LP 72 – LibrePensamiento https://archivo.librepensamiento.org Pensar para ser libre Sat, 13 Mar 2021 10:56:08 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.1 Editorial LP72 https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/editorial-lp72/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/editorial-lp72/#respond Thu, 21 Jun 2012 21:00:50 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3738 Merece la pena reflexionar sobre los sucesos del 25S rodeando o tomando el Congreso, la situación que los provoca y las posibilidades que esa actuación abre.

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Merece la pena reflexionar sobre los sucesos del 25S rodeando o tomando el Congreso, la situación que los provoca y las posibilidades que esa actuación abre.

La democracia no puede ser sino imperfecta en su capacidad de representación, y los sistemas electorales difícilmente pueden reflejar, salvo muy deficientemente, la voluntad de quienes votan y eligen. Siempre, la democracia se adecua francamente mal al significado etimológico de su nombre. Tiene un problema en sí: responde a la comodidad, a la vez que la busca y la agranda. Puede ser medianamente “útil”, por tanto, en sociedades acomodadas y estables, en tiempos rodados en los que todo se sucede con normalidad, sin sobresaltos ni necesidad de decisiones de trascendencia, estableciendo para ello un juego de alternancia de opciones sumamente similares, con divergencias en temas secundarios, pero que en lo esencial garantizan el mantenimiento de esa normalidad adquirida. No otra cosa es el consenso, que abarca cada día un campo más amplio de temas. No está mal, entretiene, da apariencia y permite esa comodidad de vivir cada persona individual su vida particular.

La democracia, que en un primer momento recoge el impulso que la hizo llegar y mantiene cierta viveza, con solo el paso del tiempo agrava sus defectos y juega a la baja en su capacidad de representación, abriendo una distancia cada vez mayor entre representantes y representados, mutuamente indiferentes entre sí. Esa ausencia de relación viene a ser ocupada por grupos de presión al servicio de intereses económicos y por los medios de comunicación a ellos ligados, que acaban decidiendo las elecciones, condicionando la democracia e introduciendo un grado de corrupción siempre alto, en unas ocasiones, sistemático y de acuerdo a lo que la ley permite, y en otras, chapucero y delictivo.

Tampoco la corrupción, ni tan siquiera la segunda, viene a romper esa conviviente indiferencia entre representantes y representados. Forma parte central del modelo económico con el que convivimos amistosamente y de modo gratificante, y la corrupción política no deja de ser más que el lubrificante de su motor, pequeña proporcionalmente en un sistema en sí corrupto, aunque asquerosamente significativa.

Hay cuestiones parciales que empeoran grandemente el funcionamiento democrático: el sistema de partidos, las listas cerradas, la ausencia de cualquier mecanismo de control, la no participación directa en decisiones de importancia… Son aspectos que vienen a empeorar considerablemente un modelo de representación en sí muy imperfecto, basado en esa dejación cómoda, que minusvalora lo colectivo, dejando todo el espacio a lo individual y particular.

La democracia, en una segunda consideración, es el sistema político que en teoría mejor garantiza un estado de libertad(es). Pero la libertad requiere la premisa de la seguridad, de la que el estado democrático tiene también que convertirse en garante. Esa relación entre libertad y seguridad da al poder político unos márgenes de juego enormes, ya que, aunque es cierto que en un estado de inseguridad la libertad disminuye, no pasa a ser cierto su contrario, esto es, que se incremente la libertad en un estado de seguridad.

Dentro de nuestras sociedades desarrolladas (ricas) —no hacia fuera, hacia fuera éramos unas sociedades blindadas frente a un exterior empobrecido— funcionó en su momento un cierto equilibrio ente economía social de mercado y estado democrático, así como entre libertad y seguridad. El modelo económico permitía la existencia de ese juego democrático imperfecto basado en la comodidad y la dejación, y la libertad convivía con una seguridad, resultado de múltiples factores, como los educacionales y las garantías.

Hoy ese equilibrio, que solo era parcial e interno, va saltado por los aires: una economía que necesita y está en proceso de convertirse en agresivamente antisocial va rompiendo toda preocupación por las apariencias democráticas, mientras que la libertad se repliega frente a una seguridad reducida ahora a incrementos de las medidas de control en una sociedad de por sí cada día más insegura.

Hoy nuestros democráticos representantes actúan al dictado férreo en todo lo relativo a políticas económicas, sociales, culturales, sanitarias…, quedando su papel reducido al del incremento del control y las medidas encaminadas a garantizar la seguridad en una sociedad cada día más insegura.

Siempre ha habido mucho de eso, solo que en épocas de bonanza, la adhesión de una mayoría social al modelo económico por medio de un relativamente alto nivel de consumo se correspondía con esa dejación cómoda que aceptaba de hecho una democracia y representación muy imperfectas. Ahora las cosas han cambiado y el malestar social se expresa también como malestar político, haciendo presente la distancia entre representantes y representados. La quiebra del estado de bienestar es también la del modelo democrático.

Somos la sociedad con mayores desigualdades de la Europa. En la medida en que el gasto social disminuye exige el incremento del gasto policial y militar, y la seguridad, reducida a medidas de control y policiales, rompe el equilibrio con la libertad de las personas. Si una sociedad insegura no es el mejor marco para la libertad, una sociedad securitaria lo empeora claramente.

Las imágenes de un congreso “democrático” blindado el 25S o las del despliegue policial en la huelga general del 26 en Euskadi, así como las de la visita de Merkel a Grecia nos dan una idea de la situación a la que estamos llegando. Si anteriormente nuestras sociedades desarrolladas necesitaban blindarse del exterior empobrecido por medio de los ejércitos, hoy, ese exterior empobrecido está dentro y se necesita un ejército interno que blinde las instituciones y a los sectores sociales beneficiarios de la actual situación.

Alguna de esas imágenes mostraban a la policía provocando que la actuación social derivase en formas de enfrentamiento abierto y frontal, lo que indicaría que querían llevarla al terreno que consideran más propicio. De otro lado hay una permanente acomodación de la legalidad para que vaya acotando las formas de movilización, restándoles elementos de presión y perturbación, reduciendo su posible eficacia como forma de presión, restándoles peso y dejándolas en “una más” de las múltiples expresiones sociales de todo tipo con significación menor, por ejemplo, que las elecciones, presentándolas así como una confrontación entre la mayoría “democrática” y la minoría que no lo somos.

La certeza de que ese es un discurso falaz no nos exime de la necesidad de no quedar atrapados en él, sin, por otra parte restar a nuestros métodos de actuación componentes de presión real, de capacidad de dificultar y cortocicuitar lo existente, de expresar el malestar social creciente y de buscar una eficacia, abriendo caminos que puedan resultar atractivos para sectores cada vez más amplios de la población.

Terreno delicado en el que es más fácil saber en qué actuaciones no queremos caer que cuáles son las adecuadas, en el que además, como en casi todo, no existen fórmulas de solución sino que vienen dadas por el momento y la situación. El número, la extensión, la continuidad, el aprovechamiento de la sorpresa, la resistencia no violenta… serán factores que tengamos que combinar con muchas dosis de imaginación y reflexión.

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La derrota del sindicalismo https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/la-derrota-del-sindicalismo/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/la-derrota-del-sindicalismo/#respond Thu, 21 Jun 2012 20:00:00 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3740 El sindicalismo ha jugado un papel central en la consecución del estado de bienestar y en el acceso de las clases trabajadoras de los países desarrollados a la sociedad de consumo. Son logros importantes pero dentro de unos objetivos no concluidos y, a la postre, derrotados. Hoy, el papel del sindicalismo es escaso y no significativo.

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Chema Berro

Si  nos remontamos a los periodos rugientes del sindicalismo, aun sin idealizaciones, éste puede ser admirado como un movimiento valioso, tanto en capacidad de conseguir mejoras inmediatas, como en cuanto capaz de aunar y hacer efectivas voluntades y aspiraciones de cambio social. Pero no es menos cierto que el sindicalismo actual nada tiene que ver con lo que fue.

Sería suficiente remontarse a los últimos cuarenta años de nuestra última etapa de libertad, todo lo relativa que se quiera, y actuación sindical para apreciar lo mucho que el sindicalismo ha evolucionado. El sindicalismo iniciado en los setenta hereda una trayectoria de lucha obrera autónoma, participativa, que supone un desafío y una amenaza  a lo existente, en la que los conflictos se aunaban y extendían y las conquistas se generalizaban rápidamente, llegando al conjunto de trabajadores. Es cierto que en esa época éramos una sociedad con un nivel de consumo bajo, casi pobre, y que la situación política del franquismo terminal añadía un plus de motivación a la movilización.

Pero más que recoger esa herencia el sindicalismo la tira por la borda en poquísimo tiempo, demostrando que es “otra cosa”. El sindicalismo es lucha obrera pero pasada por numerosos tamices, tanto de puntos de vista previos como de intereses diferenciados, que la condicionan decisivamente en unos casos y, en otros y en definitiva, se le anteponen. Lo cierto es que al poco de iniciarse el proceso de sindicalización de aquella lucha obrera autónoma, combativa y expansiva no queda apenas nada. Y no solo es un problema de que hayan gestionado mal el bagaje recibido, ni solo de que el sindicalismo que se instaura no haya sabido o querido hacerlo de otro modo, los agentes concretos que prevalecen en ese momento tienen influencia indiscutible, pero el problema es más intrínseco al mismo hecho sindical.

 Los cambios en el sindicalismo

El centro del sindicalismo ha sido la reivindicación económica, en primer lugar y la de las condiciones laborales, en segundo. En sus orígenes, en una situación de fuerte explotación y en la que la reivindicación se mantenía a unos niveles próximos a las necesidades básicas, conseguía:

  • Unos niveles de enfrentamiento fuertes en los que se hacía presente toda la perversión del sistema. A más lucha mayor aspiración y mayor acercamiento al cambio social.
  • Unos niveles de solidaridad importantes generados por las situaciones de carencias básicas.
  • Una homogeneización de los trabajadores ya que buena parte de las conquistas alcanzadas se generalizaban con cierta rapidez y acababan afectando en poco tiempo al conjunto de la clase.

Quizá el mayor déficit de ese sindicalismo inicial fue su dimensión internacionalista, sí mantenida como aspiración y bandera pero que no consiguió plasmarse como realidad salvo situaciones y momentos puntuales. La lucha obrera, el sindicalismo consigue crear una “clase obrera” unificada en el seno de cada uno de los países, suscita solidaridades parciales entre las clases obreras de los países industrializados, pero, desde luego, no genera una “clase” a nivel internacional, sino que, todo lo contrario, las diferencias entre las clases obreras de los distintos países comienzan a agrandarse según su grado de desarrollo.

El sindicalismo actual lo reiniciamos en los 70, con la transición y la recuperación de  las libertades, la sindical entre ellas. La lucha obrera de los 70 venía siendo una lucha con un nivel de combatividad importante que se planta como desafío, que genera importantes dosis de solidaridad, unificación de las luchas y generalización de las conquistas…, pero en la que, sin embargo, la aspiración de cambio social ya había remitido. La clase obrera más que aspirar a un cambio del sistema económico, a algún tipo de sociedad no capitalista, reduce su aspiración a ejercer su presión y construir una fortaleza en la que defender e incrementar sus logros, pero dentro del sistema capitalista.

En los 70 se producen una serie de hechos simultáneos que marcarán el desarrollo de ese movimiento obrero surgido en el franquismo: la libertad sindical, la crisis del petróleo, el despegue de la globalización y un enriquecimiento importante de nuestra sociedad que vendrán a modificar considerablemente el panorama de la lucha obrera.

La libertad sindical significó que los y las trabajadoras dejaron de gestionar su propia lucha, pasando a hacerlo las organizaciones sindicales, que son algo más que las trabajadoras organizadas  para la defensa de sus intereses: existen cauces, mecanismos, prerrogativas, formas democráticas de representación, subvenciones, ayudas…que hacen de las organizaciones sindicales algo más que un conjunto de trabajadores que se organizan. La relación trabajador/organización es otra. Existe, sin duda, una relación y correspondencia entre trabajadores y organizaciones sindicales, pero es una relación compleja y diversa, en la que lo central no es la organización como instrumento de lucha, con el resultado de una pérdida de viveza e impulso. Hecho cada vez se irá agravando.

La crisis del petróleo y toda la política de reconversión industrial fue un ataque terrible contra la capacidad combativa de los trabajadores y la entrada en la derrota: significó la voladura de la fortaleza que ellos se habían construido dentro del capitalismo y, además y sobre todo, supone la destrucción de la unidad de clase: ni las luchas, meramente de carácter defensivo, se unifican ni hay conquistas que generalizar. Lo que hay para un sector de trabajadores es un deterioro grave de la situación  y la caída en el paro y la precariedad, siendo difícil hablar de trabajadores como un conjunto social con un suficiente denominador común unificador. Entre una persona en paro, la trabajadora de una subcontrata, y otra trabajadora de la administración o de una empresa matriz los puntos en común van desapareciendo y las diferencias creciendo. Aunque todavía se dan intentos (asambleas de parados, marchas contra el paro, etc.) las organizaciones sindicales, atrapadas por la naturaleza a que las han conducido los mecanismos de su reproducción (afiliación, delegados, subvenciones, aparatos…) se dedicarán a la defensa negociada de los sectores de trabajadores con derechos y capacidades sindicales, dejando de lado el paro, la precariedad y el subempleo, que, en la medida en que se extiende, irán constituyéndose en un cordón que asfixie a los primeros y al propio sindicalismo.

El despegue económico supuso la entrada de la sociedad española en plena sociedad de consumo, lo que significó que la reivindicación sindical (que sigue centrada en lo económico y supeditándolo todo a ella) está por encima de lo que puede considerarse como necesidades básicas y contribuyendo a unos niveles y estilos de vida muy dentro del modelo de desarrollo (y, por tanto, del capitalismo que lo proporciona), homogeneizando lo que fue clase obrera con otras capas sociales, incorporándola a una clase media acomodada y bienviviente. La acción sindical, lejos de sacar y enfrentar a los trabajadores con el capitalismo, los incorpora a él. Naturalmente en ese nivel de reclamación la “solidaridad” pierde fuerza o desaparece, ya que no es suscitada de la misma manera por las carencias en los niveles de subsistencia que por las limitaciones en los accesos a bienes superfluos. No solo no hay una solidaridad entre trabajadores, el consumidor trabajador es enemigo de sí mismo, quiere comprar barato y lo hace en las grandes cadenas comerciales, que desde su monopolización del mercado imponen los precios de compra de los productos y, a través de ellos, marcan las condiciones laborales y salariales en las que deban ser fabricados.

Por último, la globalización dio al capitalismo unos poderosísimos mecanismos de dominación, que no fueron contrarrestados por una evolución en les mecanismos de presión. Todo lo contrario, la amenaza de deslocalización es un chantaje muy efectivo y, además, va acompañada de un proceso de externalizaciones, subcontrataciones, precarización, una alta tasa de paro… que, por un lado, dificultan enormemente los mecanismos de presión obrera y, por otro, les restan eficacia. Hoy las huelgas, sean parciales o generales, salvo en algunos sectores, tienen más valor simbólico que eficacia real, y tal como habitualmente se ejercen están más cerca de la protesta que de la presión.

 De organizaciones sindicales a agentes sociales

Pudiera decirse que el sindicalismo ha sido la última formación de la socialdemocracia, defensora de un estado de bienestar relativo que abarcaba a una mayoría social de aspirantes a “clase media”  con niveles de consumo y bienestar desiguales. Un estado de bienestar fruto del consenso, término que nada tiene que ver con el acuerdo resultante de una negociación a la que se llega tras poner de manifiesto una determinada correlación de fuerza y válido para un determinado momento. El consenso es más bien el punto de encuentro definido por el poder, en torno al que éste conforma una mayoría social y un estado de opinión y consideración de sensatez, y es más duradero que el acuerdo provisional resultado de la correlación de fuerzas de un momento dado.

Supone una renuncia a la confrontación y, por tanto la renuncia de las organizaciones sindicales al conflicto, pasando a contribuir a la desmovilización de los trabajadores. Seguramente hubiera sido difícil mantener el nivel de movilización y la capacidad de presión, frente a las nuevas capacidades de dominación desarrolladas por el poder económico a través de la globalización, pero a esa dificultad se le ha sumado la ausencia de voluntad de mantenerla, y, si no hay voluntad y, difícilmente se pueden buscar fórmulas de ejercerla que recuperen la capacidad de presión. El resultado es que hoy el sindicalismo ha perdido casi toda la capacidad de movilización y que la que es capaz de ejercer no significa un elemento de presión real. Es más, es incluso cuestionable que la movilización que ejerce el sindicalismo busque recuperar la capacidad de presión, sino que parece más pensada en  la defensa de su propio espacio de juego y su marca sindical que de la situación laboral y social.

Es una situación en que la suerte de los trabajadores y de las organizaciones sindicales queda ligada a la del capitalismo. El interés es común: si al segundo le va bien, irá bien a los primeros, y si vienen mal dadas vienen mal para “todos”. El sindicalismo ha admitido en su totalidad el discurso del sistema: productivismo, competitividad, prioridad de los beneficios empresariales que son los que garantizan el futuro… Siendo dominante el interés común, las discrepancias se resuelven pronto y con escaso conflicto: nada de promover algaradas, nada de unificar las situaciones y movilizaciones, los problemas se resuelven acotándolos, dialogando sobre ellos guiados por el interés común y buscando compensaciones para los directamente damnificados. Así venimos funcionando.

El sindicalismo sigue siendo útil a los trabajadores con derechos y compensables. A un trabajador precario, de subcontrata o parado, le sirve de poco; ni el sindicalismo tiene para él compensación que negociarlo, ni ese trabajador tiene voto o poder que aportar a un sindicalismo que no ha sabido o querido incorporarle. Una persona en paro lo último en que piensa es en dirigirse a un sindicato para conquistar el acceso a un empleo a través de la actuación sindical, en el mejor de los casos acudirá como cliente a una de las organizaciones sindicales que funcionan como ETTs.

Pese al mantenimiento de un lenguaje propio y de un papel aparentemente distinto, la derrota del sindicalismo consiste en haber pasado a formar parte de un todo, en haber aceptado un papel dentro de un juego único… La derrota del sindicalismo es su complicidad con el sistema.

La crisis nos pilla en crisis

A este sindicalismo desmovilizado, que no afronta los problemas más graves que afectan a la sociedad, pactista, desentendido de los sectores sociales más castigados, y que ha ligado su suerte a la buena marcha del capitalismo medida por el desarrollismo y la competitividad, a este sindicalismo derrotado y sacado de sí, de repente, el capitalismo le plantea una declaración de guerra a través del desencadenamiento de la actual crisis. Esta declaración de guerra viene a expresarse en algo así como: “aquello del estado de bienestar se acabó, lo quiero todo, no solo lo quiero sino que lo necesito todo, sencillamente me sobráis, me estorbáis, el malestar social me da igual y estoy preparado para afrontarlo, tenéis que dar el breve paso del consenso a la sumisión y cuanta más resistencia tratéis de oponer peor lo vais a pasar”.

Llevamos cinco años de crisis, de declaración de guerra. Ninguna de las medidas que nos han impuesto o nos hemos dejado imponer va en otra dirección que en la de la profundización de la situación y el incremento del ataque, con unas consecuencias ya muy graves para un tanto por ciento muy elevado de la población. Más de cinco millones de personas a las que se les niega la posibilidad de trabajar, permaecen socialmente desparecidas.Y sin embargo la respuesta sindical y social viene siendo muy escasa. Sí que es cierto que han ocurrido cosas, quizás la más significativa el 15M, pero en todo caso muy insuficientes. No parece que se haya avanzado mucho en cuanto a reorientar objetivos para esta nueva etapa marcada por la financiarización de la economía y el acercamiento al agotamiento de recursos; tampoco en la búsqueda de formas de presión real, más allá de alguna huelga general sin continuidad, más presión aparente que real.

Y no parece que la respuesta del sindicalismo vaya a avanzar, ni en la señalización de nuevos objetivos adecuados a la actual situación ni en la búsqueda de formas de actuación para alcanzarlos. Para hacerlo tendría que arriesgar mucho, estar dispuestos a variar el rumbo y ser otra cosa de lo que viene siendo, marcarse nuevos objetivos que respondan a una graduación de las necesidades existentes y buscar nuevos caminos y formas de actuación, con el evidente riesgo de equivocaciones. Pero las organizaciones sindicales tienen muchos elementos de estabilización, los mismos que debieran haber sido su potencial, convertidos hoy en elementos  conservadores y peso muerto, que no incitan a asumir riesgos sino a la actuación dentro  la rutina y la repetición, hoy convertida en mera escenificación.

Los elementos conservadores provienen  de que las organizaciones sindicales están demasiado hinchadas en sus aparatos, con escasos activos propios, muy dependientes de liberaciones, horas sindicales y subvenciones, que se ganan a través de las representaciones obtenidas por los votos y la afiliación. Pero la afiliación significa un grado muy débil de adhesión real a acuerdos y decisiones y la del votante es todavía mucho menor. Se puede votar a una organización sindical por razones de cálculo e interés parcial, manteniéndola, por ejemplo, como tercera fuerza sindical, para que juegue un papel secundario de presión, pero sin confiar en ella ni estar dispuesto a otorgarle nunca la totalidad de la responsabilidad del quehacer sindical. Se puede estar afiliado por interés parcial, por ser esa organización la que mejor defiende un tema que le afecta, pero sin coincidir e incluso estando muy alejado del conjunto de sus objetivos y formas de actuación.

Es una ligazón, la de la persona votante o afiliada, en muchos casos débil y que, por tanto, para según qué decisiones se convierte más en rémora que en acicate, ya que la organización es consciente de la debilidad de esa ligazón y teme perderla o incluso arriesgarla en propuestas que vayan un poco más allá de lo previsible, pues le ha costado, justo es reconocerlo, mucho adquirirla.

El órdago que el sistema está lanzando contra la sociedad, va en serio. Dado el componente ecológico y de escasez de recursos de “la crisis” le es necesario para mantenerse y no va a cejar en él ni a ponerle límite ni freno. Sólo podría ponérselo una reacción social muy distinta y de muchísima mayor envergadura. Distinta en tanto que el chip meramente reivindicativo es, por un lado, insuficiente y, además, falso; la jerarquización y priorización de las injusticias y retrocesos sociales obliga a una actuación que debe ser algo más que reivindicativo. Y de mucha mayor envergadura en cuanto que el mero seguimiento de unas convocatorias planteadas con mucho cálculo y excesivo sentido común no va a ser suficiente; en cuanto que necesitamos tomas de actitud nacidas de la convicción propia y dispuestas a ejercerse en minoría e incluso individualmente, de las que arranquen nuevas formas de actuación y presión social. Nadie entienda, por supuesto, que esto significa considerar que estemos sobrados de convocatorias o que debamos dejar de secundarlas e impulsarlas; estamos faltos de movilización, pero las deficiencias de la reacción social no están solo en el grado de movilización.

Es muy improbable que esa reacción social vaya a darse, mucho más improbable todavía es que esa reacción social pueda provenir del impulso de unas organizaciones sindicales demasiado atrapadas por sus elementos de rutina y pesantez.

Naturalmente, hay que intentarlo. El realismo no puede venir a cortar nuestras aspiraciones, sino a quitarles sus componentes de ensoñación y de autoengaño.

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Un sindicalismo en tiempos difíciles https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/un-sindicalismo-en-tiempos-dificiles/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/un-sindicalismo-en-tiempos-dificiles/#respond Thu, 21 Jun 2012 19:00:36 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3743 El sindicalismo atraviesa momentos muy difíciles, incapaz de ofrecer una resistencia eficaz a los duros ataques realizados por los neoliberales en el poder. Varias son las causas que han contribuido a esta gran debilidad del sindicalismo, algunas de ellas provocadas por equivocadas estrategias sindicales en las últimas décadas, Es posible, sin embargo, encontrar algunas pistas a partir de las cuales recuperar la capacidad combativa y transformadora del sindicalismo.

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Félix García Moriyón – Profesor de filosofía jubilado. Militante del Sindicato de Enseñanza de la Confederación de Madrid Castilla la Mancha de la CGT

No cabe la menor duda de que estamos en unos momentos muy difíciles, sobre todo para la clase obrera y también para la clase media. Ciertos rasgos generales de esta crítica situación son ya de sobra conocidos, pero no viene mal resumirlos brevemente para dar paso a algunas reflexiones que nos ayuden a mirar hacia delante.

Conviene, no obstante, comenzar con una matización de la primera frase, para no alimentar un cierto pesimismo que lleva a abandonar la tarea que nos ocupa. En la historia del sindicalismo, que se inicia a mediados del siglo XIX, ha habido etapas de mucha mayor dificultad que la presente. Desde luego, la etapa de sus inicios, cuando las condiciones de vida y trabajo de los obreros y campesinos eran mucho más duras que las actuales y lograr la organización de los trabajadores en sociedades de apoyo mutuo y defensa era una ardua tarea para la que no existían precedentes. O la etapa de los brutales enfrentamientos con la burguesía en las primeras décadas del siglo XX, con episodios tan lamentables como la represión sin contemplaciones orquestada por la patronal. Aquellos momentos difíciles se superaron con constancia, coraje y capacidad de innovación, afrontando las dificultades con un profundo sentido del apoyo mutuo y con unas metas muy claras. Nos tocan ahora nuestros propios problemas y quizá solo el hecho de que sean los nuestros los convierte en más graves que los anteriores.

