Ecología – LibrePensamiento https://archivo.librepensamiento.org Pensar para ser libre Wed, 15 Sep 2021 10:07:03 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.1 Un mundo finito: reflexión, previsión y proporción https://archivo.librepensamiento.org/2010/06/21/un-mundo-finito-reflexion-prevision-y-proporcion/ https://archivo.librepensamiento.org/2010/06/21/un-mundo-finito-reflexion-prevision-y-proporcion/#respond Mon, 21 Jun 2010 14:02:31 +0000 http://www.cgt-lkn.org/bizkaia/pbas/?p=2489 Thulio Moreno

Frente a la mano invisible, la voluntad racional; frente a la racionalidad empobrecida de la ciencia económica autonomizada, el control y la supeditación a objetivos humanos de justicia, equidad y sostenibilidad. El desarrollo científico técnico nos pertenece, sin que en ningún caso nosotros pertenezcamos a él. Reconocimiento del límite, búsqueda de equilibrio y establecimiento de prioridades son las razones que debemos hacer prevalecer frente a la mano invisible convertida en voluntad ciega.

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Thulio Moreno

Frente a la mano invisible, la voluntad racional; frente a la racionalidad empobrecida de la ciencia económica autonomizada, el control y la supeditación a objetivos humanos de justicia, equidad y sostenibilidad. El desarrollo científico técnico nos pertenece, sin que en ningún caso nosotros pertenezcamos a él. Reconocimiento del límite, búsqueda de equilibrio y establecimiento de prioridades son las razones que debemos hacer prevalecer frente a la mano invisible convertida en voluntad ciega.

Tras la inevitable gravedad que impone niveles -sólido líquido y gaseoso-, la concordancia de onda del tiempo, y la existencia de energía y materia para la evolución vital, hay que conjugar esos factores, que permitan evitar la ruina general. Hay que volver a los orígenes de la realidad para conservar y proteger la naturaleza. Por suerte para el planeta, el hombre apareció mucho más tarde que las bacterias plantas y animales, de haber sucedido al contrario, no habríamos dado opción a su existencia y en pocos años no quedaría rastro de su presencia. No podemos ser los sepultureros del tercer planeta de este sistema.

El descubrimiento, de Juan Sebastián Elcano, de la redondez del planeta debió suponer el límite al consumo. Mientras caminamos en busca del Sol y no vimos dónde nacía o se ocultaba, pudimos creer que todo era inacabable. Ahora lo vemos incluso desde fuera, sabemos que es pequeño, frágil, débil y finito. Y lo peor, nada ni nadie puede corregir aportando o incrementando nada, ni más aire, ni más agua, ni más espacio, ni más tiempo, ni más diversidad, ni mejor equilibrio ecológico.

Como seres materiales necesitamos de elementos externos para vivir, hay que reflexionar qué elementos son indispensables, qué esfuerzo hay que aplicar para ello y la balanza nos da la conveniencia de su uso. Si el empleo de la materia supone romper el equilibrio, hay que hallar otras fórmulas de utilidad. Necesitamos energía, pero si la exigencia supera la armonía, hay que reflexionar y encontrar otros medios de conformidad. Necesitamos espacio, pero si conduce a la confinación de otros, hay que reflexionar y hallar otra opción.

La meditación debe encontrar el irreductible respeto al entorno, a los animales, a las plantas, a los microorganismos, a los elementos básicos –agua, aire, tierra-, … Y la debemos fiar al estudio, el ensayo y la armonía de cuantos principios entren a formar parte del análisis. Finalmente la proporción debe respetar, que el objetivo no atente a ese equilibrio general y mantenga el Sistema en su justa equidad.

Cuantas demasías o agresiones se observen, deben ser de inmediato corregidas y su utilidad suspendida. Nada permite romper la alianza entre todos los factores. Esta premisa es “conditio sine qua non” para todo paso de la Humanidad; siempre, en todo caso y situación. Y esto en cuanto al Sindicalismo, ¿cómo se traduce?

Asunción del fin

La actividad es limitada, pues no es tratable y transformable toda la materia (inelasticidad). Por ello, el empleo es limitado y no cabe ocupar a la par a toda la población en edad de trabajar. En consecuencia, hay que administrar los factores de distribución del provecho general, hasta conseguir un reparto equitativo al valor de justicia.
Este valor lo determina el análisis individual y colectivo de cada persona o familia. Pero no en su ubicación física social o cultural, sino en categoría global.

¿Qué es un reparto equitativo? Es el que consigue, que nadie esté excluido ni discriminado en su existencia. El grado de satisfacción del derecho universal debe contemplar la viabilidad de cada especie viviente. Es decir, en primer lugar el Sindicato debe ser la “mano visible” –frente a Adam Smith- , que armonice la existencia con la transformación y en segundo lugar debe rectificar la curva de Lorenz y conseguir la recta de equidad.

La elaboración de un proyecto debe partir de la constatación de lo existente (no la materia prima, sino la proporción equilibrio y respeto de los factores que se tomarán), procurando la mínima alteración y afectación, sean factores tangibles o intangibles. Y separando bienes esenciales de los no esenciales.

Si el módulo de valor es el ser humano, se calculará con la aproximación posible, la necesidad de recursos para colmar su bienestar y salud. Satisfecha inexcusablemente esa medida, se respetará a la par la condición animal, la vegetal y la ecológica. Obviamente, no hay excedentes o sobras naturales para la obtención de plusvalías ni beneficios.
Esta idea es tan chocante, que estoy por cuestionarla, pero es ética, por lo que debo considerarla. La plusvalía es un débito a una de las partes en el proceso.

La producción y manufactura de bienes nunca debe superar la necesidad básica, simplemente cubrirla. El universo del que se obtienen frutos es el mismo al que se destina la elaboración, por lo que el resultado es neutral y equilibrado. Nunca podemos exigir, que dicha resultante se desequilibre o tenga excepción. Hoy hay tal carencia de elementos básicos en tanta población, que sólo dicha cobertura tiene demanda para decenas de años y tal vez siglos.

Recordemos, que la presencia del hombre en el planeta ha supuesto una acomodación del resto de la existencia y su subordinación a nuestro interés. Este aspecto de la actividad hay que matizarlo mediante la información y la proyección externa: no está lo existente a nuestro servicio, sino en satisfacción recíproca. La inteligencia humana es el factor que preserva ecológicamente la biosfera. Hay que enfocar de modo distinto el sentido religioso de la existencia humana: no somos el agente supremo de la creación; en primer lugar porque no hubo creación, en segundo lugar porque somos un ejemplar de la evolución y síntesis de todo, y en tercer lugar porque la soberbia nubla la razón.

Pasos en equilibrio.

Los análisis serán los que determinen en cada suceso la necesidad o carencia a cubrir: alimentación, formación, vivienda, vestido, deporte, ocio, trabajo, sanidad, pensiones, seguridad, comunicación, transporte, dependencias, energía, forestación, biodiversidad y fertilidad, cultivos, clima, contaminación, cultura, investigación, agua, tierra, aire, justicia, equidad, seguridad …

Fijados los elementos que satisfacen los requisitos de lealtad y honradez común, el siguiente paso es evaluar los medios y recursos disponibles, sin que mermen su viabilidad, y proyectarlos al objetivo que se pretende. La resultante debe ser cero o próxima a cero, válida para futuros objetivos.

El cómo se consigue que quienes no tienen ahora con qué adquirir ese mínimo vital, puedan disponer de ello, es función de la Sociedad. No es admisible, que se publiquen datos de pobreza y no se remedie ésta; no es admisible, que exista el analfabetismo y se disculpe; no es admisible, que existan enfermos sin atención o sin vacunar; no es admisible, que haya ancianos o infancia sin atención; no es admisible, que haya abusos delitos o crímenes sin vigilancia; no es admisible, que haya marginación o discriminación social; todo esto y mucho más es acción interventora de la “Mano Visible”. Es un compromiso de quien conoce de dónde se viene y a dónde se pretende llegar.

Una Organización preocupada por la visión global de los colectivos menos afortunados, debe averiguar qué hay, qué se puede y qué se debe hacer. Tal vez esa Organización supere el ámbito actual de un sindicato, pero la responsabilidad de las personas más concienciadas impide eludir la abnegación en ese trabajo.

No hay minerales para cuanto podemos imaginar: edificios, puentes, vehículos, aeronaves, herramientas… Ni energía para tanta acción: viajes, iluminación, calefacción- refrigeración, maquinarias, transporte,… Ni tarea para tanta población, ni seguridad frente a tanto error o falsedad, ni futuro frente a tanto despilfarro, ni animales o plantas para tanto derroche alimentario, etc. La anticipación de Malthus de bienes esenciales y no esenciales es una fórmula inicial válida para priorizar la manufactura de bienes y productos. La urgencia de inundar el mercado con productos no esenciales debe ser cuestionada, hasta que se cubra la demanda de los esenciales. Y de nuevo, respetando la viabilidad del sistema.

En los vasos comunicantes la presión de alguno de los integrantes tiende a descompensar la ecuanimidad y el orden. Ahora la presión sobre el resto de vasos -factores de vida- en el mundo, que impone el ser humano, desborda y supera con creces su capacidad de reacción y corrección.

No es ya sólo la desertización de tierras, el agotamiento de caladeros, la extinción de plantas y animales, la contaminación del aire, el agua y tierra, la perversión de usos, la explotación de personas, abusos de poder, prostitución de las normas, sacrificios inútiles, explotación y destrucción de espacios y, sobre todo, la estupidez humana de confundir valor y precio.

No es cierto que haya tierras marginales, existe quien las puede trabajar y vivir con ella. No es cierto que haya actividades inexploradas, existe quien las realiza y vive con ellas. No es cierto que haya frutos obsoletos, hay quien puede vivir con ellos.

Para conseguir algunos fines, no es necesario inventar, ni derrochar energía, el búcaro siempre da agua fresca, sin usar artilugios ni cara energía. O da la hora como en la R. Dominicana, sin coronas o pilas. La simplicidad es más perfecta que la complejidad y permite un acceso general fácil y sencillo a ciertas comodidades. Hemos de recuperar procesos ancestrales, que respetaban el entorno. Hay que interiorizar, que el sistema es, y nosotros estamos en él.

