Andrea Staid, Miembro del colectivo de jóvenes libertarios de Milán “A-Sperimenti”

Para que la revolución no desemboque en un nuevo sistema de dominio debe descansar sobre un continuo y profundo trabajo de transformación cultural dentro de las redes de las relaciones entre seres humanos. Es preciso extraer la revolución de la dimensión acontecimiento histórico, para ponerla en la dimensión cotidiana y enlazarla con las prácticas de la subversión cotidiana, con los pequeños gestos habituales con las variadas pequeñas realizaciones que construyen la vida comunitaria. Sacada de su visión heroica y taumatúrgica la revolución deviene ahora posible y se despliega a través de múltiples prácticas que subvierten la realidad existente.

 Parafraseando al científico Kuhn, el camino hacia la Revolución, concebida como un fenómeno cultural en movimiento, está caracterizado por el abandono y por la adopción de viejos y nuevos “paradigmas”. Cuando la comunidad se da cuenta, sea por circunstancias fortuitas o por eventos particulares, que un paradigma ya no consigue explicar algunos fenómenos, este paradigma acaba siendo abandonado y es sustituido por otro que, normalmente, no está directamente relacionado con el precedente. Es importante decir que el viejo paradigma, ahora minoritario, no desaparece, muchas veces sobrevive al lado del que se ha vuelto mayoritario. El cambio de paradigma está determinado también por la aparición de nuevos problemas ya que los sujetos se hacen nuevas preguntas.

Por lo tanto, el camino hacia la revolución pasa por la ruptura entre lo viejo y lo nuevo; no tiene un desarrollo lineal, avanza a saltos, en ocasiones considerablemente positivos, hacia adelante, otras veces negativos, regresivos en relación a ese proceso por “nosotros” deseado de mutación cultural crítica y libertaria.

La anarquía debe construirse con nuestra experiencia cotidiana, sin esperar el evento revolucionario, puesto que no existe tan solo un único y gran poder que abatir. El poder, como nos recuerda Michel Foucault, no ocupa un único sitio privilegiado, ni depende de un único sujeto identificable de una vez para siempre. El estado, las leyes, las hegemonías sociales sólo son efectos y manifestaciones a nivel institucional de relaciones y estrategias de poder. Por contra, el poder siempre está difuso por todas partes de forma anónima; es omnipresente “no porque lo englobe todo, sino porque procede de todos los lugares”. El poder coincide con la multiplicidad de las correlaciones de fuerza, que se entrelazan y se contraponen. Y una relación entre los individuos y la sociedad está atravesada por relaciones de poder: toda relación social es una relación de poder.

No tiene sentido hablar del Estado como ubicación de las relaciones de dominio, porque estas relaciones están en todas partes. Ya no tiene sentido hablar de reyes, por que los reyes están en las familias, en los conventos, en las fábricas y en las escuelas. Todos somos agentes de la regulación social, todos nos controlamos recíprocamente; el estado acaba siendo un sistema de relaciones (Landauer, 1911).

Por lo tanto, siendo el poder algo disperso por entre todas las relaciones, ya sea a nivel personal como político, teórico o material, una revolución política “tradicional” no tiene sentido ya que no existe ningún palacio que conquistar para eliminar los efectos del poder y construir una sociedad transparente. Lo que es fundamental para un revolucionario es el trabajo constante entre la gente para combatir el dominio, o sea ese sistema de poder que está monopolizado por sólo una parte de la sociedad; es necesario un trabajo largo y profundo de deslegitimación de la autoridad, para conseguir romper las asimetrías en las relaciones funcionales empezando desde abajo la transformación cultural bajo forma de resistencia y ataque. Porque abatir el Estado (siempre que consigamos entender cómo hacerlo en concreto) no solucionaría el problema del dominio, de la explotación del individuo por el individuo, sobre los animales y sobre la tierra. Sin un trabajo continuo y profundo de transformación cultural dentro de las redes de las relaciones entre seres humanos se crearía un nuevo dominio, simplemente con un nuevo disfraz, como ha pasado en todas las revoluciones del siglo XIX, que han contenido un intento totalizante y se han apoyado sobre modelos de mutación social autoritarios y estatalizados.

Es por ello que el nuevo anarquismo observa muy atentamente al presente, lo que no debe ser leído como una ruptura con el pasado y la historia de la tradición anarquista sino como una actualización de la misma.

Es importante aquí recordar las palabras de Gustav Landauer: “La anarquía no es una cosa del futuro sino del presente, no está hecha de reivindicaciones sino de vida”.

