Félix García Moriyón – LibrePensamiento https://archivo.librepensamiento.org Pensar para ser libre Sat, 13 Mar 2021 10:54:22 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.1 Intrahistoria de Libre Pensamiento. La experiencia de los coordinadores https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/intrahistoria-de-libre-pensamiento-la-experiencia-de-los-coordinadores/ https://archivo.librepensamiento.org/2013/06/21/intrahistoria-de-libre-pensamiento-la-experiencia-de-los-coordinadores/#comments Fri, 21 Jun 2013 14:00:22 +0000 https://librepensamiento.org/?p=4155 Juan Luís González López
Fundador de Libre Pensamiento y Director de los 5 primeros números
Mayo 1988 – Diciembre 1989

 La publicación en mayo del 88 del nº 1 de Libre Pensamiento, no fue un brindis al sol ni un homenaje al Mayo francés, aunque lo representara sin quererlo. Surgió más bien como respuesta a una demanda de información y debate de la militancia confederal de aquellos turbulentos años, y como culminación de la misión que nos llevó a Carlos y a mí de Málaga a Madrid en un viaje que aún andamos transitando.

De siempre se me había dado bien escribir (recuerdo que en los sectores más inmovilistas de la CNT-AIT se me trataba de descalificar llamándome el poeta; lástima de prejuicios) y Carlos nunca ha dejado de ser ese viejo anarquista autodidacta del siglo XIX trasladado a nuestros días, que ponía el papel impreso para que otros pudieran expresarse en libertad. Desde que coincidimos años atrás, habíamos colaborado en distintos proyectos editoriales en el sindicato de Sanidad de Málaga y, a primeros de los 80, en el Comité Regional de Andalucía de la CNT-AIT.

Cuando, tras el Congreso Extraordinario de Torrejón, el Comité Nacional de la CNT-AIT comenzó la caza de brujas de los sindicatos “aperturistas” que reclamaban la unificación de la CNT, escindida en dos (CNT-AIT y CNT-Congreso de Valencia) desde el V Congreso de la Casa de Campo, entendimos que era precisa una publicación que sirviera de aglutinador en medio del caos de agresiones, libelos y expulsiones. Por acuerdo unánime de los sindicatos aperturistas de la Federación Local de Málaga, los fondos proporcionales obtenidos con mucho sudor en la Feria, se dedicaron a publicar los 3 números de la 1ª época de Rojo y Negro que sirvió de catalizador de los sindicatos “aperturistas” de la CNT-AIT y valedor de la Conferencia Nacional de Sindicatos de la CNT-AIT celebrada en Colmenar Viejo (Madrid) los días 24 y 25 de marzo de 1984, que dio paso al Congreso de Unificación de Julio de 1984 donde fue elegido Secretario General Pepe March.

6.1 6.2

En 1987, March me escribió ofreciéndome un puesto como Secretario de Información e Imagen en la candidatura de renovación que pensaba presentar en el X Congreso. Las circunstancias personales y la idea de dotar a la organización de un órgano de expresión del que seguía huérfano, me llevaron a aceptar la aventura, con el apoyo de los compañeros del sindicato del comité de empresa del Hospital Civil al que pertenecía, aceptando posteriormente la organización traerse a Carlos para ayudarme a hacer realidad el proyecto. En diciembre de ese mismo año publicamos el nº 0 de la II Época de Rojo y Negro, esta vez como órgano de expresión de la CNT/CGT. Sin embargo, vivíamos tiempos turbulentos. Junto a un crecimiento y consolidación evidente de la organización surgida del Congreso de Unificación de 1984, el 7 de abril de 1989 el Tribunal Supremo otorgaba las históricas siglas al sector más inmovilista y ortodoxo organizado en CNT-AIT, obligando con ello a un cambio de siglas que algunos quisieron aprovechar para refundar una nueva organización que, libre de clichés libertarios, pudiera hacer confluir a todo el espectro de la izquierda radical, en lo que el tiempo ha demostrado que se trató, ahora sí, de un brindis al sol.

En ese contexto, para evitar que las tensiones y debates internos socavaran la organización trasladándose a los centros de trabajo por medio de las páginas de Rojo y Negro o los rumores interesados, hace 25 años, se publicó el nº 1 de Libre Pensamiento que entonces tenía como subtítulo TALLER Ð DEBATE CONFEDERAL. Aquel primer número dedicó su dossier interior al tema Presente y futuro del anarcosindicalismo. El Taller de debate se presentaba en un cuadernillo central, en papel coloreado, de modo que se pudiera coleccionar extrayéndolo de la revista. Como ocurriera antes con Rojo y Negro, el nombre de Libre Pensamiento surgió de mi cosecha y el diseño de la cabecera, que ningún director ha cambiado en 75 números, era de Carlos Peña García, que aún hoy continúa buscándose la vida en el diseño gráfico de Madrid, editando el periódico de las Asambleas de barrio del Movimiento 15-M. Aún recuerdo las madrugadas compartidas en el local de Calle Sagunto, cada uno en su guerra, yo con la máquina de escribir para ir sacando los artículos y Carlos con los programas de edición en inglés Pagemaker y Venturi para maquetar cada número.

