Autoría colectiva

 

Hemos intentado- con no mucho  éxito, el éxito hoy es impensable- tratar  de aportar colectivamente líneas de búsqueda a algunos de los problemas que, a nuestro entender,  lastran al actual sindicalismo, cuyo solo enunciado es ya de por sí difícil de precisar. Los hemos referido a las siguientes cuestiones: pérdida en la parcialidad y dispersión de un sindicalismo reducido casi a respuesta inmediata por falta de propuesta y muy centrado en lo laboral con lo que deja fuera a muchos de los problemas de toda índole que afectan a las vidas de las personas; escaso engarce con la mayoría de la sociedad y dificultad para romper el descrédito de todos los cauces  de participación; carencias en los métodos de actuación y presión, que nos llevasen a la consecución de objetivos; estructura organizativa no idónea para afrontar ese conjunto de problemas diversos de una manera participativa; y posibilidades de abrirnos a otros campos de actuación en el terreno  de lo político entendido en un sentido más próximo a lo convencional. Lo damos a los lectores de LP con una clara conciencia de nuestras insuficiencias y limitaciones.

 La obligatoriedad de atender a lo parcial y su necesaria unificación

Vivimos en una sociedad con mucho “ruido”: cientos de miles de mensajes (comerciales, sociales, políticos, religiosos…) invaden a las personas apabullando, más que alimentando, la información, el conocimiento, la reflexión y la toma de actitudes. Es un ruido cuantioso y, además,  confuso, ya que a la multiplicidad de mensajes se le añade la disparidad de razones y opiniones parciales que no ayudan a discernir sino que enmarañan una realidad de por sí compleja, y en la que la velocidad de los cambios que en ella se producen viene a incrementar el marasmo.

El sindicalismo no puede escapar a esa dispersión y a esa diversidad sin dejar de ser sindicalismo y no hay más remedio que convivir con estos aspectos si pretendemos seguir siendo un instrumento de intervención. El problema surge cuando el sindicalismo, como es el caso del anarcosindicalismo, acompaña esa dimensión de defensa de los intereses de los trabajadores con un objetivo de transformación social radical que implica la capacidad de actuar más allá de lo “inmediato”. El hecho es que si bien el anarcosindicalismo tiene un discurso que apunta incesantemente a la necesidad de una transformación social, en contrapartida  no alcanza a plantear, más allá del discurso, actuaciones que transformen la realidad social en dirección al tipo de sociedad que debería sustituir a la actual. Esa necesidad de atender a lo inmediato y de jugar en lo parcial sin quedar atrapados por la dispersión, tratando de articular visiones más allá del corto plazo, nos coge sin instrumentos teóricos y prácticas adecuadas para actuar de una manera consistente y coherente.

A ello se añade que los objetivos del sindicalismo «convencional» o «tradicional», organizar a los trabajadores ¿asalariados? en defensa de la recuperación de la plusvalía generada por su trabajo y la búsqueda de las condiciones más adecuadas para su desarrollo, se ve contrastada con la existencia de una gran masa de parados, expulsados del sistema productivo, de jóvenes que no acceden a un primer empleo, de inmigrantes asalariados para la supervivencia en un terreno hostil, de una precariedad cada vez más extrema, de jubilados cuyas pensiones ven peligrar en el futuro inmediato, de problemas de vivienda, sanitarios y educativos, de problemas de género, etc., cuya articulación es imprescindible para un sindicalismo que tenga una visión más amplia de intervención social, terreno en el que la CGT debe jugar un papel claro.

Para que esa necesaria articulación de las respuestas a necesidades diversas se produzca, impidiendo la caída en la dispersión y la entrada en la confusión, se necesita que esas respuestas confluyan en un horizonte no utópico común y la jerarquización de esas necesidades a las que dar respuesta. Ni el uno ni la otra parecen estar claros en el actual sindicalismo.

El horizonte real del  sindicalismo mayoritario “realmente existente” es el de la recuperación económica y la buena marcha de cada una de las empresas, y su aspiración sigue estando en la vuelta al escenario de pujanza económica de 2006, sin preocuparle mucho que ese desarrollismo competitivo, el único que existe, sea siempre generador de desigualdades y contrario al reparto. Pero la perspectiva de reactivación económica es, además, falsa y no se va a conseguir ni con medidas de recorte ni de incentivación. La crisis tiene un componente objetivo de escasez de recursos, y nuestras sociedades han sobrepasado las posibilidades de consumo, que no van a recuperarse ni sería conveniente que lo hicieran.