Puede haber influido en cierta percepción derrotista justo la historia reciente. El gran pacto social acordado tras la sangrienta II Guerra Mundial, con el recuerdo de las dos terribles décadas tras la Gran Depresión de 1929 y con el telón de fondo del ejemplo proporcionado por la Revolución Rusa, hizo que en los países europeos se instalara un modelo “humano” de relaciones sociales de producción capitalista, en el que el reparto de los beneficios era más justo, las desigualdades disminuían y se mejoraban sensiblemente las condiciones materiales de existencia de la clase obrera, lo que daba lugar a la aparición y consolidación de las clases medias. Ese conjunto de circunstancias hizo creer a muchas personas que la lucha de clases en su sentido más fuerte, estaba ya superada. No se ponía en absoluto en cuestión las relaciones sociales de producción propias del capitalismo, pero se ofrecía la versión más amable y soportable del mismo: la enorme capacidad productiva del sistema proporcionaba bienes materiales a casi todos y además, sobre todo en la década de los sesenta, se profundizaba en la democracia haciendo que fuera más inclusiva y participativa.

Una crisis que comenzó hace tiempo

A partir de los años setenta, empezó a ser duramente cuestionado ese modelo desde las élites que controlaban los medios de producción buscando un reparto más favorable a sus intereses. Se inició entonces una lucha social a largo plazo que está en estos momentos en una fase importante en la que los objetivos principales de esas  élites se están cumpliendo de manera muy satisfactoria para ellas. Podemos resumir las líneas maestras de la ofensiva de esas élites en tres lemas: el sector público es ineficaz y anula la libertad de las personas con su obsesión por redistribuir la riqueza; la mejor manera de alcanzar una sociedad más justa es dejar absoluta libertad a los mercados y a la iniciativa privada; las exigencias democráticas, en especial la exigencia de demasiados derechos hace imposible la gobernanza y lleva a las sociedades a un completo colapso. Está en un momento crítico, por tanto, el llamado estado del bienestar o estado social de derechos y también el pacto social en el que se basaba.

No es esa la única crisis a la que tenemos que hacer frente, sino que la humanidad afronta otras crisis de enorme calado que están provocando una profunda reconfiguración del orden social, político y económico internacional. Empezaron también a percibirse en la década de los sesenta y los setenta: la exigencia de los países dependientes de lograr un mayor protagonismo en el control de sus vidas; la percepción clara de que el crecimiento económico basado en el uso abusivo de los recursos naturales tenía unos límites; el bum demográfico que planteaba un reto muy difícil de resolver. Cuatro décadas después, los países dependientes empiezan a tener mayor presencia real, pero no cómo soñaron los países no alineados, pues se han sumado al modelo capitalista de manera plena, un capitalismo financiero que ha reforzado la codicia depredadora e incrementado el consumo a través del endeudamiento masivo de la población Los límites del crecimiento se han recrudecido, espoleados por ese consumismo sin freno, y se concreta la amenaza para la supervivencia de la humanidad en un calentamiento global y en la escasez no sólo de los recursos energéticos, sino también del agua y de los alimentos básicos. Por último, existe una profunda crisis demográfica, especialmente visible en el envejecimiento acelerado de la población en los países del anterior centro del mundo y en los fuertes movimientos migratorios que pueden terminar provocando hondas convulsiones sociales.

Pues bien, en ese marco de crisis global en que los diversos actores sociales están jugando sus bazas para lograr una posición mejor que la que tenían en el período anterior, los sindicatos han sido pillados en gran parte con el pie cambiado  y pueden ser uno de los sectores que más pierdan durante este proceso de cambio. Aunque no está del todo claro que los llamados treinta gloriosos en Europa (de 1945 a 1975) fueran una consecuencia de la acción sindical, está claro que los sindicatos más poderosos desempeñaron un papel importante y se sentaron en casi todas las mesas de negociación para diseñar el Estado de Bienestar. En España, también, aunque con diferencias peculiares; lo más parecido a lo ocurrido en Europa se da desde 1978 hasta 1992, con Pactos de la Moncloa incluidos. Y también está claro que desde el inicio del ataque de las élites, a comienzos de los años setenta, los sindicatos se convirtieron en uno de los enemigos sociales a batir. En aquellos años aparecieron además otros movimientos sociales que contribuyeron a incrementar la calidad democrática de las sociedades; esa fue la gran aportación del feminismo, el pacifismo y el ecologismo, junto con la lucha por los derechos sociales.

Las élites vieron en los sindicatos un estorbo para su proyecto de una sociedad neoliberal, guiada por el libre mercado. Dos combates fueron simbólicos en aquellos primeros años: la derrota de los controladores aéreos por Ronald Reagan y la derrota de los mineros por Margaret Thatcher. Desde entonces no han faltado los enfrentamientos duros ni las pequeñas escaramuzas, pero el declive de la capacidad de los sindicatos no ha cesado. Es más, si utilizamos una metáfora deportiva para describir lo que está pasando justo en estos momentos, verano de 2012, podemos decir que las élites van ganando el partido a los sindicatos por 6 a 0. Queda mucho partido por delante, pero muy mal están las cosas para nosotros y para todos aquellos que, sin formar parte del sindicalismo, están igualmente en el lado de los perdedores.

provocando una cierta impotencia

¿Cómo hemos llegado a esta impotencia, a esta falta de capacidad de respuesta en defensa de unas condiciones de vida y de trabajo que comenzaban a ser bastante satisfactorias? Son muchos los factores que inciden en esta situación y no es posible analizarlos todos, aunque es posible señalar algunos de ellos que podemos considerar como los más significativos. En el caso específico de España, puede que el principal problema haya sido la consolidación a partir de la restauración democrática de un sindicalismo de negociación, convirtiéndose los dos grandes sindicatos en organismos no gubernamentales, con presupuesto en gran parte a cargo del Estado, a los que se reconoce la tarea de negociar con la patronal y el gobierno las condiciones de trabajo. Comisiones Obreras partía de una experiencia previa de lucha durante la dictadura que capitalizó algo fraudulentamente a su favor, mientras que UGT se creó casi de nuevo, al amparo del PSOE. El anarcosindilismo se reconstruía casi desde la nada, aunque contando a su favor con las simpatías por el movimiento libertario generadas por los movimientos sociales de la década anterior. Los dos grandes sindicatos se apoyaron desde entonces en una potente superestructura, bien financiada por dinero público y mucho menos por las cuotas de sus afiliados. Su tarea entonces, abusando del reconocimiento legal como entidades más representativas, consistió en sentarse en todas las mesas de negociación para obtener mejores condiciones laborales; solo muy de vez en cuando recurrían a las movilizaciones de los trabajadores para contar con más fuerza en el momento de negociar. Por su parte, los trabajadores empezaron a ver en el sindicato sobre todo una gestora de servicios, en especial de servicios jurídicos, y las elecciones sindicales introdujeron en la vida sindical muchos de los males de la democracia representativa que ahora se critican con dureza. La militancia decayó con fuerza y la afiliación también disminuyó sensiblemente. La burocracia sindical empezó a tener intereses parcialmente distintos a los de los trabajadores a los que representaban. En cierto sentido, los grandes sindicatos pasaron a ser parte de los problemas que ahora tenemos y no debe extrañarnos el descrédito que se refleja en las sucesivas encuestas de opinión, muy cercano al descrédito que padecen los políticos.

El sindicalismo de negociación quizá pueda servir en tiempos de bonanza en los que las élites están dispuestas a repartir y se difunde la falsa creencia de que los intereses de ambas partes pueden llegar a puntos de acuerdo de suma cero, sin perdedores ni ganadores. Cuando vuelve a manifestarse el lado duro del capitalismo, cuando empieza a estar claro que los intereses son contradictorios y no solo contrarios, negociar ya no es la estrategia más adecuada, sobre todo si esa negociación no está precedida por movilizaciones sociales y por una acción directa que haga ver a las élites económicas y políticas que no se está dispuesto a tolerar un reparto injusto y una economía basada en la explotación y opresión de los trabajadores, excluidos completamente de la participación activa en la gestión de las políticas sociales y económicas, tanto dentro de la empresa como en el país en general.

Que nos llevó a una situación de postración

Si el diagnóstico es correcto, el tratamiento necesario para salir de esta situación de debilidad es relativamente claro. Es necesario reconstruir un sindicalismo más combativo apoyado en lo que siempre fue su mayor fuerza: la acción solidaria de los trabajadores que mediante la acción directa y el apoyo mutuo, hacen frente a la patronal y a sus socios políticos y reclaman no solo un reparto más equitativo de la riqueza generada en el proceso productivo. Eso implica reforzar los niveles de militancia dentro de la propia organización, apoyarse mucho más en las cuotas de los afiliados sin ponerse en manos del Estado que, al controlar los fondos económicos, yugula el caudal de la lucha reivindicativa y narcotiza el deseo de una real transformación social. Eso exige igualmente el incremento de la afiliación, conectando más directamente con los intereses de los trabajadores para que lleguen a percibir el sindicalismo como su genuina asociación de apoyo mutuo y cambio social. Y eso implica también comenzar por una potente labor de formación interna que profundice en una acertada comprensión de cuáles son los males que deterioran la vida de los trabajadores y cuáles son los medios más adecuados para remediar esos males.

Cierto es que la tarea no es nada sencilla. En gran parte eso se debe a un segundo aspecto de la situación actual que tiene una incidencia devastadora en las posibilidades de una acción sindical efectiva. Las élites en el poder llevan orquestando una campaña ideológica muy eficaz desde los inicios de los años setenta, que ha resumido muy bien Naomi Klein con su reflexión sobre la doctrina del choque: de manera sistemática, recurriendo a lemas muy sencillos pero contundentes, la derecha ha conseguido inducir el miedo, convenciendo a toda la ciudadanía de que la situación es muy grave y de que son necesarias medidas muy dolorosas que restauren una economía en crisis y un Estado del bienestar superado por demandas que ni puede ni debe satisfacer.  Aplastan con contundencia los intentos de rebelión incluso cuando son fuertes, como ha ocurrido en Grecia, y aprovechan la situación para imponer su programa, ya sea a través de gobiernos elegidos (caso de España o Inglaterra) ya sea a través de tecnócratas salidos de sus filas (como en el caso de Italia o de Grecia). Logran de ese modo inocular el pesimismo en la clase obrera y en la ciudadanía en general, que agobiadas por el miedo provocado por el discurso apocalíptico de los dirigentes, terminan aceptando resignadas la servidumbre voluntaria de quienes piensan que nada puede ser hecho.

A la que hay que encontrar soluciones

También en este caso, si el diagnóstico es certero, parecen estar claras las pistas de solución que deben orientar nuestra práctica sindical y social. Se impone en primer lugar librar con intensidad la batalla ideológica, contrarrestando los lemas falaces de las élites dominantes con un discurso alternativo que ponga de manifiesto la estrategia de ocultación de la realidad y de imposición de un durísimo programa de recuperación de la extracción de plusvalía y del control autoritario de la vida social y política. Chomsky es un buen referente que ofrece, además de su ejemplo personal, algunas pistas para llevar adelante esa tarea. Debemos recuperar el lenguaje de crítica radical del desorden establecido y volver a plantear los grandes objetivos de emancipación y transformación radical de la sociedad que constituyeron la bandera de movilización de las luchas obreras, sociales y políticas desde los orígenes del sistema social contemporáneo.

Del mismo modo es necesario replantearse las tácticas de lucha social para lograr una mayor eficacia. Estamos lejos de poder organizar con mínimas posibilidades de éxito acciones de enfrentamiento global, como es la huelga general revolucionaria. No está claro que haya tenido eficacia en algún momento de la historia de las luchas obreras, pero en estos momentos la correlación de fuerzas es demasiado desfavorable y apostar por esos instrumentos de lucha puede conducir a incrementar el pesimismo tras la experiencia de la derrota. Pero no son imposibles otras tácticas de enfrentamiento radical que, con logros parciales, restituyan la confianza de los trabajadores en su fuerza y en la capacidad de provocar cambios reales en las relaciones sociales de explotación y dominación. Para el diseño de acciones directas concretas, es necesario recuperar y reelaborar las propuestas de desobediencia civil y de no violencia activa que forman parte de un sector significativo de la tradición anarquista, menos visible para la historia oficial que sigue identificando el anarquismo con el uso ciego y desmedido de la violencia, e incluso para la historia oficial anarquista que no le da la importancia debida, pero de gran calado y capacidad transformadora.

Hay un tercer aspecto que tiene un impacto decisivo. La fase actual del capitalismo financiero de gran capacidad depredadora ha sido potenciada exponencialmente por la globalización. El mercado de valores en tiempo real, que se extiende a todo el mundo con una gran capacidad manipuladora y especulativa, ha conferido a la élite dominante una fuerza superior a la que tenía hasta el momento. El mismo hecho de que la noticia fundamental y primera en los grandes informativos sea el mercado de valores, con la prima de riesgo como protagonista decisiva, deja bien claro dónde se sitúa en estos momentos el epicentro del poder. Para la élite hegemónica es sencillo coordinar sus actuaciones depredadoras en servicio propio, estando eficazmente presente en el mundo económico y financiero y también en los gobiernos y los organismos internacionales. Se ha apropiado del internacionalismo que había sido marca distintiva del movimiento obrero clásico y, apoyados incluso en círculos eficaces de coordinación como lo fue en su momento la trilateral o lo es ahora el club Bildenberg, imponen sus leyes, mejorando su posición de privilegio.

No se ha dado una capacidad de coordinación similar entre los trabajadores de todos los países y tampoco entre toda la ciudadanía. Cierto es que las redes sociales ─en el caso español es significativo el movimiento del 15-M─ están logrando una apreciable capacidad de movilización globalizadora, que tiene indudable impacto, pero no se pude decir lo mismo de las internacionales sindicales, mucho menos de la OIT, un organismo que adolece de los mismos problemas que afectan a nuestros grandes sindicatos. Hace falta, por tanto, profundizar en la acción coordinada y solidaria de los trabajadores de todo el mundo, recurriendo a las enormes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Hay que evitar, por ejemplo,  que las élites puedan utilizar las duras condiciones laborales de los trabajadores de otros países, como China o India, o como los inmigrantes ilegales, para cambiar a la baja las condiciones laborales de los trabajadores europeos. La coordinación es igualmente necesaria para evitar que, hábilmente manipulados como ya ocurriera en las dos grandes guerras del siglo pasado, los trabajadores colaboren con las maniobras pseudonacionalistas de acentuación de la competencia, una de las claves del modelo insolidario de relaciones solidarias en el que nos movemos en la actualidad.

Termino mis reflexiones llamando la atención sobre otro aspecto de gran importancia. Las reivindicaciones que orientan las luchas de los sindicatos han perdido calado y alcance. En gran parte se han limitado al gestionar el reparto de lo que hay, pero parece que han dado por bueno que el ideal socialista (sea autoritario o libertario utilizando la antigua terminología) se reduzca a la consolidación del Estado del bienestar, un Estado sin duda mejor que los anteriores, pero que no cumple los ideales centrales de una sociedad sin opresión ni explotación, una sociedad en la que la igualdad, la libertad y la solidaridad no sean palabras retóricas con escasa incidencia en la configuración real de la sociedad. Sin grandes ideales, sustentados por un sólido optimismo que es consciente de las dificultades pero no se arredra ante ellas, poco se puede hacer. Si reducimos drásticamente nuestras exigencias y nuestras expectativas, hemos empezado la lucha por el reconocimiento admitiendo la derrota final incluso en el supuesto de que consigamos ser escuchados.

Tenemos que recuperar el realismo de pedir lo imposible, pues para pedir sólo la miseria de lo posible ya están quienes nos imponen sus objetivos. Para ello, además, el anarcosindicalismo debe recuperar el ideal de transformación radical de la sociedad, lo que incluye vincular las luchas estrictamente sindicales a todas las demás luchas sociales empeñadas en hacer presente una manera completamente distinta de articular las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Sólo siendo algo más que un puro sindicato de lucha centrada en la vida laboral de los seres humanos podremos dotar a nuestro esfuerzo de una capacidad de impacto transformador de la realidad social que haga que merezca la pena. Es irrelevante en estos momentos apostar por la implantación definitiva de una sociedad justa en un futuro más o menos lejano; es igualmente irrelevante pensar que el futuro que se nos viene encima es un mundo apocalíptico con unas condiciones de existencia completamente degradadas. Lo que es totalmente importante, lo que es crucial y marca una diferencia es estar convencidos de que aquí y ahora es posible hacer ya presente un modo de vida alternativo. Y luchar por su generalización a todos los ámbitos de la sociedad.

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Vino nuevo y odres viejos. Rutinas mentales y estratégicas en un mundo que es igual pero no es el mismo https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/vino-nuevo-y-odres-viejos-rutinas-mentales-y-estrategicas-en-un-mundo-que-es-igual-pero-no-es-el-mismo/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/vino-nuevo-y-odres-viejos-rutinas-mentales-y-estrategicas-en-un-mundo-que-es-igual-pero-no-es-el-mismo/#respond Thu, 21 Jun 2012 18:00:17 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3746 La izquierda precisa poner en orden una herencia confusa, una mezcla de tradiciones, de inercias y de maneras de hacer, que cada vez con más claridad parecen poco efectivas. Somos los hijos de las generaciones que vivieron en el convencimiento de que otro mundo era posible y de que una serie de medidas y acciones acertadas harían más justa e igualitaria nuestra sociedad.

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“Muchos han imaginado repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos en realidad, y es que hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo habría que vivir, que el que no se ocupa de lo que se hace para preocuparse de lo que habría que hacer, aprende antes a fracasar que a sobrevivir”

                          Nicolás Maquiavelo. El Príncipe.

Algunas viejas buenas ideas que no funcionan

 La izquierda precisa poner en orden una herencia confusa, una mezcla de tradiciones, de inercias y de maneras de hacer, que cada vez con más claridad parecen poco efectivas. Somos los hijos de las generaciones que vivieron en el convencimiento de que otro mundo era posible y de que una serie de medidas y acciones acertadas harían más justa e igualitaria nuestra sociedad. Una generación que vivió el auge de cierto asamblearismo y una creencia en la colectividad que sin embargo se ha disuelto como azucarillo en el presente. Ciertamente hay quienes hoy en día plantean tales cosas, quienes creen firmemente en ellas y las practican con encomiable coherencia. Sin embargo y a pesar de su testimonio, nuestra sociedad, hija de aquellos anhelos y de aquellas ideologías ha girado en dirección contraria. A pesar de este evidente cambio la izquierda parece empecinada en repetir pautas de comportamiento ya ensayadas, cuyo éxito ha sido sobredimensionado con inconsciente imprudencia.

 Parece evidente que hoy el liberalismo más pujante, partidario de una desregulación amplia y de limitar la actividad económica del estado a su mínima expresión, lleva hoy la iniciativa ideológica. Las medidas liberalizadoras que con creciente unanimidad toman los gobiernos occidentales, son amparadas por un aparato mediático y académico que las hace pasar no ya como una opción ideológica y por tanto una elección política, sino como la respuesta “técnica” que debe adoptarse. Ante estas medidas, que atacan buena parte de un patrimonio ideológico que la izquierda reclama como suyo, la respuesta de los partidos y los sindicatos de izquierdas aparece constantemente a la defensiva. Ya no conquistamos….., defendemos. Y ese cambio de estrategia tiene una importancia mayúscula.

 El sociólogo Manuel Castells, en “La era de la información”, hizo uno de los más juiciosos análisis sobre el cambio de paradigma que vivimos y que se ha operado en los últimos años. Castells analiza cómo el peso que la globalización y la relación entre los diferentes espacios geográficos al ampliado el mundo y lo ha convertido en algo completamente distinto a ese espacio compartimentado sobre el que estaba fundada nuestra sociedad. Una transformación que ha modificado  las reglas del juego del capitalismo, que ha afectado a nuestra percepción de la realidad, a nuestros usos sociales y evidentemente a las relaciones económicas. El análisis de Castells ha sido completado por otras perspectivas que completan este universo nuevo de relaciones y reglas. Sobre los cambios que ha sufrido el mundo del trabajo y la mentalidad de los trabajadores resulta muy revelador el trabajo de Richard Sennett, quien analiza en la “Corrosión del carácter” tal y como recoge el subtítulo,  las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. La flexibilidad, animada por la rapidez que nuestra sociedad ha impreso no sólo a las comunicaciones, ha hecho saltar algunos de los tradicionales acuerdos de nuestras sociedades. Zygmunt Bauman, a partir de estas consideraciones, utilizó el feliz concepto de “modernidad líquida”, construido precisamente a partir de una realidad percibida como fundamentalmente cambiante y flexible ante la cual los individuos se encuentran como náufragos de sus propias vidas.

 Las estrategias que la izquierda no parecen haberse adaptado a este nuevo escenario, empeñadas como están en reclamar una vuelta al marco de relaciones laborales previo. La nostalgia de los “trente glorieuses” franceses o la defensa del modelo económico y social de la segunda mitad del siglo XX trata de contener inercias poderosas sobre unas bases sociales e ideológicas radicalmente diferentes a las que lo hicieron posible.

 Llama la atención que si bien durante las últimas décadas la izquierda ha analizado la realidad con notable agudeza, las propuestas para transformarla o ejecutar las reformas pretendidas ha sido mucho menos brillante. La izquierda parece haber pedido la batalla más esencial, la del sentido común, la capacidad de convencer a la mayor parte de la población de que no se están tomando las medidas más adecuadas para el bienestar de la mayoría. Podemos aducir que este programa ideológico ha estado defendido por unos u otros adalides, colectivos, partidos y sindicatos sensibles a estas cuestiones, sin embargo los resultados electorales han reforzado el discurso contrario, o al menos un discurso confuso en el que se mezclaban rimbombantes principios “progresistas” y prácticas que conducían irremisiblemente al extremo opuesto.

 Ni la socialdemocracia ha acertado en su pretendida apuesta por lo público, abrazando con mayor o menor descaro el discurso hegemónico, ni la izquierda más escorada a babor ha estado acertada en su retórica antisistema, capaz de convencer exclusivamente a sus propias bases y ensimismada en sus propia convicciones. Por su lado la derecha europea, ha abandonado  los senderos paternalistas y proteccionistas que fueron parte de su idiosincrasia, y que han quedado como patrimonio de la ultraderecha nacionalista. El resultado es que cuando se habla de economía, el acuerdo sobre las medidas a tomar está en manos de la derecha liberal.

 A la defensiva, enrocándonos en posiciones que lejos de abrir un espacio nuevo se empeñan en añorar un pasado perdido, parece claro que tenemos un problema muy serio de estrategia y de imagen. Necesitamos romper con algunas de nuestras más queridas rutinas mentales. Incluso organizativamente tenemos que transformarnos, ni nuestros mensajes ni nuestras maneras pueden parecerse tanto a la de los años de la Transición (por poner un horizonte del pasado reciente, aunque podemos irnos al siglo XIX con facilidad o a la II República Española), no podemos seguir pendientes de iconografías y hagiografías de antaño. La imagen de la izquierda no puede ser tan previsible, quizás convenga revisar el uso que reiteradamente hacemos de ese catálogo de imágenes y banderas que recorren todas las derrotas del pasado. No podemos aspirar a un mundo nuevo vestidos con trajes de época.

La construcción de un imaginario. Las discutibles virtudes de las viejas palabras

 La historia nos engaña. Creemos ser herederos del pasado cuando en realidad convertimos al pasado en consecuencia de nuestro presente. Ocurre tantas veces, con tan machacona insistencia que apenas nos es perceptible. Si la historia de anticuario, esa que se entretiene de manera diletante en las glorias pasadas nos enfada y deprime, no menos fastidiosa resulta la historia heroica que pretende encontrar en los sucesos de un pretendido pasado glorioso, la inspiración de un futuro mejor o la justificación del presente.

 Conviene por ello poner en cuarentena todos los relatos heroicos, todas las visiones magnificadas sobre el ayer, y especialmente las propias, esas en las que a menudo nos engolosinamos. El relato mítico suele olvidar que la historia se teje a partir de la vida de seres humanos y que cuando escribimos historia sobre grandes ideales y absolutos, solemos perder de vista la escala, solemos olvidar al sujeto que sostiene todo el edificio. La izquierda es heredera – quizás a su pesar – de la esperanza religiosa en un paraíso futuro. Ese porvenir ha sido encarnado en la “revolución”, concepto que ha sido utilizado en procesos históricos paradójicamente dudosamente transformadores y resueltos tras largos periodos de tiempo. Nos hemos acostumbrado al término “revolución” y a asociarla de manera inmediata a una venturosa transformación; una serie de manifestaciones en la calle, más o menos mantenidas durante semanas reciben el nombre de “revolución”, por más que muchas de esas experiencias acaben en involuciones. La sola esperanza de un cambio rápido y provocado por un golpe de efecto, inflama muchas conciencias. Sorprendentemente y a pesar de la propaganda, pocas veces la solución revolucionaria funcionó, o no pudo perpetuarse en el tiempo o, cuando lo hizo, acabó siendo una caricatura de sus originales objetivos. Conviene despertar ya de esa magia “revolucionaria”. Nunca las cosas cambiaron en poco tiempo y cuando lo han hecho ha sido con un coste tan alto en vidas humanas que la transformación, perdió por completo su sentido. El hombre moderno ha matado por ideas en mucha mayor medida que muerto por ellas.

