Editorial nº 77
Editoriales,
LA SOLUCIÓN SOCIAL A LA CRISIS NO SON LAS URNAS
El gobierno, lo que ello representa, es decir, el poder, el estado, lo institucional, el sistema oficial, la Troika, dictaminó cuándo, cómo, por qué entrábamos en crisis, por qué el sistema capitalista se “tambaleaba” y que serían, en esta ocasión, los países de la periferia de Europa, más concretamente su clase trabajadora y los colectivos sociales más desfavorecidos, quienes íbamos a sufrir los principales efectos de esa crisis económica a partir de 2008.
Del mismo modo, ya han decretado que la crisis ha tocado fondo, que comienza a verse la luz al final del túnel, que hay claros síntomas de cambio del ciclo económico y lo que es más importante, ese mensaje de optimismo, de confianza, debe comenzar a ser valorado por la población, debe comenzar a formar parte del pensamiento y del imaginario colectivo.
Ajenos a cualquier pensamiento paranoico que tenga que ver con una posible teoría de la “conspiración”, si consideramos que los acontecimientos no suceden al azar y lo mismo que asistimos al comienzo de la crisis, cuando al gobierno de turno le interesó y eso sucedió pasado el momento de las elecciones generales en marzo de 2008 para que el partido socialista pudiera volver a ganar las elecciones, actualmente estamos asistiendo a la puesta en escena de una campaña que anuncia la salida de la crisis, el fin de la crisis, para que todo vuelve a la normalidad y este momento está coincidiendo con el “pistoletazo” del nuevo periodo electoral que se avecina.
Los datos que configuran la campaña nos los están presentando sin prisa pero sin pausa, de forma dosificada, con una meditada planificación mediática. La bolsa marca índices históricos, el Ibex 35 obtiene ganancias muy significativas, la prima de riesgo está en cifras anteriores al comienzo de la crisis económica lo que significa que los “mercados” vuelven a tener confianza en nuestro país, el déficit público está controlado, el crecimiento de la economía es una realidad, la recesión ha dado paso al crecimiento, se incrementa el registro de nuevas sociedades mercantiles, la banca, como siempre, vuelve a ser un negocio rentable, hay un repunte del consumo, se firman nuevas hipotecas inmobiliarias, el dinero y los préstamos vuelven a fluir, las ocupaciones hoteleras aumentan, los periodos vacacionales vuelven a nutrir de coches las carreteras y destinos turísticos… Este es el mensaje de la oficialidad, esta es la descripción de la realidad, una realidad innegable que el pueblo debe asumir, creer e integrar en su estado de ánimo. Y este es el reto que ahora tiene por delante el poder, eso que representa el gobierno. Por tanto, viva el optimismo, vuelva la alegría, basta de preocupaciones, recuperemos la confianza, creamos en nuestras posibilidades como pueblo, creamos en el esfuerzo personal, esta es una nueva etapa de oportunidades para las personas emprendedoras, perdón, empresarias.
El gobierno, no olvidemos, el poder, haciendo uso de toda su influencia mediática, con el servilismo de los grandes medios de comunicación de masas, ha puesto toda la maquinaria en funcionamiento para que ese mensaje de optimismo arraigue entre la población, se produzca un cambio de ánimo colectivo a favor de que lo hemos logrado entre todas y todos, que el esfuerzo ha merecido la pena, que las reformas económicas y antisociales eran necesarias pero que han dado sus frutos porque, en verdad, vivíamos por encima de nuestras posibilidades y eso había que pararlo. Pero aquí estamos de nuevo con un país regenerado, saneado económica y éticamente porque menudos años de despilfarro colectivo hemos tenido. Ese es el estado de ánimo colectivo que se construye desde el poder toda vez que el capital, ha conseguido lo que quería, reformas, recortes, rescate y subvenciones de las grandes empresas, de la banca, pago de una deuda ilegítima y todo ello con dinero público y desde la más absoluta impunidad.
Incluso en el terrero de las especulaciones, podríamos darle al sistema una oportunidad en beneficio de la duda, un margen de confianza, en el sentido de que la crisis de 2007, con los préstamos basura, pudo haber sido realmente una crisis real, no planificada, una verdadera crisis del capitalismo financiero, que explotó de forma incontrolada. Estando convencidos de que no fue casual, que todo estaba planificado de forma interesada, de la misma manera que las anteriores y sucesivas crisis económicas que capitalismo viene haciendo explosionar por zonas geoestratégicas, geopolíticas del mundo, con el único objetivo de la explotación y la obtención de beneficios; independientemente de que pudiera haber sido una verdadera crisis, lo que es innegable es que la crisis se ha desarrollado y resuelto conforme a unos parámetros semejantes a los de crisis anteriores que han provocado en otros lugares del mundo y sus efectos y consecuencias se han hecho pagar a a la mayoría de la población, especialmente a la clase trabajadora y las clases más populares.
