Lidia Feito – Doctora en Filosofía. Profesora de Bioética. Facultad de Medicina. Universidad Complutense de Madrid

Las tecnologías genéticas están abriendo posibilidades enormes en aspectos tan diversos como la curación de enfermedades, la alimentación o las aplicaciones industriales. Sin embargo, nos enfrentan a interrogantes éticos, como la legitimidad de modificar la naturaleza humana, el respeto a la dignidad de las personas, la toma de decisiones ante el riesgo de producir consecuencias negativas, como injusticias sociales, daños físicos o morales a los individuos, etc. Ante ellos es necesario huir tanto de las esperanzas infundadas, como del miedo paralizante. El criterio ético que debe regir todos estos avances es la responsabilidad. Se muestran aquí algunas reflexiones sobre esas técnicas, referentes a algunas aplicaciones biomédicas que inciden en los seres humanos, sobre las que es preciso deliberar y reflexionar con prudencia.

 

1.      Tecnología genética y GenÉtica

 Los campos de intervención de la genética son enormes: desde las biotecnologías industriales, que pueden servir, por ejemplo, para producir energía o para sintetizar productos químicos, hasta las aplicaciones en la alimentación –los alimentos transgénicos—, o la modificación de plantas y animales con distintas finalidades: evitar que ciertos cultivos se vean afectados por plagas o heladas, introducción de elementos de interés para los seres humanos, o la producción de líneas de animales transgénicos para el estudio de enfermedades (como modelos de investigación). En el campo sanitario, la ingeniería genética puede ser aplicada a la farmacología, para la obtención de vacunas o productos como la hormona del crecimiento o el interferón; y en la medicina se vienen realizando desde 1990 ensayos de terapia génica, cuya finalidad es la curación de ciertas enfermedades.

Las esperanzas puestas en estas nuevas técnicas son muchas, pero también es grande el desconocimiento que se tiene tanto de sus posibilidades como de sus riesgos. Por otro lado, la percepción de la magnitud y alcance de las aplicaciones de la investigación genética ha hecho que esté presente una fuerte conciencia de que es necesaria una reflexión pausada y prudente sobre las posibilidades y los límites. Por eso se han desarrollado, paralelamente a los descubrimientos e investigaciones en el laboratorio, análisis desde el punto de vista de la ética, dando lugar a toda una rama especializada que algunos autores han dado en llamar “GenÉtica”[1], haciendo un combinado de las dos palabras en juego: ética y genética.

El objetivo de la ingeniería genética es modificar la información genética (ADN) contenida en las células, creando moléculas de ADN recombinante, que no existían previamente. De modo general, suele hablarse de ingeniería genética para referirse a la utilización de las técnicas del ADN recombinante, reservando el término “biotecnologías” para el uso industrial y comercial de las técnicas genéticas que va desarrollando la biología molecular. Ambas técnicas se benefician del conocimiento aportado por la investigación básica, en la que tiene una especial relevancia la lectura del genoma humano, un amplio y ambicioso proyecto que, a su vez, ha sido fuente de enormes controversias (desde el cuestionamiento de la idoneidad de invertir grandes sumas de dinero en una investigación cuya aplicación es sólo viable a largo plazo y con el concierto de otras investigaciones subsiguientes; hasta el reduccionismo al que puede conducirnos por mostrar al ser humano meramente como un conjunto de fenómenos explicables genéticamente; pasando por la necesidad de asegurar la confidencialidad de los datos genéticos que nos proporciona, o por garantizar que los intereses comerciales –patentes— no condicionan absolutamente sus procedimientos y resultados).

Por otro lado, son muchas las investigaciones que, aun no pudiendo ser incluidas en el grupo de las biotecnologías, tienen una incidencia notable tanto en ciertas investigaciones como en el debate ético sobre su viabilidad y legitimidad. Así, la clonación y la investigación en células madre –que dará lugar a la denominada “terapia celular”, es decir la posibilidad de trasplantar células troncales para curar enfermedades, y que tantas novedades está aportando—, son, por ejemplo, técnicas que pueden combinarse con la ingeniería genética en humanos, para la corrección de enfermedades, pero suscitan problemas éticos que nos obligan a reconsiderar nuestra misma definición del ser humano —por ejemplo al hablar del estatuto del embrión—, y la cuestión de la legitimidad de los fines frente a la licitud de los medios empleados. Quizá aquí más que en otros temas se percibe la dificultad de articular ambos elementos, colocando a la sociedad en un punto de no retorno en el que ha de tomar decisiones prudentes y razonables.

