Félix Vázquez- Sixto

«No hay más homenaje que el recuerdo, no hay más culto real que la memoria crítica; no hay más amor que la complicidad en sus obsesiones. Todo es sueño, casi todo se vuelve pesadilla.»

Paco Ignacio Taibo II: Arcángeles, 1998.

Dejando a la espalda la zona vieja de Compostela, a la espera de que el semáforo de la Porta Faxeira anuncie que ya se puede cruzar hacia el Parque de la Alameda, se avistan dos volúmenes de destacado colorismo. La mirada, aclimatada al gris del granito de las casas y las calles que quedan detrás, se ve atraída por una gama cromática dispar. Rojo, negro, blanco, azul, verde…

Abandonándose al magnetismo de la coloración, a medida que la separación se acorta, se hacen reconocibles dos muñecas, dos fantoches. Más cerca, ya es claro que se trata de dos figuras femeninas que reclaman el espacio, administrando la distancia como si fuesen ellas las que van al encuentro de los paseantes.

Parecen dos personajes de tebeo hechos de cartón piedra y reproducidos a escala humana. Sin embargo, el irreprimible deseo de palpar las figuras, permite evidenciar por la frialdad y la solidez que se trata de una escultura.

Los paseantes se arremolinan, esperando su turno, para poder fotografiarse posando con la escultura multicolor que descolla entre los escenarios lluviosos y melancólicos de la ciudad. Rojo, negro, blanco, azul, verde… Y, nada más. Ningún rótulo, ninguna pista que permita satisfacer la más elemental curiosidad.

Un vecino de la ciudad podría complacer a los paseantes irrumpiendo en sus conversaciones: «Son As Marías. Antes – asegura- había una placa con esa inscripción».

As Marías. Un nombre en plural, sin apellidos… «No son dos personajes de tebeo -dirá el vecino locuaz. As Marías existieron en una Compostela ya antigua…» Y, si el desconcierto asoma en los rostros de los paseantes, el espontáneo cicerone quizá revele que, a menudo, se cruzó con ellas en las calles de la zona vieja y tal vez añada que eran unas mujeres extravagantes, excéntricas y grotescas. «Unas caricaturas…»

María Argentina Coralia y María Fandiño Ricart, As Marías. Dos nombres y, sobre todo, dos apellidos con los que traer a la memoria unas vidas, una familia, una ciudad. Una memoria que, pese a los colores, es amarga pero, con ellos como instrumento, es también digna y rebelde.

María, la más baja y de mayor edad. Coralia, la de mayor estatura y la más joven, ambas costureras y bordadoras; hijas de Antonio Fandiño Requeijo y de Consuelo Ricart Pombo. Eran la cuarta y la décimosegunda hijas de una familia obrera de 13 hermanos y hermanas.

La peripecia vital de As Marías resulta incomprensible si no se evocan los apellidos Fandiño Ricart y, sobre todo, si no se vinculan a tres de sus hermanos varones: Manuel, Antonio y Alfonso.

Manuel, de oficio pintor de santos fue un anarquista societario que se singularizó como activista cuando, en 1917, lideró en sustitución de su mentor político José Pasín Romero la huelga general que logró la destitución del alcalde de Compostela. Junto a Ezequiel Rey Turnes impulsó la masiva afiliación de las sociedades de oficio a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y promovió la Federación Local de Sindicatos. De 1925 a 1930 asumió la Secretaría de la Confederación Regional Galaica de la CNT (CRG – CNT). En la Segunda República actuó como Secretario liberado en la «Federación Regional de Industria Pesquera» en la provincia de Pontevedra.

Alfonso, de oficio pintor, impulsó desde el anarcosindicalismo diversas iniciativas organizativas con la intención de aglutinar y articular el movimiento libertario.

Antonio inició su militancia anarcosindicalista en los años veinte mientras desempeñaba su oficio de tipógrafo.