 ¿Podemos aspirar a una cambio de sistema?. ¿Podemos creer que “otro mundo es posible”, entendiendo como posibilidad un cambio radical de modelo?. Si la experiencia nos demuestra que el cambio revolucionario es poco probable e incluso poco deseable y si la mínima transformación nos lleva décadas o generaciones, acompasemos el paso. No podemos esperar un cambio cercano y quizás el convencimiento de este tiempo lento nos pueda sosegar un poco.  Parece necesario evitar que un exceso de ruido y furia nos aboque, como tantas veces ha pasado, a descomponer las ilusiones pretendidas. Cuando nos dolemos de la falta de reacción, de indignación o de participación de la ciudadanía, cabe preguntarnos si esta desafección es el resultado de una voluntad de las élites por adormecer a la población o la consecuencia de unos errores de estrategia manifiestos. Pocos desean cambios excepcionales y sin embargo muchos pretenden una sociedad más justa o una mejora razonable de las condiciones de vida. La sociedad desconfía de los maximalismos.

Crisis. ¿Qué crisis?

 “… todos viven con la obsesión de la crisis y las voces más discordes se escuchan a todas horas, desde la más pesimista a la más ingenuamente optimista. /../ Las polémicas se suceden, pero la crisis perdura, el malestar se acrecienta, la desesperación de los que sufren va subiendo de tono, las panaceas se escuchan cada día con más escepticismo y hasta en los espíritus más indiferentes y reacios va penetrando la idea y la convicción de que asistimos a una época terminal de la Historia,  a la caída de un mundo deslumbrante de oropeles, corroído por sus contradicciones criminales y su inhumanidad.” Abad de Santillán, Valencia, 1933

 Las crisis parecen una ruptura de la lógica del progreso. La idea de que el futuro será necesariamente mejor está tan asumido que el escenario mas terrible que la humanidad contempla y que la literatura del siglo XX se ha encargado de ilustrar en numerosos ejemplos, es la de un futuro peor. La distopía ha sucedido en nuestro imaginario a la utopía. En el Renacimiento el presente soportaba la desigualdad, la perversidad, el dolor y la muerte,(pon .) La utopía encarnaba el sueño de una sociedad perfecta, el cumplimiento cabal de los principios de una ciudad cristiana en otro espacio aunque en el mismo tiempo. En el mundo contemporáneo, la distopía ha sustituido a la utopía y encarna el miedo absoluto, las pesadillas tecnológicas, químicas, nucleares, biológicas o sociales, son la materialización de nuestro temor a que el sueño del progreso se rompa. Nuestro convencimiento en que el futuro debe ser mejor es tan intenso que la pesadilla más terrible es imaginar que el futuro pueda ser más siniestro que el presente.

 Casi ochenta años han pasado desde la que Abad de Santillán presentaba como “La crisis definitiva del sistema”. Los apocalípticos de toda índole acostumbran a plantear que estamos ante “épocas terminales” y amparados en tan opresivas impresiones de finitud suelen presentar la esperanza de un cambio fundamentado en algún absoluto salvífico. Tanto los Apocalipsis como las Salvaciones varían en su carácter, las hay económicas, políticas, ecológicas, sociales y morales. Sin embargo el mundo no se acaba pero sí lo hacen muchas de las categorías en las que las sociedades occidentales se han basado durante los últimos cincuenta años. La humana necesidad de categorizar y sistematizar la realidad nos conduce al error de pensar que la ruptura de una categoría, de un concepto o la modificación de un marco de pensamiento, conlleva el fin del mundo.

 Hoy de nuevo nos encontramos ante muchas voces que nos anuncian otro fin del mundo. Quizás como ocurre con los hipocondríacos a fuerza de preveer la inminente muerte haya una última ocasión en la que acertemos y efectivamente muramos. Vicente Verdú hablaba en su “Capitalismo funeral” de esa sensación de desmoronamiento que domina la perspectiva sobre el presente. Hay una cierta sensación de derrota y pérdida, nada se entiende, nada parece obedecer al manual de instrucciones que nos dieron. Escasean las certezas y el posmodernismo filosófico nos empuja a adaptarnos a una realidad cambiante que tiene en su definición mucho de retórica; el tiempo siempre ha sido cambiante, por más que una vez pasado se convierta en una foto fija. Hoy parece que esa modernidad líquida que en feliz concepto planteara Bauman, aleja la posibilidad de acogernos a las estructuras sistemáticas de explicación de nuestro mundo. Las crisis provocan cambios, promueven transformaciones y sobre todo rompen con esos marcos de referencia en los que buscamos sentido las sociedades. Visitar una librería de viejo nos retrae a esa perspectiva, cuando uno hojea los antiguos ensayos políticos, contempla los éxitos editoriales de un tiempo pasado que hoy nada explican y no sirven más que a la curiosidad del historiador. Sin duda precisamos de herramientas conceptuales nuevas y adaptadas de manera más definida a nuestra realidad.

 Por otro lado la idea de crisis se extiende también a nuestra concepción de la política. Desde diferentes perspectivas se considera que las instituciones democráticas no atienden hoy de manera adecuada los intereses de la ciudadanía, los “no nos representan”, las llamadas a la abstención o el voto nulo y la utilización de soluciones políticas técnicas de conveniencia inapelable, como en los casos de Italia y Grecia, alejan a la ciudadanía de la política real.

 En este marco de crisis institucional, no sólo los partidos sufren el descrédito de su capacidad de representación, también los sindicatos participan de ese desgaste. A menudo unos y otros son considerados parte importante del problema, élites profesionalizadas alejadas del sentir de la calle que obedecen a sus propias estrategias de supervivencia y reproducción. Por ejemplo, el exquisito cuidado de los movimientos ciudadanos vinculados al 15-M de no aparecer asociados a ninguna sigla no parecen justificarse sólo por la ambición de acoger a la mayor parte de la sociedad en su seno, sino también por no heredar el descrédito de estas organizaciones. La aspiración a una “democracia real” parece por el momento querer alejarse de lo que hoy es la “real democracia”, una democracia representativa en la que partidos y sindicatos ejercen básicamente la tarea de transmisión del sentir popular como órganos de participación  fundamentales. Ese modelo es el que parece hoy abocado a una transformación profunda y el sindicalismo tiene por ello una tarea compleja por delante si no quiere convertirse en una cáscara vacía en los márgenes de la Historia.

 Más democracia y más participación reclama la ciudadanía y a pesar del obsceno alineamiento de los grandes medios de comunicación en torno a banderías ideológicas, la información nunca ha sido tan accesible. Gracias a Internet y al margen de las grandes corporaciones, menudean blogs y medios digitales por donde la información fluye. Las redes sociales, los diferentes foros y las páginas de asociaciones, instituciones y todo tipo de grupos de interés o afinidad han revolucionado la forma en la que nos informamos. El flujo de información, a pesar de las diferencias que puedan señalarse en posibilidades y calidad del acceso, se han democratizado. También lo han hecho nuestras posibilidades de participación. Si antaño las páginas de “cartas al director” de la prensa ejercían ese papel de escaparate de las opiniones del público, hoy Twitter, las cuentas de Facebook o los comentarios abiertos de las publicaciones en la red, desde los propios artículos de la prensa digital a los blogs, han generalizado la intervención de las ciudadanía en los foros de opinión.

 Nunca como hasta ahora nuestra capacidad de participar se ha visto tan amplificada, rompiendo las barreras físicas que toda participación suponía, pero también diluyendo la importancia de la presencia física en los foros sociales. Las manifestaciones callejeras son hoy el resultado de intensas campañas en Internet o la fase final de una convocatoria sostenida durante un tiempo en la Red.  Hay una sed de participación y de democracia a la que las viejas estructuras no están respondiendo de forma adecuada.

Palabras que pesan y espacios de poder

 Por encima de las movilizaciones callejeras o las reacciones puntuales, son los capitales sociales, las redes clientelares y de interés o los distintos espacios de poder, los que terminan por mover los resortes ideológicos de nuestras sociedades hiperinformadas e interconectadas. El dominio de los resortes del poder político o económico, y el control de la producción intelectual y académica, a través de la prensa o el mundo editorial, tienen un peso esencial en la formación de consensos ideológicos que terminan por modificar el pensamiento de toda una sociedad. La Transición Española no podría explicarse sin tener en cuenta toda una generación de PNNs que coparon las aulas universitarias y crearon un discurso de cambio que terminó por contagiar a toda el país. La irrupción de conceptos nuevos sostenidos por el activo capitalismo de los años 60, desmanteló el entramado ideológico del corporativismo económico del primer franquismo y puso a la sociedad española en sintonía con el resto de los países occidentales.

 El dominio del lenguaje y la facultad de dotar de significado a las palabras son una herramienta esencial de cambio. Sobre estos significados organizamos nuestro pensamiento y lo hacemos desde posiciones cercanas al resto de la sociedad. Las palabras son importantes. Desde la democracia radical al socialismo revolucionario pasando por el anarcosindicalismo la izquierda no ha dejado de crecer, ampliando y mezclando conceptos. La dificultad de la izquierda actual es dilucidar, a partir de esta larga tradición, qué términos son más útiles para transformar la realidad, dónde apoyar un proyecto de futuro que rompa las inercias en las que estamos detenidos y qué conceptos deben ser abandonados o transformados.

 Palabras como libertad, público o trabajadores, han sufrido tales cambios de sentido que resulta difícil reconocer qué es lo que nombran. Por ejemplo, la idea de libertad, inspiró a liberales y libertarios tan cercanos en los términos y lejanos en los propósitos. La formulación de lo público, recuperó una concepción cívica abandonada desde la antigüedad o transmutada en la Edad Media y revitalizó la idea de República como el espacio de decisión compartido por todos. Sin embargo, lejos está esa concepción de lo público de la que a menudo se hace desde la izquierda más estatalista. La confusión entre estatal y público ha terminado por limitar los aspectos cívicos del término y enturbiar su reclamación. Por otro lado, el concepto de clase trabajadora, apoyada en el valor de la transformación que aportaba el trabajo, sirvió para distinguir entre quienes tenían esa capacidad de transformación y quienes se aprovechaban de la misma, a partir de la sobrevaloración del capital o de la herencia. Hoy todos estos conceptos se han convertido en barricadas, banderas que forman parte de una iconografía que se formula a la defensiva agostando su frescura y su capacidad transformadora y proyectando una imagen de las mismas ruinosa.

 La libertad, concepto esencial en la génesis del mundo contemporáneo, a fuerza de usarse ha perdido su lustre. Poco trecho hay que andar para devenir liberal desde lo libertario, cuando la libertad se entiende como mera realización de la voluntad del individuo. Quizás envenenados por un concepto de liberalismo económico más bien pacato, perdamos de vista una tradición liberal y radical que se inicia en la Ilustración y que reivindica el valor esencial del sujeto. Leídos de manera generosa los principios de libertad, igualdad y fraternidad que entronizara la Revolución Francesa, nos siguen pareciendo un objetivo de justicia que está todavía lejos de alcanzarse.

 Puede aducirse que la idea de libertad que maneja el liberalismo político moderno, no es más que la disimulada pretensión de los privilegiados para desvincular sus obligaciones del mantenimiento de un bien común. Sin embargo y teniendo en cuenta que la mayor parte de la población no tendría especial escrúpulo en aceptar ese programa, conviene reivindicar nuestra cercanía a ese liberalismo radical que pretendía una libertad sostenida no sólo en la libertad de elección, sino, sobre todo, en la independencia de juicio asegurada por unas condiciones de vida decentes. Robespierre se preguntaba en plena Convención cómo podía alguien ser libre si no tenía qué llevarse a la boca. Hoy en día, la depauperada condición de buena parte de la población mundial nos lleva a la misma reflexión. ¿Puede sostenerse una democracia cuando la población es amenazada, como si del precio de un rescate se tratara, por la miseria, la imposibilidad de dirigir un proyecto de vida o verse razonablemente libres de la enfermedad?.

 Desde la perspectiva de la libertad política, la defensa de la representación a partir de la voluntad de los sujetos y de la participación en las decisiones en las que estamos concernidos, forma parte tanto del espíritu del liberalismo más radical como de la propia esencia del movimiento libertario. La necesidad de construir las decisiones políticas a partir del acuerdo de la mayoría de los individuos y la vinculación del bien común sumando el bien de cada uno de los sujetos, no parece un principio lejano a los postulados libertarios. Cuando se encarece el asamblearismo no se hace otra cosa que reclamar la importancia de la democracia directa. Cuando se postula la participación activa como el mejor modo de controlar a quienes luego han de ejecutar las decisiones de la mayoría, se defiende la idea de que la soberanía se puede delegar, pero no puede ser abandonada.  El lenguaje es importante y hay que hacerse entender compartiendo términos y no buscando una terminología iniciática.

 La «lucha» sindical. El agotamiento del sindicalismo pactista de la transición

 La izquierda occidental ha estado vinculada desde sus inicios a los movimientos obreros. La ruptura de las tradicionales salvaguardas gremiales abocaron a los trabajadores a comienzos del siglo XIX a la más descarnada ley de la competencia. La mano de obra sin especializar fue pasto de un esencialismo liberal que olvidó que, más allá de un factor de producción, los trabajadores eran seres humanos.  Que el siglo de las libertades, que cantaba las virtudes de un tiempo nuevo alumbrado a la luz de las declaraciones de derechos y las constituciones, mantuviera a enormes capas de la población en situaciones inicuas y tratara a los seres humanos como herramientas, era un contrasentido que propició la organización de los  trabajadores en aras de mejorar sus condiciones de vida. Indudablemente desde la irrupción del movimiento obrero hasta nuestros días la situación de los trabajadores en occidente ha mejorado. Sin embargo y sin ir más allá en este breve repaso histórico, hoy esas ventajas parecen diluirse en un retroceso paulatino de derechos, que está animado por el ensanchamiento de un mercado de trabajo hoy globalizado y donde la necesidad de reducir costes arrastra los derechos laborales a la baja.

 A pesar de esta situación, que parece que debería animar un sindicalismo más activo, el movimiento sindical parece hundirse, perdido entre sus guiños a la socialdemocracia, una tradición pactista asentada hace décadas y alguna algarada vistosa pero de poco recorrido por parte de las organizaciones minoritarias. A esto se suman los  interesados cantos de la derecha más montaraz que considera a los sindicatos un lastre y parte de un modelo laboral del pasado. Evidentemente esta malintencionada crítica debilita las posibilidades de negociación de los trabajadores, pero a pesar de reconocer su interesada inquina, quizás debamos pararnos a pensar  el porqué de este mensaje está calando en la sociedad. Más allá de la excusa maniquea sobre sus intenciones, habría que atender a hasta que punto las críticas de la derecha son acertadas o al menos, hasta donde plantean debilidades en el propio universo sindical que convendría atender con más cuidado. La pobre participación en las elecciones sindicales, la mínima afiliación a las organizaciones o la paupérrima participación en las mismas, son ejemplo de una crisis que puede ser malintencionada pero que sería absurdo negar y suicida obviar.

 Fijando la mirada en nuestro país, los sindicatos (y entiéndase fundamentalmente los grandes sindicatos), son instituciones casi ministeriales. Sindicatos que funcionan lo mismo como agentes de la agitación social qué como empresas de servicios, que lo mismo organizan manifestaciones de corte político que cursos para desempleados, o realizan trámites administrativos para sus afiliados como si de una gestoría se tratara. Unas tareas que las maquinarias sindicales pueden atender gracias a los presupuestos que manejan y a los poderosos aparatos de gestión sostenidos por la profesionalización de algunas de estas funciones sostenidas por liberados ocupados de las más diversas tareas. Precisamente este tamaño, su profesionalización y su capacidad para ofrecer servicios diversos a los trabajadores les permiten también una notable influencia social y política y mantener una importante capacidad de negociación.  En esta capacidad de representación y de presión que ejercen en nombre de  – los trabajadores – se sustenta su rédito político. Las grandes centrales son capaces de movilizar y desmovilizar con parecida eficacia.

 Sin embargo este viejo sindicalismo está amenazado. La misma imagen del sindicalismo es una imagen cansada. En buena medida porque su discurso sobre “los trabajadores”, ha acabado por  unir al sindicalismo a los grandes partidos de izquierda, con una carga retórica que cada día resulta menos creíble para una importante parte de la ciudadanía. Los sindicatos surgieron como organizaciones encaminadas a defender los intereses de los trabajadores de un sector o de una empresa concreta. No sería hasta tiempos de la Primera Internacional cuando el elemento esencial del sindicalismo fuera la idea de “clase” emparentada con la categoría de “obrero” o “trabajador” (como suele utilizarse hoy en día con más frecuencia), estableciendo ese nexo común entre todos los trabajadores por encima de cualquier nacionalidad. El internacionalismo de las organizaciones de trabajadores se pondría a prueba ya en la división de la misma Internacional aunque su momento más dramático sería el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando más allá de las llamadas de algunos líderes sindicales, los trabajadores de toda Europa se sintieron más cercanos a la idea de “nación” que a la de “clase”.

 A pesar de la evidencia del fracaso de aquel internacionalismo obrero, este se ha mantenido como un anhelo sindical que sigue teniendo espacio entre sus principios básicos. En los Estatutos de la CGT, por ejemplo,  el internacionalismo figura como principio en su art. 1º y por poner el ejemplo de uno de los grandes sindicatos españoles, igualmente aparece como principio en los Estatutos de Comisiones Obreras (Declaración de Principios y art. 1º). Las condiciones abstractas en las que se plantea la defensa de ese internacionalismo, así como la defensa de “los trabajadores” entendidos también como una categoría homogénea, plantea no pocas contradicciones. En primer lugar la consideración misma de la idea de trabajo, que acaba por ser entendido como trabajo asalariado, lo cual deja fuera del concepto a todas aquellas personas que realizan trabajos que no son remunerados, a ese amplísimo sector de nuestra ciudadanía que aspira a tener trabajo y no lo halla, sin olvidar a quienes se están formando o han pasado al retiro de la jubilación. Evidentemente a menudo se hacen salvedades y se introducen enmiendas que incluyen a todos estos amplios colectivos y que acaban por ampliar ese vago concepto de la “clase trabajadora”, unida idealmente en un proyecto común.

 Por otro lado la idea de trabajador asalariado, por ampliar un concepto que originalmente estaba más unido al de trabajador manual, incluye a colectivos muy diferentes no sólo en las condiciones y cuantía del salario que obtienen sino, lo que es mucho más importante, en su capacidad para negociar las condiciones de su salario. Los cuadros más altos de las corporaciones participan de esta categoría de asalariados (por más que completen su salario con otras participaciones), sin embargo poco tienen que ver con las escalas profesionales más bajas de la misma corporación, sin duda sometidas a peores condiciones salariales y sobre todo a una capacidad muy reducida de negociación.

 Frente a esta clase “trabajadora” la tradición ideológica del sindicalismo sitúa al “capital”. El siniestro envés del mundo laboral, el factor de la producción privilegiado por nuestro sistema económico, no en vano denominado “capitalista”. Sin embargo un análisis de ese “capital” nos depara también algunas sorpresas. Las grandes agencias de inversión, uno de los puntales de ese capitalismo, manejan los capitales de formados por la suma de millones de aportaciones, planes de pensiones, participaciones en accionariados y fondos de inversión, que tienen tras de sí, ciertamente, a grandes familias y potentes entramados empresariales, pero también de millones de personas, que participan a través de sus ahorros e inversiones en ellas Evidentemente, en un mundo en el que la regla general es el trabajo por cuenta ajena, buena parte de esos inversores pertenece a la clase trabajadora. Una clase trabajadora que invierte en bonos del estado, compra acciones, firma planes de pensiones privados o contribuye a diferentes mutualidades, sanitarias o de seguros, que se financian en los grandes mercados de capital.

 Puede que las categorías de “capital” y de “clase trabajadora”, puedan resultar interesantes a la hora de explicar muy sintéticamente la forma en la que se organiza económicamente nuestro mundo, pero nos parece que contribuyen poco a dilucidar dónde estamos metidos y sobre todo, qué podemos hacer para salir de este pantanal.  Si buena parte de quienes son trabajadores no se reconocen en esa categoría, si la idea de obrerismo nos retrotrae a las imágenes de “Novecento” pero poco nos dice del mundo de hoy, si las condiciones laborales de los diferentes sectores y de los distintos colectivos de trabajadores son contradictorios y se oponen entre sí. ¿Realmente puede el sindicalismo (cualquiera de ellos) en este marasmo de contradictorias condiciones, internacionales y sectoriales, aspirar a defender a “toda” la clase trabajadora?

 Por otro lado si reparamos en los propósitos finales de la organización sindical, y acudo en esto a los mismos estatutos de la CGT y de CCOO. ¿Puede aspirar una organización sindical a la consecución de estos propósitos: “la supresión de la sociedad capitalista y la construcción de una sociedad socialista democrática” (CCOO) “La emancipación de los trabajadores y trabajadoras, mediante la conquista, por ellos mismos, de los medios de producción, distribución y consumo, y la consecución de una sociedad libertaria” (CGT)? ¿Resulta creíble pensar que estos propósitos se han de alcanzar por el convencimiento progresivo de la sociedad completa? ¿Puede aspirarse, tal como proponen los estatutos de Comisiones Obreras, a la unidad orgánica de todos los sindicatos?

Quizás sobre un poco de desmesura en los propósitos. Puede ser también que, siendo sensatos, entendamos estos objetivos como un horizonte ideal. ¿Qué tipo de pesadilla idealista es esa en la que se postula una especie de “fin de la historia” en la forma de sociedad libertaria o de democracia socialista?. Si la trampa del conservadurismo liberal fue considerar la democracia representativa y el capitalismo como el último estado y definitivo del progreso humano. ¿No resulta una insensatez imitar el modelo mesiánico con la promesa de un paraíso distinto? ….. (Por más que ese paraíso nos pueda resultar más benéfico a priori)

 La sensación que nos produce la lectura de los principios de estos estatutos es de nuevo que las palabras han perdido su valor. En parte porque si se entienden en sentido estricto suponen la asunción de principios abstractos muy alejados de la realidad y en los que la mayor parte de la sociedad no se siente reconocida. En segundo lugar porque conducen a una contradicción esencial. Por un lado son una llamada a toda la clase trabajadora, pero por otra parecen obedecer a una suerte de individuos profundamente ideologizados. En los Estatutos de CCOO, el sindicato “admite a los trabajadores y trabajadoras que desarrollan su actividad en el Estado español con independencia de sus convicciones personales, políticas, éticas o religiosas, de su raza, sexo o edad”. En definitiva, respeta los principios constitucionales de no discriminación y acepta todas las convicciones personales y políticas, lo que pone en entredicho el objetivo de alcanzar una sociedad socialista y democrática, pues cabe la posibilidad de que este objetivo sea completamente ajeno para muchos de sus afiliados. En el caso de los Estatutos de la CGT, no parece que haya una limitación establecida por las convicciones, de nuevo más allá de las propias recogidas en la Constitución, sobre la aceptación de discriminaciones, raciales, sexuales o similares.  ¿Puede, de este modo, aspirarse a un programa tan definido como el de “una sociedad libertaria”?

 El lenguaje sindical está cargado de lugares comunes fraguados en los dos siglos de su historia. Cabe preguntarse si este lenguaje, que mezcla las llamadas a la “clase”, como a la naturaleza de la clase trabajadora, es realmente efectivo y si, sobre todo, tiene la capacidad de transmitir algún valor o establecer una categoría o un proyecto de futuro. Quizás se trate de una cáscara vacía que o bien nadie se toma suficientemente en serio y se obvia con evidente cinismo o sirve para ocultar en ocasiones llamadas a esencialismos estériles. Quizás, también desde el cinismo, cada sindicato, más allá de tan ambiciosas convicciones, se contente con la mejora en lo posible de las condiciones de sus afiliados, en ampliar las posibilidades de negociación de sus condiciones de trabajo y en defender, en lo posible, las mejoras alcanzadas en el pasado. No es poca tarea, todo lo contrario, pero conviene pensar hasta qué punto los altos planteamientos estorban,  enriquecen o resultan inocuas.

 Del mismo modo conceptos como la “lucha” y toda la panoplia que la anima, parecen adolecer de idéntica falta de perspectiva social. Evidentemente no abogamos por un abandono de la resistencia a políticas que entendemos aumentan los márgenes de la injusticia, sino por el abandono de un lenguaje anclado en los años treinta del siglo XX. Cabe pensar que las llamadas a ideales sociedades libertarias o socialistas o a la “lucha” (sea esto lo que fuere) en un mar de banderas y con un catálogo de consignas más cerca de la lírica fanfarrona que de cualquier idea, son entendidas por la mayor parte de la sociedad como parte de una ceremonia grupal, muy alejada de sus propias convicciones y solo apta para los ya convencidos. Mal camino, sin duda, para hacer acopio de voluntades y procurar una base social amplia capaz de transformar la realidad.