 2.      Los comienzos de la ingeniería genética

 En 1972 se llevó a cabo el primer experimento de clonaje de ADN y producción de una molécula de ADN recombinante, lo cual abría la puerta para el posterior desarrollo de la ingeniería genética. No mucho después, en 1974, se produciría un hecho fundamental: preocupados por los riesgos que implicaba la nueva tecnología del ADN recombinante, P. Berg y otros científicos pioneros en esta nueva tecnología mandaron una carta a la revista Science[2], alertando sobre dichos riesgos y solicitando el cese de tales experimentos. Su carta dio lugar a una moratoria asumida por una amplia parte de los científicos que entonces estaban investigando sobre el ADN recombinante. Este hecho suponía un cambio radical con respecto de la actitud de los científicos hasta entonces: nunca antes se habían auto-impuesto una limitación a su propia investigación por razones éticas de prudencia.

Así mismo, en la carta del «comité Berg» se solicitaba que el director de los NIH (National Institutes of Health) creara un comité asesor, para estudiar los posibles riesgos medioambientales originados por las moléculas de ADN recombinante, y se pedía la convocatoria de una reunión internacional para discutir el tema. Esa reunión se hizo famosa. Tuvo lugar en Asilomar, California, en 1975. En ese foro, que reunía básicamente a biólogos moleculares, se decidió acabar con la tajante moratoria que había detenido la investigación hasta ese momento y establecer unas directrices que deberían regular los experimentos a partir de aquel momento.

Este es el inicio de una dinámica característica del desarrollo de las técnicas de ingeniería genética: la reflexión sobre las consecuencias, riesgos e implicaciones sociales, aún antes de que las aplicaciones estén disponibles.

Si los físicos nucleares de los años 40, tras horrorizarse por las consecuencias de las bombas atómicas, fueron los primeros en llamar la atención sobre la imposibilidad de que los científicos se considerasen “neutrales” en las aplicaciones de sus investigaciones, los biólogos moleculares de los años 70 eran muy conscientes de su responsabilidad y llamaban a la reflexión y la cautela sin que hubiera instancias externas que les pusieran aún límites o controles.

En todas las investigaciones relativas a las tecnologías genéticas se viene repitiendo esta “anticipación” de los análisis de consecuencias –no sólo técnicas o científicas, sino también sociales, económicas, políticas, etc. La reflexión ética, e incluso normativa, se adelanta a las potenciales aplicaciones, porque se percibe que en este ámbito están implicados elementos fundamentales sobre el ser humano.

3.      La esperanza de curar enfermedades: los ensayos de terapia génica

El beneficio terapéutico que pueden ofrecer las nuevas tecnologías genéticas es, sin duda, uno de los elementos que legitiman la investigación en este campo, y que genera también mayores esperanzas para la población. No obstante, también da lugar a un enorme conjunto de problemas, entre los cuales, sin duda, el más importante es evitar los posibles riesgos. La terapia génica consiste en la utilización de la posibilidad de la transferencia de genes como técnica terapéutica: la introducción de un “transgén” (o “gen curativo”) en las células para corregir los genes defectuosos.

La intervención genética en general, y en los humanos en particular, es tremendamente difícil. El equilibrio funcional de los genes es enormemente complejo y, por tanto, cualquier modificación es susceptible de introducir cambios de consecuencias prácticamente impredecibles. El riesgo es grande y, a pesar del desarrollo de las técnicas y del mayor nivel de conocimientos, se trata de modelos experimentales que no pueden sino ser valorados con calma y prudencia. Cualquier alteración genética conlleva peligros, y la regulación de la expresión génica no se conoce suficientemente como para aplicar la terapia génica de modo general. Por otro lado, aún se desconoce la función o papel que juegan muchos genes, no sólo por la información que incorporan, sino por lo que aportan en la interacción con otros genes. De ahí que la modificación de los mismos juegue con elementos que se ignoran. Parece evidente que la cautela es la mejor recomendación en este tipo de intervenciones. Sin que ello signifique renunciar a su investigación, pues la esperanza que conllevan para la posible curación futura de enfermedades como el cáncer o el SIDA no es desdeñable.

