Va para cuatro años de crisis y cada vez pinta peor. Pinta peor para nosotros, a los que nos impusieron la crisis, los que nos la dejamos imponer. Pinta mejor par el capitalismo financiero, el que provocó la crisis de la que ha salido fortalecido, más agresivo que nunca, dispuesto a imponer su ley contra todos y contra todo.

Nuestra crisis no es «la crisis», es la salida a la crisis, la que cada día nos siguen imponiendo, paso a paso, recorte a recorte, privatización a privatización. La que cada día seguimos dejándonos imponer.

Financiaron con dinero público a las entidades financieras, las mismas que ahora, estrangulando las finanzas públicas, nos imponen su salida a la crisis: reforma laboral, pensiones, privatizaciones, regresión fiscal y presupuestaria, recortes sociales… Ninguna de esas medidas nos saca de la crisis, al contrario, nos mete en ella. Todas, absolutamente todas esas medidas tienen por único objetivo un trasvase de dinero a favor de los beneficios del capital, apretando, de momento, más a los que menos tienen. Nos acabará legando a todos.

A cambio, nos anuncian brotes verdes, nos prometen futuras recuperaciones en las que se volverá a generar empleo y, con él, volverá una nueva época de abundancia generalizada. Seguramente con su discurso consiguen convencer a la opinión pública (¿es alguien o simplemente es algo que mantienen flotando?), pero, ¿nos convencen a nosotros?, ¿creemos que va a haber una salida a la crisis y que volverán épocas de bonanza y de un relativo reparto y bienestar para la mayoría de nuestras poblaciones? Repiten el discurso de que un mercado laboral más flexible y barato (para empujarnos al cual son necesarias la reforma laboral y los recortes en las ayudas sociales), acompañado de un incremento de los beneficios empresariales (impulsado por los recortes fiscales y la apertura de nuevos frentes de negocio otorgados por las privatizaciones y la degradación de los sistemas públicos de pensiones, sanidad y enseñanza) va a servir para la recuperación económica y la generación de empleo.

Pero no hay ningún dato que indique que ese discurso, que en otros tiempos funcionó con un grave coste social, hoy siga teniendo alguna validez. Por el contrario, todo parece indicar que esa dinámica, que siempre fue radicalmente injusta, aunque consiguiéramos derivar al exterior sus costes más severos, hoy ya no sirve ni para nuestras sociedades.

Estamos en proceso del desmantelamiento del estado de bienestar, la degradación de las condiciones laborales y salariales, y el arrasamiento de las arcas públicas, y todo eso con el beneplácito de los gobernantes y, lo que es más grave, con una desesperante pasividad social. Caminamos hacia una sociedad más empobrecida, con garantías y derechos sociales en retroceso, y es una situación de empobrecimiento que cada vez afecta a sectores sociales más amplios. El cuarenta por ciento de los trabajos tiene una retribución inferior a los 800 € mensuales. Esa es la tendencia, si ayer se hablaba de mileurismo para caracterizar una sociedad paulatinamente empobrecida, hoy ese nivel de empobrecimiento está muy superado y abarca a mayor porcentaje de población, si ayer el acceso a la vivienda era difícil, hoy la están perdiendo buena parte de quienes la habían adquirido, mientras que los bancos se están convirtiendo en las mayores inmobiliarias… Y seguimos avanzando en la misma dirección. Cierto que se mantiene un importante nivel de consumo, pero es un consumo cada vez más secundario y más distante de la satisfacción de las necesidades reales y de la capacidad de una vida autónoma.

Tenemos, además, menor capacidad de enfrentamiento a unos poderes económicos, fundamentalmente financieros, más fuertes. De ese retroceso da buena medida la última huelga general de septiembre, con muy escasa incidencia real en la producción y con nula capacidad de impulso y firmeza, resultado de unas relaciones laborales deterioradas (trabajo negro, falsos autónomos, precariedad…) en unos puestos de trabajo cada vez más subordinados y con menor relación con la satisfacción de necesidades, y resultado, también, de un sindicalismo que cada vez tiene menos carácter de organización de trabajadores para la defensa colectiva de sus intereses, con nula credibilidad y que parece participar fielmente de los presupuestos de la necesidad de impulsar la recuperación económica bajo el modelo de la productividad.

Naturalmente la pregunta que tenemos que hacernos es la de qué hacemos nosotros en la actual situación. No confiamos en una hipotética recuperación económica ni tampoco la queremos; no queremos que se nos generen nuevos puestos de trabajo con escaso o nulo valor social añadido. No queremos políticas económicas expansivas (vía incentivos al consumo o vía megaobras insensatas que relancen el ciclo), que, además, no es viable ecológicamente, pero tampoco queremos políticas recesivas impuestas, dirigidas, como siempre, a recortes sociales y privatizaciones.

Queremos reparto, así de sencillo. Así de difícil, en la realidad. Naturalmente, el reparto implica invertir la tendencia de incremento de los beneficios y las desigualdades, invertir el trasvase cotidiano de riqueza, desde los que tienen menos a los que más tienen, y de lo público a lo privado.

Queremos reparto dirigido prioritariamente a la satisfacción de las necesidades, no tanto al incremento del consumo, aunque sea para una mayoría. Ese reparto, en la actualidad, está más ligado a la austeridad que a un relanzamiento, nada deseable, de la economía y, para un buen número de los trabajadores mejor posicionados, implica predisposición a repartir.

Queremos reparto de los recursos, en una sociedad que los tiene abundantes, aunque mal orientados y repartidos. El reparto del empleo, no su generación, es una vía al reparto de los recursos, que es el objetivo.

No parece que el sindicalismo dominante vaya en esa dirección, tampoco que el nuestro sea capaz de romper esa dinámica imperante, pese a nuestra voluntad de hacerlo. El sindicalismo actual está (mos) falto de orientación y de objetivos para la actual situación, así como de caminos y métodos de actuación para alcanzarlos.

Nos remitiremos, para terminar a los artículos de Tomás Ibáñez y, desde otro punto de vista, el de Miguel Amorós, tratan de aportar luz para captar la actual situación y apuntan vías para encararla. Algo que tiene que ser aspecto central de nuestro pensar y de nuestro actuar.