Sindicalismo hoy, ¿momento de arriesgar?
Debates, Sindicalismo,
Colectivo Malatextos
La actual situación de “crisis”, con sus componentes de amenaza y de oportunidad, nos urge a un replanteamiento de lo qué hacemos y las formas en las que lo llevamos a cabo. El Colectivo Malatextos (formado por militantes de la CGT-Nafarroa, trata de reflexionar sobre fenómenos de actualidad desde una perspectiva libertaria, tratando de aportar elementos de crítica en el debate público) aporta una reflexión sobre el tipo de sindicalismo a practicar en la actual situación.
Todo parece indicar que, dado el actual estado de agotamiento material, ecológico y político que atravesamos, nos toca afrontar profundos cambios en todas las esferas de nuestras vidas, desde las más personales (trabajo, vivienda, alimentación, ocio, relaciones personales,…), a las más colectivas (servicios públicos, tipos de comunidades, modelo de producción, modelo energético,…).
Cabe preguntarnos si ante esta vorágine, el sindicalismo que practicamos, el de la CGT, va a arriesgarse a adoptar formas más acordes de respuesta o va a seguir manteniendo un mismo modelo inmutable; si tenemos la disposición de afrontar “la crisis” o “la oportunidad”.
Percepción social del sindicalismo:
Hoy, la imagen de lo sindical está seriamente dañada, fruto de décadas de un sindicalismo mayoritario que ha apostado por la funcionarización y la subvención de sus estructuras a nivel organizativo y por la llamada “paz social”, como estrategia socio-sindical. En este modelo se dan diversas formas de clientelismo, nepotismo y corrupción, así como un abandono total de postulados combativos y/o anticapitalistas. Se trata de un sindicalismo claudicante, poco participado, sin ninguna posibilidad transformadora y sin credibilidad. Por otro lado, gran parte del sector productivo, precisamente el más precario, se ve desgajado y fuera de la práctica sindical común: economía sumergida, sectores sin convenio, sin papeles, prostitución,… A lo sumo, se llega a algunas de estas realidades a través de programas de tipo asistencial cedidos por la Administración a las organizaciones sindicales. Además, todo sigue igual tanto en bonanza como en crisis ya que este modelo tolera perfectamente EREs, cinco millones de personas en el paro,… Sabemos que no es casual esta deriva del movimiento sindical, es consecuencia del orden social imperante, determinado por la centralidad del mercado, más libre y voraz que nunca.
Todo ello ha llevado a que, lejos de desaparecer, este modelo sindical esté muy vivo ya que el papel social asignado a los sindicatos pasa por esa atribución en la práctica de las perversidades que enumerábamos: facilidades para la formación, empleo, vivienda, asesoría,…; contención de conflictos, garantías para la productividad… Más que una herramienta de pelea, se trata de entes utilizados, bien por intereses políticos y patronales para avanzar en un modelo laboral basado en la competitividad y la precariedad (como otra cara de la moneda), bien por la persona trabajadora atomizada y desclasada que busca ciertos servicios a través del pago de una cuota.
Sabemos con toda seguridad que no es la CGT la principal culpable de esta deriva, más bien al contrario, la práctica sindical de la Confederación ha dignificado lo sindical. En nuestro bagaje están todas las peleas generadas en conflictos colectivos, la defensa de lo público, nuestra presencia en la calle junto a otros movimientos sociales, nuestro mayor nivel de participación y militancia, nuestra independencia de intereses partidistas, nuestros esfuerzos en la divulgación, en la memoria histórica… No obstante, en alguna medida, hemos interiorizado algunos de los vicios del modelo sindical imperante y, a través de una praxis más coherente y combativa, hemos legitimado de alguna forma ese modelo, al no estar realmente fuera de él. Cuando el fin es la transformación social y no los intereses proselitistas, debemos afrontar con honestidad esta autocrítica, para afilar más nuestra incidencia y posibilidades de actuación.
El conflicto colectivo en la sociedad de consumo. Los límites de la “Democracia” al sindicalismo:
A pesar del sindicalismo imperante y atemperante que padecemos, en ocasiones, con más o menos razón, estalla el conflicto colectivo, porque cada una de las personas afectadas por cierta situación, reflejada en la vivencia de los/as demás compañeros/as, no toleran el mantenimiento de dichas condiciones. Por ello, no se aceptan los servicios mínimos abusivos ni otras formalidades que encorsetan la eficacia de las protestas. Cuando esto ocurre se evidencian los tintes totalitarios con los que el sistema trata de acallar la conflictividad y garantizar el consumo y el derecho al trabajo.