El primer experimento de terapia génica se llevó a cabo en 1990, en una niña que padecía una deficiencia del gen de la adenosina desaminasa, cuyo efecto es un sistema inmune defectuoso (niños “burbuja”). El ensayo se realizó con un vector retroviral que portaba el gen normal, modificando in vitro células de médula ósea extraídas de la paciente y reinsertadas posteriormente. Este ensayo ha permitido a la niña vivir una vida más o menos normal (si bien ha de someterse a reinyecciones del gen terapéutico). Sin embargo, el éxito no se ha repetido en otras patologías. Tampoco se sabe cuánto de su salud se debe a los nuevos genes insertados y cuánto a los medicamentos que se le suministran para estimular su sistema inmune. Y lamentablemente, otro famoso ensayo de 1999, en el que se trataba de corregir una enfermedad hereditaria de la enzima OTC acabó con la muerte de uno de los pacientes, Jesse Gelsinger, un joven de 18 años que había entrado como voluntario a pesar de que en su caso la enfermedad no era tan grave y estaba bien controlada con la dieta.

Los resultados del ensayo en ADA de 1990 y otros ensayos que se vienen realizando desde entonces son esperanzadores, pero también poco concluyentes, y conviene tomar con precaución estos datos, a la vista de que también se han producido fracasos. El caso Gelsinger, además de frenar bruscamente el optimismo puesto en los ensayos y replantear la idoneidad de su utilización, abrió de nuevo el debate sobre los procedimientos de control, garantías de seguridad y mecanismos de evaluación empleados. Aunque nadie duda de que la esperanza que ofrece la terapia génica para la curación de enfermedades es enorme, este trágico caso subrayó la necesidad una mayor prudencia, teniendo en cuenta que se trata de técnicas aún en fase experimental y que, como tales, han de ser tratadas con el cuidado que exige su provisionalidad.

 4. Más allá de la terapia: la posibilidad de la mejora

La intervención genética en seres humanos puede ser de varios tipos, según las células en que se actúe (células somáticas; o células de la línea germinal, en cuyo caso las modificaciones serán heredadas por la descendencia) y según el fin que persiga la modificación (la terapia, curación de enfermedades o trastornos; o la mejora de rasgos no patológicos). Existirían así cuatro tipos posibles de intervención, con valoraciones éticas muy diferentes: Terapia génica somática (modificación de células somáticas con el fin de curar una enfermedad), terapia génica en la línea germinal (terapia que será heredada por la descendencia), ingeniería genética perfectiva somática (modificación que no tiene por objeto curar sino mejorar un rasgo), e ingeniería genética perfectiva germinal (que persigue mejorar y que será heredada por la descendencia).

La terapia génica en células somáticas –que es la única actualmente posible técnicamente— suele ser valorada éticamente como equivalente a los trasplantes, pues en realidad se trata de una transferencia de información genética cuyo resultado es el mismo: que la nueva información cumpla la función que estaba dañada o perdida anteriormente. Por ello suele considerarse como uno más de los métodos que se van desarrollando para la curación y tratamiento de enfermedades, por tanto, como expresión del ideal terapéutico de la búsqueda del beneficio del paciente.

 Un frente de discusión que actualmente está teniendo gran importancia es la posibilidad de realizar terapia génica en células de la línea germinal. La justificación ética estaría en la convicción de que el ideal terapéutico del alivio del sufrimiento puede extenderse a la descendencia, aunque esto comporte tomar decisiones por ellos de modo anticipado. Sin embargo, esta nueva posibilidad es objeto de fuerte controversia, tanto por la incertidumbre ante los riesgos, como por la objeción ante la “manipulación” de los genes que serán heredados por nuestros hijos. En todo caso, la prudencia exige desarrollar más las técnicas en células somáticas antes de plantearse la intervención en células de la línea germinal. Pero el debate se ha abierto a causa de la realización de técnicas de terapia génica in utero, que son beneficiosas desde el punto de vista de la intervención en un estadio temprano de la enfermedad, pero que han dado como resultado algunas inserciones genéticas accidentales en la línea germinal.