Es plausible inferir que, en un entorno familiar que contaba con la presencia de tres hermanos tan comprometidos con el mundo libertario, As Marías tuvieron que paladear el sabor de la libertad, de la lucha y de la insurgencia. Asimismo, la época convulsa que les tocó vivir (la Dictadura de Primo de Rivera, la «Dictablanda» de Berenguer y Aznar-Cabañas y, por supuesto, la II República) presumiblemente imprimió carácter a As Marías.

Compostela vivió y aclamó el optimismo y los sueños de emancipación de la promesa republicana al que no fueron ajenas As Marías: Coralia, María y, también, Sarita. Sí, tres, porque, As Marías, originalmente, eran tres mujeres que cuando salían a pasear por las calles de la zona vieja, vestidas de colores alegres y vivos, se mimetizaban con el vigor, el ímpetu y la vitalidad que en aquella época se respiraba en la ciudad. Rojo, negro, blanco, azul, verde… En sus paseos por Compostela las hermanas Fandiño Ricart se encontraron en medio del fuego cruzado de francotiradores simbólicos que, según fuesen de derechas o izquierdas, las llamaban «Libertad, Igualdad y Fraternidad» o «Fe, Esperanza y Caridad». No eran estos apelativos, como podría pensarse, el presagio de una guerra fratricida. Porque esa guerra nunca llegó a producirse… Tampoco hubo, como algunos la llaman, una guerra civil. Fue otra cosa… Una guerra de resistencia contra el fascismo y también una revolución…

El 18 de julio de 1936, la sublevación militar del General Francisco Franco y su planificada represión dio comienzo a un baño de sangre. Anticipándose a esa fecha, como exhortación preventiva, el General Emilio Mola, ya había comunicado en Instrucciones Reservadas: «Ha de advertirse a los tímidos y vacilantes, que el que no esté con nosotros, está contra nosotros, y que como enemigo será tratado.» o «Hay que sembrar el terror, dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos a todos los que no piensen como nosotros.» Toda una sintética declaración de tiranía, terror y miedo dirigida al conjunto de la población; de la que no puede sustraerse a la familia Fandiño Ricart. Negrura, lobreguez, sombra, tiniebla, oscuridad…

Manuel estuvo oculto entre 1936 y 1945. En 1946 se hizo cargo de la Secretaría de la CRG – CNT, a la que también también se incorporó Antonio.

Alfonso, el 18 de julio, era Secretario de la Federación Local de sindicatos de la CNT en Compostela desde donde organizó la expedición que fue en ayuda de los obreros de A Coruña. Malograda la resistencia, huyó a Francia, retornando para luchar en Asturias hasta que, en 1937, derrotado el Frente Norte, consiguió huir nuevamente. Fue uno de los impulsores de la «Agrupación Confederal Galaica» en Asturias y de la «Federación de Agrupaciones de Gallegos Libertarios», radicada a partir de 1938 en Valencia, llegando a asumir el cargo de Secretario general.

Huida, ocultación, clandestinidad… la extinción del color. Los francotiradores se convirtieron en ejército regular que cargaba contra As Marías con los disparos de «putas» y «rojas». Y, ante los Fandiño Ricart, se abrió el abismo de las amenazas, las vejaciones, el maltrato y los allanamientos. Cualquier hora del día o de la noche era idóneo para forzar que As Marías delatasen el paradero de sus hermanos. Cualquier procedimiento era legítimo para arrancar una confesión: desbaratar el domicilio familiar, desnudarlas en plena vía pública, arrastrarlas hasta el envilecimiento y la degradación…

El miedo, la parálisis y la represión que invadieron Compostela acabaron de completar la operación de castigo. Nadie en la llamada Jerusalén de Occidente quería que se le relacionase con los Fandiño Ricart, con As Marías, con los anarquistas. Negrura, lobreguez, sombra, tiniebla, oscuridad… Asomó el hambre y se quedó para siempre: nadie quiso darle trabajo a Coralia y María, porque eran anarquistas, porque cualquier roce con ellas podía devenir en un aprieto ante la omnipotencia de las autoridades.