La Reseña que servía de presentación y editorial al primer nº de Lp decía:

“Lp nace con vocación de libertad, debate y teorización, de polémica y pacífica confrontación de pareceres. Lp ve la luz con ánimo también de ser altavoz del sentir de los compañeros y compañeras de a pié que, sin participación directa en las estructuras federales de la Organización, precisan de una tribuna donde poder expresarse, porque todos tenemos algo que decir.

Intentaremos que Lp sea reflejo de esa amalgama de ideas y proyectos que hoy es la Confederación, el sindicalismo autónomo y el pensamiento antiautoritario en general.

Lp será taller experimental abierto a todas las reflexiones sin tabúes ni miedos, a todos los planteamientos serios aunque novedosos, a todos y todas los hombres y mujeres de pensamiento libre.

Libre Pensamiento será lo que queráis que sea.

La Redacción.”

Sin embargo, pese a todos los esfuerzos por el debate y el consenso, en el XI Congreso 47 sindicatos impusieron por 4 votos un cambio de estatutos a los otros 62 sindicatos, introduciendo en los estatutos de la CGT conceptos tan extraños como liberados asalariados, corrientes de opinión, votos proporcionales en Plenarias, doble militancia, democracia representativa, izquierda sindical, comisión de conflictos, etc. Y, como no estábamos dispuestos a hacer del sindicalismo la profesión con que ganarnos la vida, ni hacer política en la organización o acabar por dividirla, dejamos que la vida nos colocara en otra parte. Y, aunque la Confederación se ha desgajado y desangrado por no saber reconocerlo, colocarte en otra parte no tiene por qué colocarte al otro lado de la barricada.

Probablemente, aunque fuera el primero, he sido el director más breve de la revista. En total alcanzamos a editar en dos años 5 números de Lp y 15 números de Rojo y Negro. Con la paulatina incorporación de colaboradores, el equipo de LP acabó formado en esa primera época por Chon Allué, Angel Pomares, Lola Valera, Daniel Barcala, Cristina Pistolesi, Carlos Peña y yo mismo, ninguno de los cuales pudo continuar en el proyecto tras el congreso.

Así surgió Libre Pensamiento pero, sobre aquellas bases, la revista se ha ido desarrollando en otras manos durante todos estos años. Como sabíamos desde un principio y escribí en el artículo que abría el nº 1 (Recetas para un debate libertario), publicar Lp era “engendrar algo que ya no será la idea primigenia, sino fruto de ésta y de la tierra que la recibe en sí y la transforma”. Nosotros pusimos la semilla, no recogimos sus frutos.

70 números después, he podido ojear algunos de los últimos números y, en lo que se refiere a su forma, me agrada comprobar que se mantiene la histórica y bellísima cabecera de Carlos; también que dispone de una magnífica presentación con un cuidado diseño y la utilización de las últimas tecnologías de diseño gráfico, de las que no disponíamos entonces. Aunque se ha eliminado el subtítulo de la cabecera (entiendo que son otros tiempos), cambiado por el de “Papeles de reflexión y debate”, que considero adecuado, se ha mantenido el dossier (antes taller) interior monográfico. No comparto sin embargo la idea de incluir el logo de la CGT, alineando institucionalmente la revista. Es como poner coto al libre pensamiento cuando su objetivo debe ser precisamente hacer pensar y concienciar dentro y fuera de las siglas. Puesto que su director lo elige el congreso, no encuentro tampoco razón a su servidumbre de una secretaría del C. Confederal.

Sobre su contenido, con el que puedo estar más o menos de acuerdo o en desacuerdo, no diré más que está bastante cuidado y es rico, profundo y variado, aunque echo en falta la opinión de los lectores, la participación de esos compañeros y compañeras de a pié para los que nació la revista. Existía desde un principio el riesgo de caer en un elitismo que diera la espalda a la realidad, a las inquietudes y necesidades reales de la militancia de base, de sus propios lectores y de la sociedad en general, más grave aún en estos negros momentos de involución social que atravesamos. Puede ser una mera impresión personal, pero no me parece que sea una publicación que lean muchos afiliados de la CGT, o las bases de los movimientos sociales de hoy día (15M, desahucios, marea verde, marea blanca, etc.). De hecho, parece tener más posibilidades de convertirse en una revista de culto que en agitador de conciencias. Como consecuencia de esa falta de participación y de la sinergia que ésta genera, la revista parece haberse convertido en una revista más de análisis intelectual que de denuncia de la actual situación política, económica y social, donde parece primar el análisis ideológico y el adoctrinamiento vanguardista sobre debate.