Las aplicaciones de estas técnicas van más allá, haciendo posible la intervención con la finalidad de mejorar un rasgo no patológico en un individuo sano. En tal caso, no se trata de corregir un defecto, sino de perfeccionar el funcionamiento o conformación de un elemento que, en sí mismo, no puede considerarse enfermo o defectuoso. Este tipo de modificación es aún una ficción, pero ha abierto un debate de gran interés acerca de cuáles son los fines y objetivos que debe perseguir la medicina. Las valoraciones éticas son diferentes en uno y otro caso: mientras que la terapia se justifica por el principio de no-maleficencia (la exigencia de no dañar y de hacer todo aquello que pueda evitar un daño o aliviar el sufrimiento) y por tanto puede considerarse incluida en las obligaciones éticas básicas de la medicina, la mejora se justifica por el principio de beneficencia (proporcionar el máximo bien al paciente o usuario) y va más allá del ideal terapéutico, ofreciendo una posibilidad de actuación que, para muchos, excede el ámbito de la medicina, si bien para otros forma parte de la “medicina del deseo” o “medicina del bienestar” en la que ya estamos inmersos. De hecho, la fuerte medicalización de nuestras sociedades occidentales, en las que la exigencia de salud extiende sus peticiones hasta dimensiones sociales que la medicina no puede acoger, hace que se introduzcan nuevas demandas propiciadas por las nuevas técnicas.

Será preciso determinar los límites del ideal terapéutico mencionado, conforme a una cierta concepción de la salud. Una definición amplia como la de la Organización Mundial de la Salud, de 1948, que le atribuye los rasgos de “completo bienestar físico, psíquico y social”, hace pensar que la medicina, en cuanto garante de la salud, ha de extender sus fines y acoger nuevas líneas de actuación.

Por otro lado, el tema de la mejora también abre la cuestión de la eugenesia y del temor que produce el ideal del perfeccionamiento de la especie humana, al que, sin embargo, todos aspiramos en cuanto individuos.[3] La cuestión de la mejora nos obliga a plantearnos, qué es lo «normal» o no patológico, respecto de lo cual establecemos un índice de mejora. Es claro que, en buena medida, la mejora y la terapia sólo tienen una diferencia de tipo cuantitativo, de grado, siendo un continuo que enlaza ambas intervenciones. Esto, a su vez, origina una reflexión sobre la idoneidad ética de introducir la posibilidad de la mejora, cuando puede ser una fuente más de discriminación, segregación y distancia entre grupos poderosos y otros más pobres.

 5. La confidencialidad de la información genética

 Uno de los ámbitos en que las nuevas tecnologías genéticas influye más es en la disponibilidad de una información sobre los individuos que los convierte en lo que se ha denominado “el hombre de cristal”. Los interrogantes, en este caso, se refieren al desvelamiento de la información.

El análisis del genoma humano está poniendo a nuestra disposición el conocimiento de nuestros datos genéticos. Datos de los que puede ser informado el interesado pero que también pueden ser transmitidos a otras personas. La salvaguarda de la confidencialidad de los datos es uno de los temas de discusión actual que más controversia suscita, pues a pesar de que todo el mundo considera que es peligrosa la divulgación de datos privados —y así lo muestran la mayor parte de las legislaciones—, en ocasiones no queda tan claro si es la privacidad del individuo lo que ha de protegerse, o si bien es el interés común lo que ha de prevalecer. Así, por ejemplo, se pone en cuestión el presunto derecho que tendría un empresario a acceder a la información genética de sus empleados, habida cuenta de que esto puede vulnerar derechos fundamentales (como el derecho a la intimidad, o el derecho al trabajo, caso de que se produjera algún tipo de discriminación).