En el domicilio familiar se instalaron el pánico y los sobresaltos. El fascismo condenó a As Marías al ostracismo y ya sólo pudieron ocupar los márgenes de la sociedad compostelana. Las palabras del General Mola se consumaron sin matices, durante la confrontación y después del instante en que Franco, con idéntica firmeza con la que, hasta su fallecimiento, rubricó las condenas a muerte, firmó el comunicado de final de la Guerra. Cumplieron en la tierra y amenazaron con la persecución hasta en el cielo a quien infringiese los preceptos del «Glorioso Movimiento Nacional» y, como vencedores de la «Cruzada de Liberación», exaltaron la guerra como «una santa cruzada de violencia» que se prolongó hasta los últimos estertores del Dictador. As Marías fueron despedazadas y sus cabezas, como si fuesen de muñecas de porcelana arrojadas contra el suelo, se hicieron añicos. Negrura, lobreguez, sombra, tiniebla, oscuridad… Se dice que enloquecieron ante tanta persecución, que se trastornaron; pero no parece que nadie que pueda constatar que hubiesen perdido el juicio…

El hostigamiento y la represión sobre As Marías empezó a moderarse cuando, en 1947, fue desmantelado el Comité de la CRG – CNT que se saldó con la detención de más de 200 militantes en toda Galicia entre los que estaba Antonio Fandiño Ricart que fue condenado a prisión, muriendo poco después de ser puesto en libertad, en 1952, debido a los malos tratos sufridos en su cautiverio. Manuel Fandiño Ricart consiguió eludir la detención pero, tras dos años oculto, en 1949 fue descubierto, permaneciendo preso 5 años. Murió en 1978. Alfonso Fandiño Ricart se exilió en Francia después de la derrota de la República, reapareciendo en A Coruña en los años 60 sumándose al patrocinio del Cincopuntismo. Falleció en los años noventa.

As Marías vivieron un insondable drama personal. Su desgarradora experiencia ha propendido, sin apenas excepción, hacia interpretaciones psicologizantes: Coralia y María fueron atenazadas por la locura, convertida en el punto de fuga de su tragedia subjetiva… Y, sin embargo, As Marías, desde esa presunta locura que se esgrime como explicación categórica de su actitud y comportamiento, ocuparon durante décadas las calles de Compostela contraviniendo las normas. Desafiaron a la sociedad compostelana con su insolencia, su desenfado y su atrevimiento, ataviadas con el fulgor de los colores. Rojo, negro, blanco, azul, verde…

Hacia finales de los años cuarenta, cuando pudieron asir su angustia y su abatimiento, As Marías salieron a pasear de nuevo todos los días. Con la perseverancia de aquellas que saben que sólo los peces muertos nadan a favor de la corriente, salían todos y cada uno de los días a la misma hora: a las dos en punto. La repetición metódica de este deambular cotidiano hizo que recibiesen otro apelativo: As dúas en punto.

Como si hubiesen decidido que la vida estaba hecha de la repetición de las mañanas, María y Coralia Fandiño Ricart se sumergieron con su caminar en una especie de experiencia del eterno retorno. Su callejeo no pertenecía al reino de las leyes, no era una repetición de lo idéntico, sino que era copia de una miríada de copias de sucesivos paseos que imposibilitaban la perduración de un paseo original. Una repetición transgresora que ponía en crisis la fundamentación del orden, ya que su gesto no era ni un afianzamiento del pasado ni una declaración de futuro, sino un vivir lo que estaban viviendo en una afirmación de presente siempre idéntico y siempre diferente. As Marías se enfrentaron a la ciudad guiándose por el estatuto que rige el juego: la repetición y el retorno; hacer una y otra vez lo mismo, pero siempre distinto; transformar la vivencia más emocionante en hábito. As dúas en punto, empuñaron sus vidas.

Desamparadas, pero con la insolencia de los colores de sus vestimentas y su maquillaje excesivos, fueron capaces de llenar de luz las calles de la zona vieja de la Compostela triste y derrotada de la posguerra franquista. Con su irreverencia, pese a las humillaciones y el escarnio, María y Coralia Fandiño Ricart no supieron o se negaron a acatar la posición de vencidas sometidas, obedientes e indignas que se les había asignado.