En los últimos años, ha habido dos experiencias significativas al respecto. Hablamos de los siguientes casos:
-Huelga de Metro (Madrid): un conflicto en el que la asamblea ocupa un lugar central, en el que se apuesta por una huelga en la que no se aceptan los servicios mínimos. La desobediencia se paga caro: criminalización, desprestigio mediático y judicialización. Una vez más se trata de hacer prevalecer el derecho del usuario/a frente al del trabajador/a, como estrategia publicitaria. Curioso el fenómeno que se genera: persona que para defender su interés en acudir a un trabajo cada vez más precario, se opone a quien pelea por mejores condiciones.
-Huelga de controladores/as: sin entrar en las razones de este colectivo ni en su status quo, se trata de un conflicto que responde a una serie de medidas impuestas y seriamente regresivas (recuperar el tiempo de baja), en el que se responde con una Huelga no convocada pero sí secundada por la totalidad del colectivo. El Gobierno militarizó el conflicto declarando el Estado de Emergencia en defensa de las vacaciones de la sociedad, es decir del consumo y del mercado. Una medida abusiva aplicada inicialmente contra un colectivo denostado socialmente, parecerá menos abusiva cuando se vuelva a utilizar, ¿alguien lo duda?
Podemos decir que cuando se agota el cada vez más escaso margen de actuación que convenientemente nos vienen reglando, nuestra democracia se torna autoritaria e implacable ante la organización y lucha de los/as trabajadores/as. Poderosas armas maneja para tal fin: medios de masas, pacto con el sindicalismo mayoritario, policía y represión, tribunales… Este es el escenario en el que debemos hacer nuestra labor, estas son las circunstancias que debemos tratar de revertir, buscando cauces de combatividad que podamos explicar y extender a una parte creciente de la sociedad.
Riesgos que deberíamos correr:
Si no cambia el contexto general, no podemos competir con los sindicatos mayoritarios tratando de jugar en su terreno, especialmente diseñado para su éxito. Nuestra forma de actuar debe ser, ya lo es en muchos aspectos, radicalmente distinta. La única manera que tenemos de hacer ver nuestra legitimidad y especificidad es mantener una actitud constante de revulsión y desagrado con los condicionantes en los que nos movemos, aun cuando algunos nos sean favorables o facilitadores en lo cotidiano. Cierta desobediencia y descreimiento podrían marcar nuestra actuación y ello nos llevaría a “jugarnos” algunos de los aspectos que hoy más nos preocupan:
Crecimiento: a priori, crecer es ser más capaces, es aumentar nuestra incidencia. No obstante, muchas experiencias propias y ajenas nos dicen lo contrario (en nuestra casa, FORD: 900 votos, 400 afiliados/as, y ante una convocatoria de huelga por el despido de la secretaria de la Sección Sindical, sólo pararon 50 personas). La obsesión por el crecimiento puede conllevar a aumentar el abismo entre militancia y afiliación, a integrar en nuestro seno a grupos con intereses antagónicos a una sociedad más libre e igualitaria, a centrarnos más en los sectores y las empresas que más aglutinan, dejando más de lado a trabajadores/as más desprotegidos/as, etc. Se trataría de encontrar el equilibrio, alcanzar un tamaño que corresponda a nuestra realidad, manteniendo una proporción razonable entre responsables orgánicos, militancia, afiliación y simpatizantes y que nos permita incidir eficazmente en los conflictos y problemáticas socio-laborales. Nada más y nada menos.
Crédito horario, subvenciones,…: acusamos a la clase política de no ceder en sus “privilegios”. Aunque en la CGT pocas veces es un privilegio ser delegado/a, de hecho supone una carga que pocas personas quieren asumir, muchos/as ven en el crédito horario y en las liberaciones sindicales una forma de trabajar menos, de “vivir mejor”. Lo lamentable es que muchos/as sindicalistas justifican con su quehacer esta percepción. Una vez instaurado el actual modelo de representatividad sindical, que emana de los pactos de la Moncloa, supone una clara desventaja no participar de los Comités de Empresa y en las elecciones sindicales, ya que así se anulan las posibilidades de un sindicalismo combativo. En ese sentido la estrategia de la CGT ha sido correcta. Pero, en la actual coyuntura, con recortes que afectan a quienes menos recursos y derechos tienen, ¿no sería saludable que desde el propio sindicalismo reclamáramos una reducción drástica de los créditos horarios y de las subvenciones derivadas de la representatividad? De esta forma, además de mostrar claramente nuestra honestidad, conseguiríamos un contexto más favorable para la autoorganización de las plantillas, para el cese del clientelismo, para un sindicalismo de base y asambleario. Nuestra estructura, mucho más apegada al puesto de trabajo se resentiría mucho menos que la del sindicalismo mayoritario, dependiente absoluto de las prebendas y subvenciones. La percepción social ante esta exigencia sería, sin duda, muy favorable.
