbados en los márgenes de la historia.
A diferencia de otras ideologías, el anarquismo no ha tenido influyentes herederos que definieran su memoria y el discurso oficial lo ha condenado a la excentricidad, la excepcionalidad o una ingenuidad purista o desesperada.
Empeñado en romper ese discurso, el anarquismo ha procurado escribir su propia historia, una «historiografía militante» tal y como la define Susana Tavera (TAVERA, 2002) capaz de contrarrestar los olvidos de la historia académica y de cuyos esfuerzos son ejemplo los esfuerzos de algunas editoriales, un puñado de librerías y fundaciones vinculadas al sindicalismo anarquista, como la Anselmo Lorenzo o la Salvador Seguí.
Toda comunidad precisa de una memoria, un relato que dé sentido al presente a través de apropiarse y reconocerse en el pasado. La memoria se construye sobre imágenes, sobre objetos, sobre la reclamación de ciertos personajes o de ciertos acontecimientos. La elección de los mismos no es casual y se establece desde las necesidades de un presente que se reconoce en ellos y que a través de ellos trata de construir un relato coherente. En esa construcción no faltan individuos carismáticos, una lista de cuentas pendientes, un catálogo de traiciones, de engaños y de villanías y por supuesto, una nómina de enemigos declarados u ocultos. Los símbolos y las conmemoraciones, como ésta en la que estamos, completan ese edificio inmaterial donde habita el recuerdo, donde nos reconocemos y donde acudimos a buscar las esencias de nuestra comunidad.
La construcción de la Memoria
Ciertamente la cuestión de la memoria es abordada desde muy diversas ciencias y disciplinas que, a su vez, contienen infinitas perspectivas y puntos de análisis. Se trata de un asunto de gran importancia política que se sitúa en el centro mismo de las luchas por imponer las versiones legítimas de la realidad, en sus versiones del pasado, y en sus justificaciones del presente.
Desde las primeras civilizaciones, los poderosos han procurado reescribir el pasado, seleccionar los recuerdos, transformarlos y recomponer historias que justifiquen su estatus de dominación. Este juego, sin duda de grandes efectos para nuestra vida cotidiana, puede ser analizado desde la psicología, el derecho, la moral y la ética, la lingüística y la literatura, el arte, la filosofía, la geografía y, como no, la historia y la historiografía. En realidad, prácticamente todas las disciplinas que toman por objeto al ser humano tratan la cuestión de la memoria de alguna manera y lo hacen desde perspectivas teóricas e ideológicas muy diversas. Así lo hace también la sociología y la etnología que, insertas también en las luchas entre los dominantes y los poderosos con los grupos de impugnación de la dominación, nos pueden ofrecer una interesantes aportaciones, bien a partir de sus programas más críticos, bien debido a la peculiar manera en que diseñan sus técnicas de análisis, mucho más cualitativas y basadas en un contacto prolongado e intenso con las personas.
En primer lugar, desde una propuesta crítica, estas disciplinas abordan necesariamente el cuestionamiento de los propios procesos sociales y culturales por medio de los cuales reconstruimos la memoria, en lo que constituye todo un ejercicio de ruptura con los lugares comunes o del «sentido común», algo nada fácil de acometer dada la potencia que tiene nuestra sociología espontánea y sus verdades asentadas por la lógica mediática o por la política hegemónica. Así, desde esta perspectiva, la memoria es reconstruida permanentemente y tiene mucho que ver con el presente, que es donde se pone en juego, en medio de un contexto de luchas políticas desiguales.
Ese ejercicio de reconstrucción social y cultural remite a unos modelos de narración y a unos marcos para su comprensión y explicitación. Cabe preguntarse, pues, cómo se elabora esa memoria, cómo se hace con el olvido, qué significados les otorgan los grupos y las personas, en qué universos simbólicos se inscriben y a qué lógicas narrativas se adhieren. La propuesta etnográfica parte, por lo demás, de la base que las formas del recuerdo y de coherencia de los relatos varían culturalmente.
