Sindicalismo – LibrePensamiento https://archivo.librepensamiento.org Pensar para ser libre Sat, 13 Mar 2021 10:55:33 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.1 Reformas laborales, crisis y negociación colectiva: una historia de rufianes y pasmados https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/reformas-laborales-crisis-y-negociacion-colectiva-una-historia-de-rufianes-y-pasmados/ https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/reformas-laborales-crisis-y-negociacion-colectiva-una-historia-de-rufianes-y-pasmados/#respond Fri, 21 Jun 2013 20:00:15 +0000 https://librepensamiento.org/?p=4122 Normal 0 false false false EN-US X-NONE X-NONE MicrosoftInternetExplorer4

1La negociación colectiva es una especie de foto fija del momento de las relaciones laborales y sociales. Pese a las apariencias difusas la foto es nítida: exigencias de una patronal agresiva frente a cesiones de unas plantillas a la defensiva. Negociación tras negociación esas dinámicas se reiteran y acrecientan con el resultado de que en esa sucesión de fotos la patronal aparece cada ver más erguida y envalentonada, mientras que las plantillas y las organizaciones sindicales aparecemos más desmejoradas.

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Carlos Couso. Sección sindical CGT, VW-Navarra

Desde su entrada en vigor en 1980 el Estatuto de los Trabajadores  ha sido reformado en diversas ocasiones (normalmente a golpe de Decreto Ley del gobierno de turno), con la introducción progresiva de medidas de recorte y eliminación de los derechos laborales, siendo la última de ellas y una de las más salvajes la perpetrada a comienzos de 2012, que ha dejado dicha Ley en lo que ya podríamos llamar el Estatuto de los Empresarios. Una nueva legalidad absolutamente antagónica de aquella otra que fue su originen hace casi 35 años. Acompañando a estas reformas estatutarias se han sucedido desde el año 1980 multitud de Acuerdos y planes nacionales de todo tipo en materia laboral, suscritos por los “agentes sociales” UGT y CCOO y las organizaciones empresariales, que venían anticipando o desarrollando a posteriori esas reformas laborales.

Un ejemplo de esto es el  “Acuerdo Nacional por el Empleo 2012” que firmado por estas organizaciones “sindicales” y empresariales junto con el gobierno del PP, contiene un 80% de la reforma que se decretó apenas unos días después, viéndose en este caso –como en otros anteriores- el papel decisivo que han jugado todos estos “agentes” en el progresivo desmantelamiento del Estatuto de los Trabajadores, en un proceso que nos ha traído hasta la actual situación de barra libre para los empresarios, cuestión que también es fácil de apreciar observando el poco o ningún convencimiento con el que se vienen convocando tarde y mal las repuestas sindicales contra las sucesivas reformas, con las que no se pretende más que guardar las apariencias, sin ir más lejos de lo que pueda ser hacer un gesto puramente testimonial ni prenderlo.

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EL EMPECINAMIENTO EN LA CONCERTACIÓN EN TIEMPOS DE GUERRA

El sucio trabajo de consentimiento y colaboración realizado por estas dos organizaciones burocrático-“sindicales” (?) ha venido siendo puntualmente recompensado con la asignación -a través de los “acuerdos y planes  nacionales (y territoriales) por el empleo” y otros- de enormes partidas económicas salidas de los presupuestos generales del estado y las comunidades autónomas para su gestión privada, prácticamente sin ningún tipo de control por parte de la administración pública. Sobre esta base económica los “agentes sociales”, UGT y CCOO, han podido construir unos aparatos burocráticos sobredimensionados en relación a su afiliación, que les han permitido tejer unas extensas redes clientelares con las que han discriminado y dividido a una clase trabajadora sobre la que -desde su posición mayoritaria calculada por el poder político y económico- han podido ejercer una labor de control y contención en favor de sus pagadores, que no son solo los gobiernos de turno en cada momento, sino también y siempre, los empresarios a golpe de prebenda: enchufismos en la contratación, ascensos, etc…, pago por ERE, privilegios “sindicales” en la empresa, etc, etc..

Este es el secreto a voces que explica por qué hoy en día el capital nos está machacando a los y las trabajadoras de este país sin mayores problemas. Los empresarios han conseguido el marco legal adecuado para ello, aunque no renuncian a seguir mejorándoselo, y se han apoderado de las principales estructuras de defensa de los trabajadores, los sindicatos mayoritarios, que integrados plenamente en el sistema, trabajan para abortar cualquier posibilidad de respuesta seria y de clase . 

Y así, con prácticamente todas las herramientas legales y “sindicales” en su poder, y en un contexto de “crisis” bien organizado, son los propios empresarios quienes provocan todo tipo de conflictos en sus empresas con la intención de abrir procesos de negociación colectiva; a la que, lejos de lo que pasaba décadas atrás, ya no tienen ningún miedo, como ocurría cuando quienes forzábamos la negociación colectiva por medio de nuestra capacidad para generar y gestionar los conflictos colectivos éramos las trabajadoras. En definitiva, los empresarios tienen la Ley de su parte, las burocracias “sindicales” las tienen a sueldo, y a una gran mayoría de trabajadores nos tienen convenientemente individualizados e insertados hasta la médula económica e ideológicamente en su sistema.

 

«(…) obligado por la necesidad, el rico concibió por fin el proyecto más reflexivo que jamás ha entrado en el espíritu humano; y fue emplear en su proyecto las mismas fuerzas que le atacaban, tomar a sus adversarios por defensores suyos, inspirarles otras máximas… ( y así los pobres)  corrieron al encuentro de sus cadenas, creyendo asegurar su libertad».(J.J. ROUSSEAU (1712 – 1778), «Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres»)

 

Los empresarios pueden contratar libremente, como quieran; pueden despedir de forma colectiva o individual, libremente y a muy bajo coste, como quieran; pueden descolgarse de lo que pacten; lo pueden justificar de cualquier manera, incluso planteando situaciones hipotéticas de futuro; tienen toda la flexibilidad que quieren…, y cuando no tienen algo que puntualmente “necesiten”, ya tienen al PP, al PSOE, a UGT y a CCOO para que se lo proporcionen… Pues nada, a aprovechar el momento…

Así, la negociación colectiva hoy en día no es tal, sino que viene a ser tan solo un “me lo das o te lo quito, porque puedo, y porque vosotros no vais a tener narices de hacer nada, porque tenéis miedo”, planteado por los empresarios. En cualquiera que sea la empresa y cualquiera que sea su situación productiva y económica, en todas partes y en todas las empresas, se está planteando lo mismo: rescindir un porcentaje de los contratos, suspender temporalmente otro tanto, congelar los salarios si no rebajarlos de quienes quedarán en la empresa, introducir dobles escalas salariales, aumentar la jornada y la productividad, vía libre a la subcontratación, etc. Con este planteamiento tan chulesco e injustificado pero legalmente posible, y a la vista está que “sindicalmente” también, venimos funcionando hace tiempo en el camino que nos lleva a los siete millones de desemplead@s…

Y así, el desempleo hoy en día se ha convertido en el epicentro de todos los problemas, el que directa o indirectamente más incide en el discurrir de las relaciones humanas en el ámbito de lo político, lo económico, lo social, y de lo laboral. Pero el desempleo es un problema solo para l@s trabajador@s; para los otros actores sociales, los empresarios y todos los que ostentan el poder económico, es una herramienta que bien usada en los procesos de conflicto y negociación colectiva, les sirve como elemento de presión para imponer recortes en plantillas y derechos con los que potenciar sus beneficios. Los siete millones de personas en paro son su declaración de guerra total.

El desempleo pues, nos representa a los trabajadores un enorme problema tanto para quienes tenemos trabajo como para quienes carecemos de él. La progresiva precarización del trabajo es causa y a la vez consecuencia del desempleo, un ejemplo muy explícito y de lo más paradigmático de la pescadilla que se muerde la cola. Y no es un problema cualquiera; bajo la amenaza del despido y las -bien expuestas socialmente- nefastas consecuencias que puede acarrear hoy en día, las trabajadoras empleadas aceptamos una vez tras otra la progresiva precarización de nuestras condiciones laborales, por puro miedo. Creemos ponernos a salvo cuando aceptamos aumentar nuestra jornada; cuando aceptamos aumentar nuestra productividad sometiendo nuestra actividad laboral diaria a unas condiciones más propias de un deporte de riesgo; cuando aumentamos nuestra disponibilidad a costa de nuestra vida personal, familiar y social; cuando reducimos nuestros salarios; cuando renunciamos a todo tipo de derechos sociales y laborales antes adquiridos en el ámbito de la empresa, etc, etc… Y cada vez que hacemos esto y lo materializamos y convertimos en legalidad pactada en acuerdos y convenios colectivos, reducimos el valor de nuestro trabajo, que es reducir el valor de las personas en el trabajo, nos hacemos cada vez más débiles para combatir los futuros envites empresariales que exigirán una y otra vez mayores cotas de precarización, nos hacemos cada vez más vulnerables ante la amenaza del despido, acrecentando el factor más fundamental de nuestro miedo, pues con nuestra precarización laboral generamos más espacio y más argumentos matemáticos para justificar más despidos, destrozando de paso las pocas expectativas y posibilidades de encontrar trabajo de las personas desempleadas, quienes verán aún más precarizada su vida irreversiblemente marcada y recortada por su situación de desempleo, lo que a la vista de todos aún dará más miedo a los miedosos con empleo.

Este es el círculo sin sentido en el que estamos absurdamente instalados, trabajadores empleados (en el papel de activos-pasivos-disciplinados) y desempleados (en el papel de pasivos-pasivos-desesperados); girando entorno a él, una vuelta tras otra, con la misma irracionalidad con la que antiguamente hacían girar los asnos los engranajes de los molinos y norias que les esclavizaban vitalmente hasta alcanzar su “inservilibidad” para hacer rotar el mecanismo en las condiciones exigidas, momento en el que eran sacrificados (por su bien).

2La racionalidad superior que se nos supone a los seres humanos sobre los asnos debiera hacer que tras haber probado por un tiempo la experiencia, no hubiéramos tardado en concluir que, o bien el mecanismo que nos tiene atrapados y nosotros mismos hacemos girar no está rotando en el sentido correcto, y probar como primera y más tímida alternativa a darnos la vuelta para hacerlo girar en el sentido contrario a ver qué pasa…, o bien a pensar que la maquinaria, gire para donde gire, es una trampa que nos va a perjudicar a nosotros de cualquier manera, y con la que –por tanto- hay que acabar para sustituirla por otra.

En cualquier caso, para buscar una solución por cualquiera de las dos vías y cambiar una situación que nos es más que muy molesta a todos, las personas con empleo tendremos que pasar a desempeñar un papel activo-activo, y entender que ese papel, a desarrollar en el ámbito laboral más directo, pero también en el social por la cuenta que nos trae, va a ser determinante para alcanzar el objetivo.

Si se trata de cambiar el sentido en el que hacemos que gire absurdamente la maquinaria o sistema, deberemos intentar seriamente dejar de ceder derechos ante la patronal, sobre todo una vez que hemos comprobado que esto no nos soluciona nada, sino que, al contrario, nos está complicando mucho la vida a tod@s…, y luchar a cambio por revalorizar la importancia de las personas en el trabajo, al mismo tiempo que entendemos el valor del trabajo para las personas y la evidente necesidad de repartirlo.

PERDER EL MIEDO QUE NOS ENCADENA

Pero para poder optar a materializar esto último -y otras muchas cosas que hemos de perseguir- como fruto de nuestras negociaciones y luchas (cuando las haya de verdad…) en el ámbito laboral y social, los trabajadores con empleo antes habremos de vencer al miedo (a perder nuestro empleo) que nos desactiva. Y para ello, en primer lugar hemos de ser conscientes de que el miedo no nos llega desde fuera ni depende de la amenaza permanente sobre nosotr@s que el sistema ha convertido en uno de los pilares estructurales de su estrategia de funcionamiento, sino que el miedo reside dentro de nosotr@s mism@s, y que simplemente nos surge cuando l@s trabajador@s no sabemos cómo afrontar ni combatir contra esa amenaza. El miedo no es consecuencia de la amenaza, sino de nuestras dudas, de nuestra inseguridad, de nuestra precariedad intelectual e ideológica, de nuestros individualismos, de nuestra falta de referentes, de nuestra falta de convicción, y de otras muchas cosas que solo dependen de nosotr@s mism@s.

3Recuperar todo eso que nos falta es imprescindible para perder el miedo y poder estar a la altura del papel que nos corresponde desarrollar a los trabajadores en este momento histórico. De no hacerlo deberemos considerarnos la peor generación obrera de la historia, aquella que recibió una herencia de derechos ganada por sus antecesores a golpe de lucha obrera y como unos niñatos mal criados la dilapidó dejando a sus hijos un asco de mundo para vivir, de tal manera que no podremos mirar a la cara ni a nuestros mayores ni a nuestr@s hij@s. Deberíamos tener más vergüenza, y más consciencia de esto, y no permitirlo. Nuestra obligación moral y política es dar la talla en una lucha de clases que obviamente nunca finalizó ni finalizará, y que, siguiendo las enseñanzas y referencias que nuestra memoria histórica, nos muestra el camino de la lucha como el más eficaz para conseguir y consolidar derechos.

Y para ello, encontraremos el mejor apoyo y refuerzo argumental en la otra parte de nosotros mismos, esa que nos dice que nosotros también somos los trabajadores desempleados y que tampoco es para tanto lo que nos queda por perder. Y es que, ciertamente, lo somos, o al menos así deberíamos considerarnos, sin necesidad de apelar al compañerismo, la solidaridad, o cualquier otro sentimiento emanado de nuestra (ya no supuesta) conciencia de clase.

Lo somos -de primeras- porque nos merecemos serlo, y de hecho si no estamos ya “de facto” en la situación de desempleo es por el mismo azar que les ha llevado a otras a estar en ella, por circunstancias, o por las decisiones ajenas de una panda de cabrones que quieren aprovecharse de la situación para forrarse todavía más, y que aún no las han tomado, pero pueden tomarlas y aplicarlas en cualquier momento, sabedores de que no van a tener una respuesta preocupante para ellos. Merecemos serlo y probablemente lo seamos porque la inacción, la cobardía y la estupidez durante siglos y hasta hace bien poco jamás se habían considerado un mérito. Claro que ya sabemos que este sistema le da la vuelta a todo… 

            REVERTIR LA NEGOCIACIÓN COLECTIVA

Por todo lo expuesto hasta aquí es imprescindible recuperar el valor transformador de la negociación colectiva que ha quedado anulado por la acción conjunta de la patronal y las burocracias sindicales. Para ello tenemos que luchar por la consecución de distintas formas de reparto del trabajo y de la riqueza que nos permitan alcanzar el objetivo de trabajar menos para vivir mejor y trabajar tod@s. Luchar en el ámbito de las empresas prioritariamente por los objetivos de clase, los que nos unen a las personas trabajadoras empleadas y desempleadas, y, apoyándonos unas en otras, desarrollar esa lucha simultáneamente en las empresas y socialmente en la calle.

Las expresiones de reparto del trabajo y de la riqueza  pueden llegar a ser diferentes en función de los sectores laborales; ya que la base fundamental en la que se sustenta el beneficio empresarial no es la misma en todos los ámbitos laborales. Por ejemplo, en el sector del automóvil, del metal, y otras industrias del capitalismo «clásico», las empresas consiguen sus beneficios sirviéndose sobre todo de unos elevadísimos niveles de productividad, más que recurriendo a los bajos salarios. La citada productividad está basada en la combinación de unos abusivos ritmos de trabajo en las cadenas de producción con multitud de formas de flexibilidad de la jornada (trabajo en sábados y fin de semana, nocturnidad, bolsas de horas y días por encima y por debajo de la jornada laboral individual, etc.), lo cual supone en su conjunto una grave amenaza para la salud de los trabajadores, para su vida social y familiar, y para el empleo. En estos sectores laborales la defensa de los trabajadores exige ineludiblemente una reducción sustancial de los ritmos de trabajo y la de la flexibilidad de la jornada existente, ya que de no acometerse previamente esa tarea, cualquier reducción de la jornada sería anulada por una productividad galopante que seguiría creciendo.

4En la industria clásica la finalidad prioritaria no debería ser solo trabajar menos días al año, sino trabajar con menos intensidad cada jornada, mejorando las condiciones de trabajo para trabajar mejor (que es trabajar también menos) protegiendo la salud, y que los calendarios resultantes sean compatibles con la vida social y familiar. Respecto a la cuestión salarial, ésta no debiera ser eje central de la negociación como hasta ahora, y no tendría que ser abordada desde el rutinario planteamiento porcentual de conseguir unos puntos o unas décimas por encima del IPC para toda la plantilla independientemente de las categorías profesionales; el planteamiento reivindicativo en este campo tendría que consistir en la eliminación de las distintas escalas salariales, acabando con las discriminaciones económicas a las que son sometidos quienes llevan menos tiempo en la empresas.

En otros espacios laborales el reparto del trabajo y de la riqueza tiene que situarse en otros términos; en la administración pública debería plasmarse a través de la lucha por la reducción de la jornada y contra la eventualidad, siendo el aspecto salarial también una cuestión más secundaria que  debiera ser tratada intentando reducir las escalas salariales, y escapando del tópico repunteo en torno al IPC.

Por el contrario, en otros ámbitos laborales donde las trabajadoras padecen salarios bajos, que cada vez lo son más respecto a otros sectores, la cuestión salarial tiene que ser un objetivo de primer orden que deberíamos situar al mismo nivel que la mejora de las condiciones de trabajo.

Pero los objetivos no son lo único que tenemos que valorar para definir nuestro papel en la negociación colectiva, a su vez es necesario reflexionar sobre nuestras formas de lucha  que es imprescindible que sean más audaces y consecuentes. No solo los trabajadores tienen que mirarse frente al espejo para desprenderse de sus miedos, también lo tiene que hacer el sindicalismo alternativo que en muchas ocasiones está afectado por ciertos pánicos que lo paralizan. Tenemos que tratar de romper los clásicos guiones de la negociación colectiva, diseñados y controlados por los empresarios, UGT y CCOO, y en los que el sindicalismo alternativo se ve atrapado con demasiada frecuencia. En la mayoría de las ocasiones de nada nos sirve consensuar plataformas reivindicativas ni calendarios de movilización con estas organizaciones, pues sabemos de sobra por la experiencia acumulada que abandonarán sus compromisos en cuanto lo consideren oportuno, y con nuestra acción conjunta con estas organizaciones estaríamos dando carta de credibilidad a un “sindicalismo” falso y contraproducente; estaríamos contribuyendo al engaño a los trabajadores. Por tanto, en donde el contexto lo permita, el sindicalismo alternativo a UGT y CCOO debe tener el valor de convocar todo tipo de acciones sindicales y huelgas en solitario, pues nuestra responsabilidad y razón de ser es la de ofrecer a los trabajadores opciones de pelea reales, que sean verdaderamente participativas y signifiquen espacios de confrontación real.

No hay que tener miedo a que estas acciones (de huelga y movilización para la presión en la negociación) puedan tener en principio seguimientos reducidos, porque ese no sería nuestro mayor fracaso, nuestro mayor fracaso sería la inacción a la que nos pudieran arrastrar otras organizaciones como UGT y CCOO o, peor aún, que nos arrastraran hacia formas de movilización diseñadas por ellos para engañar a los trabajadores, fingiendo peleas que no son tales, algo muy característico del “sindicalismo” mayoritario de estos tiempos. Por eso tampoco podemos estar esperando eternamente a que se den una serie de condiciones «óptimas» para movilizarnos  en solitario, que parece ser que se nos tienen que presentar como si fueran diseñadas a escuadra y cartabón; las condiciones las tenemos que crear nosotros mismos a través de nuestra acción diaria y permanente en el tiempo, que habrá de ser coherente con la que desarrollemos puntualmente y de forma específica durante los conflictos y procesos de negociación colectiva.

A su vez, desde los ámbitos laborales tenemos que conectar y buscar alianzas con sectores de los movimientos sociales que quieran superar las dinámicas de oposición testimonial en las que también pueden estar inconscientemente (o cómodamente) instalados; gentes y colectivos que al igual que nosotros valoren que es imprescindible intervenir con acciones que afecten directamente sobre los procesos productivos  para defender a los trabajadores empleados en esas empresas y desempleados por esas empresas.

Nuestra memoria histórica nos cuenta que en los procesos de negociación colectiva en particular, y en los procesos de transformación económica en general, la acción sindical y social directa (de paralización), desarrollada de forma contundente y continua, sobre los procesos productivos es fundamental para alcanzar los objetivos deseados.  Y esto es algo que no solo se debe intentar conseguir desde el interior de las empresas, sino también desde la calle, desde lo social. Esa es la tarea que debería acometer lo mejor del movimiento obrero y de los movimientos sociales, asumiendo tanto unos como otros que no podemos contar para tal fin ni con las burocracias “sindicales” insertadas en el sistema, ni con quienes convierten el espacio de la protesta social en un escenario lúdico-festivo con el que solo pretenden testimoniar un descontento.

En definitiva, nos tenemos que tomar todos este asunto mucho más en serio y entender que como personas, como trabajadores (empleados y desempleados), y sobre todo como organizaciones, que  tenemos que asumir los riesgos que supone una lucha como la que debemos afrontar, pues también tenemos que ser conscientes de que cuanto más tardemos en hacer esto, esos riesgos van a ser más y mayores, y las peores situaciones desde las que afrontarlos estarán más retrocedidas.

Sabemos que da de sí y a qué nos conduce una actuación sindical y social más guiada por nuestro miedo que por nuestro impulso: una negociación colectiva a la defensiva y que renuncia a la pelea, una actuación social reducida a la denuncia y unas movilizaciones generales aisladas y sin continuidad ni decisión. Sabemos que todo eso queda dentro, integrado en lo que hay y sin cambiar nada. Estamos como quien ante una tunda de golpes levanta los brazos para protegerse, esperando a que escampe. Respondemos con posturas defensivas particulares e individualizadas a lo que es una declaración de guerra social. Actitud muy insuficiente en esta situación que exigiría de nosotros una mayor apuesta y riesgo, tanto en los contenidos como en los métodos de actuación sindical y social.

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Las mujeres en el sector de la limpieza https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/las-mujeres-en-el-sector-de-la-limpieza/ https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/las-mujeres-en-el-sector-de-la-limpieza/#respond Fri, 21 Jun 2013 13:00:15 +0000 https://librepensamiento.org/?p=4124 Normal 0 false false false EN-US X-NONE X-NONE MicrosoftInternetExplorer4

72Reproducimos por su interés la entrevista de Autre futur a Etienne Deschamps, abogada del sindicato de limpieza CNT-SO, parte del documento que sobre el papel de las mujeres en el sector de la limpieza y hostelería-restauración en la región parisina ha sido elaborado por Fabien Delmotte (http://www.autrefutur.net/Les-femmes-dans-le-nettoyage-et-l)

Muchas de las cuestiones planteadas transcienden el marco francés y son una realidad en el sector de la limpieza en nuestro país. Temas como la precarización, la contratación temporal, los horarios “extravagantes”, las incompatibilidades entre trabajo y vida personal, la externalización de los servicios de limpieza en centros públicos, las estructuras cuasi-mafiosas del sector empresarial de la limpieza aparecen en la entrevista con Etienne Deschamps y abren la necesidad del debate sobre cómo organizarse en estas nuevas condiciones de trabajo en un sector con una débil presencia sindical.

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Autre Futur: Según tu experiencia, ¿cuál es la distribución hombres/mujeres en el sector de la limpieza en la región de Paris?

Etienne Deschamps: En los transportes (SNCF, RATP) la proporción es muy similar pero en el caso de las contratas de limpieza en el sector de la hostelería, el perfil de género de l@s trabajadores es de un 98% de mujeres.

AF: ¿Puedes precisar con detalle el tema  de la precariedad en el sector de la limpieza, los modelos de contratos, la jornada y la manera en que estas condiciones laborales afectan a las mujeres?

ED: La mayoría de los contratos son a tiempo parcial, con horarios de trabajo muy particulares. En general, se comienza el trabajo a primera hora de la mañana, entre las 6 y las 9 y por la tarde entre las 5 y las 9. Son habituales los contratos de 65 horas por mes, pese a lo cual muchas trabajadoras tienen horario de mañana y tarde.  Esto tiene una repercusión importante en los derechos sociales de las mujeres en relación con las prestaciones por maternidad, dado que es necesario justificar al menos 200 horas por trimestre. Un día una mujer me dijo “Estoy cuidando de  mi tercer hijo y no entiendo por qué razón no percibo ninguna indemnización de la Seguridad Social”. Eso pese a estar empleada en su empresa con un contrato regularizado desde hacía 5-6 años. Pueden trabajar desde hace diez años o tener diez hijos y no cobrar ninguna indemnización. Esto ocurre, al menos, a varios centenares de miles de trabajadoras, que representan un 30 o 40% de las mujeres del sector de limpieza. El sindicato CNT –SO reivindica contratos de al menos 200 horas al trimestre o eliminar este condicionamiento. La solución de este problema se puede abordar bien a través de la supresión de esta limitación  en  los convenios colectivos o por parte de la Seguridad Social. Pero como sindicato estamos aislados de cara a introducir estos cambios y nuestras esperanzas son  muy escasas. Queremos retomar el tema con un dossier remitido a la Ministra de Asuntos Sociales  y Sanidad tras cuatro años de ausencia de respuesta por parte del Ministerio de Trabajo. Se alega que existe discriminación y que los servicios debían examinar la situación y darle una solución.  Pero volveremos a la carga. Estas mujeres reciben un salario entre 400 y 500 euros y da la impresión que muchos empresarios consideran que estas prestaciones son solo un complemento al salario del marido.

74La empresa tiende a modificar las condiciones de trabajo y hace imposible compatibilizar la vida profesional y la familiar. Una joven madre de familia, con un bebé de meses, que debe irse de casa a las 6 de la mañana y volver a las 10 de la mañana y reanudar su trabajo por la tarde, se encuentra imposibilitada para atender a su hijo. Esto le puede costar más caro pues ella  vuelve a casa en horas en las que se atiende a los niños en las guarderías y es complicado encontrar una cuidadora compatible con ritmos de trabajo que cambian frecuentemnte. Hoy me he reunido con una trabajadora que ha conseguido un permiso de maternidad, sin compatibilizarlo con un permiso parental, que puede ser de dos años y nueve meses. Trabajaba en el sector hospitalario, una semana de lunes a viernes, otra de martes a domingo… asunto inmanejable.

La otra incidencia de estas condiciones de trabajo radica en que  los hijos no  están en horario escolar y sin embargo los padres están trabajando. Además el discurso institucional es culpabilizador, achacando a las familias  una mala atención a los hijos. Pero cuando los dos padres trabajan en el sector de la limpieza, lo que es un caso habitual en la región parisina, se encuentran familias estigmatizadas pues no se ocupan de sus hijos fuera del horario escolar y reciben reproches por no involucrarse en actividades como reuniones de padres convocadas por las direcciones de los centros escolares. ¿Os podéis imaginar el sinsentido de convocatorias a los padres de alumnos a las 5 de la tarde por parte de los profesores y las repercusiones que tiene en el tiempo de trabajo? La institución escolar no ha adaptado su funcionamiento a estas nuevas formas de trabajo y a la precarización del mismo.

La otra forma de precariedad, que afecta a muchas mujeres,  son los CDD (contratos de duración determinada). Veo a mujeres con  CDD desde hace unos cinco años. En estos casos, es muy duro poner en marcha procesos de recualificación pues la trabajadora  tiene miedo a perder el trabajo. Desde el momento que se solicita una recualificación la consecuencia inmediata puede ser un despido a la carta o una no-renovación de los CDD. Muchas mujeres están solas con su hijo y dudan en implicarse en una acción de este tipo.