Debemos realzar la cualidad de las fuerzas trascendentes de todo ser vivo. Hemos corrompido la máxima citius altius fortius.
Lo que era superación personal lo hemos traspasado a todo y exigimos más a lo que no puede darlo. Instamos competitividad a lo que no es consciente. Inmolamos animales y plantas en aras del beneficio; la ingeniería genética no debe conducir a la adecuación humana de la Naturaleza. Nada de la “creación” fue puesto a nuestro servicio. Nada del planeta es accesorio, sino principal en sí mismo.

Derecho frente a Aprovechamiento

Fijadas las condiciones de nuestro entorno, hay que normativizar su continuidad en su esencia. La “mano visible” debe establecer unos mínimos irrenunciables ante el beneficio de lo que nos rodea, elaborar un código natural de convivencia con el sistema. Sancionar conductas lesivas, reprimir plusvalías, remediar excesos, cohonestar intereses, hacer ecología vital. Los delitos no pueden quedar en dos años de prisión para más de 20.000 muertes en Bhopal, India, por isocianato de metilo. O la desaparición del atún rojo, la ballena, el búfalo o el lobo, o las masacres de delfines en Tokio o Dinamarca. O la aparición de cultivos transgénicos con la desaparición de especies naturales, los monocultivos, los herbicidas, los pesticidas o plaguicidas, abonos químicos, anabolizantes, vertidos a ríos y mares, alteración de sustratos, roturaciones y desmontes, explotación de acuíferos, quema de selvas, etc.

Una transformación, como la necesaria para estabilizar la supervivencia del sistema, debe ser amplia, concreta y flexible, contener los principios y objetivos junto a los recursos en acción. Tal vez no sea resultado de una generación, pero debe ser prioritaria e inmediata. Está en crisis la naturaleza. Una Organización que mira a siglos futuros no puede constreñirse al salario, las vacaciones o las pensiones, debe anticiparse al colapso colectivo.

El ejemplo y primer paso lo debe dar quien aproveche moralmente su acción. Tener múltiplos de bienes es fatal, si alguien carece de lo esencial. Nadie debe tener basura, que alimente a semejantes. Nunca se debe despilfarrar con la necesidad de los demás. Mi libertad como persona, no es libertad si alguien depende de mis sobras. Cuanto existe es para todos; como decía, la resultante de principios y objetivos es siempre estable y compensada.

La tasa Tobin es una idea buena, pero de principio admite el beneficio y en consecuencia la explotación.
Limita la explotación, imponiendo arbitrios o aranceles a la especulación financiera, pero no denuncia su ilegitimidad ante la muerte la desolación la ruina de millones de personas. Dirige su tasa a remediar el aislamiento y exclusión social de enormes territorios, pero no revela ni censura los débitos sociales, o generales del Sistema.

La Acción

El comienzo de esta transformación ha de partir de una situación negativa, por la costumbre de disponer de lo que nos rodea como accesorio a la especie humana. Hay que rechazar el uso del tiempo concedido por las leyes que esquilman, rechazar los medios y herramientas falsas, renunciar a privilegios corruptos, denunciar ideas injustas, combatir conductas funestas, fomentar el apoyo mutuo y el reparto.

Hay que buscar el sentido ideal y prístino de los conceptos o códigos que usemos para comunicarnos, una comunicación sustentada en la falsedad de acepciones e incluso en la confusión, es un enorme error. V.B. Las ONG que viven de subvenciones estatales no pueden ser ONG, las organizaciones que subsisten de repartos y estímulos gubernamentales no son independientes, los sindicatos que se aprovechan de franquicias y ventajas son inútiles frente al abuso de poder. Si queremos enseñar el camino al cambio, no debe ser sobre la senda anterior, sino con nueva senda. El ejemplo de la transformación no se hace con la continuidad de lo existente, sino con introducción de nuevos acervos y objetivos. Hay que predicar la claridad, la limpieza, la honestidad, la responsabilidad, el compromiso.

Eso es positivo. Hay que recuperar la militancia, el apoyo a un proyecto. Antes hay que definir el proyecto y explicarlo y divulgarlo y conquistar activistas. Y antes hay que describir los principios y priorizar su ejercicio y ordenar sus valores.

Y antes hay que fijar los requisitos inalienables del Sistema y el respeto a su viabilidad, estudiando la situación actual, sus fallos y méritos, sus aciertos y valores, y sus responsabilidades y culpas. Superando la humanización y esclavitud de la Naturaleza.
El reparto del trabajo y la liberación de la persona con la autonomía suficiente para ser independiente en su vida, el reparto de los medios esenciales para su emancipación y el respeto a su libertad debe hacerse con la vista en el círculo, que cada cual necesita a su alrededor, su espacio vital. Y ese espacio vital lleva consigo un ramillete de obligaciones y prudencias. La supuesta sabiduría humana debe aliviar, mejorar y restablecer la condición preexistente, sobre la que trata y actúa.

Las constantes acusaciones contra la economía sumergida, o circulación de dinero B, o lucros por tráfico de armas, drogas o sexo, o por explotación de mano de obra, caen en saco roto cuando millones de trabajadores no tienen derechos ninguno, realizando dumping a quienes sí lo tienen. O productores que manipulan indignamente las plantas, los animales y la información de actividad, para sacrificar todo en función de su abuso.

Para ello hay que valorar las acciones que se realizan, calcular su contenido de energía, su perdurabilidad o anulación, su transferencia de efectos, su necesidad (bienes esenciales o no esenciales de Thomas Malthus), las carencias geográficas, los débitos previos, los generadores de estabilidad, la información y comunicación, los recursos y herramientas oportunas para la acción, etc. Esta descripción corresponde a la “mano visible” en que debe convertirse la Organización con voluntad y visión de transformar la realidad bastarda que vivimos.

Resumen:

Elaboración del proyecto: códigos inequívocos de conceptos, mensaje coherente, despeje de dudas

Descripción del Sistema: viabilidad, previsión futura, umbrales de acción y de alarma, menesteres

Derechos inalienables: existencia-supervivencia, seguridad, dignidad, libertad, salud, reproducción

Visualización de débitos: suspensión de la agresión, plazos de corrección, prioridad y urgencias

Realización: información, militancia, colaboraciones, participación, proactividad, responsabilidad

Producción-servicio: acta de respetos, publicar delitos y premiar éxitos, clasificación organizaciones

Laboral: esmero en el trabajo, evidencia de la cadena material animal o vegetal,

Supervisión de resultados: divulgación, concienciación, estímulos, sanciones, investigación, mejoras

Nada de lo descrito es imposible. Depende de la proyección, visión y autoridad con que se muestre la gravedad de la situación y de la lealtad a la verdad, que en este caso no admite demora. Lejos de elaborar un programa cerrado, pretende ser un material de reflexión a corregir y enriquecer, como siempre colectivamente. Si la reflexión es errónea, habrá que desecharla, pero, si es certera, es de suficiente calado para convertirse en vertebradora de nuestra actuación y en torno a ella debiéramos proyectar nuestras capacidades.

Obviamente, este ensayo lo veo tan denso, que parece hermético, necesito del doble de folios para explicarlo, pero dada la limitación de espacio impuesta para un artículo divulgativo, no me es posible. Si alguien se pierde en las frases cortas y misteriosas –por escasez de información y detalles-, no tiene más que llamarme. Pero el reto que se me planteó es tan ambicioso, que supone un cambio total. Me enorgullece participar en un objetivo tan universal cabal y solidario.

]]> https://archivo.librepensamiento.org/2010/06/21/un-mundo-finito-reflexion-prevision-y-proporcion/feed/ 0 Reseña de "Luces en el Laberinto" de Jose Manuel Naredo https://archivo.librepensamiento.org/2010/01/21/resena-de-luces-en-el-laberinto-de-jose-manuel-naredo/ https://archivo.librepensamiento.org/2010/01/21/resena-de-luces-en-el-laberinto-de-jose-manuel-naredo/#respond Thu, 21 Jan 2010 12:53:39 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3544 El libro “Luces en el laberinto”, de José Manuel Naredo (2009), tiene dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas constituye una autobiografía de su trayectoria profesional, en la cual el autor muestra sus aportaciones principales, que ofrecen una coherencia y lucidez poco frecuentes en el panorama de la reflexión socioeconómica en nuestro país. La segunda parte del libro es una conversación pública acerca de la crisis y sus alternativas, mantenida con Oscar Carpintero y Jorge Reichmann, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid los días 12 y 13 de febrero de 2009.