Una nueva toma de conciencia frente a una forma nueva de dominación:
El proletariado no tomó conciencia de su condición hasta que no identificó con claridad la naturaleza de la opresión que padecía: el trabajo asalariado en una clara distinción de clases sociales. En la actualidad, cada vez somos más conscientes de que sufrimos un tipo de opresión que traspasa lo laboral, que afecta al consumo, a la información, al conocimiento, a las culturas, al medio,… La mera transformación del mundo del trabajo no sería suficiente para cambiar el resto de realidades, ni parece posible que el trabajo se pueda modificar sin una previa variación de éstas. Así, nuestra sociedad, en un mundo globalizado, parece avanzar en la difícil identificación de los mecanismos de opresión que puedan ser comunes para el norte y sur económicos, a pesar de las grandes diferencias existentes en lo que se refiere a condiciones de vida. De esa toma de conciencia deben surgir nuevas resistencias y desde el sindicalismo combativo debemos tener predisposición para el cambio. Como el movimiento gremial dio paso al sindicalismo, debemos dar paso a disidencias más acordes. Estos cambios van llegando, desde la antiglobalización a la indignación, y nos vamos impregnando de lo que ocurre, pero con excesiva resistencia en ocasiones.
Todo ello no quiere decir que no valga lo que venimos haciendo, al contrario, se trata de experiencias de pelea con un alto grado de organización que ha costado mucho llevar a cabo. Por ello, tenemos mucho que aportar, mucho que seguir haciendo, a sabiendas de que necesitamos de otras luchas para cambiar esta sociedad.
Relación del sindicalismo con otros movimientos:
Si asumimos ideas que hemos ido expresando: consolidación en la CGT de un modelo sindical en el que nuestro tamaño se corresponde a nuestra realidad, capaz de actuar en minoría con anhelo de incidir en la mayoría, conscientes de la importancia de nuestra labor pero sabiendo a la vez que debemos procurar mutar a formas más útiles, arriesgadas y disidentes, con la convicción de que el enfrentarse a la explotación y a la precariedad de la vida pasa por más ejes que el laboral,… parece evidente que una de las líneas que debemos primar es la de la Unidad de Acción, tanto en lo laboral como en lo social, con marcos de actuación locales e internacionales, dados los condicionantes económicos que rigen el orden mundial.
A nivel laboral las posibilidades, sin embargo, se agotan, fruto del panorama sindical que ya hemos analizado. Nos queda tratar de recomponer desde abajo, muchas veces con organizaciones más modestas que la nuestra, tratando de no reproducir el trato que siempre hemos padecido por parte de los mayoritarios: prepotencia, protagonismo, sectarismo… La unidad se ha demostrado posible, útil y real, por ejemplo, en la defensa de los servicios públicos, frente a planes de recortes salvajes y limitación de derechos. Apostemos con energía y generosidad en estos procesos, buscando la mejor y más saludable forma de crecer e influir: trabajar y transmitir.
A nivel social, en cambio, parece que, de forma muy inesperada y sorprendente, las posibilidades se muestran más abiertas. Queda por lo tanto alguna opción de construir una senda de participación y movilización. El 15M representa ese campo abierto para la práctica social, capaz de hacerse oír, con habilidad demostrada, por el momento, para esquivar la criminalización y los límites que nuestra falsa democracia nos impone ante el conflicto, asambleario, desobediente (acampadas, desahucios,…). Debemos evitar el análisis maniqueo y tratar de valorar la frescura que aporta y trabajar para que exista una confluencia natural y necesaria en pro de intereses comunes. El encuentro del sindicalismo combativo -con toda su trayectoria, pero también sus vicios (apego a señas de identidad, a definiciones y elementos de ser, autocomplacencia,…)- con el movimiento del 15 M -con su espontaneidad, su imprevisibilidad y capacidad de empatizar con la sociedad, pero también con su inexperiencia- debe dar lugar a algo distinto, de lo que no podemos dejar de ser parte, en lo que nos debemos sumergir, aun cuando eso nos haga dejar algo en la gatera: menos banderas, menos identidades, menos posturas previas, más acercarnos a la realidad y decir lo que en cada momento la gente puede oír y asumir, mas que lo que nos gusta decir…
En definitiva
Repensemos pues, el sindicalismo. Este texto no pretende ser una receta, tal vez yerre en exceso…, debe entenderse como una aportación al debate, un debate que se hace necesario emprender, con la mirada puesta en el futuro, en el conjunto de la sociedad, de lo más local a lo más global, partiendo de nuestra pequeñez, pero también de nuestras grandes ganas de avanzar en los terrenos de la libertad y de la justicia social.