Editorial LP 108: La revolución sobrevenida
Editoriales,
Las orillas a las que asirse
¿Qué es ser anarquista?
Es una rebeldía contra la injusticia de nacer desiguales socialmente.
En el fondo es sólo esto, pero de ahí resulta, como pude ver,
la rebelión contra los convencionalismos sociales
que hacen posible esa desigualdad.
El banquero anarquista. Fernando Pessoa
No descubrimos nada nuevo si argumentamos transitando por una época de profundos cambios, posiblemente, incluso de cambios del propio paradigma civilizatorio, como en su día pudo ser el paso de la vida nómada a la sedentaria en la época neolítica o la creencia en la ciencia como fuente de conocimiento frente a la fe, el oscurantismo o la superstición en la época moderna y contemporánea.
Esta era de revolución digital y tecnológica, protagonizada y exportada al mundo entero por las ya inabarcables e inconmensurables multinacionales de la información y la comunicación, está suponiendo una profunda transformación en todos los planos de la vida, como en su día supusieron las revoluciones anteriormente mencionadas. Transformaciones económicas, políticas, laborales… pero fundamentalmente sociales y personales al afectar directamente a nuestra subjetividad.
Los cambios no están siendo drásticos, ni surgen al azar, ni se perciben como imposiciones. Se nos presentan como el fruto de una evolución paulatina, con acercamientos progresivos al nuevo paradigma y alejamiento del anterior en el que todo tenía una dimensión más comprensible, más «humana». Por supuesto, existen acontecimientos concretos que aceleran dichos cambios. Pensemos, por ejemplo, en la aparición de los primeros teléfonos inteligentes, las primeras aplicaciones, el auge exponencial de las redes sociales, la convivencia con los robots y la inteligencia artificial o el uso de big data.
Esta actual complejidad y convulsión tecnológica genera una profunda desorientación en la sociedad, la percepción del empequeñecimiento de un ser humano abrumado ante la incomprensión de lo que está sucediendo, ante el propio desarrollo tecnológico sobrevenido que no controla, que lo sobrepasa y ante el que solo tiene la capacidad para detectar ciertos cambios que le influyen y afectan pero de los que desconoce las claves de su funcionamiento, ante el poder del que no consigue ni siquiera identificar su tamaño ni dónde o en qué se sustenta.
Este ser humano está perdiendo incluso la capacidad de asombro e ilusión por seguir el ritmo del desarrollo. Simplemente se deja llevar y vive el día a día como mero usuario y consumidor inconsciente, sin reticencias ni resistencias.
Es una revolución de la realidad social que percibimos como sobrevenida ante la que se están haciendo grandes esfuerzos desde el mundo del pensamiento e intelectual por comprenderla, conocer e investigar sus porqués, sus causas y consecuencias, teorizar sobre sus síntomas, por adelantarse a los futuros acontecimientos y su evolución, con objeto de que no seamos simples usuarios y pasemos a ser sus protagonistas. Es la realidad la que nos adelanta, la que marca el ritmo y nos reta a teorizarla a posteriori.
Por su parte, la evolución de la realidad económica que conlleva esta revolución tecnológica es bastante más conocida y prosaica al representar el continuismo del capitalismo financiero, globalizado y patriarcal —aumento de las desigualdades, de la explotación medioambiental, migraciones… —; incluso resulta previsible la lógica por la que discurre la realidad política formal, de las democracias parlamentarias o de las propias dictaduras — quedará para la historia la frase del premio nobel Vargas Llosa: Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien (sin comentarios)—; pero lo que realmente no conocemos en toda su extensión son las dimensiones de los efectos de la revolución tecnológica en la realidad social, en las relaciones humanas, en los comportamientos, las actitudes, la salud mental, la personalidad y valores de este nuevo ser humano tecnológico.
Posiblemente no tengamos todavía suficiente perspectiva de análisis, pero los efectos del cambio o revolución tecnológica que estamos experimentando como seres humanos, en las dos décadas del presente siglo XXI, no están evaluados y mucho menos controlados en relación a sus beneficios para la humanidad, la libertad y la felicidad.
