Tomás Ibáñez (Movimiento libertario)

 

Algunas de las dicotomías que parecían firmemente establecidas se van desdibujando en la época actual y cualquier observador puede constatar fácilmente como se van difuminando las nítidas fronteras entre, por ejemplo, lo público y lo privado, la administración y la empresa, la política y la economía, el Estado y la Sociedad Civil, etc. Vivimos unos tiempos en los que también van mutando las formas de la dominación y de la explotación y sorprende ver como la libertad y la autonomía se instrumentalizan para ejercer más poder, o como se flexibilizan y hasta se rompen las estructuras jerárquicas para “mejorar” así la sumisión de los ciudadanos o el rendimiento de los trabajadores. Muchas de esta transformaciones guardan una estrecha relación con el desarrollo del neoliberalismo avanzado y con la articulación de la “gobernanza” como uno de sus dispositivos de gobierno. Por lo tanto, para entender mejor los cambios que se están produciendo en las relaciones entre lo estatal, lo privado, lo público, lo económico, lo político etc. quizás no sea inútil indagar en las características de la gobernanza. Indagación tanto más interesante cuanto que asoman paradójicas resonancias entre ciertos principios de corte libertario y algunos aspectos de la gobernanza.

Es fácilmente constatable que a partir de los años 90 el uso del término “gobernanza” ha ido creciendo de forma espectacular. Hoy, la preocupación por la gobernanza está presente en multitud de informes gubernamentales o para gubernamentales, y se manifiesta en numerosísimas instituciones y organizaciones que se distribuyen en todos los niveles del tejido social, desde los niveles más locales (ayuntamientos, asociaciones locales, comunidades autónomas…) hasta los más globales (Unión Europea, Organización de las Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional…) pasando por las instancias de carácter estatal (Ministerios, Direcciones Generales…). Las instituciones y las organizaciones que se preocupan por la gobernanza no solo se encuentran en los diferentes niveles de la sociedad sino que pertenecen además a los diversos sectores del entramado social. En efecto, el interés por la gobernanza, y más específicamente por “la buena gobernanza”, está presente tanto en el ámbito público, como en el ámbito privado, tanto en las administraciones como en las empresas, en las instituciones financieras como en las instituciones educativas, en el terreno político como en el espacio económico. Uno de los múltiples indicadores de la importancia adquirida por la gobernanza es, por ejemplo, que la oferta de cursos y de masters sobre gobernanza no para de crecer, y parece que todo aquel que tenga que participar en la gestión y en la dirección de una organización, sea cual sea su naturaleza (una universidad, un sindicato, un hospital…) deba pensar necesariamente en términos de gobernanza si no quiere parecer trasnochado.

La rápida y extensa proliferación de las referencias a la gobernanza es perfectamente comprensible si consideramos que esta consiste en una serie de prácticas y de concepciones, en una suma de tecnologías de gobierno y de gestión, en un conjunto de principios y de modos de conceptualizar la realidad que  se inscriben de lleno en las pautas trazadas por la actual hegemonía social, cultural, política, y económica del neoliberalismo. Para ser más precisos, la gobernanza es una modalidad de gobierno que responde a las transformaciones del Estado propiciadas por la conjunción entre el auge de las políticas neoliberales, por una parte,  y el desarrollo y expansión social de las nuevas tecnologías (y en especial de las tecnologías de la información), por otra parte.

Estas transformaciones se han presentado a menudo como un “adelgazamiento del Estado”, como una paulatina disminución de la capacidad de intervención del Estado propiciada por el afán desregularizador del neoliberalismo. Sin embargo, en realidad no se trata tanto de una perdida de importancia del papel desempeñado por las instituciones estatales como de una modificación de sus características y de sus formas de gobernar. Estas nuevas formas de gobernar modifican las relaciones entre el Estado y la Sociedad Civil, y se expanden tanto por el sector público como por el sector privado, difuminando las nítidas fronteras que parecían separar estos dos ámbitos.