La acción colectiva es complicada. La dificultad del sector de la limpieza radica en que las asalariadas trabajan para un mismo empresario en diferentes lugares. No es lo mismo que en Renault donde 1500 trabajadores tienen su puesto de trabajo en un lugar prefijado sin movilidad geográfica durante sus horas laborales. En el sector de la limpieza tienes empresas con entre 3 y 6 trabajadoras, salvo en grandes centros hospitalarios, de transporte u hostelería donde el número varía ostensiblemente. En el hospital Pitié-Salpetrière hay  5 ó 6 empresas implicadas, con un número de trabajadoras entre 600 y 700. En el hospital Lariboisière hay un centenar de trabajadoras mientras que en Bichat son unas 79. Pero,  independientemente de las dimensiones del centro, los contratos son a tiempo parcial en todos ellos y se evita el contrato a tiempo completo que facilitaría sustancialmente la vida de los trabajadores.

Se tienen casos de trabajar por la mañana con un empresario y por la tarde con otro. El de la mañana dice “trabajaréis conmigo hasta la hora que empecéis vuestro horario de tarde con la otra empresa” con lo que la posibilidad  de compatibilizarlos es casi nula. En una segunda muestra, con motivo del anexo 7 del convenio colectivo, una disposición específica  prevé que cuando uno está en un lugar de trabajo y cambia la empresa concesionaria,  se debe preservar el puesto de trabajo. Dado que el nuevo concesionario ha pactado un precio menor, tratará por todos los medios de reducir o mover a otro puesto a la plantilla, independientemente de que el trabajador tenga otro trabajo en otra empresa. Tratará de imponer un horario que provoque el rechazo del trabajador y dé motivo para un despido por incumplimiento del contrato de trabajo. La situación va empeorando paulatinamente.  He atendido a una trabajadora que trabaja de 9 a 13 en el museo del Quai Branly. Una parte de la contrata ha sido transferida a otra empresa independientemente de que ambas trabajen en el mismo lugar. Se le ha dicho que de ahora en adelante tiene que trabajar una hora para nuestra empresa y el resto del contrato se transfiere a la otra empresa. Pero no tiene tiempo para cambiar de vestimenta (con el nombre de la otra empresa) y de golpe se le dice que vaya a trabajar en  Petaouchnok, lo que se traduce en que tenía su prestación en un turno y se encuentra con una prestación en tres turnos: a primera hora de la mañana, a mediodía y a última hora de la tarde. Un auténtico “regalo” para el desarrollo de una vida familiar digna.

Por otra parte, el convenio colectivo prevé que cuando tienes varios lugares de trabajo, sobre todo en el caso de los inmuebles (una hora como mucho en cada uno de ellos) y tienes ocho horas de trabajo en siete inmuebles con media hora de desplazamiento entre cada uno de ellos,  es fácil imaginar cómo se amplía la jornada de trabajo. En principio, se contempla que el desplazamiento es contabilizado como tiempo de trabajo pero esto no se aplica nunca de modo espontáneo. Cuando se denuncia este hecho, que representa de 4.000 a 5.000 euros (2 horas diarias durante 5 años), la respuesta del empresario es el despido, dado que el principio de beneficio está por encima de otras consideraciones.

73Muchas de las trabajadoras de la limpieza viven en el extrarradio de Paris (la banlieu). Para ir al trabajo, que comienza a las 6 de la mañana, salen de casa a las 4 y regresan a las 10-11 de la noche. Algunas hacen 2 horas de viaje de ida y otras 2 de vuelta para trabajar 3 horas… Las empresas ignoran conscientemente esta realidad. Además, la situación está empeorando continuamente: salarios de 4,50 euros la hora (la mitad del salario mínimo en Francia), contratos a tiempo parcial, despidos de mujeres embarazadas. Son casos que aumentan día a día.

AF: ¿Hay problemas derivados del permiso por paternidad?

ED: El permiso por paternidad ofrece la posibilidad de reducción o cese de actividad profesional  para un asalariado (padre o madre) con la finalidad de ocuparse de un hijo de menos de tres años de edad , con validez desde el primer hijo. Es un permiso no remunerado durante tres años  y que puede  solicitarse desde el nacimiento hasta que el hijo cumpla tres años. Los dos padres pueden acogerse simultáneamente a este permiso, bien total o bien parcialmente (16 horas por semana como mínimo). El asalariado puede escoger la tasa de reducción de actividad pero es el empresario quien tiene la última palabra sobre el reparto del tiempo de trabajo (un día al menos por semana o una hora al menos cada día). El permiso por paternidad  se contempla como un derecho, pero para hacerlo efectivo plantea problemas ligados a la precariedad. Una mujer con permiso  parental  es reemplazada por otra en la empresa. Es un CDD. El permiso puede durar, como máximo,  2 años y 9 meses  lo que genera otra precariedad para el trabajador sustituto. Los hombres no suelen tomar el permiso parental  sino el de nacimiento (3 días) y el de paternidad (11 días), lo que lleva a preguntarse si cuando los hijos nacen en el país de origen, ¿tienen derecho a un permiso de nacimiento y paternidad? Algunos lo reclaman. En mi opinión sí que lo tienen. Puede ir al país de origen 13 días si quiere, pero esto no es evidente ni para los empresarios, ni para la jurisprudencia ni para la legislación.

AF: ¿Puedes detallar la situación de las madres abandonadas por el marido?

ED: Es un fenómeno que se da en nuestra sociedad, pero hay que señalar una especificidad que a veces es consecuencia de una cultura en la que la poligamia es habitual. La primera, la segunda esposa… en tanto en cuanto la mujer es menos interesante para el marido se encuentra marginalizada, incluso si hay reflejos comunitarios que funcionan. La comunidad se ocupa de los niños pero este hecho se da con menos frecuencia  en nuestros actuales ritmos y condiciones de vida. En primer lugar, porque las condiciones de alojamiento no permiten que convivan tres mujeres con 7 u 8 niños. De hecho, muchas mujeres se encuentran solas para ocuparse de los hijos. Por otra parte, se dan casos en los que el marido se va a su país de origen durante 3 o 4 meses para volverse a casar y deja a la mujer sola con los hijos… No obstante, la composición del sector de trabajadoras de la limpieza está evolucionando, con una mayor presencia de hombres y mujeres de Sri Lanka, Bangladesh etc. cuya cultura difiere de la de los países africanos.

AF: ¿Ves regularmente casos de sexismo o acoso en el trabajo?

ED: Son numerosos los casos de acoso sexual que son difíciles de sacar a la luz. En primer lugar, porque no es fácil acudir al sindicato y contar: “tengo un jefe de equipo que me mete mano todas las semanas o todos los días”. Una mujer  ha venido recientemente a consultarnos sobre este tema  y la he remitido al abogado dado que las evidencias eran de acoso sexual. Desde hace dos años, todos los días de trabajo el jefe de equipo le muestra su pene y le propone que le haga una felación. Ella ha acabado por decir “no puedo más” y ha venido a solicitar asesoramiento sobre cómo proceder. Un día el sujeto la ha metido en una cama en el hospital en el que trabaja y le dice “te voy a dejar embarazada”. Es un caso extremo sobre el que el abogado ha iniciado el expediente, pero los “tendrás un buen puesto si te acuestas conmigo”, “te meto mano” y “oh, es una broma” juegan un papel disuasor. Constato que cada vez más,  y más cuanto más jóvenes y atractivas son, sufren el acoso. Hablan poco del tema porque se avergüenzan. He visto a una mujer decir “No puedo más. Mi jefe de equipo me acosa diariamente, se mete en mi vestuario, me hace tocamientos”. He tratado de convencerle para que presente una denuncia y su respuesta es negativa porque “mi marido me va a considerar una puta y agredirme físicamente”. Ha sido imposible convencerla. “Ven con tu marido, vamos a hablar del tema…”.  Pero no. ¿Qué se puede hacer?

Los empresarios aprovechan esta situación para provocar  enfrentamientos entre las trabajadoras, culpabilizándolas de no ceder a las proposiciones de la jerarquía. “Seguro que tienes problemas con él”. Y esto es parte de tu responsabilidad.

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https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/las-mujeres-en-el-sector-de-la-limpieza/feed/ 0
Apostando por el sindicalismo de CGT https://archivo.librepensamiento.org/2012/09/21/apostando-por-el-sindicalismo-de-cgt/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/09/21/apostando-por-el-sindicalismo-de-cgt/#respond Fri, 21 Sep 2012 12:00:49 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3832 El modelo sindical de la CGT,  es hoy fundamental en la confrontación social. Sus dos patas son igual de importantes, la social y la laboral. Profundizar en su interrelación es una cuestión de inteligencia constructiva de la CGT. En esta crisis tenemos también la oportunidad de vernos como parte del problema, y de esa humildad, podemos salir reforzados. La tensión entre lo social y lo laboral ha estado siempre presente en el anarcosindicalismo y es natural que así sea. Con las convulsiones sociales y la necesidad militante de CGT de encontrarse en ellas, se ha exacerbado.

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Josu Albinarrate (Secretario de Acción Sindical  en BBVA y afiliado de F.L. de Bilbao)

 

La Sociedad del siglo XXI, como fue la del XX, se continúa estructurando en torno al trabajo. No sólo es mayoría la población activa, sino que para quien está en paro su prioridad es abandonarlo. La condición de pensionista tiene también mucho que ver con el mundo laboral, puesto que se trata de un pacto social que se construye durante la vida cotizante, pero que demasiadas veces se ve atacado en los momentos más débiles, tras el hecho causante (jubilación, invalidez, viudedad, etc.). Es por esta centralidad social de lo laboral, el que CGT tiene un modo de intervención básicamente laboral y así entiendo debe seguir siendo.

El mundo laboral es cierto que se ha atomizado por Sectores, tipos de contratos, duración de los mismos y condiciones muy polarizadas. Este hecho dificulta tremendamente la intervención sindical. Pero lo mismo ocurre en la propia sociedad, donde las clases sociales se han desdibujado, las alianzas históricas se han disuelto, etc. La intervención social la solemos enmarcar en el problema concreto que abordamos, es particular no global, y el conflicto se encuentra perfectamente enmarcado. En lo laboral, debemos aspirar a dirigirnos al 100% de una plantilla, sea cual fuere su nivel profesional. Nuestra definición de reivindicación o análisis laboral ha de ser consistente para todos, aunque sea de mayor interés para un colectivo que para otro, nuestra intervención ha de convencer a todos en justicia, oportunidad y necesidad. En realidad, en lo laboral, se escenifica el mismo conflicto social, la redistribución de la “tarta”. Si es en el ámbito de una empresa está en juego la redistribución de lo generado. Si es en un Sector, la homologación de condiciones para que reducir derechos laborales no forme parte de la competencia entre empresas del mismo. Nuestra condición de Sindicato alternativo es la que nos lleva a propugnar, explicar y desarrollar en el Sector o en cada Empresa, precisamente esas condiciones de redistribución en lo laboral que son la base para entenderlas luego como ciudadanos en lo social. Si no lo entendemos en lo laboral, difícilmente lo haremos en los temas sociales.

La intervención laboral se realiza fundamentalmente en las empresas, conviene recordar que apostamos por las Secciones Sindicales como estrategia de intervención. Esto representa que nuestra actividad la marcamos nosotros y no está supeditada, no debiera estarlo al menos, a los escasos o puntuales momentos de negociación o de conflictividad. El espíritu colectivo que en momentos de conflicto representa realmente la fuerza del Sindicato no se improvisa, sino que se construye normalmente desde una ínfima militancia. Parece básico asimilar que para llegar a cualquier plantilla es indispensable hacerlo desde sus primeras necesidades laborales. Menospreciar esos aspectos del sindicalismo es propio de quien jamás ha puesto su cerebro en desarrollar una Sección Sindical. Pasar por encima de las necesidades y orden de prioridades genérico de una plantilla es propio de actitudes sectarias o iluminadas. Pero es muy distinto hacerlo apoyándose simplemente en ellas para buscar una representatividad parlamentarista, que hacerlo para ofrecer un análisis radical sobre necesidades reivindicativas laborales y relaciones laborales colectivas. Conceptos básicos como transparencia, servicio sin caer en el amiguismo sindical afiliador, eficacia obrera, etc. deben aparecer en nuestras tareas sindico laborales más básicas. Sin dudarlo, una actividad gestora de los intereses laborales de una plantilla, con criterios positivos generando colectivo, es fundamental para el incremento de la capacidad de penetración de otros conceptos más profundos socialmente de la CGT. Sin lo primero, lo segundo es un acto de iluminados.

ACCIÓN SINDICAL COTIDIANA Y PERMANENTE

Entre conflicto y conflicto es cuando se hace organización. Apenas habrá alguna sección sindical de la CGT que no cuente entre sus herramientas con una publicación o medio digital que permita mantener el contacto más continuado entre organización y plantilla. Esta es una característica de la CGT, tenemos mucho de lo que hablar y mucho que decir. Y también tenemos muchas formas de fomentar la participación, las aportaciones más variadas y un clima orgánico que las favorezca en cada ámbito laboral. Tratar en estos medios de la problemática de otras empresas del sector o fuera de él, abordar temas directamente sociales o políticos, aportar datos de análisis sobre los sucesos sociales, etc. resulta fundamental como penetración de la problemática social en el mundo laboral. Incluso hay un sinfín de materias laborales que conceptualmente entroncan con los conceptos básicos sociales de redistribución de la riqueza. Tratarlas es una cuestión diaria y ha de ser habitual en nuestras Secciones Sindicales. Por ejemplo, la lucha contra las horas extras o las prolongaciones de jornada, la movilidad funcional, la falta de medidas de prevención, etc., todas estas luchas conceptuales o concretas tienen su entronque en los conceptos de definición social y por tanto acometerlas transciende de los intereses como persona asalariadas y precisamente los conecta con los de ciudadano.

Las reivindicaciones que integran al colectivo laboral ante un conflicto han de ser marca de naturaleza CGT. Ningún conflicto en ningún ámbito hemos de verlo como terminista, como que se agota en si mismo. La estrategia reivindicativa, bien sea proactiva -a iniciativa nuestra- o sea defensiva -ante un conflicto que nos generan-, debe enmarcarse en una estrategia del sindicato, básicamente la que dictamine la sección sindical o federación afectada directamente y que estará definida en base a nuestra capacidad en la empresa o sector, el momento empresarial y la correlación de fuerzas. Indudablemente, a fijar esa estrategia influirá la marcha global de la Organización y esto es algo pendiente de desarrollar por la CGT, dado nuestro aún pequeño peso laboral y el detrimento militante que lo laboral tiene hoy en los órganos confederales. Una sección o federación no es más combativa porque su reivindicación sea más o menos atrevida o finalista, sino por saber enlazar sus aspiraciones hoy menores para que luego abran o traigan otras mayores. El reto para un sindicato de la CGT estará básicamente entre la plantilla donde se juega la asunción de sus postulados, que por muy razonados y justos que sean jamás podrán ser impuestos al colectivo como si éste fuera un ente contaminado de capitalismo y la CGT algo ajeno a ese sentir. La negociación para la CGT se celebra en una mesa pero se libra entre la plantilla y entre la ciudadanía. Que calen nuestras reivindicaciones, que se enlacen con un bien común mayor, es fruto de un trabajo premeditado, elaborado y con tiempo, que se concretará en un momento de negociación puntual, pero que se ha generado antes.

En cualquier proceso reivindicativo, sea social o laboral, estamos quitando de un lado para ponerlo en otro. Esto será siempre conflictivo y más cuando la pretensión surge desde abajo, desde la ciudadanía en lo social y desde los asalariados en lo laboral. La profundidad del reparto vendrá marcada por el convencimiento social del colectivo que lo propicia. Que la CGT rechace el parlamentarismo también en el mundo laboral, supone en la práctica que nos movamos por criterios y no por atracción del voto. Nuestra actitud en las empresas representa romper con el principio del bien inmediato para plantear en lo concreto el bienestar colectivo. De este concepto nace nuestra posición en las grandes empresas, en las que hemos luchado en lo concreto contra la subcontratación de tareas, hemos defendido que a las subcontratas se las aplique el convenio de la empresa matriz, hemos buscado desde nuestras secciones sindicales en la matriz -normalmente con mayor capacidad reivindicativa- hacer nuestras las necesidades de las subcontratas y exigírselas a la matriz, no a la subcontrata, siempre con mayor precariedad. Esta tarea de la CGT muchas veces ha sido mal vista por la generalidad de la plantilla subcontratada que se abrazaba al nuevo empleo por peores condiciones que tenga y veía la reivindicación de la CGT como un encarecimiento que hacía peligrar el nacimiento de la propia subcontrata para la empresa matriz.

Este mismo esquema de funcionamiento sindical por criterios sociales es el que nos ha llevado a las distintas secciones sindicales CGT a mantener conflictos sindicales, jurídicos, conceptuales, etc. contra las horas extras o las prolongaciones de jornada, cuando no directamente contra el paro, de modo continuado o puntual, en momentos de bonanza como de crisis, e incluso con EREs sufridos con la negativa al mismo y posterior campaña de la CGT contra las horas extras. Tirar contra los Directivos de cualquier gran empresa está hoy muy en boga y CGT no sólo llevamos años de bonanza haciéndolo, sino que en muchas empresas hemos apostado abiertamente por manifestarnos, posicionarnos e incluso tomar iniciativas contra los sistemas de retribución extra e incentivación, que democratizan las migajas entre la plantilla para sostener el expolio de los Directivos. Esto era nadar contra corriente hace sólo unos años y desde la CGT se ha hecho. Hacerlo más eficazmente, con más datos, es una ardua tarea, pero es llevar a las empresas la redistribución de la riqueza que socialmente demandamos en tantas manifestaciones.

Por último, la vida de las secciones sindicales de la CGT en las empresas es el eslabón básico para hacer sociedad. La afiliación responde como es natural a un interés primario, si no existiera tal interés personal no habría sindicato, pero un interés personal no tiene porque ser individualista ni antisocial, sino que  lo personal ha de ser el camino para alcanzar el más sano concepto colectivo. La participación es un concepto positivo pero muy difícil de fomentar y practicar. Primero se ha de respetar el proceso del otro, pero sin negar la necesidad colectiva. Conjugar esto: distintos niveles de interés, atención y conciencia que hemos de respetar, con la necesidad de hacer organización mediante la participación, ¡es todo un reto! Pero lo es en las secciones sindicales, porque tienen hoy una necesidad diaria de funcionamiento, y lo es en cualquier ámbito social. Cuanto más abierto sea el ámbito, más distancia entre las personas en conciencia, interés y actitud. Es un reto de primera magnitud para la CGT en las secciones sindicales desarrollar estrategias que busquen la participación, no sólo la exijan o reclamen como un deber. Hay niveles de aportación y todos son válidos, aunque probablemente ninguno suficiente. Generar ánimo, en lugar de exigencia castrante, es un propósito sindical básico en la vida de las Secciones, generar confianza en las propias fuerzas con las que se cuenta para cada tarea, generar impulso para superar miedos, incapacidades o bajas autoestimas. Todo esto es parte de la vida de una sección sindical. Y buena parte de ella pasa por unas relaciones personales fuertes, sanas y con los mismos criterios que reclamamos para la sociedad que pretendemos. No es fácil lograr lo que digo. La salud de nuestras relaciones personales en las secciones se resiente por el conflicto, el sectarismo y el debate. Es, en buena medida, natural y, siempre pretendiendo su mejora, hemos de asumirlo. Por eso, el sindicalismo laboral, con un ámbito humano muy amplio, representa poner en práctica hoy nuestros valores para una sociedad mejor.

PROPUESTAS DE INTERRELACIÓN DE NUESTRO TRABAJO LABORAL Y SOCIAL

            Debemos partir de una realidad y es que el tiempo y las energías son limitados y muy inferiores a la tarea por acometer en ambos campos. Esto nos lleva a que la persona que se implica mucho en su Sección Sindical o Sector, apenas tenga tiempo y energías para participar en una medida significativa en las áreas sociales. Por el contrario, muchas personas de la CGT que participan activamente en tareas sociales concretas, no suelen tener tiempo y energías para participar en una medida significativa en las necesidades sindicales de su empresa o sector, y, por último, las personas que más participan continuadamente en la vida confederal, suelen ver muy disminuidas sus energías y tiempo a dedicar bien a participar en tareas sociales concretas o en la vida de sus secciones sindicales.

            Esto es una perogrullada pero, sin embargo, no lo tenemos en cuenta para nada en la vida confederal. Reivindicamos un trabajo de abajo hacia arriba, pero en nuestro ideario o mente colectiva sí que caemos en categorizar de arriba hacia abajo, nuestras labores y de rebote a las personas que las desarrollan. El modelo sindical de la CGT también precisa de personas dedicadas en su tiempo y energías a la gestión de su sección sindical, a apoyar a los principiantes, organizar sus tareas, dinamizar, o incluso gestionar las funciones sindico laborales ante la afiliación e incluso la plantilla en general. Como he pretendido razonar en la primera parte, esta labor insertada en el conjunto de la CGT es tan importante como la que más y se trata de encontrar a las personas con mejor actitud hacia ellas y seguramente con los condicionantes personales que les permitan, mejor que a otras personas, dedicarse a ellas.

            La conclusión es que desde arriba hacia abajo, debe facilitarse tremendamente la transmisión de todas las cuestiones laborales y sociales en que estemos implicados como CGT y segundo que participar no es sólo tomar parte en los actos y acciones que en torno a un conflicto desarrolla o convoca la CGT, sino que hay también otros modos de participación más compaginables con un exceso de tareas.

COORDINACIÓN SOCIAL CGT.

Se nos mezclan dos conceptos: por un lado, la implicación de CGT en movimientos sociales mediante su firma en las convocatorias y extensión de las mismas, por otro, la militancia de personas de la CGT como individuos en esos movimientos sociales más amplios. Ambas cuestiones son valiosas y de ambos modos hemos de reforzar en estos tiempos el compromiso de la CGT.

            Sin embargo, nos falta como CGT un órgano que determine la propia estrategia comunicativa y de prioridades en el conjunto de conflictos sociales.  Pongo un ejemplo, CGT puede estar apoyando en un ámbito determinado las movilizaciones de STOP DESAHUCIOS, como organización en sus convocatorias y con personas trabajando en el movimiento. Sin embargo, no contamos con ningún ente CGT que, dentro del conjunto de conflictos sociales hoy en activo, vea la mejor forma de comunicar nuestra posición a la sociedad a su respecto. analizando si debemos dar mayor énfasis a este conflicto de los desahucios o a otro en litigio, marcar ritmos y momentos, y, sobre todo. generar una estrategia de comunicación; ya que no es lo mismo que saquemos una simple nota contra los desahucios a que generemos una información más profunda y continuada analizando, proponiendo, etc.

            El SP Confederal es quien ha venido intentando cubrir este vacío, pero ni por el ámbito sirve, puesto que los movimientos sociales están mucho más geográficamente divididos y desarrollan campañas con distintos ritmos y, además, el SP  tapa huecos pero no puede ser nuestra primera línea en todos los conflictos sociales.

            Necesitamos contar como mínimo en el nivel confederal territorial con personas encargadas efectivamente, no sólo nominativamente, de ser la voz de la CGT en los conflictos sociales. Su objetivo sería estar en contacto con las personas militantes de la CGT en los distintos movimientos sociales para poder emitir comunicaciones con estrategia propia de la CGT, con mensaje propio, con trabajos y orientaciones acordes como Organización que trasladar a la ciudadanía. Haciéndolo pero no en el reducido ámbito de los propios movimientos sociales y con su mismo criterio de comunicación esquemático, concreto y puntual para responder activamente ante cada conflicto mediante su visualización en la calle. El objetivo de esa área de la CGT debiera ser trasladar determinados conflictos sociales hacia la ciudadanía, por un lado vía empresas y, por otro, cuando así se considere, en la calle.

            Los movimientos sociales se hacen visibles mediante actuaciones puntuales similares a manifestaciones, concentraciones, perfomances, etc. Y son muy válidos para esa visualización. Participar en ellos puede ser un papel para muchas personas militantes de la CGT y las convocatorias de laCGT a esos actos organizados por movimientos sociales es importante, pero es un error quedarse en eso. En la expansión del fondo del conflicto social, hemos de dar cabida a todas nuestras secciones sindicales, a toda nuestra afiliación -mucha  no encuadrada en una vida sindical concreta. Para ello, el ente en cuestión debe visualizar cómo trasladar el conflicto social concreto a las empresas y seguramente el lenguaje será otro y el sostén de la reivindicación más exhaustivo, más razonado y con más datos, simplemente porque muchos trabajadores no han reparado en ese conflicto social o no lo sienten suyo. Y esto hemos de hacerlo con nuestras siglas CGT.

            Si importante es participar en manifestaciones o concentraciones por un tema social. Tanto o más es extender el conflicto social utilizando nuestra capacidad de penetración CGT en base a la afiliación -que debe recibir nuestras comunicaciones de un modo ágil- y en base a nuestra capacidad de expansión de las S. Sindicales. Esto es construir una red social CGT que llegue no solo a quien tiene carné, sino a su entorno laboral, social y familiar.

REIVINDICACIÓN PEDAGÓGICA

            Para construir valores sociales resulta básica la formación. En una Sociedad tan compleja, es fundamental que la CGT, si quiere ser transformadora, asuma que debe ofertar no sólo reivindicaciones más radicales o más plenas, sino también conocimiento, análisis y alternativas razonadas. Esto debiera ser una característica CGT de la que hoy carecemos.

            Es más bien al contrario. En los movimientos alternativos ha venido primando la sencillez de consignas, los bálsamos de fierabrás y los conceptos tópicos, y la CGT viene haciendo lo mismo. Es más atractivo confluir en torno a postulados maximalistas y simples que construir un movimiento con raíces en saber, discernir, analizar y proponer.

            Para movilizar, para generar movimientos puntuales ante conflictos sociales o laborales, la simplificación puede resultar una estrategia adecuada, pero si se queda en ello, al movimiento en sí se lo llevará el viento. En paralelo debe haber una tarea marca CGT, que genere esa formación hacia el conjunto de la propia afiliación y los núcleos próximos, y en una menor medida, pero también, hacia el conjunto social o laboral.

            De hecho, desde el SP Confederal se viene publicando excelentes trabajos recopilando datos, análisis, etc. Pero esta información, fundamental desde luego, sucumbe entre el enorme papeleo que generamos y a lo sumo sirve para un vistazo, para una lectura muy minoritaria.

            Reconozco que para abordar cualquier tema social o laboral de un modo pedagógico resulta más fácil ser extenso y prolijo. La sabiduría viene cuando alguien es capaz de presentar el esqueleto de ese saber, eso es lo realmente difícil.

            Se trata de sumar capacidades, pero desde luego de tener muy claro que la reivindicación pedagógica debe ser marca de la CGT. Insisto que más profundamente en nuestro entorno de afiliación, de modo menos detallado en nuestro núcleo de simpatizantes y finalmente en un mensaje más escueto al conjunto social y laboral.

            Trabajos hay muchos hechos ya desde el SP Confederal. Se trataría de abordarlos también con esta visión y encargar a personas especialmente capacitadas para esquematizar, el traslado a cada nivel, de modo que vía nuevas tecnologías y vía papel cuando sea menester, con un diseño de marketing para buscar la mayor penetración posible, se pueda sostener un trabajo comunicador, formativo y de calado que dé un sentido global y asentado al discurso de la CGT ante la problemática social y laboral.

FEDERACIONES DE RAMO

            Han venido siendo en general entes coordinadores y deberíamos darles un impulso para ser algo más. En la individualización de todas las relaciones laborales, ha primado la empresa por encima del sector. El dinamismo sindical lo hemos tenido en las empresas y el discurso sectorial no ha pasado casi de eso, de discurso. Seguro que en parte hemos vivido el problema de nuestro tamaño y no es fácil tener un tamaño sectorial apreciable, por más que lo tengamos en algunas empresas del mismo.

