Antonio J. Carretero – LibrePensamiento https://archivo.librepensamiento.org Pensar para ser libre Sat, 13 Mar 2021 10:55:33 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.1 Apuntes de hibridación libertaria https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/#respond Thu, 21 Jun 2012 14:00:40 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3758 En el presenta artículo se reflexiona sobre la propuesta de hibridación de las luchas sociales y sindicales, conjunción muchas veces esbozada e incluso acordada, pero pocas veces llevada a cabo de un modo coherente y sostenido. Se apuesta por una hibridación comprometida con la transformación social, que asuma la organización como una herramienta flexible y modificable , y que estudie, promueva y difunda la autogestión en todas las esferas de la vida social en consonancia con el papel del anarcosindicalismo en un escenario de creciente conflictividad socia y de clases.

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Antonio J. Carretero

 

  1. El proyecto de “hibridación”

En “El anarcosindicalismo frente al reto de su necesaria transformación“, el compañero Tomás Ibáñez propone un sugerente programa de reformulación y revitalización del anarcosindicalismo:

“El anarcosindicalismo deberá mezclarse con las variadas formas de resistencia que se encuentran esparcidas por todo el tejido social para inventar conjuntamente nuevas formas de lucha.”
“… hace falta imprimir a nuestro modo de luchar y de organizarnos el sello de una perspectiva global que interconecte los diversos frentes de lucha.”
“… nuestra lucha contra el capitalismo debe trascender, ella también, el mundo laboral y adoptar unas formas que abarquen la realidad social en toda su extensión.”
“… avanzar hacia una auténtica hibridación donde una misma forma de lucha y una misma forma organizativa abarquen indistintamente ambas problemáticas, realizando su simbiosis.”

Esta es una propuesta apenas esbozada, pero radicalmente coherente con un certero diagnóstico, tanto del mundo del trabajo como de la emergencia y la problemática sostenibilidad de los movimientos sociales desobedientes: “El contraste entre los cambios experimentados por un anarcosindicalismo que conserva, en lo esencial, las formas organizativas y los contenidos sustantivos que lo definían en los años treinta, y la magnitud de los cambios sociales que se han producido desde entonces es sencillamente abismal. “

El proyecto de “hibridación” de las luchas sociales y de las reivindicaciones laborales, que plantea Ibáñez, se sostiene sobre el actual descentramiento y fragmentación sufridos en el mundo del trabajo a partir de la segunda mitad del siglo XX, lo que implica una previsible y paulatina obsolescencia de las luchas organizadas y alimentadas exclusivamente desde y para el ámbito laboral. No es que los conflictos laborales vayan a desaparecer, por el contrario en el actual contexto de crisis multidimensional del capitalismo se ampliarán y recrudecerán, pero ya hace tiempo que perdieron su carácter de “ejemplaridad”: ni son el eje sobre el que pivotan, o a partir del que se provocan las respuestas sociales anticapitalistas; ni son propiamente ejemplares en sus contenidos -reducidos a reivindicaciones corporativas-, ni en sus formas de lucha -ancladas en la dialéctica negociación-movilización-. En la misma medida que el sindicalismo institucional está inserto en la lógica de la representación y de la intermediación, el anarcosindicalismo en particular -más allá de sus tendencias y divisiones- ha zozobrado, a pesar de sus coherencias, en la vorágine del corporativismo puntual, sin engarce a penas con la globalidad de lo social. Es precisamente la preeminencia de lo social sobre lo económico, lo laboral y lo político, el dominio de la transversalidad de las problemáticas sociales, y tal la globalidad  de los sufrimientos individuales y colectivos que genera el capitalismo planetario, lo que obliga a replantearse el quehacer presente y futuro del anarcosindicalismo, si se quiere que éste siga siendo herramienta referencial para la emancipación social.

La propuesta de hibridación no pretende que la acción sindical libertaria se disuelva en pos de una acción social única, ni tampoco que la acción social sea simple adorno instrumental de la acción sindical. Ambos espacios de lucha, siendo autónomos en su desarrollo, debieran de algún modo confluir, mezclarse, interaccionar, enlazarse, para devenir conjuntamente en un nuevo espacio de conflictos, de resistencias y de alternativas.  Señala Ibáñez que “se trata de fomentar la interacción, el intercambio, el roce, la producción de pensamiento en común, la confluencia en la acción, la participación en experiencias comunes, multiplicando las ocasiones para compartir solidaridades.” El énfasis se pone pues en el proceso, en la intencionalidad, anuncia sus posibilidades, sin concretar ni adelantar lo que de dicho proceso puede dar lugar. No obstante, todo proceso se agota en sí mismo, si no consigue crear nuevos retos o eslabones para seguir su marcha, y alimentar el curso de su acción.

Por esto no tengo claro que Ibáñez al plantear el término “hibridación” haya sido plenamente consciente de las consecuencias conceptuales que conlleva. Hibridar implica crear algo nuevo, un híbrido, es decir, un ente con características singulares que sumarizan o sintetizan algunos de los rasgos propios de los entes previamente hibridados. La hibridación como proceso tiene la finalidad última de crear un híbrido, aunque siendo un proceso social y abierto, no podamos o no queramos hipotetizar el híbrido o híbridos resultantes.

