Quema de libros en la Plaza de la Ópera en Berlín el 10 de mayo de 1933. Bundesarchiv, Bild 102-1459 – Georg Pahl, via Wikimedia Commons

Los artistas crean la cultura, los gobiernos la controlan luego
y, si se tercia, suprimen a los artistas para mejor controlarla.
Artículo «Creación y libertad. España y la cultura» 1952
La sangre de la libertad 2013.

Albert Camus

Son conocidas las «hazañas» de los regímenes totalitarios, autoritarios y fascistas clásicos -con dictadores como Hitler, Mussolini, Stalin, Pol Pot, Franco…)-; más allá de sus imprescriptibles e inamnistiables crímenes genocidas y de lesa humanidad; más allá de la eliminación física de las personas que identificaban como «el enemigo»; entre otras «gestas» destacaron por quemar libros, destruir obras de arte, atentar contra cualquier atisbo de cultura hecha desde la libertad. La frase criminal, depravada, perversa e inquietante atribuida a varios personajes nazis como Joseph Goebbels, Hermann Göring e incluso al golpista José Millán- Astray -¡Muerte a la inteligencia!-, es reveladora de lo que se cocía en estos regímenes: «Cuando oigo la palabra “cultura”, echo mano a mi pistola».

Colectividad de la Múnia de Castellví de la Marca. 1937. Archivo fotográfico de Barcelona. Pérez de Rozas

También es esto un hecho frecuente en regímenes teocráticos y en períodos inquisitoriales, no solo quemar libros sino condenar a personas de la ciencia y la cultura (Galileo Galilei, Miguel Servet, Giordiano Bruno o la caza de las mujeres «brujas»). Pareciera que la cultura hecha desde la individualidad creativa del artista, en uso de su plena libertad, con la perspectiva de configurar una cultura colectiva, no le va bien al poder y sus planteamientos totalitarios.

La decadencia ética y moral de estos regímenes, la gangrena de ese tipo de sociedades enfermas, es patente y suele presentar como primeros síntomas la castración y censura de la creación cultural para imponer progresivamente los postulados de su «modelo político, social y cultural» dirigido desde el poder de manera jerárquica e impositiva.

En el sistema actual neoliberal, capitalista, plutócrata, inmerso en un proceso de progresiva degradación democrática, se tiene un mayor nivel de sofisticación en los procesos represivos y no se queman los libros, simplemente se censuran, se secuestran, se impide su acceso a los centros educativos, y esto se suele hacer, esencialmente, en aquellas comunidades y países que proclaman a los cuatro vientos defender la libertad. Desde luego usan el término libertad referido exclusivamente al liberalismo económico, a la libertad de mercado, al darwinismo social, y no a la defensa de la libertad solidaria, las libertades sociales, los derechos humanos o las libertades individuales (derechos de las mujeres, de los colectivos LGTBI, matrimonio entre personas del mismo sexo, eutanasia, aborto, libertad de expresión, de ideas y pensamiento…).

A modo de ejemplo, recordar la cruzada abierta de antifeminismo y LGTBIfobia que la derecha y extrema derecha mantienen contra lo que denominan «ideología de género» plasmada en conductas y campañas como el «pin parental», la censura de contenidos curriculares, la retirada de decenas de libros de texto o la burda manipulación de libros a la carta por «presiones políticas de las autonomías”, quienes inciden con «mecanismos bastardos», para que los manuales «digan lo que los gobiernos quieren y no lo que la ciencia dice», según denunciaba en 2019 la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). En esta misma dirección, es chocante ver cómo sigue en pleno vigor la invisible censura franquista en centenares de libros y traducciones de la literatura clásica que aún circulan tras más de cuarenta años de democracia parlamentaria, como denunciaba el profesor de Estudios Hispánicos Jordi Cornellà-Detrell desde la Universidad de Glasgow.

Lo que se pretende con este tipo de actuaciones es sencillamente contaminar y pervertir la formación y educación integral, plural, libre y crítica de la juventud, adoctrinar al alumnado y a la población con objeto de ganar terrero para todo el conglomerado de teorías dispares, pero todas negacionistas y supremacistas, imperantes actualmente y abrazadas por el sistema vigente -cada vez más totalitario- así como por la ética y estética del emergente neofascismo identificable ya en el viejo continente europeo y el americano -negacionismo del holocausto; del golpe militar franquista; del cambio climático; de la curvatura de la Tierra; de la llegada a la Luna; de la pandemia por covid-19 y la eficacia de las vacunas; de la teoría evolucionista; de la violencia y terrorismo machista…-.