Sin embargo, en la presentación de la revista colgada en la web, bajo el título ¿Qué es LP?”, he podido leer: “…que pretende abordarlos con la actitud de búsqueda propia de quien es consciente de que sus convicciones y certezas suscitan más preguntas que respuestas. (…) Libre Pensamiento quiere ser una publicación a través de la cual la C.G.T. piensa sobre sí misma, contando para ello con materiales propios y ajenos. Pero pensándose a la luz pública, de modo que esa reflexión se pueda convertir en polo de atracción y apertura.”…

De ser esto así, tanto Carlos como yo podemos sentirnos satisfechos: los objetivos que nos trajeron a Madrid se habrían cumplido. Si no, siempre nos quedará pensar que a fin de cuentas, 25 años después, Lp es y será lo que queráis que sea.

Salud y libre pensamiento.

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Félix García Morrión

1991 – 1996

¿Qué planteamiento te hiciste al asumir la coordinación?

Asumí la dirección de la revista en el año 1990 y estuve hasta el 1996. No puedo recordar en estos momentos si mi cargo fue aprobado en un Congreso, pero creo que no fue así; simplemente me pidieron que me hiciera cargo y asumí la tarea. Dejé el cargo de coordinador (siempre es saludable rotar en los cargos) y desde entonces sigo en el consejo de redacción.

6.4El planteamiento era, por encargo de la CGT, doble: mejorar la calidad de la revista, definiendo mejor su perfil, y lograr que avanzara como publicación de izquierda libertaria abierta a un público amplio. El proyecto era ambicioso y, en cierto sentido, nos servían de referencia revistas como Bicicleta (http://eljorobado.enlucha.info/bicicleta/bicicleta/ciclo/01/indice.htm ) o  El viejo Topo, dos revistas que tuvieron impacto en la vida intelectual de la izquierda y que alcanzaron en su momento una buena difusión.        

Por otra parte se pretendía una revista dirigida más bien al público más preparado de la CGT: no era una revista de divulgación general, sino con pretensiones de alcanzar cierto nivel. En una supuesta y discutible división del trabajo intelectual, la revista tenía como público posible más los militantes que los afiliados. La pretensión era combina rigor intelectual con capacidad de divulgación. Haciendo honor a su nombre, no pretendía impartir doctrina anarcosindicalista, sino proporcionar propuestas que incitaran a la reflexión y ayudaran a pensar con mente abierta los problemas del mundo actual.

Intentamos además hacer una colección de libros en colaboración con De la Torre y luego con Catarata, pero fracasó y, que yo recuerde, solo se publicó un número centrado en los Derechos Humanos.

¿Qué facilidades/dificultades encontraste en su realización?

Tuvimos las dificultades propias de un proyecto que era ambicioso y no era fácil de llevar a buen puerto. Ponerse objetivos elevados es bueno porque te exige un mayor esfuerzo. Pero también puede ser negativo en la medida en que pueda ser un área inalcanzable y provoque cierta frustración. En todo caso, no me siento personalmente frustrado porque nos quedáramos lejos de los objetivos propuestos.

En aquellos tiempos falló, sobre todo, la distribución. Probamos entonces a que estuviera en algunas librerías emblemáticas de España, para que la revista llegar a un amplio público, el círculo más amplio de potenciales lectores, pero no fue posible. Exigía mucho esfuerzo y no había infraestructura para ello.

Quisimos también lograr un número significativo de suscriptores, entre el amplio mundo de izquierdas, con planteamientos receptivos a las propuestas libertarias; ese sería el segundo círculo de lectores al que queríamos dirigirnos. Tampoco en este caso conseguimos un número crítico de suscriptores, que debería ser, creo, de unos 500 como mínimo.

Por último, no tengo claro que lográramos llegar al primer círculo de potenciales lectores, esos militantes de la organización para los que la revista debería ser un material de referencia en su reflexión y formación militante. Nunca tuve claro que la revista llegara al primer círculo al que estaba destinada: militantes cualificados de la CGT a los que se pretendía ofrecer instrumentos de análisis. Tampoco arbitramos un estudio serio que hiciera posible saber qué gente lo leía dentro de la organización.