En la actualidad un horizonte de mayor reparto y equidad implica la admisión de un cierto empobrecimiento y la exigencia de una gestión distinta del mismo; mientras que con las políticas actuales, sean recesivas o incentivadoras, el empobrecimiento nos viene impuesto y gestionado desde fuera, y produce un incremento de las desigualdades (se empobrece más el más pobre). Por el contrario,  como CGT  deberíamos marcarnos un horizonte de reparto aún con empobrecimiento, de atención preferente a las necesidades más básicas, a las que debe quedar supeditada la satisfacción de necesidades más superfluas, y mucho más la búsquedas de nueva generación de necesidades. Hoy, la búsqueda del reparto es necesariamente antidesarrollista, del mismo modo que el desarrollismo es necesariamente impulsor de mayores desigualdades.

En la visión de la crisis, que nos venden y con la que nos engañamos, como etapa transitoria y a superar, el paro puede quedar reducido a un problema coyuntural, un necesario daño colateral que se resolverá con esa superación de la crisis. Sin embargo, desde la otra visión el paro es un problema estructural que no tiene solución sino por otros medios, fuera de las dinámicas que nos proponen.

El paro, el paro y sus secuelas, es el principal problema laboral (y social). Sin embargo, la lucha contra el paro está perfectamente ausente de los objetivos sindicales, y las personas paradas hace tiempo que han dejado de ser sujetos del sindicalismo (lo serán en todo caso de los servicios sociales y organizaciones de beneficencia). Y tras el paro han ido quedando fuera de la reflexión e intervención del sindicalismo el trabajo negro, la precariedad, la subcontratación, etc.

El sindicalismo sigue jugando un papel entre los trabajadores activos, con derechos, etc. y sus objetivos reales están encaminados a la defensa débil de los derechos laborales y niveles salariales de esos trabajadores, pero el paro no existe entre los objetivos sindícales más allá de un mero discurso.

Ese no abordaje del paro, esa no jerarquización de objetivos, ese replegarse a terrenos más suaves dejando de afrontar las situaciones más duras y difíciles, además de constituir una dejación, esteriliza la totalidad de la actuación sindical. Con  más de cinco millones de parados cualquier Reforma Laboral es indiferente, la situación laboral real (trabajo en negro, en cualquier condición laboral, cobrando cualquier salario y, además, hoy sí pero mañana no…) es peor que cualquiera de las previstas en la peor de las reformas, y se instala antes de su aprobación. Y esa situación real va avanzando y convirtiéndose en un anillo que ahoga y va minando las condiciones laborales y salariales del hoy todavía mayoritario sector de trabajadores con derechos. Sin jerarquizar los objetivos difícilmente atenderemos a ninguno, aunque ese hacer como que hacemos nos permita el mantenimiento de un juego sindical sin papel real.

Pero en la actual situación el paro no puede afrontarse más que desde la perspectiva del reparto del trabajo existente. Seguramente el reparto del trabajo y la consecución de una renta básica garantizada son los mecanismos más acordes con ese objetivo de  jerarquizar  las necesidades, priorizando las más básicas, y también con ese horizonte de reparto en un escenario, por lo menos, de no crecimiento. Fiar su solución a una recuperación económica, que compense el incremento de las desigualdades con un incremento superior del desarrollo, es la fórmula con que nos mienten y, peor todavía, con que nos engañamos. (aclaremos que cuando hablamos del paro no nos referimos a opciones vitales que no pasan por el trabajo asalariado, sino al paro en cuanto imposibilidad de desarrollar un trabajo y sus secuelas de pérdida de derechos -hoy asociados a la realización de un trabajo- y de empobrecimiento y exclusión).

 Métodos de actuación

Pero para esos objetivos y para ese horizonte necesitamos también nuevos métodos de actuación. Por un lado, los métodos de actuación tradicionales vienen perdiendo fuerza y eficacia frente a los métodos de dominación desarrollados por el capitalismo globalizado. De otro lado esos nuevos objetivos y ese nuevo horizonte requieren de métodos de actuación distintos.

La situación actual no parece propicia para que prevalezca lo reivindicativo por sí solo, dado que tendría que combinarse con otra serie de tomas de postura que se planteen el reparto desde la consideración de que buena parte de la sociedad somos sujetos que estamos en la zona de consumo llamado a aminorarse y a ser repartida. En esa zona, lo reivindicativo en cuanto defensa de “intereses”, no pasa de disfrazar como interés colectivo aquello que no va más allá de una agregación de intereses individualistas.