 Todos somos trabajadores y esa vinculación al trabajo parece que forma parte esencial de nuestra propia concepción moderna de ciudadanía. Por ello vincular la naturaleza laboral de la ciudanía con una determinada orientación política, como a veces se hace, parece interesada simpleza. Trabajadores son los que sostienen la representatividad de los sindicatos, y también quienes eligen con su voto los gobiernos conservadores que se han sucedido en los gobiernos europeos durante los últimos treinta años. A partir de estos hechos parece evidente que la vinculación de clase que a menudo se enarbola como razón última de su representación social, es cuando menos confusa y de hecho, en la mayor parte de los conflictos, el peso de esta idea de “clase” se desmorona con evidente facilidad. Si todos somos trabajadores, y en nuestras sociedades contemporáneas esto es una evidencia difícil de discutir, buena parte de los conflictos son, más allá de conflictos con los empresarios, posiciones de fuerza entre diferentes grupos de trabajadores. Los convenios colectivos y todas las regulaciones laborales que los acompañan atemperan la conflictividad dentro de los sectores productivos. Sin embargo ponen en evidencia la dificultad de plantear con cierta justicia las diferencias entre trabajadores que se dedican a idénticas funciones o que mantienen diferentes estatutos.

 Abundando en este sentido, los grandes sindicatos, mantienen discursos muy diferentes dentro de su propia organización respecto a cuestiones que a priori pudieran parecer ideológicamente claras. Por ejemplo y por citar un ejemplo conocido, los sindicatos defienden en la calle la enseñanza pública, amenazada por los recortes, al tiempo que han de defender con más ahínco si cabe a los trabajadores de la concertada o la privada, cuya capacidad de negociación y condiciones de trabajo son notablemente peores. En la calle puede reclamarse la desaparición de los conciertos, pero en el hipotético caso de que una sorprendente legislación del Ministerio de Educación decidiera poner fin a los “conciertos”. ¿Quién iría a comunicar la noticia de su despido a los compañeros que trabajan en esos colegios?.

 Dónde nos jugamos los cuartos. La globalización y los nuevos espacios de decisión mundial

 Si la defensa de los derechos de los trabajadores de grupo en grupo y de sector en sector supone un problema importante, otro sin duda mucho más difícil de resolver es el que plantea un mercado de trabajo mundializado. En primer lugar, y como la reciente sociología reconoce, los cambios que se han producido en el capitalismo nos abocan a una sociedad llena de incertidumbres que afectan también a la vida de las personas. Educados en certezas y tiempos largos, nos encontramos con que la realidad se aleja de esos modelos de permanencia. La cultura del riesgo, virtud propiamente juvenil, sostenida en una sociedad que venera la juventud y desconfía de la vejez. Hoy en día parece que ese gusto por el salto hacia delante, por el juego de opciones y de posibilidades o el de una competición más o menos civilizada, es patrimonio de la derecha. La izquierda parece abocada a una defensa a la contra, la conservación del estatuto alcanzado, una suerte de esclerosis que pretende perpetuar trabajos y condiciones en una pretensión que la propia dinámica social niega.

 Conviene no pasar por alto que la mano de obra es un factor de producción. No podemos vivir ajenos al hecho de que nuestro valor como trabajadores está en relación con el resto del mundo y no puede sostenerse a partir de meras barreras «arancelarias», cuando el resto de las barreras han caído. Si resulta difícil plantear una política laboral que no ponga el derecho e unos trabajadores (o aspirantes a trabajadores) sobre otros, la conciliación de las condiciones laborales en el mundo globalizado resultan hoy por hoy difíciles de mantener.

 Quizás sólo la vinculación de los acuerdos comerciales a unos mínimos de dignidad humana y laboral servirían para resolver esta cuestión. Sin embargo estamos muy lejos de esta perspectiva. Los costes laborales que entran en juego en la economía global, forman parte de la misma ecuación que el coste de la extracción de las materias primas, la producción o el transporte de las producciones y está regulado, lamentablemente, por meros condicionamientos económicos.

 Por ello la suerte de los trabajadores occidentales está cada vez más unida a la de los trabajadores del resto del mundo, particularmente aquellos que en un momento dado compiten en parecidas circunstancias por nuestro trabajo. Nunca antes se hizo tan evidente aquella máxima libertaria de que seremos libres sólo cuando el resto de los hombres sean libres.

 La irrupción en este “mercado de las condiciones de trabajo” de las potencias orientales, de sus tradiciones políticas y sociales, no puede plantearse como un mero apunte de geografía. Su influencia está transformando nuestra propias tradiciones y nuestras condiciones, posiblemente en un proceso que habrá de acompasarse, y que deberá resolver sus contradicciones con el tiempo. Las capacidades actuales de negociación sindical están muy vinculadas a este marco ensanchado. Lamentablemente la capacidad de las organizaciones sindicales para establecer estrategias comunes que favorezcan a los trabajadores de todo el mundo no están ni mínimamente establecidas. Quizás este propósito sea en sí mismo una quimera, pues el trabajo está dentro de un proceso de libre concurrencia y competencia que juega generalmente la baza de los costes más bajos y las productividades más altas. Más allá de unas mínimas condiciones vitales, este régimen de competencia no puede resolverse hoy a través de un pacto de condiciones laborales de control de los salarios, y cuando lo hace, suele tener lugar en espacios limitados.

 Puede que la salida pase por dejar de basar toda nuestra estrategia en una defensa del puesto de trabajo. Puede que haya que sortear la condición de trabajador asalariado, que quizás tenga cada día más de circunstancial, de flexible, de interrumpida. Puede que debamos acostumbrarnos a un mundo donde los trabajos, como las empresas, como las condiciones generales están en constante cambio. Quizás por todo ello debamos centrarnos no en el trabajo sino en las personas, en la ciudadanía entera. Cuando hablamos de trabajo, solemos dejar fuera del término la mayor parte del trabajo que realizamos las personas. No sólo voluntariados, sino nuestras propias tareas domésticas o el cuidado de las familias, la atención a enfermos, multitud de tareas que son trabajos en lo que tienen de esfuerzo de transformación y que sin embargo no están correspondidas por un salario y que gozan de poco reconocimiento social, no digamos ya de un reconocimiento material.

 ¿No es una esencial injusticia que la mayor parte del trabajo que realizan los seres humanos no reciba ninguna compensación? ¿No es esta injusticia mucho mayor que cualquier despido o cualquier cierre patronal? Puede que debamos promover el establecimiento de una renta básica ciudadana, y volvamos con ello a la vieja pretensión de libertad de los hombres de la Convención francesa en 1793. Quizás intentar asegurar un mínimo de supervivencia para todo el mundo tenga mucho más sentido que la pretensión de un trabajo seguro para toda la vida, que cualquier subsidio de desempleo o que cualquier subvención, parcial o completa a la contratación de jóvenes, mayores de cuarenta o mujeres, del modo que hasta hoy siguen la mayor parte de los gobiernos.

 Quizás un sindicalismo más abierto al concepto de ciudadanía que al de trabajador, nos ayudara a entender también que el derecho a una vida digna y plena debe extenderse a toda la población. Intentemos contribuir a simplificar legislaciones,  a plantear que el trabajo no es sino el resultado de una necesidad de una determinada producción o de una determinada carencia, y que por lo tanto ni puede ser perenne ni quizás tenga sentido aspirar a que lo sea; y seamos conscientes de que vincular los derechos sociales al trabajo supone limitar los derechos de una parte importante de la sociedad. Esforcémonos en cambiar de paradigma.

Una propuesta. Reivindicar un espacio más ancho.

 El movimiento libertario tiene un problema de imagen muy serio que deberíamos esforzarnos en resolver en primer lugar. A menudo el término anarquista provoca una mirada de conmiseración. La anarquía es una utopía sin ninguna capacidad real de sustanciarse en un proyecto político del más mínimo calado. Una “boutade”, la declaración de un bohemio diletante y solitario o la de un ingenuo joven radical con escrúpulo por adscribirse a algún otro espacio quizás más expuesto o más contradictorio. Sin duda a consecuencia de su propia historia, el anarquismo se asocia a una imagen de alternativismo básico, de cierto nihilismo ochetentero, de guerrilla urbana y algarada callejera, unida a causas perdidas y gestos teatrales. Una visión poco amable, poco glamorosa, muy alejada de la mayor parte de la sociedad. Evidentemente, esta visión exageradamente tópica del movimiento libertario, no es inocente y quizás, con cierta inconsciencia, es alimentada por el propio movimiento.

 A nuestro juicio esa imagen mantiene al movimiento libertario en los márgenes, incapaces de influir, incapaces de aclarar o perfilar nuestro mensaje. Sin duda esa posición nos permite también, desde la lejanía de quienes no estarán llamados a participar, hacer las propuestas más irreales, para algunos las más genuinas o las más puras. Una pureza que posiblemente sea también el banderín de enganche de todos aquellos que no quieren enfangarse en el tráfico de concesiones mutuas, de reconocimientos y de transacciones. Podemos holgarnos por ello de ser más papistas que el papa, y sin embargo esa estrategia contribuye de forma evidente a mantenernos al margen de cualquier posibilidad de influencia y de cambio.

 Creemos que la herencia del anarquismo es lo suficientemente rica, lo suficientemente amplia para abrir nuevas perspectivas. Nos parece que tras el fracaso del socialismo y el estatalismo socialdemócrata, el movimiento libertario encarna lo mejor de la tradición de la democracia radical y su análisis contribuye a la comprensión de los mecanismos de poder. Un análisis que resulta esencial en un momento histórico en el que la irrupción de poderes supranacionales sin control pone en evidencia la necesidad de que los individuos sean dueños de sus propias decisiones. Cuando parece que ni siquiera los gobiernos son capaces de sustraerse al poder de estos poderes internacionales resulta vital recuperar el espacio del individuo, dar salida a esa reclamación de mayor democracia que hace ahora una año se hacía en las calles. Quizás para ello haya que revisar nuestras formas, quizás también haya que construir modelos que parezcan menos hostiles y puedan ser asumidos por la mayor parte de la población.

 Aquella pregunta que se hiciera hace cuatro siglos Etienne de la Boetie sobre qué hace que los hombres obedezcan a quien procura su daño, exige hoy más que nunca una contestación. Seguimos en las mismas.

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https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/vino-nuevo-y-odres-viejos-rutinas-mentales-y-estrategicas-en-un-mundo-que-es-igual-pero-no-es-el-mismo/feed/ 0
En la cáscara del sistema. Anarcosindicalismo, sindicalismo social y los wobblies del siglo XXI https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/en-la-cascara-del-sistema-anarcosindicalismo-sindicalismo-social-y-los-wobblies-del-siglo-xxi/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/en-la-cascara-del-sistema-anarcosindicalismo-sindicalismo-social-y-los-wobblies-del-siglo-xxi/#respond Thu, 21 Jun 2012 17:00:13 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3749 Una propuesta de sacar el sindicalismo de lo estrictamente laboral, de lo referido a los sectores clásicos de trabajadores y de su “confluencia de intereses” con el capital. Una propuesta de un sindicalismo social, que se acerque a las personas que quedan fuera de las relaciones laborales “clásicas”, mermadas en derechos, sin capacidad reconocida de representación, dejadas por el sindiclismo convncional y cuyas problemáticas son mucho más amplias que lo estrictamente laboral y se presentan aboslutamente entremezcladas.

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Una de las máximas de la IWW (Industrial Workers of the World), el gran sindicato de inspiración anarquista (aunque no únicamente) que creció a principios del siglo XX en los Estados Unidos, era que sus luchas se construían en la cáscara del sistema. Con esta expresión se entendía que los wobblies, los así denominados militantes de la IWW, actuaban en las fronteras del sistema. Pero, sobre todo, a lo que hacía referencia esta expresión era a que su sindicato se organizaba con aquellos sectores laborales más marginales. «La IWW sería la desesperada respuesta del quinto deprimido: los obreros inmigrantes y desarraigados, los inexpertos, los desorganizados y los rechazados, los grupos más pobres y más débiles de los obreros».[1]

  También la CNT española siguió un modelo similar. Organizada en torno a los sectores obreros más deprimidos y los desclasados gozó de gran versatilidad y capacidad de movilización. Huelgas de inquilinos, organizaciones de parados y los grupos sociales más marginales dotaron a la CNT de una composición social diversa[2] que iba más allá del asociacionismo obrero de sectores como los de las artes gráficas o las industrias básicas.

 Con esto queremos destacar que aquellas estructuras sindicales fueron muy permeables a diversos problemas sociales que no pasaban estrictamente por el hecho laboral. Se abrieron a  nuevas perspectivas que les permitieron ir más allá de su propia organización. Y todo ello fue posible porque crecieron -el caso de la CNT es claro en ese sentido-, dentro de un medio ambiente libertario que investigaba y actuaba sobre el conjunto de los problemas sociales. Cuestiones como el urbanismo autogestionario (Martínez Rizo), de sexualidad y eugenesia (Luis Bulfi, Mujeres Libres), el problema de la educación (Ferrer y Guardia, Antonia Maymón) o la medicina naturista (Martí Ibañez, Isaac Puente) fueron algunas de las líneas de trabajo que hicieron que existiese un movimiento libertario que, más allá de la propia CNT, planteó un conjunto de alternativas que excedían con mucho el orden meramente laboral y económico. Así surgió un modelo sindical que en gran medida basó su éxito en la capacidad de organizarse en multitud de espacios y de estar inmerso en un movimiento social, cultural e intelectual propio que hizo posible que la CNT llegase a protagonizar la revolución de 1936.

 Como sabemos, este proyecto -iniciado por los movimientos libertarios hispanos a mediados del siglo XIX- quedó truncado en 1939 con la llegada de la dictadura franquista y la fortísima represión que impuso. Ya conocemos las consecuencias: muertes, exilio, encarcelamientos. Trágicos sucesos que llevaron a la desarticulación de todos los movimientos, instituciones y redes sociales tejidas durante décadas en forma de escuelas racionalistas, ateneos, grupos libertarios, sindicatos o colectivos naturistas.

 Tras los pasos de un sindicalismo roto. Anarcosindicalismo en la Transición.

  Después de varias décadas de descomposición, la llegada de los años sesenta y setenta, brindaron una nueva oportunidad para todo el ámbito libertario. La reorganización de núcleos  de inspiración anarcosindicalista y el renacer de una generación que, empapada por la contracultura, recogía algunas de las mejores esencias del movimiento libertario de los años veinte y treinta, permitieron soñar con la reconstrucción de una parte importante de lo que la guerra y la represión se habían llevado.

 Así se quiso entender con el Mitin de San Sebastián de los Reyes o el de Montjuic, en 1977, donde decenas de miles de personas se agruparon en torno a la reconstrucción de la CNT, o en las Jornadas Libertarias de Barcelona, momento en el que el anarcosindicalismo y los movimientos contraculturales se encontraron (y desencontraron) en unas jornadas multitudinarias. Sin poder entrar a valorar con más profundidad aquellos años, lo más interesante de aquellos meses centrales de 1976 y 1977 fue que de nuevo se rearmó un movimiento de conjunto, tanto en lo que se refiere al movimiento contracultural-libertario como al anarcosindicalismo.

 Aquel proceso tuvo una enorme complejidad, pero finalmente no cuajó en la reconstrucción deseada de todo el movimento, en especial del anarcosindicalista. Normalmente el final de este proceso se ha explicado en torno a distintos marcos de análisis: divisiones internas, represión o montajes policiales. Todas ellos son ciertos, pero ninguno tuvo tanto peso como la propia transformación del modelo productivo español y la transición sindical. La crisis económica global de los años setenta y su gestión política impusieron cambios inasumibles para un movimiento libertario-anarcosindicalista que apenas empezaba a caminar.

 Los Pactos de Moncloa, como punta del iceberg de un nuevo sistema de relaciones económicas y laborales, desbarató los mecanismos centrales de la protesta obrera, imponiendo topes salariales y una nueva disciplina al trabajo que segmentaba y precarizaba -por ejemplo- a los sectores juveniles, abriendo el paso a la mayor diversificación de los modelos de contratación. Ante estos pactos, firmados al unísono por todos los sectores políticos, incluido el PCE, el movimiento obrero contestó con miles de huelgas que movilizaron a cerca de cuatro millones de trabajadores en 1978 (en 1976 fueron dos millones y medio), en la mayoría de ocasiones contra los topes salariales. Pero la capacidad de presión del movimiento obrero perdía enteros en unos años (1976-1980) en los que se presentaron más de 40.000 expedientes de regulacion de empleo y el paro pasó del 5% de 1977 al 20% de 1984. Datos que no hacían sino anunciar algunas líneas de descomposición que a día de hoy resultan cruciales para entender los años posteriores.

 a. La cuestión sindical. En aquel momento, los grandes sindicatos (CCOO y UGT), de la mano de los intereses de la CEOE, tomaron la determinación de situarse dentro del nuevo marco económico como actores centrales del buen gobierno capitalista. Para ello generaron todo un sistema de pactos sociales (1977-1982) que dieron poder absoluto de representación laboral y social a las grandes centrales, acaparando así la representatividad, la legitimidad y los recursos. Esto llevó a que cualquier otra opción sindical o no sindical de organización de los y las trabajadoras quedase relegada e incluso ilegalizada. Asambleas de trabajadores y gran parte de las opciones sindicales más pequeñas, quedaron arrinconadas por una legislación laboral y de representación sindical destinada a formar «mayorías representativas» y a crear grandes interlocutores políticos en el ámbito sindical.

 El estrechamiento de los canales de representación y, por lo tanto, de reivindicación, tumbaron las dos máximas del movimiento obrero anterior a 1977, el unitarismo y el asamblearismo, que sin llegar a ser perfectos, eran el modelo habitual y más efectivo de organización. Estas características, reivindicativas y organizativas, ofrecían mayores oportunidades a las organizaciones asamblearias y a los modelos anarcosindicalistas, por contar con mayor democracia interna. En ese momento, sin embargo, quedaron impotentes. En este contexto, el V Congreso de la CNT (1979) no fue sino la expresión del callejón sin salida en el que habían situado los pactos sociales a las opciones anarcosindicalistas. La misma legalidad que permitía la existencia del anarcosindicalismo estrangulaba muchos de los cauces naturales que permitían su desarrollo, dejando casi como única alternativa para no acabar en la marginalidad absoluta, la participación en los tramposos canales que habilitaba la ley para las relaciones laborales y sindicales.

 b. Los nuevos movimientos sociales. Como segunda cuestión debemos señalar que, además, el ámbito anarcosindicalista sufrió una importante fractura que no sólo venía provocada por la reordenación del ambito sindical. Los debates en torno a la estrategia sindical, su densidad y su enconamiento, hicieron que el ámbito libertario y contracultural, aquel que históricamente garantizó la flexibilidad y permeabilidad del anarcosindicalismo hispano, fuese disgregándose en las distintas líneas de especialización que hoy conocemos como nuevos movimientos sociales.

 Podría parecer que esta aparición de los movimientos feministas, ecologistas, antimilitaristas, contraculturales, de ateneos, entre otros, venían simplemente a sumarse en una lucha común, pero lo cierto es que, a pesar de que cada uno de ellos por separado tuvieron gran dinamismo y riqueza, también sucumbieron a la especialización, a la separación y en algunos casos a la institucionalización. Entre ellos también el anarcosindicalismo, que tras múltiples divisiones internas pasó a ser uno más de los muchos movimientos de corte alternativo que lucharon en la década de los ochenta.

 No debemos entender estas valoraciones como un juicio, sino como la constatación de un proceso complejo. La aparición de todos estos movimientos sociales no fue más que la respuesta a una necesidad concreta de ampliación de las luchas y de crítica a la sociedad desde muchos más planos que los que manejaban los movimientos clásicos de la izquierda, como fue el movimiento obrero. Por otro lado, no se puede enjuiciar el trabajo de los movimientos anarcosindicalistas de los setenta sin entender que fueron reconstruidos en un contexto político, social y de luchas que en apenas dos años cambió radicalmente, con un escenario laboral y legislativo nuevo. Lo que sí debe ser motivo de reflexión es que mientras estas disputas internas se sucedían y los debates de reafirmación de una identidad anarcosindicalista en uno u otro sentido copaban las reflexiones, se produjo una seria desactualización con respecto a los cambios profundos que se sucederían en el ámbito económico, social, político y, por lo tanto, laboral, dejando al anarcosindicalismo en una mala posición de partida para afrontar los años centrales de la democracia.

 Transformaciones sociales y económicas de los noventa y dosmil

 Los ochenta supusieron crisis y desencanto político; un paro nunca visto metía en el cuerpo el miedo al desempleo, mientras la entrada en democracia desmovilizaba a otros tantos. Para los jóvenes, el paro era más acuciante[3] y al desencanto se sumó también la heroína, símbolos de una derrota. El ataque a los sectores clásicos del sector naval, metalúrgico o minero  fueron un buen ejemplo de lo que sucedía en aquellos años en los que la crisis, el paro y la reconversión  ahogaban la antigua potencia del movimiento obrero.

 Llegada la década de los noventa, con la disminución del tejido industrial y el ascenso de los servicios en un contexto de creciente precariedad y fragmentación de las condiciones laborales (firmadas por los sindicatos mayoritarios), muchas de las ideas sobre el mundo del trabajo y muchas de las posibilidades materiales de solidaridad fueron desapareciendo. Algunos hijos e hijas de obreros estudiaban y muchos se iban a vivir a otros barrios; ya no trabajaban en fábricas sino en tiendas, oficinas, transportes o servicios públicos, y era difícil mantenerse en el mismo puesto varios años. Mejorar dejó de parecer un sinónimo de enfrentarse con el capital, que a su vez se diluía en capas de superiores asalariados y en sucursales y matrices a lo largo del estado y el mundo. «La tarta debe crecer para repartir»: la izquierda en el poder ya no hablaba de arrebatar el control de la riqueza, sino de un espíritu corporativo nacional y empresarial que debía permitir el acceso de los hijos de los obreros al bienestar.

 Pero nunca hubo reparto de la riqueza. El modelo de crecimiento español se asentó en la privatización de las grandes empresas estatales, que pasaron a ser multinacionales de gran poder gracias a la reconquista de América Latina; y en la negación y mercantilización del derecho constitucional a la vivienda, en una gigantesca burbuja patrimonial que colonizó con sus dinámicas financieras y especulativas a todos los poderes privados y públicos.[4] El acceso a la vivienda, objetos de consumo e incluso a la educación superior se basó en el endeudamiento bancario e hipotecario. Los poderes públicos no hacían sino destruir su capacidad de acción, ya que dejaron tomar la iniciativa a los poderes financieros y a todos los mecanismos de endeudamiento masivo que conllevan, mientras dejaban caer los ingresos por vía fiscal en decenas de miles de millones anuales.[5]

 Visto de un modo supeficial esta situación parecía aceptable. El empleo aumentaba aunque fuera de mierda; la gente accedía a bienes y servivios. Pero era terriblemente dependiente del crecimiento continuo la burbuja especulativa y, por supuesto, el mercado laboral debía seguir cumpliendo unos altos estándares de flexibilidad, inseguridad y desprotección, pues todo este proceso se basaba en una constante pérdida de poder adquisitvo real de las clases trabajadoras que animara su endeudamiento. Este proceso de precarización laboral y social se asentó sobre tres pilares fundamentales.

 El primero fue -tal y como ya hemos analizado- la conformación de un bloque sindical mayoritario encargado de avalar como consenso (pacto social) el grueso de las reformas laborales de la democracia.

 El segundo pilar fue la institucionalización en el mercado laboral español de al menos ocho millones de puestos de trabajo caracterizados por la falta de continuidad en el empleo, la multiplicación de las figuras laborales y pseudo-laborales (becas, prácticas) o la subcontratación en cadena de empresas privadas. Modelos de contratación precaria o incluso de no contratación (inmigrantes sin papeles, servicio doméstico, etc.) que encarnaron el verdadero soporte del crecimiento español en los sectores productivos centrales, como son los cuidados, la construcción o los servicios.

 El tercer pilar fueron los estatutos atípicos de los sectores incorporados. Estos sectores, fundamentalmente jóvenes, mujeres y migrantes, no sólo estaban atravesados por modelos de contratación novedosos, como señalamos más arriba, sino que estaban atravesados por estatutos laborales y sociales muy diversos. La Ley de Extranjería marcaba quién podía tener contrato legal y quién no, qué modelo de renovación y cotización se debía tener para permanecer legal. Como también el estatuto singular del trabajo doméstico imponía un modelo laboral propio (si esa relación laboral estaba regularizada).

 En definitiva, durante más de dos décadas hemos asistido a una multiplicación de los modelos de contratación que han desvirtuado la esencia de lo que debe ser un contrato. Lejos de formalizarse una relación de derechos y deberes iguales para la mayoría, se han ido construyendo relaciones de derechos y deberes específicas para cada sector de la población, siendo directamente proporcional la disminución de derechos a la indefensión del sujeto «contratado».

 A nadie se le escapa que el sindicalismo heredado de la Transición fue diseñado para un sistema de relaciones laborales muy determinado, con las reglas más claras. Un estrecho marco que fue disuelto por las sucesivas reformas laborales y sociales que impidieron que las estructuras sindicales se pudieran reciclar a la misma velocidad. En cualquier caso, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué hueco tiene en este contexto el anarcosindicalismo?¿Se puede pensar en modelos de organización sindical que resuelvan algunas de las cuestiones que se han planteado en los últimos años?¿Cómo es posible además afrontar estas tareas en la fase de crisis?