En mi opinión, la fórmula de la hibridación social-laboral, con ser pertinente y urgentemente necesaria, puede quedar un tanto coja o un tanto escasa si no nos arriesgamos a definir algunos de los rasgos que implicaría su puesta en marcha. Por ejemplo, el proceso de hibridación se volvería estéril:

  1. si no se desenvuelve en un marco de abierta y franca complicidad con los movimientos sociales de base horizontal,
  2. si no se confía o no se promueve la autonomía y la autogestión de iniciativas no-capitalistas,
  3. si las estructuras no se flexibilizan para dar cabida de pleno derecho a entidades y colectivos no meramente laborales,
  4. si no se generan herramientas permanentes de debate y reflexión,
  5. y si no se enmarca en el ambicioso proyecto de prefigurar una libertaria sociedad postcapitalista.

Cada uno de estos cinco rasgos tiene su propia discusión y sus correspondiente matices, y por desgracia ninguno se cumple enteramente aquí y ahora, pero en conjunto todos y cada uno de ellos presuponen aceptar y asumir un importante riesgo: que la organización anarcosindicalista desaparezca tal como es actualmente, que se transforme y modifique hasta tal punto que lo resultante a penas tenga algo que ver con el pasado y el presente. Sin embargo, si así fuera, el anarcosindicalismo habría ganado mucho: capilaridad, inserción e incidencia social, gran capacidad de lucha y resistencia, y referencia como alternativa para construir la nueva sociedad de igualdad y libertad que anhelamos.

Apuesto por una hibridación comprometida con la transformación social, que asuma la organización como una herramienta flexible y modificable para conseguirla, que estudie, promueva y difunda la autogestión en todas las esferas, y en la que el pensar colectivo y el hacer libertario sean la piedra angular de nuestra intervención en lo social, en lo ecológico, en lo cultural, en los cuidados y, por supuesto, en lo económico y en lo laboral.

                   2. Complicidad y solidaridad.

Ser cómplice es una actitud compleja, no en balde ambos términos tienen algo que ver con el vocablo latino “complex”. La complicidad presupone un acuerdo previo, implícito o explícito, gracia al cual se produce una relación de camaradería, de compañerismo, de solidaridad. Así define el DRAE la palabra “cómplice”: “Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería.” Y añade como ejemplo de uso una frase evocadora: “Un gesto cómplice”. Alcanzar dicho gesto es siempre problemático.

La complicidad es altamente compleja pues a veces no se produce ni cuando se da una supuesta ideología compartida. Más difícil aún cuando de lo que se trata no es tanto de compartir principios ideológicos fuertes ni compactos, como de alcanzar un marco común de entendimiento orientado a la acción. El primer objetivo que debe alcanzarse,  pues, es intencional: mostrar voluntad de entenderse. Este querer entenderse, es un acuerdo claro de no imponerse, y por lo tanto, que el punto de partida en el que desean colocarse los potenciales cómplices, es el de agentes iguales y entre iguales, o al menos con el respeto mutuo para pensarse como iguales.

Pero muy a menudo, la complicidad no se genera por razones explícitas ni por motivos previamente identificados, si no que surge y se desarrolla por compartir en tiempo y espacio -coincidentes y concomitantes- los mismos o similares problemas, las mismas o similares ideas de entenderlo, las mismas o similares puestas en acción para encararlos y, finalmente, las mismas o similares ganas de resolverlos. Por voluntad, a veces, y otras por necesidad, la complicidad se crea y se profundiza en el proceso social de respuesta y búsqueda de respuestas frente a situaciones vitalmente compartidas.

Lo que hay que resaltar es que desde un punto de vista libertario, la complicidad puede afianzarse y reforzarse, siempre y cuando se comparta un mismo o similar horizonte: un horizonte necesariamente utópico y de afán de transformación social y global, de plena libertad individual y de efectiva igualdad de todas y todos. Es este horizonte compartido el que primará sin duda en las complicidades que la militancia anarcosindical pueda establecer con movimientos, grupos, colectivos u organizaciones sociales desobedientes a lo establecido. Pero del mismo modo, y por la libertaria coherencia entre fines y medios, las complicidades pueden establecerse con quienes se autoorganizan y estructuran horizontalmente, mediante procedimientos de democracia directa y autogestión. Y aquí es donde hay un amplio y extenso campo de relación e intervención.

El funcionamiento horizontal y asambleario es el mejor acicate para generar y profundizar complicidades, pues la malla de las respuestas sociales críticas y alternativas se teje con el flexible y al tiempo fuerte eslabón de la igualdad en las deliberaciones y decisiones a tomar.  Este es el medio, el único medio para enraizar y diseminar el horizonte libertario. El anarcosindicato y su militancia deben ser sensibles, generosos y en última instancia solidarios para con quienes se expresan y actúan desde la autoorganización contra el orden imperante. Siempre será mejor y más efectivo a la larga, ser cómplices compartiendo formas de organizarse y modos de decidir, que serlo meramente por necesidad circunstancial o puntual.

Pero también son múltiples los contenidos a partir de los cuales establecer alianzas y acrecentar complicidades. Todas las reivindicaciones y vindicaciones que de un modo u otro, parcial o globalmente, comportan visiones y preocupaciones de índole libertaria son   buenas bases para la hibridación de lo social y lo sindical: las luchas antipatriarcales, antimilitaristas,  antiproductivistas, antirrepresivas, por la autogestión de lo público, por el reparto del trabajo y la distribución de la riqueza, y por la democracia directa.