            En estos momentos resulta fundamental recuperar lo colectivo y las federaciones pueden ser una buena herramienta. En las federaciones que engloban varios convenios, hemos de ser pragmáticos y generar coordinaciones en paralelo para esos convenios o subsectores con la gente que está dando la cara día a día en ellos. La federación no debe quedarse en trasladar lo que le llega al resto de secciones sindicales que la integran, debe ofrecer también una visión del conjunto de la federación si es un único convenio y de cada uno de ellos si son varios.

            Pondré un ejemplo evidenciador: la FESIBAC-CGT engloba al sector de Ahorro y Banca, además de algunos otros. Hoy el sector financiero está en el epicentro de la crisis, por responsabilidad, protagonismo y enfoque social. Las personas que integran el SP de nuestra FESIBAC tienen ya muchísima tarea con la coordinación de un sector tan amplio, con responder a un sinfín de conflictos laborales de primer orden y dar cobertura a decenas y decenas de secciones sindicales pequeñas y que dependen de ese ente. Pero, en los tiempos que corren, parece indispensable que FESIBAC-CGT fuera protagonista en la emisión de una visión del sector financiero tanto como responsable de la crisis, característica, entramado laboral, económico, trayectoria y situación actual, reconversión que se está viviendo y finalmente alternativas….más allá de una genérica banca pública, por bien que esté. Hemos de ser capaces de generar una información que arme a la ciudadanía y a las propias plantillas del sector, en torno a nuestra visión, a nuestro análisis y a nuestras propuestas que unas serán sociales sobre la banca y otras han de ser laborales, y ambas deben guiarse por los mismos criterios.

            FESIBAC-CGT debiera ser el ente que asumiera tan difícil tarea aunque para ello necesitara el apoyo de otras personas incluso ajenas a la FESIBAC. Lo importante sería contar con esa visión global y utilizar nuevamente la red social de la CGT para su transmisión en el mundo laboral y en la propia sociedad. Lo dicho con este sector hoy tan visualizado, vale para otros como el automóvil, la construcción, etc.

ALTERNATIVA CGT

            Lo social y lo laboral van intrínsicamente ligados, pues evidenciémoslo. Desde CGT rehuimos demasiadas veces reivindicar cuestiones concretas y cercanas como alternativas. Nos resulta más fácil orgánicamente ponernos de acuerdo en tiros por elevación.

            No es mi labor aquí, pero se trataría de revisar nuestro análisis de las características de su crisis en España, nuestras críticas y reivindicaciones y realizar un resumen para presentar en sociedad. Un conjunto de propuestas concretas, aplicables de inmediato en lo laboral y en lo social que permitan al ciudadano, al trabajador, visualizar que la CGT está entreabriendo la salida de su crisis. Seguro que alguien más radical  que yo encuentra la propuesta posibilista, porque pretende un cambio social inmediato, pero ese es quizás nuestro error. Como en cualquier empresa, hay siempre reivindicaciones que representan un cambio de mentalidad y que, de avanzarse en ellas, producen un vuelco en la correlación de fuerzas y no suponen un fin reivindicativo aunque se alcancen. Eso hemos de lograr. Sólo apuntar algunas para visualizar la interrelación de lo laboral y lo social:

  • Supresión de los máximos en las Bases de Cotización. Es decir, toda persona asalariada cotizará por su retribución íntegra, tanto la cuota social como la patronal. Esto representaría en torno a 10.000 MM € más de recaudación al año para la seguridad social, que es un bien social.
  • Poder de inspección laboral para las personas nombradas por los sindicatos como delegados de prevención y salud. No supondrían ningún coste para las arcas públicas, levantarían actas en temas como horas extras y sería la Inspección la vía sancionadora. Por el reparto del empleo.
  • Popularizar el Acuerdo de la CGT de oponernos y no suscribir ningún ERE en empresas con beneficios. Dar a conocer que nuestra propuesta será siempre la supresión de las Retribuciones Extra de existir en la empresa afectada, y después la reducción del salario y jornada, con mantenimiento del  volumen de empleo. (La pelea de Limpiezas de Jerez es un ejemplo).
  • Obligatoriedad en la subrogación de plantillas en las contratas por obra y servicio mientras permanezca la tarea subcontratada. Esto es lo que tiene algún sector como el de limpiezas de edificios y haría que no se encadenaran las subcontratas o, al menos, se limitarían por el hecho de tener que seguir contando con la misma plantilla inicialmente subcontratada.
  • Reclamación de un pacto de rentas. No voy a desarrollarlo aquí, pero siguiendo la lógica socialmente aceptada de los ANC que CCOO-UGT firmaban con el eufemismo del control de la inflación, hemos de reclamar un pacto de rentas para regular las masas salariales de las empresas, no sólo el salario regulado, sino el conjunto de su masa salarial. En el mismo pacto hemos de reclamar el control de los dividendos, como retribución que al capital, ya que su volumen es muchísimo mayor que los costes salariales e igualmente tienen repercusión en el coste final del producto o servicio, y por tanto en la inflación.
  • Reclamación de una escala salarial sectorial. Tampoco voy a extenderme ahora, pero se trataría de evidenciar que con el mismo coste salarial que contiene un PIB concreto, la escala de ese coste, sus tramos y por tanto la base y la cúpula salarial tienen una influencia directa social. España no sólo tiene una media salarial de las más bajas de la UE, sino que si dividimos por décilas los Salarios, España tiene los más altos y los más bajos a la vez. Se trataría de reivindicar una relación Salarial más corta entre los distintos Sectores o Convenios, un acercamiento hacia el centro de los Salarios Sectoriales. Es romper precisamente con la lógica neoliberal.

Otros puntos sociales no introduzco porque la casuística es más amplia y conocida a la vez y sería cuestión de priorizar y enmarcar en una estrategia comunicativa.

]]> https://archivo.librepensamiento.org/2012/09/21/apostando-por-el-sindicalismo-de-cgt/feed/ 0 La derrota del sindicalismo https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/la-derrota-del-sindicalismo/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/la-derrota-del-sindicalismo/#respond Thu, 21 Jun 2012 20:00:00 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3740 El sindicalismo ha jugado un papel central en la consecución del estado de bienestar y en el acceso de las clases trabajadoras de los países desarrollados a la sociedad de consumo. Son logros importantes pero dentro de unos objetivos no concluidos y, a la postre, derrotados. Hoy, el papel del sindicalismo es escaso y no significativo.

]]> Chema Berro

Si  nos remontamos a los periodos rugientes del sindicalismo, aun sin idealizaciones, éste puede ser admirado como un movimiento valioso, tanto en capacidad de conseguir mejoras inmediatas, como en cuanto capaz de aunar y hacer efectivas voluntades y aspiraciones de cambio social. Pero no es menos cierto que el sindicalismo actual nada tiene que ver con lo que fue.

Sería suficiente remontarse a los últimos cuarenta años de nuestra última etapa de libertad, todo lo relativa que se quiera, y actuación sindical para apreciar lo mucho que el sindicalismo ha evolucionado. El sindicalismo iniciado en los setenta hereda una trayectoria de lucha obrera autónoma, participativa, que supone un desafío y una amenaza  a lo existente, en la que los conflictos se aunaban y extendían y las conquistas se generalizaban rápidamente, llegando al conjunto de trabajadores. Es cierto que en esa época éramos una sociedad con un nivel de consumo bajo, casi pobre, y que la situación política del franquismo terminal añadía un plus de motivación a la movilización.

Pero más que recoger esa herencia el sindicalismo la tira por la borda en poquísimo tiempo, demostrando que es “otra cosa”. El sindicalismo es lucha obrera pero pasada por numerosos tamices, tanto de puntos de vista previos como de intereses diferenciados, que la condicionan decisivamente en unos casos y, en otros y en definitiva, se le anteponen. Lo cierto es que al poco de iniciarse el proceso de sindicalización de aquella lucha obrera autónoma, combativa y expansiva no queda apenas nada. Y no solo es un problema de que hayan gestionado mal el bagaje recibido, ni solo de que el sindicalismo que se instaura no haya sabido o querido hacerlo de otro modo, los agentes concretos que prevalecen en ese momento tienen influencia indiscutible, pero el problema es más intrínseco al mismo hecho sindical.

 Los cambios en el sindicalismo

El centro del sindicalismo ha sido la reivindicación económica, en primer lugar y la de las condiciones laborales, en segundo. En sus orígenes, en una situación de fuerte explotación y en la que la reivindicación se mantenía a unos niveles próximos a las necesidades básicas, conseguía:

  • Unos niveles de enfrentamiento fuertes en los que se hacía presente toda la perversión del sistema. A más lucha mayor aspiración y mayor acercamiento al cambio social.
  • Unos niveles de solidaridad importantes generados por las situaciones de carencias básicas.
  • Una homogeneización de los trabajadores ya que buena parte de las conquistas alcanzadas se generalizaban con cierta rapidez y acababan afectando en poco tiempo al conjunto de la clase.

Quizá el mayor déficit de ese sindicalismo inicial fue su dimensión internacionalista, sí mantenida como aspiración y bandera pero que no consiguió plasmarse como realidad salvo situaciones y momentos puntuales. La lucha obrera, el sindicalismo consigue crear una “clase obrera” unificada en el seno de cada uno de los países, suscita solidaridades parciales entre las clases obreras de los países industrializados, pero, desde luego, no genera una “clase” a nivel internacional, sino que, todo lo contrario, las diferencias entre las clases obreras de los distintos países comienzan a agrandarse según su grado de desarrollo.

El sindicalismo actual lo reiniciamos en los 70, con la transición y la recuperación de  las libertades, la sindical entre ellas. La lucha obrera de los 70 venía siendo una lucha con un nivel de combatividad importante que se planta como desafío, que genera importantes dosis de solidaridad, unificación de las luchas y generalización de las conquistas…, pero en la que, sin embargo, la aspiración de cambio social ya había remitido. La clase obrera más que aspirar a un cambio del sistema económico, a algún tipo de sociedad no capitalista, reduce su aspiración a ejercer su presión y construir una fortaleza en la que defender e incrementar sus logros, pero dentro del sistema capitalista.

En los 70 se producen una serie de hechos simultáneos que marcarán el desarrollo de ese movimiento obrero surgido en el franquismo: la libertad sindical, la crisis del petróleo, el despegue de la globalización y un enriquecimiento importante de nuestra sociedad que vendrán a modificar considerablemente el panorama de la lucha obrera.

La libertad sindical significó que los y las trabajadoras dejaron de gestionar su propia lucha, pasando a hacerlo las organizaciones sindicales, que son algo más que las trabajadoras organizadas  para la defensa de sus intereses: existen cauces, mecanismos, prerrogativas, formas democráticas de representación, subvenciones, ayudas…que hacen de las organizaciones sindicales algo más que un conjunto de trabajadores que se organizan. La relación trabajador/organización es otra. Existe, sin duda, una relación y correspondencia entre trabajadores y organizaciones sindicales, pero es una relación compleja y diversa, en la que lo central no es la organización como instrumento de lucha, con el resultado de una pérdida de viveza e impulso. Hecho cada vez se irá agravando.

La crisis del petróleo y toda la política de reconversión industrial fue un ataque terrible contra la capacidad combativa de los trabajadores y la entrada en la derrota: significó la voladura de la fortaleza que ellos se habían construido dentro del capitalismo y, además y sobre todo, supone la destrucción de la unidad de clase: ni las luchas, meramente de carácter defensivo, se unifican ni hay conquistas que generalizar. Lo que hay para un sector de trabajadores es un deterioro grave de la situación  y la caída en el paro y la precariedad, siendo difícil hablar de trabajadores como un conjunto social con un suficiente denominador común unificador. Entre una persona en paro, la trabajadora de una subcontrata, y otra trabajadora de la administración o de una empresa matriz los puntos en común van desapareciendo y las diferencias creciendo. Aunque todavía se dan intentos (asambleas de parados, marchas contra el paro, etc.) las organizaciones sindicales, atrapadas por la naturaleza a que las han conducido los mecanismos de su reproducción (afiliación, delegados, subvenciones, aparatos…) se dedicarán a la defensa negociada de los sectores de trabajadores con derechos y capacidades sindicales, dejando de lado el paro, la precariedad y el subempleo, que, en la medida en que se extiende, irán constituyéndose en un cordón que asfixie a los primeros y al propio sindicalismo.

El despegue económico supuso la entrada de la sociedad española en plena sociedad de consumo, lo que significó que la reivindicación sindical (que sigue centrada en lo económico y supeditándolo todo a ella) está por encima de lo que puede considerarse como necesidades básicas y contribuyendo a unos niveles y estilos de vida muy dentro del modelo de desarrollo (y, por tanto, del capitalismo que lo proporciona), homogeneizando lo que fue clase obrera con otras capas sociales, incorporándola a una clase media acomodada y bienviviente. La acción sindical, lejos de sacar y enfrentar a los trabajadores con el capitalismo, los incorpora a él. Naturalmente en ese nivel de reclamación la “solidaridad” pierde fuerza o desaparece, ya que no es suscitada de la misma manera por las carencias en los niveles de subsistencia que por las limitaciones en los accesos a bienes superfluos. No solo no hay una solidaridad entre trabajadores, el consumidor trabajador es enemigo de sí mismo, quiere comprar barato y lo hace en las grandes cadenas comerciales, que desde su monopolización del mercado imponen los precios de compra de los productos y, a través de ellos, marcan las condiciones laborales y salariales en las que deban ser fabricados.

Por último, la globalización dio al capitalismo unos poderosísimos mecanismos de dominación, que no fueron contrarrestados por una evolución en les mecanismos de presión. Todo lo contrario, la amenaza de deslocalización es un chantaje muy efectivo y, además, va acompañada de un proceso de externalizaciones, subcontrataciones, precarización, una alta tasa de paro… que, por un lado, dificultan enormemente los mecanismos de presión obrera y, por otro, les restan eficacia. Hoy las huelgas, sean parciales o generales, salvo en algunos sectores, tienen más valor simbólico que eficacia real, y tal como habitualmente se ejercen están más cerca de la protesta que de la presión.

 De organizaciones sindicales a agentes sociales

Pudiera decirse que el sindicalismo ha sido la última formación de la socialdemocracia, defensora de un estado de bienestar relativo que abarcaba a una mayoría social de aspirantes a “clase media”  con niveles de consumo y bienestar desiguales. Un estado de bienestar fruto del consenso, término que nada tiene que ver con el acuerdo resultante de una negociación a la que se llega tras poner de manifiesto una determinada correlación de fuerza y válido para un determinado momento. El consenso es más bien el punto de encuentro definido por el poder, en torno al que éste conforma una mayoría social y un estado de opinión y consideración de sensatez, y es más duradero que el acuerdo provisional resultado de la correlación de fuerzas de un momento dado.

Supone una renuncia a la confrontación y, por tanto la renuncia de las organizaciones sindicales al conflicto, pasando a contribuir a la desmovilización de los trabajadores. Seguramente hubiera sido difícil mantener el nivel de movilización y la capacidad de presión, frente a las nuevas capacidades de dominación desarrolladas por el poder económico a través de la globalización, pero a esa dificultad se le ha sumado la ausencia de voluntad de mantenerla, y, si no hay voluntad y, difícilmente se pueden buscar fórmulas de ejercerla que recuperen la capacidad de presión. El resultado es que hoy el sindicalismo ha perdido casi toda la capacidad de movilización y que la que es capaz de ejercer no significa un elemento de presión real. Es más, es incluso cuestionable que la movilización que ejerce el sindicalismo busque recuperar la capacidad de presión, sino que parece más pensada en  la defensa de su propio espacio de juego y su marca sindical que de la situación laboral y social.

Es una situación en que la suerte de los trabajadores y de las organizaciones sindicales queda ligada a la del capitalismo. El interés es común: si al segundo le va bien, irá bien a los primeros, y si vienen mal dadas vienen mal para “todos”. El sindicalismo ha admitido en su totalidad el discurso del sistema: productivismo, competitividad, prioridad de los beneficios empresariales que son los que garantizan el futuro… Siendo dominante el interés común, las discrepancias se resuelven pronto y con escaso conflicto: nada de promover algaradas, nada de unificar las situaciones y movilizaciones, los problemas se resuelven acotándolos, dialogando sobre ellos guiados por el interés común y buscando compensaciones para los directamente damnificados. Así venimos funcionando.

El sindicalismo sigue siendo útil a los trabajadores con derechos y compensables. A un trabajador precario, de subcontrata o parado, le sirve de poco; ni el sindicalismo tiene para él compensación que negociarlo, ni ese trabajador tiene voto o poder que aportar a un sindicalismo que no ha sabido o querido incorporarle. Una persona en paro lo último en que piensa es en dirigirse a un sindicato para conquistar el acceso a un empleo a través de la actuación sindical, en el mejor de los casos acudirá como cliente a una de las organizaciones sindicales que funcionan como ETTs.

Pese al mantenimiento de un lenguaje propio y de un papel aparentemente distinto, la derrota del sindicalismo consiste en haber pasado a formar parte de un todo, en haber aceptado un papel dentro de un juego único… La derrota del sindicalismo es su complicidad con el sistema.

La crisis nos pilla en crisis

A este sindicalismo desmovilizado, que no afronta los problemas más graves que afectan a la sociedad, pactista, desentendido de los sectores sociales más castigados, y que ha ligado su suerte a la buena marcha del capitalismo medida por el desarrollismo y la competitividad, a este sindicalismo derrotado y sacado de sí, de repente, el capitalismo le plantea una declaración de guerra a través del desencadenamiento de la actual crisis. Esta declaración de guerra viene a expresarse en algo así como: “aquello del estado de bienestar se acabó, lo quiero todo, no solo lo quiero sino que lo necesito todo, sencillamente me sobráis, me estorbáis, el malestar social me da igual y estoy preparado para afrontarlo, tenéis que dar el breve paso del consenso a la sumisión y cuanta más resistencia tratéis de oponer peor lo vais a pasar”.

Llevamos cinco años de crisis, de declaración de guerra. Ninguna de las medidas que nos han impuesto o nos hemos dejado imponer va en otra dirección que en la de la profundización de la situación y el incremento del ataque, con unas consecuencias ya muy graves para un tanto por ciento muy elevado de la población. Más de cinco millones de personas a las que se les niega la posibilidad de trabajar, permaecen socialmente desparecidas.Y sin embargo la respuesta sindical y social viene siendo muy escasa. Sí que es cierto que han ocurrido cosas, quizás la más significativa el 15M, pero en todo caso muy insuficientes. No parece que se haya avanzado mucho en cuanto a reorientar objetivos para esta nueva etapa marcada por la financiarización de la economía y el acercamiento al agotamiento de recursos; tampoco en la búsqueda de formas de presión real, más allá de alguna huelga general sin continuidad, más presión aparente que real.

Y no parece que la respuesta del sindicalismo vaya a avanzar, ni en la señalización de nuevos objetivos adecuados a la actual situación ni en la búsqueda de formas de actuación para alcanzarlos. Para hacerlo tendría que arriesgar mucho, estar dispuestos a variar el rumbo y ser otra cosa de lo que viene siendo, marcarse nuevos objetivos que respondan a una graduación de las necesidades existentes y buscar nuevos caminos y formas de actuación, con el evidente riesgo de equivocaciones. Pero las organizaciones sindicales tienen muchos elementos de estabilización, los mismos que debieran haber sido su potencial, convertidos hoy en elementos  conservadores y peso muerto, que no incitan a asumir riesgos sino a la actuación dentro  la rutina y la repetición, hoy convertida en mera escenificación.

Los elementos conservadores provienen  de que las organizaciones sindicales están demasiado hinchadas en sus aparatos, con escasos activos propios, muy dependientes de liberaciones, horas sindicales y subvenciones, que se ganan a través de las representaciones obtenidas por los votos y la afiliación. Pero la afiliación significa un grado muy débil de adhesión real a acuerdos y decisiones y la del votante es todavía mucho menor. Se puede votar a una organización sindical por razones de cálculo e interés parcial, manteniéndola, por ejemplo, como tercera fuerza sindical, para que juegue un papel secundario de presión, pero sin confiar en ella ni estar dispuesto a otorgarle nunca la totalidad de la responsabilidad del quehacer sindical. Se puede estar afiliado por interés parcial, por ser esa organización la que mejor defiende un tema que le afecta, pero sin coincidir e incluso estando muy alejado del conjunto de sus objetivos y formas de actuación.

Es una ligazón, la de la persona votante o afiliada, en muchos casos débil y que, por tanto, para según qué decisiones se convierte más en rémora que en acicate, ya que la organización es consciente de la debilidad de esa ligazón y teme perderla o incluso arriesgarla en propuestas que vayan un poco más allá de lo previsible, pues le ha costado, justo es reconocerlo, mucho adquirirla.

El órdago que el sistema está lanzando contra la sociedad, va en serio. Dado el componente ecológico y de escasez de recursos de “la crisis” le es necesario para mantenerse y no va a cejar en él ni a ponerle límite ni freno. Sólo podría ponérselo una reacción social muy distinta y de muchísima mayor envergadura. Distinta en tanto que el chip meramente reivindicativo es, por un lado, insuficiente y, además, falso; la jerarquización y priorización de las injusticias y retrocesos sociales obliga a una actuación que debe ser algo más que reivindicativo. Y de mucha mayor envergadura en cuanto que el mero seguimiento de unas convocatorias planteadas con mucho cálculo y excesivo sentido común no va a ser suficiente; en cuanto que necesitamos tomas de actitud nacidas de la convicción propia y dispuestas a ejercerse en minoría e incluso individualmente, de las que arranquen nuevas formas de actuación y presión social. Nadie entienda, por supuesto, que esto significa considerar que estemos sobrados de convocatorias o que debamos dejar de secundarlas e impulsarlas; estamos faltos de movilización, pero las deficiencias de la reacción social no están solo en el grado de movilización.

Es muy improbable que esa reacción social vaya a darse, mucho más improbable todavía es que esa reacción social pueda provenir del impulso de unas organizaciones sindicales demasiado atrapadas por sus elementos de rutina y pesantez.

Naturalmente, hay que intentarlo. El realismo no puede venir a cortar nuestras aspiraciones, sino a quitarles sus componentes de ensoñación y de autoengaño.

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Un sindicalismo en tiempos difíciles https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/un-sindicalismo-en-tiempos-dificiles/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/un-sindicalismo-en-tiempos-dificiles/#respond Thu, 21 Jun 2012 19:00:36 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3743 El sindicalismo atraviesa momentos muy difíciles, incapaz de ofrecer una resistencia eficaz a los duros ataques realizados por los neoliberales en el poder. Varias son las causas que han contribuido a esta gran debilidad del sindicalismo, algunas de ellas provocadas por equivocadas estrategias sindicales en las últimas décadas, Es posible, sin embargo, encontrar algunas pistas a partir de las cuales recuperar la capacidad combativa y transformadora del sindicalismo.

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Félix García Moriyón – Profesor de filosofía jubilado. Militante del Sindicato de Enseñanza de la Confederación de Madrid Castilla la Mancha de la CGT

No cabe la menor duda de que estamos en unos momentos muy difíciles, sobre todo para la clase obrera y también para la clase media. Ciertos rasgos generales de esta crítica situación son ya de sobra conocidos, pero no viene mal resumirlos brevemente para dar paso a algunas reflexiones que nos ayuden a mirar hacia delante.

Conviene, no obstante, comenzar con una matización de la primera frase, para no alimentar un cierto pesimismo que lleva a abandonar la tarea que nos ocupa. En la historia del sindicalismo, que se inicia a mediados del siglo XIX, ha habido etapas de mucha mayor dificultad que la presente. Desde luego, la etapa de sus inicios, cuando las condiciones de vida y trabajo de los obreros y campesinos eran mucho más duras que las actuales y lograr la organización de los trabajadores en sociedades de apoyo mutuo y defensa era una ardua tarea para la que no existían precedentes. O la etapa de los brutales enfrentamientos con la burguesía en las primeras décadas del siglo XX, con episodios tan lamentables como la represión sin contemplaciones orquestada por la patronal. Aquellos momentos difíciles se superaron con constancia, coraje y capacidad de innovación, afrontando las dificultades con un profundo sentido del apoyo mutuo y con unas metas muy claras. Nos tocan ahora nuestros propios problemas y quizá solo el hecho de que sean los nuestros los convierte en más graves que los anteriores.

Puede haber influido en cierta percepción derrotista justo la historia reciente. El gran pacto social acordado tras la sangrienta II Guerra Mundial, con el recuerdo de las dos terribles décadas tras la Gran Depresión de 1929 y con el telón de fondo del ejemplo proporcionado por la Revolución Rusa, hizo que en los países europeos se instalara un modelo “humano” de relaciones sociales de producción capitalista, en el que el reparto de los beneficios era más justo, las desigualdades disminuían y se mejoraban sensiblemente las condiciones materiales de existencia de la clase obrera, lo que daba lugar a la aparición y consolidación de las clases medias. Ese conjunto de circunstancias hizo creer a muchas personas que la lucha de clases en su sentido más fuerte, estaba ya superada. No se ponía en absoluto en cuestión las relaciones sociales de producción propias del capitalismo, pero se ofrecía la versión más amable y soportable del mismo: la enorme capacidad productiva del sistema proporcionaba bienes materiales a casi todos y además, sobre todo en la década de los sesenta, se profundizaba en la democracia haciendo que fuera más inclusiva y participativa.

Una crisis que comenzó hace tiempo

A partir de los años setenta, empezó a ser duramente cuestionado ese modelo desde las élites que controlaban los medios de producción buscando un reparto más favorable a sus intereses. Se inició entonces una lucha social a largo plazo que está en estos momentos en una fase importante en la que los objetivos principales de esas  élites se están cumpliendo de manera muy satisfactoria para ellas. Podemos resumir las líneas maestras de la ofensiva de esas élites en tres lemas: el sector público es ineficaz y anula la libertad de las personas con su obsesión por redistribuir la riqueza; la mejor manera de alcanzar una sociedad más justa es dejar absoluta libertad a los mercados y a la iniciativa privada; las exigencias democráticas, en especial la exigencia de demasiados derechos hace imposible la gobernanza y lleva a las sociedades a un completo colapso. Está en un momento crítico, por tanto, el llamado estado del bienestar o estado social de derechos y también el pacto social en el que se basaba.

No es esa la única crisis a la que tenemos que hacer frente, sino que la humanidad afronta otras crisis de enorme calado que están provocando una profunda reconfiguración del orden social, político y económico internacional. Empezaron también a percibirse en la década de los sesenta y los setenta: la exigencia de los países dependientes de lograr un mayor protagonismo en el control de sus vidas; la percepción clara de que el crecimiento económico basado en el uso abusivo de los recursos naturales tenía unos límites; el bum demográfico que planteaba un reto muy difícil de resolver. Cuatro décadas después, los países dependientes empiezan a tener mayor presencia real, pero no cómo soñaron los países no alineados, pues se han sumado al modelo capitalista de manera plena, un capitalismo financiero que ha reforzado la codicia depredadora e incrementado el consumo a través del endeudamiento masivo de la población Los límites del crecimiento se han recrudecido, espoleados por ese consumismo sin freno, y se concreta la amenaza para la supervivencia de la humanidad en un calentamiento global y en la escasez no sólo de los recursos energéticos, sino también del agua y de los alimentos básicos. Por último, existe una profunda crisis demográfica, especialmente visible en el envejecimiento acelerado de la población en los países del anterior centro del mundo y en los fuertes movimientos migratorios que pueden terminar provocando hondas convulsiones sociales.