APROXIMACIÓN A LA GOBERNANZA

Pero veamos con más detenimiento en que consiste “la Gobernanza”. La definición estándar, propuesta por la Comisión Europea nos dice que: “…el termino gobernancia remite a las reglas, a los procesos y a los comportamientos que inciden sobre el ejercicio de los poderes, especialmente desde la perspectiva de su apertura, de la participación, de la responsabilidad, de la eficacia y de la coherencia.…..”.

En efecto, buscando una mayor eficiencia del ejercicio del poder en condiciones de creciente complejidad de la sociedad y de creciente distancia entre los centros de decisión y los afectados por las decisiones, las instancias de gobierno se percataron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX de que era preciso modificar de forma drástica tanto los procesos de toma de decisión como las condiciones de ejecución de las decisiones adoptadas. Las instancias de decisión tenían que abrirse a los sectores que les tocaba dirigir, flexibilizando el estricto ordenamiento jerárquico de arriba abajo, estableciendo mecanismos de consulta con los actores afectados por las decisiones, abriendo procesos de negociación,  descentralizando y delegando parte de su poder, y en definitiva, asociando los gobernados a las decisiones por medio de la creación de estructuras participativas.

Pero no era solo el proceso de toma de decisión el que debía modificarse sino también la ejecución de lo acordado. En efecto, se vio que los resultados mejoraban de forma importante cuando eran las propias personas o entidades afectadas las que se responsabilizaban de llevar a cabo, por lo menos en parte, las operaciones que se habían decidido. Ahora bien, esta responsabilización había de ser plena. Por una parte, los centros de poder debían dejar una amplia autonomía a los colectivos y las instancias que asumían la ejecución para que la realizaran a su manera, sin someterlos a una fiscalización paso a paso. Por su parte, los ciudadanos y las estancias delegadas debían acatar las consecuencias del control y de la evaluación de los resultados alcanzados, aceptando voluntariamente por lo tanto una fiscalización a término. Esta forma de ejercer el poder no solo incrementaba la eficiencia de las operaciones de gobierno sino que contribuía también, y esto es importante, a otorgar mayores cuotas de legitimidad a las instancias encargadas del gobierno y a desactivar eventuales conflictos.

Se dirá quizás que no hay nada nuevo bajo el sol y que no fue preciso esperar al neoliberalismo, y menos al neoliberalismo avanzado, para saber que los funcionamientos “democráticos” presentaban una serie de ventajas sobre los funcionamientos “autocráticos”. De hecho la preocupación por fomentar la participación y la concertación tiene décadas de existencia en los países de nuestro entorno, y no han sido pocas las experiencias de cogestión que se han ensayado en Alemania o las experiencias de participación que se han llevado a cabo en Francia, por ejemplo.

Sin embargo vamos a ver que la gobernanza no es simplemente una nueva etiqueta puesta sobre antiguas prácticas, y para ello nada mejor que acudir a algunas claves de lectura que nos proporciona Michel Foucault. En efecto, los minuciosos estudios de Foucault sobre la gubernamentalidad (no confundir con la gobernabilidad)[1] aportan unas herramientas sumamente útiles para descifrar las características del neoliberalismo en general, pero también las peculiaridades de la gobernanza entendida como una de las modalidades de poder adoptadas por el neoliberalismo avanzado.

Ya hemos dicho que la Gobernanza consistía por una parte en determinadas prácticas y, por otra parte, en “una forma de concebir las cosas”, es decir en determinados principios de inteligibilidad. Las prácticas recurren a unos procedimientos que hubiera sido imposible  articular sino fuera por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información por una parte, y por los conocimientos expertos producidos por las diversas ciencias sociales y psicológicas por otra parte. Los dispositivos formados por esas tecnologías y por esos conocimientos han dado a los procesos de descentralización de las decisiones, y a los mecanismos de consulta y participación de los ciudadanos un alcance y unos niveles de sofisticación impensables hacen tan solo unas décadas.

Pero al margen de las prácticas concretas de la gobernanza, sobre las que no es lugar aquí para extenderse, lo que realmente sitúa a la gobernanza a la vez  como un producto y como una herramienta del  neoliberalismo avanzado es su marco conceptual, es decir su forma de entender las cosas y los principios que la guían.