Por otro lado, es claro que no sólo ha de protegerse la confidencialidad de los datos, sino que la propia persona puede no querer conocer sus datos. Las tecnologías genéticas están poniendo ya a nuestra disposición pruebas que permiten detectar la predisposición a padecer determinadas enfermedades. Lo cual genera varios problemas: en primer lugar, la disponibilidad de estas pruebas haría necesaria la garantía de poder ofrecer una cura. Actualmente esto no ocurre así, de modo que un individuo –e incluso sus familiares, puesto que se detectan líneas hereditarias, lo cual abre otro panorama de problemas referentes a la confidencialidad y necesidad de divulgación de datos por razones preventivas— puede conocer su potencial enfermedad, aún antes de que se manifiesten los síntomas, sabiendo que no hay esperanzas de curación. Esta es, así, una práctica beneficiosa, pues ofrece un diagnóstico que puede ser útil para la prevención o para aplicar los medios que minimicen el riesgo o la manifestación posterior, pero es también perniciosa porque puede generar una tremenda angustia. Es claro que la oferta masiva de pruebas genéticas no puede hacerse legítimamente si no se emplean fondos y tiempo en investigar las posibles curaciones de las enfermedades para las que tan rápidamente se ha querido disponer de un test. En este caso, como en otros, no cabe defender el beneficio económico a corto plazo, olvidando la salvaguarda de la salud, física y psíquica, de las personas.

Por otro lado, es muy importante destacar que el descubrimiento de una predisposición a padecer un trastorno no es necesariamente sinónimo de una condena segura. Confundir la mera predisposición con la determinación absoluta es un grave error que puede suscitar acciones injustificables. Es imprescindible dar mayor información a los ciudadanos, para que puedan tomar decisiones prudentes sobre su salud y su futuro, sin falsos miedos ni esperanzas infundadas.

 6. Los productos biotecnológicos y la información al público

Junto con las posibilidades de intervención genética en el ser humano, hay otros muchos modos de incidir en la calidad de vida de las personas, a veces más evidentes y a mayor escala. Por ejemplo, a través de los productos biotecnológicos (vacunas u otros productos farmacéuticos obtenidos por ingeniería genética, alimentos transgénicos, etc.). La preocupación por la circulación en el mercado de este tipo de productos se manifiesta en un debate en el que, por una parte se alude al principio de precaución, por el cual se intenta proteger a la sociedad frente a los riesgos de una evaluación defectuosa de las consecuencias, pero por otra hay conciencia de unos intereses económicos que hacen imparable la carrera de introducción de nuevos productos en los que las empresas de biotecnología han invertido tiempo y capital. Se discute acerca de la seguridad de los productos y su posible incidencia en la salud, mientras se defiende el control de tales productos, que alcanza cotas mucho más altas que en otros que están siendo consumidos o utilizados en la actualidad, pero a los que estamos más acostumbrados.

El problema subyacente, aquí y en otros temas relacionados con la influencia de las biotecnologías en la sociedad, es el de la información. Se trata de una reflexión seria acerca de cuáles son los fines que perseguimos, qué medios consideramos lícitos para lograrlos, y, por tanto, qué riesgos estamos dispuestos a asumir. La sociedad debe conocer los riesgos pero también los beneficios, y es tarea de todos tomar decisiones responsables para que podamos asumir las consecuencias. El argumento, frecuentemente utilizado, de que todos los adelantos científicos han producido rechazos hasta que se han ido introduciendo en la vida común de la sociedad, aun siendo descriptivamente cierto, no basta para justificar la legitimidad de las intervenciones y, por ello, nunca se hará suficiente hincapié en la necesidad de la formación y la información de la sociedad, como modo de evitar la manipulación de la opinión.

Precisamente esta cuestión de la información al público es uno de los aspectos más relevantes en cuanto a la toma de decisiones. Sólo una sociedad informada puede determinar qué clase de aplicaciones desea y cuáles considera inaceptables. El ejercicio de una auténtica democracia exige una información transparente y, en este caso, dada la complejidad de los temas a tratar, una formación suficiente. La responsabilidad de los medios de comunicación en este sentido es enorme, si bien no única.