Tenemos pues tres niveles sobre los que positivamente ser cómplices, es decir, “manifestar y sentir camaradería y solidaridad”, para hibridar el anarcosindicalismo con la globalidad de las luchas sociales. Está el compartir horizontes de transformación libertaria de la sociedad, lo que nos hace potencialmente cómplices de quienes se reclaman del anarquismo revolucionario. Está el apoyar, promover y acompañar a quienes generan respuestas y alternativas autoorganizadas horizontalmente, que son cada vez más y en mayor número de ámbitos sociales, culturales y productivos. Y está el confluir y diseminar las ideas y contenidos críticos y alternativos que denuncian, socavan y alteran la lógica capitalista y autoritaria. Tres niveles que, aunque por motivos expositivos hayan sido delimitados, configuran conjuntamente el marco de la complicidad y de la solidaridad anarcosindicalista, en pro de una hibridación que permita saltar el muro de los tajos y engarzarse en la multidimensional conflictividad de lo social.

Para terminar, la solidaridad tiene un basto campo de acción y manifestación, y aunque no puede concebirse complicidad alguna sin ella, la solidaridad puede ir y de hecho va más allá de aquélla, pues podemos ser solidarios con quien sufre tortura, persecución, explotación… sin el concurso de complicidad alguna. Es más, el ejercicio de la solidaridad puede en ocasiones -nunca necesariamente- servir como aguijón para crear complicidades. Sin embargo, de la real complicidad emerge como una de sus más claras expresiones la solidaridad efectiva entre quienes son cómplices, es su fruto directo y más preciado. Pero también y ante todo, la solidaridad amplia y generosamente practicada es el mejor alimento para que las complicidades se nutran, crezcan y hasta se reproduzcan, cual vivo organismo que carcomerá -poco a poco o raudamente, ya se verá- los cimientos aparentemente inamovibles del caduco y mezquino sistema en el que vivimos.

                   3. Autogestión y utopía.

Tanto en los espacios propiamente libertarios, como en otros muchos movimientos de contestación social contra el capitalismo, es muy frecuente, y cada vez más, escuchar la palabra “autogestión”, como si ésta, por el sólo hecho de ser pronunciada, contuviera toda una serie de fortunas y parabienes, a veces como si fuera por antonomasia la panacea de las alternativas anticapitalistas. No obstante, es bastante menos frecuente escuchar sobre proyectos autogestionarios concretos, o en torno a experiencias autogestivas, o a cerca de lo que implicaría la extensión de la autogestión a los diferentes ámbitos del quehacer humano en sociedad.

Es cierto que la autogestión sugiere la puesta en práctica de muchas de las ideas de lo que supone, en cierto imaginario, la utopía libertaria. Y su sola mención contiene la energía y la fuerza de la transformación social, llevada a cabo por los mismos pueblos que desean convivir de otro modo radicalmente distinto y más humano, desembarazándose para ello de la tiranía del capital y del estado. Pero la autogestión ni es unívoca, ni simple, ni fácil, ni sencilla, por el contrario es poliédrica, complicada, difícil y compleja, aunque ni tanto ni mucho más que los actuales sistemas autoritarios y seudorepresentativos a los que estamos sumisamente acostumbrados.

La autogestión es poliédrica y polivalente por cuanto no hay recetas normativas ni pautas dogmáticas para llevarla a cabo, más allá de la gestión colectiva y autónoma que la define. La autogestión es complicada, en tanto que presupone el concurso deliberativo y decisorio de múltiples agentes, con diversas capacidades, habilidades y estrategias, y sobre procesos de producción, consumo, uso y distribución variados y territorialmente yuxtapuestos. La autogestión es difícil por que exige un prolongado proceso de aprendizaje, de ensayo y error, de autoevalución y de revisión. La autogestión es compleja pues atañe a la misma condición humana, a su acción social y a su intervención individual, a la relación entre medios y fines, a las relaciones de poder entre personas y grupos, a la satisfacción de las necesidades humanas y al desarrollo de la libertad. Pero, repito, esto no significa en absoluto que la autogestión no sea factible o posible, aquí y ahora. Por el contrario, es el modo más inmediato y directo de gestionar lo común, respetando escrupulosamente la libertad individual. Y, por supuesto, es, con mucho, más fácil, sencilla, simple, creativa e igualitaria que el sistema autoritario, explotador y depredador de los actuales estados capitalista.

Por ello, parece conveniente y necesario, que en pos de la hibridación social-laboral del anarcosindicalismo, se creen herramientas de estudio e investigación específicamente orientadas a la generación de propuestas, proyectos e iniciativas autogestionarias, y a su  asesoramiento y apoyo a todos los niveles. El anarcosindicato podría ser un auténtico vivero  cultural, social, económico y político para la extensión y la lucha por la autogestión, al tiempo que baluarte para la defensa de los derechos sociales y laborales de todas y todos.  Esta herramienta de estudio e investigación de y por la autogestión, tendría entre sus variados cometidos, uno fundamental: crear cultura autogestionaria, mediante la propaganda y la formación, incentivando y defendiendo iniciativas locales y descentralizadas encaminadas a la puesta en marcha de la autogestión en todos los ámbitos sociales (vivienda, sanidad, transporte, educación, producción, consumo, etc…).