Una segunda fase tiene que integrar este primer estudio en el contexto de las luchas ideológicas y de poder.
Para ello será necesario acometer la reconstrucción de las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales en que se produce esta reconstrucción. En el contexto de las relaciones de poder y las fricciones entre grupos, qué modelos narrativos son legítimos y cuáles no: se trata de un ejercicio de explicitación de las pautas estructurales que subyacen en un determinado conjunto de procesos sociales (Bertaux).
Entendido así el análisis etnográfico y sociológico, cualquier intento de acometer la cuestión de la memoria tiene que hacerse adoptando el trabajo de campo como instrumento básico de acercamiento a la realidad de las gentes y los grupos. Un punto nada anecdótico, ya que una apuesta seria por abordar las versiones de las personas, lo que piensan, recuerdan, explican y obvian, nos aporta una importante cantidad de información presidida por una característica poco habitual en el estilo de pensamiento del sentido común: las ambivalencias, ambigüedades, contradicciones y fricciones entre datos, opiniones y sucesos. La narración misma de un pasado sin fisuras ni contradicciones debe tomarse como objeto de estudio y, por tanto, cualquier discurso acerca del pasado (sea la memoria individual, sea el intento de aclarar parte de nuestra historia común) conlleva la necesidad de remontarnos a las condiciones de producción de los discursos (con sus elementos en juego, de poder, de clase, de género…) y a las condiciones estructurales (políticas, económicas…) de los modelos de verdad.
La opción de «dejar hablar a la gente», atractiva en primera instancia, no es inocente ni inocua. A la hora de comprender desde dónde las gentes construimos nuestros discursos es necesario introducir importantes dosis de reflexividad, por ejemplo en el papel del encuestador: tan importante como atender a lo que nos dice la gente es comprender desde dónde hacemos las preguntas (por ejemplo, a la hora de imponer modelos dominantes burgueses o esquemas del «sentido común»). Teniendo esto en cuenta, abordaremos un análisis situado de las personas y grupos que exponen versiones del pasado (sean historiadores, grupos políticos o personas que narran su vida); como señalara Bourdieu, para comprender una trayectoria, de una persona —o de un grupo—, hay que reconstruir los estados sucesivos del campo social en el que se ha desarrollado ésta, el conjunto de relaciones objetivas que unen a un individuo o un grupo y su vinculación con otros agentes sociales.
En definitiva, la etnología contiene un programa de trabajo que reflexiona acerca del valor referencial de la información —¿se habla de lo que se dice?—, introduce cuestiones sobre los procedimientos culturalmente mediados de construcción del sujeto, sobre los esquemas y modelos culturales que organizan la información, el uso de tropos —metáforas y metonimias, sobre todo, que siempre son algo más que adornos estilísticos— estereotipos discursivos y modelos narrativos. Lejos de elaborar imágenes nítidas y unidireccionales, este análisis nos servirá para reconstruir lo más fielmente posible la complejidad de las trayectorias humanas en el tiempo, poniendo en cuestión uno de los puntales del pensamiento occidental que organizan más claramente nuestra vida cotidiana: aquel que señala que la vida es un recorrido en el que nuestros actos guardan coherencia —seamos o no conscientes de ello—. Desde el punto de vista metodológico, un trabajo de carácter crítico que se base en historias de vida pueden poner en cuestión las generalizaciones y dar la oportunidad de abordar las ambigüedades, las contradicciones, la falta de coherencia de las vidas y los sucesos, matizando así las grandes narraciones. Y todo este programa de trabajo que ubica social y culturalmente la reconstrucción de la memoria nos abre las puertas para un análisis crítico porque desenmascara y objetiva los recursos narrativos legitimadores, efectivos, con efecto de verdad o que componen el régimen de verdad en una sociedad y en un momento dados y, con ello, los modelos dominantes y de los dominantes; además invita a tener en cuenta el contexto general del relato, tanto en lo relativo al momento en que se produjeron los hechos como ahora, cuando se hace necesario realzar o no un tipo de relato sobre aquellos hechos. Al fin y al cabo, se explicitan los juegos y luchas por imponer versiones legítimas del pasado, bien relativos a las biografías de las personas y los grupos, bien relativos al conjunto de una sociedad.