Una vida que no espera el día de la revolución, o mejor dicho, que ve la revolución como algo en movimiento constante y abierto al cambio durante su camino. Un concepto de revolución como proceso y no como acontecimiento.

Esto significa que la revolución anarquista está concebida fundamentalmente en un sentido amplio, esto es como transformación social radical, y no en un sentido estricto, o sea como fenómeno insurreccional. Lo que no significa necesariamente que la transición desde la sociedad jerárquica a la sociedad libertaria no pueda o no tenga que implicar algunos episodios insurreccionales, pero, incluso para quienes los consideran como inevitables tan sólo constituyen un momento (importante sin duda, sobre todo como ruptura del imaginario social), que forma parte de una mutación cultural global (en el sentido antropológico del término cultura), mucho más amplia y que acontece antes, durante y después de ese evento insurreccional (Bertolo, 1985). Los medios de la mutación cultural radical tienen que ser coherentes con sus fines, ya que el fin no justifica los medios. Aquí empieza un desafío: hallar la capacidad de poner el futuro en las cosas que se hacen en el presente. Hundir la realidad en el “sueño”. Sueños nuevos para un sueño antiguo: ser soberanos de nuestra propia vida. Es decir, extraer la revolución de la dimensión acontecimiento histórico, para ponerla en la dimensión cotidiana. Los pequeños gestos habituales, las prácticas y conductas, los hechos, las variadas pequeñas realizaciones que construyen la vida comunitaria. Sacada de su visión heroica y taumatúrgica la revolución deviene ahora posible (“Libertaria” 3-4,  2010).

 ETNOGRAFÍA DE LA MUTACIÓN CULTURAL

En esta segunda parte de mi relato me gustaría reflexionar sobre las prácticas de mutación cultural presentes en la sociedad del dominio; las prácticas de la subversión cotidiana. Será, por supuesto, una etnografía parcial; intentaré investigar sobre todo las prácticas más recientes, consciente de que quedarán sin citar muchas, viejas y nuevas, fundamentales en ese camino de la mutación cultural libertaria, en esa lucha que intenta vencer una tensión alimentada por esta necesidad que llamamos libertad (Breda, 2010). Estoy convencido que estos sólo son puntos de salida, ejemplos que hasta ahora no han logrado acabar con la gran brecha existente entre el aspecto teórico, los análisis del pensamiento libertario, y su carencia en la creación de prácticas originales y efectivas. Pero es importante saber de cualquier experiencia alternativa a la subordinación, es necesario saber prefigurar en nuestra lucha otras maneras de ser, intentos de resistencia al dominio, para evitar la necesidad de tener un dueño.

AUTOGESTIÓN

La autogestión se compone de muchas prácticas que intentan desquiciar el imaginario del dominio y dar a cada individuo la facultad de contribuir, a través de la acción directa, a la recuperación de su vida, liberando espacios mentales y físicos. Aquí pongo algunos ejemplos de autogestión de nuestra vida que permiten superar los confines de las normas impuestas.

OCUPACIONES

Ésta es una de las prácticas más difundidas, por lo menos en Europa, para solucionar el problema de la vivienda, de la falta de un techo, creando espacios sociales y casas colectivas. En pocas palabras, espacios liberados que buscan liberarse de la especulación, de la mercantilización de la cultura y del ocio; una práctica que intenta difundir la autogestión y la acción directa para desvelar las tramas del dominio. He entrevistado a una mujer italiana que vive desde hace muchos años en una casa ocupada, una vivienda en un barrio de Milán donde existen muchas ocupaciones y donde se intenta vivir de una manera “diferente”.

“Vivo en una ocupa hace unos tres años. Calle x, Portal x. Antes fue otra compañera quien ocupó la casa con el Comité. Yo llegué más tarde. Pronto establecí muy buenas relaciones con los vecinos, inicialmente, y luego con el barrio. Hay un clima familiar, parece como estar en el pueblo del Sur de Italia: en el bar, en el mercado, hacia Conchetta y Torricelli … si te mueves y vives en el barrio saludas una persona cada 20 pasos y muy a menudo empiezas a hablar de todo: casa, trabajo, familia para quien la tiene o vida y política para quien así lo considera. Nos conocemos todos, por lo menos de vista. (…) Esta experiencia me gusta y me da la posibilidad de vivir de veras un barrio siempre encantador e históricamente conocido como un barrio popular. No espero nada ni de los partidos políticos ni de las instituciones. Me gusta pensar que hay algo que, desde la base, puede mover esta pesada situación, como el temblor de un volcán que sigue activo… pero que por el momento está quieto.”