Consciente de la limitada formación de los estudios de economía, Naredo trató de suplir dichas carencias con el apoyo de otras lecturas que le ayudaron a comprender las perspectivas tan diferentes que ofrecen la termodinámica y la economía sobre el proceso económico. Se comenzaba a gestar así una de las principales obras de Naredo, “La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico”, publicada en 1987, en la que trabajó el autor más de diez años, sin ningún apoyo institucional.
Esta obra, que es -en mi opinión- una de las principales aportaciones españolas a la reflexión sobre el pensamiento económico contemporáneo, debería ser texto obligatorio de lectura en las Facultades de Economía, a fin de mostrar las notables limitaciones de los enfoques y conceptos básicos de esta disciplina, fuertemente influenciada por una ideología predominante que mitifica el concepto de la producción y el crecimiento económico, excluyendo los aspectos patrimoniales relacionados con el medio ambiente físico, así como los aspectos sociales y políticos, simplificando de ese modo la realidad, la cual es reducida a un “cuadro macroeconómico” utilizado como “hoja de ruta” por un análisis a todas luces insuficiente.
En efecto, los procesos de producción encierran dentro de sí actividades totalmente insostenibles, o simplemente destructoras del medio físico, así como otras actividades que lejos de producir algo, se ocupan de aplicaciones meramente especulativas, a través de la revalorización de suelo, plusvalías inmobiliarias o bursátiles, entre otras, consistentes en adquisición de riqueza que es sobrevaluada artificialmente en busca de mayores ganancias financieras. La confusión entre capital productivo y capital financiero oculta así el contenido del crecimiento económico, el cual se presenta, sin embargo, como el indicador más relevante del anhelado “desarrollo”.
El estudio del sistema económico se lleva a cabo, pues, sin incluirlo en el sistema ecológico del cual forma parte, lo cual obliga a superar el enfoque tradicional de la Economía hacia un planteamiento abierto y transdisciplinar. Aprovechando su formación como estadístico, así como su experiencia en el análisis de la coyuntura económica y los Sistemas de Cuentas Nacionales, Naredo orientó también su capacidad de investigación hacia la cuantificación de los aspectos patrimoniales de la economía, ignorados por el enfoque macroeconómico predominante, el cual se centra de forma casi exclusiva en las variables flujo asociadas a los agregados de producto, renta y gasto nacional.
La reflexión de Naredo se extiende también hacia el territorio y urbanismo, dada la asociación de los mecanismos económicos que rigen la actividad de la construcción (y destrucción) de las ciudades. La implantación de un modelo constructivo universal como dominante, conlleva impresionantes requerimientos de energía, materiales y terrenos, a un ritmo muy superior al crecimiento de la población, lo cual obliga a un replanteamiento del marco institucional existente, a fin de reconducir el panorama constructivo, urbano y territorial bajo una lógica de sostenibilidad ambiental.
La inclusión del territorio como variable de análisis (superando la referencia abstracta al mismo a la que aluden los diferentes agregados de la macroeconomía), lleva también al autor a subrayar la necesidad de una gestión diferenciada de los recursos naturales, dada la diversidad y fragilidad de las distintas situaciones territoriales.
Una mención especial merecen las reflexiones socio políticas del autor, dentro de las cuales cabe destacar las realizadas en la revista antifranquista Cuadernos de Ruedo Ibérico, entre 1975 y 1979 principalmente. La relectura actual del texto escrito por Naredo (bajo el pseudónimo de Aulo Casamayor) en 1976, titulado “Por una oposición que se oponga” creo que ayuda a conocer mejor la transición política en España tal como ocurrió, abandonando una versión “oficial” de la misma que incluso se ha tratado de “exportar” fuera de nuestro país como modélica.
Estas reflexiones enlazan con el análisis que Naredo hace sobre la naturaleza del capitalismo actual y las crisis más recientes relacionadas con las burbujas inmobiliarias, dada la relevancia que en la economía española posee la fuerte especialización en la actividad de la construcción y negocio inmobiliario, un tema que se trata en profundidad en la segunda parte del libro, que constituye una lúcida reflexión sobre la crisis actual en nuestro país, más allá de las superficiales interpretaciones al uso.
La evolución de la economía española de la transición ilustra bien, tal como señala Naredo, la presencia predominante de un “monocultivo” inmobiliario, con sus componentes financieros especulativos propios de una cultura del “pelotazo” urbanístico que se arrastra desde el franquismo y que desde el marco institucional se ha venido alentando. En efecto, detrás del “España va bien” de José María Aznar y la referencia de Rodríguez Zapatero a la fortaleza de nuestra economía, se encuentra una complacencia ignorante del funcionamiento real del proceso económico, actitud compartida por el círculo de asesores de ambos presidentes.
El auge de la economía española estos años atrás no ha sido fruto de nuestra capacidad de ahorro, ni de la existencia de inversiones de carácter productivo, sino de la capacidad de atracción de capitales del resto del mundo, compensando de ese modo, conjuntamente con el turismo, el importante déficit en el comercio de mercancías y servicios.
De este modo, la falta de inversión productiva acumulada en estos años, debido al desvío de capitales hacia aplicaciones especulativas, unido a las pérdidas como consecuencia del colapso financiero actual, dan como resultado una situación especialmente negativa para la economía real o productiva, ante lo cual la esperanza de una “recuperación del crecimiento económico” muestra lo errado del análisis cuando de lo que se trata precisamente es de cambiar el tipo de crecimiento desde un capitalismo especulativo hacia formas de crecimiento basadas en la incorporación de innovaciones productivas de carácter sostenible, lo que exige innovaciones tecnológicas, sociales, institucionales y gerenciales en los diferentes ámbitos territoriales de nuestro estado autonómico, tanto al nivel regional como local.
No es más del anterior tipo de crecimiento económico lo que se precisa, sino otro tipo de crecimiento mejor, con menos derroche y especulación, capaz de atender a las necesidades reales de la gente. “Mejor con menos” es el eslogan que Naredo prefiere, frente al divulgado por Latouche sobre la necesidad de un “decrecimiento” económico, que cree que puede ser malentendido, aunque ambos se refieren al mismo tema de fondo.
Al plantearse cuales son las alternativas ante la situación actual, nuestro autor cree necesaria una refundación de la democracia con ejercicio pleno de una ciudadanía bien informada, capaz de asegurar una participación real con consenso amplio y transparente. Los movimientos ciudadanos, vecinales, ecologistas, etc., que presionan hacia esta alternativa deben dotarse de instrumentos de mediación política hoy por hoy inexistentes o claramente insuficientes, ya que el funcionamiento basado en los partidos políticos monopoliza dicha intermediación, al haberles otorgado la actual Constitución todo el poder, en detrimento de otros cuerpos sociales intermedios que podrían mantener vivas relaciones y participaciones sociales no serviles, ajenas a la búsqueda de poder y dinero.
Las medidas internacionales que se vienen implementando, como señala rotundamente Naredo, no pretenden cambiar, sino reanimar, el capitalismo financiero imperante. No cabe esperar grandes cambios cuando se encomienda la regulación y supervisión del sistema a las mismas entidades que han consentido e incluso alimentado el descontrol que desembocó en la crisis actual, esto es, el Fondo Monetario Internacional y el Fondo de Estabilidad Financiera. La creación de un nuevo sistema monetario internacional tendría que surgir de un foro mucho más amplio e integrador
y no de un foro que excluye la presencia de los desfavorecidos.
Estamos, pues, ante un texto importante, cuya lectura recomiendo vivamente si es que se desea conocer mejor la realidad en la que vivimos.

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https://archivo.librepensamiento.org/2010/01/21/resena-de-luces-en-el-laberinto-de-jose-manuel-naredo/feed/ 0
El trauma del decrecimiento https://archivo.librepensamiento.org/2010/01/21/el-trauma-del-decrecimiento/ https://archivo.librepensamiento.org/2010/01/21/el-trauma-del-decrecimiento/#respond Thu, 21 Jan 2010 12:07:49 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3530 Miquel Amorós

“Con frecuencia, nos dejamos dominar por una impresión,

hasta que nos liberamos al reflexionar, y esta meditación,

rápida y mudable en su agilidad, penetra en el íntimo misterio

de lo desconocido.” (Kirkegaard, Diario de un Seductor)

 

La sinrazón gobierna el mundo. Los individuos se relacionan a través de cosas que les imponen sus reglas desde fuera: mercancías, dinero, tecnología… En la sociedad a la que pertenecen su trabajo sirve para producir beneficios crecientes a particulares, no para satisfacer necesidades reales colectivas, por lo que aparece dominada por un tipo concreto de actividad económica: una economía de mercado cuya metástasis agota los recursos naturales, aumenta las desigualdades sociales y destruye el planeta. La separación entre el mundo tal como va y tal como debería ir es completa y el  futuro prometido no merece más que desprecio. El reino de la razón apunta hacia atrás, a una edad de oro; así las formas anteriores de sociedad y Estado salen del desván como soluciones menos injustas e irracionales y se ponen de moda. Unos proponen la vuelta a estadios anteriores a la civilización urbana (primitivistas); otros, al Estado-nación y a las condiciones capitalistas de la posguerra (ciudadanistas); finalmente, otros, mediante la agricultura biológica, el “comercio justo” y la “banca ética”, quieren regresar a la fase inicial del capitalismo, la de la separación del valor de uso y el valor de cambio, del trabajo concreto y el trabajo abstracto (neorrurales).

 Una sociedad de clases pulverizadas que existe como objeto del capital

 La etapa desarrollista o fordista del capitalismo produjo fenómenos de desclasamiento entre los trabajadores que se acentuaron con la reestructuración productiva que la concluyó; la mundialización hizo lo propio con las clases medias, tras precipitarlas en el abismo del crédito. El relevo generacional del proletariado y la mesocracia se horroriza ante la amenaza de exclusión, el destino de formar parte de la masa que la economía no necesita debido a la alta productividad y a la explotación intensiva de los obreros de los países “emergentes”. No obstante, la voluntad de reorganizar la sociedad según normas diferentes, el deseo de un cambio en la manera de aprender, producir y consumir que hoy se manifiesta esporádicamente en los llamados “movimientos sociales”, no lleva la impronta de la acción proletaria. La clase obrera ha perdido la memoria, y con ello, sus maneras y su ser. La iniciativa pertenece a los pequeños burgueses desclasados, a los estudiantes, empleados, funcionarios, y, en general, a los grupos sociales en el filo de la proletarización, los perdedores de la mundialización. El oscurecimiento del antagonismo de clase producto de la derrota obrera, sumado a la evidencia de la crisis ecológica, permite que se presenten como representantes de intereses generales, fabricándose para la ocasión un pensamiento recuperado de fragmentos críticos anteriores frutos de luchas reales. Confeccionan una ideología, una salsa de ideas completamente desligada tanto de su origen como de la acción, que refleja las ambigüedades de la idiosincrasia perdedora, sentada entre dos sillas, y que viene caracterizada por la negación del conflicto clasista, el rechazo de las vías revolucionarias, la confianza en las instituciones y la indiferencia ante la historia, detalles estos que confieren a la protesta un nuevo estilo en las antípodas de la pasada lucha de clases. En efecto, para los perdedores el capitalismo no es un sistema donde los individuos se relacionan a través de cosas y sobreviven sometidos al trabajo y esclavizados por el consumo y las deudas, algo que nació en un momento dado y puede desaparecer en otro; tal sistema no se desprende de una determinada relación social derivada de la propiedad privada de los medios de producción, sino que es “una creación de la mente”, un estado mental cuyo “imaginario” hay que descolonizar con ejercicios espirituales. Hay pues que alejarse de situaciones traumáticas, olvidarse de tomar bastillas y asaltar palacios de invierno, y sumergirse en ambientes “relacionales” donde dominen condiciones psicológicas apacibles y familiares, que alguien ha llegado a calificar de “femeninas”. En el polo opuesto a Mayo del 68, uno no tiene más ganas de hacer el amor cuando más se enfrenta con la policía, ni encuentra la playa debajo de los adoquines. La barricada no abre el camino. Eso seguramente es cosa de machotes, un modo de hacer demasiado “masculino”. El método “convivial” no busca combatir porque no reconoce enemigos; se basa en trastocar la actitud de las personas –desde luego, no hechas de historia, sólo rellenas de “imaginario”– no con el trabajo de la negación, sino con  el buen rollo evangelizador.