Siendo conscientes de las diferencias ideológicas existentes entre Donald Trump, Jair Bolsonaro, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Viktor Orbán, Santiago Abascal, o Mateusz Morawiecki (estos últimos reunidos a principios de diciembre en Varsovia con el resto de líderes de extrema derecha para proponer una nueva Unión Europea como Unión de Naciones-Patrias), y teniendo en consideración a Emilio Gentile cuando en su ensayo Quién es fascista de 2019 afirma que son personajes que representan modelos políticos no homologables con el fascismo aunque sí carecen de ideales democráticos, permitidnos utilizar, en esta ocasión, de forma análoga los términos fascismo, neofascismo, dictadura, totalitarismo, para con ello identificar a gran parte de los regímenes del actual sistema neoliberal y de las ideologías autoritarias y antidemocráticas, ultranacionalistas, supremacistas, antifeministas, populistas, xenófobas y racistas.

En este sentido, como ya atisbara en el discurso pronunciado en 1995 en la Universidad de Columbia, recogido en un pequeño ensayo Contra el fascismo (2018), Umberto Eco nos alerta sobre los síntomas más significativos de lo que llama el «fascismo eterno»: «El fascismo eterno aún nos rodea, aunque lleve traje de paisano. Puede volver en cualquier momento, aunque se disfrace de las formas más inocuas. Nuestro deber es detectarlo, quitarle la máscara y denunciar en voz alta cada una de sus gestas».

Entre esos síntomas destacaba: el tradicionalismo; el conservadurismo e inmovilismo; el patriotismo, heroísmo y belicismo militarista; el rechazo del modernismo, la Ilustración y la razón para abrazar lo irracional, creando su propia «neolengua» orweliana como instrumento reduccionista del pensamiento complejo y crítico; el culto a la acción sin reflexión, desde la visceralidad y lo instintivo porque pensar es una forma de castración; el rechazo de la democracia; de la cultura, la intelectualidad, el pensamiento crítico y la ciencia; el rechazo a la diversidad y la pluralidad; la adoración del poder y el machismo. Finalmente, nos sigue diciendo Umberto Eco, y es fácilmente constatable, que el «fascismo eterno» surge de la frustración individual o social en épocas de crisis, encontrando en la población excluida su público mayoritario.

Efectivamente, en plena sintonía y con el paraguas del actual sistema neoliberal, comienza a estar de moda ser neofascista y negacionista y formar parte de su «modelo cultural», caracterizado por la imposición de su cultura sectaria y excluyente, dictaminando nuestra escala de valores y los de la sociedad, determinando la «verdad científica», censurando arbitraria y caprichosamente cualquier disidencia o creatividad en libertad.

Estas ideologías neoliberales, neofascistas y negacionistas, hallan su caldo de cultivo en las actuales redes sociales y en las fake news que circulan impunemente por ellas contagiando el acceso a la verdadera información, a los propios hallazgos experimentales de la ciencia y a la creación artística y cultural libre.

Abascal en Covadonga. lavozdeasturias.es

Sin caer en el maximalismo de tener una fe ciega en la ciencia (somos conscientes que detrás de toda línea de investigación existen intereses económicos, ideológicos, de control, que constriñen la libertad y que pueden poner en peligro, incluso, a la propia humanidad; sin olvidar que la ciencia se construye sobre la puesta en cuestión de principios consolidados, conforme señala el modelo de Las Revoluciones Científicas de T. S. Kuhn); quienes niegan la verdad y la realidad que nos aporta la ciencia y el propio desarrollo científico, quienes niegan la libertad, niegan la individualidad y la subjetividad personal, quienes niegan la creatividad cultural libre, están apostando por la uniformidad, el pensamiento único, lo políticamente correcto, la pasividad, la sumisión, el adoctrinamiento, la obediencia acrítica a sus normas y leyes hasta finalmente degenerar en intolerancia y justificar la deriva totalitaria del actual sistema neoliberal, convertido en antesala del neofascismo.

Ante este panorama, tenemos que pensar en cómo transformar la «realidad» que nos intenta hacer sentir el sistema y el neofascismo, ese que circula como el virus del covid-19, sin ser visible, sin dar la cara pero que se aprovecha de la debilidad de algunos seres humanos, ya sea de su precariedad, de su pobreza, de su secuestrada capacidad de rebeldía, de quienes no tienen ni saben defenderse. Y en ese contexto, se instala para transformar a ese ser humano en mero soldado-vasallo transmisor de su mensaje de odio, miedo, locura e inhumanidad.

Tenemos que pensar en medidas que sean auténticas, que perduren, radicales, que produzcan cambios irreversibles entre la población… y eso pasa, además de adoptar políticas económicas y sociales que eliminen la injusticia y la desigualdad, por desarrollar una cultura alternativa, libertaria. La cultura es nuestra mejor herramienta para no dejarnos contagiar, nuestra aliada para defendernos del sistema neoliberal actual y el neofascismo en ciernes.