Pues bien, en ese marco de crisis global en que los diversos actores sociales están jugando sus bazas para lograr una posición mejor que la que tenían en el período anterior, los sindicatos han sido pillados en gran parte con el pie cambiado  y pueden ser uno de los sectores que más pierdan durante este proceso de cambio. Aunque no está del todo claro que los llamados treinta gloriosos en Europa (de 1945 a 1975) fueran una consecuencia de la acción sindical, está claro que los sindicatos más poderosos desempeñaron un papel importante y se sentaron en casi todas las mesas de negociación para diseñar el Estado de Bienestar. En España, también, aunque con diferencias peculiares; lo más parecido a lo ocurrido en Europa se da desde 1978 hasta 1992, con Pactos de la Moncloa incluidos. Y también está claro que desde el inicio del ataque de las élites, a comienzos de los años setenta, los sindicatos se convirtieron en uno de los enemigos sociales a batir. En aquellos años aparecieron además otros movimientos sociales que contribuyeron a incrementar la calidad democrática de las sociedades; esa fue la gran aportación del feminismo, el pacifismo y el ecologismo, junto con la lucha por los derechos sociales.

Las élites vieron en los sindicatos un estorbo para su proyecto de una sociedad neoliberal, guiada por el libre mercado. Dos combates fueron simbólicos en aquellos primeros años: la derrota de los controladores aéreos por Ronald Reagan y la derrota de los mineros por Margaret Thatcher. Desde entonces no han faltado los enfrentamientos duros ni las pequeñas escaramuzas, pero el declive de la capacidad de los sindicatos no ha cesado. Es más, si utilizamos una metáfora deportiva para describir lo que está pasando justo en estos momentos, verano de 2012, podemos decir que las élites van ganando el partido a los sindicatos por 6 a 0. Queda mucho partido por delante, pero muy mal están las cosas para nosotros y para todos aquellos que, sin formar parte del sindicalismo, están igualmente en el lado de los perdedores.

provocando una cierta impotencia

¿Cómo hemos llegado a esta impotencia, a esta falta de capacidad de respuesta en defensa de unas condiciones de vida y de trabajo que comenzaban a ser bastante satisfactorias? Son muchos los factores que inciden en esta situación y no es posible analizarlos todos, aunque es posible señalar algunos de ellos que podemos considerar como los más significativos. En el caso específico de España, puede que el principal problema haya sido la consolidación a partir de la restauración democrática de un sindicalismo de negociación, convirtiéndose los dos grandes sindicatos en organismos no gubernamentales, con presupuesto en gran parte a cargo del Estado, a los que se reconoce la tarea de negociar con la patronal y el gobierno las condiciones de trabajo. Comisiones Obreras partía de una experiencia previa de lucha durante la dictadura que capitalizó algo fraudulentamente a su favor, mientras que UGT se creó casi de nuevo, al amparo del PSOE. El anarcosindilismo se reconstruía casi desde la nada, aunque contando a su favor con las simpatías por el movimiento libertario generadas por los movimientos sociales de la década anterior. Los dos grandes sindicatos se apoyaron desde entonces en una potente superestructura, bien financiada por dinero público y mucho menos por las cuotas de sus afiliados. Su tarea entonces, abusando del reconocimiento legal como entidades más representativas, consistió en sentarse en todas las mesas de negociación para obtener mejores condiciones laborales; solo muy de vez en cuando recurrían a las movilizaciones de los trabajadores para contar con más fuerza en el momento de negociar. Por su parte, los trabajadores empezaron a ver en el sindicato sobre todo una gestora de servicios, en especial de servicios jurídicos, y las elecciones sindicales introdujeron en la vida sindical muchos de los males de la democracia representativa que ahora se critican con dureza. La militancia decayó con fuerza y la afiliación también disminuyó sensiblemente. La burocracia sindical empezó a tener intereses parcialmente distintos a los de los trabajadores a los que representaban. En cierto sentido, los grandes sindicatos pasaron a ser parte de los problemas que ahora tenemos y no debe extrañarnos el descrédito que se refleja en las sucesivas encuestas de opinión, muy cercano al descrédito que padecen los políticos.

El sindicalismo de negociación quizá pueda servir en tiempos de bonanza en los que las élites están dispuestas a repartir y se difunde la falsa creencia de que los intereses de ambas partes pueden llegar a puntos de acuerdo de suma cero, sin perdedores ni ganadores. Cuando vuelve a manifestarse el lado duro del capitalismo, cuando empieza a estar claro que los intereses son contradictorios y no solo contrarios, negociar ya no es la estrategia más adecuada, sobre todo si esa negociación no está precedida por movilizaciones sociales y por una acción directa que haga ver a las élites económicas y políticas que no se está dispuesto a tolerar un reparto injusto y una economía basada en la explotación y opresión de los trabajadores, excluidos completamente de la participación activa en la gestión de las políticas sociales y económicas, tanto dentro de la empresa como en el país en general.

Que nos llevó a una situación de postración

Si el diagnóstico es correcto, el tratamiento necesario para salir de esta situación de debilidad es relativamente claro. Es necesario reconstruir un sindicalismo más combativo apoyado en lo que siempre fue su mayor fuerza: la acción solidaria de los trabajadores que mediante la acción directa y el apoyo mutuo, hacen frente a la patronal y a sus socios políticos y reclaman no solo un reparto más equitativo de la riqueza generada en el proceso productivo. Eso implica reforzar los niveles de militancia dentro de la propia organización, apoyarse mucho más en las cuotas de los afiliados sin ponerse en manos del Estado que, al controlar los fondos económicos, yugula el caudal de la lucha reivindicativa y narcotiza el deseo de una real transformación social. Eso exige igualmente el incremento de la afiliación, conectando más directamente con los intereses de los trabajadores para que lleguen a percibir el sindicalismo como su genuina asociación de apoyo mutuo y cambio social. Y eso implica también comenzar por una potente labor de formación interna que profundice en una acertada comprensión de cuáles son los males que deterioran la vida de los trabajadores y cuáles son los medios más adecuados para remediar esos males.

Cierto es que la tarea no es nada sencilla. En gran parte eso se debe a un segundo aspecto de la situación actual que tiene una incidencia devastadora en las posibilidades de una acción sindical efectiva. Las élites en el poder llevan orquestando una campaña ideológica muy eficaz desde los inicios de los años setenta, que ha resumido muy bien Naomi Klein con su reflexión sobre la doctrina del choque: de manera sistemática, recurriendo a lemas muy sencillos pero contundentes, la derecha ha conseguido inducir el miedo, convenciendo a toda la ciudadanía de que la situación es muy grave y de que son necesarias medidas muy dolorosas que restauren una economía en crisis y un Estado del bienestar superado por demandas que ni puede ni debe satisfacer.  Aplastan con contundencia los intentos de rebelión incluso cuando son fuertes, como ha ocurrido en Grecia, y aprovechan la situación para imponer su programa, ya sea a través de gobiernos elegidos (caso de España o Inglaterra) ya sea a través de tecnócratas salidos de sus filas (como en el caso de Italia o de Grecia). Logran de ese modo inocular el pesimismo en la clase obrera y en la ciudadanía en general, que agobiadas por el miedo provocado por el discurso apocalíptico de los dirigentes, terminan aceptando resignadas la servidumbre voluntaria de quienes piensan que nada puede ser hecho.

A la que hay que encontrar soluciones

También en este caso, si el diagnóstico es certero, parecen estar claras las pistas de solución que deben orientar nuestra práctica sindical y social. Se impone en primer lugar librar con intensidad la batalla ideológica, contrarrestando los lemas falaces de las élites dominantes con un discurso alternativo que ponga de manifiesto la estrategia de ocultación de la realidad y de imposición de un durísimo programa de recuperación de la extracción de plusvalía y del control autoritario de la vida social y política. Chomsky es un buen referente que ofrece, además de su ejemplo personal, algunas pistas para llevar adelante esa tarea. Debemos recuperar el lenguaje de crítica radical del desorden establecido y volver a plantear los grandes objetivos de emancipación y transformación radical de la sociedad que constituyeron la bandera de movilización de las luchas obreras, sociales y políticas desde los orígenes del sistema social contemporáneo.

Del mismo modo es necesario replantearse las tácticas de lucha social para lograr una mayor eficacia. Estamos lejos de poder organizar con mínimas posibilidades de éxito acciones de enfrentamiento global, como es la huelga general revolucionaria. No está claro que haya tenido eficacia en algún momento de la historia de las luchas obreras, pero en estos momentos la correlación de fuerzas es demasiado desfavorable y apostar por esos instrumentos de lucha puede conducir a incrementar el pesimismo tras la experiencia de la derrota. Pero no son imposibles otras tácticas de enfrentamiento radical que, con logros parciales, restituyan la confianza de los trabajadores en su fuerza y en la capacidad de provocar cambios reales en las relaciones sociales de explotación y dominación. Para el diseño de acciones directas concretas, es necesario recuperar y reelaborar las propuestas de desobediencia civil y de no violencia activa que forman parte de un sector significativo de la tradición anarquista, menos visible para la historia oficial que sigue identificando el anarquismo con el uso ciego y desmedido de la violencia, e incluso para la historia oficial anarquista que no le da la importancia debida, pero de gran calado y capacidad transformadora.

Hay un tercer aspecto que tiene un impacto decisivo. La fase actual del capitalismo financiero de gran capacidad depredadora ha sido potenciada exponencialmente por la globalización. El mercado de valores en tiempo real, que se extiende a todo el mundo con una gran capacidad manipuladora y especulativa, ha conferido a la élite dominante una fuerza superior a la que tenía hasta el momento. El mismo hecho de que la noticia fundamental y primera en los grandes informativos sea el mercado de valores, con la prima de riesgo como protagonista decisiva, deja bien claro dónde se sitúa en estos momentos el epicentro del poder. Para la élite hegemónica es sencillo coordinar sus actuaciones depredadoras en servicio propio, estando eficazmente presente en el mundo económico y financiero y también en los gobiernos y los organismos internacionales. Se ha apropiado del internacionalismo que había sido marca distintiva del movimiento obrero clásico y, apoyados incluso en círculos eficaces de coordinación como lo fue en su momento la trilateral o lo es ahora el club Bildenberg, imponen sus leyes, mejorando su posición de privilegio.

No se ha dado una capacidad de coordinación similar entre los trabajadores de todos los países y tampoco entre toda la ciudadanía. Cierto es que las redes sociales ─en el caso español es significativo el movimiento del 15-M─ están logrando una apreciable capacidad de movilización globalizadora, que tiene indudable impacto, pero no se pude decir lo mismo de las internacionales sindicales, mucho menos de la OIT, un organismo que adolece de los mismos problemas que afectan a nuestros grandes sindicatos. Hace falta, por tanto, profundizar en la acción coordinada y solidaria de los trabajadores de todo el mundo, recurriendo a las enormes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Hay que evitar, por ejemplo,  que las élites puedan utilizar las duras condiciones laborales de los trabajadores de otros países, como China o India, o como los inmigrantes ilegales, para cambiar a la baja las condiciones laborales de los trabajadores europeos. La coordinación es igualmente necesaria para evitar que, hábilmente manipulados como ya ocurriera en las dos grandes guerras del siglo pasado, los trabajadores colaboren con las maniobras pseudonacionalistas de acentuación de la competencia, una de las claves del modelo insolidario de relaciones solidarias en el que nos movemos en la actualidad.

Termino mis reflexiones llamando la atención sobre otro aspecto de gran importancia. Las reivindicaciones que orientan las luchas de los sindicatos han perdido calado y alcance. En gran parte se han limitado al gestionar el reparto de lo que hay, pero parece que han dado por bueno que el ideal socialista (sea autoritario o libertario utilizando la antigua terminología) se reduzca a la consolidación del Estado del bienestar, un Estado sin duda mejor que los anteriores, pero que no cumple los ideales centrales de una sociedad sin opresión ni explotación, una sociedad en la que la igualdad, la libertad y la solidaridad no sean palabras retóricas con escasa incidencia en la configuración real de la sociedad. Sin grandes ideales, sustentados por un sólido optimismo que es consciente de las dificultades pero no se arredra ante ellas, poco se puede hacer. Si reducimos drásticamente nuestras exigencias y nuestras expectativas, hemos empezado la lucha por el reconocimiento admitiendo la derrota final incluso en el supuesto de que consigamos ser escuchados.

Tenemos que recuperar el realismo de pedir lo imposible, pues para pedir sólo la miseria de lo posible ya están quienes nos imponen sus objetivos. Para ello, además, el anarcosindicalismo debe recuperar el ideal de transformación radical de la sociedad, lo que incluye vincular las luchas estrictamente sindicales a todas las demás luchas sociales empeñadas en hacer presente una manera completamente distinta de articular las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Sólo siendo algo más que un puro sindicato de lucha centrada en la vida laboral de los seres humanos podremos dotar a nuestro esfuerzo de una capacidad de impacto transformador de la realidad social que haga que merezca la pena. Es irrelevante en estos momentos apostar por la implantación definitiva de una sociedad justa en un futuro más o menos lejano; es igualmente irrelevante pensar que el futuro que se nos viene encima es un mundo apocalíptico con unas condiciones de existencia completamente degradadas. Lo que es totalmente importante, lo que es crucial y marca una diferencia es estar convencidos de que aquí y ahora es posible hacer ya presente un modo de vida alternativo. Y luchar por su generalización a todos los ámbitos de la sociedad.

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Vino nuevo y odres viejos. Rutinas mentales y estratégicas en un mundo que es igual pero no es el mismo https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/vino-nuevo-y-odres-viejos-rutinas-mentales-y-estrategicas-en-un-mundo-que-es-igual-pero-no-es-el-mismo/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/vino-nuevo-y-odres-viejos-rutinas-mentales-y-estrategicas-en-un-mundo-que-es-igual-pero-no-es-el-mismo/#respond Thu, 21 Jun 2012 18:00:17 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3746 La izquierda precisa poner en orden una herencia confusa, una mezcla de tradiciones, de inercias y de maneras de hacer, que cada vez con más claridad parecen poco efectivas. Somos los hijos de las generaciones que vivieron en el convencimiento de que otro mundo era posible y de que una serie de medidas y acciones acertadas harían más justa e igualitaria nuestra sociedad.

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“Muchos han imaginado repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos en realidad, y es que hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo habría que vivir, que el que no se ocupa de lo que se hace para preocuparse de lo que habría que hacer, aprende antes a fracasar que a sobrevivir”

                          Nicolás Maquiavelo. El Príncipe.

Algunas viejas buenas ideas que no funcionan

 La izquierda precisa poner en orden una herencia confusa, una mezcla de tradiciones, de inercias y de maneras de hacer, que cada vez con más claridad parecen poco efectivas. Somos los hijos de las generaciones que vivieron en el convencimiento de que otro mundo era posible y de que una serie de medidas y acciones acertadas harían más justa e igualitaria nuestra sociedad. Una generación que vivió el auge de cierto asamblearismo y una creencia en la colectividad que sin embargo se ha disuelto como azucarillo en el presente. Ciertamente hay quienes hoy en día plantean tales cosas, quienes creen firmemente en ellas y las practican con encomiable coherencia. Sin embargo y a pesar de su testimonio, nuestra sociedad, hija de aquellos anhelos y de aquellas ideologías ha girado en dirección contraria. A pesar de este evidente cambio la izquierda parece empecinada en repetir pautas de comportamiento ya ensayadas, cuyo éxito ha sido sobredimensionado con inconsciente imprudencia.

 Parece evidente que hoy el liberalismo más pujante, partidario de una desregulación amplia y de limitar la actividad económica del estado a su mínima expresión, lleva hoy la iniciativa ideológica. Las medidas liberalizadoras que con creciente unanimidad toman los gobiernos occidentales, son amparadas por un aparato mediático y académico que las hace pasar no ya como una opción ideológica y por tanto una elección política, sino como la respuesta “técnica” que debe adoptarse. Ante estas medidas, que atacan buena parte de un patrimonio ideológico que la izquierda reclama como suyo, la respuesta de los partidos y los sindicatos de izquierdas aparece constantemente a la defensiva. Ya no conquistamos….., defendemos. Y ese cambio de estrategia tiene una importancia mayúscula.

 El sociólogo Manuel Castells, en “La era de la información”, hizo uno de los más juiciosos análisis sobre el cambio de paradigma que vivimos y que se ha operado en los últimos años. Castells analiza cómo el peso que la globalización y la relación entre los diferentes espacios geográficos al ampliado el mundo y lo ha convertido en algo completamente distinto a ese espacio compartimentado sobre el que estaba fundada nuestra sociedad. Una transformación que ha modificado  las reglas del juego del capitalismo, que ha afectado a nuestra percepción de la realidad, a nuestros usos sociales y evidentemente a las relaciones económicas. El análisis de Castells ha sido completado por otras perspectivas que completan este universo nuevo de relaciones y reglas. Sobre los cambios que ha sufrido el mundo del trabajo y la mentalidad de los trabajadores resulta muy revelador el trabajo de Richard Sennett, quien analiza en la “Corrosión del carácter” tal y como recoge el subtítulo,  las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. La flexibilidad, animada por la rapidez que nuestra sociedad ha impreso no sólo a las comunicaciones, ha hecho saltar algunos de los tradicionales acuerdos de nuestras sociedades. Zygmunt Bauman, a partir de estas consideraciones, utilizó el feliz concepto de “modernidad líquida”, construido precisamente a partir de una realidad percibida como fundamentalmente cambiante y flexible ante la cual los individuos se encuentran como náufragos de sus propias vidas.

 Las estrategias que la izquierda no parecen haberse adaptado a este nuevo escenario, empeñadas como están en reclamar una vuelta al marco de relaciones laborales previo. La nostalgia de los “trente glorieuses” franceses o la defensa del modelo económico y social de la segunda mitad del siglo XX trata de contener inercias poderosas sobre unas bases sociales e ideológicas radicalmente diferentes a las que lo hicieron posible.

 Llama la atención que si bien durante las últimas décadas la izquierda ha analizado la realidad con notable agudeza, las propuestas para transformarla o ejecutar las reformas pretendidas ha sido mucho menos brillante. La izquierda parece haber pedido la batalla más esencial, la del sentido común, la capacidad de convencer a la mayor parte de la población de que no se están tomando las medidas más adecuadas para el bienestar de la mayoría. Podemos aducir que este programa ideológico ha estado defendido por unos u otros adalides, colectivos, partidos y sindicatos sensibles a estas cuestiones, sin embargo los resultados electorales han reforzado el discurso contrario, o al menos un discurso confuso en el que se mezclaban rimbombantes principios “progresistas” y prácticas que conducían irremisiblemente al extremo opuesto.

 Ni la socialdemocracia ha acertado en su pretendida apuesta por lo público, abrazando con mayor o menor descaro el discurso hegemónico, ni la izquierda más escorada a babor ha estado acertada en su retórica antisistema, capaz de convencer exclusivamente a sus propias bases y ensimismada en sus propia convicciones. Por su lado la derecha europea, ha abandonado  los senderos paternalistas y proteccionistas que fueron parte de su idiosincrasia, y que han quedado como patrimonio de la ultraderecha nacionalista. El resultado es que cuando se habla de economía, el acuerdo sobre las medidas a tomar está en manos de la derecha liberal.

 A la defensiva, enrocándonos en posiciones que lejos de abrir un espacio nuevo se empeñan en añorar un pasado perdido, parece claro que tenemos un problema muy serio de estrategia y de imagen. Necesitamos romper con algunas de nuestras más queridas rutinas mentales. Incluso organizativamente tenemos que transformarnos, ni nuestros mensajes ni nuestras maneras pueden parecerse tanto a la de los años de la Transición (por poner un horizonte del pasado reciente, aunque podemos irnos al siglo XIX con facilidad o a la II República Española), no podemos seguir pendientes de iconografías y hagiografías de antaño. La imagen de la izquierda no puede ser tan previsible, quizás convenga revisar el uso que reiteradamente hacemos de ese catálogo de imágenes y banderas que recorren todas las derrotas del pasado. No podemos aspirar a un mundo nuevo vestidos con trajes de época.

La construcción de un imaginario. Las discutibles virtudes de las viejas palabras

 La historia nos engaña. Creemos ser herederos del pasado cuando en realidad convertimos al pasado en consecuencia de nuestro presente. Ocurre tantas veces, con tan machacona insistencia que apenas nos es perceptible. Si la historia de anticuario, esa que se entretiene de manera diletante en las glorias pasadas nos enfada y deprime, no menos fastidiosa resulta la historia heroica que pretende encontrar en los sucesos de un pretendido pasado glorioso, la inspiración de un futuro mejor o la justificación del presente.

 Conviene por ello poner en cuarentena todos los relatos heroicos, todas las visiones magnificadas sobre el ayer, y especialmente las propias, esas en las que a menudo nos engolosinamos. El relato mítico suele olvidar que la historia se teje a partir de la vida de seres humanos y que cuando escribimos historia sobre grandes ideales y absolutos, solemos perder de vista la escala, solemos olvidar al sujeto que sostiene todo el edificio. La izquierda es heredera – quizás a su pesar – de la esperanza religiosa en un paraíso futuro. Ese porvenir ha sido encarnado en la “revolución”, concepto que ha sido utilizado en procesos históricos paradójicamente dudosamente transformadores y resueltos tras largos periodos de tiempo. Nos hemos acostumbrado al término “revolución” y a asociarla de manera inmediata a una venturosa transformación; una serie de manifestaciones en la calle, más o menos mantenidas durante semanas reciben el nombre de “revolución”, por más que muchas de esas experiencias acaben en involuciones. La sola esperanza de un cambio rápido y provocado por un golpe de efecto, inflama muchas conciencias. Sorprendentemente y a pesar de la propaganda, pocas veces la solución revolucionaria funcionó, o no pudo perpetuarse en el tiempo o, cuando lo hizo, acabó siendo una caricatura de sus originales objetivos. Conviene despertar ya de esa magia “revolucionaria”. Nunca las cosas cambiaron en poco tiempo y cuando lo han hecho ha sido con un coste tan alto en vidas humanas que la transformación, perdió por completo su sentido. El hombre moderno ha matado por ideas en mucha mayor medida que muerto por ellas.

 ¿Podemos aspirar a una cambio de sistema?. ¿Podemos creer que “otro mundo es posible”, entendiendo como posibilidad un cambio radical de modelo?. Si la experiencia nos demuestra que el cambio revolucionario es poco probable e incluso poco deseable y si la mínima transformación nos lleva décadas o generaciones, acompasemos el paso. No podemos esperar un cambio cercano y quizás el convencimiento de este tiempo lento nos pueda sosegar un poco.  Parece necesario evitar que un exceso de ruido y furia nos aboque, como tantas veces ha pasado, a descomponer las ilusiones pretendidas. Cuando nos dolemos de la falta de reacción, de indignación o de participación de la ciudadanía, cabe preguntarnos si esta desafección es el resultado de una voluntad de las élites por adormecer a la población o la consecuencia de unos errores de estrategia manifiestos. Pocos desean cambios excepcionales y sin embargo muchos pretenden una sociedad más justa o una mejora razonable de las condiciones de vida. La sociedad desconfía de los maximalismos.

Crisis. ¿Qué crisis?

 “… todos viven con la obsesión de la crisis y las voces más discordes se escuchan a todas horas, desde la más pesimista a la más ingenuamente optimista. /../ Las polémicas se suceden, pero la crisis perdura, el malestar se acrecienta, la desesperación de los que sufren va subiendo de tono, las panaceas se escuchan cada día con más escepticismo y hasta en los espíritus más indiferentes y reacios va penetrando la idea y la convicción de que asistimos a una época terminal de la Historia,  a la caída de un mundo deslumbrante de oropeles, corroído por sus contradicciones criminales y su inhumanidad.” Abad de Santillán, Valencia, 1933

 Las crisis parecen una ruptura de la lógica del progreso. La idea de que el futuro será necesariamente mejor está tan asumido que el escenario mas terrible que la humanidad contempla y que la literatura del siglo XX se ha encargado de ilustrar en numerosos ejemplos, es la de un futuro peor. La distopía ha sucedido en nuestro imaginario a la utopía. En el Renacimiento el presente soportaba la desigualdad, la perversidad, el dolor y la muerte,(pon .) La utopía encarnaba el sueño de una sociedad perfecta, el cumplimiento cabal de los principios de una ciudad cristiana en otro espacio aunque en el mismo tiempo. En el mundo contemporáneo, la distopía ha sustituido a la utopía y encarna el miedo absoluto, las pesadillas tecnológicas, químicas, nucleares, biológicas o sociales, son la materialización de nuestro temor a que el sueño del progreso se rompa. Nuestro convencimiento en que el futuro debe ser mejor es tan intenso que la pesadilla más terrible es imaginar que el futuro pueda ser más siniestro que el presente.

 Casi ochenta años han pasado desde la que Abad de Santillán presentaba como “La crisis definitiva del sistema”. Los apocalípticos de toda índole acostumbran a plantear que estamos ante “épocas terminales” y amparados en tan opresivas impresiones de finitud suelen presentar la esperanza de un cambio fundamentado en algún absoluto salvífico. Tanto los Apocalipsis como las Salvaciones varían en su carácter, las hay económicas, políticas, ecológicas, sociales y morales. Sin embargo el mundo no se acaba pero sí lo hacen muchas de las categorías en las que las sociedades occidentales se han basado durante los últimos cincuenta años. La humana necesidad de categorizar y sistematizar la realidad nos conduce al error de pensar que la ruptura de una categoría, de un concepto o la modificación de un marco de pensamiento, conlleva el fin del mundo.

 Hoy de nuevo nos encontramos ante muchas voces que nos anuncian otro fin del mundo. Quizás como ocurre con los hipocondríacos a fuerza de preveer la inminente muerte haya una última ocasión en la que acertemos y efectivamente muramos. Vicente Verdú hablaba en su “Capitalismo funeral” de esa sensación de desmoronamiento que domina la perspectiva sobre el presente. Hay una cierta sensación de derrota y pérdida, nada se entiende, nada parece obedecer al manual de instrucciones que nos dieron. Escasean las certezas y el posmodernismo filosófico nos empuja a adaptarnos a una realidad cambiante que tiene en su definición mucho de retórica; el tiempo siempre ha sido cambiante, por más que una vez pasado se convierta en una foto fija. Hoy parece que esa modernidad líquida que en feliz concepto planteara Bauman, aleja la posibilidad de acogernos a las estructuras sistemáticas de explicación de nuestro mundo. Las crisis provocan cambios, promueven transformaciones y sobre todo rompen con esos marcos de referencia en los que buscamos sentido las sociedades. Visitar una librería de viejo nos retrae a esa perspectiva, cuando uno hojea los antiguos ensayos políticos, contempla los éxitos editoriales de un tiempo pasado que hoy nada explican y no sirven más que a la curiosidad del historiador. Sin duda precisamos de herramientas conceptuales nuevas y adaptadas de manera más definida a nuestra realidad.

 Por otro lado la idea de crisis se extiende también a nuestra concepción de la política. Desde diferentes perspectivas se considera que las instituciones democráticas no atienden hoy de manera adecuada los intereses de la ciudadanía, los “no nos representan”, las llamadas a la abstención o el voto nulo y la utilización de soluciones políticas técnicas de conveniencia inapelable, como en los casos de Italia y Grecia, alejan a la ciudadanía de la política real.

 En este marco de crisis institucional, no sólo los partidos sufren el descrédito de su capacidad de representación, también los sindicatos participan de ese desgaste. A menudo unos y otros son considerados parte importante del problema, élites profesionalizadas alejadas del sentir de la calle que obedecen a sus propias estrategias de supervivencia y reproducción. Por ejemplo, el exquisito cuidado de los movimientos ciudadanos vinculados al 15-M de no aparecer asociados a ninguna sigla no parecen justificarse sólo por la ambición de acoger a la mayor parte de la sociedad en su seno, sino también por no heredar el descrédito de estas organizaciones. La aspiración a una “democracia real” parece por el momento querer alejarse de lo que hoy es la “real democracia”, una democracia representativa en la que partidos y sindicatos ejercen básicamente la tarea de transmisión del sentir popular como órganos de participación  fundamentales. Ese modelo es el que parece hoy abocado a una transformación profunda y el sindicalismo tiene por ello una tarea compleja por delante si no quiere convertirse en una cáscara vacía en los márgenes de la Historia.