 La crisis principal es crisis de la conciencia de clase

 De acuerdo con el idealismo mesocrático el mundo es irracional e injusto porque no ha sido gobernado de forma adecuada, al no proporcionársele a la humanidad una verdad definitiva, o no desvelársele una “ley natural” como por ejemplo la del decrecimiento, fácilmente condensada en las ocho “erres” de Latouche. El antagonismo violento entre clases aparece apaciguado y semidisuelto en múltiples oposiciones menores: consumismo y frugalidad, despilfarro y ecoeficiencia, mundial y local, desperdicio y reciclaje, alimentación industrial y autoproducción, coche privado y bicicleta, crecimiento y decrecimiento, ying y yang. La ruta de una parte a la otra ha de ser recorrida con simplicidad y sin traumas; el nuevo orden será implantado lejos de las masas, paulatinamente y desde fuera, mediante la pedagogía y el ejemplo, gracias a experiencias marginales austeras y reformas fiscales. El decrecimiento es para sus seguidores la verdad “más verdadera”, por lo que será suficiente aplicarla en pequeñas dosis y “articularla políticamente” para que su virtud conquiste el mundo. Como verdad absoluta no está sujeta al espacio ni al tiempo, no es vista como un producto histórico gestado en etapas anteriores de la crisis capitalista, responsable de una evolución determinada de las clases sociales y de sus conflictos. Sin embargo la memoria nos aclara el sentido de la aventura decrecentista en busca del reino idealizado de la clase media decadente. Para empezar, el decrecentismo no aporta nada nuevo. En sí es una mezcla de bioeconomía, indigenismo y ciudadanismo. De la primera extrae su principio económico; del segundo, su principio social, la “convivencialidad”; del tercero, su principio político. Por supuesto, el decrecimiento es una “propuesta abierta a una gran diversidad de experiencias y corrientes”; no son lo mismo Enric Duran y los anarcosindicalistas, que Attac, los posestalinistas o la cohorte oenegera. Pero precisamente debido al hecho de no desprenderse de una praxis social concreta sino y haber nacido en una mesa de expertos y profesores –cosa que reafirmaría más todavía su naturaleza ideológica– el remedio del decrecimiento sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Los más avispados se inspiran en la autoorganización de barriadas marginales de conurbaciones tercermundistas como La Paz, Oaxaca o Niamey, pero hay quien señala a Cuba como ejemplo de lo que significa mantenerse “dentro de los parámetros de sostenibilidad”. Con ese modelo no es de extrañar que al proyecto decrecentista se apunte “el mundo de los partidos comunistas”, mundo parásito por excelencia, subrayando así uno de los aspectos más sospechosos, acontecimiento del que se felicitan Carlos Taibo y Fernández Buey. En una atmósfera convivencial, cuanto más seamos, más reiremos: el decrecimiento es igual de compatible con el marxismo ecléctico y positivista de los universitarios que con la teología de la liberación o el municipalismo libertario. Cualquiera puede interpretarlo a su conveniencia, poner el acento en unas ideas y desechar otras, darle un toque particular o pasarlo por el cedazo, sin que por ello quede oculto su función reaccionaria en tanto que falsa conciencia de la realidad de unas clases en migajas.

 No way out

 Todos los partidarios del decrecimiento hablan de salirse de la economía, aunque la forma de dar el paso no pase por una revolución, ni tan sólo por una hecatombe económica. Sin que pase por una salida. La destrucción del capitalismo no es la condición previa del cambio. Éste ha de ser “civilizado”, pasando por la puerta, no rompiéndola, con el inapreciable auxilio de la informática e internet, herramientas “conviviales” que “atacan el reino de la mercancía” (Gorz) y nos ayudan a crear “espacios autónomos convivenciales y ahorrativos” repletos de “bienes relacionales”, gracias a cuyo atractivo quedará nuestro imaginario descolonizado. No se trata pues de sustituir un sistema por otro, y menos con violencia, sino de crear un sistema bonito dentro de otro malo, que conviva con él. Cuando los decrecentistas hablan de salir del capitalismo, la mayoría de las veces se refieren a salir del “imaginario capitalista”. A un cambio de mentalidad, no de sistema. Es más, piensan que este otro cambio, que comportaría la destrucción de la democracia burguesa, la socialización de la producción, la eliminación del mercado, la abolición del salario y la desaparición del dinero, engendraría “el caos”, algo “insostenible” que además tendría el defecto de no terminar con el “imaginario dominante.” Estamos muy lejos de caminar hacia lo que en otra época se llamó socialismo o comunismo. Lo que se pretende es más sencillo: poner a dieta al capitalismo.  No cabe la menor duda de que sus dirigentes, estimulados por el éxito de una “economía solidaria” a la que el Estado ha transferido suficientes medios, y, forzados por el agotamiento de los recursos y la escasez de energía barata, se van a convencer de la necesidad de entrar “en una transición socio-ecológica hacia menores niveles de uso de materias primas y energía” (Martínez Alier). Los millones de parados que engendraría dicha transición habrían de coger el ordenador y marchar al campo, recipiente de un sinfín de “nuevas actividades”, medida que fluiría de un “ambicioso programa de redistribución” incluyendo una “renta de ciudadanía” (Taibo), al alcance solamente de las instituciones estatales. En tanto que tentativa de salirse del capitalismo sin abolirlo, al pasar a la acción y entrar en el terreno de los hechos, los decrecentistas confluyen con el viejo y abandonado proyecto socialdemócrata de abolir el capitalismo sin salir nunca de él. Si acabar con el capitalismo de forma abrupta es una forma de “decrecimiento traumático” que va contra el “decrecimiento sostenible” (Cheynet), qué decir tendría acabar con la política. Aunque no haya más política que la que sigue los designios de la economía, y, por lo tanto, del crecimiento, no se concibe otra manera de “implementar” las medidas necesarias de cara a una “transición igualitaria hacia la sostenibilidad” que la de “recuperar protagonismo como comunidades políticas” (Mosangini), por ejemplo, mediante “una propuesta programática ante las elecciones” (Jaime Pastor). Así pues, los decrecentistas podrán cuestionar el sistema económico que han renunciado a destruir, pero nunca cuestionarán sus subproductos políticos, los partidos, el parlamentarismo y el Estado, instrumentos conviviales y espirituales donde los haya. Aunque en casa la boca se les llene con lo de “recobrar espacios de autogestión”, de puertas afuera claman por el engendro de la “democracia participativa”, es decir, por la vigilancia y asesoría de las instituciones y constructoras en materia de urbanización e infraestructuras, al objeto de conjurar las protestas radicales en defensa del territorio.

 El Estado es el aparato mediador entre el capital en su conjunto y los capitales particulares

 Del ciudadanismo, la ideología del decrecimiento conserva intactos el pánico a los conflictos, el amor a las nuevas tecnologías y la adhesión al Estado “democrático”. Los ciudadanistas han circulado antes por la carretera estatista en sus demandas de tasación y regulación financiera. En los países llamados democráticos porque ocultan su totalitarismo, un pretendido sujeto emerge de las ruinas del proletariado: la “ciudadanía”. Éste es el disfraz con que la lumpenburguesía se sirve para presentar la cuestión social no como respuesta a las prácticas de una clase dominante propietaria del mundo, sino como un problema de impuestos y de derechos civiles, efectivamente bloqueados o recortados por leyes de excepción necesarias para el funcionamiento de la economía, que es de manera progresiva una economía de guerra. La acción ciudadana no consistirá en suprimir las diferencias de clase, igualar la remuneración de los funcionarios, impugnar la existencia de las jerarquías y menos aún en reivindicar una expropiación generalizada; consistirá sencillamente en “repolitizar la esfera pública y recordar a los consumidores que son por encima de todo ciudadanos” (Jorge Reichman). Afirmar rotundamente que otro capitalismo es posible, reclamando al Estado como buenos votantes nuevas leyes que garanticen los derechos conculcados y una nueva fiscalidad que repare los daños provocados en la sociedad y el medio ambiente. Para los ciudadanistas, ni la política ni el Estado tienen carácter de clase y forman parte del mecanismo de explotación, sino que son espacios neutros susceptibles de ponerse al servicio de intereses comunes con tal que sean controlados por observatorios y comisiones de seguimiento. Ante esa convicción inamovible, el alboroto y la algarada que acompañan a las movilizaciones no resultan argumentos “que pesen en el debate” y han de condenarse en favor de las manifestaciones pacíficas y festivas, del diálogo con los poderes y de las elecciones.

A pesar de las diferencias, no existe una contradicción mayor entre la ideología ciudadanista y la del decrecimiento, sino una continuidad lógica. Las dos traducen la mentalidad de las clases medias en dos etapas distintas del capitalismo. El ciudadanismo se correspondía con un periodo expansivo, donde había especulación para todos. Las clases medias ciudadanas no escupen en la mano que les presta dinero; por eso eran optimistas y contrarias a contestar una economía que parecía funcionar; sólo era cuestión de moralizarla con regulaciones y controles institucionales preferentemente en manos de la “izquierda real”. No querían modificar el sistema político, sino renovar los contenidos de los programas; soldar el partido del Estado. Para mejor precisar estos objetivos, se negaron a constituirse en partido, diluyeron su keynesianismo y de estar “contra la globalización” se fueron a “otra globalización”. Mientras tanto, el único decrecimiento que hubo fue el de la conciencia social. Cuando el panorama se volvió negro, el rosario de crisis financieras, bursátiles e inmobiliarias donde desembocó la expansión burbujeante de la economía tuvo consecuencias funestas para la “ciudadanía”, fuertemente endeudada y con el imaginario puesto en una segunda residencia y unas vacaciones en Cancún. Por primera vez en muchos años hubo decrecimiento, pero en forma de recesión económica, no de imaginario liberado. La factura de las crisis no se detuvo en los que pagan siempre sino que llegó hasta el empresariado, al que también se le cerró el crédito. Las bolsas de excluidos y morosos se dispararon. El temor a situaciones como las del “corralito” argentino se hizo palpable. El retorno de un Estado fuerte tapando los agujeros con fondos y creando trabajo se impuso como solución. El discurso del cambio climático sacó fuera del baúl de los horrores a la energía nuclear. El “peak” de la producción petrolífera puso en marcha el negocio de las energías renovables. La misma clase dominante tuvo que reconsiderar la “alternativa” del keynesianismo y la industria verde, única posibilidad de crecimiento inmediato. El capitalismo viraba seriamente hacia el desarrollismo “sostenible”, auxiliado por un ecologismo que no se propuso desafiarle, un ecologismo pues inoperante ecológicamente. Un cambio de paradigma capitalista de tal magnitud, o dicho más exactamente, un estado de excepción ecológico, primer capítulo de una economía de guerra, acarreaba importantes alteraciones en la producción, el consumo y la manera de vivir, cambios que afectaban a las clases perdedoras. Había llegado el momento de salirse de un determinado tipo de capitalismo y permitirse el lujo de declararse anticapitalistas.