En paralelo a este proceso de creación de cultura autogestionaria, el anarcosindicato  flexibilizaría sus estructuras internas para dar entrada precisamente a grupos, colectivos u organizaciones locales que tuvieran entre sus objetivos la puesta en marcha y el apoyo a iniciativas pro-autogestivas. La ecología, la igualdad de sexos y géneros, la diversidad funcional, los cuidados, el antimilitarismo, jóvenes y estudiantes, desempleados de larga duración, la educación libre, la producción creativa, …así como la economía social y sostenible, serían campos susceptibles de autoorganizarse en el seno de anarcosindicato. Esto supondría un enriquecimiento y una diversificación de las opciones militantes anarcosindicalistas, al tiempo que ganaría en difusión de mensajes, en capacidad de intervención e incidencia.

Las luchas y conflictos sindicales tendrían la oportunidad de verse acompañadas y complementadas con discursos y reivindicaciones próximas pero de índole social. Los movimientos sociales a su vez tendrían una impronta de clase de la que a veces parecen carecer. En ambos casos, se obtendría por un lado un plus de integralidad en los discursos críticos, y por otro una nueva capacidad de interacción y puesta en escena del apoyo mutuo, primera y fundamental razón del anarcosindicalismo en su camino hacia la auto-emancipación humana de toda explotación, dominación y opresión.

Reactivar y actualizar el apoyo mutuo en todos los ámbitos de acción y en todos los espacios de intervención, sería el fruto de esta simbiosis e hibridación de lo laboral y lo social, a través de la lucha compartida por la autogestión, y como medio y fin que prefigura la utopía libertaria.

                   4. ¿Organización o movimiento?

Toda organización se constituye como un sistema articulado de voluntades, idearios y recursos con el propósito de alcanzar unos objetivos específicos en un contexto socio-político e histórico concretos. En el fondo no es más que un mecanismo – diverso y variable- para proveer de respuestas posibles a problemas de distinta índole. Dependiendo de la mayor o menor complejidad del problema que se desea resolver, la organización en cuestión será más o menos compleja en su estructura, en su filosofía y cultura, en su división de tareas, en su reparto de responsabilidades, en sus procesos de toma de decisiones, en su mantenimiento, extensión y reproducción. Obviamente las organizaciones poseen sus propias microhistorias, sus avatares y transformaciones, con su nacimiento, su desarrollo y también su muerte. Y se diferencian esencialmente en los modo de deliberar y decidir, y en las formas como articulan las relaciones de poder internas. Pero lo realmente relevante es que una organización se constituye ante todo con vocación de permanencia, a la constitución le sucede usualmente la institución, y este proceso instituyente es el que le da valía como herramienta más o menos adecuada y socialmente aceptada, pues será más o menos efectiva, eficaz y eficiente en las respuestas que ofrece y en la resolución de los problemas para los que se constituyó. Hasta aquí todo muy general. Mera teoría de las organizaciones.

Bien, pero ¿qué tipo de organización es un anarcosindicato? Sin duda una organización muy especial, pues su último propósito es “La emancipación de los trabajadores y trabajadoras, mediante la conquista, por ellos mismos, de los medios de producción, distribución y consumo, y la consecución de una sociedad libertaria” (artículo 2b, Estatutos de la CGT), así como “Difundir y fomentar entre los trabajadores la cultura y acción libertarias, con el objetivo por un lado, de elevar su condición moral y material en la sociedad presente, y por otro, asumir los medios de producción y consumo en forma autogestionada, implantando el comunismo libertario” (artículo 5b, Estatutos de la CNT-AIT). Más allá de las innegables diferencias conceptuales de estos dos objetivos, en ambos se propone por igual que las clases trabajadoras “conquisten” y “consigan” o bien “asuman” e “implanten” autónomamente la utopía libertaria.

El objetivo final del anarcosindicalismo, y por ende de su organización, no es otro pues, que generar un movimiento social extenso y profundo y, sobre todo, autónomo y autoorganizado, para “conseguir” la transformación social e “implantar” la nueva sociedad “autogestionada”. La peculiar paradoja que esto supone es que el anarcosindicato es una organización que constitutivamente quiere ser movimiento social de masas, pero necesita permanentemente institucionalizarse como la organización de referencia para dicho movimiento. Llamésmolo, por convención, la paradoja de la militancia ampliada, ya que se expresa como la pretensión de una militancia extendida convertida en movimiento social material y subjetivamente transformador.

Hay quien cree que tal paradoja se resuelve con la democracia y acción directas estatutariamente definidas con las que se articula interior y externamente el anarcosindicato, pues piensan que esas son las formas prefiguradoras tanto de los medios como del fin de emancipación que se busca. Sin embargo, la democracia directa del anarcosindicato no es más que la democracia directa del anarcosindicato, no de la sociedad en su conjunto, o de cualquiera de sus partes. Y por esto correctamente el objetivo de emancipación se expresa haciendo uso de frases abiertas, como “asumir… en forma autogestionada” o “la conquista, por ellos mismos, de…”; es decir, se confía en la creatividad y en la contextualización de las respuestas sociales de masas, volviendo pues a la condición de movimiento, y como tal en un proceso paralelo de movilización y autoorganización crecientes.

La paradoja de la militancia ampliada se mantendrá en tensión, hasta su posible resolución futura, lo que dependerá del desarrollo del conflicto social que en un momento dado genere las condiciones que faciliten las transformaciones sociales correspondientes. Lo realmente hermoso de esta paradoja estriba en su capacidad de orientar de forma permanente al anarcosindicato a un horizonte utópico. Pero su carácter paradójico permanece en el choque constante entre considerar la organización anarcosindicalista como herramienta para la movilización y la autoconciencia, o como meta de crecimiento y consolidación en sí y para sí mismo, cuando no de resguardo y recordatorio de pasadas azañas.