Si en el editorial del pasado número 108 de Libre Pensamiento, dedicado a los 100 años de presencia viva de Kropotkin, destacábamos que el principio del apoyo mutuo era una herramienta potente para luchar contra el neoliberalismo y el fascismo galopante que acecha e invade nuestras vidas, en esta ocasión completamos ese mensaje haciéndonos eco de los contenidos del presente dossier Desvelando aportes libertarios a la cultura, exponiendo y afirmando que el antídoto, que la vacuna pasa porque la población se dote de una educación, formación y cultura alternativa y libertaria, elementos estos que nos liberan y protegen de las redes sociales alienantes y adictivas; de las fake news que tergiversan la realidad y la propia historia; de las manipulaciones mediáticas orquestadas por las grandes corporaciones; de los populismos para quienes solo somos números y débiles mentales.

La cultura, la creación artística construida desde la libertad, la espontaneidad, la iniciativa personal, el pensamiento sin ataduras, ajeno a todo principio de autoridad y con perspectiva de cultura colectiva es el líquido amniótico en el que navegar y vivir para hacernos inmunes, desenmascarar y deconstruir los mecanismos de control mental de ese virus neoliberal y neofascista que subyace a su modelo «político-social-cultural» de privilegios y elitista. Una cultura alternativa, en libertad individual y colectiva, propositiva, de acción, más allá de la simple resistencia, crítica, popular, al margen del poder y el discurso oficialista.

Libertad para crear, pensar, expresar y actuar y no la planteada desde las posiciones neoliberales y mercantilistas. Así lo abordaba Luce Fabri en el artículo de 1935 Las dictaduras y la cultura, recogido en el libro La libertad entre la historia y la utopía (1998), advirtiéndonos cómo en el campo cultural, las dictaduras se parecen todas sean de origen fascista o de otro tipo, dado que todos los dogmas son trabas para la cultura libre, todas humillan al ser humano, todas destruyen sus capacidades e iniciativa, todas conducen a la involución.

La libertad es la condición de toda creación artística, el alimento de la inteligencia humana, la garantía del progreso de la humanidad. La cultura alternativa siempre se aleja del poder político y busca la investigación y la creación espontánea, lejos de la uniformidad y la materialidad.

Como recoge Javier Navarro Navarro en su tesis del año 2000 La cultura libertaria en el país valenciano País Valenciano (1931-1939) Sociabilidad y prácticas culturales, en la guerra civil, el golpe militar lo paró el pueblo, esencialmente, anarquista y ello fue como consecuencia de la cultura y del compromiso militante que tenía tras prepararse durante decenios para construir su identidad libertaria colectiva en ateneos, sindicatos, escuelas racionalistas, Juventudes Libertarias o Mujeres Libres. Un pueblo con cultura libertaria fue capaz de frenar al fascismo, de enfrentarse, de no dejarse contaminar.

Así mismo, pero años atrás, en la Comuna de París de 1871, como señala Pepe Gutiérrez-Álvarez en su ensayo Escritores y artistas ante la Comuna de París de 2016, la influencia del mundo de la cultura (Gustave Courbet, Édouard Manet, Honoré Daumier, Jean-Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Louise Michel…) en ese proceso revolucionario fue innegable como se desprende, por ejemplo, de la elaboración del programa de la Federación de Artistas de París en el que se garantizaba una completa libertad para la creación artística sin ninguna interferencia estatal.

La cultura es nuestra gran aliada para despertar del letargo y el silencio porque … la cultura no es adorno sino ancla como dice Irene Vallejo en el Discurso inaugural de la Feria del libro de Zaragoza 2019, recogido en su libro El futuro recordado. La cultura es de lo último que nos queda para acercarnos a la felicidad, a la esencia de la vida. La cultura nos aleja de lo populista; del día a día de lo automático, cotidiano y material; del pensamiento único que demanda el poder.

Cuando la cultura se construye desde la impronta libertaria, anarquista, desde el ejercicio de la libertad indi- vidual, desde el crecimiento personal, ajena a coyunturas y ataduras mentales y del poder, sin perder la pers- pectiva de que esa libertad debe conformar la cultura colectiva, no solo nos incita a pensar y crear, sino que nos prepara para actuar. Son tiempos para la acción, para quitar la máscara al actual sistema neoliberal con sesgo totalitario y al neofascismo que emerge, tiempos para contrarrestar con argumentos el mensaje alienante, de sumisión, anestésico, de nos transmiten sus tambores de odio.