Editorial LP 70
Crisis, Economía,
Ayer, 29 de marzo, hicimos una huelga que alcanzó una importante respuesta social, tanto en el paro laboral como en la asistencia a las manifestaciones. Fue un clamor, en el que el malestar social aprovechó a expresarse respaldando la convocatoria -tardía sí, pero esta vez decidida- de las organizaciones sindicales.
¿Qué hacemos a partir del 30 de marzo?, esa es la pregunta que nos debemoshacer. A partir del 30 de marzo habrá numerosos y poderosos movimientos para contrarrestar lo hecho y el eco de la movilización del 29 empezará a diluirse, si no hacemos mucho por impedirlo.
Cualquier convocatoria a la que falta un calendario de movilizaciones posteriores es, en sí y al margen de su éxito, débil. Si la huelga tenía por objetivo revertir una situación, la movilización, en las formas que sea, sin descartar otras convocatorias generales, debe continuar hasta conseguirlo. Basta recordar convocatorias anteriores que quedaron en actuaciones aisladas y foto de un día, más propias para la defensa de los respectivos espacios sindicales que para un afrontamiento serio de la situación. Tras estas “movilizaciones”, las medidas a las que la convocatoria decía oponerse se aplicaron, y no solo lo hicieron sino que fueron consideradas un paso previo a medidas aún más drásticas. Una postura siempre ambigua la de una movilización sin plan de continuidad, cada día más ineficaz si tenemos en cuenta la
actitud decidida y absolutamente beligerante de los poderes económicos, que no deja ningún espacio a la ambigüedad.
Además, la Reforma Laboral, con ser gravísima, no puede quedar como objetivo único de esta huelga y de la movilización que debe continuarla. Con cinco millones y medio de personas en paro, cada día más desprotegidas, las condiciones de trabajo se degradarán necesariamente, con o sin Reforma, y cualquier trabajo en cualquier condición contractual, laboral y salarial acabará por aparecer mejor que el paro prolongado y sin otra salida. La Reforma Laboral viene a dar cobertura legal e impulsar una situación que ya se está ejerciendo en la práctica, y una movilización que nos retrotrajera a la fecha anterior a su aprobación no tendríamos que considerarla un éxito. La Reforma es un retroceso claro, que no evitaríamos del todo con su anulación, ni esa anulación supondría un avance significativo, excepto el hecho de lograr una victoria parcial.
Más allá de la Reforma Laboral, el problema es la situación en la que nos están metiendo unos gobiernos nefastos, sometidos a un capitalismo especulativo dispuesto a arrasar con toda garantía social y condición de vida. El problema es el juego financiero generador de una deuda que dicta las normas económicas de lo que se puede y de lo que no se puede hacer. El problema es la desigualdad creciente, la acumulación de riqueza, el paulatino empobrecimiento general y, sobre todo, la consiguiente acumulación de pobreza, que matan la dignidad y hacen imposible una vida mínimamente satisfactoria.
Vivimos una situación negra. Tal y como van las cosas, la sociedad futura y la vida de nuestros hijos, será mucho peor que la actual. Y no es solo por falta de recursos sino por el incremento de la injusticia. Podemos aceptar que la mayoría
social instalada veníamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, de acuerdo. Pero eso no se soluciona con los actuales crecimientos de la riqueza de unos pocos y la miseria de cada vez más, se soluciona con un mejor reparto, que cubra primero las necesidades básicas de todas y todos. Por eso esta huelga general tiene que continuarse en un grito por la exigencia del reparto, grito que será creíble desde nuestra voluntad de repartir.
La explotación hoy no se limita a las condiciones laborales y salariales, se da en todas las facetas de la vida: producción, consumo, medio ambiente, vivienda, financiación, formas de representación… Por ello tampoco bastará la contestación en el terreno laboral. La Huelga General es la condición que debe hacer posible una movilización más amplia, que recoja e impulse todas las formas de contestación a todas esas formas de explotación. Cualquier huelga general y cualquier movilización deben tener un carácter laboral y social, tiene que intentar hacer aflorar todos los malestares y buscar la participación de todos los sectores de la sociedad.