Si hubo algún tiempo en que las personas teníamos algún papel relevante en el diseño de nuestra existencia, en el momento actual, la toma de decisiones está tan enormemente alejada de nuestra realidad y concreción que simplemente navegamos con nuestra subjetividad a la intemperie en unas aguas revueltas sin orillas a las que asirse.
Algún adelanto de esos efectos sí podemos comenzar a extraer. Un efecto claro es la inmunización que experimentamos ante la sobrecarga de información, lo que conduce al desinterés, la inhibición, la inacción, el hastío, el aislamiento, la dispersión intelectual, la falta de atención, la ansiedad por nuestra capacidad limitada de procesamiento o, simplemente, nos provoca un interés superficial y momentáneo, de grandes titulares, y ello, con independencia del tipo de noticias de que se trate (catástrofes, violencias, dramas humanitarios, solidaridad, precariedad…).
El poder ha desplegado sus sofisticadas herramientas de control, no ya solo las policiales sino las que afectan a lo que pensamos, lo que queremos, lo que sentimos. Cada vez más nos vamos percibiendo como seres autómatas, que viven por inercia su día a día. Cada vez más nuestro encefalograma muestra un registro plano, propio de simples objetos, mercancías, incapaces de soñar, de imaginar, de crear… El bombardeo constante de información sesgada y manipulada nos va haciendo insensibles a la percepción del otro y su realidad —la verdad, la objetividad o la justicia adquieren carácter quimérico, casi onírico —.
Así, asumida esa realidad, esa nueva dimensión social, en plena sociedad capitalista, consumista, digital y audiovisual, se ha disparado la violencia social, su impunidad y justificación, el índice de suicidios, las autoagresiones, la insolidaridad, el miedo, la represión, la censura, la autocensura, la menor libertad de pensamiento, el control político-policial, el discurso del odio, la identificación de un enemigo para descargar contra él toda nuestra agresividad y rabia… En una palabra, el fascismo. La sociedad de la imagen y mediática ayudan a su expansión.
La presencia del fascismo en nuestras vidas está in crescendo de manera lenta pero imparable. Son cada vez más los síntomas que percibimos tanto en las redes sociales como en la convivencia y la vida pública (violencias gratuitas y arbitrarias, asalto a sedes de otras organizaciones, presencia en parlamentos, actitudes racistas, xenófobas, homófobas, machistas, autoritarias…) así como su progresiva normalización y expansión en la política a través del auge de los partidos de extrema derecha (Estados Unidos, Polonia, Hungría, Austria, Alemania, Francia, Italia, España…).
En el excelente artículo El fin de qué. Lo que queda del fascismo, publicado en nuestra revista Libre Pensamiento nº 91 (2017), y de forma mucho más amplia en su libro Fascismo de baja intensidad (FBI) de 2015, el poeta y ensayista Antonio Méndez Rubio reflexiona sobre lo que denomina fascismo de baja intensidad o fascismo cotidiano, considerando que forma parte de nuestra propia subjetividad y que se manifiesta en rasgos como el gregarismo, el efecto manada, el miedo a la libertad, el racismo y la xenofobia; planteando que las viejas recetas de la izquierda para superarlo y erradicarlo no valen, sino que es preciso profundizar en la libertad, en el compromiso individual y en la solidaridad de las diferencias.
Hemos interiorizado el fascismo, normalizado sus expresiones y planteamientos, asumido el abuso de poder hasta somatizarlo, resultando imprescindible y necesario combatirlo porque aspira al control absoluta de nuestra individualidad, de nuestro comportamiento, actitudes y esencia. El fascismo nos incita al aislamiento para con ello negar nuestra creatividad y subjetividad. Será desde la subjetividad libertaria orientada al apoyo mutuo, desde el querer vivir compartido, desde nuestra aportación individual a la construcción de la sociedad, la mejor forma alternativa de combatirlo, siendo muchas y diversas las respuestas para evitar todo tipo de consignas y adoctrinamiento.
Nos recuerda Fernando Pessoa en su libro El banquero anarquista (1922) con el concepto de la nueva tiranía del auxilio, que nadie debe trabajar por nosotros, por nosotras, para darnos la libertad porque eso sería tanto como aceptar la condición de sumisión o simplemente de debilidad. Auxiliar unidireccionalmente a alguien es tomarle por inepto, incapaz y cercenar su libertad y eso, poco tiene que ver con el apoyo mutuo que siempre es bidireccional. Las individualidades respetadas se complementan mutuamente para crecer juntas como personas y sociedad.