 Más democracia y más participación reclama la ciudadanía y a pesar del obsceno alineamiento de los grandes medios de comunicación en torno a banderías ideológicas, la información nunca ha sido tan accesible. Gracias a Internet y al margen de las grandes corporaciones, menudean blogs y medios digitales por donde la información fluye. Las redes sociales, los diferentes foros y las páginas de asociaciones, instituciones y todo tipo de grupos de interés o afinidad han revolucionado la forma en la que nos informamos. El flujo de información, a pesar de las diferencias que puedan señalarse en posibilidades y calidad del acceso, se han democratizado. También lo han hecho nuestras posibilidades de participación. Si antaño las páginas de “cartas al director” de la prensa ejercían ese papel de escaparate de las opiniones del público, hoy Twitter, las cuentas de Facebook o los comentarios abiertos de las publicaciones en la red, desde los propios artículos de la prensa digital a los blogs, han generalizado la intervención de las ciudadanía en los foros de opinión.

 Nunca como hasta ahora nuestra capacidad de participar se ha visto tan amplificada, rompiendo las barreras físicas que toda participación suponía, pero también diluyendo la importancia de la presencia física en los foros sociales. Las manifestaciones callejeras son hoy el resultado de intensas campañas en Internet o la fase final de una convocatoria sostenida durante un tiempo en la Red.  Hay una sed de participación y de democracia a la que las viejas estructuras no están respondiendo de forma adecuada.

Palabras que pesan y espacios de poder

 Por encima de las movilizaciones callejeras o las reacciones puntuales, son los capitales sociales, las redes clientelares y de interés o los distintos espacios de poder, los que terminan por mover los resortes ideológicos de nuestras sociedades hiperinformadas e interconectadas. El dominio de los resortes del poder político o económico, y el control de la producción intelectual y académica, a través de la prensa o el mundo editorial, tienen un peso esencial en la formación de consensos ideológicos que terminan por modificar el pensamiento de toda una sociedad. La Transición Española no podría explicarse sin tener en cuenta toda una generación de PNNs que coparon las aulas universitarias y crearon un discurso de cambio que terminó por contagiar a toda el país. La irrupción de conceptos nuevos sostenidos por el activo capitalismo de los años 60, desmanteló el entramado ideológico del corporativismo económico del primer franquismo y puso a la sociedad española en sintonía con el resto de los países occidentales.

 El dominio del lenguaje y la facultad de dotar de significado a las palabras son una herramienta esencial de cambio. Sobre estos significados organizamos nuestro pensamiento y lo hacemos desde posiciones cercanas al resto de la sociedad. Las palabras son importantes. Desde la democracia radical al socialismo revolucionario pasando por el anarcosindicalismo la izquierda no ha dejado de crecer, ampliando y mezclando conceptos. La dificultad de la izquierda actual es dilucidar, a partir de esta larga tradición, qué términos son más útiles para transformar la realidad, dónde apoyar un proyecto de futuro que rompa las inercias en las que estamos detenidos y qué conceptos deben ser abandonados o transformados.

 Palabras como libertad, público o trabajadores, han sufrido tales cambios de sentido que resulta difícil reconocer qué es lo que nombran. Por ejemplo, la idea de libertad, inspiró a liberales y libertarios tan cercanos en los términos y lejanos en los propósitos. La formulación de lo público, recuperó una concepción cívica abandonada desde la antigüedad o transmutada en la Edad Media y revitalizó la idea de República como el espacio de decisión compartido por todos. Sin embargo, lejos está esa concepción de lo público de la que a menudo se hace desde la izquierda más estatalista. La confusión entre estatal y público ha terminado por limitar los aspectos cívicos del término y enturbiar su reclamación. Por otro lado, el concepto de clase trabajadora, apoyada en el valor de la transformación que aportaba el trabajo, sirvió para distinguir entre quienes tenían esa capacidad de transformación y quienes se aprovechaban de la misma, a partir de la sobrevaloración del capital o de la herencia. Hoy todos estos conceptos se han convertido en barricadas, banderas que forman parte de una iconografía que se formula a la defensiva agostando su frescura y su capacidad transformadora y proyectando una imagen de las mismas ruinosa.

 La libertad, concepto esencial en la génesis del mundo contemporáneo, a fuerza de usarse ha perdido su lustre. Poco trecho hay que andar para devenir liberal desde lo libertario, cuando la libertad se entiende como mera realización de la voluntad del individuo. Quizás envenenados por un concepto de liberalismo económico más bien pacato, perdamos de vista una tradición liberal y radical que se inicia en la Ilustración y que reivindica el valor esencial del sujeto. Leídos de manera generosa los principios de libertad, igualdad y fraternidad que entronizara la Revolución Francesa, nos siguen pareciendo un objetivo de justicia que está todavía lejos de alcanzarse.

 Puede aducirse que la idea de libertad que maneja el liberalismo político moderno, no es más que la disimulada pretensión de los privilegiados para desvincular sus obligaciones del mantenimiento de un bien común. Sin embargo y teniendo en cuenta que la mayor parte de la población no tendría especial escrúpulo en aceptar ese programa, conviene reivindicar nuestra cercanía a ese liberalismo radical que pretendía una libertad sostenida no sólo en la libertad de elección, sino, sobre todo, en la independencia de juicio asegurada por unas condiciones de vida decentes. Robespierre se preguntaba en plena Convención cómo podía alguien ser libre si no tenía qué llevarse a la boca. Hoy en día, la depauperada condición de buena parte de la población mundial nos lleva a la misma reflexión. ¿Puede sostenerse una democracia cuando la población es amenazada, como si del precio de un rescate se tratara, por la miseria, la imposibilidad de dirigir un proyecto de vida o verse razonablemente libres de la enfermedad?.

 Desde la perspectiva de la libertad política, la defensa de la representación a partir de la voluntad de los sujetos y de la participación en las decisiones en las que estamos concernidos, forma parte tanto del espíritu del liberalismo más radical como de la propia esencia del movimiento libertario. La necesidad de construir las decisiones políticas a partir del acuerdo de la mayoría de los individuos y la vinculación del bien común sumando el bien de cada uno de los sujetos, no parece un principio lejano a los postulados libertarios. Cuando se encarece el asamblearismo no se hace otra cosa que reclamar la importancia de la democracia directa. Cuando se postula la participación activa como el mejor modo de controlar a quienes luego han de ejecutar las decisiones de la mayoría, se defiende la idea de que la soberanía se puede delegar, pero no puede ser abandonada.  El lenguaje es importante y hay que hacerse entender compartiendo términos y no buscando una terminología iniciática.

 La «lucha» sindical. El agotamiento del sindicalismo pactista de la transición

 La izquierda occidental ha estado vinculada desde sus inicios a los movimientos obreros. La ruptura de las tradicionales salvaguardas gremiales abocaron a los trabajadores a comienzos del siglo XIX a la más descarnada ley de la competencia. La mano de obra sin especializar fue pasto de un esencialismo liberal que olvidó que, más allá de un factor de producción, los trabajadores eran seres humanos.  Que el siglo de las libertades, que cantaba las virtudes de un tiempo nuevo alumbrado a la luz de las declaraciones de derechos y las constituciones, mantuviera a enormes capas de la población en situaciones inicuas y tratara a los seres humanos como herramientas, era un contrasentido que propició la organización de los  trabajadores en aras de mejorar sus condiciones de vida. Indudablemente desde la irrupción del movimiento obrero hasta nuestros días la situación de los trabajadores en occidente ha mejorado. Sin embargo y sin ir más allá en este breve repaso histórico, hoy esas ventajas parecen diluirse en un retroceso paulatino de derechos, que está animado por el ensanchamiento de un mercado de trabajo hoy globalizado y donde la necesidad de reducir costes arrastra los derechos laborales a la baja.

 A pesar de esta situación, que parece que debería animar un sindicalismo más activo, el movimiento sindical parece hundirse, perdido entre sus guiños a la socialdemocracia, una tradición pactista asentada hace décadas y alguna algarada vistosa pero de poco recorrido por parte de las organizaciones minoritarias. A esto se suman los  interesados cantos de la derecha más montaraz que considera a los sindicatos un lastre y parte de un modelo laboral del pasado. Evidentemente esta malintencionada crítica debilita las posibilidades de negociación de los trabajadores, pero a pesar de reconocer su interesada inquina, quizás debamos pararnos a pensar  el porqué de este mensaje está calando en la sociedad. Más allá de la excusa maniquea sobre sus intenciones, habría que atender a hasta que punto las críticas de la derecha son acertadas o al menos, hasta donde plantean debilidades en el propio universo sindical que convendría atender con más cuidado. La pobre participación en las elecciones sindicales, la mínima afiliación a las organizaciones o la paupérrima participación en las mismas, son ejemplo de una crisis que puede ser malintencionada pero que sería absurdo negar y suicida obviar.

 Fijando la mirada en nuestro país, los sindicatos (y entiéndase fundamentalmente los grandes sindicatos), son instituciones casi ministeriales. Sindicatos que funcionan lo mismo como agentes de la agitación social qué como empresas de servicios, que lo mismo organizan manifestaciones de corte político que cursos para desempleados, o realizan trámites administrativos para sus afiliados como si de una gestoría se tratara. Unas tareas que las maquinarias sindicales pueden atender gracias a los presupuestos que manejan y a los poderosos aparatos de gestión sostenidos por la profesionalización de algunas de estas funciones sostenidas por liberados ocupados de las más diversas tareas. Precisamente este tamaño, su profesionalización y su capacidad para ofrecer servicios diversos a los trabajadores les permiten también una notable influencia social y política y mantener una importante capacidad de negociación.  En esta capacidad de representación y de presión que ejercen en nombre de  – los trabajadores – se sustenta su rédito político. Las grandes centrales son capaces de movilizar y desmovilizar con parecida eficacia.

 Sin embargo este viejo sindicalismo está amenazado. La misma imagen del sindicalismo es una imagen cansada. En buena medida porque su discurso sobre “los trabajadores”, ha acabado por  unir al sindicalismo a los grandes partidos de izquierda, con una carga retórica que cada día resulta menos creíble para una importante parte de la ciudadanía. Los sindicatos surgieron como organizaciones encaminadas a defender los intereses de los trabajadores de un sector o de una empresa concreta. No sería hasta tiempos de la Primera Internacional cuando el elemento esencial del sindicalismo fuera la idea de “clase” emparentada con la categoría de “obrero” o “trabajador” (como suele utilizarse hoy en día con más frecuencia), estableciendo ese nexo común entre todos los trabajadores por encima de cualquier nacionalidad. El internacionalismo de las organizaciones de trabajadores se pondría a prueba ya en la división de la misma Internacional aunque su momento más dramático sería el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando más allá de las llamadas de algunos líderes sindicales, los trabajadores de toda Europa se sintieron más cercanos a la idea de “nación” que a la de “clase”.

 A pesar de la evidencia del fracaso de aquel internacionalismo obrero, este se ha mantenido como un anhelo sindical que sigue teniendo espacio entre sus principios básicos. En los Estatutos de la CGT, por ejemplo,  el internacionalismo figura como principio en su art. 1º y por poner el ejemplo de uno de los grandes sindicatos españoles, igualmente aparece como principio en los Estatutos de Comisiones Obreras (Declaración de Principios y art. 1º). Las condiciones abstractas en las que se plantea la defensa de ese internacionalismo, así como la defensa de “los trabajadores” entendidos también como una categoría homogénea, plantea no pocas contradicciones. En primer lugar la consideración misma de la idea de trabajo, que acaba por ser entendido como trabajo asalariado, lo cual deja fuera del concepto a todas aquellas personas que realizan trabajos que no son remunerados, a ese amplísimo sector de nuestra ciudadanía que aspira a tener trabajo y no lo halla, sin olvidar a quienes se están formando o han pasado al retiro de la jubilación. Evidentemente a menudo se hacen salvedades y se introducen enmiendas que incluyen a todos estos amplios colectivos y que acaban por ampliar ese vago concepto de la “clase trabajadora”, unida idealmente en un proyecto común.

 Por otro lado la idea de trabajador asalariado, por ampliar un concepto que originalmente estaba más unido al de trabajador manual, incluye a colectivos muy diferentes no sólo en las condiciones y cuantía del salario que obtienen sino, lo que es mucho más importante, en su capacidad para negociar las condiciones de su salario. Los cuadros más altos de las corporaciones participan de esta categoría de asalariados (por más que completen su salario con otras participaciones), sin embargo poco tienen que ver con las escalas profesionales más bajas de la misma corporación, sin duda sometidas a peores condiciones salariales y sobre todo a una capacidad muy reducida de negociación.

 Frente a esta clase “trabajadora” la tradición ideológica del sindicalismo sitúa al “capital”. El siniestro envés del mundo laboral, el factor de la producción privilegiado por nuestro sistema económico, no en vano denominado “capitalista”. Sin embargo un análisis de ese “capital” nos depara también algunas sorpresas. Las grandes agencias de inversión, uno de los puntales de ese capitalismo, manejan los capitales de formados por la suma de millones de aportaciones, planes de pensiones, participaciones en accionariados y fondos de inversión, que tienen tras de sí, ciertamente, a grandes familias y potentes entramados empresariales, pero también de millones de personas, que participan a través de sus ahorros e inversiones en ellas Evidentemente, en un mundo en el que la regla general es el trabajo por cuenta ajena, buena parte de esos inversores pertenece a la clase trabajadora. Una clase trabajadora que invierte en bonos del estado, compra acciones, firma planes de pensiones privados o contribuye a diferentes mutualidades, sanitarias o de seguros, que se financian en los grandes mercados de capital.

 Puede que las categorías de “capital” y de “clase trabajadora”, puedan resultar interesantes a la hora de explicar muy sintéticamente la forma en la que se organiza económicamente nuestro mundo, pero nos parece que contribuyen poco a dilucidar dónde estamos metidos y sobre todo, qué podemos hacer para salir de este pantanal.  Si buena parte de quienes son trabajadores no se reconocen en esa categoría, si la idea de obrerismo nos retrotrae a las imágenes de “Novecento” pero poco nos dice del mundo de hoy, si las condiciones laborales de los diferentes sectores y de los distintos colectivos de trabajadores son contradictorios y se oponen entre sí. ¿Realmente puede el sindicalismo (cualquiera de ellos) en este marasmo de contradictorias condiciones, internacionales y sectoriales, aspirar a defender a “toda” la clase trabajadora?

 Por otro lado si reparamos en los propósitos finales de la organización sindical, y acudo en esto a los mismos estatutos de la CGT y de CCOO. ¿Puede aspirar una organización sindical a la consecución de estos propósitos: “la supresión de la sociedad capitalista y la construcción de una sociedad socialista democrática” (CCOO) “La emancipación de los trabajadores y trabajadoras, mediante la conquista, por ellos mismos, de los medios de producción, distribución y consumo, y la consecución de una sociedad libertaria” (CGT)? ¿Resulta creíble pensar que estos propósitos se han de alcanzar por el convencimiento progresivo de la sociedad completa? ¿Puede aspirarse, tal como proponen los estatutos de Comisiones Obreras, a la unidad orgánica de todos los sindicatos?

Quizás sobre un poco de desmesura en los propósitos. Puede ser también que, siendo sensatos, entendamos estos objetivos como un horizonte ideal. ¿Qué tipo de pesadilla idealista es esa en la que se postula una especie de “fin de la historia” en la forma de sociedad libertaria o de democracia socialista?. Si la trampa del conservadurismo liberal fue considerar la democracia representativa y el capitalismo como el último estado y definitivo del progreso humano. ¿No resulta una insensatez imitar el modelo mesiánico con la promesa de un paraíso distinto? ….. (Por más que ese paraíso nos pueda resultar más benéfico a priori)

 La sensación que nos produce la lectura de los principios de estos estatutos es de nuevo que las palabras han perdido su valor. En parte porque si se entienden en sentido estricto suponen la asunción de principios abstractos muy alejados de la realidad y en los que la mayor parte de la sociedad no se siente reconocida. En segundo lugar porque conducen a una contradicción esencial. Por un lado son una llamada a toda la clase trabajadora, pero por otra parecen obedecer a una suerte de individuos profundamente ideologizados. En los Estatutos de CCOO, el sindicato “admite a los trabajadores y trabajadoras que desarrollan su actividad en el Estado español con independencia de sus convicciones personales, políticas, éticas o religiosas, de su raza, sexo o edad”. En definitiva, respeta los principios constitucionales de no discriminación y acepta todas las convicciones personales y políticas, lo que pone en entredicho el objetivo de alcanzar una sociedad socialista y democrática, pues cabe la posibilidad de que este objetivo sea completamente ajeno para muchos de sus afiliados. En el caso de los Estatutos de la CGT, no parece que haya una limitación establecida por las convicciones, de nuevo más allá de las propias recogidas en la Constitución, sobre la aceptación de discriminaciones, raciales, sexuales o similares.  ¿Puede, de este modo, aspirarse a un programa tan definido como el de “una sociedad libertaria”?

 El lenguaje sindical está cargado de lugares comunes fraguados en los dos siglos de su historia. Cabe preguntarse si este lenguaje, que mezcla las llamadas a la “clase”, como a la naturaleza de la clase trabajadora, es realmente efectivo y si, sobre todo, tiene la capacidad de transmitir algún valor o establecer una categoría o un proyecto de futuro. Quizás se trate de una cáscara vacía que o bien nadie se toma suficientemente en serio y se obvia con evidente cinismo o sirve para ocultar en ocasiones llamadas a esencialismos estériles. Quizás, también desde el cinismo, cada sindicato, más allá de tan ambiciosas convicciones, se contente con la mejora en lo posible de las condiciones de sus afiliados, en ampliar las posibilidades de negociación de sus condiciones de trabajo y en defender, en lo posible, las mejoras alcanzadas en el pasado. No es poca tarea, todo lo contrario, pero conviene pensar hasta qué punto los altos planteamientos estorban,  enriquecen o resultan inocuas.

 Del mismo modo conceptos como la “lucha” y toda la panoplia que la anima, parecen adolecer de idéntica falta de perspectiva social. Evidentemente no abogamos por un abandono de la resistencia a políticas que entendemos aumentan los márgenes de la injusticia, sino por el abandono de un lenguaje anclado en los años treinta del siglo XX. Cabe pensar que las llamadas a ideales sociedades libertarias o socialistas o a la “lucha” (sea esto lo que fuere) en un mar de banderas y con un catálogo de consignas más cerca de la lírica fanfarrona que de cualquier idea, son entendidas por la mayor parte de la sociedad como parte de una ceremonia grupal, muy alejada de sus propias convicciones y solo apta para los ya convencidos. Mal camino, sin duda, para hacer acopio de voluntades y procurar una base social amplia capaz de transformar la realidad.

 Todos somos trabajadores y esa vinculación al trabajo parece que forma parte esencial de nuestra propia concepción moderna de ciudadanía. Por ello vincular la naturaleza laboral de la ciudanía con una determinada orientación política, como a veces se hace, parece interesada simpleza. Trabajadores son los que sostienen la representatividad de los sindicatos, y también quienes eligen con su voto los gobiernos conservadores que se han sucedido en los gobiernos europeos durante los últimos treinta años. A partir de estos hechos parece evidente que la vinculación de clase que a menudo se enarbola como razón última de su representación social, es cuando menos confusa y de hecho, en la mayor parte de los conflictos, el peso de esta idea de “clase” se desmorona con evidente facilidad. Si todos somos trabajadores, y en nuestras sociedades contemporáneas esto es una evidencia difícil de discutir, buena parte de los conflictos son, más allá de conflictos con los empresarios, posiciones de fuerza entre diferentes grupos de trabajadores. Los convenios colectivos y todas las regulaciones laborales que los acompañan atemperan la conflictividad dentro de los sectores productivos. Sin embargo ponen en evidencia la dificultad de plantear con cierta justicia las diferencias entre trabajadores que se dedican a idénticas funciones o que mantienen diferentes estatutos.

 Abundando en este sentido, los grandes sindicatos, mantienen discursos muy diferentes dentro de su propia organización respecto a cuestiones que a priori pudieran parecer ideológicamente claras. Por ejemplo y por citar un ejemplo conocido, los sindicatos defienden en la calle la enseñanza pública, amenazada por los recortes, al tiempo que han de defender con más ahínco si cabe a los trabajadores de la concertada o la privada, cuya capacidad de negociación y condiciones de trabajo son notablemente peores. En la calle puede reclamarse la desaparición de los conciertos, pero en el hipotético caso de que una sorprendente legislación del Ministerio de Educación decidiera poner fin a los “conciertos”. ¿Quién iría a comunicar la noticia de su despido a los compañeros que trabajan en esos colegios?.

 Dónde nos jugamos los cuartos. La globalización y los nuevos espacios de decisión mundial

 Si la defensa de los derechos de los trabajadores de grupo en grupo y de sector en sector supone un problema importante, otro sin duda mucho más difícil de resolver es el que plantea un mercado de trabajo mundializado. En primer lugar, y como la reciente sociología reconoce, los cambios que se han producido en el capitalismo nos abocan a una sociedad llena de incertidumbres que afectan también a la vida de las personas. Educados en certezas y tiempos largos, nos encontramos con que la realidad se aleja de esos modelos de permanencia. La cultura del riesgo, virtud propiamente juvenil, sostenida en una sociedad que venera la juventud y desconfía de la vejez. Hoy en día parece que ese gusto por el salto hacia delante, por el juego de opciones y de posibilidades o el de una competición más o menos civilizada, es patrimonio de la derecha. La izquierda parece abocada a una defensa a la contra, la conservación del estatuto alcanzado, una suerte de esclerosis que pretende perpetuar trabajos y condiciones en una pretensión que la propia dinámica social niega.

 Conviene no pasar por alto que la mano de obra es un factor de producción. No podemos vivir ajenos al hecho de que nuestro valor como trabajadores está en relación con el resto del mundo y no puede sostenerse a partir de meras barreras «arancelarias», cuando el resto de las barreras han caído. Si resulta difícil plantear una política laboral que no ponga el derecho e unos trabajadores (o aspirantes a trabajadores) sobre otros, la conciliación de las condiciones laborales en el mundo globalizado resultan hoy por hoy difíciles de mantener.

 Quizás sólo la vinculación de los acuerdos comerciales a unos mínimos de dignidad humana y laboral servirían para resolver esta cuestión. Sin embargo estamos muy lejos de esta perspectiva. Los costes laborales que entran en juego en la economía global, forman parte de la misma ecuación que el coste de la extracción de las materias primas, la producción o el transporte de las producciones y está regulado, lamentablemente, por meros condicionamientos económicos.

 Por ello la suerte de los trabajadores occidentales está cada vez más unida a la de los trabajadores del resto del mundo, particularmente aquellos que en un momento dado compiten en parecidas circunstancias por nuestro trabajo. Nunca antes se hizo tan evidente aquella máxima libertaria de que seremos libres sólo cuando el resto de los hombres sean libres.

 La irrupción en este “mercado de las condiciones de trabajo” de las potencias orientales, de sus tradiciones políticas y sociales, no puede plantearse como un mero apunte de geografía. Su influencia está transformando nuestra propias tradiciones y nuestras condiciones, posiblemente en un proceso que habrá de acompasarse, y que deberá resolver sus contradicciones con el tiempo. Las capacidades actuales de negociación sindical están muy vinculadas a este marco ensanchado. Lamentablemente la capacidad de las organizaciones sindicales para establecer estrategias comunes que favorezcan a los trabajadores de todo el mundo no están ni mínimamente establecidas. Quizás este propósito sea en sí mismo una quimera, pues el trabajo está dentro de un proceso de libre concurrencia y competencia que juega generalmente la baza de los costes más bajos y las productividades más altas. Más allá de unas mínimas condiciones vitales, este régimen de competencia no puede resolverse hoy a través de un pacto de condiciones laborales de control de los salarios, y cuando lo hace, suele tener lugar en espacios limitados.

 Puede que la salida pase por dejar de basar toda nuestra estrategia en una defensa del puesto de trabajo. Puede que haya que sortear la condición de trabajador asalariado, que quizás tenga cada día más de circunstancial, de flexible, de interrumpida. Puede que debamos acostumbrarnos a un mundo donde los trabajos, como las empresas, como las condiciones generales están en constante cambio. Quizás por todo ello debamos centrarnos no en el trabajo sino en las personas, en la ciudadanía entera. Cuando hablamos de trabajo, solemos dejar fuera del término la mayor parte del trabajo que realizamos las personas. No sólo voluntariados, sino nuestras propias tareas domésticas o el cuidado de las familias, la atención a enfermos, multitud de tareas que son trabajos en lo que tienen de esfuerzo de transformación y que sin embargo no están correspondidas por un salario y que gozan de poco reconocimiento social, no digamos ya de un reconocimiento material.

 ¿No es una esencial injusticia que la mayor parte del trabajo que realizan los seres humanos no reciba ninguna compensación? ¿No es esta injusticia mucho mayor que cualquier despido o cualquier cierre patronal? Puede que debamos promover el establecimiento de una renta básica ciudadana, y volvamos con ello a la vieja pretensión de libertad de los hombres de la Convención francesa en 1793. Quizás intentar asegurar un mínimo de supervivencia para todo el mundo tenga mucho más sentido que la pretensión de un trabajo seguro para toda la vida, que cualquier subsidio de desempleo o que cualquier subvención, parcial o completa a la contratación de jóvenes, mayores de cuarenta o mujeres, del modo que hasta hoy siguen la mayor parte de los gobiernos.

 Quizás un sindicalismo más abierto al concepto de ciudadanía que al de trabajador, nos ayudara a entender también que el derecho a una vida digna y plena debe extenderse a toda la población. Intentemos contribuir a simplificar legislaciones,  a plantear que el trabajo no es sino el resultado de una necesidad de una determinada producción o de una determinada carencia, y que por lo tanto ni puede ser perenne ni quizás tenga sentido aspirar a que lo sea; y seamos conscientes de que vincular los derechos sociales al trabajo supone limitar los derechos de una parte importante de la sociedad. Esforcémonos en cambiar de paradigma.

Una propuesta. Reivindicar un espacio más ancho.

 El movimiento libertario tiene un problema de imagen muy serio que deberíamos esforzarnos en resolver en primer lugar. A menudo el término anarquista provoca una mirada de conmiseración. La anarquía es una utopía sin ninguna capacidad real de sustanciarse en un proyecto político del más mínimo calado. Una “boutade”, la declaración de un bohemio diletante y solitario o la de un ingenuo joven radical con escrúpulo por adscribirse a algún otro espacio quizás más expuesto o más contradictorio. Sin duda a consecuencia de su propia historia, el anarquismo se asocia a una imagen de alternativismo básico, de cierto nihilismo ochetentero, de guerrilla urbana y algarada callejera, unida a causas perdidas y gestos teatrales. Una visión poco amable, poco glamorosa, muy alejada de la mayor parte de la sociedad. Evidentemente, esta visión exageradamente tópica del movimiento libertario, no es inocente y quizás, con cierta inconsciencia, es alimentada por el propio movimiento.

 A nuestro juicio esa imagen mantiene al movimiento libertario en los márgenes, incapaces de influir, incapaces de aclarar o perfilar nuestro mensaje. Sin duda esa posición nos permite también, desde la lejanía de quienes no estarán llamados a participar, hacer las propuestas más irreales, para algunos las más genuinas o las más puras. Una pureza que posiblemente sea también el banderín de enganche de todos aquellos que no quieren enfangarse en el tráfico de concesiones mutuas, de reconocimientos y de transacciones. Podemos holgarnos por ello de ser más papistas que el papa, y sin embargo esa estrategia contribuye de forma evidente a mantenernos al margen de cualquier posibilidad de influencia y de cambio.