Esto explica en parte el enfrentamiento -bien entendido- entre quienes consideran con más o menos cautela u osadía, abrir la organización a la experimentación social emergente y disidente con el orden establecido, y quienes prefieren que la organización sea un ente en crecimiento sostenido y con una identidad fuerte que le defina y le distinga en los vaivenes de las luchas sociales. En ambos casos la paradoja actúa por igual, ya que el objetivo último siempre es construirse como referente de la emancipación social. Y el caso es que ambas situaciones pueden acarrear dificultades de perspectiva similares: si triunfa una visión de automantenimiento se corre el riesgo de desvincularse de la realidad de las respuestas sociales realmente emancipatorias; si triunfa una visión de apertura se corre el riesgo de autodisolverse en una mezcolanza de luchas dispares y de éxito dudoso. Ambos riesgos llevados hasta su final pueden acarrear la misma consecuencia: la pura desaparición del anarcosindicato y, por ende, del anarcosindicalismo.

Ahora bien, ¿la propuesta de la hibridación libertaria de lo social-laboral que he ido esbozando en anteriores artículos responde a alguna de estas perspectivas alimentadas por la paradoja de la militancia ampliada? Lo más fácil es identificarla con la visión más aperturista, pero esto es claramente erróneo, pues la propuesta de hibridación – siempre pensando en el contexto actual de crecimiento del conflicto social de clases – es ante todo una propuesta de reflexión-acción en torno al papel del anarcosindicalismo aquí y ahora, un proyecto que quiere volver a enfocar el anarcosindicato en su vocación constituyente de referente y movimiento para la emancipación social, lo que supone expandir su proceso instituyente como organización que quiere ser en sí misma movimiento social. La hibridación no tiene otro fin que el crecimiento del anarcosindicato y la expansión del anarcosindicalismo, pero expansión que será fruto de un proceso de complicidad horizontal, transparente, cabal y leal con y en los movimientos sociales disidentes, que postulan y practican la autogestión como alternativa al desorden estatal capitalista existente.

Teniendo en cuenta la actual configuración fragmentada y precarizada de la explotación social y laboral, que condiciona la diversidad en los modos con los que la clase trabajadora y los sectores excluidos expresan sus deseos, intereses y aspiraciones, el anarcosindicato no puede dejar de replantearse su papel respecto a las emergentes subjetividades antipatriarcales, antiproductivistas, antiestatistas y proautogestivas. Si no quiere ser mero observador o simple acompañante -crítico, amigo o díscolo- de los acontecimientos y de los conflictos, si no ser cómplice, partícipe, provocador y protagonista en el acontecer social, cultural y político presente y futuro, el anarcosindicato tiene que  acometer de un modo profundo y autocrítico, un cambio de táctica orgánica en su acción social y sindical, y  un cambio en su estrategia de intervención por la autogestión, lo que obviamente no puede ser si no el fruto colectivo del anarcosindicato.

La propuesta de hibridación libertaria no es si no un acicate para generar este debate urgente y necesario: construir organización anarcosindical significa recrearse como movimiento social expandido y enraizado en todos los ámbitos potenciales y reales de conflicto contra el estado y el capital. La hibridación no pretende resolver la paradoja expuesta entre organización y movimiento del anarcosindicalismo, pero sí asumirla y clarificarla para convertirla en palanca de nuevas posibilidades para la emancipación social.

NOTA FINAL: Este artículo no quiere ser más que lo que señala, es decir, simples apuntes. Se redactan pensando en un escenario previsible de aumento de la conflictividad social, por no decir de guerra social de clases, lo que indefectiblemente exigirá del anarcosindicalismo organizado la puesta a punto de sus posibilidades para poder influir en el devenir de los acontecimientos, lo que en mi opinión sólo será posible si se abre un profundo debate sobre qué es y qué no es el anarcosindicalismo en la actualidad. La hibridación sugerida por Tomás Ibáñez es el escenario que se me ocurre más dinámico y positivo de acrecentar las posibilidades a medio plazo del anarcosindicalismo para constituirse tanto en referente de la contestación social ampliada como de la alternativa anticapitalista (y antiautoritaria) a construir.

]]> https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/apuntes-de-hibridacion-libertaria/feed/ 0 Participar, compartir, autogestionar https://archivo.librepensamiento.org/2009/06/21/participar-compartir-autogestionar/ https://archivo.librepensamiento.org/2009/06/21/participar-compartir-autogestionar/#respond Sun, 21 Jun 2009 12:03:57 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3561 Preguntas básicamente complicadas: ¿por qué participar? ¿para qué? ¿en qué? ¿cómo? ¿participar siempre, sin descanso? ¿en lo que me concierne sólo o en lo que afecta al conjunto? y... ¿si no participo? ¿estoy obligado a participar necesariamente?... y ¿qué tiene que ver esto con la autogestión? ¿y con lo público y lo privado? ¿y con el poder -de los poderosos-? ¿y con las relaciones de poder -de los pudientes -? ¿participar para poder o para contra-poder? Y una afirmación cansina por repetida: "es que la mayoría no participa..."

