¡Qué hermoso es el país de Autonomía! Allí se está muy bien; se trabaja, se descansa y se juega cuando se quiere; cuando uno hace lo que desea, como debiera hacerse entre los hombres, no hay dinero, ni centinelas, ni guardas rurales, ni soldados que tengan cara de garduña o de hiena; ni ricos que vivan en palacios y se paseen junto a pobres que vivan en malas habitaciones y mueran de hambre después de trabajar mucho.

Salud y amor.

Alumnos y Alumnas de la Escuela Moderna Barcelona

Las aventuras de Nono. Juan Grave

En estos tiempos en que Negras tormentas agitan los aires, de totalitarismos por doquier, neofascismo, racismo y xenofobia, capitalismo financiero y globalizado, consumismo alienante, cambio climático irreversible, grandes multinacionales plutócratas, organismos supranacionales arbitrarios, poder y toma de decisiones alejados del control de la población, contrarrevolución tecnológica y cibercontrol de nuestros comportamientos y voluntades, posverdad y adocenamiento ante las redes sociales, desigualdades económicas y sociales, supremacismo y negacionismo, pérdida de la capacidad de pensar… resulta oportuno, quizás imprescindible, reflexionar sobre la autonomía, su papel y la relación que mantiene con el anarquismo para profundizar en las herramientas de transformación social y personal que nos ayuden a vivir libres en este siglo XXI, algo a lo que nos anima Octavio Alberola en Los retos del movimiento emancipador en el siglo XXI dentro de la publicación colectiva La apuesta directa.

Portada libro

En esta dirección, no nos sorprende que en el primer libro editado por la Escuela Moderna Las aventuras de Nono de Juan Grave sea Autonomía el nombre del país de la felicidad.

El conjunto de principios que configuran el cuerpo ideológico del anarquismo como pensamiento filosófico, construido progresivamente, desde la pluralidad y la heterodoxia, a lo largo de los últimos siglos —mutualismo, individualismo, colectivismo, comunismo libertario, polinización posmoderna en los movimientos sociales—, incluye, de forma preferencial el de la autonomía y lo hace al lado de otros grandes principios como el de libertad, apoyo mutuo, acción directa, igualdad, federalismo, autogestión o autoorganización

¿Qué entendemos por autonomía? Etimológicamente es una palabra formada por auto (por si mismo) y nomos (norma, estatuto, acuerdo). La autonomía se refiere a la potestad, condición, capacidad, facultad, atributo, principio, cualidad… que define a una persona, colectivo u organización para conducirse por pautas propias, con autonormas, autogestión y libertad; para actuar según criterio propio, individual, siguiendo los dictados de la propia conciencia, con independencia de los deseos, opiniones, normas, órganos o gobiernos de otros, del Otro; ajena a toda dependencia o sumisión para decidir sin influencia, coerción e imperativos fuera de ella misma, asumiendo su libre voluntad, sin someterse a nada ni nadie, ni desear someter a nadie.

En este caminar por la autonomía, son muchas las consideraciones morales, éticas, culturales, tradicionales, sociales (recogidas, por ejemplo, en la instancia psíquica del superyó freudiano) que tendrá que barajar la persona para juzgar y tomar decisiones subjetivas, propias, libres e individuales, asumidas desde la reflexión y sin los valores del adoctrinamiento o domesticación.

Pero nada en el anarquismo se limita a una mera exposición desde el punto de vista de su planteamiento teórico, de manera que, teoría y práctica resultan indisolubles. Así, la autonomía adquiere su verdadera dimensión y relevancia ideológica, se convierte en algo real, si se practica, si se ejerce, pudiendo ello expresarse en un triple plano. Por una parte, resultando básica, esencial y necesaria, la autonomía personal, individual; por otra, la autonomía en las relaciones sociales que construimos las personas y, finalmente, la autonomía colectiva de una organización; hasta alcanzar finalmente la conclusión de que para que una sociedad, una organización o un grupo humano sea autónomo se requieren personas autónomas porque este tipo de individuo será capaz de crear relaciones sociales autónomas y aceptará participar solo en organizaciones autónomas que garanticen su autonomía personal.