No descubrimos nada cuando decimos que la crisis ha servido para desmantelar todo lo que venía entendiéndose como “estado de bienestar” que se había alcanzado en los países de la periferia de Europa. Ha servido, en otras muchas cosas, para privatizar los servicios públicos que no lo estaban ya -transporte, servicios sociales, servicios básicos a la comunidad, limpieza, agua-, ha servido para reformar el sistema público de pensiones, para incrementar los recortes en gasto social y con ello reducir el déficit público y pagar colectivamente la deuda ilegítima. Así mismo, se han incrementado los recortes presupuestarios en la educación y la sanidad pública, se han externalizado servicios en las universidades públicas mientras se mantiene e incluso aumenta la financiación pública de la educación concertada, obedeciendo todo a una política de introducción de criterios de mercado, estrictamente economicistas, en la gestión y funcionamiento del sistema educativo o sanitario o de seguridad social. Por otra parte, ha servido para provocar que millones de personas hayan perdido el puesto de trabajo, ha servido para derogar todo el marco legal de regularización del mercado laboral, ha otorgado, mediante la reforma laboral, todo el poder a la parte empresarial a costa de anular los derechos laborales, precarizar, esclavizar a las personas asalariadas, reducir a la nada la negociación colectiva,… y todo ello ha desaparecido en muy corto espacio de tiempo.
A estas alturas, parece increíble disponer hoy de un trabajo mileurista, de tener un contrato indefinido, a tiempo completo, de poder disponer de un trabajo digno. Millones de personas han perdido el empleo, han sido expulsadas de su vivienda, tienen hipotecada la vida para siempre, viven en la exclusión, en las calles sin esperanza ni futuro. Ciertamente han sido los colectivos de migrantes, mujeres, juventud, infancia, pensionistas, personas dependientes, desempleadas, trabajadores y trabajadoras, los que han sufrido los efectos de la crisis de forma más directa hasta llegar a alcanzar a la práctica totalidad de la sociedad (99%).
No bastando con esto, asistimos a una generalización de la represión hacia las personas, colectivos y organizaciones que ejercen sus derechos a la libertad de expresión y manifestación, se avecina un recorte del derecho a la libertad de huelga, se restringen los derechos y libertades de las mujeres para decidir sobre su maternidad, se fomentan políticas de discriminación y xenofobia…
La realidad es implacable y nos indica que después de las tres Huelgas Generales desde que “oficialmente” se hizo pública la crisis, allá por 2008 -en concreto, la HG el 29 de septiembre de 2010 contra la reforma laboral y las medidas de ajuste decretadas por el gobierno socialista de Zapatero, la HG el 29 de marzo de 2012 contra la reforma laboral del gobierno popular de Rajoy y la HG el 14 de noviembre de 2012 contra la reforma laboral, la política económica y de recortes del gobierno popular de Rajoy-, después del surgimiento del movimiento 15M en 2011, tras las mareas ciudadanas multicolores en defensa de los servicios públicos y sectores laborales visualizadas a lo largo del 2013, tras las acciones y escraches protagonizados, fundamentalmente, por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, afectados por las Preferentes… tras miles de manifestaciones y huelgas sectoriales y de empresa, no podemos tirar la toalla, no podemos entrar al juego que ahora se nos propone como sociedad, no podemos compartir la misma lógica de su discurso triunfalista de que la crisis está superada. Lo único que nos puede aportar esperanza es la continuidad de la lucha con una perspectiva global, inclusiva, el seguir con las movilizaciones, sin frustraciones por el aparente poco éxito obtenido hasta la fecha, dando un paso más para afrontar estos momentos desde una nueva edición de la lucha de clases, por cierto una lucha de clases que el propio capital reconoce que ha reabierto y dice que está ganando.