 Lo social y lo sindical. Los retos de la actualidad.

 El primer reto que se debe afrontar es el de intervenir sobre la composición social señalada, deshaciendo la división sindical-social. No se puede intervenir sobre el trabajo doméstico si no se tratan cuestiones sociales como las relaciones de género, la familia o el reparto de los cuidados; ni se puede intervenir sobre el trabajo migrante si no se contemplan los condicionantes raciales (racismo, xenofobia, etc.) o el chantaje de la Ley de Extranjería, pues son estas cuestiones culturales y legales las que imprimen sobre la relación laboral la diversidad y estratificaciones sociales existentes. Como tampoco se puede enfrentar un despido con la losa de la hipoteca y la amenaza del desahucio encima. En definitiva, no se puede luchar en la precariedad con las mismas herramientas que en plantillas estables y homogeneas, como sucede (cada vez con menos frecuencia) en algunos sectores productivos clásicos.

 Al principio de nuestro texto hemos recordado a algunas organizaciones anarcosindicalistas históricas que luchaban desde el binomino social-sindical casi indistintamente. También hemos señalado como ese binomio se trató de reconfigurar en la década de los setenta al reflotarse el movimiento libertario. Y por último hemos repasado como la propia composición del movimiento obrero en los setenta y el proceso de transición sindical construyeron un poder sindical en democracia que, por sus prebendas, su poder y sus formas legales encerraron al ámbito sindical en los sectores tradicionales del movimiento obrero. A esto se sumó una cierta escisión por especialización, por separación o por falta de entendimiento que llevó a que el clásico movimiento libertario que siempre dotó al anarcosindicalismo de un sustrato cultural e intelectual propio se diluyera y tomara formas diversas.

 A día de hoy no podemos negar que dentro de la escasa afiliación sindical que existe en el Estado español, se reconocen mayoritariamente las figuras tradicionales del trabajo. Son esos sectores (Administración Pública, Banca, Industria, Metal, Transportes, etc.) los que han marcado la pauta del quehacer sindical. Luchas, huelgas y batallas en las empresas que han  construido un modelo de intervención donde lo social, aquel contexto que hizo posible al anarcosindicalismo histórico, ha quedado separado en labores específicas de las áreas de lo social del sindicato.

 El segundo gran reto es como construir estructuras sindicales que sirvan de referencia para amplias mayorías sociales, donde los sectores precarios (migrantes, jóvenes, informales, mujeres o ilegales) encuentren un punto de referencia. Se trata de inventar modelos de intervención sindical que, apoyados en nuevas alianzas sociales, sean capaces de identificar y engancharse con sus áreas naturales de proliferación, los sectores periféricos e incluso marginados del sistema laboral. Cuando el empleo formal se convierte en tránsito, el anarcosindicalismo no puede quedarse encerrado en el lugar de trabajo. Debe hacer alianzas con otros movimientos sociales, mezclarse en las movilizaciones de migrantes, por la vivienda o por el derecho a decidir de las mujeres. Debe transitar las figuras que componen los centros de trabajo, unir sectores diversos, buscar nuevas formas de conflictividad social junto a sectores de trabajadores atípicos.

 Algunas de estas cuestiones han salido en el último año con la llegada del movimiento 15M, donde la gran baza del anarcosindicalismo se ha jugado en torno a la huelga general. Sin duda, esta opción es una herramienta básica, pero de minorias. ¿Cómo hace huelga un migrante sin papeles, un becario o un  free-lance? ¿Y un precario al que no van a renovar su contrato o una trabajadora doméstica? ¿Cómo se hace huelga frente al sector financiero, donde la Bolsa, los mercados interbancarios, nunca se detienen y sabiendo que es allí donde obtienen sus beneficios las grandes corporaciones? Las huelgas generales son básicas, porque en su imaginario conservan lo mejor de las tradiciones revolucionarias, pero su funcionamiento depende siempre de los sectores tradicionales del mundo del trabajo.

 Este doble reto al que hacemos referencia nos remite a un modelo de organización anarcosindicalista que sale al encuentro de nuevas mayorias dentro del trabajo atípico y que reconoce lo anómalo del territorio donde se mueve. Pero también nos remite a un entorno de alianzas que no es el clásico del movimiento libertario, donde lo libertario se encuentra en lugares imprevistos. Quizás como fueron aquellos movimientos por la regeneración humana, el racionalismo pedagógico o el urbanismo orgánico crecidos desde finales del siglo XIX y que tanto aportaron al anarcosindicalismo.

 Probablemente estas alianzas se encuentren en las plazas tomadas, en la primera fila de lucha ante el Congreso, en la efervescencia política del presente en sociedades diversas donde no es sencillo reconocer a los aliados. Pero esa tarea es crucial, pues el anarcosindicalismo tiene mucho que aportar. Cuando se tambalea la legitimidad parlamentaria y se derrumban las condiciones de vida es un buen momento para trascender la lucha sindical como un medio para alcanzar fines mayores: otro reparto de la riqueza. Este desafío lo debemos afrontar entre todos y todas, enganchando luchas y diversos sectores sociales para construir un nuevo horizonte de luchas contra la democracia secuestrada por los mercados. Estamos seguros de que esto es posible.


 

[1]Renshaw, Patrick. Wobblies. Historia de la Industrial Workers of the world, Canarias, CNT, 2004, pp.- 21.
[2]Ealham, Chris. La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto 1898-1937, Barcelona, Alianza, 2005.
[3]En 1983 el paro era de un 56% para los jóvenes de entre 16 y 19 años, mientras que para los que iban de los 20 a los 24 era de un 41%.
[4]Para hacer un recorrido más detallado de este problema en el contexto de Estados Unidos se puede leer a Robert Brenner, «¿Nueva expansión o nueva burbuja?», en New Left Review, nº25, 2004, pp. 55 y para el caso español Isidro López y Emmanuel Rodríguez, Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad en la onda larga del capitalismo hispano (1959-210), Madrid, Traficantes de Sueños, 2010.

[5]Sólo con la supresión desde 2007-2008 de los impuestos de patrimonio, sucesiones y donaciones se han perdido cerca de 6.000 millones de ingresos anuales. Además el tipo de retención a las rentas más altas en concepto de IRPF ha bajado un 20%. Todo ello sin tomar en consideración los beneficios que tiene todo el entramado financiero y el fraude fiscal que se calcula asciende a 80.000 millones euros.

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Buscando caminos de intervención. Una propuesta parcial https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/buscando-caminos-de-intervencion-una-propuesta-parcial/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/buscando-caminos-de-intervencion-una-propuesta-parcial/#respond Thu, 21 Jun 2012 16:00:41 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3752 No es nada fácil intentar presentar una propuesta de actuación sindical para el dificilísimo momento actual. Una propuesta cuyo punto de partida es el de que estamos en un momento de profunda derrota, sometidas a sucesivas oleadas de vandalismo que parecen no tener límite, y que nos hallamos con más preguntas que respuestas. Hacemos una propuesta solo parcial y, seguramente, con muchas equivocaciones. Sirva para dejar la puerta abierta a un debate ineludible, en el que cualquier aportación, por parcial y mínima que sea, será bienvenida.

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Autoría colectiva

 

Hemos intentado- con no mucho  éxito, el éxito hoy es impensable- tratar  de aportar colectivamente líneas de búsqueda a algunos de los problemas que, a nuestro entender,  lastran al actual sindicalismo, cuyo solo enunciado es ya de por sí difícil de precisar. Los hemos referido a las siguientes cuestiones: pérdida en la parcialidad y dispersión de un sindicalismo reducido casi a respuesta inmediata por falta de propuesta y muy centrado en lo laboral con lo que deja fuera a muchos de los problemas de toda índole que afectan a las vidas de las personas; escaso engarce con la mayoría de la sociedad y dificultad para romper el descrédito de todos los cauces  de participación; carencias en los métodos de actuación y presión, que nos llevasen a la consecución de objetivos; estructura organizativa no idónea para afrontar ese conjunto de problemas diversos de una manera participativa; y posibilidades de abrirnos a otros campos de actuación en el terreno  de lo político entendido en un sentido más próximo a lo convencional. Lo damos a los lectores de LP con una clara conciencia de nuestras insuficiencias y limitaciones.

 La obligatoriedad de atender a lo parcial y su necesaria unificación

Vivimos en una sociedad con mucho “ruido”: cientos de miles de mensajes (comerciales, sociales, políticos, religiosos…) invaden a las personas apabullando, más que alimentando, la información, el conocimiento, la reflexión y la toma de actitudes. Es un ruido cuantioso y, además,  confuso, ya que a la multiplicidad de mensajes se le añade la disparidad de razones y opiniones parciales que no ayudan a discernir sino que enmarañan una realidad de por sí compleja, y en la que la velocidad de los cambios que en ella se producen viene a incrementar el marasmo.

El sindicalismo no puede escapar a esa dispersión y a esa diversidad sin dejar de ser sindicalismo y no hay más remedio que convivir con estos aspectos si pretendemos seguir siendo un instrumento de intervención. El problema surge cuando el sindicalismo, como es el caso del anarcosindicalismo, acompaña esa dimensión de defensa de los intereses de los trabajadores con un objetivo de transformación social radical que implica la capacidad de actuar más allá de lo “inmediato”. El hecho es que si bien el anarcosindicalismo tiene un discurso que apunta incesantemente a la necesidad de una transformación social, en contrapartida  no alcanza a plantear, más allá del discurso, actuaciones que transformen la realidad social en dirección al tipo de sociedad que debería sustituir a la actual. Esa necesidad de atender a lo inmediato y de jugar en lo parcial sin quedar atrapados por la dispersión, tratando de articular visiones más allá del corto plazo, nos coge sin instrumentos teóricos y prácticas adecuadas para actuar de una manera consistente y coherente.

A ello se añade que los objetivos del sindicalismo «convencional» o «tradicional», organizar a los trabajadores ¿asalariados? en defensa de la recuperación de la plusvalía generada por su trabajo y la búsqueda de las condiciones más adecuadas para su desarrollo, se ve contrastada con la existencia de una gran masa de parados, expulsados del sistema productivo, de jóvenes que no acceden a un primer empleo, de inmigrantes asalariados para la supervivencia en un terreno hostil, de una precariedad cada vez más extrema, de jubilados cuyas pensiones ven peligrar en el futuro inmediato, de problemas de vivienda, sanitarios y educativos, de problemas de género, etc., cuya articulación es imprescindible para un sindicalismo que tenga una visión más amplia de intervención social, terreno en el que la CGT debe jugar un papel claro.

Para que esa necesaria articulación de las respuestas a necesidades diversas se produzca, impidiendo la caída en la dispersión y la entrada en la confusión, se necesita que esas respuestas confluyan en un horizonte no utópico común y la jerarquización de esas necesidades a las que dar respuesta. Ni el uno ni la otra parecen estar claros en el actual sindicalismo.

El horizonte real del  sindicalismo mayoritario “realmente existente” es el de la recuperación económica y la buena marcha de cada una de las empresas, y su aspiración sigue estando en la vuelta al escenario de pujanza económica de 2006, sin preocuparle mucho que ese desarrollismo competitivo, el único que existe, sea siempre generador de desigualdades y contrario al reparto. Pero la perspectiva de reactivación económica es, además, falsa y no se va a conseguir ni con medidas de recorte ni de incentivación. La crisis tiene un componente objetivo de escasez de recursos, y nuestras sociedades han sobrepasado las posibilidades de consumo, que no van a recuperarse ni sería conveniente que lo hicieran.

En la actualidad un horizonte de mayor reparto y equidad implica la admisión de un cierto empobrecimiento y la exigencia de una gestión distinta del mismo; mientras que con las políticas actuales, sean recesivas o incentivadoras, el empobrecimiento nos viene impuesto y gestionado desde fuera, y produce un incremento de las desigualdades (se empobrece más el más pobre). Por el contrario,  como CGT  deberíamos marcarnos un horizonte de reparto aún con empobrecimiento, de atención preferente a las necesidades más básicas, a las que debe quedar supeditada la satisfacción de necesidades más superfluas, y mucho más la búsquedas de nueva generación de necesidades. Hoy, la búsqueda del reparto es necesariamente antidesarrollista, del mismo modo que el desarrollismo es necesariamente impulsor de mayores desigualdades.

En la visión de la crisis, que nos venden y con la que nos engañamos, como etapa transitoria y a superar, el paro puede quedar reducido a un problema coyuntural, un necesario daño colateral que se resolverá con esa superación de la crisis. Sin embargo, desde la otra visión el paro es un problema estructural que no tiene solución sino por otros medios, fuera de las dinámicas que nos proponen.

El paro, el paro y sus secuelas, es el principal problema laboral (y social). Sin embargo, la lucha contra el paro está perfectamente ausente de los objetivos sindicales, y las personas paradas hace tiempo que han dejado de ser sujetos del sindicalismo (lo serán en todo caso de los servicios sociales y organizaciones de beneficencia). Y tras el paro han ido quedando fuera de la reflexión e intervención del sindicalismo el trabajo negro, la precariedad, la subcontratación, etc.

El sindicalismo sigue jugando un papel entre los trabajadores activos, con derechos, etc. y sus objetivos reales están encaminados a la defensa débil de los derechos laborales y niveles salariales de esos trabajadores, pero el paro no existe entre los objetivos sindícales más allá de un mero discurso.

Ese no abordaje del paro, esa no jerarquización de objetivos, ese replegarse a terrenos más suaves dejando de afrontar las situaciones más duras y difíciles, además de constituir una dejación, esteriliza la totalidad de la actuación sindical. Con  más de cinco millones de parados cualquier Reforma Laboral es indiferente, la situación laboral real (trabajo en negro, en cualquier condición laboral, cobrando cualquier salario y, además, hoy sí pero mañana no…) es peor que cualquiera de las previstas en la peor de las reformas, y se instala antes de su aprobación. Y esa situación real va avanzando y convirtiéndose en un anillo que ahoga y va minando las condiciones laborales y salariales del hoy todavía mayoritario sector de trabajadores con derechos. Sin jerarquizar los objetivos difícilmente atenderemos a ninguno, aunque ese hacer como que hacemos nos permita el mantenimiento de un juego sindical sin papel real.

Pero en la actual situación el paro no puede afrontarse más que desde la perspectiva del reparto del trabajo existente. Seguramente el reparto del trabajo y la consecución de una renta básica garantizada son los mecanismos más acordes con ese objetivo de  jerarquizar  las necesidades, priorizando las más básicas, y también con ese horizonte de reparto en un escenario, por lo menos, de no crecimiento. Fiar su solución a una recuperación económica, que compense el incremento de las desigualdades con un incremento superior del desarrollo, es la fórmula con que nos mienten y, peor todavía, con que nos engañamos. (aclaremos que cuando hablamos del paro no nos referimos a opciones vitales que no pasan por el trabajo asalariado, sino al paro en cuanto imposibilidad de desarrollar un trabajo y sus secuelas de pérdida de derechos -hoy asociados a la realización de un trabajo- y de empobrecimiento y exclusión).

 Métodos de actuación

Pero para esos objetivos y para ese horizonte necesitamos también nuevos métodos de actuación. Por un lado, los métodos de actuación tradicionales vienen perdiendo fuerza y eficacia frente a los métodos de dominación desarrollados por el capitalismo globalizado. De otro lado esos nuevos objetivos y ese nuevo horizonte requieren de métodos de actuación distintos.

La situación actual no parece propicia para que prevalezca lo reivindicativo por sí solo, dado que tendría que combinarse con otra serie de tomas de postura que se planteen el reparto desde la consideración de que buena parte de la sociedad somos sujetos que estamos en la zona de consumo llamado a aminorarse y a ser repartida. En esa zona, lo reivindicativo en cuanto defensa de “intereses”, no pasa de disfrazar como interés colectivo aquello que no va más allá de una agregación de intereses individualistas.

La movilización actual debiera arrancar mucho más del convencimiento personal que del enardecimiento colectivo y tiene que ser una toma de postura, un empezar a asumir nuestras responsabilidades  individuales (una de las características de la sociedad actual es la de que las cosas ocurran y las situaciones se den sin que haya nadie que sea responsable de ellas, como si esa sociedad hubiera entrado en el reino de la necesidad)  y un empezar a hacer, o a dejar de hacer, poniéndonos barreras que no debemos traspasar, disposiciones y leyes que no podemos acatar y desarrollando métodos de actuación más cercanos a los puestos en práctica por los movimientos de  objeción de conciencia y la insumisión (negativa a cumplir incrementos horarios o iniciativas para aplicarse reducciones de jornada equivalentes a la tasa de desempleo, por ejemplo) que nos conviertan en agentes de reparto y en creadores de una corriente de opinión favorable a él, que acabe obligando a los sindicatos a impulsarlo mediante la puesta del acento en la negociación de reducciones significativas de jornada laboral y la equivalente generación de empleo… Un empezar a ejercer nuestras posibilidades de actuación y a tratar de desarrollar desde ella otras formas de presión que les den carácter de enfrentamiento social y político, impidiendo que se queden en lo personal y testimonial. Pero sin ponernos nosotros y nuestras vidas por delante, lo reivindicativo va quedando en poco efectivo y falto de  credibilidad.

Estos nuevos métodos de actuación a desarrollar tendrían la ventaja añadida de desatascar al sindicalismo de la pulsión mayoritaria en el que ha quedado atrapado, ayudando a buscar formas de hacer en minoría e, incluso, individualmente. Siempre estamos obligados a buscar la mayoría, pero no podemos estar esperándola ni amparando nuestra no actuación en su no consecución. Todos los intentos de adecuación derivados de la necesidad de la búsqueda de la mayoría, han sido una rodada a la baja de objetivos y formas de actuación sociales y sindicales. La mayoritaria es una variante de intervención, deseable pero no única. Hoy el desarrollo de métodos de actuación en minoría y hasta individualmente nos daría márgenes de libertad y en ningún caso supondrían una renuncia o abandono de la aspiración a esa conquista de la mayoría, solo que la haría menos imperiosa en tanto en cuanto menos dependiente de ella.

Por último, el sindicalismo “tradicional”  ha estado muy basado en el “enfrentamiento” y con él ha quedado atrapado en las disyuntivas ganar/perder o victoria/derrota, con connotaciones machistas y militaristas hoy muy poco adecuadas y que nos conducen con frecuencia a terrenos nada propicios para nosotros y sí muy favorables al Poder. Seguramente esas nuevas formas de actuación, basadas en el hacer más que en el reivindicar, que ganen de entrada el ejercicio de nuestra libertad, desarrollarán otras formas de confrontación y de plantearse como metodologías y acciones sociales y políticas que no queden atrapadas en esa disyuntiva  derrota/victoria y que permitan plantearse avances sin ejercicio de imposiciones.

 Desconexión con la sociedad y estructura organizativa

El sindicalismo no conecta con la sociedad sencillamente porque carece de los instrumentos que serían necesarios para abarcar los múltiples y muy diversos problemas con los que se enfrentan las personas fuera del ámbito propiamente laboral. El sindicalismo tiene unas estructuras y unas herramientas de lucha construidas históricamente en consonancia con la problemática laboral (condiciones laborales y retribución del trabajo básicamente), pero cuando la gente se enfrenta en su vida cotidiana con problemas que exceden ese ámbito (vivienda, listas de espera en la sanidad, falta de equipamientos sociales en los barrios, y mil otros temas) el sindicalismo no puede canalizar ni potenciar las luchas engendradas por esos problemas acogiéndolas en sus propias estructuras. Las más de las veces se limita a integrar discursivamente esas reivindicaciones en su repertorio de agravios sociales, a expresar su solidaridad con las acciones emprendidas por plataformas de afectados y a acudir a las manifestaciones que convocan.

Transformar la organización sindical en una organización omnicomprensiva, polifacética, multidimensional, que pueda abarcar el conjunto de las preocupaciones ciudadanas es casi imposible en la actualidad si se quiere preservar al mismo tiempo la cobertura orgánica de los temas propiamente laborales. Ahora bien, una cosa es reconocer que el ámbito político (problemas de la ciudadanía) y el ámbito laboral han generado y aun requieren formas de intervención diferenciadas y otra cosa es no percatarse de que la propia evolución de la sociedad y del ámbito laboral tienden a acentuar la interpenetración o la des-diferenciación de esos dos ámbitos y obligan a modificar el sindicalismo para que no reproduzca la escisión histórica entre el trabajador y el ciudadano.

Un paso bastante asequible en esa dirección podría consistir en potenciar la estructura territorial del sindicalismo, tomando como referencia las federaciones locales con capacidad de transcender los temas exclusivamente sindicales y de plantearse con mayor intensidad de lo que ya hacen en la actualidad la intervención en temas políticos (entendiendo “político” en su sentido amplio). La recuperación y la implementación en las grandes ciudades de “los sindicatos de barrios” iría en esa dirección porque incitaría a los militantes a encarar temas de su entorno extra laboral desde dentro de una estructura que seguiría siendo sindical.

Pensar globalmente y actuar localmente debería ser un objetivo irrenunciable. Esa actuación local requiere de elementos de convergencia con sectores afectados por la dominación del Capital y el Estado que definen un sujeto diferenciado del asalariado. Junto a la estructura «sectorial-productiva»  convencional se debe impulsar la «geográfica-vital», mucho más rica y amplia que permite confrontar ese pensamiento global de manera horizontal y transversal. Esto ayuda a mantener una visión más global, más general, más política, más social, que es la que requiere el abordaje  de todo ese conjunto de problemáticas y de temas como el paro que sobrepasan lo estrictamente laboral. Naturalmente sin dejar de potenciar las secciones de empresa y de sector para los temas particulares.

Otro aspecto parcial relacionado con nuestra capacidad de engarce social es el de que el Poder ha conseguido el encasillamiento de las organizaciones de izquierda en general y de la nuestra en particular. De alguna forma el Poder hace un reparto de papeles que configuran todo el abanico de opciones, lo que además le da un halo de pluralidad y democracia. Repartidos los papeles y jugando cada uno el suyo, todo discurre según lo previsible y el juego y su resultado se repiten.

¿Por qué el 15M en su momento de auge despierta un grado de aceptación social fuerte, si a la postre no dice cosas tan distintas a nosotros ni de forma tan diferente? Aparecen como gente “normal” y diversa, sin punto de partida previo unificado y cuya única referencia es la realidad que les perjudica y que consiguen que aparezca más transparentemente, recuperando una mayor sencillez, una especie de sentido común más primario. Y a presentarlo les ayuda el no ser nada ni nadie, sino cualquiera; no haber quedado encasillados todavía.

Cualquier organización de izquierdas y de forma particular la nuestra está lastrada por ese encasillamiento, esa imagen, esa definición en que el poder nos ha situado y que es parte de nuestra derrota.

Lo más preocupante es que nosotros hemos contribuido a ese encasillamiento en que nos han encerrado, y seguimos haciéndolo, favoreciendo y haciendo hincapié en lo identitario, en el uso de simbología y en el tratar de marcar y atribuirnos lo que hacemos. La apropiación, la identificación, el sentido de lo interno se antepone a la propuesta y la actuación,…

La alternativa sería la variación en nuestras formas de actuación: el ayudar a que surjan otros sujetos  más amplios y menos contaminados desde los que actuar diluidos (que no perdidos) en ellos; el predominio de los contenidos y de los mensajes por encima de la simbología; el disminuir u obviar los elementos identitarios y de ser, para dar paso a los de proponer y hacer, matando los protagonismos y las atribuciones, de los que esperamos rendimientos inmediatos que no llegan; trabajando los que más y con mayor claridad y propuesta, sin atribuírnoslo, haciendo que las cosas anden sin necesidad de protagonizarlas… los resultados aparecen en el más largo plazo.

 La participación política

Si por presencia política se entiende la intervención en las luchas extra laborales, esa participación sería acorde a lo que venimos planteando, pero no lo sería  si por presencia política se entiende la participación en instancias de representación política o la adopción de señas de identidad y formas organizativas propias de los partidos políticos. Pensando en la vertiente sindicalista del ML no parece conveniente la re-edición de planteamientos como los que llevaron a la formación del partido sindicalista. Como recurso en el corto plazo implicaría que, al no tener una visión global de nuestra actuación socio-económica, se generaría una dinámica perversa y absorbente que nos apartaría del trabajo prioritario que antes hemos diseñado. Crear espacios de participación y acción va mas allá de «jugar» en un terreno en el que poco podemos hacer para cambiar la realidad y entrar en competencias desaforadas con medios y recursos tremendamente limitados.

No significa eso despreocupación por la política entendida en el sentido convencional. Hoy se vive una fuerte desconfianza frente a las instancias de Poder y una crítica radical a las formas en que se ejerce en la que ha desaparecido cualquier forma de conexión entre la ciudadanía y las instancias de representación política y nosotros debemos estar inmersos y alentando esa corriente.

Algunos de los conceptos que maneja el ML han cobrado relevancia en la evolución que ha marcado la cultura política estas últimas décadas: el concepto de democracia directa, la revalorización de la asamblea como marco de debate y de decisión y la crítica de la representación, el concepto de estructuras no jerárquicas, la horizontalidad, el concepto de acción directa, etc. son hoy una exigencia de muchos movimientos  de contestación e impugnación al Sistema, en los que debemos estar inmersos con personalidad propia.