LA HEGEMONÍA DE LA RACIONALIDAD ECONÓMICA

En efecto, la conceptualización sobre la cual descansa la gobernanza consiste en  la extensión de los principios económicos del neoliberalismo al ámbito del propio poder político. No se trata ya, como lo reclamaba el liberalismo clásico, de que el poder político “deje hacer” el mercado, deje funcionar sin interferencias, ni políticas  ni administrativas, la lógica de la libre competencia y deje que se produzca la regulación de los precios por el mero juego de la oferta y de la demanda. Tampoco es suficiente,  con que el poder político favorezca expresamente ese libre funcionamiento del mercado, haciendo oídos sordos a sus propias proclamas anti intervencionistas e interviniendo de forma contundente y sostenida para “dejar hacer “el mercado y para lograr que la famosa “mano invisible” se mueva libremente, sino que se trata, como lo quiere el neoliberalismo,  de que el propio poder político integre en sus mecanismos y en sus modos de hacer, la lógica y los valores del mercado. Es el mercado el que debe funcionar como principio organizador central tanto para el Estado como para la Sociedad Civil, y las reglas que imperan en el mercado y en el sector privado  deben penetrar las administraciones publicas para hacerlas más eficientes y más competitivas.

 Dicho de otra forma, para el neoliberalismo “la forma mercado” debe colonizar todo el ámbito de lo político e impregnar su funcionamiento. De esta forma la economía y la política dejan de obedecer a dos racionalidades distintas y quedan unificadas bajo la hegemonía de la racionalidad económica, haciendo que el propio Estado funcione según las reglas y la lógica del mercado y de la economía capitalista. De hecho, se trata de que las diversas instancias de la administración y del poder político funcionen sobre el modelo de la “empresa capitalista”, pero de la empresa “moderna”, dirigida en base a los llamados nuevos modelos de gestión: con sus contratos programa, sus evaluaciones de resultados, su trabajo por objetivos, su fomento de la autonomía, sus delegaciones de poder, su flexibilización de las líneas de mando, sus incitaciones a la participación y a la responsabilización, su énfasis sobre el rendimiento y sobre la competitividad, etc.

El paso siguiente, el que, después del liberalismo y del neo liberalismo va a dar el neoliberalismo avanzado, consistirá básicamente en articular tres operaciones.

La primera de estas operaciones consiste en incorporar más plenamente la Sociedad Civil al conglomerado formado por el mercado y por la política, y situarla, ella también, más nítidamente de lo que ya lo hacia el neoliberalismo, bajo la hegemonía de la racionalidad económica.  Tanto los propios individuos (sus deseos, su afectividad, sus valores…), como las relaciones sociales que tejen entre ellos y que conforman la Sociedad Civil deben ser moldeados para que se correspondan con el tipo de individuo y con el tipo de relaciones sociales que necesita el mercado, y para que sucumban o se adecuen a la lógica consumista.

INSTRUMENTALIZAR LA LIBERTAD

La segunda pasa por potenciar, aun más de lo que ya lo hacia el neoliberalismo, la instrumentalización de la libertad como principio  básico de gobierno y de gestión.

Es obvio que si los actuales dispositivos de dominación ensalzan “la libertad” y la utilizan para desplegar sus estrategias de gobierno en los ámbitos de la política y de la economía, no es, ni mucho menos, porque otorguen a la libertad un lugar preferente en su escala de valores. La libertad no se valora en tanto que tal, solo se valora en tanto que es útil para conseguir determinados fines que son los que realmente importan, como por ejemplo incrementar la eficacia del ejercicio del poder u obtener mayores beneficios económicos. Gobernar y gestionar en nombre y en base a la libertad  permite conseguir que los propios gobernados y los propios  trabajadores  contribuyan, ellos mismos, a hacer funcionar los mecanismos mediante los cuales se les gobierna y se les explota.