A un nivel más concreto, si se trata de abordar críticamente algunas de las narraciones que realizamos acerca de nuestro pasado y la nuestra historia más reciente, puede resultar de interés tener en cuenta algunos elementos a objetivar —es decir cuestionar y no tomar como pruebas de realidad o de veracidad— para ese análisis.
Por ejemplo, en nuestro contexto cultural domina el modelo lineal y, más concretamente, el de la línea recta (Lizcano) en el cual se ubican los sucesos; en ese entramado básico que damos por sentado es donde pretendemos insertar los hechos y sucesos con coherencia, aún cuando la vida que llevamos y la que protagonizan los grupos humanos está llena de incoherencias. En ese mismo esquema impera el modelo hegemónico burgués, masculino y occidental que pretende señalar a determinadas vidas como hechos singulares, originales y separados del resto, aún cuando las vidas individuales se asemejan, en muchos aspectos, a las de otros individuos y en este presupuesto se ignora la potente marca de clase en la estructura narrativa. Esta pretendida —e interesada— singularidad se apoya en la confusión entre sueños, opiniones, convicciones y posturas tendenciosas que filtran la memoria y plantean serios problemas para distinguirla de la imaginación –ambas hacen presente algo ausente-.
Contenido también en este modelo narrativo de los dominantes se encuentra el uso, muy frecuente, de la falacia de la atribución de motivos a los hechos y sucesos que protagoniza la gente, especialmente las personas que se señalan como protagonistas de la historia. Así, es frecuente encontrar variaciones sobre este esquema que señalan a las vidas de las gentes y los hechos históricos como productos finales, o bien como un motor de otros hechos sociales, así como símbolos de una época, ejemplos de una situación global o resumen de toda una cadena de acontecimientos.
En estos modelos narrativos del pasado, las clases dominantes y sus protagonistas se ubican en posiciones de gran dinamismo ante los hechos sociales y las masas proletarias, el lumpen o los dominados aparecen representadas como masas informes que componen grupos caracterizados en términos generales. En todo caso, si algún individuo destaca de entre los dominados es para contener en él los estereotipos del grupo. Si el individuo burgués occidental es emprendedor y dueño de su historia, el proletario es un engranaje de la misma y se encuentra sometido a los vaivenes de la misma. Las narraciones de las vidas pasadas de los dominantes incluyen buenas dosis de azar o casualidad, de acontecimientos conscientes y de heroicidades, modalidades todas ellas que se ponen en juego en el presente de manera interesada en el contexto de las luchas por la legitimidad de las narraciones del pasado.
Insistiremos en la idea: la vida y la historia de los otros, extraños, marginados, heterodoxos, rebeldes, adversarios y derrotados se cuenta en base al modelo hegemónico dominante, que en el contexto cultural occidental modelo incluye elementos como el protagonismo y centralidad del individuo, que dibuja su propia imagen y va unida a esa idea de la originalidad de cada vida, que se relaciona con la creciente atomización de la esfera de los social y desvinculación de los individuos a grupos de pertenencia —clase— para pasar a formar parte de grupos flotantes y variables definidos por los expertos. Ahí impera, como se ha señalado, el personaje histórico asociado al individualismo occidental, burgués, masculino, que corresponde a lo que Gusdorf denomina individuo post-copernicano. El régimen de verdad hegemónico se impone en la reconstrucción de la memoria y propone los modelos narrativos que expertos y técnicos refuerzan y difunden.
Por tanto, la reconstrucción de la memoria se produce en un contexto de luchas desiguales por exponer —e imponer— narraciones legítimas o lo que Gagnier llama articulaciones estratégicas de juegos de poder lingüístico.