 Quedan fuera temas importantes por abordar, de modo especial las carencias en la dimensión internacional del sindicalismo,  que no logramos subsanar pese a los esfuerzos no pequeños realizados y que significan una debilidad enorme frente a un capitalismo globalizado.

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Conversaciones sobre el presente y futuro de CGT con Jacinto Ceacero, su Secretario General en estos tiempos convulsos pero con expectativas de cambios radicales https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/conversaciones-sobre-el-presente-y-futuro-de-cgt-con-jacinto-ceacero-su-secretario-general-en-estos-tiempos-convulsos-pero-con-expectativas-de-cambios-radicales/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/conversaciones-sobre-el-presente-y-futuro-de-cgt-con-jacinto-ceacero-su-secretario-general-en-estos-tiempos-convulsos-pero-con-expectativas-de-cambios-radicales/#respond Thu, 21 Jun 2012 15:00:36 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3755 El puesto de Secretario General, es un buen observatorio de la situación interna de la CGT y de la realidad social en que ésta desarrolla sus actividades. De ambas conversamos con el compañero Jacinto sobre la difícil situación que se viene planteando, las tareas que la CGT desarrolla para afrontarla y los postulados que las orientan.

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Libre Pensamiento (L. P.)- ¿Cómo valoras las respuestas a la crisis política y social que vivimos por parte de las organizaciones sindicales?
Jacinto Ceacero (J. C.)- Como CGT, consideramos que nos encontramos  ante una crisis sistémica del capitalismo que abarca aspectos económicos, laborales, sociales, medio-ambientales y financieros, entre otros.  Pero lo realmente preocupante es la crisis de respuestas que la mayoría social, que la clase trabajadora, que los movimientos sociales, el movimiento sindical… tenemos ante el capitalismo. En este contexto, las respuestas desde el sindicalismo han sido diferentes si pensamos en las respuestas del sindicalismo institucional o las respuestas del sindicalismo alternativo, más concretamente del anarcosindicalismo. Las respuestas desde el sindicalismo alternativo, anticapitalista, anarcosindicalista de la CGT han sido de lucha, agitación, de movilización, de rechazo radical a la política económica y antisocial del gobierno tanto del PSOE como del PP.  Desde la CGT no se ha apostado por respuestas de concertación social, de negociación de las diferentes reformas para reflotar el sistema capitalista. La CGT ha defendido ante la clase trabajadora y la sociedad que la crisis no la podemos pagar las clases populares, exigiendo el mantenimiento del empleo, el reparto del trabajo, el reparto de la riqueza, el cambio de modelo productivo, el cambio de sistema. Estoy convencido de que el discurso de la CGT, sus análisis, sus respuestas de movilización han contribuido de forma importante al carácter que la lucha sindical y social tiene actualmente en nuestro país. Obviamente, la CGT no ha apostado por el salto en el vacío que desnaturalice la fuerza de una herramienta de lucha tan potente como la Huelga General, ni por respuestas alejadas de la realidad, de su realidad, de su capacidad para conseguir la transformación social. La CGT ha dado y sigue dando las respuestas que considera más adecuadas a cada momento y esa decisión la adopta haciendo siempre uso de su funcionamiento orgánico. La CGT ha ido dando pasos, creando espacios de encuentro con otras muchas organizaciones, ha ido construyendo tejido social. Estoy convencido de que la CGT es una organización madura que, por su trayectoria y compromiso, tiene prestigio y predicamento entre la clase trabajadora, las clases populares y las organizaciones y movimientos que las articulan.  Por su parte, el sindicalismo institucional siempre ha llegado tarde para asumir su responsabilidad en la defensa de l@s trabajador@s.
L.P.- ¿Qué papel juega CGT en las movilizaciones de diversos sectores como los mineros, funcionarios, enseñantes?
J. C.- La CGT, cuando se trata de un sector laboral en el que tiene presencia e implantación significativa, actúa como elemento agitador y defiende posiciones radicalmente opuestas a las posiciones de la patronal. La CGT también provoca la participación e implicación de l@s trabajad@res directamente afectados, potencia las asambleas, los procesos auto-organizativos. Otorga el protagonismo a l@s trabajador@s implicados porque cree en la máxima clásica anarquista de que la emancipación de l@s trabajador@s será obra de ellos mismos. La CGT propicia procesos de acción directa, de apoyo mutuo y solidaridad entre l@s trabajador@s de los diferentes sectores. Así mismo la CGT, como confederación sindical de clase, siempre pretende imprimir una dimensión global a las diferentes luchas sectoriales. Cuando la CGT no tiene  implantación en un sector, se ofrece para mostrar su apoyo pero evitando siempre demagogias, protagonismos o efectos mediáticos inmerecidos.
L. P.- ¿Cómo articular una respuesta contundente y no puntual a la agresión a derechos fundamentales como la salud, educación y vivienda?. ¿Con quién colaborar para esa articulación?.
J. C.- Una respuesta contundente y no puntual tiene que ser necesariamente una respuesta de movilización social permanente que implique la participación de toda la sociedad ya que todas y todos estamos afectados, empleados públicos, usuarios, alumnado, familias, toda la comunidad. Estamos hablando de derechos fundamentales y, por tanto, de derechos que afectan a toda la sociedad. Ello nos obliga a confluir en movilizaciones unitarias hasta deslegitimar la política del gobierno pasando por encima de su mayoría absoluta parlamentaria. Para la CGT, estos derechos fundamentales sólo quedan garantizados desde su concepción como servicios públicos, educación pública, sanidad pública, vivienda social. La lucha por lo público hoy se está convirtiendo en una verdadera seña de identidad frente a las políticas neoliberales del gobierno y de las directrices de la Unión Europea. En esta lógica de defender lo público, en el caso específico del ámbito educativo, consideramos que los centros concertados son centros privados a los que se derivan recursos públicos, en detrimento de la calidad de lo público. Por lo tanto, la CGT buscará el encuentro para la movilización con aquellas organizaciones sindicales y sociales que defienden los servicios públicos. Sin duda la CGT está por la Educación Pública y la Sanidad Pública, está en contra de la educación y la sanidad concertada y obviamente defiende a l@s trabajador@s de los centros concertados lo mismo que al resto de l@s trabajador@s de las empresas privadas.
L. P.- ¿Consideras que CGT puede lanzar una propuesta de Huelga General con apoyos suficientes en sectores no sólo del sindicalismo organizado?
 
J. C.- La CGT desde abajo hacia arriba, conforme a la toma de decisiones propia de una organización libertaria, ha lanzado una propuesta de Huelga General que integre todas las luchas sectoriales que actualmente existen (minería, empleados públicos, privatización empresas públicas, desempleados, desahuciados, clase trabajadora…) Esta integración de las luchas parciales en una lucha global implica la concepción de una lucha de clases. Para la CGT la Huelga General es una acción de clase contra el sistema capitalista. La CGT ha acordado que, tras la Huelga General del 29 de Septiembre de 2010 y el 29 de Marzo de 2012, es totalmente necesario continuar con la convocatoria de una nueva Huelga General. Hasta ahora, el sindicalismo institucional ha estado mirando hacia otro lado a la hora de dar respuestas contundentes. La CGT, plenamente consciente de su nivel de representatividad, ha mantenido y está manteniendo contactos con todas las organizaciones sindicales y sociales que apuesten por la movilización, por el cambio de sistema. Las dificultades para que la convocatoria de Huelga General tenga efectos significativos en la sociedad, son muchas ya que nos encontraremos con el boicot de los grandes medios de comunicación. Sin embargo la CGT ha optado por arriesgarse y trabajar por la convocatoria de la Huelga General que implique un paro laboral general, una huelga de consumo, la movilización junto a las organizaciones sociales, 15M, asambleas populares, movimiento ecologista, estudiantil, vecinal.
L. P.- ¿Cómo valoras la colaboración incipiente con las otras organizaciones anarcosindicalistas? ¿Qué amenazas y oportunidades ves en este trabajo en el corto y medio plazo?
J. C.- La CGT es una organización anarcosindicalista por estatutos, por práctica y modelo sindical y por herencia histórica. Entre sus objetivos y acuerdos está la unidad de acción con las otras organizaciones anarcosindicalistas de nuestro país y a nivel internacional. En  coherencia con ello, la CGT ha propiciado y ha aceptado con agrado el nivel de unidad de acción alcanzado con dichas organizaciones anarcosindicalistas de nuestro país, durante este último año. Como CGT, hemos apostado por esta coordinación alcanzándose distintas convocatorias de jornadas de lucha, redacción de manifiestos conjuntos, movilizaciones compartidas, etc. Esta coordinación fraguada desde los distintos Comités Confederales de las organizaciones, ha sido fructífera e, internamente, se ha extendido a los distintos Comités Territoriales, Federaciones Locales, sindicatos. Aquí en estos ámbitos hemos podido detectar niveles importantes de acercamiento y de unidad de acción junto a reticencias e, incluso, resistencias a la misma, pero como CGT consideramos que los prejuicios, los rechazos, las susceptibilidades se van limando a fuerza de conocerse y trabajar juntos. Como CGT, hemos priorizado estas relaciones porque creemos en la unidad de acción y especialmente en la unidad de las organizaciones anarcosindicalistas. La CGT va a seguir apostando por su modelo sindical, por la unidad con todas aquellas organizaciones que quieran esa unidad, sin forzar los ritmos de nadie y profundizando hasta los niveles que las otras organizaciones se dejen, respetando a los demás y también exigiendo respeto por lo que esta organización es y el modelo anarcosindicalista que representa.
L. P.- La crisis económica está poniendo de manifiesto el desmontaje del llamado «Estado social y de derecho» por parte no sólo de la derecha política sino con la «permisividad» del PSOE y su entorno mediático. ¿Es sostenible el paradigma del Estado de Bienestar, basado en el crecimiento y cierta idea de progreso en estas circunstancias o hay que pensar en otras vías alternativas frente a la dictadura del Capital y los mercados?
 
J. C.- Vivimos en un sistema neoliberal capitalista. La CGT como organización libertaria es anticapitalista, anti-sistema. El sistema capitalista actual está basado en la producción, el crecimiento, el desarrollismo, el consumismo, la insostenibilidad. Y en esa lógica usa a los seres humanos como objetos, abusa de los recursos naturales y genera una sociedad basada en el darwinismo social, la competitividad, el individualismo, etc. La CGT apuesta por otro sistema social, político, económico, un sistema que no tenga como objetivos el crecimiento, por tanto el consumismo, la competitividad, el agotamiento de los recursos. El objetivo no es crecer produciendo coches, bienes perecederos, superfluos, sino repartir trabajo y riqueza, crecer en servicios sociales y públicos, profundizar en la consolidación de una sociedad que se autogestione en función de las necesidades del ser humano y no en las necesidades de los especuladores, inversores, explotadores.
L. P.- ¿Qué acción sindical es factible que vaya más allá de la defensa del puesto de trabajo y aborde la problemática de sectores cada vez más marginados como los jóvenes, los dependientes y los inmigrantes?
J. C.- Sin duda, la lucha social. La lucha social complementa la lucha sindical, no en el sentido de subsidiariedad de la misma, sino en un plano igualmente relevante. La lucha sindical para la defensa de los derechos laborales y la lucha social para definir y construir un mundo nuevo, una sociedad nueva.
La juventud no ocupa un espacio diferenciado organizativo dentro de la estructura del sindicato. L@s jóvenes que se afilian lo hacen como trabajadores de un determinado sector o perfil. En este sentido la CGT está creciendo significativamente en sectores como Telemarketing, informática, Intervención social … y en esos ámbitos la edad de los nuevos compañeras y compañeros es muy joven.
Es preciso desarrollar más la posibilidad de acercamiento de otros jóvenes que no trabajan, que estudian …  mediante la acción social de la CGT, mediante la acción cultural y formativa de la CGT, creando Ateneos Libertarios, espacios   abiertos en los que se vivan y debatan las ideas anarquistas, los valores libertarios.
En el pasado XVI Congreso de la CGT celebrado en Málaga, se acordó la creación de una Comisión de Jóvenes, adscrita a la secretaría de Acción Social. Está Comisión se ha constituído, ha celebrado varias reuniones y encuentros, pero no se ha desarrollado todo lo deseable. Seguimos trabajando en esa vía. Nos consta que en Catalunya este trabajo con l@s  jóvenes lleva un buen desarrollo que nos puede servir de referente para el resto de la organización.
Lo mismo sucede con las y los compañeros inmigrantes. Son trabajadores, ciertamente con problemáticas especiales, que deben afiliarse al sindicato y desarrollar ahí las luchas sindical y social de forma cohesionada, superando todo lo que suene a simple asesoramiento o paternalismo.
L. P.- En estas circunstancias, ¿consideras adecuado el modelo organizativo sindical vinculado al centro de trabajo o al sector productivo como instrumento básico de respuesta inmediata a la agresión capitalista?
 
J. C.- Ni antes ni ahora, la lucha en la empresa ha sido la única ni la mejor respuesta o herramienta en la lucha contra el capitalismo. La lucha sindical desde la propia sección sindical, centrada en la estricta lucha laboral, no es suficiente para la transformación social. La lucha sindical es una lucha importante, es una lucha digna, propia de una organización sindical, pero la CGT es algo más que un sindicato, es una organización anarcosindicalista y por tanto aspira a una sociedad libertaria. La lucha social adquiere hoy una dimensión muy importante,  trascendente, con proyección, que nos va a permitir entroncar con las problemáticas de los millones de personas excluidas del sistema, desahuciadas, desempleadas, jóvenes… que actualmente no entienden nuestra organización como necesaria para resolver los problemas de su existencia. 
 
L. P.- ¿Cómo superar desde el movimiento sindical el marco nacional de cada país para dar respuesta a los organismos supranacionales (Unión Europea, en particular) que condicionan cada vez más las acciones de los Gobiernos e imponen terapias de choque?
 
J. C.- La lucha internacionalista adquiere una dimensión inusitada a raíz de la globalización. Siempre el anarquismo y el anarcosindicalismo han sido internacionalistas, pero en estos momentos, adquiere una dimensión de actualidad muy importante. Pensemos, por ejemplo, en todo el proceso de deslocalizaciones sobre el que se ha desarrollado el capitalismo explotador.
CGT en sus acuerdos otorga una importancia excepcional a las relaciones internacionales. Como organización hemos definido una serie de prioridades en estas relaciones que abarcan desde el trabajo preferente por las organizaciones sindicales libertarias y anarcosindicalistas, por las organizaciones anarquistas, para llegar a la coordinación también con el sindicalismo alternativo y de clase. La CGT ha promovido y potenciado distintas coordinadoras en el ámbito europeo como la Coordinadora Rojo y Negra, La Red Europea del Sindicalismo Alternativo, la Coordinadora euro-mediterránea.
Lamentablemente, la realidad es muy dura y estas redes internacionales no tienen actualmente la capacidad suficiente para organizar movilizaciones a nivel internacional. Diferente hubiera sido si hubiéramos podido convocar huelgas generales en toda Europa. Todo se andará.
L. P.- ¿Cómo estimular una acción directa, sin intermediarios, frente al creciente descrédito de los intermediarios políticos y sociales?.
 
J. C.- Para los anarcosindicalistas, las opciones políticas y la lucha electoralista no es nuestra herramienta de trabajo, no confiamos en ella. Actualmente, esta desconfianza se ha generalizado en la sociedad, pero eso es fruto del propio éxito del sistema neoliberal. Este sistema no precisa de la política, ni del sindicalismo, ni de organizaciones sociales. Por tanto, en estos momentos, el descrédito es también condicionado y programado por el propio sistema. Una sociedad sin organizaciones está abocada al totalitarismo, al caudillismo, a la dictadura. Efectivamente, desde la política representativa, desde el electoralismo, la CGT, los y las anarcosindicalistas no confiamos en que se pueda lograr prácticamente ninguna transformación social. Pero, ciertamente, el descrédito generalizado hacia las organizaciones no es el remedio. Pasar consciente y activamente de los políticos corruptos, desacreditados, implica afiliarse,  participar e involucrarse activamente en una organización sindical o social, tener compromiso organizativo, implicarse en organizaciones como, por ejemplo, las libertarias que son quienes realmente tienen un modelo de participación real, dado que tenemos, programas, propuestas y herramientas alternativos para la articulación de una nueva sociedad. Los medios y los fines tienen que confundirse. A una sociedad libertaria sólo se puede llegar desde una organización libertaria, horizontal.
La acción directa se manifiesta en el día, en el trabajo, en el barrio, en la calle, oponiéndose sistemáticamente a que funcione el actual sistema en cualquiera de los puntos en los que podamos intervenir. Acción directa implica coherencia, austeridad, vivir conforme a los valores y principios que componen nuestra teoría, implica no delegar el poder, implica compromiso personal en la resolución del conflicto…

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https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/conversaciones-sobre-el-presente-y-futuro-de-cgt-con-jacinto-ceacero-su-secretario-general-en-estos-tiempos-convulsos-pero-con-expectativas-de-cambios-radicales/feed/ 0
Apuntes de hibridación libertaria https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/#respond Thu, 21 Jun 2012 14:00:40 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3758 En el presenta artículo se reflexiona sobre la propuesta de hibridación de las luchas sociales y sindicales, conjunción muchas veces esbozada e incluso acordada, pero pocas veces llevada a cabo de un modo coherente y sostenido. Se apuesta por una hibridación comprometida con la transformación social, que asuma la organización como una herramienta flexible y modificable , y que estudie, promueva y difunda la autogestión en todas las esferas de la vida social en consonancia con el papel del anarcosindicalismo en un escenario de creciente conflictividad socia y de clases.

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Antonio J. Carretero

 

  1. El proyecto de “hibridación”

En “El anarcosindicalismo frente al reto de su necesaria transformación“, el compañero Tomás Ibáñez propone un sugerente programa de reformulación y revitalización del anarcosindicalismo:

“El anarcosindicalismo deberá mezclarse con las variadas formas de resistencia que se encuentran esparcidas por todo el tejido social para inventar conjuntamente nuevas formas de lucha.”
“… hace falta imprimir a nuestro modo de luchar y de organizarnos el sello de una perspectiva global que interconecte los diversos frentes de lucha.”
“… nuestra lucha contra el capitalismo debe trascender, ella también, el mundo laboral y adoptar unas formas que abarquen la realidad social en toda su extensión.”
“… avanzar hacia una auténtica hibridación donde una misma forma de lucha y una misma forma organizativa abarquen indistintamente ambas problemáticas, realizando su simbiosis.”

Esta es una propuesta apenas esbozada, pero radicalmente coherente con un certero diagnóstico, tanto del mundo del trabajo como de la emergencia y la problemática sostenibilidad de los movimientos sociales desobedientes: “El contraste entre los cambios experimentados por un anarcosindicalismo que conserva, en lo esencial, las formas organizativas y los contenidos sustantivos que lo definían en los años treinta, y la magnitud de los cambios sociales que se han producido desde entonces es sencillamente abismal. “

El proyecto de “hibridación” de las luchas sociales y de las reivindicaciones laborales, que plantea Ibáñez, se sostiene sobre el actual descentramiento y fragmentación sufridos en el mundo del trabajo a partir de la segunda mitad del siglo XX, lo que implica una previsible y paulatina obsolescencia de las luchas organizadas y alimentadas exclusivamente desde y para el ámbito laboral. No es que los conflictos laborales vayan a desaparecer, por el contrario en el actual contexto de crisis multidimensional del capitalismo se ampliarán y recrudecerán, pero ya hace tiempo que perdieron su carácter de “ejemplaridad”: ni son el eje sobre el que pivotan, o a partir del que se provocan las respuestas sociales anticapitalistas; ni son propiamente ejemplares en sus contenidos -reducidos a reivindicaciones corporativas-, ni en sus formas de lucha -ancladas en la dialéctica negociación-movilización-. En la misma medida que el sindicalismo institucional está inserto en la lógica de la representación y de la intermediación, el anarcosindicalismo en particular -más allá de sus tendencias y divisiones- ha zozobrado, a pesar de sus coherencias, en la vorágine del corporativismo puntual, sin engarce a penas con la globalidad de lo social. Es precisamente la preeminencia de lo social sobre lo económico, lo laboral y lo político, el dominio de la transversalidad de las problemáticas sociales, y tal la globalidad  de los sufrimientos individuales y colectivos que genera el capitalismo planetario, lo que obliga a replantearse el quehacer presente y futuro del anarcosindicalismo, si se quiere que éste siga siendo herramienta referencial para la emancipación social.

La propuesta de hibridación no pretende que la acción sindical libertaria se disuelva en pos de una acción social única, ni tampoco que la acción social sea simple adorno instrumental de la acción sindical. Ambos espacios de lucha, siendo autónomos en su desarrollo, debieran de algún modo confluir, mezclarse, interaccionar, enlazarse, para devenir conjuntamente en un nuevo espacio de conflictos, de resistencias y de alternativas.  Señala Ibáñez que “se trata de fomentar la interacción, el intercambio, el roce, la producción de pensamiento en común, la confluencia en la acción, la participación en experiencias comunes, multiplicando las ocasiones para compartir solidaridades.” El énfasis se pone pues en el proceso, en la intencionalidad, anuncia sus posibilidades, sin concretar ni adelantar lo que de dicho proceso puede dar lugar. No obstante, todo proceso se agota en sí mismo, si no consigue crear nuevos retos o eslabones para seguir su marcha, y alimentar el curso de su acción.

Por esto no tengo claro que Ibáñez al plantear el término “hibridación” haya sido plenamente consciente de las consecuencias conceptuales que conlleva. Hibridar implica crear algo nuevo, un híbrido, es decir, un ente con características singulares que sumarizan o sintetizan algunos de los rasgos propios de los entes previamente hibridados. La hibridación como proceso tiene la finalidad última de crear un híbrido, aunque siendo un proceso social y abierto, no podamos o no queramos hipotetizar el híbrido o híbridos resultantes.

En mi opinión, la fórmula de la hibridación social-laboral, con ser pertinente y urgentemente necesaria, puede quedar un tanto coja o un tanto escasa si no nos arriesgamos a definir algunos de los rasgos que implicaría su puesta en marcha. Por ejemplo, el proceso de hibridación se volvería estéril:

  1. si no se desenvuelve en un marco de abierta y franca complicidad con los movimientos sociales de base horizontal,
  2. si no se confía o no se promueve la autonomía y la autogestión de iniciativas no-capitalistas,
  3. si las estructuras no se flexibilizan para dar cabida de pleno derecho a entidades y colectivos no meramente laborales,
  4. si no se generan herramientas permanentes de debate y reflexión,
  5. y si no se enmarca en el ambicioso proyecto de prefigurar una libertaria sociedad postcapitalista.

Cada uno de estos cinco rasgos tiene su propia discusión y sus correspondiente matices, y por desgracia ninguno se cumple enteramente aquí y ahora, pero en conjunto todos y cada uno de ellos presuponen aceptar y asumir un importante riesgo: que la organización anarcosindicalista desaparezca tal como es actualmente, que se transforme y modifique hasta tal punto que lo resultante a penas tenga algo que ver con el pasado y el presente. Sin embargo, si así fuera, el anarcosindicalismo habría ganado mucho: capilaridad, inserción e incidencia social, gran capacidad de lucha y resistencia, y referencia como alternativa para construir la nueva sociedad de igualdad y libertad que anhelamos.

Apuesto por una hibridación comprometida con la transformación social, que asuma la organización como una herramienta flexible y modificable para conseguirla, que estudie, promueva y difunda la autogestión en todas las esferas, y en la que el pensar colectivo y el hacer libertario sean la piedra angular de nuestra intervención en lo social, en lo ecológico, en lo cultural, en los cuidados y, por supuesto, en lo económico y en lo laboral.

                   2. Complicidad y solidaridad.

Ser cómplice es una actitud compleja, no en balde ambos términos tienen algo que ver con el vocablo latino “complex”. La complicidad presupone un acuerdo previo, implícito o explícito, gracia al cual se produce una relación de camaradería, de compañerismo, de solidaridad. Así define el DRAE la palabra “cómplice”: “Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería.” Y añade como ejemplo de uso una frase evocadora: “Un gesto cómplice”. Alcanzar dicho gesto es siempre problemático.

La complicidad es altamente compleja pues a veces no se produce ni cuando se da una supuesta ideología compartida. Más difícil aún cuando de lo que se trata no es tanto de compartir principios ideológicos fuertes ni compactos, como de alcanzar un marco común de entendimiento orientado a la acción. El primer objetivo que debe alcanzarse,  pues, es intencional: mostrar voluntad de entenderse. Este querer entenderse, es un acuerdo claro de no imponerse, y por lo tanto, que el punto de partida en el que desean colocarse los potenciales cómplices, es el de agentes iguales y entre iguales, o al menos con el respeto mutuo para pensarse como iguales.

Pero muy a menudo, la complicidad no se genera por razones explícitas ni por motivos previamente identificados, si no que surge y se desarrolla por compartir en tiempo y espacio -coincidentes y concomitantes- los mismos o similares problemas, las mismas o similares ideas de entenderlo, las mismas o similares puestas en acción para encararlos y, finalmente, las mismas o similares ganas de resolverlos. Por voluntad, a veces, y otras por necesidad, la complicidad se crea y se profundiza en el proceso social de respuesta y búsqueda de respuestas frente a situaciones vitalmente compartidas.