La movilización actual debiera arrancar mucho más del convencimiento personal que del enardecimiento colectivo y tiene que ser una toma de postura, un empezar a asumir nuestras responsabilidades  individuales (una de las características de la sociedad actual es la de que las cosas ocurran y las situaciones se den sin que haya nadie que sea responsable de ellas, como si esa sociedad hubiera entrado en el reino de la necesidad)  y un empezar a hacer, o a dejar de hacer, poniéndonos barreras que no debemos traspasar, disposiciones y leyes que no podemos acatar y desarrollando métodos de actuación más cercanos a los puestos en práctica por los movimientos de  objeción de conciencia y la insumisión (negativa a cumplir incrementos horarios o iniciativas para aplicarse reducciones de jornada equivalentes a la tasa de desempleo, por ejemplo) que nos conviertan en agentes de reparto y en creadores de una corriente de opinión favorable a él, que acabe obligando a los sindicatos a impulsarlo mediante la puesta del acento en la negociación de reducciones significativas de jornada laboral y la equivalente generación de empleo… Un empezar a ejercer nuestras posibilidades de actuación y a tratar de desarrollar desde ella otras formas de presión que les den carácter de enfrentamiento social y político, impidiendo que se queden en lo personal y testimonial. Pero sin ponernos nosotros y nuestras vidas por delante, lo reivindicativo va quedando en poco efectivo y falto de  credibilidad.

Estos nuevos métodos de actuación a desarrollar tendrían la ventaja añadida de desatascar al sindicalismo de la pulsión mayoritaria en el que ha quedado atrapado, ayudando a buscar formas de hacer en minoría e, incluso, individualmente. Siempre estamos obligados a buscar la mayoría, pero no podemos estar esperándola ni amparando nuestra no actuación en su no consecución. Todos los intentos de adecuación derivados de la necesidad de la búsqueda de la mayoría, han sido una rodada a la baja de objetivos y formas de actuación sociales y sindicales. La mayoritaria es una variante de intervención, deseable pero no única. Hoy el desarrollo de métodos de actuación en minoría y hasta individualmente nos daría márgenes de libertad y en ningún caso supondrían una renuncia o abandono de la aspiración a esa conquista de la mayoría, solo que la haría menos imperiosa en tanto en cuanto menos dependiente de ella.

Por último, el sindicalismo “tradicional”  ha estado muy basado en el “enfrentamiento” y con él ha quedado atrapado en las disyuntivas ganar/perder o victoria/derrota, con connotaciones machistas y militaristas hoy muy poco adecuadas y que nos conducen con frecuencia a terrenos nada propicios para nosotros y sí muy favorables al Poder. Seguramente esas nuevas formas de actuación, basadas en el hacer más que en el reivindicar, que ganen de entrada el ejercicio de nuestra libertad, desarrollarán otras formas de confrontación y de plantearse como metodologías y acciones sociales y políticas que no queden atrapadas en esa disyuntiva  derrota/victoria y que permitan plantearse avances sin ejercicio de imposiciones.

 Desconexión con la sociedad y estructura organizativa

El sindicalismo no conecta con la sociedad sencillamente porque carece de los instrumentos que serían necesarios para abarcar los múltiples y muy diversos problemas con los que se enfrentan las personas fuera del ámbito propiamente laboral. El sindicalismo tiene unas estructuras y unas herramientas de lucha construidas históricamente en consonancia con la problemática laboral (condiciones laborales y retribución del trabajo básicamente), pero cuando la gente se enfrenta en su vida cotidiana con problemas que exceden ese ámbito (vivienda, listas de espera en la sanidad, falta de equipamientos sociales en los barrios, y mil otros temas) el sindicalismo no puede canalizar ni potenciar las luchas engendradas por esos problemas acogiéndolas en sus propias estructuras. Las más de las veces se limita a integrar discursivamente esas reivindicaciones en su repertorio de agravios sociales, a expresar su solidaridad con las acciones emprendidas por plataformas de afectados y a acudir a las manifestaciones que convocan.

Transformar la organización sindical en una organización omnicomprensiva, polifacética, multidimensional, que pueda abarcar el conjunto de las preocupaciones ciudadanas es casi imposible en la actualidad si se quiere preservar al mismo tiempo la cobertura orgánica de los temas propiamente laborales. Ahora bien, una cosa es reconocer que el ámbito político (problemas de la ciudadanía) y el ámbito laboral han generado y aun requieren formas de intervención diferenciadas y otra cosa es no percatarse de que la propia evolución de la sociedad y del ámbito laboral tienden a acentuar la interpenetración o la des-diferenciación de esos dos ámbitos y obligan a modificar el sindicalismo para que no reproduzca la escisión histórica entre el trabajador y el ciudadano.

Un paso bastante asequible en esa dirección podría consistir en potenciar la estructura territorial del sindicalismo, tomando como referencia las federaciones locales con capacidad de transcender los temas exclusivamente sindicales y de plantearse con mayor intensidad de lo que ya hacen en la actualidad la intervención en temas políticos (entendiendo “político” en su sentido amplio). La recuperación y la implementación en las grandes ciudades de “los sindicatos de barrios” iría en esa dirección porque incitaría a los militantes a encarar temas de su entorno extra laboral desde dentro de una estructura que seguiría siendo sindical.