]]> Preguntas básicamente complicadas: ¿por qué participar? ¿para qué? ¿en qué? ¿cómo? ¿participar siempre, sin descanso? ¿en lo que me concierne sólo o en lo que afecta al conjunto? y… ¿si no participo? ¿estoy obligado a participar necesariamente?… y ¿qué tiene que ver esto con la autogestión? ¿y con lo público y lo privado? ¿y con el poder -de los poderosos-? ¿y con las relaciones de poder -de los pudientes -? ¿participar para poder o para contra-poder? Y una afirmación cansina por repetida: «es que la mayoría no participa…»

 Demasiadas preguntas, seguro, pero es lo que tiene un verbo tan elástico y comodín como es el de «participar». Y sin embargo, en su elasticidad sensible al contexto está probablemente su mayor virtud, del mismo modo que en su carácter de «comodín» (adverbial y calificativo) está la mayor de sus ruinas. Si nos ponemos a la moda ideológica de la «democracia participativa», o de los «presupuestos participativos» o de una «gestión participativa»… malo, malo, hay que sospechar rápidamente que algo no funciona – séase la democracia, los presupuestos o la gestión- como debiera o quizás funciona sin cumplir función real (social) alguna. Si  observamos otras realidades en las que el «participar» se da sobreentendido, o incluso como en el zapatismo se torna en metáfora, en poesía descriptiva (los de abajo, el mal gobierno, mandar obedeciendo, ….), cuando la realidad  al escribirse se describe y evoca… entonces, sólo entonces, «participar» es ese algo vivo que no necesita ser explicitado, sólo descrito, sólo sugerido.

 Participar, a fin de cuentas no es más que «ser parte», «formar parte», «tomar una parte» y «recibir una parte» y por extensión también es «dar una parte»; es lo que tiene que ver con «compartir» un algo con un alguien, tener en común lo que se parte y se reparte; supone «tomar partido» por esto o aquello, por este o aquel; y, por último, y no menos fundamental, participar es «dar parte», comunicar el parte, hacerse entender por la otra parte, por los otros que son parte, y están de mi parte o contra mi parte. Vayamos, pues, por partes.

 Formamos parte por que sí, ¿o no?

 Es una obviedad, seguro que sí: somos parte, trocito de un algo más grande, siempre. No queda más remedio, del mismo modo que por nuestra inscrita finitud, dejamos de ser parte, o nos convertimos en otra parte o partes de otro algo, siempre siendo parte de algo. Pero es una obviedad altamente problemática: por que no somos partes sin más -eso quisieran los tecnócratas y los patronos que calculan sus beneficios quitando y poniendo personas como partes de su engranaje productivo. No, no somos abstractas o concretas partes de una artilugio mecánico, de un sistema cerrado, de una construcción matemática, más bien somos parte por que los demás también son parte, parte de mí, y ni ellos ni yo podemos evitar que unos y otros seamos parte de otros y de unos.

 Participamos necesariamente de tradiciones, historia, lenguaje, valores, creencias heredadas, caldo de palabras y cadáveres, de ruinas y construcciones… Esto sí que sí que no lo decidimos, así es de inevitable. Y cada grupo humano, pues somos humanos o humanes como decía uno por evitar sesgos de género, se constituye y construye históricamente con sus particulares concepciones sobre la naturaleza, la vida en común, y la muerte individual de cada cual. Este es sin duda nuestro primer «participar», un participar imperativo, impuesto, educativo, socializado, nunca inevitable, pero sí insoslayable. No podemos sustraernos a su influencia, estamos anclados a tal «participar», aunque sí podemos y debemos ponerlo en cuestión, responderlo, debatirlo e incluso deconstruirlo. Podemos imaginar, y crear, otra historia, otro lenguaje, otros valores y creencias, sin duda, pero serán siempre en relación con este nuestro primer «participar» insoslayable y no participativo.

 Vemos, pues, que se participa sin más, como sin querer, participando de lo dado, lo tenido, lo mamado, lo vivido, y no exige casi ningún esfuerzo, más que dejarse llevar por los vaivenes de la fortuna. ¿Y quién dice que ésto no es «participar»? Diría que es el participar primigenio, un participar por antonomasia, y ello es así, por que a pesar de ser «recibido», aprendido e interiorizado, es el que en primera instancia nos constituye como humanos. De la tradición, de la herencia, de la memoria parte el discurso y la acción, y esto también es insoslayable. Acción y discurso que, sin embargo, no sin esfuerzo y conflicto, modifican, alteran y cambian -a veces transforman- lo dado, lo heredado, lo instituido (la propiedad privada por ejemplo). No hay que minusvalorar nunca este primer participar, pues es condición de lo humano, y condición de su pensar. Cualquier otro «participar» no procede si no de este otro primero y primitivo: una sopa, más o menos homogénea hace unos siglos y bastante más fragmentaria ahora, de la que surge arte, literatura, tiranías, guerras y luchas.

 Compartimos lo que es de común-parte

 Participar es compartir, sea lo que sea lo que se comparta: propiedades, bienes, inmuebles, servicios, materias primas, agua, aire, bonos del tesoro, o participaciones en bolsa. Así de dura es la vida: quien más participa es quien más tiene, quien más tiene es quien más comparte -con sus iguales que también tienen de más-, quien más comparte -intereses similares- más participa. Así es la vida de dura: el resto, quien poco tiene o tiene nada, poco o nada tienen que compartir y, por lo tanto, en nada o poco participan, pues la miseria no es parte común que se comparta, la miseria sencillamente se sobrelleva, se soporta, se subvive,  pero ni es materia o parte que pueda compartirse ni mucho menos participarse. Y esto para desgracia de quienes com-partimos una visión igualitario-libertaria del mundo, bien lo saben quienes sí comparten el poder consigo-mismos y en su beneficio.