Partiendo de la constatación de que para poder gobernar según sus principios el liberalismo debe hacer un abundante acopio de diversas formas de libertad (libertad de mercado,  libertad de acceso a la propiedad, libertad de elección, libertad del comprador y del vendedor, libertad de opinión etc.) Michel Foucault señala que ese modo de gobernar también debe esforzarse por producir, garantizar y organizar las múltiples formas de libertad que necesita tener a su disposición. En efecto, para que un modo de gobierno basado en la gestión de la libertad pueda conseguir sus fines, este debe suscitar, producir, incrementar, y cuidar las libertades, pero también debe construir  unos potentes dispositivos de seguridad  prestos a intervenir en cualquier momento para evitar los eventuales desbordamientos de la libertad. Basta con escrutar con alguna atención nuestro tipo de sociedad para convencernos de que el binomio « libertad/seguridad » constituye efectivamente un elemento básico del neoliberalismo avanzado.

LA CENTRALIDAD DEL CONOCIMIENTO EXPERTO

La tercera operación que articula el neo liberalismo avanzado consiste en fortalecer “el régimen de la verdad” propio de la razón gubernamental liberal e incrementar su grado de sofisticación.

Bien sabemos que gobernar apoyándose exclusivamente sobre la fuerza bruta tiene un costo muy elevado y una duración bastante limitada. Se trata de una modalidad de gobierno que puede ser muy eficaz en el corto plazo pero cuya eficiencia es mínima. Para conseguir gobernar con mayor eficiencia y de forma más duradera es preciso modificar los resortes de la sumisión y sustituir parcialmente la obediencia basada en el miedo por la obediencia basada en el consentimiento, es decir en el reconocimiento de cierta legitimidad a los gobernantes y a sus actos. La legitimidad en el ámbito político siempre descansa sobre la producción de determinados “efectos de verdad” y sobre la instauración de un determinando “régimen de la verdad”. Como dice Foucault, para ejercer el poder hay que producir efectos de verdad que den testimonio ante los ojos de los gobernados de la legitimidad del gobierno y de sus actos.

En la actualidad lejos han quedado los regímenes de la verdad articulados en torno a la divinidad, a los sacerdotes, a los adivinos o a los consejeros del Príncipe. En efecto, el liberalismo clásico definió otro régimen de la verdad cuando se percató que  los objetos que se trata de gobernar (por ejemplo, la economía) tienen una naturaleza propia, unas leyes especificas, unas regulaciones que les son inmanentes, y que no se puede gobernar con eficacia un determinado objeto si no se conoce de forma suficientemente exacta su naturaleza para poder apoyarse sobre ella, y para poder conducirlo utilizando sus propias regulaciones en lugar de forzarlas o de violarlas.

Consecuentemente, el régimen de la verdad instaurado por el liberalismo se articuló en torno a la  centralidad del conocimiento sobre  los objetos que se trataba de gestionar y de gobernar. Por una parte, era preciso construir  dispositivos de producción de conocimiento “verdadero” sobre esos objetos, y, por otra parte, era preciso producir “efectos de verdad”, es decir lograr que ese conocimiento apareciera como efectivamente verdadero a los ojos de los gobernados. Es así como se fue constituyendo y adquiriendo importancia la figura del experto, y es así como el conocimiento experto fue ganando posiciones como un elemento clave en el arte liberal de gobernar.

La prueba del algodón de que un conocimiento es verdadero y que resulta por lo tanto necesario para gobernar con acierto, es que ese conocimiento sea totalmente opaco para el común de los mortales. Para que los conocimientos expertos merezcan la confianza de los gobernados y sean percibidos como verdaderos su producción debe situarse totalmente fuera de su alcance. Pero no solo su producción, también su comprensión. Es preciso que solo los expertos sepan elaborarlos y descifrarlos. De hecho su opacidad para los legos esta implícita en el concepto mismo de conocimiento experto.