Explicitar la potencia de las estrategias de los dominados no es una invitación al derrotismo sino más bien un ejerció necesario para acometer la impugnación de esas verdades asentadas sin cuestionamiento. En realidad, tal y como señala Gagnier, siempre ha habido obstáculos para una memoria proletaria. No es nuevo señalar que las mujeres, los proletarios, los esclavos o el lumpen han encontrado siempre serios problemas de autodesignación en el escenario de las luchas por exponer e imponer historias y son grupos permanentemente sometidos a lo que Ricoeur, junto a De Bouvoir, llama heterodesignación.
Cualquier trabajo de reconstrucción de la memoria del proletariado en general, o del anarcosindicalismo en particular, no son meros ejercicios de recuerdo y de organización de datos sino que se inscriben en las luchas presentes por legitimar un statu quo o por finiquitar proyectos revolucionarios, o por reactivarlos e impugnar ese estado de las cosas asentado como verdad inamovible. Hoy, esta cuestión es de enorme calado estando como estamos inmersos en un proceso en el que las clases dominadas están sufriendo un extenso proceso de desproletarización, tal y como señala Wacquant, y donde los grupos dominados son progresivamente atomizados, redefinidos, acotados y parcializados. No es, por tanto, anecdótica la lucha política por hacerse con la portavocía del pasado, que filtre olvidos y reconstruya la memoria para dar coherencia a los relatos del presente, aquellos que nos hablan de un «nuevo escenario económico», de la «globalización», de la «flexiseguridad » o de la necesidad de «apretarnos el cinturón», por poner algunos ejemplos a mano.
Pasemos pues, una vez esbozado este marco, a desarrollar un breve análisis de distintos tipos de construcciones de la memoria del anarquismo, todas ellas con un tipo de interpretación del pasado pero también con una postura muy concreta respecto a su presente y aún su futuro. Estas construcciones se alinean en torno a tres ejes dispares e incluso contradictorios y se inscriben en un contexto político, el actual, mediático y cultural en el que, no lo olvidemos, viene siendo difícil establecer discursos emancipatorios y contestatarios. Veamos cómo se exponen estas narraciones en ese contexto donde parece que se dan por finiquitados los proyectos revolucionarios a la vez que se siguen buscando resquicios para la impugnación de los dominantes y poderosos.
La Memoria Anarquista. Tres modelos en la bibliografíaa más reciente
La memoria del anarquismo se ha elevado sobre tres modelos que se complementan y que a veces resultan contradictorios. En primer lugar y a menudo desde la historia oficial el anarquismo ha sido tildado de ideología de «chiflados», una ideología caducada y de breve relevancia histórica. No son otras las conclusiones a las que llega la reciente obre coordinada por Julián Casanova. En segundo lugar encontramos una memoria libertaria que desde la militancia y como reacción a la primera, hace una narración idealizada ensalzando los proyectos, construcciones e ideales del anarquismo de hace un siglo. Este relato a menudo rayano en un misticismo laico que encarece el peso de los ideales libertarios es esencial para entender buena parte de la bibliografía sobre el anarquismo y juega un papel fundamental en la memoria del movimiento libertario. Encontramos aquí obras de muy diferente intención y fundamento, desde los primeros encargos historiográficos de la propia organización, a la abundantísima literatura autobiográfica. A medio camino entre la historia y la militancia, intentan encontrar un camino que sin escamotear las simpatías desde las que se escriben tengan la solidez histórica precisa para contrarrestar en el mismo campo el discurso dominante. Las biografías de las grandes figuras del anarquismo, completan un género que a veces se acerca más a la hagiografía que a la historia, «docudramas» que sin falsear el discurso histórico ponen su peso en la inmediatez de lo emocional. Por último la tercera de las formas en las que la memoria anarquista se construye, pretende subrayar la pervivencia de las esencias del anarquismo en los movimientos sociales del presente, heterogéneos y dispersos, y que tuvieron en los albores del anarquismo sus primeras manifestaciones. El movimiento libertario es aquí la esperanza de una izquierda desarbolada que busca en él estrategias y modelos capaces de escapar de la trampa histórica tendida por el socialismo real y la socialdemocracia. Un excesivo ensanchamiento de los ideales anarquistas lleva en este modelo a convertirse en un vago libertarismo bajo cuya bandera se acogen propuestas diferentes, a veces contradictorias pero con cierto aire de familia. Aquí las palabras pierden significado, ejercen de anarquistas quienes no se plantean esa etiqueta mientras quienes a menudo mantienen la marca, se pierden en simplificaciones que sin pretenderlo se alejan de los fundamentos del Ideal.