Desde la oposición, desde sectores muy muy amplios de la izquierda política y social, se plantea que, ahora, de lo que se trata es de cambiar el gobierno, que la solución a este estado de cosas, que la solución para una salida social a la crisis es el cambio de gobierno. Efectivamente, como hemos indicado, el gobierno ha aprovechado la crisis para desarrollar todo un paquete de reformas laborales, económicas, sociales, jurídicas, policiales… en muchas ocasiones ajenas o innecesarias a las “necesidades” de la crisis y que han contribuido a reforzar el estado político neoliberal que este gobierno defiende para garantizar además su impunidad. Obviamente, desde la lógica de esa oposición, lo importante es el cambio de gobierno y ello se logra a través de las urnas, votando a la izquierda y comenzar a hacerlo desde ya en las próximas elecciones al Parlamento Europeo.
El problema no es el gobierno, el problema es el sistema, de lo que se trata es de cambiar el sistema. Como decía Errico Malatesta, cuando nos olvidemos de las elecciones empezaremos a pensar en la revolución.
Realmente, lo fácil, lo continuista, lo conservador, lo previsto, lo normal, es presentarse a las elecciones, confiar en que desde el Parlamento, desde la lucha electoralista institucional, se puede lograr el cambio de sistema. Lo posible, lo pragmático, lo que resuelve muchas dudas existenciales, lo que da sentido a muchas de las frustraciones que sentimos tras tantas luchas sindicales y sociales sin excesivo éxito, es culpabilizar al Parlamento, al legislador y delegar en él nuestra capacidad o incapacidad para iniciar la transformación social aquí y ahora y, consecuentemente, lo que se percibe como tangible es optar por la participación en las elecciones políticas. Delegar el poder a través del voto y confiar en que esos diputados y diputadas van a hacer el cambio en nuestro nombre.
No, irremediablemente no y así lo viene demostrando el transcurrir de la historia. No, los cambios reales de transformación social los protagoniza siempre la mayoría social, una sociedad civil estructurada, autoorganizada, no colaboracionista con el sistema, ajena al poder político, empoderada en unos valores nuevos contrapuestos a los valores del capitalismo. El cambio no es el cambio de lideres, de personas o de propuestas electorales al que nos aboca la participación en las elecciones, lo importante es un cambio de sistema, de modelo de participación, de representación, de gestión.
Se avecinan tiempos electorales, primero las europeas, después la municipales, finalmente las generales. Todo el mundo comienza a movilizarse en pro de las elecciones, en pro de las estrategias electoralistas, incluso planteando modelos sociales alternativos, de reparto, de justicia, pero utilizando como herramienta de trabajo la participación electoral, confiando en la lógica del sistema. Estas posiciones sólo conducen a la domesticación de la movilización en la calle y a olvidar los procesos de autogestión y autoorganización. Como ha sucedido en tantas ocasiones, como ha vuelto a demostrar el vecindario del barrio de Gamonal en Burgos, es la sociedad civil quien tiene la capacidad de conseguir cambios. Gamonal ha abierto una senda que nos debe conducir a un camino amplio de autoparticipación.
La carrera electoral ya ha comenzado, el pistoletazo de salida lo han dado y desde este momento, todo lo que se dice, hace, propone, dispone, decreta… desde el partido en el gobierno y desde la oposición se hace en clave electoral y así hay que interpretarlo. Bueno, es el juego de la democracia parlamentaria y representativa que configura este régimen político. La vida pública se conduce, se maneja a ese circo electoralista en el que no importan los problemas de la población sino que se convierte en un juego de ping pong donde la noticia, lo que importa es lo que ha dicho tal político y lo que le contesta la oposición, al margen, de la vida de la gente.
Así ha sido, así es y así seguirá siendo en este sistema político. Lo preocupante no es esto, lo realmente preocupante es que desde gran parte de la oposición, incluso con un discurso antisistema, aprovechando todo el descontento e indignación social, finalmente se elija el camino de las urnas como la mejor herramienta para luchar contra el cambio de sistema, para luchar por la transformación social y que ello implique, lleve arropado el olvidar o posponer o condicionar la lucha sindical y social del día a día. El caminar en la senda de la transformación social no es fácil, hay que seguir construyéndola de forma permanente, precisa del compromiso consciente y la participación de todas y todos, requiere formación, cambio de valores, de actitudes y comportamientos, necesita dotarnos de autoorganizaciones que reflejen en sí la sociedad a la que aspiramos y desde luego, la vía electoralista institucional no facilita este transitar desde el momento en que las personas sólo somos protagonistas, sólo somos necesarias un día cada cuatro años.
Desde aquí, desde nuestra revista, por esa senda de la transformación social, vamos a seguir implicándonos y contribuyendo a su construcción colectiva.