As dúas en punto del brazo, saliendo de su casa hacia el Parque de la Alameda… Mirándolas de frente, a la izquierda Coralia, con un rictus inexpresivo, rigidez en los movimientos, apenas hablaba; fiel compañera, concomitante escolta. A la derecha, María, Maruxa, Maruja quien, contrariamente a su hermana, representaba el brío, la audacia y el desenfado. Contoneando su pequeño cuerpo y llevando la voz cantante, hacía gala de su simpatía e, intermitentemente, dirigía guiños a los transeúntes. As Marías, oponiéndose al doblegamiento que imponían las normas y las costumbres, resistieron y se rebelaron mostrándose orgullosas de sí mismas, esgrimiendo los colores y una actitud indócil. Una simple mirada o un insignificante gesto de As dúas en punto era suficiente para poner de manifiesto la hipocresía y la pacatería imperantes. Un mero piropo destinado a los hombres, comportamiento improbable en ninguna otra mujer, les bastaba para socavar la normas que regulaban las relaciones de género. Crédulas también, As Marías suponían que todos los hombres eran sus enamorados y no desperdiciaban la oportunidad de coquetear con ellos. Sin embargo, en este intercambio, As dúas en punto imponían el límite de la dignidad, reaccionando ásperamente ante aquellos que les decían vulgaridades o groserías.

María y Coralia Fandiño Ricart tuvieron que hacer frente a los comportamientos que su mera presencia desencadenaba. Muchos se reían de ellas por considerarlas grotescas y esperpénticas; unas perturbadas que interrumpían la cadenciosidad del ritmo ciudadano exhibiendo los colores de sus caras y sus vestidos. Otros muchos, sin embargo, mostraban una complicidad silenciosa y prudente o se dejaban llevar por el juego que As Marías proponían, participando en el intercambio de piropos o devolviéndoles una mirada confabuladora. Dos disposiciones que reflejaban la ambigüedad de la vida de Coralia y María: la burla y el escarnio que suscitaban se avenían perfectamente con sus experiencias de frustración y miseria; el afecto que inspiraban, armonizaban con el centelleo de libertad que desprendían. Rojo, negro, blanco, azul, verde…

La de As dúas en punto, es una historia de los colores convertidos en símbolo de rebeldía pero, simultáneamente, es una historia de sordidez, pobreza y persecución política. Aunque, habitualmente, la memoria de As Marías remita a un recuerdo simpático y acogedor que, involuntariamente, se puede desprender de la profusión cromática, la luz que desprendían ocultaba el hambre y la penuria que estigmatizaban sus cuerpos famélicos y demacrados y sus rostros resquebrajados y desdentados.

En su combate diario de polícroma repetición de la libertad, la actitud y el comportamiento de As dúas en punto ha hecho que se les atribuya una indeterminada locura causada por el dolor y el sufrimiento que les infringieron, lo que las habría llevado a recuperar los sueños de juventud. Se alude también a que esa hipotética locura era un mero artificio que les permitió soportar las infames condiciones de vida a las que fueron confinadas. Ambas conjeturas, concurrentes, son plausibles. Sin embargo, no resulta inverosímil tampoco pensar que su comportamiento y actitud era un acto de rebeldía contra el Régimen franquista y un desafío a una ciudad clerical y reaccionaria. Sin embargo, ¿cómo saberlo?…

Lo que sí se sabe, es que la vida de As dúas en punto se compuso con violencia y miedo, pero también con indocilidad y resistencia. Probablemente, sin llegar a saberlo, constituyeron un arquetipo del actuar a contratiempo, unas figuras interpuestas a través de las cuales muchos y muchas veían cristalizar la libertad que, por temor o pusilanimidad, no se atrevían a conquistar. Porque As Marías, con el apresurado caminar de sus frágiles y escuálidos cuerpos, desplegaban en su deambular prácticas de libertad…

Bernardino Graña escribió una Oda ás sempre mozas Marías que hai tanto tempo pasean Santiago[1], algunos de cuyos versos dicen:

Mentres se emite en cátedras gris ciencia

enzurriamento triste de libresco mexo

oh perguntemos hoxe quen farfalla inútil

quen fai entroido e leva farelentas faces

quen mais paifoco engreído doces donas miñas

oh Marías

das rúas

do sen sol Santiago.