La negrura de la situación actual, además de por sus efectos, se agrava porque hoy los centros de decisión están cada vez menos al alcance de nuestra influencia. Al margen de la voluntad (nula) de cualquiera de los gobiernos, hoy se ejercen sobre ellos unas fuerzas terriblemente poderosas que no contrarrestaremos con una ni con dos ni con tres convocatorias de huelga general. Existe una trama (globalización, financiarización, deuda, exigencias, hundimientos y salvamentos…), en la que nos hemos dejado meter, que no desmontaremos o de la que no saldremos sin un coste muy elevado. El coste de permanecer en ella no será inferior sino superior, solo que nos lo irán administrando y dosificando. Pero salirnos de ella tendría, igualmente, un coste elevado en términos económicos y requeriría una voluntad social muy firme y decidida. Esto es, ninguna de las posibles salidas a la actual crisis nos va a devolver, en niveles de consumo, a una situación similar a la anterior. La diferencia entre ambas posibles salidas estriba más en los niveles de autonomía y de equidad. La primera nos aboca a niveles de dependencia, dejación y desigualdad crecientes. La segunda podría permitir una recuperación de la capacidad de decisión y abrir la puerta a mayores niveles de reparto y a variaciones en el modelo de desarrollo y en el sistema económico actual. Entiendo que nuestra opción es la segunda, pero hacer de ella nuestra opción implica asumir sus costes y requeriría una capacidad de movilización social de la que hoy estamos lejos.
No sabemos cuál va a ser el camino que van a seguir las organizaciones sindicales mayoritarias. Es previsible que tengan que dar alguna forma de continuidad a la movilización del día 29, pero es muy improbable que este proceso les lleve a una radicalización real que vaya más allá de la contestación de la Reforma Laboral y empiece a cuestionar el actual modelo desarrollista y competitivo que se nos propone y en el que esa reforma está ya implícito.
Demasiado tiempo el sindicalismo ha estado ligado a ese modelo desarrollista y competitivo, intentando salvar su espacio propio, ligándolo al intento contradictorio de defensa de los niveles de consumo del sector de trabajadores en mejor situación laboral. Hoy esa postura contradictoria es inviable, pero es muy difícil, impensable, que el sindicalismo anclado en ella dé el salto suficiente para colocarse en otras posiciones.
A partir de ahí, la cuestión es qué podemos hacer nosotros, saber si estamos dispuestos y si somos capaces de abrir otros cauces en los que el malestar social pueda expresarse. Para procurar arriesgar en concreciones, muy consciente de la posibilidad de equivocación parece necesario apostar en tres vías:
En primer lugar, si siempre hemos afirmado que la organización es un medio y no un fin, pero también siempre hemos buscado en esa afirmación un equilibrio en el que el fin de la movilización y el medio organizativo se autoalimentasen, es el momento de romper ese equilibrio, priorizando la movilización y sacrificando la patrimonialización.
En segundo lugar, tenemos que intensificar nuestra capacidad de actuar y convocar en solitario, algo que ya venimos ejerciendo en lo concreto, pero que tenemos que trasladar al plano, más difícil, de lo general. Actuar en solitario no quiere decir enclaustramiento, quiere decir que estamos dispuestas a llegar al máximo de nuestras posibilidades de actuación y convocatoria con todas y todos quienes estén en esa misma disposición, sin esperar a ni depender de quienes no lo estén.
Por último, tenemos que expresar con mayor nitidez nuestras posturas basadas en que no esperamos ninguna solución de postulados desarrollistas, que son un engaño, que el desarrollismo viene a por nosotros y que cualquier exigencia seria de reparto tiene que enfrentársele y plantearse antidesarrollista; que cuando hablamos de “otro modelo de desarrollo” no estamos refiriéndonos solo al aspecto distributivo, reparto, sino también al incremento incesante del dueto producción-consumo, basado en el desarrollo tecnológico y en el uso intensivo de energía y materias primas no renovables; que el modelo que proponemos está atento al referente ecológico, basándose en el aprovechamiento racional y equilibrado de sus recursos, incluidos los humanos, para atender preferentemente a las necesidades más básicas, lo que supone un corte radical, tanto en las propuestas concretas como en su orientación, con el modelo desarrollista competitivo.
Naturalmente todo esto dando una importancia central a la expansión de la movilización, conscientes de que lo que no se inicia no se expande, pero también de que el crecimiento del ámbito (¿europeo?) de movilización marcará decisivamente sus posibilidades, como lo demuestra el ejemplo griego, y que en ámbitos más reducidos cualquier salida pagará un coste mucho mayor y requerirá una movilización mucho más intensa y dura.