Lo que hay que resaltar es que desde un punto de vista libertario, la complicidad puede afianzarse y reforzarse, siempre y cuando se comparta un mismo o similar horizonte: un horizonte necesariamente utópico y de afán de transformación social y global, de plena libertad individual y de efectiva igualdad de todas y todos. Es este horizonte compartido el que primará sin duda en las complicidades que la militancia anarcosindical pueda establecer con movimientos, grupos, colectivos u organizaciones sociales desobedientes a lo establecido. Pero del mismo modo, y por la libertaria coherencia entre fines y medios, las complicidades pueden establecerse con quienes se autoorganizan y estructuran horizontalmente, mediante procedimientos de democracia directa y autogestión. Y aquí es donde hay un amplio y extenso campo de relación e intervención.

El funcionamiento horizontal y asambleario es el mejor acicate para generar y profundizar complicidades, pues la malla de las respuestas sociales críticas y alternativas se teje con el flexible y al tiempo fuerte eslabón de la igualdad en las deliberaciones y decisiones a tomar.  Este es el medio, el único medio para enraizar y diseminar el horizonte libertario. El anarcosindicato y su militancia deben ser sensibles, generosos y en última instancia solidarios para con quienes se expresan y actúan desde la autoorganización contra el orden imperante. Siempre será mejor y más efectivo a la larga, ser cómplices compartiendo formas de organizarse y modos de decidir, que serlo meramente por necesidad circunstancial o puntual.

Pero también son múltiples los contenidos a partir de los cuales establecer alianzas y acrecentar complicidades. Todas las reivindicaciones y vindicaciones que de un modo u otro, parcial o globalmente, comportan visiones y preocupaciones de índole libertaria son   buenas bases para la hibridación de lo social y lo sindical: las luchas antipatriarcales, antimilitaristas,  antiproductivistas, antirrepresivas, por la autogestión de lo público, por el reparto del trabajo y la distribución de la riqueza, y por la democracia directa.

Tenemos pues tres niveles sobre los que positivamente ser cómplices, es decir, “manifestar y sentir camaradería y solidaridad”, para hibridar el anarcosindicalismo con la globalidad de las luchas sociales. Está el compartir horizontes de transformación libertaria de la sociedad, lo que nos hace potencialmente cómplices de quienes se reclaman del anarquismo revolucionario. Está el apoyar, promover y acompañar a quienes generan respuestas y alternativas autoorganizadas horizontalmente, que son cada vez más y en mayor número de ámbitos sociales, culturales y productivos. Y está el confluir y diseminar las ideas y contenidos críticos y alternativos que denuncian, socavan y alteran la lógica capitalista y autoritaria. Tres niveles que, aunque por motivos expositivos hayan sido delimitados, configuran conjuntamente el marco de la complicidad y de la solidaridad anarcosindicalista, en pro de una hibridación que permita saltar el muro de los tajos y engarzarse en la multidimensional conflictividad de lo social.

Para terminar, la solidaridad tiene un basto campo de acción y manifestación, y aunque no puede concebirse complicidad alguna sin ella, la solidaridad puede ir y de hecho va más allá de aquélla, pues podemos ser solidarios con quien sufre tortura, persecución, explotación… sin el concurso de complicidad alguna. Es más, el ejercicio de la solidaridad puede en ocasiones -nunca necesariamente- servir como aguijón para crear complicidades. Sin embargo, de la real complicidad emerge como una de sus más claras expresiones la solidaridad efectiva entre quienes son cómplices, es su fruto directo y más preciado. Pero también y ante todo, la solidaridad amplia y generosamente practicada es el mejor alimento para que las complicidades se nutran, crezcan y hasta se reproduzcan, cual vivo organismo que carcomerá -poco a poco o raudamente, ya se verá- los cimientos aparentemente inamovibles del caduco y mezquino sistema en el que vivimos.

                   3. Autogestión y utopía.

Tanto en los espacios propiamente libertarios, como en otros muchos movimientos de contestación social contra el capitalismo, es muy frecuente, y cada vez más, escuchar la palabra “autogestión”, como si ésta, por el sólo hecho de ser pronunciada, contuviera toda una serie de fortunas y parabienes, a veces como si fuera por antonomasia la panacea de las alternativas anticapitalistas. No obstante, es bastante menos frecuente escuchar sobre proyectos autogestionarios concretos, o en torno a experiencias autogestivas, o a cerca de lo que implicaría la extensión de la autogestión a los diferentes ámbitos del quehacer humano en sociedad.

Es cierto que la autogestión sugiere la puesta en práctica de muchas de las ideas de lo que supone, en cierto imaginario, la utopía libertaria. Y su sola mención contiene la energía y la fuerza de la transformación social, llevada a cabo por los mismos pueblos que desean convivir de otro modo radicalmente distinto y más humano, desembarazándose para ello de la tiranía del capital y del estado. Pero la autogestión ni es unívoca, ni simple, ni fácil, ni sencilla, por el contrario es poliédrica, complicada, difícil y compleja, aunque ni tanto ni mucho más que los actuales sistemas autoritarios y seudorepresentativos a los que estamos sumisamente acostumbrados.

La autogestión es poliédrica y polivalente por cuanto no hay recetas normativas ni pautas dogmáticas para llevarla a cabo, más allá de la gestión colectiva y autónoma que la define. La autogestión es complicada, en tanto que presupone el concurso deliberativo y decisorio de múltiples agentes, con diversas capacidades, habilidades y estrategias, y sobre procesos de producción, consumo, uso y distribución variados y territorialmente yuxtapuestos. La autogestión es difícil por que exige un prolongado proceso de aprendizaje, de ensayo y error, de autoevalución y de revisión. La autogestión es compleja pues atañe a la misma condición humana, a su acción social y a su intervención individual, a la relación entre medios y fines, a las relaciones de poder entre personas y grupos, a la satisfacción de las necesidades humanas y al desarrollo de la libertad. Pero, repito, esto no significa en absoluto que la autogestión no sea factible o posible, aquí y ahora. Por el contrario, es el modo más inmediato y directo de gestionar lo común, respetando escrupulosamente la libertad individual. Y, por supuesto, es, con mucho, más fácil, sencilla, simple, creativa e igualitaria que el sistema autoritario, explotador y depredador de los actuales estados capitalista.

Por ello, parece conveniente y necesario, que en pos de la hibridación social-laboral del anarcosindicalismo, se creen herramientas de estudio e investigación específicamente orientadas a la generación de propuestas, proyectos e iniciativas autogestionarias, y a su  asesoramiento y apoyo a todos los niveles. El anarcosindicato podría ser un auténtico vivero  cultural, social, económico y político para la extensión y la lucha por la autogestión, al tiempo que baluarte para la defensa de los derechos sociales y laborales de todas y todos.  Esta herramienta de estudio e investigación de y por la autogestión, tendría entre sus variados cometidos, uno fundamental: crear cultura autogestionaria, mediante la propaganda y la formación, incentivando y defendiendo iniciativas locales y descentralizadas encaminadas a la puesta en marcha de la autogestión en todos los ámbitos sociales (vivienda, sanidad, transporte, educación, producción, consumo, etc…).

En paralelo a este proceso de creación de cultura autogestionaria, el anarcosindicato  flexibilizaría sus estructuras internas para dar entrada precisamente a grupos, colectivos u organizaciones locales que tuvieran entre sus objetivos la puesta en marcha y el apoyo a iniciativas pro-autogestivas. La ecología, la igualdad de sexos y géneros, la diversidad funcional, los cuidados, el antimilitarismo, jóvenes y estudiantes, desempleados de larga duración, la educación libre, la producción creativa, …así como la economía social y sostenible, serían campos susceptibles de autoorganizarse en el seno de anarcosindicato. Esto supondría un enriquecimiento y una diversificación de las opciones militantes anarcosindicalistas, al tiempo que ganaría en difusión de mensajes, en capacidad de intervención e incidencia.

Las luchas y conflictos sindicales tendrían la oportunidad de verse acompañadas y complementadas con discursos y reivindicaciones próximas pero de índole social. Los movimientos sociales a su vez tendrían una impronta de clase de la que a veces parecen carecer. En ambos casos, se obtendría por un lado un plus de integralidad en los discursos críticos, y por otro una nueva capacidad de interacción y puesta en escena del apoyo mutuo, primera y fundamental razón del anarcosindicalismo en su camino hacia la auto-emancipación humana de toda explotación, dominación y opresión.

Reactivar y actualizar el apoyo mutuo en todos los ámbitos de acción y en todos los espacios de intervención, sería el fruto de esta simbiosis e hibridación de lo laboral y lo social, a través de la lucha compartida por la autogestión, y como medio y fin que prefigura la utopía libertaria.

                   4. ¿Organización o movimiento?

Toda organización se constituye como un sistema articulado de voluntades, idearios y recursos con el propósito de alcanzar unos objetivos específicos en un contexto socio-político e histórico concretos. En el fondo no es más que un mecanismo – diverso y variable- para proveer de respuestas posibles a problemas de distinta índole. Dependiendo de la mayor o menor complejidad del problema que se desea resolver, la organización en cuestión será más o menos compleja en su estructura, en su filosofía y cultura, en su división de tareas, en su reparto de responsabilidades, en sus procesos de toma de decisiones, en su mantenimiento, extensión y reproducción. Obviamente las organizaciones poseen sus propias microhistorias, sus avatares y transformaciones, con su nacimiento, su desarrollo y también su muerte. Y se diferencian esencialmente en los modo de deliberar y decidir, y en las formas como articulan las relaciones de poder internas. Pero lo realmente relevante es que una organización se constituye ante todo con vocación de permanencia, a la constitución le sucede usualmente la institución, y este proceso instituyente es el que le da valía como herramienta más o menos adecuada y socialmente aceptada, pues será más o menos efectiva, eficaz y eficiente en las respuestas que ofrece y en la resolución de los problemas para los que se constituyó. Hasta aquí todo muy general. Mera teoría de las organizaciones.

Bien, pero ¿qué tipo de organización es un anarcosindicato? Sin duda una organización muy especial, pues su último propósito es “La emancipación de los trabajadores y trabajadoras, mediante la conquista, por ellos mismos, de los medios de producción, distribución y consumo, y la consecución de una sociedad libertaria” (artículo 2b, Estatutos de la CGT), así como “Difundir y fomentar entre los trabajadores la cultura y acción libertarias, con el objetivo por un lado, de elevar su condición moral y material en la sociedad presente, y por otro, asumir los medios de producción y consumo en forma autogestionada, implantando el comunismo libertario” (artículo 5b, Estatutos de la CNT-AIT). Más allá de las innegables diferencias conceptuales de estos dos objetivos, en ambos se propone por igual que las clases trabajadoras “conquisten” y “consigan” o bien “asuman” e “implanten” autónomamente la utopía libertaria.

El objetivo final del anarcosindicalismo, y por ende de su organización, no es otro pues, que generar un movimiento social extenso y profundo y, sobre todo, autónomo y autoorganizado, para “conseguir” la transformación social e “implantar” la nueva sociedad “autogestionada”. La peculiar paradoja que esto supone es que el anarcosindicato es una organización que constitutivamente quiere ser movimiento social de masas, pero necesita permanentemente institucionalizarse como la organización de referencia para dicho movimiento. Llamésmolo, por convención, la paradoja de la militancia ampliada, ya que se expresa como la pretensión de una militancia extendida convertida en movimiento social material y subjetivamente transformador.

Hay quien cree que tal paradoja se resuelve con la democracia y acción directas estatutariamente definidas con las que se articula interior y externamente el anarcosindicato, pues piensan que esas son las formas prefiguradoras tanto de los medios como del fin de emancipación que se busca. Sin embargo, la democracia directa del anarcosindicato no es más que la democracia directa del anarcosindicato, no de la sociedad en su conjunto, o de cualquiera de sus partes. Y por esto correctamente el objetivo de emancipación se expresa haciendo uso de frases abiertas, como “asumir… en forma autogestionada” o “la conquista, por ellos mismos, de…”; es decir, se confía en la creatividad y en la contextualización de las respuestas sociales de masas, volviendo pues a la condición de movimiento, y como tal en un proceso paralelo de movilización y autoorganización crecientes.

La paradoja de la militancia ampliada se mantendrá en tensión, hasta su posible resolución futura, lo que dependerá del desarrollo del conflicto social que en un momento dado genere las condiciones que faciliten las transformaciones sociales correspondientes. Lo realmente hermoso de esta paradoja estriba en su capacidad de orientar de forma permanente al anarcosindicato a un horizonte utópico. Pero su carácter paradójico permanece en el choque constante entre considerar la organización anarcosindicalista como herramienta para la movilización y la autoconciencia, o como meta de crecimiento y consolidación en sí y para sí mismo, cuando no de resguardo y recordatorio de pasadas azañas.

Esto explica en parte el enfrentamiento -bien entendido- entre quienes consideran con más o menos cautela u osadía, abrir la organización a la experimentación social emergente y disidente con el orden establecido, y quienes prefieren que la organización sea un ente en crecimiento sostenido y con una identidad fuerte que le defina y le distinga en los vaivenes de las luchas sociales. En ambos casos la paradoja actúa por igual, ya que el objetivo último siempre es construirse como referente de la emancipación social. Y el caso es que ambas situaciones pueden acarrear dificultades de perspectiva similares: si triunfa una visión de automantenimiento se corre el riesgo de desvincularse de la realidad de las respuestas sociales realmente emancipatorias; si triunfa una visión de apertura se corre el riesgo de autodisolverse en una mezcolanza de luchas dispares y de éxito dudoso. Ambos riesgos llevados hasta su final pueden acarrear la misma consecuencia: la pura desaparición del anarcosindicato y, por ende, del anarcosindicalismo.

Ahora bien, ¿la propuesta de la hibridación libertaria de lo social-laboral que he ido esbozando en anteriores artículos responde a alguna de estas perspectivas alimentadas por la paradoja de la militancia ampliada? Lo más fácil es identificarla con la visión más aperturista, pero esto es claramente erróneo, pues la propuesta de hibridación – siempre pensando en el contexto actual de crecimiento del conflicto social de clases – es ante todo una propuesta de reflexión-acción en torno al papel del anarcosindicalismo aquí y ahora, un proyecto que quiere volver a enfocar el anarcosindicato en su vocación constituyente de referente y movimiento para la emancipación social, lo que supone expandir su proceso instituyente como organización que quiere ser en sí misma movimiento social. La hibridación no tiene otro fin que el crecimiento del anarcosindicato y la expansión del anarcosindicalismo, pero expansión que será fruto de un proceso de complicidad horizontal, transparente, cabal y leal con y en los movimientos sociales disidentes, que postulan y practican la autogestión como alternativa al desorden estatal capitalista existente.

Teniendo en cuenta la actual configuración fragmentada y precarizada de la explotación social y laboral, que condiciona la diversidad en los modos con los que la clase trabajadora y los sectores excluidos expresan sus deseos, intereses y aspiraciones, el anarcosindicato no puede dejar de replantearse su papel respecto a las emergentes subjetividades antipatriarcales, antiproductivistas, antiestatistas y proautogestivas. Si no quiere ser mero observador o simple acompañante -crítico, amigo o díscolo- de los acontecimientos y de los conflictos, si no ser cómplice, partícipe, provocador y protagonista en el acontecer social, cultural y político presente y futuro, el anarcosindicato tiene que  acometer de un modo profundo y autocrítico, un cambio de táctica orgánica en su acción social y sindical, y  un cambio en su estrategia de intervención por la autogestión, lo que obviamente no puede ser si no el fruto colectivo del anarcosindicato.

La propuesta de hibridación libertaria no es si no un acicate para generar este debate urgente y necesario: construir organización anarcosindical significa recrearse como movimiento social expandido y enraizado en todos los ámbitos potenciales y reales de conflicto contra el estado y el capital. La hibridación no pretende resolver la paradoja expuesta entre organización y movimiento del anarcosindicalismo, pero sí asumirla y clarificarla para convertirla en palanca de nuevas posibilidades para la emancipación social.

NOTA FINAL: Este artículo no quiere ser más que lo que señala, es decir, simples apuntes. Se redactan pensando en un escenario previsible de aumento de la conflictividad social, por no decir de guerra social de clases, lo que indefectiblemente exigirá del anarcosindicalismo organizado la puesta a punto de sus posibilidades para poder influir en el devenir de los acontecimientos, lo que en mi opinión sólo será posible si se abre un profundo debate sobre qué es y qué no es el anarcosindicalismo en la actualidad. La hibridación sugerida por Tomás Ibáñez es el escenario que se me ocurre más dinámico y positivo de acrecentar las posibilidades a medio plazo del anarcosindicalismo para constituirse tanto en referente de la contestación social ampliada como de la alternativa anticapitalista (y antiautoritaria) a construir.

]]> https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/feed/ 0 Trata de personas y trabajo forzado https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/trata-de-personas-y-trabajo-forzado/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/trata-de-personas-y-trabajo-forzado/#comments Thu, 21 Jun 2012 13:00:57 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3762 La trata de personas con fines de esclavitud, servidumbre, mendicidad y trabajo forzado sigue estando invisibilizada.

]]> Paula García Pedraza, Abogada de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo en el juicio del 11-M y de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala de las Naciones Unidas

Cuando se habla de trata de personas es habitual que se asocie esta actividad únicamente con el comercio sexual y que se diga que es un fenómeno reciente que ha aumentado en los últimos años y un grave atentado contra los derechos humanos de las víctimas. Efectivamente la trata de personas es una grave vulneración de derechos humanos pero ni es un fenómeno reciente ni es una actividad que se circunscriba únicamente al comercio sexual.

La trata de personas es una práctica muy antigua y los primeros instrumentos internacionales para combatirla datan del siglo XIX. Entre 1885 y 1999 se ratificaron por un lado convenios, acuerdos y convenciones para abolir la esclavitud, el trabajo forzado y la servidumbre, y por otro lado, instrumentos de la misma índole para erradicar la prostitución forzada de mujeres y niños, a la que se denominaba “trata de blancas”. Todos estos instrumentos internacionales tenían un objetivo común: erradicar operaciones comerciales con las que se cosificaba a los seres humanos, reduciéndolos a la categoría de mercancías de las que obtener un beneficio económico o de otra índole. la trata de personas es una grave vulneración de derechos humanos pero ni es un fenómeno reciente ni es una actividad que se circunscriba únicamente al comercio sexual.

En el 2000 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional, el Protocolo contra el Tráfico Ilícito de Migrantes por Tierra, Mar y Aire y el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, especialmente de mujeres y niños, también conocido como Protocolo de Palermo.

El Protocolo de Palermo se aprobó con la finalidad de prevenir y combatir la trata de personas, establecer mecanismos de cooperación entre los estados parte y proteger y ayudar a las víctimas, siempre desde una perspectiva de respeto a los derechos humanos. En este protocolo se integraron en un único instrumento normativo todas las formas de comercialización y cosificación cuya erradicación se había pretendido desde el siglo XIX y se estableció una definición de trata de personas. Acorde con la definición referida la trata de personas consta de tres elementos. El primero es la captación mediante amenaza, engaño, uso de la fuerza, coacción, fraude o abuso de poder o de una situación de superioridad, el empleo de cualquiera de estos medios de captación anula o vicia el libre consentimiento de las víctimas. El segundo es el transporte, traslado o acogida, que se realiza con la finalidad de poner a la víctima en una situación de desarraigo e indefensión, rompiendo los vínculos familiares y sociales que pueda tener con su país o su comunidad, impidiendo o dificultando que la víctima tenga relación con personas del entorno o que pueda regresar a su lugar de origen. El tercer elemento constitutivo de la trata de personas es la explotación.

Como señalaba en el primer párrafo de este artículo, habitualmente se asocia trata de personas con explotación sexual, pero como se ha indicado la explotación también puede consistir en el sometimiento de la víctima a trabajos o servicios forzados, esclavitud o prácticas análogas a la esclavitud. Como también señalaba al comienzo de este artículo éstas son prácticas antiguas que lamentablemente están de plena actualidad.

La Convención contra la esclavitud de 1926 define esta práctica como«el estado o condición de un individuo sobre el cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o alguno de ellos». La Convención suplementaria sobre abolición de la esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud de 1956, establece cuáles pueden ser consideradas prácticas análogas a la esclavitud. En primer lugar, la servidumbre por deudas que tiene lugar cuando una persona se compromete a prestar sus servicios personales, o los de otra persona sobre la que tenga autoridad, como garantía del pago de una deuda, siempre que estos servicios:no se valoren equitativamente; no se apliquen al pago de la deuda; no se limiten en el tiempo;  o no se defina la naturaleza de los mismos. En segundo lugar, es una práctica análoga a la esclavitud, la servidumbre de gleba, que consiste en obligar a una persona a trabajar la tierra que le pertenece a otra y a prestarle a ésta, mediante remuneración o no, determinados servicios, sin libertad para cambiar su condición. En tercer lugar, se consideran prácticas análogas a la esclavitud determinadas formas de dominación sobre las mujeres como el matrimonio forzoso y el ejercicio de atributos de propiedad ejercidos sobre la mujer, acorde a la definición de esta última práctica, la explotación sexual de una mujer podría ser considerada una forma de esclavitud.

El Convenio sobre trabajo forzoso de 1930 define el trabajo forzoso como «todo trabajo o servicio exigido a un individuo bajo la amenaza de una pena cualquiera y para el cual dicho individuo no se ofrece voluntariamente». Se entiende que «todo trabajo o servicio» puede comprender cualquier tipo de trabajo, empleo u ocupación, incluso aquellas no contempladas en el derecho laboral.Se considera «individuo» a los mayores y menores de edad, nacionales o extranjeros y a  los trabajadores migrantes en situación regular o irregular. Por «amenaza de pena», se entiende cualquier forma de «coerción, amenazas, violencia, retención de documentos de identidad, reclusión e impago de salarios». En último lugar, se interpreta que un trabajo o actividad no se realizan voluntariamente, cuando el empleador o el tratante hayan recurrido al engaño o la coerción para establecer una determinada relación de trabajo (ANDREES, 2009), pero sería  más adecuado interpretar que un trabajo o actividad no se realizan adecuadamente cuando se vicia el consentimiento de la persona mediante cualquier medio de fuerza, coerción o amenaza, engaño o fraude y/o abuso de una situación de superioridad o de necesidad.

La trata de personas realizada con la finalidad de someter a una persona a esclavitud o situaciones análogas a la esclavitud o a trabajos forzados siempre ha ocupado un segundo plano respecto de la trata con fines de explotación sexual y apenas existen datos sobre la magnitud de esta actividad a nivel global o en España. Esta práctica está estrechamente relacionada con el incumplimiento de la normativa laboral y la existencia de colectivos en situaciones de vulnerabilidad. En momentos de crisis económica, como los que se están viviendo actualmente, se incrementan las situaciones de vulnerabilidad de los derechos humanos, sindicales y laborales, y por ende se genera un contexto propicio para  que se produzca un incremento de la trata de personas con fines de esclavitud o trabajo forzado.

La Comisaria de Asuntos de Interior en Europa, Cecilia Malmström, declaró recientemente que la trata de personas es una forma de esclavitud moderna y que se estima que millones de personas en Europa son víctimas de diferentes modalidades de trata entre ellas la servidumbre doméstica y la explotación laboral –que abarca el trabajo forzado y la esclavitud–  (MARTÍNEZ DE RITUERTO, 2012).

Es muy difícil obtener datos fiables sobre el número de víctimas de trata de personas, especialmente en los supuestos de esclavitud y trabajo forzado por diversos factores. Por una parte las víctimas no se atreven o no pueden denunciar su situación, en algunas ocasiones ni siquiera son conscientes de estar siendo víctimas de un delito y no son identificadas y protegidas debidamente. Por otra parte, las autoridades, las ONG y los propios sindicatos no tienen protocolos de actuación para estos casos, no conocen la problemática y no cuentan con indicadores que les permitan identificar posibles casos de trata de personas para esclavitud y trabajo forzoso.

Según la Organización Internacional del Trabajo (ANDREES, 2009) la mayoría de los casos de trabajo forzoso tienen lugar en la empresa privada y son consecuencia de la trata de personas. Esta modalidad de trata suele ser perpetrada por grupos de delincuencia organizada que actúan con la finalidad de obtener cuantiosos beneficios económicos explotando a personas que captan mediante la coacción o el engaño y a quienes suelen retener bajo amenazas e intimidación.

Los sectores en los que la trata para explotación laboral y la esclavitudes más frecuente son la construcción, la agricultura, la horticultura y la ganadería especialmente en zonas aisladas, la minería, el procesamiento de alimentos y la industria de embalaje, el servicio doméstico y otros trabajos de prestación de cuidados y limpieza, el trabajo en fábricas del sector textil y el vestido, la industria del sexo y el ocio, actividades desarrolladas en zonas costeras y fronterizas. Son sectores de difícil control debido a las subcontratas, la temporalidad del trabajo y la clandestinidad en la que se desarrollan algunas de estas actividades. Especialmente vulnerables son los trabajadores migrantes en situación irregular pero también lo son quienes se encuentran en una situación de precariedad y necesidad.

Como refería anteriormente no existen datos exactos sobre el número de víctimas, mientras la Comisaria de Asuntos de Interior en Europa habla de la existencia de millones de víctimas en Europa, la Organización Internacional del Trabajo en el 2009 estimabaque el número de víctimas de trabajo forzoso en economías industrializadas ascendía a 360.000 y que el 32% de las víctimas de trata de personas lo eran para trabajos forzados o esclavitud.