 La destrucción y reconstrucción del  planeta forma parte del proceso de valorización capitalista

Ante una clase media arruinada, millones de parados y unas perspectivas económicas realmente belicosas, el proyecto ciudadanista resultaba ridículamente moderado. El capitalismo se adelantaba al fomentar un Estado verde dentro de una economía verde. El catastrofismo ecologista había encontrado padres adoptivos en las instancias dirigentes del más alto nivel, enriqueciendo el lenguaje de Estado. Reaparecieron jerarcas partidarios de poner límites, incluso, a largo plazo, de ir hacia un capitalismo sin crecimiento, tal como recomendaron los expertos del Club de Roma hace casi cuarenta años. Los medios decrecentistas recibieron un aluvión de adherentes con ganas de marcha; de ahí las presiones para abandonar el debate entre expertos (a fin de “ejercer la ciudadanía”) y el individualismo (o el “decrecimiento en una sola aldea”), bien creando un partido político o en su defecto un “movimiento”, bien proponiendo nuevas instituciones y profesiones. Por ahora los nuevos horizontes de la economía y de la política no convergen con “el programa reformista de transición” del decrecimiento, todavía en mantillas, pero sin duda acercan posiciones. Los dirigentes capitalistas son conscientes de que incorporar criterios de sostenibilidad a la gestión económica es la mejor garantía para la supervivencia de las empresas. Los objetivos de un programa patronal como el llamado “Responsabilidad Social Corporativa” son “integrar los aspectos económicos, sociales y medioambientales en la actividad empresarial e incluirlos en su estrategia.” Uno creería estar leyendo Le Monde Diplomatique. Por otro lado las decisiones empiezan a regresar a la esfera del Estado, recobrando éste en parte la facultad de definir los intereses generales, lo que renueva con mayor realismo las esperanzas decrecentistas de un “control democrático de la economía por la política”. Un entendimiento con el orden es posible. Empresarios, políticos y fans del decrecimiento, unos quedándose dentro sin salirse, otros saliéndose fuera sin quedarse, coinciden a grandes rasgos en poner atención al metabolismo de la economía y gravar las pérdidas del ecosistema “sin mermar el bienestar de los empleados.” De acuerdo pues en el refuerzo de los controles, en la necesidad de pagar la “deuda de carbono”, en la difusión de las nuevas tecnologías, en el aumento de la inversión pública, en el reciclado de basuras, en la gestión “democrática” del territorio y, sobre todo, en la aceptación de determinadas restricciones al consumo, que habrá de basarse no ya en la abundancia, sino en el racionamiento (por ejemplo, energético). Desde cualquier ángulo, las soluciones pasan por disciplinar a los individuos en tanto que consumidores, reeducándolos en el ahorro, la austeridad, el reciclaje y el pago de tasas académicas e impuestos mayores. En tanto que automovilistas, financiándoles la compra de coches menos contaminantes, pero obligando a pagar peajes por acceder a los centros de las conurbaciones y trabando al estacionamiento. Y también en tanto que trabajadores, preparándolos para el reparto de trabajo, la reducción salarial, la recolocación en medio rural y el ocio creativo. Finalmente, la necesidad de mantener a sectores enteros de excluidos del mercado laboral revaloriza experiencias marginales como cooperativas, huertos urbanos, desescolarización, entretenimiento comunitario, trueque, movilidad sostenible, etc.; es decir, garantiza la existencia de una economía marginal tolerada e incluso protegida, un “tercer sector” al que se transfiere por las vías fiscal y administrativa un pedacito de los beneficios de la economía “real”.

 Violencia anticapitalista o destrucción de la especie humana

Muchas ideas expuestas en los papeles decrecentistas son interesantes y comprensibles en un contexto de rebeldía, y aún se entienden mejor en las obras de los autores originales de donde fueron recuperadas. No forman un conjunto coherente, puesto que su base social no es coherente. Dada la “diversidad” de personajes, colectivos y sectores presentes, en distintos niveles de compromiso con la dominación, la mediación a través de la práctica se produce en la confusión y la arbitrariedad. Todos tienen en común el huir de ese factor esencial de conocimiento que es la revuelta. Todos temen al trauma de la revuelta. El decrecimiento es un paraguas bajo el que se cobijan posturas imposibles de unificar: unas se limitan a acampar en los prados de la pedagogía, otras insisten en preñar la política y el sindicalismo, y el resto obedece a la llamada de la tierra. Cada posicionamiento refleja los intereses concretos de un determinado grupo social, distintos e incluso opuestos a los de los otros grupos, puesto que la clase en la que se insertan no es una auténtica clase, sino un montón de pedazos de otras. La Historia muestra suficientes ejemplos de la única materia que puede reunir tal tipo de fragmentos: el miedo. Un movimiento sin intereses claros y con la estrategia por definir, impulsado por el pánico, no puede funcionar más que al servicio de otros intereses, estos por supuesto bien visibles, y como parte de otra estrategia, perfectamente definida: en ausencia de un movimiento revolucionario real, mandan los intereses y la estrategia de la clase dominante.

Son encomiables muchos experimentos de desvinculación, reivindiquen o no reivindiquen el decrecimiento, pues en las épocas sombrías tienen la fuerza del ejemplo, a condición, eso sí, de presentarse como lo que son, modos de sobrevivir más llevaderos, de coger aliento si cabe, pero nunca panaceas. Son un comienzo pues la secesión es hoy la condición necesaria de la libertad. Sin embargo, ésta no tiene valor sino como fruto de un conflicto, o sea, unida a la subversión de las relaciones sociales dominantes. Constituyendo una especie de guerrilla autónoma. La relación con los combates sociales y la práctica de la acción directa es lo que confiere el carácter autónomo al espacio, no su existencia en sí. La ocupación pacífica de fábricas y territorios abandonados por el capital podrá resultar a veces loable pero no funda una nueva sociedad. Los espacios de libertad aislados, por muy meritorios que parezcan, no son barreras que impidan la esclavitud. No son fines en sí mismos, como no lo eran los sindicatos en otros periodos históricos, y difícilmente pueden ser instrumentos para la reorganización de la sociedad emancipada. Durante los años treinta fue cuestionado ese papel, atribuido entonces a los sindicatos únicos, porque se le suponía reservado a las colectividades y a los municipios libres. El debate merece recordarse, sin olvidar que, a la hora de la verdad, la autonomía de cada institución revolucionaria, sindicatos incluidos, fue asegurada por la presencia de milicias y grupos de defensa. Pero hoy las cosas son diferentes; la emancipación no va a nacer de la apropiación de los medios de producción sino de su desmantelamiento. Las zonas relativamente segregadas hoy en día existen precisamente porque son frágiles, porque no son una amenaza, no porque constituyan una fuerza. Y sobre todo, porque no sobrepasan los límites del orden: en Francia, la mayor aportación del millón de neorrurales no ha sido otra que “votar a la izquierda”. Al fin y al cabo, también son contribuyentes. Los islotes autoadministrados no transforman el mundo. La lucha, sí. No estamos en la época de los falansterios y las icarias. La democracia directa y el autogobierno han de ser respuestas sociales, la obra de un movimiento nacido de la fractura, de la exacerbación de los antagonismos sociales, no del voluntarismo campañil,.y no han de producirse en la periferia de la sociedad, lejos del mundanal ruido, sino en su centro. El espacio será efectivamente liberado cuando un movimiento social consciente lo arrebate al poder del Mercado y del Estado, creando sólidas contrainstituciones en él. La salida del capitalismo será obra de una ofensiva de masas o no será. El nuevo orden social justo e igualitario nacerá de las ruinas del antiguo, puesto que no se puede cambiar un sistema sin destruirlo primero. 

 

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Murray Bookchin: comunalismo, naturaleza y libertad https://archivo.librepensamiento.org/2009/06/21/murray-bookchin-comunalismo-naturaleza-y-libertad/ https://archivo.librepensamiento.org/2009/06/21/murray-bookchin-comunalismo-naturaleza-y-libertad/#respond Sun, 21 Jun 2009 09:19:45 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3571  Afonso López Rojo
La libertad no es hija del orden, es la madre del orden” ,                                                                        
  P-J Proudhon, Solución al problema social, 1848      
 

Tratar de ofrecer una visión de conjunto del pensamiento de Murray Bookchin no es tarea fácil dada la amplitud de miras que el activista e investigador norteamericano  demostró tener en su intensa vida. Sin embargo, se hace necesario comenzar a acometer esta tarea dado que -salvo en aspectos parciales- apenas se encuentran estudios dedicados a analizar su trabajo y a valorarlo como un todo.

En este sentido, una de las cuestiones principales que se ha de tener en cuenta a la hora de hilar el pensamiento de Bookchin es que su trayectoria vital discurrió en un marco temporal que cubre buena parte de los acontecimientos sociales y culturales del siglo XX: La Gran Depresión en la  década de 1930, la Segunda Guerra Mundial, los años de postguerra, la década de 1950, las décadas tan específicas  de 1960-70 y la  entrada y el despliegue de la  postmodernidad en los años 1980 y 90.

Bookchin, que falleció el 30 de julio de 2006, trató de responder a cada uno de estos momentos históricos aportando sus teorías y puntos de vista; y entrando las más de las veces  en confrontación directa con el pensamiento de sus coetáneos.  Todo ello hace que su obra pueda percibirse como un legado rico y  complejo y, a la vez, polémico o  contradictorio.