Hay principalmente tres problemas: el primero es que se suele centrar la atención en el impacto que el conocimiento aportado por la investigación genética tendrá en la toma de decisiones a nivel individual, dejando oscurecido el contexto cultural en el que dicho conocimiento va a ser interpretado. Esto da lugar al segundo problema: la generación de expectativas falsas o de miedos infundados. El temor a lo desconocido, a la presunta pérdida de lo humano que parece incluida en esas modificaciones genéticas, o a los riesgos no controlados, puede generar un rechazo acrítico y desproporcionado. Pero, por el contrario, la oferta de un nuevo panorama de soluciones terapéuticas, o de mejoras de la calidad de vida, puede dar lugar a esperanzas ilusas que se verán frustradas. Ni el miedo ni el exceso de confianza son buenos consejeros en este tipo de cuestiones.

Además, como tercer problema, ligado a los anteriores, se enfatizan demasiado las potenciales aplicaciones, que es lo que el público demanda y entiende mejor. Sin embargo, los conocimientos no siempre tienen aplicaciones concretas, o éstas pueden no ser deseables. Es necesario determinar cuáles son los fines que se persiguen, y hacer un cuidadoso análisis de beneficios y riesgos, así como establecer cuáles son los valores que deben prevalecer y las normas que se deben observar. Es necesario por tanto un marco ético que delimite y regule el uso de las nuevas tecnologías genéticas.

Conviene tener en cuenta que las nuevas tecnologías genéticas van a influir en la vida de las personas cada vez más. Es evidente que los productos biotecnológicos van a ir imponiéndose, dadas las ventajas que ofrecen y también los pingües beneficios que de ellos pueden obtenerse. Pero también en el ámbito sanitario, la genética, además de poder ofrecer nuevas aproximaciones terapéuticas, va transformando la práctica cotidiana y “normalizándose” su uso de modo creciente. No es ciencia ficción pensar que buena parte de las pruebas que se realicen a los individuos irán incorporando análisis genéticos que pueden detectar, por ejemplo, predisposiciones a padecer ciertas enfermedades, o descubrir patologías hereditarias en una familia. En este caso, como se ha indicado, se abren nuevos interrogantes relativos a la confidencialidad de los datos: cómo dar la información a los pacientes, o si se deben desvelar datos a otros posibles implicados.

Todo ello apoya la idea de que es preciso ofrecer información adecuada al público, pero también dar formación para poder entender y manejar dicha información. Se trata de mejorar la calidad de vida de las personas, fomentando la decisión libre sobre los objetivos de salud y los proyectos vitales de los individuos.

 Bibliografía

 – Blázquez, Javier (dir.): 10 palabras clave en Nueva Genética. Estella: Editorial Verbo Divino, 2006.

– Feito, Lydia: El sueño de lo posible. Bioética y terapia génica. Madrid: Universidad P. Comillas, 1999.

– Mayor, Federico y Alonso, Carlos (coords.): GenÉtica. Barcelona: Ariel, 2003.

– Moreno, Miguel (ed.): Perspectivas en la investigación con células troncales. Aspectos científicos, éticos, sociales y legales. Granada: Comares, 2010.

– Sánchez-Caro, Javier y Abellán, Fernando (coords.): Medicina Genética Clínica del siglo XXI. Consideraciones científicas, éticas y legales. Granada: Comares, 2009.

 


 

[1] En inglés Genethics (ethics + genetics). La introducción de la “E” mayúscula en castellano trata de evitar la posible confusión por ser exactamente la misma palabra, “genética”, la que se utiliza.
[2] Berg. P.; Baltimore, D.; Boyer, H.W.; Cohen, S.N.; Davis, R.W.; Hogness, D.S.; Nathans, D.; Roblin, R.; Watson, J.D.; Weismann, S.; Zinder, N.D. (1974) «Potential biohazards of recombinant DNA molecules» Science vol.185 p.303; Nature vol.250 p.175; Proceedings of the Natural Academy of Sciences vol.71 pp.2593-4. Una traducción de esta carta puede encontrarse en el vol.41 de Labor Hospitalaria de 1989.
 

[3] L. Feito «Investigación con células troncales y tecnologías de mejora humana: tendencias en el debate ético y social» en: Moreno, M.: Perspectivas en la investigación con células troncales. Aspectos científicos, éticos, sociales y legales. Granada: Comares, 2010. pp. 74-91.