Por su parte, Irene Vallejo en el artículo Prehistoria de los cuidados incluido en su libro El futuro recordado (2020) nos habla de hallazgos prehistóricos que muestran el afán de los homínidos de hace doscientos mil años por cuidar y proteger a aquellos miembros de la tribu que eran dependientes, respaldando así la tesis de que la solidaridad se abría paso en medio de la lucha competitiva por la supervivencia. Y continúa afirmando la existencia del esfuerzo colectivo por crear redes de apoyo para socorrer al extranjero y desconocido en este actualmundo global.
Pero si hay algún referente clásico indiscutible sobre qué tipo de alternativas existen desde las que afrontar la transformación social necesaria que nos libere del fascismo, es Piotr Kropotkin —con sus plenamente vigentes aportaciones científicas e ideológicas en torno al apoyo mutuo, la solidaridad, la vida autogestionaria o la ética—científico, pensador anarquista y activista revolucionario del que ahora conmemoramos el centenario de su fallecimiento y al que hemos dedicado el dossier de este número de Libre Pensamiento. Incluso desde una necesaria posición de acercamiento crítico a los clásicos, con Kropotkin, el papel de la utopía sigue vigente.
Ciertamente tenemos corroído y erosionado el ánimo de manera que solo pareciera posible la resistencia, pero es Kropotkin, entre otras y otros, quien nos anima a la creación y construcción de alternativas sociales, económicas, políticas y personales; quien con su vigencia nos aporta confianza en las propuestas anarquistas aquí y ahora para gestionar una sociedad nueva en la que las personas podamos convivir y acercarnos a la felicidad. Nuestra responsabilidad es recuperarlas, actualizarlas, aplicarlas, vivirlas y demostrar que son viables.
El panorama desolador al que nos ha arrastrado el capitalismo patriarcal y los valores de egoísmo, individualismo, competitividad… del neoliberalismo, podemos calificarlo de sociedad fallida al estar afectando realmente a la salud mental de las personas, a la pérdida del sentido de la existencia, a la quiebra de la sociedad, a la propia extinción de la vida en el planeta.
El pensamiento, la ideología y la práctica anarquista no precisan esperar a la revolución social integral, sino que se pueden experimentar aquí y ahora. No son tiempos exclusivamente de resistencia sino que son tiempos de acción individual y colectiva, ahora y siempre, para hacer real la utopía. En este sentido, permitidme recordar que el XVII Congreso Confederal de CGT celebrado en A Coruña del 17 al 20 de octubre de 2013 tuvo por lema No basta con resistir. Construyamos la autogestión.
Ilusiona ver cómo prenden diferentes mechas de autogestión y de lucha a la largo de la geografía mundial. El pueblo cubano manifestándose contra un caduco sistema carente de libertad; el pueblo chileno defendiendo en la calle procesos constituyentes desde abajo; la insumisión del pueblo venezolano; el pueblo colombiano; las comunidades indígenas; el pueblo chino; el pueblo ucraniano; las comunidades zapatistas; las comunidades kurdas… Si todas estas experiencias son importantes, lo son también las vivencias autogestionarias que día a día brotan por doquier en forma de redes de apoyo así como las revoluciones personales que miles y miles de personas experimentan en su vivir el día a día de manera libertaria.
En estos tiempos de competitividad y darwinismo social, la puesta en valor de las investigaciones científicas sobre el apoyo mutuo, sobre la idea de que es la cooperación y solidaridad recíproca entre individuos de una o distintas especies la que explica su supervivencia, es una referencia inexcusable, dando forma incluso a la propia génesis de la ética. La bióloga evolucionista Lynn Margulis, autora de la Teoría Endosimbiótica como el proceso vital en la evolución, afirma: la vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian.
Estos estudios iniciados por Kropotkin nos enseñan el camino para revertir la deriva actual y cambiar el sistema hacia uno más humano, más ecológico y representan las orillas a las que asirse para dejar de flotar a la intemperie.
El futuro está por escribir. No podemos perder nuestra oportunidad de contribuir a su redacción desde propuestas y acciones libertarias, individuales y colectivas, capaces de ilusionar e iluminar.