 De formación autodidacta, su trabajo se constituyó como un diálogo intenso y sostenido con los más variados autores: Marx, Hegel y Engels  fueron junto a Proudhon, Bakunin y Kropotkin los más frecuentados. Pero también fue importante su diálogo  con representantes de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno y Marcuse) así como con la cultura clásica, con la tradición utopista, con la sociología de Max Weber; con la biología y las teorías antropológicas de su tiempo, con su admiración por Josef Weber o con su estudio de las obras de Lewis Murdoch,  Karl Polanyi,  Hans Jonas y otros muchos.

El reto holístico e interdisciplinar que se desprende de la obra de Murray Bookchin va unido a su estilo  penetrante  y desenfadado. Un estilo que puede deslumbrar y conducir a la fascinación acrítica; del mismo que puede producir rechazo. Pero, en cualquier caso, lo ingrato sería no reconocer desde un punto de vista libertario el esfuerzo intelectual con el que Boookchin intentó trascender la autorreferencialidad histórica y teórica a la que el anarquismo  se vio abocado desde la década de 1940 y que aún no ha superado. Y es que, en el fondo,  su intención fue tratar de abrir ventanas mientras ponía  a prueba la validez de los principios libertarios para ofrecer alternativas  a las complejas transformaciones  de nuestro tiempo.

 

De la fábrica a la comunidad

Murray Bookchin nació el 14 de enero de 1921 en el barrio del Bronx, en Nueva York, en el seno de una familia de inmigrantes judíos rusos que había participado en el movimiento revolucionario de su país. Con nueve años entró a formar parte del movimiento juvenil comunista educándose en el marxismo-leninismo y, ya en la adolescencia, actuó como formador en una sección  de la Liga de Jóvenes Comunistas; organización de la que acabaría siendo expulsado por desviacionismo.  En 1936 se involucró en Support Spain, el movimiento neoyorkino de apoyo  a la república española y, en 1939  -tras el pacto Hitler-Stalin-, se alineó con el trotskismo militando hasta 1946 en el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP). Tenía entonces 18 años. Después de graduarse en la enseñanza secundaria, su familia no pudo costearle estudios superiores (su vocación era la biología)  y se fue a trabajar a una fundición  de Nueva Jersey donde iniciaría su actividad como sindicalista en el Comité de Organización Industrial (COI).

 Tras el servicio militar comenzó a trabajar en el sector de la automoción implicándose activamente en la United Auto Workers (UAW): sindicato de predominio comunista y libertario hasta que, en 1946, fue elegido presidente el demócrata Walter Reuther. La UAW protagonizó la huelga de trabajadores de la General Motors iniciada en noviembre de 1945. La huelga, que se radicalizó y prolongó casi cuatro meses, terminó sin embargo con la aceptación por parte del sindicato de un incremento salarial muy inferior al que aspiraban y algunas mejoras laborales como planes de pensiones o la ampliación de vacaciones pagadas.

 Bookchin, que sería delegado sindical en 1948, se referirá a menudo a este hecho decepcionante como un punto de inflexión en la orientación de su pensamiento ya que, para él, revelaba la connivencia que se empezaba a producir entre trabajo y capital. De este modo pudo intuir que las expectativas puestas en el proletariado industrial como sujeto hegemónico del cambio social en el capitalismo avanzado no iban por buen puerto. Desde entonces, la fábrica y el sindicato ya no serán para Bookchin el único lugar que posibilitaría la transformación y sus intereses se ampliarán hacia la comunidad en su conjunto.

No deja de ser significativo  que este punto de vista que Bookchin  y  otros compañeros de viaje adoptaron ya en la década de 1940 desde su propia experiencia directa como trabajadores, en 1964 sería formulado en buena parte por autores como Herbert Marcuse en “El hombre unidimensional, ensayo sobre la ideología en la sociedad industrial avanzada” y André Gorz en “Estrategia obrera y neocapitalismo”.  

 

Del marxismo a la contracultura

El primer texto publicado por Bookchin registrado en su bibliografía data de 1950 y es un artículo titulado “Capitalismo de Estado en Rusia”, publicado en la revista Contemporary Issues  (cuestiones contemporáneas, o de actualidad: Dinge der Zeit en su edición alemana). En esta misma revista será  donde publicará la mayoría de sus textos durante la década de 1950,  utilizando hasta  cuatro seudónimos para su firma. Y es que, el uso de seudónimos, era una suerte de norma tácita y, en cierto modo, un “principio de autoría colectiva o anonimato”  seguido por la mayoría de colaboradores de esta publicación que  ejercía de portavoz del Movement for a Democracy of Content (Movimiento por una Democracia de Contenido). Un movimiento que aún está prácticamente por estudiar y que se formó en 1947 en torno a Josef Weber,  músico y notable ex trotskista alemán (participó en 1938 en la creación de la IV Internacional en París), autor de textos como “Socialismo o Barbarie capitalista” (1944) y “La Gran Utopía” (1950).  

 Josef Weber se exilió primero en París y después en Nueva York, ciudad en la que  Murray Bookchin le conocería  en 1944 a raíz de la publicación de “Socialismo o Barbarie capitalista”, convirtiéndose pronto en un admirador e involucrándose en el movimiento con la aportación de textos tan significativos como “Armas para Hungría” (en apoyo a la revolución antiestalinista de  1956) o “El problema de los productos químicos en los alimentos”, publicado en 1952 con el seudónimo de Lewis Herber. Este será uno de los primeros textos relevantes de Murray Bookchin; no sólo por la temática, impactante y novedosa en aquellos años (Josef Weber la había perfilado brevemente en “La Gran Utopía”), sino porque a través de esta investigación se  despertaría su conciencia ecológica a la que tanto esfuerzo llegará a dedicar. Al año siguiente el texto fue traducido al alemán y logró causar debate en este país.  

También  es interesante señalar que el Movimiento por una Democracia de Contenido  no tuvo demasiada resonancia, pero sí tuvo una vida dilatada: duró desde 1947 a 1964 y tuvo representantes y colaboradores en Reino Unido, Alemania, Estados Unidos y Sudáfrica.  Por otra parte, su particularidad guarda aspectos relacionados con grupos como Socialismo y Barbarie (1948-1967) y la Internacional Situacionista (1957-1972), aunque en principio no tuviera conexiones con ellos.

Aunque Murray Bookchin siempre mantuvo a lo largo de su trayectoria un diálogo con la obra de Marx, a finales de la década de 1950 su pensamiento experimentó una transición del marxismo al anarquismo a partir de conectar con la Libertarian League (Liga Libertaria), que se había creado en Nueva York en 1954, así como con textos como  “La filosofía del anarquismo” (1940)  del teórico de arte Herbert Read que sería  su primera lectura sobre el tema. Sin embargo, como señala Janet Biehl –  compañera de Bookchin desde 1987 e investigadora de su trabajo-, no fue la lectura directa de los grandes pensadores anarquistas sino que fuero, en primer lugar, las críticas hacia ellos de Marx y Engels las que despertaron en Bookchin el interés por profundizar en el anarquismo. A ello se uniría  también su estudio de la polis griega y el conocimiento de las  observaciones de Engels sobre la naturaleza y la necesidad de conciliar ciudad y  campo. Idea ésta que conduciría a Bookchin a considerar las posibilidades transformadoras de la descentralización urbana. Fruto de ese primer empuje serían sus trabajos sobre el desarrollo de la ciudad burguesa, publicados en 1958 y reunidos en forma de libro en 1974 con el título “Los límites de la ciudad”. Estos primeros estudios sobre urbanismo –junto a su obra “Crisis en nuestras ciudades” (1965)-  serán la base del interés con el que en años posteriores  trataría de contribuir al desarrollo de  las formas de organización social libertarias.

En la década de 1960 Murray Bookchin se convirtió en una de las voces de la contracultura y la llamada “Nueva Izquierda” en los Estados Unidos. Movimientos ambos que, aunque obviamente se prestan a establecer paralelismos con los movimientos surgidos en Europa en torno a Mayo del 68, en  Norteamérica tuvieron unas características propias que muy pronto arraigaron popularmente en lo que se vendrían a llamar “los nuevos movimientos  sociales”: minorías étnicas,  feminismo y    liberación sexual, pacifismo,  ecología, etc.  Ellos crearían el ambiente cargado de energía que se respiraría en la Universidad Alternativa de Nueva York en la que Murray Bookchin dio clases en los últimos años de la década.

En este clima de cuestionamiento permanente, uno de los textos de Bookchin que más difusión  tuvo a partir de 1969 fue “¡Escucha marxista!”. En él enfatizaba sus críticas a lo que consideraba el anquilosamiento del marxismo en unas estructuras rígidas de partido y en un dogmatismo economicista y doctrinario que se volvía inútil para contemporaneizar con la sociedad y responder a las transformaciones del capitalismo.  Sin embargo, a diferencia de ese debate, que en realidad fue muy común en la época y que aún está vivo, donde más se sitúa el interés del trabajo de Bookchin es en los textos que desde comienzos de 1960 – y hasta el final de su vida- dedicó a la elaboración teórica de la  que llamaría “ecología social”.   

 

La ecología social como superación de las jerarquías                                                                                             

Para Murray Bookchin el concepto de ecología social se basa en la convicción de que  los problemas ecológicos actuales tienen su origen en profundos problema sociales y que, por lo tanto, la crisis ecológica es inseparable de la crisis social. Este enfoque de la ecología, que seguramente a cualquier persona con talante de izquierdas le puede parecer obvio, no lo es tanto si tenemos en cuenta el modo como las cuestiones sociales acostumbran a brillar por su ausencia en la mayoría de los estándares ecologistas: empezando por el medioambientalismo que nutre a las políticas liberales, y siguiendo por el biocentrismo que caracteriza a la Ecología Profunda o la mística que sustenta a las más variadas formulaciones en torno a una etérea búsqueda de armonía con la naturaleza. Con  todas estas tendencias, a las que se añadiría el primitivismo,  Bookchin mantuvo un debate permanente.

