Hasta hace poco tiempo la palabra Revolución parecía haber caído en desuso, y raramente la encontrábamos en los discursos de tipo político y en los medios de comunicación, a no ser para hacer referencia a acontecimientos históricos más o menos lejanos. Sin embargo, esta situación cambió de forma espectacular a partir de las revueltas populares en Túnez y en Egipto, o más tarde con la irrupción del 15M. La frecuencia de uso de la palabra Revolución se disparó de manera incontenible y las referencias a la Revolución empezaron a proliferar en el escenario mediático. Sin duda la Revolución había adquirido una nueva actualidad, y hasta se podría decir que se había convertido en un fenómeno de moda.

Cabe preguntarse si este repentino y sorprendente resurgir de las referencias a la Revolución constituye un signo anunciador de que se está aproximando un periodo insurreccional o si la distancia entre lo que se entiende por Revolución en el contexto de las revueltas árabes o de movimientos tales como el 15M  y lo que se entendía por esta palabra en el viejo discurso revolucionario, es tan grande que nos encontramos ante dos conceptos diferentes. Esa distancia es probablemente importante puesto que los medios de comunicación tienden a hacer un uso poco riguroso del concepto de Revolución y a aplicarlo a circunstancias bien distintas de las que tenían en mente los abnegados propagadores de las ideas revolucionarias de los siglos XIX y XX.

Sin embargo, más allá de la laxitud con la cual la prensa usa el término Revolución hay un hecho que nos obliga a plantearnos la pregunta sobre la permanencia o la modificación del significado de la Revolución, y es  que no sólo había desaparecido del discurso público sino que también había dejado de ocupar un lugar privilegiado en el discurso político de los sectores antagonistas. Tanto si nos referimos a la reciente proliferación mediática del uso de la palabra, como si pensamos en su relativa difuminación en el seno del lenguaje de la subversión, es difícil sortear la pregunta sobre el significado actual del concepto de Revolución, en realidad:

 ¿De qué estamos hablando hoy cuando hablamos de Revolución?

Casualmente, pocos meses antes de que los acontecimientos en algunos países árabes potenciaran la presencia mediática de la Revolución, un colectivo de jóvenes libertarios y de activistas sociales de Milán, denominado A.sperimenti, organizaba con notable éxito de asistencia un encuentro centrado precisamente sobre esta pregunta. En el presente dossier se recogen cuatro de las ponencias que allí se discutieron.

Los textos de Tomás Ibáñez y de Eduardo Colombo remiten parcialmente el uno al otro, dialogan entre sí y contraponen dos visiones distintas del fenómeno y del concepto de la revolución. Tomás Ibáñez intenta comprender porqué la vieja concepción de la revolución ha dejado de espolear las luchas contemporáneas y cuál es la forma que toma hoy la voluntad de subvertir el orden social establecido. No se ha abandonado el deseo de revolución sino que se ha resignificado el concepto incardinando la revolución en el tiempo presente.    

Por su parte, Eduardo Colombo reivindica como fundamentales algunos de los signos distintivos del concepto de revolución: acción colectiva sustentada en un proyecto, alzamiento de las masas, y ruptura del imaginario dominante. Una de sus tesis es que el bloque imaginario neoliberal se ha esforzado por deslegitimar la creencia en la posibilidad de la revolución.

Andrea Breda y Andrea Staid, hablan desde la experiencia privilegiada que les proporciona  su inserción en el joven y dinámico  activismo social de signo libertario.

La contribución de Andrea Breda nos acerca a esa tensión entre la inercia de las instituciones y el cambio cultural de la que nace la lucha por una mayor libertad. Pero para que esa lucha adquiera una dimensión revolucionaria no basta con que se enfrente a la dominación, debe transformar a los sujetos, abriendo espacios físicos y mentales que les permitan trastocar la categorización de la realidad.

Andrea Staid insiste sobre la necesidad de extraer la revolución de su condición de acontecimiento histórico para enlazarla con las prácticas de la subversión cotidiana y para transformarla en algo que sea efectivamente posible, ofreciéndonos diversas ilustraciones de  la forma que pueden adoptar esas prácticas.

Un quinto texto, el de Gerard Imbert,  reflexiona sobre las características de la sociedad actual y sus efectos sobre las instancias de poder y sobre unas identidades que se vuelven informes. Lo que él denomina la crisis de los límites obliga a redefinir la revolución y a situarla como un envite a revolucionar el presente.