 Creemos que la herencia del anarquismo es lo suficientemente rica, lo suficientemente amplia para abrir nuevas perspectivas. Nos parece que tras el fracaso del socialismo y el estatalismo socialdemócrata, el movimiento libertario encarna lo mejor de la tradición de la democracia radical y su análisis contribuye a la comprensión de los mecanismos de poder. Un análisis que resulta esencial en un momento histórico en el que la irrupción de poderes supranacionales sin control pone en evidencia la necesidad de que los individuos sean dueños de sus propias decisiones. Cuando parece que ni siquiera los gobiernos son capaces de sustraerse al poder de estos poderes internacionales resulta vital recuperar el espacio del individuo, dar salida a esa reclamación de mayor democracia que hace ahora una año se hacía en las calles. Quizás para ello haya que revisar nuestras formas, quizás también haya que construir modelos que parezcan menos hostiles y puedan ser asumidos por la mayor parte de la población.

 Aquella pregunta que se hiciera hace cuatro siglos Etienne de la Boetie sobre qué hace que los hombres obedezcan a quien procura su daño, exige hoy más que nunca una contestación. Seguimos en las mismas.

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En la cáscara del sistema. Anarcosindicalismo, sindicalismo social y los wobblies del siglo XXI https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/en-la-cascara-del-sistema-anarcosindicalismo-sindicalismo-social-y-los-wobblies-del-siglo-xxi/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/en-la-cascara-del-sistema-anarcosindicalismo-sindicalismo-social-y-los-wobblies-del-siglo-xxi/#respond Thu, 21 Jun 2012 17:00:13 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3749 Una propuesta de sacar el sindicalismo de lo estrictamente laboral, de lo referido a los sectores clásicos de trabajadores y de su “confluencia de intereses” con el capital. Una propuesta de un sindicalismo social, que se acerque a las personas que quedan fuera de las relaciones laborales “clásicas”, mermadas en derechos, sin capacidad reconocida de representación, dejadas por el sindiclismo convncional y cuyas problemáticas son mucho más amplias que lo estrictamente laboral y se presentan aboslutamente entremezcladas.

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Una de las máximas de la IWW (Industrial Workers of the World), el gran sindicato de inspiración anarquista (aunque no únicamente) que creció a principios del siglo XX en los Estados Unidos, era que sus luchas se construían en la cáscara del sistema. Con esta expresión se entendía que los wobblies, los así denominados militantes de la IWW, actuaban en las fronteras del sistema. Pero, sobre todo, a lo que hacía referencia esta expresión era a que su sindicato se organizaba con aquellos sectores laborales más marginales. «La IWW sería la desesperada respuesta del quinto deprimido: los obreros inmigrantes y desarraigados, los inexpertos, los desorganizados y los rechazados, los grupos más pobres y más débiles de los obreros».[1]

  También la CNT española siguió un modelo similar. Organizada en torno a los sectores obreros más deprimidos y los desclasados gozó de gran versatilidad y capacidad de movilización. Huelgas de inquilinos, organizaciones de parados y los grupos sociales más marginales dotaron a la CNT de una composición social diversa[2] que iba más allá del asociacionismo obrero de sectores como los de las artes gráficas o las industrias básicas.

 Con esto queremos destacar que aquellas estructuras sindicales fueron muy permeables a diversos problemas sociales que no pasaban estrictamente por el hecho laboral. Se abrieron a  nuevas perspectivas que les permitieron ir más allá de su propia organización. Y todo ello fue posible porque crecieron -el caso de la CNT es claro en ese sentido-, dentro de un medio ambiente libertario que investigaba y actuaba sobre el conjunto de los problemas sociales. Cuestiones como el urbanismo autogestionario (Martínez Rizo), de sexualidad y eugenesia (Luis Bulfi, Mujeres Libres), el problema de la educación (Ferrer y Guardia, Antonia Maymón) o la medicina naturista (Martí Ibañez, Isaac Puente) fueron algunas de las líneas de trabajo que hicieron que existiese un movimiento libertario que, más allá de la propia CNT, planteó un conjunto de alternativas que excedían con mucho el orden meramente laboral y económico. Así surgió un modelo sindical que en gran medida basó su éxito en la capacidad de organizarse en multitud de espacios y de estar inmerso en un movimiento social, cultural e intelectual propio que hizo posible que la CNT llegase a protagonizar la revolución de 1936.

 Como sabemos, este proyecto -iniciado por los movimientos libertarios hispanos a mediados del siglo XIX- quedó truncado en 1939 con la llegada de la dictadura franquista y la fortísima represión que impuso. Ya conocemos las consecuencias: muertes, exilio, encarcelamientos. Trágicos sucesos que llevaron a la desarticulación de todos los movimientos, instituciones y redes sociales tejidas durante décadas en forma de escuelas racionalistas, ateneos, grupos libertarios, sindicatos o colectivos naturistas.

 Tras los pasos de un sindicalismo roto. Anarcosindicalismo en la Transición.

  Después de varias décadas de descomposición, la llegada de los años sesenta y setenta, brindaron una nueva oportunidad para todo el ámbito libertario. La reorganización de núcleos  de inspiración anarcosindicalista y el renacer de una generación que, empapada por la contracultura, recogía algunas de las mejores esencias del movimiento libertario de los años veinte y treinta, permitieron soñar con la reconstrucción de una parte importante de lo que la guerra y la represión se habían llevado.

 Así se quiso entender con el Mitin de San Sebastián de los Reyes o el de Montjuic, en 1977, donde decenas de miles de personas se agruparon en torno a la reconstrucción de la CNT, o en las Jornadas Libertarias de Barcelona, momento en el que el anarcosindicalismo y los movimientos contraculturales se encontraron (y desencontraron) en unas jornadas multitudinarias. Sin poder entrar a valorar con más profundidad aquellos años, lo más interesante de aquellos meses centrales de 1976 y 1977 fue que de nuevo se rearmó un movimiento de conjunto, tanto en lo que se refiere al movimiento contracultural-libertario como al anarcosindicalismo.

 Aquel proceso tuvo una enorme complejidad, pero finalmente no cuajó en la reconstrucción deseada de todo el movimento, en especial del anarcosindicalista. Normalmente el final de este proceso se ha explicado en torno a distintos marcos de análisis: divisiones internas, represión o montajes policiales. Todas ellos son ciertos, pero ninguno tuvo tanto peso como la propia transformación del modelo productivo español y la transición sindical. La crisis económica global de los años setenta y su gestión política impusieron cambios inasumibles para un movimiento libertario-anarcosindicalista que apenas empezaba a caminar.

 Los Pactos de Moncloa, como punta del iceberg de un nuevo sistema de relaciones económicas y laborales, desbarató los mecanismos centrales de la protesta obrera, imponiendo topes salariales y una nueva disciplina al trabajo que segmentaba y precarizaba -por ejemplo- a los sectores juveniles, abriendo el paso a la mayor diversificación de los modelos de contratación. Ante estos pactos, firmados al unísono por todos los sectores políticos, incluido el PCE, el movimiento obrero contestó con miles de huelgas que movilizaron a cerca de cuatro millones de trabajadores en 1978 (en 1976 fueron dos millones y medio), en la mayoría de ocasiones contra los topes salariales. Pero la capacidad de presión del movimiento obrero perdía enteros en unos años (1976-1980) en los que se presentaron más de 40.000 expedientes de regulacion de empleo y el paro pasó del 5% de 1977 al 20% de 1984. Datos que no hacían sino anunciar algunas líneas de descomposición que a día de hoy resultan cruciales para entender los años posteriores.

 a. La cuestión sindical. En aquel momento, los grandes sindicatos (CCOO y UGT), de la mano de los intereses de la CEOE, tomaron la determinación de situarse dentro del nuevo marco económico como actores centrales del buen gobierno capitalista. Para ello generaron todo un sistema de pactos sociales (1977-1982) que dieron poder absoluto de representación laboral y social a las grandes centrales, acaparando así la representatividad, la legitimidad y los recursos. Esto llevó a que cualquier otra opción sindical o no sindical de organización de los y las trabajadoras quedase relegada e incluso ilegalizada. Asambleas de trabajadores y gran parte de las opciones sindicales más pequeñas, quedaron arrinconadas por una legislación laboral y de representación sindical destinada a formar «mayorías representativas» y a crear grandes interlocutores políticos en el ámbito sindical.

 El estrechamiento de los canales de representación y, por lo tanto, de reivindicación, tumbaron las dos máximas del movimiento obrero anterior a 1977, el unitarismo y el asamblearismo, que sin llegar a ser perfectos, eran el modelo habitual y más efectivo de organización. Estas características, reivindicativas y organizativas, ofrecían mayores oportunidades a las organizaciones asamblearias y a los modelos anarcosindicalistas, por contar con mayor democracia interna. En ese momento, sin embargo, quedaron impotentes. En este contexto, el V Congreso de la CNT (1979) no fue sino la expresión del callejón sin salida en el que habían situado los pactos sociales a las opciones anarcosindicalistas. La misma legalidad que permitía la existencia del anarcosindicalismo estrangulaba muchos de los cauces naturales que permitían su desarrollo, dejando casi como única alternativa para no acabar en la marginalidad absoluta, la participación en los tramposos canales que habilitaba la ley para las relaciones laborales y sindicales.

 b. Los nuevos movimientos sociales. Como segunda cuestión debemos señalar que, además, el ámbito anarcosindicalista sufrió una importante fractura que no sólo venía provocada por la reordenación del ambito sindical. Los debates en torno a la estrategia sindical, su densidad y su enconamiento, hicieron que el ámbito libertario y contracultural, aquel que históricamente garantizó la flexibilidad y permeabilidad del anarcosindicalismo hispano, fuese disgregándose en las distintas líneas de especialización que hoy conocemos como nuevos movimientos sociales.

 Podría parecer que esta aparición de los movimientos feministas, ecologistas, antimilitaristas, contraculturales, de ateneos, entre otros, venían simplemente a sumarse en una lucha común, pero lo cierto es que, a pesar de que cada uno de ellos por separado tuvieron gran dinamismo y riqueza, también sucumbieron a la especialización, a la separación y en algunos casos a la institucionalización. Entre ellos también el anarcosindicalismo, que tras múltiples divisiones internas pasó a ser uno más de los muchos movimientos de corte alternativo que lucharon en la década de los ochenta.

 No debemos entender estas valoraciones como un juicio, sino como la constatación de un proceso complejo. La aparición de todos estos movimientos sociales no fue más que la respuesta a una necesidad concreta de ampliación de las luchas y de crítica a la sociedad desde muchos más planos que los que manejaban los movimientos clásicos de la izquierda, como fue el movimiento obrero. Por otro lado, no se puede enjuiciar el trabajo de los movimientos anarcosindicalistas de los setenta sin entender que fueron reconstruidos en un contexto político, social y de luchas que en apenas dos años cambió radicalmente, con un escenario laboral y legislativo nuevo. Lo que sí debe ser motivo de reflexión es que mientras estas disputas internas se sucedían y los debates de reafirmación de una identidad anarcosindicalista en uno u otro sentido copaban las reflexiones, se produjo una seria desactualización con respecto a los cambios profundos que se sucederían en el ámbito económico, social, político y, por lo tanto, laboral, dejando al anarcosindicalismo en una mala posición de partida para afrontar los años centrales de la democracia.

 Transformaciones sociales y económicas de los noventa y dosmil

 Los ochenta supusieron crisis y desencanto político; un paro nunca visto metía en el cuerpo el miedo al desempleo, mientras la entrada en democracia desmovilizaba a otros tantos. Para los jóvenes, el paro era más acuciante[3] y al desencanto se sumó también la heroína, símbolos de una derrota. El ataque a los sectores clásicos del sector naval, metalúrgico o minero  fueron un buen ejemplo de lo que sucedía en aquellos años en los que la crisis, el paro y la reconversión  ahogaban la antigua potencia del movimiento obrero.

 Llegada la década de los noventa, con la disminución del tejido industrial y el ascenso de los servicios en un contexto de creciente precariedad y fragmentación de las condiciones laborales (firmadas por los sindicatos mayoritarios), muchas de las ideas sobre el mundo del trabajo y muchas de las posibilidades materiales de solidaridad fueron desapareciendo. Algunos hijos e hijas de obreros estudiaban y muchos se iban a vivir a otros barrios; ya no trabajaban en fábricas sino en tiendas, oficinas, transportes o servicios públicos, y era difícil mantenerse en el mismo puesto varios años. Mejorar dejó de parecer un sinónimo de enfrentarse con el capital, que a su vez se diluía en capas de superiores asalariados y en sucursales y matrices a lo largo del estado y el mundo. «La tarta debe crecer para repartir»: la izquierda en el poder ya no hablaba de arrebatar el control de la riqueza, sino de un espíritu corporativo nacional y empresarial que debía permitir el acceso de los hijos de los obreros al bienestar.

 Pero nunca hubo reparto de la riqueza. El modelo de crecimiento español se asentó en la privatización de las grandes empresas estatales, que pasaron a ser multinacionales de gran poder gracias a la reconquista de América Latina; y en la negación y mercantilización del derecho constitucional a la vivienda, en una gigantesca burbuja patrimonial que colonizó con sus dinámicas financieras y especulativas a todos los poderes privados y públicos.[4] El acceso a la vivienda, objetos de consumo e incluso a la educación superior se basó en el endeudamiento bancario e hipotecario. Los poderes públicos no hacían sino destruir su capacidad de acción, ya que dejaron tomar la iniciativa a los poderes financieros y a todos los mecanismos de endeudamiento masivo que conllevan, mientras dejaban caer los ingresos por vía fiscal en decenas de miles de millones anuales.[5]

 Visto de un modo supeficial esta situación parecía aceptable. El empleo aumentaba aunque fuera de mierda; la gente accedía a bienes y servivios. Pero era terriblemente dependiente del crecimiento continuo la burbuja especulativa y, por supuesto, el mercado laboral debía seguir cumpliendo unos altos estándares de flexibilidad, inseguridad y desprotección, pues todo este proceso se basaba en una constante pérdida de poder adquisitvo real de las clases trabajadoras que animara su endeudamiento. Este proceso de precarización laboral y social se asentó sobre tres pilares fundamentales.

 El primero fue -tal y como ya hemos analizado- la conformación de un bloque sindical mayoritario encargado de avalar como consenso (pacto social) el grueso de las reformas laborales de la democracia.

 El segundo pilar fue la institucionalización en el mercado laboral español de al menos ocho millones de puestos de trabajo caracterizados por la falta de continuidad en el empleo, la multiplicación de las figuras laborales y pseudo-laborales (becas, prácticas) o la subcontratación en cadena de empresas privadas. Modelos de contratación precaria o incluso de no contratación (inmigrantes sin papeles, servicio doméstico, etc.) que encarnaron el verdadero soporte del crecimiento español en los sectores productivos centrales, como son los cuidados, la construcción o los servicios.

 El tercer pilar fueron los estatutos atípicos de los sectores incorporados. Estos sectores, fundamentalmente jóvenes, mujeres y migrantes, no sólo estaban atravesados por modelos de contratación novedosos, como señalamos más arriba, sino que estaban atravesados por estatutos laborales y sociales muy diversos. La Ley de Extranjería marcaba quién podía tener contrato legal y quién no, qué modelo de renovación y cotización se debía tener para permanecer legal. Como también el estatuto singular del trabajo doméstico imponía un modelo laboral propio (si esa relación laboral estaba regularizada).

 En definitiva, durante más de dos décadas hemos asistido a una multiplicación de los modelos de contratación que han desvirtuado la esencia de lo que debe ser un contrato. Lejos de formalizarse una relación de derechos y deberes iguales para la mayoría, se han ido construyendo relaciones de derechos y deberes específicas para cada sector de la población, siendo directamente proporcional la disminución de derechos a la indefensión del sujeto «contratado».

 A nadie se le escapa que el sindicalismo heredado de la Transición fue diseñado para un sistema de relaciones laborales muy determinado, con las reglas más claras. Un estrecho marco que fue disuelto por las sucesivas reformas laborales y sociales que impidieron que las estructuras sindicales se pudieran reciclar a la misma velocidad. En cualquier caso, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué hueco tiene en este contexto el anarcosindicalismo?¿Se puede pensar en modelos de organización sindical que resuelvan algunas de las cuestiones que se han planteado en los últimos años?¿Cómo es posible además afrontar estas tareas en la fase de crisis?

 Lo social y lo sindical. Los retos de la actualidad.

 El primer reto que se debe afrontar es el de intervenir sobre la composición social señalada, deshaciendo la división sindical-social. No se puede intervenir sobre el trabajo doméstico si no se tratan cuestiones sociales como las relaciones de género, la familia o el reparto de los cuidados; ni se puede intervenir sobre el trabajo migrante si no se contemplan los condicionantes raciales (racismo, xenofobia, etc.) o el chantaje de la Ley de Extranjería, pues son estas cuestiones culturales y legales las que imprimen sobre la relación laboral la diversidad y estratificaciones sociales existentes. Como tampoco se puede enfrentar un despido con la losa de la hipoteca y la amenaza del desahucio encima. En definitiva, no se puede luchar en la precariedad con las mismas herramientas que en plantillas estables y homogeneas, como sucede (cada vez con menos frecuencia) en algunos sectores productivos clásicos.

 Al principio de nuestro texto hemos recordado a algunas organizaciones anarcosindicalistas históricas que luchaban desde el binomino social-sindical casi indistintamente. También hemos señalado como ese binomio se trató de reconfigurar en la década de los setenta al reflotarse el movimiento libertario. Y por último hemos repasado como la propia composición del movimiento obrero en los setenta y el proceso de transición sindical construyeron un poder sindical en democracia que, por sus prebendas, su poder y sus formas legales encerraron al ámbito sindical en los sectores tradicionales del movimiento obrero. A esto se sumó una cierta escisión por especialización, por separación o por falta de entendimiento que llevó a que el clásico movimiento libertario que siempre dotó al anarcosindicalismo de un sustrato cultural e intelectual propio se diluyera y tomara formas diversas.

 A día de hoy no podemos negar que dentro de la escasa afiliación sindical que existe en el Estado español, se reconocen mayoritariamente las figuras tradicionales del trabajo. Son esos sectores (Administración Pública, Banca, Industria, Metal, Transportes, etc.) los que han marcado la pauta del quehacer sindical. Luchas, huelgas y batallas en las empresas que han  construido un modelo de intervención donde lo social, aquel contexto que hizo posible al anarcosindicalismo histórico, ha quedado separado en labores específicas de las áreas de lo social del sindicato.

 El segundo gran reto es como construir estructuras sindicales que sirvan de referencia para amplias mayorías sociales, donde los sectores precarios (migrantes, jóvenes, informales, mujeres o ilegales) encuentren un punto de referencia. Se trata de inventar modelos de intervención sindical que, apoyados en nuevas alianzas sociales, sean capaces de identificar y engancharse con sus áreas naturales de proliferación, los sectores periféricos e incluso marginados del sistema laboral. Cuando el empleo formal se convierte en tránsito, el anarcosindicalismo no puede quedarse encerrado en el lugar de trabajo. Debe hacer alianzas con otros movimientos sociales, mezclarse en las movilizaciones de migrantes, por la vivienda o por el derecho a decidir de las mujeres. Debe transitar las figuras que componen los centros de trabajo, unir sectores diversos, buscar nuevas formas de conflictividad social junto a sectores de trabajadores atípicos.

 Algunas de estas cuestiones han salido en el último año con la llegada del movimiento 15M, donde la gran baza del anarcosindicalismo se ha jugado en torno a la huelga general. Sin duda, esta opción es una herramienta básica, pero de minorias. ¿Cómo hace huelga un migrante sin papeles, un becario o un  free-lance? ¿Y un precario al que no van a renovar su contrato o una trabajadora doméstica? ¿Cómo se hace huelga frente al sector financiero, donde la Bolsa, los mercados interbancarios, nunca se detienen y sabiendo que es allí donde obtienen sus beneficios las grandes corporaciones? Las huelgas generales son básicas, porque en su imaginario conservan lo mejor de las tradiciones revolucionarias, pero su funcionamiento depende siempre de los sectores tradicionales del mundo del trabajo.

 Este doble reto al que hacemos referencia nos remite a un modelo de organización anarcosindicalista que sale al encuentro de nuevas mayorias dentro del trabajo atípico y que reconoce lo anómalo del territorio donde se mueve. Pero también nos remite a un entorno de alianzas que no es el clásico del movimiento libertario, donde lo libertario se encuentra en lugares imprevistos. Quizás como fueron aquellos movimientos por la regeneración humana, el racionalismo pedagógico o el urbanismo orgánico crecidos desde finales del siglo XIX y que tanto aportaron al anarcosindicalismo.

 Probablemente estas alianzas se encuentren en las plazas tomadas, en la primera fila de lucha ante el Congreso, en la efervescencia política del presente en sociedades diversas donde no es sencillo reconocer a los aliados. Pero esa tarea es crucial, pues el anarcosindicalismo tiene mucho que aportar. Cuando se tambalea la legitimidad parlamentaria y se derrumban las condiciones de vida es un buen momento para trascender la lucha sindical como un medio para alcanzar fines mayores: otro reparto de la riqueza. Este desafío lo debemos afrontar entre todos y todas, enganchando luchas y diversos sectores sociales para construir un nuevo horizonte de luchas contra la democracia secuestrada por los mercados. Estamos seguros de que esto es posible.


 

[1]Renshaw, Patrick. Wobblies. Historia de la Industrial Workers of the world, Canarias, CNT, 2004, pp.- 21.
[2]Ealham, Chris. La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto 1898-1937, Barcelona, Alianza, 2005.
[3]En 1983 el paro era de un 56% para los jóvenes de entre 16 y 19 años, mientras que para los que iban de los 20 a los 24 era de un 41%.
[4]Para hacer un recorrido más detallado de este problema en el contexto de Estados Unidos se puede leer a Robert Brenner, «¿Nueva expansión o nueva burbuja?», en New Left Review, nº25, 2004, pp. 55 y para el caso español Isidro López y Emmanuel Rodríguez, Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad en la onda larga del capitalismo hispano (1959-210), Madrid, Traficantes de Sueños, 2010.

[5]Sólo con la supresión desde 2007-2008 de los impuestos de patrimonio, sucesiones y donaciones se han perdido cerca de 6.000 millones de ingresos anuales. Además el tipo de retención a las rentas más altas en concepto de IRPF ha bajado un 20%. Todo ello sin tomar en consideración los beneficios que tiene todo el entramado financiero y el fraude fiscal que se calcula asciende a 80.000 millones euros.

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Buscando caminos de intervención. Una propuesta parcial https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/buscando-caminos-de-intervencion-una-propuesta-parcial/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/buscando-caminos-de-intervencion-una-propuesta-parcial/#respond Thu, 21 Jun 2012 16:00:41 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3752 No es nada fácil intentar presentar una propuesta de actuación sindical para el dificilísimo momento actual. Una propuesta cuyo punto de partida es el de que estamos en un momento de profunda derrota, sometidas a sucesivas oleadas de vandalismo que parecen no tener límite, y que nos hallamos con más preguntas que respuestas. Hacemos una propuesta solo parcial y, seguramente, con muchas equivocaciones. Sirva para dejar la puerta abierta a un debate ineludible, en el que cualquier aportación, por parcial y mínima que sea, será bienvenida.

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Autoría colectiva

 

Hemos intentado- con no mucho  éxito, el éxito hoy es impensable- tratar  de aportar colectivamente líneas de búsqueda a algunos de los problemas que, a nuestro entender,  lastran al actual sindicalismo, cuyo solo enunciado es ya de por sí difícil de precisar. Los hemos referido a las siguientes cuestiones: pérdida en la parcialidad y dispersión de un sindicalismo reducido casi a respuesta inmediata por falta de propuesta y muy centrado en lo laboral con lo que deja fuera a muchos de los problemas de toda índole que afectan a las vidas de las personas; escaso engarce con la mayoría de la sociedad y dificultad para romper el descrédito de todos los cauces  de participación; carencias en los métodos de actuación y presión, que nos llevasen a la consecución de objetivos; estructura organizativa no idónea para afrontar ese conjunto de problemas diversos de una manera participativa; y posibilidades de abrirnos a otros campos de actuación en el terreno  de lo político entendido en un sentido más próximo a lo convencional. Lo damos a los lectores de LP con una clara conciencia de nuestras insuficiencias y limitaciones.

 La obligatoriedad de atender a lo parcial y su necesaria unificación

Vivimos en una sociedad con mucho “ruido”: cientos de miles de mensajes (comerciales, sociales, políticos, religiosos…) invaden a las personas apabullando, más que alimentando, la información, el conocimiento, la reflexión y la toma de actitudes. Es un ruido cuantioso y, además,  confuso, ya que a la multiplicidad de mensajes se le añade la disparidad de razones y opiniones parciales que no ayudan a discernir sino que enmarañan una realidad de por sí compleja, y en la que la velocidad de los cambios que en ella se producen viene a incrementar el marasmo.

El sindicalismo no puede escapar a esa dispersión y a esa diversidad sin dejar de ser sindicalismo y no hay más remedio que convivir con estos aspectos si pretendemos seguir siendo un instrumento de intervención. El problema surge cuando el sindicalismo, como es el caso del anarcosindicalismo, acompaña esa dimensión de defensa de los intereses de los trabajadores con un objetivo de transformación social radical que implica la capacidad de actuar más allá de lo “inmediato”. El hecho es que si bien el anarcosindicalismo tiene un discurso que apunta incesantemente a la necesidad de una transformación social, en contrapartida  no alcanza a plantear, más allá del discurso, actuaciones que transformen la realidad social en dirección al tipo de sociedad que debería sustituir a la actual. Esa necesidad de atender a lo inmediato y de jugar en lo parcial sin quedar atrapados por la dispersión, tratando de articular visiones más allá del corto plazo, nos coge sin instrumentos teóricos y prácticas adecuadas para actuar de una manera consistente y coherente.

A ello se añade que los objetivos del sindicalismo «convencional» o «tradicional», organizar a los trabajadores ¿asalariados? en defensa de la recuperación de la plusvalía generada por su trabajo y la búsqueda de las condiciones más adecuadas para su desarrollo, se ve contrastada con la existencia de una gran masa de parados, expulsados del sistema productivo, de jóvenes que no acceden a un primer empleo, de inmigrantes asalariados para la supervivencia en un terreno hostil, de una precariedad cada vez más extrema, de jubilados cuyas pensiones ven peligrar en el futuro inmediato, de problemas de vivienda, sanitarios y educativos, de problemas de género, etc., cuya articulación es imprescindible para un sindicalismo que tenga una visión más amplia de intervención social, terreno en el que la CGT debe jugar un papel claro.

Para que esa necesaria articulación de las respuestas a necesidades diversas se produzca, impidiendo la caída en la dispersión y la entrada en la confusión, se necesita que esas respuestas confluyan en un horizonte no utópico común y la jerarquización de esas necesidades a las que dar respuesta. Ni el uno ni la otra parecen estar claros en el actual sindicalismo.

El horizonte real del  sindicalismo mayoritario “realmente existente” es el de la recuperación económica y la buena marcha de cada una de las empresas, y su aspiración sigue estando en la vuelta al escenario de pujanza económica de 2006, sin preocuparle mucho que ese desarrollismo competitivo, el único que existe, sea siempre generador de desigualdades y contrario al reparto. Pero la perspectiva de reactivación económica es, además, falsa y no se va a conseguir ni con medidas de recorte ni de incentivación. La crisis tiene un componente objetivo de escasez de recursos, y nuestras sociedades han sobrepasado las posibilidades de consumo, que no van a recuperarse ni sería conveniente que lo hicieran.