Otra convicción que está siempre latente en su teoría ecológica, y que  le gustará repetir a menudo como recordatorio de sus principios, es la idea de que la propia noción de “dominación de la naturaleza” proviene directamente  de la dominación del hombre por el hombre. Si bien la crítica a  la idea negativamente civilizatoria de “dominio de la naturaleza” ya había sido expresada por Horkheimer y Adorno (“Dialéctica del Iluminismo”, 1944) en el sentido de que “en el dominio de la naturaleza está incluido el dominio del hombre”; Bookchin  altera los conceptos reforzando en su formulación la idea de que son las relaciones sociales de  dominación las que conducen al dominio de la naturaleza en todas sus formas. De hecho, el estudio minucioso de la jerarquía (en tanto que principio de dominación) será el eje sobre el que girará la que se considera su obra más relevante: “La ecología  de la libertad, el surgimiento y la disolución de la jerarquía”, libro escrito a lo largo de los años 70, terminado en 1980 y publicado en 1982.

Para Bookchin, la noción de jerarquía incluye tanto a las clases sociales económicas, como a todas las formas existentes de dominación y, especialmente,   aquellas que -como el patriarcado-  son anteriores a la formación de las clases y del Estado. De este modo, la jerarquía no sólo recorre transversalmente la historia sino que se instala como dominación en cada lugar y a cada instante de nuestras vidas. En este sentido, la percepción humana de la naturaleza  como objeto de dominación proviene del arraigo panjerárquico de nuestro entendimiento. Reconocer a la naturaleza como sujeto y no como objeto, así como hallar las formas de conciliación entre humanidad y naturaleza, es el  reto principal que nuestra civilización tiene en juego.

Haciendo una rápida  comparación, bien se puede decir que al igual que para el racionalismo expresado por Descartes el dominio de la naturaleza por el hombre conduciría a la libertad, para la ecología social es justo todo lo contrario: será la relación simbiótica con la naturaleza -fundamentada en una ética de la complementariedad-  la que nos puede hacer libres. Ello supondría, pues, “la humanización de la naturaleza y la naturalización de la humanidad” formulada por   Marx en el tercero de sus  manuscritos de economía y filosofía (1844). Bookchin  se apoyará en la cita del joven Marx como elemento concluyente de uno de  sus escritos más conocidos: “Por una sociedad ecológica” (1974).

El lugar en el que Bookchin  trató los aspectos más teóricos de su pensamiento es en “La filosofía de la Ecología Social” (1990); obra que supone una tentativa de creación de un “naturalismo dialéctico” que, trascendiendo el espiritualismo de Hegel y el cientificismo de Engels, renueve la tradición dialéctica y pueda servir de herramienta conceptual en el análisis de las relaciones entre sociedades humanas y naturaleza.

Sin embargo, la Ecología Social no persigue constituirse únicamente como una opción teórica -con la que correría el peligro de convertirse en mera retórica-, sino que ha de entenderse como una búsqueda constante  de alternativas que puedan sustituir a la sociedad jerárquica por la que Bookchin llamará “la sociedad orgánica”. Es decir, una sociedad  armónica consigo misma y con los ecosistemas naturales.

Es en este punto donde Murray Bookchin encontrará en la idea de mutualismo simbiótico, basada en el “apoyo mutuo” de Kropotkin, y en los principios básicos del anarquismo como la descentralización, la autogestión o la cooperación, la apertura de todo un inmenso campo para la creación de una sociedad ecológica. De hecho, lo que se producirá en Bookchin será también  una suerte de simbiosis o fusión  entre ecología y anarquismo hasta el punto de que ambas resultan a menudo indistinguibles. Por eso, no le disgustaba que se hablara de “ecoanarquismo” para referirse a su trabajo; del mismo modo que tampoco se le escapaba el componente utópico de su propuesta a la que, de tanto en tanto, se refería felizmente como una “ecotopía”.

En 1974 Murray Bookchin fundó junto a Daniel Chodorkoff el Instituto para la Ecología Social ubicado en Plainfield (Vermont). Y,  entre 1974 y 1983, fue profesor de Teoría Social en el Ramapo College de New Jersey, institución docente que supo convalidar su “falta de titulación académica” a cambio del valor de sus conocimientos.

 

“Nuestro medio ambiente sintético”

Interesante es también trazar una génesis somera de las aportaciones de Bookchin a la ecología y a la propia formación del  movimiento ecologista contemporáneo. La primera tentativa – ya mencionada- fue la investigación en torno a la utilización de productos químicos en los alimentos que realizó en 1952. Diez años después, ampliaría la cuestión adoptando un enfoque ecológico completamente actual en  “Nuestro medio ambiente sintético”, libro publicado en abril de 1962 con el seudónimo de “Lewis Herber”.

Como suele ser costumbre remarcar entre los seguidores y conocedores del trabajo de  Bookchin, la publicación de este libro precedió en unos meses a “Primavera silenciosa”: la famosa obra que la bióloga norteamericana Rachel Carson dedicó a la advertencia del  peligro del uso de DDT y otros pesticidas. La gran divulgación que tuvo el libro contribuyó a que se convirtiera en un lugar común a la hora de ser señalado como el iniciador de la conciencia medioambiental que unos años después daría paso al  movimiento ecologista.

Por otra parte, “Ecología y pensamiento revolucionario” (1964) será otro de los textos relevantes de Bookchin  en el que, por ejemplo, ya se habla de  la cuestión del calentamiento del planeta y de la fundición de los casquetes polares, no como una información o curiosidad científica, sino como un problema acuciante que procede del alcance destructivo del hombre sobre la naturaleza.  También en este texto Bookchin deja ya establecidas las relaciones entre anarquismo y ecología que, tras su desarrollo,  le conducirán a  la fusión mencionada de ambas concepciones.

“Hacia una tecnología liberadora” es un texto de 1965 en el que Murray Bookchin muestra su confianza en el uso de la tecnología a partir de la creación de una tecnología a escala humana  y “al servicio de la vida”. Algo que bien nos puede recordar a la “herramienta convivencial” de la que en 1973 nos hablaba Ivan Illich. En el ámbito de la energía, Bookchin propondrá el uso de tecnologías renovables como la  solar y la eólica.  Esta propuesta ya la había hecho en el texto de 1962 mencionado y, en lo sucesivo, se referirá a estas tecnologías como “tecnologías adecuadas” o, de manera más significativa, como “ecotecnologías”.  Todo un campo, pues, que  -ironías de la historia- el capitalismo verde acaba de descubrir  como un nuevo y oportuno nicho de negocio.

Sin embargo, en el ámbito de la energía, hay una gran diferencia entre la concepción de Bookchin y el discurso mercantilista. Y es que, mientras que  el capitalismo verde hace trampa y plantea contradictoriamente que la  implantación a gran escala de tecnologías alternativas supone un chorro de energía fresca, y un new deal industrial que va a permitir salir de la crisis sistémica renovando la economía y elevando las cotas de crecimiento… Para Bookchin, sencillamente, el uso de tecnologías y fuentes de energía alternativas no debe  concebirse como el “sustituto” de ninguna energía del pasado, sino como el principio de algo nuevo: una nueva sociedad basada en una nueva relación con la naturaleza.  

Los dos textos de Murray Bookchin que acabamos de reseñar formarían parte de un libro recopilatorio que, en 1971, se publicó con el título “Anarquismo post-escasez” y que España se editaría en 1974 con un título comercial y engañoso como es “El anarquismo en la sociedad de consumo”.   Y es que, desafortunadamente, Bookchin introdujo la idea de “post-escasez” en su pensamiento, pero, apenas la desarrolló. Cabe pensar, pues, que tal  vez sea este el motivo por el que esta idea acostumbra a interpretarse  erróneamente.

 Dicho en breve: cuando Bookchin habla en sus textos de “post-escasez” no se está refiriendo al fenómeno del consumismo, ni tampoco está diciendo  que la humanidad haya entrado en una era de abundancia material de alcance planetario y socialmente equitativo, ya que es obvio que tal cosa no existe.  Tampoco se está refiriendo a que los recursos naturales sean infinitos, porque también es obvio que son finitos. Cuando Bookchin utiliza el término “escasez” lo hace tanto en el sentido material como en el sentido humano de  “lucha por los medios de existencia”. Asimismo, se centra en la consideración de que la escasez material  ha brindado – y sigue brindando- la justificación histórica para la constitución de la sociedad jerarquizada, el desarrollo de la propiedad privada y la dominación de clases. No en vano la concepción de la economía  más hegemónica insiste en  definirse como “ciencia de la gestión de la escasez”, aunque en realidad actúe como motor de la desigualdad.

Para Bookchin, se ha de aspirar a rebasar la escasez ajustando y resituando a la vez nuestra percepción de las necesidades; por lo que queda claro que “la sociedad post-escasez” no es algo que ya exista, sino que es una utopía – o ecotopía– hacia la cual caminar. Aquí intervendrá de nuevo su confianza en la potencialidad liberadora de las ecotecnologías, basadas en la propia abundancia energética que la naturaleza nos ofrece a través, por ejemplo, del sol y el aire.

Bueno es tener en cuenta que la confianza casi ingenua en la tecnología como portadora de un mundo mejor,  y como potencialmente liberadora de esclavitudes como el trabajo, era una creencia muy compartida por autores progresistas en las décadas de 1960 y 1970… y aún lo sigue siendo en muchos aspectos; sobre todo cuando se sigue hablando  en términos como “el fin del trabajo” o “la sociedad del ocio”. Sin embargo, bien sabemos que la cosa no termina de llegar y que, más bien,  a lo que tiende el desarrollo tecnológico es a crear nuevos problemas y a reforzarse a sí mismo como instrumento de dominación.

 

La muerte de un pequeño planeta

Por lo demás, la conciencia de la finitud de los recursos y de la depredación del planeta a partir del imperativo del crecimiento económico como único principio civilizatorio del capitalismo, no sólo es muy clara en el trabajo de Bookchin sino que, en un tiempo como el nuestro en el que -al igual que en la década de 1970-  la cuestión de “los límites del crecimiento” vuelve a ocupar el centro de debate, su punto de vista merece ser tenido en cuenta.  Bookchin situará la cuestión del crecimiento en la disyuntiva  de “crecimiento o muerte” que en la economía capitalista actúa como espada de Damocles y que Marx evidenciaría en “El capital”. Esta percepción del problema  será uno de los ejes sobre los que se articulará la Ecología Social  en su propósito de poner de manifiesto las raíces sociales de los conflictos  ecológicos y medioambientales. Significativo será por ello el texto que, en 1989, Murray Bookchin titulará “La muerte de un pequeño planeta, un crecimiento que nos mata”.