El libro coordinado por Julián Casanova, Tierra y Libertad; Cien años de anarcosindicalismo en España, escrito a propósito de la exposición celebrada en 2010 en Zaragoza con el mismo nombre, responde al primero de los modelos. En este título que recoge la colaboración de un número notable de especialistas en diferentes aspectos del anarquismo hispano, curiosamente las alharacas conmemorativas terminan por levantar acta de defunción del anarquismo. En la introducción al libro Casanova comienza con una frase que resuena como un aldabonazo.
«OCHENTA AÑOS. ESO ES lo que duró la semilla, la siembra y la cosecha anarquista…»(sic., las mayúsculas en el original).
La consideración de «anormalidad» y de «excepcionalidad » del arraigo del anarcosindicalismo en Barcelona —«lo normal hubiera sido el socialismo, la ‘doctrina científica’ que necesitaba el proletariado»— y todo esto en la primera página, parecen cumplir todas las prevenciones que desde el movimiento libertario se han tenido sobre el papel de la «academia» en la construcción de su historia.
Aunque no cabe discutir al profesor Casanova la riqueza y profundidad de sus estudios sobre el anarquismo hispano, la normalidad del socialismo y la anormalidad del anarquismo parecen términos con una carga valorativa que extrañan en una obra que con estas afirmaciones conmemora el anarquismo enterrando al conmemorado.
Resulta inquietante la repetición de la tesis del coordinador en el artículo de Álvarez Junco, que finaliza su repaso de la «filosofía política del anarquismo español» con otra sorprendente predicción: «La secularización de la sociedad española, por un lado, y por otro la fuerte expansión y relativa modernización de los servicios públicos, con el correspondiente crecimiento del Estado, del que hoy es imposible pensar en prescindir, serían las claves que explicarían la erosión de la influencia anarquista. Y esos mismos cambios políticos y culturales convierten en muy poco probable que los años venideros sean de nuevo testigos de un fenómeno similar al anarquismo clásico. Algo muy distinto es que existan núcleos libertarios en universidades o en medios artísticos minoritarios. La presencia del ‘ácrata’ sólo confirmaría que han pasado a la historia los viejos ‘anarcosindicalistas’».
La tesis defendida por Casanova y Álvarez Junco sobre la pervivencia del anarquismo en el presente y su reducción a una fenómeno histórico cuya presencia marginal y anecdótica, están relacionadas con la idea de excepción hispana en la Historia de los movimientos sociales. La historia juega a la contra del movimiento libertario que queda al margen tanto de las construcciones políticas del socialismo real, como de las dinámicas reformistas y pactistas de la socialdemocracia. Esa concepción de lo real y lo posible, orilla la propuesta anarquista y la convierte en una suerte de «alternativismo», una fiebre de juventud despistada, común a la reacciones poco estructuradas y de poco recorrido de algunos movimientos sociales.
A la contra de esta historia oficial u oficializada, la historiografía militante es mucho más amable con el pasado del movimiento, y más allá de las virtudes históricas que tiene o de las taumatúrgicas que también, es sin duda un elemento esencial para conocer el anarquismo presente, sus debates y sus esperanzas. Entre las publicaciones más recientes, Anarquistas de Dolors Marín recoge en buena medida esta mirada hacia atrás amable y transitando por aspectos poco conocidos del asociacionismo anarquista y de algunos de sus centros de interés. El estudio de Dolors Marin, desde la sensibilidad por la recuperación de una memoria silenciada por la historiografía oficial, acude a fuentes primarias diversas en las que la entrevista, la memoria escrita, las hojas sueltas y la autobiografía ocupan un amplio espacio. A partir de ahí la autora hace un retrato de un anarquismo colectivo y anónimo que huye del análisis dominante en los ambientes universitarios, donde, a su juicio, «sólo tienen sentido las memorias de los militantes vinculados a la acción política destacada —y ligada a cierto tipo de violencia— o que ocuparon cargos relevantes. Los anónimos que formaron legión y que fueron la base del amplio movimiento anarcosindicalista español parecen doblemente condenados al olvido».