Este testimonio nos hace entender la exigencia de crear desde ya un mundo distinto de relaciones entre la gente, de vivir la ciudad sin respetar las normas impuestas desde arriba sino reconstruyendo normas establecidas por los vecinos del barrio. En nuestras ciudades la mayoría de las personas no logra vivir como quiere. El ambiente urbano que cambia sin parar y sin respeto alguno para quien lo habita, inhibe el desarrollo de la personalidad de los individuos que viven en la ciudad y por eso es efectiva la práctica de la ocupación, que quiere reventar las lógicas de la especulación de la vivienda dentro de la metrópolis y vivir activamente el ambiente urbano.

HUERTOS URBANOS / CRITICAL GARDEN

Ésta también es una práctica que consigue, a su manera, volcar la imagen de la ciudad como monstruo de hormigón. Los que practican el “critical garden” intentan retomar los espacios urbanos. Un huerto urbano puede ser construido en las terrazas y balcones, en pequeñas partes de terreno no cultivado, en los patios de las escuelas, en terrenos deteriorados, en zonas comunes entre edificios. Todas las personas que practican el “critical garden” aprovechan los espacios inutilizados llenándolos de sentido: traen la horticultura a la ciudad, el contacto con la tierra y una conciencia en la alimentación, transformando la cotidianidad consumista en cotidianidad productiva y productora, sustituyendo el gris de la jungla de cemento con el verde de las plantas. Introducir el campo en la ciudad significa también adaptar el ritmo de la ciudad al ritmo de la naturaleza y al mismo tiempo tener en cuenta las características de una huerta urbana, afectada por las transformaciones de la ciudad.

 

CRITICAL MASS

El ciclista urbano es, por su naturaleza misma, un inventor… de un nuevo equilibrio que volverá a poner en marcha a la ciudad.

La Masa Critica es una reunión de ciclistas que, aprovechando la fuerza del número (masa), invade las calles normalmente saturadas por el tráfico de coches. Si la masa es consistente, el resto del tráfico queda bloqueado. Más allá de esta descripción, la masa crítica es un fenómeno de difícil definición porque es básicamente espontáneo sin una estructura organizada formal. La Masa Crítica se puede definir como una «coincidencia organizada», sin líderes, organizadores o miembros identificados por algo más que su participación en el evento.

También el recorrido de la manifestación se decide sobre la marcha, muchas veces por quienes están a la cabeza de la manifestación o por mapas impresos repartidos durante la misma por cualquiera que tenga ideas de rutas posibles. Otras veces la decisión del recorrido es tomada entre varias personas justo antes de que la manifestación empiece. Así el movimiento se despoja de todos los elementos de una organización jerárquica: ninguna estructura interna, ningún jefe, ninguna directiva de movimiento…

Para que se constituya una masa crítica tan solo es necesario un número suficiente de personas que sepan de su existencia y que lleguen el día decidido para crear esa masa crítica, ocupar tranquilamente una parte de la calle y así excluir los vehículos motorizados.

Como consecuencia de esta falta de jerarquía, los ciclo-activistas tienen que tomar la responsabilidad del evento, individualmente. En este contexto, para preservar el carácter compacto del grupo, los manifestantes utilizan algunas veces una práctica que se llama “corking” y que consiste en parar los coches  que podrían romper la unidad de la manifestación, al fragmentarla. Esto se logra, simplemente, parando las bicis enfrente de los coches cuando hay cruces, rondas o semáforos hasta que todo el grupo haya conseguido pasar. Esto permite también cuidar la seguridad de los ciclistas y evitar problemas con los conductores de vehículos motorizados.

 

AUTOPRODUCCIÓN

La autoproducción es una manera de redescubrir la independencia creando lo que necesitamos para vivir, alejándonos del actual sistema productivo, reduciendo al mínimo la dependencia y aumentando el placer, utilizando aquello que producimos. Esto es totalmente lo contrario de lo que es el sistema de delegación en el capitalismo: el sistema del “produzca-consuma-muera”. Es evidente que no podemos producir todo lo que necesitamos, pero es fundamental no delegar todas nuestras necesidades en los demás, a los que llamamos “especialistas” o “técnicos”. El consumismo y  la producción tal y cómo hoy se entiende nos ha vuelto perezosos y ha atrofiado nuestras manos, por ello es necesaria la autoproducción como respuesta personal. Autoproducción para volver a descubrir el placer de crear con nuestras propias manos y de saber hacer.

 

Traducción del italiano: Ángel Bosqued