El anarquismo resuelve satisfactoriamente bien su acercamiento y adopción de la autonomía como una seña de identidad y lo hace a través de la identificación que plantea entre medios y fines. No se puede ser autónomo desde la heteronomía, no se puede ser autónomo si las relaciones sociales que construimos generan o se basan en la dependencia, la clonación y sumisión al jefe o líder; una organización no puede ser autónoma si su estructura de funcionamiento orgánico es jerárquica.

Portada libro

La autonomía ejercida a través del pensamiento racional, crítico, propio y relativista (como apunta Tomás Ibáñez en Contra la dominación. En compañía de Castoriadis, Foucault, Rorty y Serres), nos libera del tutelaje, liderazgo, personalismo, paternalismo, patriarcado, cuerpo doctrinal, cultura ancestral, atavismo, culto a la personalidad, principio de autoridad, dirigismo, autoritarismo, tiranía, dogmatismo, sectarismo, intransigencia, fundamentalismo, nacionalismo, estatismo, centralismo, absolutismo, determinismo, la incondicionalidad de la verdad absoluta, universalismo, esencialismo, servilismo, profesionalismos de la clase política, dominación, de lo políticamente correcto, ceguera mental o esclavitud.

Solo desde la autonomía, sinónima también de responsabilidad y madurez personal, nos acercaremos a la concepción que Elisée Reclus plasmó en la expresión La anarquía es la más alta expresión del orden. Nadie, como desde el pensamiento anarquista, ha sabido sintetizar el binomio individuo y sociedad y, para ello, la autonomía es un concepto clave. Una sociedad de máximo orden precisa de personas libres, autónomas y de organizaciones horizontales que permitan la participación y autogestión. No defendemos aquí una autonomía personal circunscrita únicamente al plano del individualismo (como podemos leer en El anarquismo individualista. Lo que es, puede y vale de Émile Armand), sino que la consideramos necesaria para que nos conduzca a una sociedad federalista y un tipo de organizaciones basadas en la participación directa, sin delegación, sin renuncia a las ideas propias y bajo la toma de decisiones colectiva.

En una sociedad, colectivo u organización anarquista, la persona, el individuo cuenta y lo hace de forma autónoma, propia, desde su singularidad individual, no se diluye en el magma de la masa, no ocupa el puesto de número, no lleva uniforme externo ni interno, no se desvanece ante los sublimes intereses de un estado y sociedad centralista y totalitaria. Por el contrario, en un modelo federalista de entes o personas autónomas y libres que deciden asociarse para avanzar en lo colectivo, desde el apoyo mutuo y la solidaridad se produce el reconocimiento de la independencia individual y organizativa de unos individuos y organizaciones respecto a otros.

Dentro del anarquismo, posiblemente, ha sido desde el anarcosindicalismo, donde se ha puesto un mayor énfasis en construir organización y esto se ha producido con base en unas señas de identidad respetuosas con la autonomía, traducida en los escenarios de las asambleas para tomar decisiones, en la autogestión y en la acción directa.

Elisée Reclus

Por ejemplo, si acudimos a conocer cómo es el funcionamiento estatutario de una organización anarquista o, más específicamente, una anarcosindicalista, como pueda ser la CGT, en el artículo 1 de sus estatutos se define como una organización de clase, autónoma, autogestionaria, federalista, internacionalista y libertaria; en el artículo 6 se afirma que se regirá por principios de democracia directa; en el artículo 8 queda garantizada la autonomía de los sindicatos federados; en el artículo 17 se plasma que la asamblea general del sindicato es el máximo órgano de decisión; mientras que en el artículo 32 se establecen una serie de incompatibilidades de la afiliación con objeto de salvaguardar su autonomía en la toma decisiones y garantizar la independencia de partidos o candidaturas políticas y cualquier ente público; finalmente, el artículo 47 determina que el secretariado permanente es un órgano de gestión nunca de ejecución.