En la actualidad un horizonte de mayor reparto y equidad implica la admisión de un cierto empobrecimiento y la exigencia de una gestión distinta del mismo; mientras que con las políticas actuales, sean recesivas o incentivadoras, el empobrecimiento nos viene impuesto y gestionado desde fuera, y produce un incremento de las desigualdades (se empobrece más el más pobre). Por el contrario,  como CGT  deberíamos marcarnos un horizonte de reparto aún con empobrecimiento, de atención preferente a las necesidades más básicas, a las que debe quedar supeditada la satisfacción de necesidades más superfluas, y mucho más la búsquedas de nueva generación de necesidades. Hoy, la búsqueda del reparto es necesariamente antidesarrollista, del mismo modo que el desarrollismo es necesariamente impulsor de mayores desigualdades.

En la visión de la crisis, que nos venden y con la que nos engañamos, como etapa transitoria y a superar, el paro puede quedar reducido a un problema coyuntural, un necesario daño colateral que se resolverá con esa superación de la crisis. Sin embargo, desde la otra visión el paro es un problema estructural que no tiene solución sino por otros medios, fuera de las dinámicas que nos proponen.

El paro, el paro y sus secuelas, es el principal problema laboral (y social). Sin embargo, la lucha contra el paro está perfectamente ausente de los objetivos sindicales, y las personas paradas hace tiempo que han dejado de ser sujetos del sindicalismo (lo serán en todo caso de los servicios sociales y organizaciones de beneficencia). Y tras el paro han ido quedando fuera de la reflexión e intervención del sindicalismo el trabajo negro, la precariedad, la subcontratación, etc.

El sindicalismo sigue jugando un papel entre los trabajadores activos, con derechos, etc. y sus objetivos reales están encaminados a la defensa débil de los derechos laborales y niveles salariales de esos trabajadores, pero el paro no existe entre los objetivos sindícales más allá de un mero discurso.

Ese no abordaje del paro, esa no jerarquización de objetivos, ese replegarse a terrenos más suaves dejando de afrontar las situaciones más duras y difíciles, además de constituir una dejación, esteriliza la totalidad de la actuación sindical. Con  más de cinco millones de parados cualquier Reforma Laboral es indiferente, la situación laboral real (trabajo en negro, en cualquier condición laboral, cobrando cualquier salario y, además, hoy sí pero mañana no…) es peor que cualquiera de las previstas en la peor de las reformas, y se instala antes de su aprobación. Y esa situación real va avanzando y convirtiéndose en un anillo que ahoga y va minando las condiciones laborales y salariales del hoy todavía mayoritario sector de trabajadores con derechos. Sin jerarquizar los objetivos difícilmente atenderemos a ninguno, aunque ese hacer como que hacemos nos permita el mantenimiento de un juego sindical sin papel real.

Pero en la actual situación el paro no puede afrontarse más que desde la perspectiva del reparto del trabajo existente. Seguramente el reparto del trabajo y la consecución de una renta básica garantizada son los mecanismos más acordes con ese objetivo de  jerarquizar  las necesidades, priorizando las más básicas, y también con ese horizonte de reparto en un escenario, por lo menos, de no crecimiento. Fiar su solución a una recuperación económica, que compense el incremento de las desigualdades con un incremento superior del desarrollo, es la fórmula con que nos mienten y, peor todavía, con que nos engañamos. (aclaremos que cuando hablamos del paro no nos referimos a opciones vitales que no pasan por el trabajo asalariado, sino al paro en cuanto imposibilidad de desarrollar un trabajo y sus secuelas de pérdida de derechos -hoy asociados a la realización de un trabajo- y de empobrecimiento y exclusión).

 Métodos de actuación

Pero para esos objetivos y para ese horizonte necesitamos también nuevos métodos de actuación. Por un lado, los métodos de actuación tradicionales vienen perdiendo fuerza y eficacia frente a los métodos de dominación desarrollados por el capitalismo globalizado. De otro lado esos nuevos objetivos y ese nuevo horizonte requieren de métodos de actuación distintos.

La situación actual no parece propicia para que prevalezca lo reivindicativo por sí solo, dado que tendría que combinarse con otra serie de tomas de postura que se planteen el reparto desde la consideración de que buena parte de la sociedad somos sujetos que estamos en la zona de consumo llamado a aminorarse y a ser repartida. En esa zona, lo reivindicativo en cuanto defensa de “intereses”, no pasa de disfrazar como interés colectivo aquello que no va más allá de una agregación de intereses individualistas.

La movilización actual debiera arrancar mucho más del convencimiento personal que del enardecimiento colectivo y tiene que ser una toma de postura, un empezar a asumir nuestras responsabilidades  individuales (una de las características de la sociedad actual es la de que las cosas ocurran y las situaciones se den sin que haya nadie que sea responsable de ellas, como si esa sociedad hubiera entrado en el reino de la necesidad)  y un empezar a hacer, o a dejar de hacer, poniéndonos barreras que no debemos traspasar, disposiciones y leyes que no podemos acatar y desarrollando métodos de actuación más cercanos a los puestos en práctica por los movimientos de  objeción de conciencia y la insumisión (negativa a cumplir incrementos horarios o iniciativas para aplicarse reducciones de jornada equivalentes a la tasa de desempleo, por ejemplo) que nos conviertan en agentes de reparto y en creadores de una corriente de opinión favorable a él, que acabe obligando a los sindicatos a impulsarlo mediante la puesta del acento en la negociación de reducciones significativas de jornada laboral y la equivalente generación de empleo… Un empezar a ejercer nuestras posibilidades de actuación y a tratar de desarrollar desde ella otras formas de presión que les den carácter de enfrentamiento social y político, impidiendo que se queden en lo personal y testimonial. Pero sin ponernos nosotros y nuestras vidas por delante, lo reivindicativo va quedando en poco efectivo y falto de  credibilidad.

Estos nuevos métodos de actuación a desarrollar tendrían la ventaja añadida de desatascar al sindicalismo de la pulsión mayoritaria en el que ha quedado atrapado, ayudando a buscar formas de hacer en minoría e, incluso, individualmente. Siempre estamos obligados a buscar la mayoría, pero no podemos estar esperándola ni amparando nuestra no actuación en su no consecución. Todos los intentos de adecuación derivados de la necesidad de la búsqueda de la mayoría, han sido una rodada a la baja de objetivos y formas de actuación sociales y sindicales. La mayoritaria es una variante de intervención, deseable pero no única. Hoy el desarrollo de métodos de actuación en minoría y hasta individualmente nos daría márgenes de libertad y en ningún caso supondrían una renuncia o abandono de la aspiración a esa conquista de la mayoría, solo que la haría menos imperiosa en tanto en cuanto menos dependiente de ella.

Por último, el sindicalismo “tradicional”  ha estado muy basado en el “enfrentamiento” y con él ha quedado atrapado en las disyuntivas ganar/perder o victoria/derrota, con connotaciones machistas y militaristas hoy muy poco adecuadas y que nos conducen con frecuencia a terrenos nada propicios para nosotros y sí muy favorables al Poder. Seguramente esas nuevas formas de actuación, basadas en el hacer más que en el reivindicar, que ganen de entrada el ejercicio de nuestra libertad, desarrollarán otras formas de confrontación y de plantearse como metodologías y acciones sociales y políticas que no queden atrapadas en esa disyuntiva  derrota/victoria y que permitan plantearse avances sin ejercicio de imposiciones.

 Desconexión con la sociedad y estructura organizativa

El sindicalismo no conecta con la sociedad sencillamente porque carece de los instrumentos que serían necesarios para abarcar los múltiples y muy diversos problemas con los que se enfrentan las personas fuera del ámbito propiamente laboral. El sindicalismo tiene unas estructuras y unas herramientas de lucha construidas históricamente en consonancia con la problemática laboral (condiciones laborales y retribución del trabajo básicamente), pero cuando la gente se enfrenta en su vida cotidiana con problemas que exceden ese ámbito (vivienda, listas de espera en la sanidad, falta de equipamientos sociales en los barrios, y mil otros temas) el sindicalismo no puede canalizar ni potenciar las luchas engendradas por esos problemas acogiéndolas en sus propias estructuras. Las más de las veces se limita a integrar discursivamente esas reivindicaciones en su repertorio de agravios sociales, a expresar su solidaridad con las acciones emprendidas por plataformas de afectados y a acudir a las manifestaciones que convocan.

Transformar la organización sindical en una organización omnicomprensiva, polifacética, multidimensional, que pueda abarcar el conjunto de las preocupaciones ciudadanas es casi imposible en la actualidad si se quiere preservar al mismo tiempo la cobertura orgánica de los temas propiamente laborales. Ahora bien, una cosa es reconocer que el ámbito político (problemas de la ciudadanía) y el ámbito laboral han generado y aun requieren formas de intervención diferenciadas y otra cosa es no percatarse de que la propia evolución de la sociedad y del ámbito laboral tienden a acentuar la interpenetración o la des-diferenciación de esos dos ámbitos y obligan a modificar el sindicalismo para que no reproduzca la escisión histórica entre el trabajador y el ciudadano.

Un paso bastante asequible en esa dirección podría consistir en potenciar la estructura territorial del sindicalismo, tomando como referencia las federaciones locales con capacidad de transcender los temas exclusivamente sindicales y de plantearse con mayor intensidad de lo que ya hacen en la actualidad la intervención en temas políticos (entendiendo “político” en su sentido amplio). La recuperación y la implementación en las grandes ciudades de “los sindicatos de barrios” iría en esa dirección porque incitaría a los militantes a encarar temas de su entorno extra laboral desde dentro de una estructura que seguiría siendo sindical.

Pensar globalmente y actuar localmente debería ser un objetivo irrenunciable. Esa actuación local requiere de elementos de convergencia con sectores afectados por la dominación del Capital y el Estado que definen un sujeto diferenciado del asalariado. Junto a la estructura «sectorial-productiva»  convencional se debe impulsar la «geográfica-vital», mucho más rica y amplia que permite confrontar ese pensamiento global de manera horizontal y transversal. Esto ayuda a mantener una visión más global, más general, más política, más social, que es la que requiere el abordaje  de todo ese conjunto de problemáticas y de temas como el paro que sobrepasan lo estrictamente laboral. Naturalmente sin dejar de potenciar las secciones de empresa y de sector para los temas particulares.

Otro aspecto parcial relacionado con nuestra capacidad de engarce social es el de que el Poder ha conseguido el encasillamiento de las organizaciones de izquierda en general y de la nuestra en particular. De alguna forma el Poder hace un reparto de papeles que configuran todo el abanico de opciones, lo que además le da un halo de pluralidad y democracia. Repartidos los papeles y jugando cada uno el suyo, todo discurre según lo previsible y el juego y su resultado se repiten.

¿Por qué el 15M en su momento de auge despierta un grado de aceptación social fuerte, si a la postre no dice cosas tan distintas a nosotros ni de forma tan diferente? Aparecen como gente “normal” y diversa, sin punto de partida previo unificado y cuya única referencia es la realidad que les perjudica y que consiguen que aparezca más transparentemente, recuperando una mayor sencillez, una especie de sentido común más primario. Y a presentarlo les ayuda el no ser nada ni nadie, sino cualquiera; no haber quedado encasillados todavía.

Cualquier organización de izquierdas y de forma particular la nuestra está lastrada por ese encasillamiento, esa imagen, esa definición en que el poder nos ha situado y que es parte de nuestra derrota.

Lo más preocupante es que nosotros hemos contribuido a ese encasillamiento en que nos han encerrado, y seguimos haciéndolo, favoreciendo y haciendo hincapié en lo identitario, en el uso de simbología y en el tratar de marcar y atribuirnos lo que hacemos. La apropiación, la identificación, el sentido de lo interno se antepone a la propuesta y la actuación,…

La alternativa sería la variación en nuestras formas de actuación: el ayudar a que surjan otros sujetos  más amplios y menos contaminados desde los que actuar diluidos (que no perdidos) en ellos; el predominio de los contenidos y de los mensajes por encima de la simbología; el disminuir u obviar los elementos identitarios y de ser, para dar paso a los de proponer y hacer, matando los protagonismos y las atribuciones, de los que esperamos rendimientos inmediatos que no llegan; trabajando los que más y con mayor claridad y propuesta, sin atribuírnoslo, haciendo que las cosas anden sin necesidad de protagonizarlas… los resultados aparecen en el más largo plazo.

 La participación política

Si por presencia política se entiende la intervención en las luchas extra laborales, esa participación sería acorde a lo que venimos planteando, pero no lo sería  si por presencia política se entiende la participación en instancias de representación política o la adopción de señas de identidad y formas organizativas propias de los partidos políticos. Pensando en la vertiente sindicalista del ML no parece conveniente la re-edición de planteamientos como los que llevaron a la formación del partido sindicalista. Como recurso en el corto plazo implicaría que, al no tener una visión global de nuestra actuación socio-económica, se generaría una dinámica perversa y absorbente que nos apartaría del trabajo prioritario que antes hemos diseñado. Crear espacios de participación y acción va mas allá de «jugar» en un terreno en el que poco podemos hacer para cambiar la realidad y entrar en competencias desaforadas con medios y recursos tremendamente limitados.

No significa eso despreocupación por la política entendida en el sentido convencional. Hoy se vive una fuerte desconfianza frente a las instancias de Poder y una crítica radical a las formas en que se ejerce en la que ha desaparecido cualquier forma de conexión entre la ciudadanía y las instancias de representación política y nosotros debemos estar inmersos y alentando esa corriente.

Algunos de los conceptos que maneja el ML han cobrado relevancia en la evolución que ha marcado la cultura política estas últimas décadas: el concepto de democracia directa, la revalorización de la asamblea como marco de debate y de decisión y la crítica de la representación, el concepto de estructuras no jerárquicas, la horizontalidad, el concepto de acción directa, etc. son hoy una exigencia de muchos movimientos  de contestación e impugnación al Sistema, en los que debemos estar inmersos con personalidad propia.

 Quedan fuera temas importantes por abordar, de modo especial las carencias en la dimensión internacional del sindicalismo,  que no logramos subsanar pese a los esfuerzos no pequeños realizados y que significan una debilidad enorme frente a un capitalismo globalizado.

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Conversaciones sobre el presente y futuro de CGT con Jacinto Ceacero, su Secretario General en estos tiempos convulsos pero con expectativas de cambios radicales https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/conversaciones-sobre-el-presente-y-futuro-de-cgt-con-jacinto-ceacero-su-secretario-general-en-estos-tiempos-convulsos-pero-con-expectativas-de-cambios-radicales/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/conversaciones-sobre-el-presente-y-futuro-de-cgt-con-jacinto-ceacero-su-secretario-general-en-estos-tiempos-convulsos-pero-con-expectativas-de-cambios-radicales/#respond Thu, 21 Jun 2012 15:00:36 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3755 El puesto de Secretario General, es un buen observatorio de la situación interna de la CGT y de la realidad social en que ésta desarrolla sus actividades. De ambas conversamos con el compañero Jacinto sobre la difícil situación que se viene planteando, las tareas que la CGT desarrolla para afrontarla y los postulados que las orientan.

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Libre Pensamiento (L. P.)- ¿Cómo valoras las respuestas a la crisis política y social que vivimos por parte de las organizaciones sindicales?
Jacinto Ceacero (J. C.)- Como CGT, consideramos que nos encontramos  ante una crisis sistémica del capitalismo que abarca aspectos económicos, laborales, sociales, medio-ambientales y financieros, entre otros.  Pero lo realmente preocupante es la crisis de respuestas que la mayoría social, que la clase trabajadora, que los movimientos sociales, el movimiento sindical… tenemos ante el capitalismo. En este contexto, las respuestas desde el sindicalismo han sido diferentes si pensamos en las respuestas del sindicalismo institucional o las respuestas del sindicalismo alternativo, más concretamente del anarcosindicalismo. Las respuestas desde el sindicalismo alternativo, anticapitalista, anarcosindicalista de la CGT han sido de lucha, agitación, de movilización, de rechazo radical a la política económica y antisocial del gobierno tanto del PSOE como del PP.  Desde la CGT no se ha apostado por respuestas de concertación social, de negociación de las diferentes reformas para reflotar el sistema capitalista. La CGT ha defendido ante la clase trabajadora y la sociedad que la crisis no la podemos pagar las clases populares, exigiendo el mantenimiento del empleo, el reparto del trabajo, el reparto de la riqueza, el cambio de modelo productivo, el cambio de sistema. Estoy convencido de que el discurso de la CGT, sus análisis, sus respuestas de movilización han contribuido de forma importante al carácter que la lucha sindical y social tiene actualmente en nuestro país. Obviamente, la CGT no ha apostado por el salto en el vacío que desnaturalice la fuerza de una herramienta de lucha tan potente como la Huelga General, ni por respuestas alejadas de la realidad, de su realidad, de su capacidad para conseguir la transformación social. La CGT ha dado y sigue dando las respuestas que considera más adecuadas a cada momento y esa decisión la adopta haciendo siempre uso de su funcionamiento orgánico. La CGT ha ido dando pasos, creando espacios de encuentro con otras muchas organizaciones, ha ido construyendo tejido social. Estoy convencido de que la CGT es una organización madura que, por su trayectoria y compromiso, tiene prestigio y predicamento entre la clase trabajadora, las clases populares y las organizaciones y movimientos que las articulan.  Por su parte, el sindicalismo institucional siempre ha llegado tarde para asumir su responsabilidad en la defensa de l@s trabajador@s.
L.P.- ¿Qué papel juega CGT en las movilizaciones de diversos sectores como los mineros, funcionarios, enseñantes?
J. C.- La CGT, cuando se trata de un sector laboral en el que tiene presencia e implantación significativa, actúa como elemento agitador y defiende posiciones radicalmente opuestas a las posiciones de la patronal. La CGT también provoca la participación e implicación de l@s trabajad@res directamente afectados, potencia las asambleas, los procesos auto-organizativos. Otorga el protagonismo a l@s trabajador@s implicados porque cree en la máxima clásica anarquista de que la emancipación de l@s trabajador@s será obra de ellos mismos. La CGT propicia procesos de acción directa, de apoyo mutuo y solidaridad entre l@s trabajador@s de los diferentes sectores. Así mismo la CGT, como confederación sindical de clase, siempre pretende imprimir una dimensión global a las diferentes luchas sectoriales. Cuando la CGT no tiene  implantación en un sector, se ofrece para mostrar su apoyo pero evitando siempre demagogias, protagonismos o efectos mediáticos inmerecidos.
L. P.- ¿Cómo articular una respuesta contundente y no puntual a la agresión a derechos fundamentales como la salud, educación y vivienda?. ¿Con quién colaborar para esa articulación?.
J. C.- Una respuesta contundente y no puntual tiene que ser necesariamente una respuesta de movilización social permanente que implique la participación de toda la sociedad ya que todas y todos estamos afectados, empleados públicos, usuarios, alumnado, familias, toda la comunidad. Estamos hablando de derechos fundamentales y, por tanto, de derechos que afectan a toda la sociedad. Ello nos obliga a confluir en movilizaciones unitarias hasta deslegitimar la política del gobierno pasando por encima de su mayoría absoluta parlamentaria. Para la CGT, estos derechos fundamentales sólo quedan garantizados desde su concepción como servicios públicos, educación pública, sanidad pública, vivienda social. La lucha por lo público hoy se está convirtiendo en una verdadera seña de identidad frente a las políticas neoliberales del gobierno y de las directrices de la Unión Europea. En esta lógica de defender lo público, en el caso específico del ámbito educativo, consideramos que los centros concertados son centros privados a los que se derivan recursos públicos, en detrimento de la calidad de lo público. Por lo tanto, la CGT buscará el encuentro para la movilización con aquellas organizaciones sindicales y sociales que defienden los servicios públicos. Sin duda la CGT está por la Educación Pública y la Sanidad Pública, está en contra de la educación y la sanidad concertada y obviamente defiende a l@s trabajador@s de los centros concertados lo mismo que al resto de l@s trabajador@s de las empresas privadas.
L. P.- ¿Consideras que CGT puede lanzar una propuesta de Huelga General con apoyos suficientes en sectores no sólo del sindicalismo organizado?
 
J. C.- La CGT desde abajo hacia arriba, conforme a la toma de decisiones propia de una organización libertaria, ha lanzado una propuesta de Huelga General que integre todas las luchas sectoriales que actualmente existen (minería, empleados públicos, privatización empresas públicas, desempleados, desahuciados, clase trabajadora…) Esta integración de las luchas parciales en una lucha global implica la concepción de una lucha de clases. Para la CGT la Huelga General es una acción de clase contra el sistema capitalista. La CGT ha acordado que, tras la Huelga General del 29 de Septiembre de 2010 y el 29 de Marzo de 2012, es totalmente necesario continuar con la convocatoria de una nueva Huelga General. Hasta ahora, el sindicalismo institucional ha estado mirando hacia otro lado a la hora de dar respuestas contundentes. La CGT, plenamente consciente de su nivel de representatividad, ha mantenido y está manteniendo contactos con todas las organizaciones sindicales y sociales que apuesten por la movilización, por el cambio de sistema. Las dificultades para que la convocatoria de Huelga General tenga efectos significativos en la sociedad, son muchas ya que nos encontraremos con el boicot de los grandes medios de comunicación. Sin embargo la CGT ha optado por arriesgarse y trabajar por la convocatoria de la Huelga General que implique un paro laboral general, una huelga de consumo, la movilización junto a las organizaciones sociales, 15M, asambleas populares, movimiento ecologista, estudiantil, vecinal.
L. P.- ¿Cómo valoras la colaboración incipiente con las otras organizaciones anarcosindicalistas? ¿Qué amenazas y oportunidades ves en este trabajo en el corto y medio plazo?
J. C.- La CGT es una organización anarcosindicalista por estatutos, por práctica y modelo sindical y por herencia histórica. Entre sus objetivos y acuerdos está la unidad de acción con las otras organizaciones anarcosindicalistas de nuestro país y a nivel internacional. En  coherencia con ello, la CGT ha propiciado y ha aceptado con agrado el nivel de unidad de acción alcanzado con dichas organizaciones anarcosindicalistas de nuestro país, durante este último año. Como CGT, hemos apostado por esta coordinación alcanzándose distintas convocatorias de jornadas de lucha, redacción de manifiestos conjuntos, movilizaciones compartidas, etc. Esta coordinación fraguada desde los distintos Comités Confederales de las organizaciones, ha sido fructífera e, internamente, se ha extendido a los distintos Comités Territoriales, Federaciones Locales, sindicatos. Aquí en estos ámbitos hemos podido detectar niveles importantes de acercamiento y de unidad de acción junto a reticencias e, incluso, resistencias a la misma, pero como CGT consideramos que los prejuicios, los rechazos, las susceptibilidades se van limando a fuerza de conocerse y trabajar juntos. Como CGT, hemos priorizado estas relaciones porque creemos en la unidad de acción y especialmente en la unidad de las organizaciones anarcosindicalistas. La CGT va a seguir apostando por su modelo sindical, por la unidad con todas aquellas organizaciones que quieran esa unidad, sin forzar los ritmos de nadie y profundizando hasta los niveles que las otras organizaciones se dejen, respetando a los demás y también exigiendo respeto por lo que esta organización es y el modelo anarcosindicalista que representa.
L. P.- La crisis económica está poniendo de manifiesto el desmontaje del llamado «Estado social y de derecho» por parte no sólo de la derecha política sino con la «permisividad» del PSOE y su entorno mediático. ¿Es sostenible el paradigma del Estado de Bienestar, basado en el crecimiento y cierta idea de progreso en estas circunstancias o hay que pensar en otras vías alternativas frente a la dictadura del Capital y los mercados?
 
J. C.- Vivimos en un sistema neoliberal capitalista. La CGT como organización libertaria es anticapitalista, anti-sistema. El sistema capitalista actual está basado en la producción, el crecimiento, el desarrollismo, el consumismo, la insostenibilidad. Y en esa lógica usa a los seres humanos como objetos, abusa de los recursos naturales y genera una sociedad basada en el darwinismo social, la competitividad, el individualismo, etc. La CGT apuesta por otro sistema social, político, económico, un sistema que no tenga como objetivos el crecimiento, por tanto el consumismo, la competitividad, el agotamiento de los recursos. El objetivo no es crecer produciendo coches, bienes perecederos, superfluos, sino repartir trabajo y riqueza, crecer en servicios sociales y públicos, profundizar en la consolidación de una sociedad que se autogestione en función de las necesidades del ser humano y no en las necesidades de los especuladores, inversores, explotadores.
L. P.- ¿Qué acción sindical es factible que vaya más allá de la defensa del puesto de trabajo y aborde la problemática de sectores cada vez más marginados como los jóvenes, los dependientes y los inmigrantes?
J. C.- Sin duda, la lucha social. La lucha social complementa la lucha sindical, no en el sentido de subsidiariedad de la misma, sino en un plano igualmente relevante. La lucha sindical para la defensa de los derechos laborales y la lucha social para definir y construir un mundo nuevo, una sociedad nueva.
La juventud no ocupa un espacio diferenciado organizativo dentro de la estructura del sindicato. L@s jóvenes que se afilian lo hacen como trabajadores de un determinado sector o perfil. En este sentido la CGT está creciendo significativamente en sectores como Telemarketing, informática, Intervención social … y en esos ámbitos la edad de los nuevos compañeras y compañeros es muy joven.
Es preciso desarrollar más la posibilidad de acercamiento de otros jóvenes que no trabajan, que estudian …  mediante la acción social de la CGT, mediante la acción cultural y formativa de la CGT, creando Ateneos Libertarios, espacios   abiertos en los que se vivan y debatan las ideas anarquistas, los valores libertarios.
En el pasado XVI Congreso de la CGT celebrado en Málaga, se acordó la creación de una Comisión de Jóvenes, adscrita a la secretaría de Acción Social. Está Comisión se ha constituído, ha celebrado varias reuniones y encuentros, pero no se ha desarrollado todo lo deseable. Seguimos trabajando en esa vía. Nos consta que en Catalunya este trabajo con l@s  jóvenes lleva un buen desarrollo que nos puede servir de referente para el resto de la organización.
Lo mismo sucede con las y los compañeros inmigrantes. Son trabajadores, ciertamente con problemáticas especiales, que deben afiliarse al sindicato y desarrollar ahí las luchas sindical y social de forma cohesionada, superando todo lo que suene a simple asesoramiento o paternalismo.
L. P.- En estas circunstancias, ¿consideras adecuado el modelo organizativo sindical vinculado al centro de trabajo o al sector productivo como instrumento básico de respuesta inmediata a la agresión capitalista?
 
J. C.- Ni antes ni ahora, la lucha en la empresa ha sido la única ni la mejor respuesta o herramienta en la lucha contra el capitalismo. La lucha sindical desde la propia sección sindical, centrada en la estricta lucha laboral, no es suficiente para la transformación social. La lucha sindical es una lucha importante, es una lucha digna, propia de una organización sindical, pero la CGT es algo más que un sindicato, es una organización anarcosindicalista y por tanto aspira a una sociedad libertaria. La lucha social adquiere hoy una dimensión muy importante,  trascendente, con proyección, que nos va a permitir entroncar con las problemáticas de los millones de personas excluidas del sistema, desahuciadas, desempleadas, jóvenes… que actualmente no entienden nuestra organización como necesaria para resolver los problemas de su existencia. 
 
L. P.- ¿Cómo superar desde el movimiento sindical el marco nacional de cada país para dar respuesta a los organismos supranacionales (Unión Europea, en particular) que condicionan cada vez más las acciones de los Gobiernos e imponen terapias de choque?
 