Pensar globalmente y actuar localmente debería ser un objetivo irrenunciable. Esa actuación local requiere de elementos de convergencia con sectores afectados por la dominación del Capital y el Estado que definen un sujeto diferenciado del asalariado. Junto a la estructura «sectorial-productiva»  convencional se debe impulsar la «geográfica-vital», mucho más rica y amplia que permite confrontar ese pensamiento global de manera horizontal y transversal. Esto ayuda a mantener una visión más global, más general, más política, más social, que es la que requiere el abordaje  de todo ese conjunto de problemáticas y de temas como el paro que sobrepasan lo estrictamente laboral. Naturalmente sin dejar de potenciar las secciones de empresa y de sector para los temas particulares.

Otro aspecto parcial relacionado con nuestra capacidad de engarce social es el de que el Poder ha conseguido el encasillamiento de las organizaciones de izquierda en general y de la nuestra en particular. De alguna forma el Poder hace un reparto de papeles que configuran todo el abanico de opciones, lo que además le da un halo de pluralidad y democracia. Repartidos los papeles y jugando cada uno el suyo, todo discurre según lo previsible y el juego y su resultado se repiten.

¿Por qué el 15M en su momento de auge despierta un grado de aceptación social fuerte, si a la postre no dice cosas tan distintas a nosotros ni de forma tan diferente? Aparecen como gente “normal” y diversa, sin punto de partida previo unificado y cuya única referencia es la realidad que les perjudica y que consiguen que aparezca más transparentemente, recuperando una mayor sencillez, una especie de sentido común más primario. Y a presentarlo les ayuda el no ser nada ni nadie, sino cualquiera; no haber quedado encasillados todavía.

Cualquier organización de izquierdas y de forma particular la nuestra está lastrada por ese encasillamiento, esa imagen, esa definición en que el poder nos ha situado y que es parte de nuestra derrota.

Lo más preocupante es que nosotros hemos contribuido a ese encasillamiento en que nos han encerrado, y seguimos haciéndolo, favoreciendo y haciendo hincapié en lo identitario, en el uso de simbología y en el tratar de marcar y atribuirnos lo que hacemos. La apropiación, la identificación, el sentido de lo interno se antepone a la propuesta y la actuación,…

La alternativa sería la variación en nuestras formas de actuación: el ayudar a que surjan otros sujetos  más amplios y menos contaminados desde los que actuar diluidos (que no perdidos) en ellos; el predominio de los contenidos y de los mensajes por encima de la simbología; el disminuir u obviar los elementos identitarios y de ser, para dar paso a los de proponer y hacer, matando los protagonismos y las atribuciones, de los que esperamos rendimientos inmediatos que no llegan; trabajando los que más y con mayor claridad y propuesta, sin atribuírnoslo, haciendo que las cosas anden sin necesidad de protagonizarlas… los resultados aparecen en el más largo plazo.

 La participación política

Si por presencia política se entiende la intervención en las luchas extra laborales, esa participación sería acorde a lo que venimos planteando, pero no lo sería  si por presencia política se entiende la participación en instancias de representación política o la adopción de señas de identidad y formas organizativas propias de los partidos políticos. Pensando en la vertiente sindicalista del ML no parece conveniente la re-edición de planteamientos como los que llevaron a la formación del partido sindicalista. Como recurso en el corto plazo implicaría que, al no tener una visión global de nuestra actuación socio-económica, se generaría una dinámica perversa y absorbente que nos apartaría del trabajo prioritario que antes hemos diseñado. Crear espacios de participación y acción va mas allá de «jugar» en un terreno en el que poco podemos hacer para cambiar la realidad y entrar en competencias desaforadas con medios y recursos tremendamente limitados.

No significa eso despreocupación por la política entendida en el sentido convencional. Hoy se vive una fuerte desconfianza frente a las instancias de Poder y una crítica radical a las formas en que se ejerce en la que ha desaparecido cualquier forma de conexión entre la ciudadanía y las instancias de representación política y nosotros debemos estar inmersos y alentando esa corriente.

Algunos de los conceptos que maneja el ML han cobrado relevancia en la evolución que ha marcado la cultura política estas últimas décadas: el concepto de democracia directa, la revalorización de la asamblea como marco de debate y de decisión y la crítica de la representación, el concepto de estructuras no jerárquicas, la horizontalidad, el concepto de acción directa, etc. son hoy una exigencia de muchos movimientos  de contestación e impugnación al Sistema, en los que debemos estar inmersos con personalidad propia.

 Quedan fuera temas importantes por abordar, de modo especial las carencias en la dimensión internacional del sindicalismo,  que no logramos subsanar pese a los esfuerzos no pequeños realizados y que significan una debilidad enorme frente a un capitalismo globalizado.