 Compartir visión, ideas, valores, material intangible del afecto y del discurso, no es igual que compartir cosas económico-jurídicas, que se acumulan, se disfrutan, se enseñan con orgullo, se compran y se venden. En absoluto son iguales, y además son disjuntos. El capitalista es pluralista por necesidad: que ayune en el Ramadán, que celebre la pascua, la fiesta de la luz, o la navidad, poco importa, siempre y cuando lo compartido tenga el acuerdo de ser intercambiado, especulado, producido, vendido, comprado. Los humanos capitalistas no comparten ideas ni visones profundas del mundo, cada cual puede acomodarse a la que considere, pues ello no es materia compartida ni participada. Lo que sí comparten los humanos capitalista es saber, tecnología, ciencia, ingeniería, judicatura y cualquier otro conocimiento susceptible de producir acumulación y beneficios. Que el petróleo se acaba, se promueve el biodiésel, que éste no da suficientes dividendos, las pilas de litio parece que pueden darlo… Funcionan de un modo simple pero muy efectivo.

 Mientras, el resto de los humanos a penas nos queda qué compartir, más allá de sueños, ilusiones, teleseries, algo de sexo y coches. No hay nada tangible ni concreto, más allá de cosificarnos en fuerza de trabajo o en energía de consumo, apenas partículas subsociales para que los que lo tienen todo o mucho puedan seguir generando su riqueza. Pues es «su» riqueza, y eso es lo que comparten, y hasta que no se consiga arrebatársela no podremos hablar de compartir y participar de la riqueza común, de todos los humanos.

 Entonces, ¿por qué tanto empeño en que participemos?, ¿quién me manda a mi ponerme a participar y a convencer a otros para que participen?. ¿No es acaso un ejercicio fútil y banal? Pues no, no lo es, por que participar es en realidad lo único que podemos hacer para poder llegar a compartir lo que sólo ellos tienen: su riqueza medrada y arrebatada al resto de seres humanos y a la Tierra toda. Y además podemos  y debemos participar por que será de la única manera que consigamos recuperar para el común sus riquezas, despojarles de sus bienes, desnudarles de sus transacciones, ser altamente improductivos, desmercadear nuestra vidas y relaciones, y descosificarnos de ser mano de obra o torso desempleado o cabeza publicitaria o consumista cuerpo compulsivo.

 De hecho, la sociedad capitalista globalizada está consiguiendo algo prodigioso: que en todo el orbe la mayoría humana podamos anhelar una única y misma cosa, lo que precisamente no-com-partimos por que no es común-parte, si no privada-parte-común de unos pocos. Esto significa «tomar partido».

 «Tomar partido» para re-partir

 Ante todo no confundir «tomar partido» con «partido político» o «partido de fútbol», aunque los tres compartan sentido etimológico, y los tres tengan en común lo «partido», lo que está dividido en partes para que el conjunto sea manejable, o manipulable o jugable. Tomar partido en este sentido hace referencia a «jugar una partida» y a realizar «una partida» para localizar y detener al forajido. Es asumir reglas de juego compartidas, para poder iniciar una «partida».

 Pongamos por caso una partida de mus, en el que se reparten la cartas de la baraja llamada española, a partes iguales entre cuatro jugadores, emparejados-compartiendo juego quienes están frente a frente, contra los que están a sus lados que igualmente comparten juego contra los primeros, y se juegan un número determinado de «piedras» o «amarracos». En el mus ciertos gestos y alguna mímica es la comunicación básica entre las parejas que se enfrentan, y suele ganar quien combina osadía con prudencia, y de los fules saca piedras para sí del total que está puesto sobre la mesa. Pero además, en el mus, ante un órdago la pareja que lo recibe debe «tomar partido» en función de las piedras que quedan en la mesa, de las cartas que se hayan visto y de las que tienen en común y se han sabido comunicar, para compartir y tomar la decisión acertada, para ganar y no perder el órdago, que es el todo o nada de la partida. En fin, no pretendo asemejar la revolución social a una partida de mus, pero sí aprender del mus y no sólo del ajedrez o de los juegos de estrategia para hacer la futurible revolución social.

 Si de tomar partido se trata, no hay mejor enseñanza  que el de las muchas derrotas acumuladas en la historia rebelde. De órdagos imprudentes, o echados a destiempo, o aceptados sin reflexión suficiente, o sin la participación de todos los jugadores, están llenas las derrotas de las clases populares. Por que tomar partido significa que todas las partes no propietarias de nada -abrumadora mayoría- formen parte de la misma lucha (con diversas caras y matices, prismática), compartir poder para repartirlo por igual entre quienes padecen y luchan. Tomar partido es repartir poder, el verdadero poder de decir y hacer, de actuar contra quienes detentan el poder de sus riquezas, de sus estados, de sus ejércitos.