La reconstrucción del imaginario social cultural y político del anarquismo nos permite alejarnos de la idea habitual sobre la naturaleza del movimiento libertario.
La reclamación de la educación como principal palanca de transformación del individuo y la búsqueda de ese «hombre integral» (un concepto del siglo XIX muy querido para los anarquistas de la época), que habría de ser la esencia verdadera de la transformación social que se pretendía, forman parte esencial del programa del anarquismo retratado por Dolors Marin. La importancia que la autora da a esta educación anarquista está en la capacidad de la misma de dotar a sus protagonistas de las herramientas necesarias para comprender el mundo e intentar transformarlo. Ateneos, bibliotecas obreras, y una larga serie de iniciativas desde el naturismo al vegetarianismo, pasando por el internacionalismo pacifista, la lucha por la emancipación femenina o la educación sexual, forman parte de esta historia olvidada que sin embargo tiene la relevancia de forman parte todavía de las reclamaciones e iniciativas del presente. La amplitud de la mirada que nos ofrece la autora es magnífica y nos lleva a una visión del anarquismo lejana de las negruras del pistolerismo, de los dramas rurales y urbanos corrientes en otras historias del anarquismo. Sin duda la obra de la autora catalana es un relato amable y esperanzador, por más que la ruina de estas iniciativas provocada por la guerra Civil y la postguerra nos dejen ese amargo sabor de proyecto truncado.
El valor de esta memoria positiva y orientada a encaramarse al futuro, contrasta con el sabor que nos dejan otras obras como la Carlos García-Alix, El Honor de la injurias: Busca y captura de Felipe Sandoval, que refleja esa visión oscura de una vida marginal tan del gusto de ciertas visiones sobre el anarquismo. Las biografías anarquistas acuden a estos contrastes, los hombres que elevados sobre la iniquidad resisten y dignifican la Idea a través de su actuación personal, o la de aquellos que apoyados en la marginalidad terminan encarnando ese rostro siniestro del movimiento libertario que alimenta su peor imagen y a menudo la más celebrada. Las biografías sobre los grandes protagonistas del anarquismo hispano han edificado una suerte de patrología anarquista que es parte esencial de la bibliografía sobre el movimiento libertario y forma parte de la esencia de su memoria. Algunas de las más recientes, como las dedicadas a Federica Montseny (las de Susana Tavera o la de Irene Lozano), la novelada biografía de Melchor Rodríguez El ángel rojo» de Alfonso Domingo, o la biografía de Cipriano Mera del reciente largometraje de Valentí Figueres Vivir de pie (2009), son ejemplos de este género hagiográfico que alcanzó su máxima expresión en El corto verano de la anarquía; Vida y muerte de Durruti de Hans Magnus Enzensberger.
En último lugar hay una memoria empeñada en descubrir el anarquismo presente impugnando su obsolescencia desde la práctica de nuestros días. Félix García Moriyón hablaba en Senderos de Libertad de un aire de familia común a todos los libertarios, y la reciente y breve obra de Carlos Taibo sobre el anarquismo, resalta también ese aire y atribuye a esa indefinición de sus manifestaciones parte esencial de su éxito presente. Libertari@s: Antología de anarquistas y afines para uso de las generaciones jóvenes (2010) contradice esa idea de anarquismo anquilosado, simplista y violento tan frecuente.