Mais enfeites e cores i encubrir esas chepas

máis cosmética e polvos nesa pel inmorrente

e sorride galantes redivivos pimentos

encendede coquetas as meixelas e os ollos

e aprendan novos, vellos, tristes, sabios

oh Marías

suspiro

renovado.

[…]

Condenadoras ledas de laceiras e néboas

rosas de trapo e sedas enxoval gardado

vós ramallosa aurora cantareira fraga

sementando nas pedras diaria farna

oh pondoiras galiñas que poñedes ovos de ilusión dourados

oh Marías

señoras

do corazón

decote namorado.

María y Coralia, conocidas como As Marías y As dúas en punto, apellidadas Fandiño Ricart. No abandonaron su diario paseo hasta finales de los años 70 reclamando con los colores, el garbo y una eterna juventud su sitio en la ciudad de Compostela; mostrándose orgullosas de sí mismas, provocadoras y desafiantes.

María Fandiño Ricart (Compostela, 4.01.1898 – Compostela, 13.05.1980), falleció a causa de una miocarditis y está enterrada en la tumba 991 del Cementerio de Boisaca con el nombre de Maruxa, junto a sus hermanos Sarita, Antonio, Josefa y su madre Consuelo. Sit tibi terra levis, María.

María Argentina Coralia Fandiño Ricart: (Compostela, 24.08.1914 – A Coruña 30.01.1983), falleció a causa de una bronconeumopatía aguda y está enterrada en la tumba 3.196 del Cementerio de Boisaca junto a su padre Antonio. Sit tibi terra levis, Coralia.

As dúas en punto encerradas en un relato más. Emulando su paseo diario, copia de multitud de copias que desvanecen cualquier paseo originario, pueden componerse un sinnúmero relatos en los que relampagueen los colores alumbrando un sinfín de memorias sobre As Marías y Compostela. Relatos con la cualidad inmanente del inacabamiento ya que, como dejó escrito Walter Benjamin, el relato actúa armonizando fuerzas para seguir desplegándose aún mucho después del destello del instante.

Los relatos son engranajes que posibilitan que intercambiemos experiencias. La memoria sobre la peripecia vital de As Marías, As dúas en punto, puede leerse de muchas formas pero, quizá, como Coralia y María hicieron en sus paseos, habría que enfrentarla como un concreto fragmento del pasado que interpela nuestro presente. Para ello, además de una mirada histórica, debemos superponer una mirada política.

Actualmente, en torno a la escultura de As Marías se convocan algunas manifestaciones que recorren las calles de Compostela. Tal vez, sin saberlo, remedan el mismo ritual de repetición que Coralia y María, empeñándose machaconamente en que siempre sean «As dúas en punto»



[1]             Oda a las siempre mozas Marías que hace tanto tiempo pasean Santiago: Mientras se emite en cátedras gris ciencia / expulsión triste de libresco meado / oh preguntemos hoy quién charlatanea inútil / quién carnavalea y lleva harinosos rostros / quién más zafio engreído dulces señoras mías / oh Marías / de las calles / del sin sol Santiago. // Así y todo afeites y colores y encubrir esas chepas / así y todo cosmética y polvos en esa piel inmortal / y sonreíd galantes redivivos pimientos / encended coquetas las mejillas y los ojos / y aprendan jóvenes, viejos, tristes, sabios / oh Marías / suspiro / renovado. […] Condenadoras alegres de miserias y nieblas / rosas de trapo y sedas ajuar guardado / vosotras fronda aurora cantarín bosque / sembrando en las piedras diaria simiente / oh ponedoras gallinas que ponéis huevos de ilusión dorados / oh Marías / señoras / del corazón / cotidianamente enamorado.