Como recalcaba Félix García Moriyón en Una asociación de trabajadores de la CGT de Andalucía del año 2012, la autonomía de la CGT de los partidos políticos y de la propia lucha electoralista no implica apoliticismo sino justo lo contrario. Se es antipolítico, lo que supone no delegar el poder en manos de las y los representantes que se sienten receptores de un cheque en blanco para actuar sin control ni dar cuentas a quienes dicen representar.

Si nos retrotraemos en el tiempo, nos encontramos con la frase acuñada en la Primera Internacional, de la Asociación Internacional de los Trabajadores (A.I.T.), en su primer congreso el 28 de septiembre de 1864: «La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos o no lo será». Este es el fundamento del antipoliticismo.

Seamos autónomos como personas, relacionémonos desde la autonomía dentro de la colectividad y federé- monos desde la horizontalidad y la autonomía. En todo ese proceso de vivir y actuar, siempre la persona individual y autónoma debe ser la protagonista. No nos resignemos a vivir la vida de las y los otros. Actuemos libres, sin clonar, ajenos al sistema filosófico neoliberal de valores que nos inoculan día a día.

La autonomía es la garantía de la creatividad, la espontaneidad y la participación del conjunto de la sociedad frente a toda arbitrariedad. Desde la autonomía, con horizontalidad, construyamos ámbitos y espacios propios, como propone Carlos Taibo en Repensar la anarquía. Acción directa, autogestión, autonomía, o Ante el colapso. Por la autogestión y por el apoyo mutuo, sin obsesionarnos en que acepten lo que pensamos, ajenos a las nomas y leyes del mercado y el capitalismo, a las instituciones del Estado, libres del patriarcado, la explotación, la opresión, la desigualdad. Espacios que revaloricen lo común, lo colectivo, espacios como señala Hakim Bey en T.A.Z. Zona temporalmente autónoma; espacios feministas, pacifistas, centros sociales autogestionados, ecoaldeas, cooperativas integrales…

https://contrainformacion.es/dirigimos-totalitarismo-no-estabamos-ahi

¿Cómo se aprende la autonomía? La respuesta es la misma para todos y cada uno de los principios que configuran el pensamiento anarquista. Desde su práctica, desde su vivencia, mediante situaciones y organizaciones que identifiquen medios y fines. Los espacios mencionados junto a otros proyectos anarquistas pueden ser las escuelas de aprendizaje. La vivencia del anarquismo en el presente, en el día a día, es posible.

No es casual la importancia que ha dado siempre el anarquismo a la educación y más exactamente a la pedagogía libertaria, aquella que educa desde la libertad para la libertad. Una educación racionalista que potencia el abandono de los dogmas, para la que no hay verdades absolutas sino que ayuda al alumnado a entender sus verdades, que rechaza todo signo de autoridad, arbitrariedad o sumisión, que plantea la práctica del libre pensamiento y la autonomía moral. Una educación autogestionaria y asamblearia sin premios y castigos, sin jerarquías, que ofrece una metodología en la que los valores son el apoyo mutuo y el trabajo cooperativo frente a la competitividad y la selección

En la educación libertaria lo que cuenta es el alumnado, el sujeto, no el número para que, frente a las sociedade s totalitarias que pretenden abolir la singularidad y la subjetividad, aflore la individualidad y la diversidad. En definitiva, la autonomía solo se puede aprender ejerciéndola.

¿De quién se nutren los totalitarismos? De personas sumisas, esclavas, serviles, sin autonomía, sin pensamiento propio. La autonomía, desde su práctica, será la brújula que nos guíe en estos tiempos de zozobra totalitaria para evitar que se conviertan en tiempos de derrota.