Ante la ambigüedad de posturas similares a las que en la actualidad plantean la necesidad de un “decrecimiento” centrándose solo en  cuestiones como “la crítica al consumo” o aconsejando una “simplicidad voluntaria”, Bookchin dejó claro en textos como el que acabamos de mencionar  que la demanda de controlar el crecimiento no tiene sentido si al mismo tiempo se quiere dejar intacta la economía de mercado, que es la que genera la carrera del crecimiento ilimitado a costa de la depredación de la naturaleza y la explotación humana. Sin esa carrera el sistema capitalista no puede funcionar, por lo que  la solución está en su desmantelamiento como sistema. Cabe pensar, pues, que  esa es la primera premisa coherente que debe asumir un movimiento por el decrecimiento que aspire a convertirse en  un referente  transformador.

Por otra parte, resulta oportuno señalar que, precisamente, la ausencia de un cuestionamiento explícito de los fundamentos de la economía  capitalista  es una característica común del informe “Los límites del crecimiento” y del “Manifiesto  para la supervivencia”: las dos iniciativas que fueron auspiciadas en 1972 por el círculo de científicos y empresarios conocido como Club de Roma. Ambos textos tuvieron mucha  difusión  y  se consideran el inicio y los pilares del movimiento ecologista  junto a  la primera Cumbre de la Tierra organizada por la ONU en Estocolmo (1972), y la formulación en 1973 de la Ecología Profunda  por parte de Arne Naess.

Pues bien, en contraste con estas aportaciones consideradas pioneras, se debe mencionar por  último en este pequeño recorrido sobre la relación de Murray Bookchin con la formación del movimiento ecologista contemporáneo, su texto “Poder de destruir, poder de crear” escrito en 1969 como manifiesto  para el grupo norteamericano Ecology Action East.

En este texto destaca entre otras cuestiones la propuesta de Bookchin de descentralizar las ciudades y crear “ecocomunidades”. Una alternativa que, tres años más tarde,  será    planteada por los 40 científicos y académicos que -encabezados por Edward Goldsmith- firmaron el “Manifiesto para la supervivencia” (por lo demás, la propuesta se convertirá en uno de los puntos más citados y celebrados de este manifiesto). 

Ciertamente, es obvio que la historia y el conocimiento son siempre una acción compartida; por lo que no tiene sentido enfatizar constantemente quien fue “el primero” que hizo o dijo algo que fuera útil a los demás. Sin embargo, en el caso de Murray Bookchin respecto a la ecología, y al propio movimiento ecologista, sí resulta pertinente poner ése énfasis dado que no resulta difícil darse cuenta de que su marginación en el ámbito académico -y en los medios en general- proviene de su explícita filiación libertaria y de su inequívoca posición anticapitalista. Lamentablemente, resulta frecuente toparse con licenciados en biología o en “ciencias ambientales” que desconocen su trabajo.

 

La apuesta comunalista

La dimensión política y esencialmente práctica que la Ecología Social necesitaba para trascender su propia dimensión teórica,  Bookchin la encontrará en la tendencia comunalista del anarquismo recogida sobre todo  en los escritos de Bakunin y Kropotkin. A ellas se añadirían también cuestiones clave como el principio federativo expresado por Proudhon, o la atención a sus utopistas favoritos: Fourier y William Morris.  Pero donde más se refuerza la apuesta comunalista de Bookchin es en los estudios históricos que llevó a cabo sobre las formas de organización social en las que intuía que podían encontrarse “formas de libertad” que fueran útiles para nutrir nuevas alternativas. Es interesante observar al respecto que, en la línea del viejo Bakunin, Murray Bookchin no percibe la libertad como un proceso de conquistas individuales sino, literalmente, como un proceso de “comunalización”. Un proceso que se expresa en la capacidad de autoorganización colectiva que emana directamente de la propia libertad de los individuos. Algo que pronto nos trae a la mente la célebre máxima de Proudhon en la que apuntaba que la libertad “no es hija del orden” sino que es “la madre del orden”. 

Los estudios de Bookchin en esta dirección abarcarán desde tentativas como, por ejemplo, la revuelta de los Comuneros de Castilla en el siglo XVI, la Comuna de París de 1871, el proceso revolucionario de la Francia del XVIII o la experiencia de las   colectivizaciones libertarias durante la Guerra Civil española de 1936-39.  De hecho, Bookchin hizo varias incursiones en el estudio del anarquismo en España. La última de ellas fue publicada en el cuarto volumen de “La Tercera Revolución” (1996-2003),  su obra magna dedicada al análisis histórico de los movimientos revolucionarios.

Por otra parte, su estudio sobre la polis griega y la democracia ateniense le conducirá  a reforzar la noción de democracia directa propia de la tradición libertaria, y a recobrar el sentido genuino que para la ciudadanía griega tenía el concepto  de política en tanto que “preocupación por los asuntos de la polis”.

A través de todo este bagaje, al que se añadirá sus estudios de urbanismo mencionados en apartados anteriores, la propuesta comunalista y política (en el sentido griego) que Bookchin propondrá como expresión de la Ecología Social se dirigirá al ámbito municipal. En consonancia con la tradición libertaria, el municipio será percibido como la unidad de convivencia básica que puede facilitar que el logos común fluya y adopte la forma de democracia directa: el “cara-a-cara” que se repite a menudo en sus escritos. Llamará a la propuesta “Municipalismo Libertario”.

Por otra parte, el sentido práctico y comunal del municipio radicará para  Bookchin en lo que acertadamente llamará “la municipalización de la economía”. Es decir, en la propiedad comunal y en la dirección colectiva de la economía local (que incluye por igual las tierras y las fábricas). Así, pues, los municipios –nuevos o viejos- constituidos como “ecocomunidades” posibilitarían la creación de una sociedad orgánica y  descentralizada regida por el intercambio y el apoyo mutuo a través de la confederación  de los municipios formando una “Comuna de comunas”: el viejo sueño revolucionario que la historia nos ha mostrado solo a través de experiencias fugaces y cruentas, y a pesar de las bellas y sensatas plasmaciones escritas como la que Kropotkin nos legó en su obra “Campos, fábricas y talleres” (1898).  

La propuesta municipalista de Bookchin se encuentra diseminada desde 1972 en distintos textos. Uno de los más conocidos es “Seis tesis sobre Municipalismo Libertario” (1984). Aunque, donde más elaborada puede encontrarse, es en una publicación que realizó Janet Biehl titulada “Las políticas de la Ecología Social, municipalismo libertario” (1998). Y en “La urbanización de las ciudades. Hacia una nueva política de ciudadanía” (1992-1995): obra que se considera la más importante de Boockchin tras “La ecología de la libertad” pero que, a diferencia de ésta, no ha sido traducida al castellano.

Murray Bookchin consideraba que para poder alcanzar el ideal comunalista se debía de poner en marcha un movimiento municipalista amplio formado por personas decididas a trabajar en su ámbito más próximo. Animaba por ello a que los colectivos libertarios participaran en los comicios locales con programas inequívocos a través de los cuales se pudiera comenzar a recorrer el camino para que los municipios llegaran a ser gobernados por las asambleas populares y la democracia directa. A falta de esa posibilidad, animaba a crear asambleas extralegales ejerciendo como contrapoder.

Ni qué decir tiene que la opción electoral se convertiría en el aspecto más polémico del pensamiento de Bookchin. El ejemplo más sonado fueron las jornadas internacionales sobre Municipalismo Libertario que,  entre el 26 y 28 de agosto de 1998, se celebraron en Lisboa en un ambiente de encendida polémica que aún está muy presente en el imaginario ácrata.  Sin embargo, las acusaciones  de contradicción flagrante, de mero posibilismo o de parlamentarismo municipal que se lanzan a menudo a la apuesta comunalista de Bookchin, difícilmente pueden invalidar el conjunto de su pensamiento y de su trabajo. Un trabajo que, por otra parte, no fue concebido  como una ideología que debiera ser tomada al pie de la letra, sino como un producto inspirador.

En cualquier caso, Murray Bookchin prefirió desmarcarse del anarquismo en los últimos años de su vida y autodefinirse simplemente como “comunalista”. Al fin y al cabo, ésa era la tradición histórica  a la había dedicado todo su esfuerzo intelectual.  Para entonces, ya se había cansado de defender a capa y espada el anarquismo social frente al anarquismo individualista convertido en una moda. Y se negaba a escuchar la melodía del “fin de la historia” silbada por el relativismo y la diseminación posmoderna. Razones no le faltaban: Bookchin tenía mucha historia detrás, y hacía mucho tiempo que sabía que “el capitalismo no produce individuos,  sino átomos egoístas”.

 

_____________________________________________________

Bibliografía

Obras de Murray Bookchin en castellano:

La Ecología de la Libertad. Nossa y Jara Editores/Colectivo Los Arenalejos, Madrid, 1999

Ecología Libertaria, Madre Tierra, Madrid 1991

Historia, Civilización y Progreso. Nossa y Jara Editores, Madrid, 1997

Los anarquistas españoles: los años heroicos, 1868-1936. Grijalbo, Barcelona ,1980 y Ed. Numa, Valencia, 2001

Por una sociedad ecológica. Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1978

El anarquismo en la sociedad de consumo. Ed. Kairós, Barcelona, 1974

Los límites de la ciudad. Ed. Hermann Blume, Madrid 1974

Seis tesis sobre municipalismo libertario en “La utopía es posible. Experiencias posibles”, págs. 81-99. Tupac Ediciones, Buenos Aires, 2004

Sociedad, política y Estado en “La sociedad contra la política”, págs. 53-70, Ed. Nordan, Montevideo, 1993

El anarquismo ante los nuevos tiempos en “El anarquismo y los problemas contemporáneos”, Ediciones Madre Tierra, Móstoles, 1992

Janet Biehl con la colaboración de Murray Bookchin. Las políticas de la ecología social, municipalismo libertario. Ed. Virus, Colectividad Los Arenalejos, Fundación Salvador Seguí. Barcelona, 2009 (1ª ed.1998).

 

Páginas en Internet en las que se pueden consultar textos de Murray Bookchin , Janet Biehl y otros investigadores:

Institute for Social Ecology:  http://www.social-ecology.org/

Journal Communalism: http://www.communalism.org/

Anarchy Archives: http://dwardmac.pitzer.edu/anarchist_archives/

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