Pues bien, al igual que el liberalismo clásico y que el neoliberalismo, también el neoliberalismo avanzado requiere el conocimiento experto de los objetos que debe gobernar. Sin embargo, los conocimientos expertos han alcanzado en los tiempos del neoliberalismo avanzado un grado de complejidad, y por lo tanto de opacidad, infinitamente mayor que el que ostentaban en épocas anteriores. Hoy, el complejo tecno-científico se sitúa en el corazón de la sociedad regentada por el neoliberalismo avanzado y constituye un elemento sin el cual los actuales dispositivos de gobierno quedarían totalmente paralizados. Gobernar exige taxativamente que se pueda disponer de esos conocimientos, pero el grado de sofisticación que los caracteriza engendra dos efectos eminentemente contradictorios.

Por una parte la total opacidad de esos conocimientos afianza su veracidad percibida e incrementa por lo tanto en el imaginario social la legitimidad de los actos de gobierno que se basan en ellos, pero por otra parte esa misma opacidad agranda cada vez más la distancia que existe entre la información de la que dispone  el ciudadano de a pie y la información que tratan los dispositivos de gobierno, con lo cual la significación de los actos de gobierno se va diluyendo y estos actos dejan poco a poco de tener sentido para los gobernados mermando de esta forma la legitimidad de quienes los deciden y los ejecutan.

LAS ARTIMAÑAS DE LA GOBERNANZA

Es aquí donde la gobernanza, como  forma de ejercicio del poder propia del neoliberalismo avanzado revela más nítidamente su utilidad, y lo hace de dos maneras distintas.

La primera consiste en relegitimar los actos de gobierno acudiendo, como lo hemos visto, al ámbito de los propios gobernados y concertando con ellos los actos de gobierno. Se trata, para la gobernanza, de conciliar el carácter necesariamente opaco del conocimiento experto, con la necesaria apropiación, por lo menos parcial, de ese conocimiento por parte de los gobernados afín de contrarrestar los efectos de deslegitimación que produce la excesiva opacidad del actual conocimiento experto y para contrarrestar también los efectos de la creciente distancia entre la información disponible por parte de los gobernantes y la que llega hasta los gobernados. La tarea de los expertos en gobernanza pasa por ir perfilando un lenguaje común entre gobernantes y gobernados de forma a que los gobernados, confrontados a criterios de decisión incomprensibles, no acaben por desertar completamente la esfera de la política.

La segunda utilidad de la gobernanza consiste en articular una nueva fuente de producción de conocimientos. En efecto, al dar la palabra a los sujetos de un  acto de gobierno lo que se consigue es  acceder a un “conocimiento desde dentro” que viene a sumarse al conocimiento construido “desde fuera” por procedimientos llamados “objetivos”, y que permite intervenir de forma más acertada sobre los objetos que se trata de gobernar. Dar la palabra a los afectados por las decisiones de gobierno no es solamente una forma de integrarlos en el proceso de gobierno y de conferir mayor legitimidad a las decisiones de los gobernantes, es también una forma de extraer de los propios gobernados un conjunto de conocimientos de suma utilidad para gobernar. Obviamente, para que todos estos procesos que consisten en dar la palabra, consultar, delegar poder, compartir conocimientos, flexibilizar las jerarquías, introducir horizontalidad, fomentar la autonomía, producir y utilizar la libertad, etc. no pongan en riesgo el sistema establecido es necesario que, por una parte, las esferas dominantes conserven en exclusiva la capacidad de establecer y de controlar las reglas del juego, definiendo ámbitos llamados de “no decisión”  (vetados por principio a cualquier forma de consulta), y que, por otra parte, los mencionados procesos queden enmarcados dentro de férreos dispositivos de seguridad.  Queda claro que pese a las resonancias con algunos principios libertarios la gobernanza es una de las  caras, amable y engañosa pero sumamente eficaz, que presenta la dominación en la era del neoliberalismo avanzado.


 

[1] Véanse básicamente los siguientes cursos de Michel Foucault en el Collège de France:
Seguridad, territorio, población. Madrid. Ed. Akal. 2008
El nacimiento de la biopolítica. Madrid. Ed Akal. 2009
Du gouvernement des vivants. Paris, Ed. Gallimard-Seuil. 2012