En cuanto al sexo de las víctimas, todos los datos coinciden en indicar que las mujeres y los niños son las principales víctimas de la trata de personas a pesar de que exista mayor paridad entre mujeres y hombres en los supuestos de explotación para trabajo forzoso. En este sentido (BELSEN, CHOCK Y MEHRAN, 2005)  cuando la explotación es únicamente de índole laboral o económica, el 56% de las víctimas son mujeres y el 44% hombres; si la explotación es sexual el 98% de las víctimas son mujeres y sólo el 2% hombres.

En España sólo existen datos recientes sobre trata de personas con fines de explotación sexual, no de trata con fines de trabajo forzado o esclavitud por lo que se desconoce cuál pueda ser la dimensión del problema. Esta ausencia de datos no es un indicativo de la inexistencia de casos sino un indicativo de la escasa importancia que se le da al problema, sea por desconocimiento o por falta de interés. Es posible que esté sucediendo con la trata de personas para trabajo forzado o esclavitud lo mismo que sucedió con la trata de personas para explotación sexual: hace pocos años la trata de personas para explotación sexual no era considera un problema y en la actualidad se estima que el 90% de la prostitución en España es consecuencia de la trata para explotación sexual.

Según los datos proporcionados por las Fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado en 2009 los sectores en los que se detectaron más casos de trata con fines de explotación laboral fueron: «la hostelería (19%), la vía pública (16%), las obras en construcción (16%) y las fábricas o almacenes de hostelería (14%)», también se denunciaron casos de explotación en domicilios particulares (9%) y en el sector agrícola (6%) (GIMÉNEZ-SALINAS, 2009 p. 17-18). Es llamativo que no existan datos sobre esta práctica en el sector textil  dada la proliferación de los llamados “talleres clandestinos”. Tampoco se cuenta con datos sobre la explotación en el servicio doméstico aunque se presume que es uno de los sectores con mayor riesgo para el desarrollo de esta actividad, especialmente entre las “internas” porque es uno de los menos accesibles a los Inspectores de Trabajo y la Seguridad Social.

En España una de las formas más comunes de trata para esclavitud es la servidumbre por deudas o la servidumbre de gleba cuyas víctimas son inmigrantes de diferente procedencia que han sido desplazados de su residencia habitual mediantes falsas promesas de empleo. Los tratantes facilitan a los inmigrantes la cobertura necesaria para el traslado a España, son recibidos y alojados en pisos o lugares previamente acordados. Una vez en el lugar de destino se les comunica que han contraído una cuantiosa deuda con los tratantes que deben solventar mediante la realización de trabajos en condiciones extraordinariamente abusivas e indignas: se les obliga a cubrir jornadas agotadoras, a reembolsar gastos exagerados de manutención, las remuneraciones por el trabajo realizado son prácticamente inexistentes, el alojamiento tiene lugar en condiciones infrahumanas y es frecuente la imposición de multas por incumplir las normas impuestas por el tratante. Se les obliga a trabajar bajo coacción o amenaza de denunciar su situación de irregularidad a las autoridades y en ocasiones se les priva de libertad (FISCALÍA GENERAL DEL ESTADO, 2011, p. 30-31). La explotación en el servicio doméstico presenta ciertas peculiaridades, afecta mayoritariamente a mujeres y se han llegado a detectar casos de agresión sexual por parte de los tratantes.

En base a los pocos datos disponibles se ha establecido un perfil de las víctimas de trata para explotación laboral en España (ACCEM, 2008 y GIMÉNEZ-SALINAS, 2009). Las víctimas de este delito son fundamentalmente marroquíes, rumanos, portugueses, búlgaros y chinos, también personas procedentes de Sudamérica y África Subsahariana, la mayoría  de entre 18 y 35 años.

Los tratantes que explotan a sus víctimas en España obtienen grandes beneficios de manera fácil y cómoda, aunque no existe un estimado de los ingresos que pueden llegar a obtener gracias a la explotación.

A pesar de que existen indicios de la magnitud del problema el número de condenas o investigaciones sigue siendo muy bajo en comparación con el número estimado de víctimas. Según la Comisaria de Asuntos de Interior en Europa, las cifras de casos identificados aumentan y las condenas disminuyen: durante el 2008 se dictaron 1.500 condenas y durante el 2010, 1.250 (MARTÍNEZ DE RITUERTO, 2012).

Entre las medidas propuestas por la Comisión Europea para la erradicación de la trata de personas están las de potenciar medidas de prevención para desincentivar la demanda, desarrollar y fortalecer medidas de identificación, asistencia y protección a las víctimas y crear mecanismos de cooperación entre estados. Pero las recomendaciones para erradicar la trata se han ido implementando muy tímidamente y con poca efectividad en la mayoría de los países, en esto España no difiere del resto.

Hasta la fecha en nuestro país se ha desarrollado un Plan de Lucha contra la Trata de Seres Humanos con fines de Explotación Sexual, se ha tipificado un delito de trata de seres humanos, se han introducido modificaciones a la ley de extranjería para paralizar la expulsión de las víctimas, se han realizado diversas campañas de sensibilización y existen protocolos y cuestionarios para la identificación, asistencia y derivación de las víctimas de trata (APRAM 2009 y CNP 2011). Pero a pesar de que algunas ONG´s están haciendo campañas de sensibilización para llamar la atención sobre la trata para trabajo forzado y la esclavitud, la mayoría de las medidas adoptadas por las instituciones se centran fundamentalmente en la explotación sexual dejando al margen el trabajo forzado y la esclavitud. En España este asunto se sigue abordando desde una perspectiva de control de los flujos migratorios y no desde una perspectiva de derechos humanos, lo que implica que las víctimas son consideradas inmigrantes en situación irregular y no víctimas de derechos humanos.

Para combatir la trata de personas que tiene como finalidad el trabajo forzoso o la esclavitud es fundamental armonizar la legislación penal con la laboral, reforzar la labor de los inspectores de trabajo asignándoles una función específica para la abolición de esta práctica y establecer mecanismos de cooperación con ONG´s y sindicatos. En Brasil, Perú y Argentina existen unidades especializadas para la identificación de situaciones de trabajo forzado y esclavitud. En Argentina, la Unidad de Asistencia para la Investigación de Secuestros Extorsivos y Trata de Personas (UFASE) elaboró una Guía de procedimientos y criterios para detectar e investigar la trata con fines de explotación laboral y la Procuración General de la Nación recomendó su uso para la detección, investigación y posterior comprobación de la comisión de un delito de trata de personas con finalidad de explotación laboral (PGN, 2011).

Los inspectores de trabajo, los sindicatos y las ONG´s deberían cumplir un papel esencial en la identificación de situaciones de explotación y de las víctimas porque normalmente son quienes tienen mayor acceso a lugares de trabajo o a grupos de población vulnerable y quienes suelen mantener el primer contacto con la víctima.

La inexistencia de indicadores para identificar situaciones de trata de personas para explotación laboral y para la identificación de víctimas se ha considerado una de las principales carencias en el combate a esta forma de trata en España (ACCEM, 2008). Sin la existencia de estos indicadores es muy difícil identificar estas situaciones y recabar con rigor datos que permitan concluir cuál es la magnitud del problema en nuestro país.

Para la identificación de situaciones de trata de personas para explotación laboral y no confundir ésta con una mera infracción de los derechos laborales o un delito contra los derechos de los trabajadores, la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2009) ha propuesto unos indicadores básicos que pueden ajustarse al contexto y a la legislación de cada país.

Como principio general para identificar una situación de trata para explotación laboral hay que partir de que la persona ha podido decidir, libremente y con conocimiento de causa, aceptar el trabajo, y de que tenga libertad para poner término a la relación de trabajo cuando lo estime oportuno. Partiendo de esta premisa son seis los indicadores básicos que permite identificar una posible situación de trata para explotación laboral: (1) la existencia de signos de violencia física, incluida violencia sexual; (2) la imposición de restricciones a la libertad de movimiento; (3)  las amenazas; (4) indicios de servidumbre por deudas u otras formas de servidumbre; (5) forma en que se realiza el pago de los salarios o existencia de retención o impago de los mismos por parte del empleador; (6) retención de los documentos de identidad; y (7) posibilidades de la víctima para comunicarse con el entorno. En base a estos indicadores es posible elaborar cuestionarios para entrevistar e identificar a víctimas potenciales de esta forma de explotación.

Las víctimas de trata son especialmente vulnerables y difíciles de identificar porque  normalmente están aisladas de su entorno, desconocen sus derechos, desconfían de las autoridades por miedo a sufrir represalias o a ser expulsadas, ignoran los lugares a los que pueden acudir para pedir ayuda, son amenazadas por los tratantes y en algunos casos ni siquiera son conscientes de estar siendo víctimas de un delito.

La identificación de las víctimas debería ser un tema prioritario porque las víctimas de trata de personas son víctimas de derechos humanos y, por lo tanto, titulares del derecho a la reparación efectiva, en consecuencia cuando una víctima de trata no es adecuadamente identificada y es considerada un inmigrante en situación irregular está siendo privada del ejercicio de un derecho.

El derecho a la reparación efectiva de las víctimas debe abarcar como mínimo los siguientes aspectos: la liberación de la víctima de la situación de privación de libertad que esté sufriendo por parte de los tratantes, de la autoridad o de cualquier otra entidad; la restitución de la propiedad, mediante la reposición de sus documentos de identidad y de cualquier otro objeto personal; el reconocimiento legal de identidad y ciudadanía, lo que implica la obtención de un permiso de residencia si se encuentra en situación irregular; la repatriación segura y voluntaria a su país de origen o la opción de permanecer legalmente en el país en que se encuentre; el acceso a la asistencia necesaria para su recuperación; el derecho a personarse como parte en el proceso penal contra sus tratantes y el derecho a percibir una indemnización. Este derecho también implica que el Estado en el que la víctima se encuentre debe garantizar que la misma no vuelva a ser víctima de trata; por lo tanto, si con la repatriación existe algún riesgo de volver a poner a la víctima en una situación vulnerable o a disposición de los tratantes se debería evitar el retorno al país de origen.

En el ámbito del derecho internacional es doctrina pacífica considerar que los Estados son responsables por las acciones u omisiones que les sean atribuibles y que supongan el incumplimiento de una norma de derecho internacional, cuando perjudique a otros estados o a personas físicas. En el caso Rantsev vs. Cyprus and Rusia la Corte Europea de Derechos Humanos en enero de 2010 condenó a pagarle una indemnización a la familia de una víctima de trata por incumplir el artículo 4 del Convenio Europeo de Derechos Humanos que prohíbe la esclavitud, la servidumbre y el trabajo forzoso. En base a esta doctrina España, al haber ratificado diversos instrumentos internacionales para el combate de la trata de personas, podría ser responsable frente a las víctimas de cualquier forma de explotación derivada de la trata si se estima que no ha adoptado las medidas necesarias para prevenir o sancionar el delito o para garantizar el efectivo ejercicio del derecho a la reparación efectiva de las víctimas.

BIBLIOGRAFÍA.

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ACCEM, La Trata de Personas con Fines de Explotación Laboral, Un estudio aproximativo a la realidad en España, 2008.

AMNISTÍA INTERNACIONAL, España: una vida sin violencia para mujeres y niñas, las otras víctimas de violencia de género violencia sexual y trata de personas, sección española, julio de 2009.

APRAM (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida), Guía Básica para la Identificación, Derivación y Protección de las personas víctimas de trata con fines de explotación, 2ª ed., Madrid, 2009.

Belsen, P, Cock, M, Meharn, F, Minimum estimate of forced laubour in the Wolrd, Organización Internacional del Trabajo, Ginebra, 2005.

Fiscalía General del Estado, Circular nº 5/2011, de 2 de Noviembre, sobre criterios para unidad de actuación especializada del Ministerio Fiscal en materia de extranjería e inmigración.

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Martínez de Rituerto, R: “¡No se vende a las personas!”, Elpais.com, 19 junio 2012.

Manual de Trata de Seres Humanos, Cuerpo Nacional de Policía, División de formación y perfeccionamiento, Centro de actualización y especialización, Comisaría General de Extranjería y Fronteras, 2011.

Procuración General de la Nación, Resolución PGN nº 46/11, Buenos Aires, 6 mayo de 2011.

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https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/trata-de-personas-y-trabajo-forzado/feed/ 1
Servicios sociales y estado de malestar: la encrucijada del voluntariado. https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/servicios-sociales-y-estado-de-malestar-la-encrucijada-del-voluntariado/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/servicios-sociales-y-estado-de-malestar-la-encrucijada-del-voluntariado/#respond Thu, 21 Jun 2012 12:00:28 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3767 La cuestión del voluntariado social se constituye como una realidad polisémica no exenta de contradicciones. La peculiar construcción de un sistema de bienestar en el estado español y la actual crisis financiera pone en evidencia algunas de ellas que, lejos de desacreditarlo totalmente, nos invita a una reflexión acerca de su naturaleza y potencialidades.

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Daniel Parajuá Navarrete, Profesor. Antropólogo Social

La situación.

Con la denominada “crisis económica” actual se han puesto en evidencia algunas realidades que se venían fraguando en el marco de las políticas sociales neoliberales, pero que los años de bonanza económica y de ilusiones de crecimiento habían disimulado. Este es el caso del “voluntariado” en el campo de la ayuda o intervención social, que se define a partir de múltiples vectores, congrega adhesiones de muy distinto tipo y, se dice, cumple funciones muy variadas.

En efecto, el voluntariado social es, ante todo, una realidad polisémica. Durante los años 90 del siglo pasado experimentó un espectacular crecimiento, en concreto, en el campo de la ayuda social. Un desarrollo, sin duda paralelo al del sistema de servicios de bienestar social que  -se nos decía- formaba parte de la construcción de un sistema de Servicios Sociales moderno, avanzado, europeo y que aspiraba a atender a toda la ciudadanía.

En este contexto, la acción voluntaria se congrega en torno a discursos muy variados que van desde las actualizaciones de la caridad, hasta la retórica de la participación ciudadana genuina, pasando por los que ponen el énfasis en la búsqueda de la justicia social, o en la concienciación de las gentes de los barrios y pueblos, entre otros. En cualquier caso, se trata de una realidad que rápidamente fue acogida y abrazada por los poderes públicos, representados en este caso por las distintas administraciones responsables de los Servicios Sociales a nivel municipal y autonómico.

Hay que tener en cuenta que, lejos de lo que sostienen las élites, en este país (y más en lugares como Madrid) no se ha llegado a montar un estado de bienestar mínimamente comparable al de otros de la Europa de los 15. Buena parte de la atención social de primera línea en barrios y pueblos se ha desarrollado de manera indirecta por medio de las múltiples asociaciones y entidades locales, en su mayor parte nutridas de voluntarios y voluntarias. Unas entidades que desarrollaban unos proyectos sociales financiados por medio de subvenciones discrecionales que indudablemente suponían un gasto mínimo para las administraciones. Desde la posición de los poderes públicos ¿por qué cambiar esto?: se había llegado a una fórmula idónea de externalización barata de los servicios sociales y encima envuelta de justificaciones discursivas e ideológicas de gran plausibilidad. Con esta perspectiva, a lo largo de más de una década se instaura un sistema de Servicios Sociales mínimo, con amplias zonas de externalización y en donde, además, se han abierto ciertas posibilidades de mercantilización y de negocio lucrativo. No es necesario ser un águila para vislumbrar aquí las características propias de las políticas sociales neoliberales que, lejos de querer desmantelar el bienestar social como ingenuamente creen algunos, desarrolla una apuesta decidida por una peculiar transformación.

Mientras tanto, en buena parte de las entidades sociales la historia parece ir por otro lado: estas gentes de barrios y pueblos, preocupados por la realidad social del lugar que habitan, por sus vecinos y vecinas, buscan la manera de hacer las cosas, desarrollar sus actividades, conseguir espacios y locales, material de trabajo y, de una forma u otra, buscar la manera de lograr continuidad a sus actividades. Las periódicas convocatorias de subvenciones por parte de las administraciones suponen un claro referente para esta aspiración. En pocos años, muchos de los programas de intervención social adquieren, al menos nominalmente, un perfil muy similar, y se insertan en una nueva espiral de nuevas denominaciones, definición de poblaciones carenciadas o modas ligadas a la alarma social que, en principio poco o nada tenían que ver con las percepciones de la realidad social que se tenían en estas entidades. Algunas lo ven claro desde el principio y tecnifican al máximo sus servicios, se transforman en fundaciones o en empresas de servicios, logran convenios duraderos con algunas administraciones y profesionalizan sus actividades. Otras hacen lo que pueden para sobrevivir y reivindican su autonomía y protagonismo en los barrios. Muchas no resisten los cambios generacionales, se pierde la base social, desaparece memoria histórica local y se abrazan a las migajas que les ofrecen ayuntamientos o administraciones autonómicas.

Para entonces, los discursos y la retórica del voluntariado está plenamente conquistada por las élites y los poderes públicos, que subrayan su carácter “participativo” de “ejercicio de ciudadanía” o de búsqueda de “justicia social”. Se regula normativamente la actividad voluntaria, las administraciones crean oficinas y servicios de voluntariado, se desarrolla toda una literatura experta ad hoc, se convocan encuentros y congresos a los que nunca faltan representantes políticos; hasta la banca y el mundo empresarial se suman a esta corriente.

Así, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Madrid se sostiene que el voluntariado es el medio “de participación legítima de la comunidad” (donde ese adjetivo no deja de ser, cuanto menos, inquietante) que “lleva a la búsqueda de mecanismos que posibiliten y preparen a la ciudadanía en un compromiso activo, solidario y organizado, sin olvidar los componentes de innovación, agilidad y complementariedad que pueden aportar a los programas de atención social y de participación cívica”. De este modo, buena parte de las iniciativas vecinales, desde los barrios y pueblos, semilleros de autoorganización y movimientos de reivindicación, se han visto incluidos en una red estatalizante, dependiente financieramente y, más aún, en un tipo específico de política de gobierno de la pobreza.

Por un lado, esta retórica neoliberal pone el acento en las responsabilidades de los ciudadanos para con su entorno. De nuevo, si recurrimos a lo que se dice desde el Ayuntamiento de Madrid: “el Voluntariado está liderando una nueva forma de entender la ciudadanía más solidaria y participativa, orientada hacia una sociedad concienciada y comprometida con los problemas de su entorno, una ciudadanía que no sólo demanda derechos sino que también se siente corresponsable en la búsqueda de soluciones, propuestas y alternativas. Las nuevas realidades que vive nuestra ciudad van a exigir una ciudadanía más compleja y con mayores responsabilidades”. Comprobamos como, entre otras cosas, el voluntariado se coloca en el eje donde se cruzan los discursos que justifican la reducción de servicios públicos y los que subrayan la importancia de la ciudadanía y la participación social.

No me detendré en los pormenores de las trampas sociales que se disimulan en estos discursos, puesto que otros-as ya lo han hecho brillantemente, como las gentes del Observatorio Metropolitano, y tan sólo subrayaré la nueva posición que está ocupando esta realidad heterogénea que es voluntariado social: lejos de provocar rupturas y debates, se inscribe con docilidad en las políticas sociales neoliberales, en medio de las cuales, bien por seguidismo, por agotamiento o por imposibilidad de acción contribuye a las actuales políticas de gobierno de los pobres que se desarrollan por medio de las estrategias de continua segmentación de poblaciones, estigmatización de problemáticas, culpabilización de las clases populares y la desocialización e individualización de los problemas sociales. Insisto, si todo esto se implementa en el marco de los discursos de “la participación” queda desactivada buena parte de las posibilidades de disidencia.

Las encrucijadas.

La encrucijada del voluntariado social se acentúa cuando una de las posibles salidas a esta situación parece pasar por la demanda de un Estado más fuerte, más presente en los Servicios Sociales, más extenso en cuanto a agencias y servicios. Desde la lógica del sistema actual, tampoco parece muy realista dado que ninguno de los dos partidos políticos que se alternan el poder en este país han apostado nunca por esta vía (por más que, por ejemplo, el Partido Socialista, haga gala retórica de esta aspiración). Pero es que, a estas alturas ¿alguien cree realmente que eso garantizaría un mayor bienestar en los pueblos y barrios?, en ese contexto ¿serían posibles las experiencias de autoorganización horizontal local?, ¿algún tipo de gobierno estaría dispuesto a ceder la palabra y el poder de decisión a las clases populares?. Evidentemente no, pero todavía existe este tipo de aspiración en buena parte del campo del voluntariado y de las entidades sociales locales. En realidad, encontramos aquí una de los espacios abiertos de contradicción para el voluntariado social que evita la docilidad: por una parte, su acción contestataria incluye pedir responsabilidades a los cargos públicos, así como exigir el cumplimiento de las garantía de los derechos humanos para toda la población. Pero, por otra parte, mientras se pide que esos cargos electos trabajen y cumplan promesas, se desarrolla un progresivo escenario de desconfianza en el sistema electivo, así como una creciente deslegitimación de la actividad política oficial y partidista. Junto a ello, muchas asociaciones y entidades locales no quieren renunciar a las fórmulas de autogobierno, autonomía, horizontalidad y democracia real.

Esta posición ambigua incluye otros elementos de contradicción dado que buena parte de los discursos en torno al voluntariado social ponen el acento en la proximidad con las gentes con las que trabajan, su conocimiento de primera mano de las problemáticas locales, la confianza que despiertan para los convecinos, su capacidad para vehicular la participación de manera no artificiosa y, sobre todo, la ausencia de motivos o intereses económicos inmediatos a la hora de realizar sus actividades.

Además, no hay que olvidar que en muchos casos, el voluntariado ha pasado a ser una mano de obra barata (casi gratis) y subordinada para los distintos servicios sociales, contribuyendo a la ya muy precaria situación laboral del sector, enormemente desregulada. Hasta tal punto que, en muchas ocasiones, los períodos de actividad voluntaria no dejaban de ser una de las puertas de entrada al mundo laboral en la creciente multiplicación de figuras profesionales en este campo. Siempre, insito en ello, en un marco de alta precariedad y ausencia de marcos normativos dignos de regulación laboral.

No se nos escapa que, en este contexto, el voluntariado social se ha colocado en uno de los ejes de la política social neoliberal, que redirige a las clases populares dóciles a los distintos servicios y oficinas de ayuda social donde el motor básico es la caridad y la piedad, regresando así a los sistemas de beneficencia decimonónicos.

Como alternativa, cabe sin duda una salida digna para ese voluntariado que efectivamente quiere trabajar y movilizar desde los barrios y pueblos. Por una parte anteponiendo a esa piedad la compasión, en el sentido que las define y distingue Hanna Arendt: si la primera mantiene una preocupación distante y jerárquica por los que sufren, la segunda opta por directamente participar en ese sufrimiento haciendo real la máxima de la ayuda mutua, que hace padecimiento colectivo el sufrimiento de una sola persona. Además, si decididamente queremos incluir al voluntariado social entre las acciones de participación horizontal, organización autónoma y potencialidad de cambio social y justicia, entonces viene al caso recordar a  David Graeber y una de sus tesis principales cuando señala que “las prácticas democráticas, cuando son definidas como procedimientos de toma de decisiones igualitarias o gobierno por discusión pública, tienden a emerger de situaciones en las que las comunidades de un tipo u otro gestionan sus asuntos al margen del Estado”.

Es cierto que durante mucho tiempo las entidades sociales de voluntarios han creído que era posible desarrollar una transformación desde dentro de la administración o procurando mantener unas relaciones correctas y continuadas con los representantes políticos y técnicos de la misma. El período de latencia de la creación de la política social neoliberal de los 90 del siglo pasado, y las evidencias de esa política, con sus expresiones más duras ahora en plena “crisis económica” no hacen sino probar la ingenuidad de tales aspiraciones. Lo que hace diez años resultaba una conclusión cuanto menos exagerada es hoy una certeza: no se puede hacer nada trabajando con la Administración, no se puede esperar nada de los responsables políticos y cuando oímos a esos técnicos y expertos de la política hablar de “participación” o de “voluntariado” hay que desconfiar de partida.

El reto en la actualidad no es muy distinto al de otros campos de la lucha política y de la participación: se trata de buscar los espacios al margen de la presencia del Estado, renunciar a las tutelas de la Administración, a todas, sean las económicas, las que marcan las prioridades de intervención y hasta las que incluyen las denominaciones y clasificaciones de las poblaciones problemáticas. Y en este proceso, las iniciativas locales de intervención social, de participación y movilización vecinal, tendrán a su vez que afrontar una actividad de reflexión y análisis: aquella en la que se pongan en evidencia las propias estructuras internas de falta de actividad democrática y participación real. La apuesta por la creación de espacios de libertad al margen del Estado no puede hacerse reproduciendo en pequeña escala las mismas estructuras de poder y de dominación; y no son pocas las iniciativas vecinales y asociaciones locales que han terminado siendo pequeñas dictaduras envueltas, eso sí, en las retóricas de la participación.

Muchos otros y otras, sin embargo, ya iniciaron este camino y, en cualquier caso, las crónicas más jugosas sobre las experiencias de participación efectiva y de movilización local siempre están por escribirse.

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