J. C.- La lucha internacionalista adquiere una dimensión inusitada a raíz de la globalización. Siempre el anarquismo y el anarcosindicalismo han sido internacionalistas, pero en estos momentos, adquiere una dimensión de actualidad muy importante. Pensemos, por ejemplo, en todo el proceso de deslocalizaciones sobre el que se ha desarrollado el capitalismo explotador.
CGT en sus acuerdos otorga una importancia excepcional a las relaciones internacionales. Como organización hemos definido una serie de prioridades en estas relaciones que abarcan desde el trabajo preferente por las organizaciones sindicales libertarias y anarcosindicalistas, por las organizaciones anarquistas, para llegar a la coordinación también con el sindicalismo alternativo y de clase. La CGT ha promovido y potenciado distintas coordinadoras en el ámbito europeo como la Coordinadora Rojo y Negra, La Red Europea del Sindicalismo Alternativo, la Coordinadora euro-mediterránea.
Lamentablemente, la realidad es muy dura y estas redes internacionales no tienen actualmente la capacidad suficiente para organizar movilizaciones a nivel internacional. Diferente hubiera sido si hubiéramos podido convocar huelgas generales en toda Europa. Todo se andará.
L. P.- ¿Cómo estimular una acción directa, sin intermediarios, frente al creciente descrédito de los intermediarios políticos y sociales?.
 
J. C.- Para los anarcosindicalistas, las opciones políticas y la lucha electoralista no es nuestra herramienta de trabajo, no confiamos en ella. Actualmente, esta desconfianza se ha generalizado en la sociedad, pero eso es fruto del propio éxito del sistema neoliberal. Este sistema no precisa de la política, ni del sindicalismo, ni de organizaciones sociales. Por tanto, en estos momentos, el descrédito es también condicionado y programado por el propio sistema. Una sociedad sin organizaciones está abocada al totalitarismo, al caudillismo, a la dictadura. Efectivamente, desde la política representativa, desde el electoralismo, la CGT, los y las anarcosindicalistas no confiamos en que se pueda lograr prácticamente ninguna transformación social. Pero, ciertamente, el descrédito generalizado hacia las organizaciones no es el remedio. Pasar consciente y activamente de los políticos corruptos, desacreditados, implica afiliarse,  participar e involucrarse activamente en una organización sindical o social, tener compromiso organizativo, implicarse en organizaciones como, por ejemplo, las libertarias que son quienes realmente tienen un modelo de participación real, dado que tenemos, programas, propuestas y herramientas alternativos para la articulación de una nueva sociedad. Los medios y los fines tienen que confundirse. A una sociedad libertaria sólo se puede llegar desde una organización libertaria, horizontal.
La acción directa se manifiesta en el día, en el trabajo, en el barrio, en la calle, oponiéndose sistemáticamente a que funcione el actual sistema en cualquiera de los puntos en los que podamos intervenir. Acción directa implica coherencia, austeridad, vivir conforme a los valores y principios que componen nuestra teoría, implica no delegar el poder, implica compromiso personal en la resolución del conflicto…

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Apuntes de hibridación libertaria https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/#respond Thu, 21 Jun 2012 14:00:40 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3758 En el presenta artículo se reflexiona sobre la propuesta de hibridación de las luchas sociales y sindicales, conjunción muchas veces esbozada e incluso acordada, pero pocas veces llevada a cabo de un modo coherente y sostenido. Se apuesta por una hibridación comprometida con la transformación social, que asuma la organización como una herramienta flexible y modificable , y que estudie, promueva y difunda la autogestión en todas las esferas de la vida social en consonancia con el papel del anarcosindicalismo en un escenario de creciente conflictividad socia y de clases.

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Antonio J. Carretero

 

  1. El proyecto de “hibridación”

En “El anarcosindicalismo frente al reto de su necesaria transformación“, el compañero Tomás Ibáñez propone un sugerente programa de reformulación y revitalización del anarcosindicalismo:

“El anarcosindicalismo deberá mezclarse con las variadas formas de resistencia que se encuentran esparcidas por todo el tejido social para inventar conjuntamente nuevas formas de lucha.”
“… hace falta imprimir a nuestro modo de luchar y de organizarnos el sello de una perspectiva global que interconecte los diversos frentes de lucha.”
“… nuestra lucha contra el capitalismo debe trascender, ella también, el mundo laboral y adoptar unas formas que abarquen la realidad social en toda su extensión.”
“… avanzar hacia una auténtica hibridación donde una misma forma de lucha y una misma forma organizativa abarquen indistintamente ambas problemáticas, realizando su simbiosis.”

Esta es una propuesta apenas esbozada, pero radicalmente coherente con un certero diagnóstico, tanto del mundo del trabajo como de la emergencia y la problemática sostenibilidad de los movimientos sociales desobedientes: “El contraste entre los cambios experimentados por un anarcosindicalismo que conserva, en lo esencial, las formas organizativas y los contenidos sustantivos que lo definían en los años treinta, y la magnitud de los cambios sociales que se han producido desde entonces es sencillamente abismal. “

El proyecto de “hibridación” de las luchas sociales y de las reivindicaciones laborales, que plantea Ibáñez, se sostiene sobre el actual descentramiento y fragmentación sufridos en el mundo del trabajo a partir de la segunda mitad del siglo XX, lo que implica una previsible y paulatina obsolescencia de las luchas organizadas y alimentadas exclusivamente desde y para el ámbito laboral. No es que los conflictos laborales vayan a desaparecer, por el contrario en el actual contexto de crisis multidimensional del capitalismo se ampliarán y recrudecerán, pero ya hace tiempo que perdieron su carácter de “ejemplaridad”: ni son el eje sobre el que pivotan, o a partir del que se provocan las respuestas sociales anticapitalistas; ni son propiamente ejemplares en sus contenidos -reducidos a reivindicaciones corporativas-, ni en sus formas de lucha -ancladas en la dialéctica negociación-movilización-. En la misma medida que el sindicalismo institucional está inserto en la lógica de la representación y de la intermediación, el anarcosindicalismo en particular -más allá de sus tendencias y divisiones- ha zozobrado, a pesar de sus coherencias, en la vorágine del corporativismo puntual, sin engarce a penas con la globalidad de lo social. Es precisamente la preeminencia de lo social sobre lo económico, lo laboral y lo político, el dominio de la transversalidad de las problemáticas sociales, y tal la globalidad  de los sufrimientos individuales y colectivos que genera el capitalismo planetario, lo que obliga a replantearse el quehacer presente y futuro del anarcosindicalismo, si se quiere que éste siga siendo herramienta referencial para la emancipación social.

La propuesta de hibridación no pretende que la acción sindical libertaria se disuelva en pos de una acción social única, ni tampoco que la acción social sea simple adorno instrumental de la acción sindical. Ambos espacios de lucha, siendo autónomos en su desarrollo, debieran de algún modo confluir, mezclarse, interaccionar, enlazarse, para devenir conjuntamente en un nuevo espacio de conflictos, de resistencias y de alternativas.  Señala Ibáñez que “se trata de fomentar la interacción, el intercambio, el roce, la producción de pensamiento en común, la confluencia en la acción, la participación en experiencias comunes, multiplicando las ocasiones para compartir solidaridades.” El énfasis se pone pues en el proceso, en la intencionalidad, anuncia sus posibilidades, sin concretar ni adelantar lo que de dicho proceso puede dar lugar. No obstante, todo proceso se agota en sí mismo, si no consigue crear nuevos retos o eslabones para seguir su marcha, y alimentar el curso de su acción.

Por esto no tengo claro que Ibáñez al plantear el término “hibridación” haya sido plenamente consciente de las consecuencias conceptuales que conlleva. Hibridar implica crear algo nuevo, un híbrido, es decir, un ente con características singulares que sumarizan o sintetizan algunos de los rasgos propios de los entes previamente hibridados. La hibridación como proceso tiene la finalidad última de crear un híbrido, aunque siendo un proceso social y abierto, no podamos o no queramos hipotetizar el híbrido o híbridos resultantes.

En mi opinión, la fórmula de la hibridación social-laboral, con ser pertinente y urgentemente necesaria, puede quedar un tanto coja o un tanto escasa si no nos arriesgamos a definir algunos de los rasgos que implicaría su puesta en marcha. Por ejemplo, el proceso de hibridación se volvería estéril:

  1. si no se desenvuelve en un marco de abierta y franca complicidad con los movimientos sociales de base horizontal,
  2. si no se confía o no se promueve la autonomía y la autogestión de iniciativas no-capitalistas,
  3. si las estructuras no se flexibilizan para dar cabida de pleno derecho a entidades y colectivos no meramente laborales,
  4. si no se generan herramientas permanentes de debate y reflexión,
  5. y si no se enmarca en el ambicioso proyecto de prefigurar una libertaria sociedad postcapitalista.

Cada uno de estos cinco rasgos tiene su propia discusión y sus correspondiente matices, y por desgracia ninguno se cumple enteramente aquí y ahora, pero en conjunto todos y cada uno de ellos presuponen aceptar y asumir un importante riesgo: que la organización anarcosindicalista desaparezca tal como es actualmente, que se transforme y modifique hasta tal punto que lo resultante a penas tenga algo que ver con el pasado y el presente. Sin embargo, si así fuera, el anarcosindicalismo habría ganado mucho: capilaridad, inserción e incidencia social, gran capacidad de lucha y resistencia, y referencia como alternativa para construir la nueva sociedad de igualdad y libertad que anhelamos.

Apuesto por una hibridación comprometida con la transformación social, que asuma la organización como una herramienta flexible y modificable para conseguirla, que estudie, promueva y difunda la autogestión en todas las esferas, y en la que el pensar colectivo y el hacer libertario sean la piedra angular de nuestra intervención en lo social, en lo ecológico, en lo cultural, en los cuidados y, por supuesto, en lo económico y en lo laboral.

                   2. Complicidad y solidaridad.

Ser cómplice es una actitud compleja, no en balde ambos términos tienen algo que ver con el vocablo latino “complex”. La complicidad presupone un acuerdo previo, implícito o explícito, gracia al cual se produce una relación de camaradería, de compañerismo, de solidaridad. Así define el DRAE la palabra “cómplice”: “Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería.” Y añade como ejemplo de uso una frase evocadora: “Un gesto cómplice”. Alcanzar dicho gesto es siempre problemático.

La complicidad es altamente compleja pues a veces no se produce ni cuando se da una supuesta ideología compartida. Más difícil aún cuando de lo que se trata no es tanto de compartir principios ideológicos fuertes ni compactos, como de alcanzar un marco común de entendimiento orientado a la acción. El primer objetivo que debe alcanzarse,  pues, es intencional: mostrar voluntad de entenderse. Este querer entenderse, es un acuerdo claro de no imponerse, y por lo tanto, que el punto de partida en el que desean colocarse los potenciales cómplices, es el de agentes iguales y entre iguales, o al menos con el respeto mutuo para pensarse como iguales.

Pero muy a menudo, la complicidad no se genera por razones explícitas ni por motivos previamente identificados, si no que surge y se desarrolla por compartir en tiempo y espacio -coincidentes y concomitantes- los mismos o similares problemas, las mismas o similares ideas de entenderlo, las mismas o similares puestas en acción para encararlos y, finalmente, las mismas o similares ganas de resolverlos. Por voluntad, a veces, y otras por necesidad, la complicidad se crea y se profundiza en el proceso social de respuesta y búsqueda de respuestas frente a situaciones vitalmente compartidas.

Lo que hay que resaltar es que desde un punto de vista libertario, la complicidad puede afianzarse y reforzarse, siempre y cuando se comparta un mismo o similar horizonte: un horizonte necesariamente utópico y de afán de transformación social y global, de plena libertad individual y de efectiva igualdad de todas y todos. Es este horizonte compartido el que primará sin duda en las complicidades que la militancia anarcosindical pueda establecer con movimientos, grupos, colectivos u organizaciones sociales desobedientes a lo establecido. Pero del mismo modo, y por la libertaria coherencia entre fines y medios, las complicidades pueden establecerse con quienes se autoorganizan y estructuran horizontalmente, mediante procedimientos de democracia directa y autogestión. Y aquí es donde hay un amplio y extenso campo de relación e intervención.

El funcionamiento horizontal y asambleario es el mejor acicate para generar y profundizar complicidades, pues la malla de las respuestas sociales críticas y alternativas se teje con el flexible y al tiempo fuerte eslabón de la igualdad en las deliberaciones y decisiones a tomar.  Este es el medio, el único medio para enraizar y diseminar el horizonte libertario. El anarcosindicato y su militancia deben ser sensibles, generosos y en última instancia solidarios para con quienes se expresan y actúan desde la autoorganización contra el orden imperante. Siempre será mejor y más efectivo a la larga, ser cómplices compartiendo formas de organizarse y modos de decidir, que serlo meramente por necesidad circunstancial o puntual.

Pero también son múltiples los contenidos a partir de los cuales establecer alianzas y acrecentar complicidades. Todas las reivindicaciones y vindicaciones que de un modo u otro, parcial o globalmente, comportan visiones y preocupaciones de índole libertaria son   buenas bases para la hibridación de lo social y lo sindical: las luchas antipatriarcales, antimilitaristas,  antiproductivistas, antirrepresivas, por la autogestión de lo público, por el reparto del trabajo y la distribución de la riqueza, y por la democracia directa.

Tenemos pues tres niveles sobre los que positivamente ser cómplices, es decir, “manifestar y sentir camaradería y solidaridad”, para hibridar el anarcosindicalismo con la globalidad de las luchas sociales. Está el compartir horizontes de transformación libertaria de la sociedad, lo que nos hace potencialmente cómplices de quienes se reclaman del anarquismo revolucionario. Está el apoyar, promover y acompañar a quienes generan respuestas y alternativas autoorganizadas horizontalmente, que son cada vez más y en mayor número de ámbitos sociales, culturales y productivos. Y está el confluir y diseminar las ideas y contenidos críticos y alternativos que denuncian, socavan y alteran la lógica capitalista y autoritaria. Tres niveles que, aunque por motivos expositivos hayan sido delimitados, configuran conjuntamente el marco de la complicidad y de la solidaridad anarcosindicalista, en pro de una hibridación que permita saltar el muro de los tajos y engarzarse en la multidimensional conflictividad de lo social.

Para terminar, la solidaridad tiene un basto campo de acción y manifestación, y aunque no puede concebirse complicidad alguna sin ella, la solidaridad puede ir y de hecho va más allá de aquélla, pues podemos ser solidarios con quien sufre tortura, persecución, explotación… sin el concurso de complicidad alguna. Es más, el ejercicio de la solidaridad puede en ocasiones -nunca necesariamente- servir como aguijón para crear complicidades. Sin embargo, de la real complicidad emerge como una de sus más claras expresiones la solidaridad efectiva entre quienes son cómplices, es su fruto directo y más preciado. Pero también y ante todo, la solidaridad amplia y generosamente practicada es el mejor alimento para que las complicidades se nutran, crezcan y hasta se reproduzcan, cual vivo organismo que carcomerá -poco a poco o raudamente, ya se verá- los cimientos aparentemente inamovibles del caduco y mezquino sistema en el que vivimos.

                   3. Autogestión y utopía.

Tanto en los espacios propiamente libertarios, como en otros muchos movimientos de contestación social contra el capitalismo, es muy frecuente, y cada vez más, escuchar la palabra “autogestión”, como si ésta, por el sólo hecho de ser pronunciada, contuviera toda una serie de fortunas y parabienes, a veces como si fuera por antonomasia la panacea de las alternativas anticapitalistas. No obstante, es bastante menos frecuente escuchar sobre proyectos autogestionarios concretos, o en torno a experiencias autogestivas, o a cerca de lo que implicaría la extensión de la autogestión a los diferentes ámbitos del quehacer humano en sociedad.

Es cierto que la autogestión sugiere la puesta en práctica de muchas de las ideas de lo que supone, en cierto imaginario, la utopía libertaria. Y su sola mención contiene la energía y la fuerza de la transformación social, llevada a cabo por los mismos pueblos que desean convivir de otro modo radicalmente distinto y más humano, desembarazándose para ello de la tiranía del capital y del estado. Pero la autogestión ni es unívoca, ni simple, ni fácil, ni sencilla, por el contrario es poliédrica, complicada, difícil y compleja, aunque ni tanto ni mucho más que los actuales sistemas autoritarios y seudorepresentativos a los que estamos sumisamente acostumbrados.

La autogestión es poliédrica y polivalente por cuanto no hay recetas normativas ni pautas dogmáticas para llevarla a cabo, más allá de la gestión colectiva y autónoma que la define. La autogestión es complicada, en tanto que presupone el concurso deliberativo y decisorio de múltiples agentes, con diversas capacidades, habilidades y estrategias, y sobre procesos de producción, consumo, uso y distribución variados y territorialmente yuxtapuestos. La autogestión es difícil por que exige un prolongado proceso de aprendizaje, de ensayo y error, de autoevalución y de revisión. La autogestión es compleja pues atañe a la misma condición humana, a su acción social y a su intervención individual, a la relación entre medios y fines, a las relaciones de poder entre personas y grupos, a la satisfacción de las necesidades humanas y al desarrollo de la libertad. Pero, repito, esto no significa en absoluto que la autogestión no sea factible o posible, aquí y ahora. Por el contrario, es el modo más inmediato y directo de gestionar lo común, respetando escrupulosamente la libertad individual. Y, por supuesto, es, con mucho, más fácil, sencilla, simple, creativa e igualitaria que el sistema autoritario, explotador y depredador de los actuales estados capitalista.

Por ello, parece conveniente y necesario, que en pos de la hibridación social-laboral del anarcosindicalismo, se creen herramientas de estudio e investigación específicamente orientadas a la generación de propuestas, proyectos e iniciativas autogestionarias, y a su  asesoramiento y apoyo a todos los niveles. El anarcosindicato podría ser un auténtico vivero  cultural, social, económico y político para la extensión y la lucha por la autogestión, al tiempo que baluarte para la defensa de los derechos sociales y laborales de todas y todos.  Esta herramienta de estudio e investigación de y por la autogestión, tendría entre sus variados cometidos, uno fundamental: crear cultura autogestionaria, mediante la propaganda y la formación, incentivando y defendiendo iniciativas locales y descentralizadas encaminadas a la puesta en marcha de la autogestión en todos los ámbitos sociales (vivienda, sanidad, transporte, educación, producción, consumo, etc…).

En paralelo a este proceso de creación de cultura autogestionaria, el anarcosindicato  flexibilizaría sus estructuras internas para dar entrada precisamente a grupos, colectivos u organizaciones locales que tuvieran entre sus objetivos la puesta en marcha y el apoyo a iniciativas pro-autogestivas. La ecología, la igualdad de sexos y géneros, la diversidad funcional, los cuidados, el antimilitarismo, jóvenes y estudiantes, desempleados de larga duración, la educación libre, la producción creativa, …así como la economía social y sostenible, serían campos susceptibles de autoorganizarse en el seno de anarcosindicato. Esto supondría un enriquecimiento y una diversificación de las opciones militantes anarcosindicalistas, al tiempo que ganaría en difusión de mensajes, en capacidad de intervención e incidencia.

Las luchas y conflictos sindicales tendrían la oportunidad de verse acompañadas y complementadas con discursos y reivindicaciones próximas pero de índole social. Los movimientos sociales a su vez tendrían una impronta de clase de la que a veces parecen carecer. En ambos casos, se obtendría por un lado un plus de integralidad en los discursos críticos, y por otro una nueva capacidad de interacción y puesta en escena del apoyo mutuo, primera y fundamental razón del anarcosindicalismo en su camino hacia la auto-emancipación humana de toda explotación, dominación y opresión.

Reactivar y actualizar el apoyo mutuo en todos los ámbitos de acción y en todos los espacios de intervención, sería el fruto de esta simbiosis e hibridación de lo laboral y lo social, a través de la lucha compartida por la autogestión, y como medio y fin que prefigura la utopía libertaria.

                   4. ¿Organización o movimiento?

Toda organización se constituye como un sistema articulado de voluntades, idearios y recursos con el propósito de alcanzar unos objetivos específicos en un contexto socio-político e histórico concretos. En el fondo no es más que un mecanismo – diverso y variable- para proveer de respuestas posibles a problemas de distinta índole. Dependiendo de la mayor o menor complejidad del problema que se desea resolver, la organización en cuestión será más o menos compleja en su estructura, en su filosofía y cultura, en su división de tareas, en su reparto de responsabilidades, en sus procesos de toma de decisiones, en su mantenimiento, extensión y reproducción. Obviamente las organizaciones poseen sus propias microhistorias, sus avatares y transformaciones, con su nacimiento, su desarrollo y también su muerte. Y se diferencian esencialmente en los modo de deliberar y decidir, y en las formas como articulan las relaciones de poder internas. Pero lo realmente relevante es que una organización se constituye ante todo con vocación de permanencia, a la constitución le sucede usualmente la institución, y este proceso instituyente es el que le da valía como herramienta más o menos adecuada y socialmente aceptada, pues será más o menos efectiva, eficaz y eficiente en las respuestas que ofrece y en la resolución de los problemas para los que se constituyó. Hasta aquí todo muy general. Mera teoría de las organizaciones.

Bien, pero ¿qué tipo de organización es un anarcosindicato? Sin duda una organización muy especial, pues su último propósito es “La emancipación de los trabajadores y trabajadoras, mediante la conquista, por ellos mismos, de los medios de producción, distribución y consumo, y la consecución de una sociedad libertaria” (artículo 2b, Estatutos de la CGT), así como “Difundir y fomentar entre los trabajadores la cultura y acción libertarias, con el objetivo por un lado, de elevar su condición moral y material en la sociedad presente, y por otro, asumir los medios de producción y consumo en forma autogestionada, implantando el comunismo libertario” (artículo 5b, Estatutos de la CNT-AIT). Más allá de las innegables diferencias conceptuales de estos dos objetivos, en ambos se propone por igual que las clases trabajadoras “conquisten” y “consigan” o bien “asuman” e “implanten” autónomamente la utopía libertaria.

El objetivo final del anarcosindicalismo, y por ende de su organización, no es otro pues, que generar un movimiento social extenso y profundo y, sobre todo, autónomo y autoorganizado, para “conseguir” la transformación social e “implantar” la nueva sociedad “autogestionada”. La peculiar paradoja que esto supone es que el anarcosindicato es una organización que constitutivamente quiere ser movimiento social de masas, pero necesita permanentemente institucionalizarse como la organización de referencia para dicho movimiento. Llamésmolo, por convención, la paradoja de la militancia ampliada, ya que se expresa como la pretensión de una militancia extendida convertida en movimiento social material y subjetivamente transformador.

Hay quien cree que tal paradoja se resuelve con la democracia y acción directas estatutariamente definidas con las que se articula interior y externamente el anarcosindicato, pues piensan que esas son las formas prefiguradoras tanto de los medios como del fin de emancipación que se busca. Sin embargo, la democracia directa del anarcosindicato no es más que la democracia directa del anarcosindicato, no de la sociedad en su conjunto, o de cualquiera de sus partes. Y por esto correctamente el objetivo de emancipación se expresa haciendo uso de frases abiertas, como “asumir… en forma autogestionada” o “la conquista, por ellos mismos, de…”; es decir, se confía en la creatividad y en la contextualización de las respuestas sociales de masas, volviendo pues a la condición de movimiento, y como tal en un proceso paralelo de movilización y autoorganización crecientes.

La paradoja de la militancia ampliada se mantendrá en tensión, hasta su posible resolución futura, lo que dependerá del desarrollo del conflicto social que en un momento dado genere las condiciones que faciliten las transformaciones sociales correspondientes. Lo realmente hermoso de esta paradoja estriba en su capacidad de orientar de forma permanente al anarcosindicato a un horizonte utópico. Pero su carácter paradójico permanece en el choque constante entre considerar la organización anarcosindicalista como herramienta para la movilización y la autoconciencia, o como meta de crecimiento y consolidación en sí y para sí mismo, cuando no de resguardo y recordatorio de pasadas azañas.

Esto explica en parte el enfrentamiento -bien entendido- entre quienes consideran con más o menos cautela u osadía, abrir la organización a la experimentación social emergente y disidente con el orden establecido, y quienes prefieren que la organización sea un ente en crecimiento sostenido y con una identidad fuerte que le defina y le distinga en los vaivenes de las luchas sociales. En ambos casos la paradoja actúa por igual, ya que el objetivo último siempre es construirse como referente de la emancipación social. Y el caso es que ambas situaciones pueden acarrear dificultades de perspectiva similares: si triunfa una visión de automantenimiento se corre el riesgo de desvincularse de la realidad de las respuestas sociales realmente emancipatorias; si triunfa una visión de apertura se corre el riesgo de autodisolverse en una mezcolanza de luchas dispares y de éxito dudoso. Ambos riesgos llevados hasta su final pueden acarrear la misma consecuencia: la pura desaparición del anarcosindicato y, por ende, del anarcosindicalismo.

Ahora bien, ¿la propuesta de la hibridación libertaria de lo social-laboral que he ido esbozando en anteriores artículos responde a alguna de estas perspectivas alimentadas por la paradoja de la militancia ampliada? Lo más fácil es identificarla con la visión más aperturista, pero esto es claramente erróneo, pues la propuesta de hibridación – siempre pensando en el contexto actual de crecimiento del conflicto social de clases – es ante todo una propuesta de reflexión-acción en torno al papel del anarcosindicalismo aquí y ahora, un proyecto que quiere volver a enfocar el anarcosindicato en su vocación constituyente de referente y movimiento para la emancipación social, lo que supone expandir su proceso instituyente como organización que quiere ser en sí misma movimiento social. La hibridación no tiene otro fin que el crecimiento del anarcosindicato y la expansión del anarcosindicalismo, pero expansión que será fruto de un proceso de complicidad horizontal, transparente, cabal y leal con y en los movimientos sociales disidentes, que postulan y practican la autogestión como alternativa al desorden estatal capitalista existente.

Teniendo en cuenta la actual configuración fragmentada y precarizada de la explotación social y laboral, que condiciona la diversidad en los modos con los que la clase trabajadora y los sectores excluidos expresan sus deseos, intereses y aspiraciones, el anarcosindicato no puede dejar de replantearse su papel respecto a las emergentes subjetividades antipatriarcales, antiproductivistas, antiestatistas y proautogestivas. Si no quiere ser mero observador o simple acompañante -crítico, amigo o díscolo- de los acontecimientos y de los conflictos, si no ser cómplice, partícipe, provocador y protagonista en el acontecer social, cultural y político presente y futuro, el anarcosindicato tiene que  acometer de un modo profundo y autocrítico, un cambio de táctica orgánica en su acción social y sindical, y  un cambio en su estrategia de intervención por la autogestión, lo que obviamente no puede ser si no el fruto colectivo del anarcosindicato.

La propuesta de hibridación libertaria no es si no un acicate para generar este debate urgente y necesario: construir organización anarcosindical significa recrearse como movimiento social expandido y enraizado en todos los ámbitos potenciales y reales de conflicto contra el estado y el capital. La hibridación no pretende resolver la paradoja expuesta entre organización y movimiento del anarcosindicalismo, pero sí asumirla y clarificarla para convertirla en palanca de nuevas posibilidades para la emancipación social.

NOTA FINAL: Este artículo no quiere ser más que lo que señala, es decir, simples apuntes. Se redactan pensando en un escenario previsible de aumento de la conflictividad social, por no decir de guerra social de clases, lo que indefectiblemente exigirá del anarcosindicalismo organizado la puesta a punto de sus posibilidades para poder influir en el devenir de los acontecimientos, lo que en mi opinión sólo será posible si se abre un profundo debate sobre qué es y qué no es el anarcosindicalismo en la actualidad. La hibridación sugerida por Tomás Ibáñez es el escenario que se me ocurre más dinámico y positivo de acrecentar las posibilidades a medio plazo del anarcosindicalismo para constituirse tanto en referente de la contestación social ampliada como de la alternativa anticapitalista (y antiautoritaria) a construir.

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