 Re-partir es la clave de cualquier participar desde abajo, desde el horizonte des-poseído y explotado. Tomar partido para repartir el poder de decisión primero, para repartir la riqueza después, para decidir lo que es común y com-partido y lo que es bien común para bien vivir. Eso es tomar partido, que todos y todas digan y piensen en alto para acordar lo común, no la miseria que tenemos, si no la riqueza que no tenemos, no la obediencia ni el autoritarismo, si no el poder decir y hacer arrebatado a quienes lo detentan para su provecho y el de sus amos.

 Sin embargo, tomar partido es siempre lo más complicado, lo más cansado, lo menos claro, por que implica siempre una ética del tesón, de la responsabilidad, de la búsqueda constante de la coherencia. No hay diseminación de la participación si no hay constancia en la lucha, ni transparencia en los medios, ni claridad en los fines. El único partido susceptible de aglutinar fuerzas sociales que tambaleen el sistema es el de la coherencia entre medios y fines, lo que no significa anclarse improductivamente en un programa de máximos, sino todo lo contrario, hacer que toda propuesta sea una programa de mínimos, concretos, tangibles, materiales, contra el estado actual de las cosas, empezando por cada uno de nosotros. Convertir lo mínimo en paradigma de lo máximo, hacer que cada debate en el bar del barrio sea un parlamento de altura, hasta conseguir que la sociedad entera, todas las sociedades hablen entre sí en múltiples esferas y foros de lo realmente importante: la vida, la creatividad, el bien común y el bien vivir en el planeta tierra.

 «Dar parte» es autogestión

 Comunicar es algo más que mero decir, es dar una parte de ti a los demás, la parte que cada cual puede generosamente ofrecer de si por sí mismo: su saber y su saber hacer, que no es suyo, que es de todos quienes le enseñan y enseñaron. Dar parte para que los demás sepan, y sabiendo poder deliberar y decidir. Dar parte de las responsabilidades asumidas, dar parte de lo que se solicita dar parte. Es transparencia comunicativa, creatividad y creación libre. Cultura sin restricciones ni ideológicas ni de mercado. Construcción individual y colectiva. Es autogestión, por que la autogestión es en primera instancia comunicación, y en última instancia creación colectiva. Dar parte es dar cuenta de lo común. Y en la autogestión sobra participar, y sobra el verbo, pues eso – participar- está tan en la dinámica propia del proyecto autogestionario, que está de más el mencionarlo. La autogestión presupone la participación – y no al contrario-, por que si no simplemente no sería autogestión. Es más, cada modelo autogestionario se distingue precisamente por cómo se articula la participación de las personas implicadas e interesadas en ese proyecto. Aún más, todo proyecto de autogestión es siempre un proyecto avanzado de participación.

 Pero no cualquier forma de participación es autogestionaria, ni tiene por qué serlo además. Participar en sí, sólo implica compartir, pero ni lo que se comparte ni cómo se comparte, indica que tenga que ser autogestionado. Participar es compartir de una común-parte, y por eso la autogestión lo presupone. Pero se participa de formas diversas de cosas distintas. Quien tiene el afán por aparecer en la televisión, puede participar de varios tipos de programas para ello, según sean sus complejos, sus apetencias y saberes. Y no por ello está implicado en la autogestión de la emisora o productora de televisión, ni delibera ni decide sobre la naturaleza, metodología y realización del programa, al cual sólo desea participar.

 Lo que sí tiene que ver y mucho con la autogestión, es el hecho de «dar parte», ofrecerse uno todo a los demás en la misma medida que los demás, pues se comparte un proyecto, que se tiene como común-parte a proteger y repartir. Este ser un proyecto es la nota distintiva de lo que es la autogestión. Exige una planificación, unos objetivos, una evaluación de su recorrido, una modificación del proyecto en algún punto o en el conjunto. Y ello no deliberado ni decidido uno a uno, o por uno sólo, o por una élite profesional de gerentes y encargados, si no muchas personas con muchas personas, en distintas esferas y niveles, dependiendo de la dimensión del proyecto compartido.

 Lo común, lo que contribuye a la igualdad y a la justicia de las clases desposeídas, es susceptible de ser organizado y proyectado autogestionariamente. En marcar las políticas de lo común, se participa -poco pero se participa- sin embargo en el modelo de democracia parlamentaria que tan buenos servicios está dando al capitalismo globalizado, se participa con el voto, se participa si tus intereses y dineros te lo permiten en agrupaciones corporativas o empresariales, se participa incluso si tienes la fortuna de ser un periodista oficial de renombre. Participamos del engranaje mediático, de la mecánica electoral, pero no practicamos ni reivindicamos ni difundimos la autogestión como alternativa. Para ello, para promover una participación activa en lo común, y para dar credibilidad a la autogestión como proyecto hay que generar movimiento, propaganda, conflicto, e ideas susceptibles de ser tenidas en cuenta por sectores cada vez más amplios de la sociedad.

 Es necesario «dar parte» de lo que es y puede ser la autogestión, para generar prácticas y debates que abran caminos a otros modos de producir, de subsistir y de vivir, a otras formas de organizar lo común, los servicios, los derechos, y la riqueza; a otras manera de trabajar y relacionarnos. Hasta que no asumamos la tarea de plantearnos cómo se podría autogestionar un servicio público concreto en un contexto social dado, no estaremos más que dando tímidos pasos en las prerrogativas de las ideas, pero sin creación de alternativas que hagan pensar a los de abajo que hay formas más justas, igualitarias y participativas de ser libres y de vivir dignamente.

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