Taibo utiliza para ello una colección de textos, un ramillete de citas organizadas en torno a los grandes temas del universo libertario, el estado, el poder y la democracia, el orden económico existente y las alternativas del socialismo real, la autogestión, el apoyo mutuo o el sindicalismo. Podríamos hablar también de una memoria militante, pero por encima de esta militancia cabe destacar en la obra de Taibo su reclamación del anarquismo como «un pensamiento vivo e iconoclasta que se niega, afortunadamente, a morir y que por momentos nos ofrece claves de explicación del mundo contemporáneo, mucho más lúcidas que las aportadas por otras cosmovisiones que la historia ha tratado, sin duda, de forma más generosa». El intento de Taibo pasa por desterrar las simplificaciones, los anarquistas no buscan una sociedad sin organización sino que rechazan las organizaciones fundamentadas sobre principios coactivos. El anarquismo no es una forma de desorden es una forma distinta de fundamental el orden las sociedades. El capítulo que antecede a la colección de textos y el «epílogo recopilatorio» se esfuerzan en presentar la ideología anarquista como un elemento esencial para el renacimiento de un pensamiento de izquierdas.
El pensamiento anarquista subyace bajo los discursos y las prácticas del feminismo, del ecologismo, del pacifismo, los movimientos antiglobalización o de quienes propugnan el decrecimiento. Ante una socialdemocracia rendida y un socialismo real fracasado el anarquismo parece elevarse por detrás de los nuevos movimientos sociales, aunque a menudo lo haga tras otros nombres. Libertari@s es algo más que una recopilación de textos, es una llamada de atención militante sobre una ideología que lejos de pertenecer al pasado parece encerrar lo más esperanzador del presente.
Decir que hoy el anarquismo es una ideología plural y en continua evolución sería afirmar que en algún momento fue algo diferente a esto. El debate, la permanente revisión de los postulados, y los tropiezos entre tendencias diferentes han sido constantes en la historia del anarquismo. La memoria se construye por ello con dificultad, hay ejemplos para cada caso; para la colaboración, para el aislacionismo, para la planificación o el asamblearismo esencialista. La historiografía oficial ha dado a menudo una visión marginal del anarquismo, elemento distorsionador de las dinámicas sociales y políticas del país y excepción sindical que refuerza la propia excepcionalidad histórica española. Una visión sórdida sobre el anarquismo que a menudo parece heredera de las políticas represivas de los sucesivos gobiernos empeñados en poner coto a la extensión del ideal libertario y que retrata agudamente José Luis Gutiérrez Molina (2008) en El Estado frente a la anarquía: Los grandes procesos contra el anarquismo español (1883-1982). No es extraño que el anarquismo, sintiéndose despreciado por la historiografía oficial haya intentado desde muy temprano escribir su propia historia. La paradoja es que empeñado en desarmar un discurso a menudo hostil esta historiografía militante haya pecado del exceso contrario, el de dibujar una imagen en exceso idealizada de las vicisitudes y acontecimientos que marcan la historia del anarquismo.
La memoria es una obra en permanente reconstrucción, hoy entre conmemoraciones el anarquismo vuelve su mirada de nuevo al pasado. Aunque la memoria nos exija seguir rescatando las biografías y la historia del movimiento libertario, el presente nos obliga a replantearnos el papel del anarquismo hoy. El peso del pasado del anarquismo es muy poderoso, quizás por ello esa gravosa memoria del pasado haya conducido a un pensamiento libertario oculto tras otras banderas. Decirse anarquista lleva a menudo a pensar en términos pretéritos cuando no marginales y a menudo exige una labor de desmitificación tan ardua como agotadora. El esfuerzo por construir una memoria tan poderosa amenaza con hundir todo el edificio, quizás no haya que recordar tanto, sino recordar de entre la riqueza del movimiento libertario, otras cosas.
Acercarnos a algunas de las entrañas de la actividad memorística puede, no obstante, facilitarnos algunas pistas acerca de los procedimientos para la impugnación de la historia hegemónica, que necesariamente tiene que pasar por ensayar modelos que provoquen rupturas con la sociología espontánea y el «sentido común» así como la fractura de los modelos narrativos de los dominantes.
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