¿Qué utilidad crees que tiene la revista?

Sé la utilidad que siempre hemos querido que tuviera, peo con eso no respondo a la pregunta y lo que pueda decir no pasa de ser pura especulación. Por eso se pidió en una reunión de la revista encargar un estudio serio de audiencia. Creo que no se ha hecho y sería fundamental hacerlo. Empezar por saber el número de ejemplares que publicamos y a quiénes se envían. Analizar la lista de suscriptores. Averiguar las personas que acceder a nuestra página… Todo eso hecho con cierto rigor, para poder utilizarlo como punto de partida en las discusiones acerca de la mejora de la revista.

Puestos a especular, creo que la revista tiene un impacto bien escaso en la CGT y casi despreciable fuera de la CGT. Ahora bien, como es pura especulación y además tiene claras connotaciones negativas, lo mejor es prescindir de esta valoración.

6.5

¿Cuál crees que debiera ser el futuro de la revista?

Creo que los objetivos señalados en los dos primeros apartados siguen siendo válidos y a ellos debiéramos volcarnos, haciendo lo que hemos visto que funciona, corrigiendo los errores y profundizando en los medios adecuados para logra lo que queremos. Hoy día parece necesario adaptarnos a los medios existentes, dando mayor valor a la página web en la que debieran estar todos los números anteriores, con un buen índice, y en la que se pudiera tener un pleno acceso a los números una vez pasado un año desde su publicación. O quizá pasar directamente a que todo estuviera accesible en internet, de manera gratuita.

Creo que, como ocurre en casi todos los productos de este tipo, hay un problema claro de distribución: hacemos un producto digno, pero no logramos que llegue a donde debiera llegar. No soy competente en ese campo y no sé cómo se podría hacer.

Dado que algunas personas estamos aquí desde hace muchos años, que siempre hemos tenido claro ese problema (creo) y que no hemos logrado resolverlo, quizá fuera importante darle protagonismo a gente nueva. Eso sí, yo seguiría colaborando, si la gente nueva lo estimara oportuno, claro.

Por otra parte, potenciaría la presencia de Libre Pensamiento en las redes sociales, aunque ya están todas muy saturadas y no resulta sencillo abrirse un espacio. La colaboración habitual con Ecologistas en acción puedes ser un buen referente que debemos tener en cuenta..

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Antonio Rivera

1997 – 2005

 Nos hicimos cargo de Libre Pensamiento en su número 23 de enero de 1997. Entonces aparecía el precio en pesetas (450) y Durruti nos miraba desde la portada con ojos de comprobar en cada número si lo íbamos a hacer bien. Menos mal que el monográfico de esa vez se titulaba “La memoria, una verdad esquiva”, lo que contenía a un tiempo sabiduría e intención de bordear la línea de lo confederalmente permitido. Hablo en plural porque para entonces la aventura editorial ya tenía precedente: en octubre de 1991 habíamos asumido la responsabilidad de Rojo y Negro un equipo de personas del País Vasco, con núcleo duro compuesto por Chema Berro, Mikel Galé y el que suscribe, además de otros compañeros que fueron yendo y viniendo, como es habitual en la casa. El mismo núcleo duro vasconavarro se hizo cargo de Libre Pensamiento, con un consejo del que también iba entrando y saliendo gente, pero todos ellos dispuestos y capaces para la nueva aventura. Félix García, siempre presente, siguió en ese sanedrín después de haber trasegado con más soledad que compañía en los años en que la revista trató de tener más ambición y mayor proyección exterior que con la que había nacido: no se olvide que su origen en mayo de 1988 como “taller de debate confederal” tenía que ver sobre todo con su concepción de publicación para el debate interno, necesario después de la unificación de diferentes sectores del anarcosindicalismo en 1984.

La idea desde el primer momento fue hacer de Libre Pensamiento un escaparate de las posibilidades reflexivas de la organización y, sobre todo, del entorno libertario, sindical y de izquierda extrema que no tenía otros medios. Los años de la alegría capitalista, aquellos falsos felices finales de siglo y comienzos del presente –aquellos polvos mágicos y estos lodos siniestros-, coincidían también con una general parálisis de los medios teóricos de la izquierda. Ese hueco tratábamos de cubrir, pero con la mirada puesta en un ejercicio de prestigio, digámoslo con claridad. La para entonces ya CGT venía escalando puestos en la presencia social a través de la acción sindical, pero se corría el riesgo de su desdibujamiento en el terreno de las ideas. No en que se perdieran las señas de identidad libertarias que tanto nos preocupan, sino que el crecimiento convirtiera precisamente a esas señas en adorno y no en sustento. Algo parecido, pero no lo mismo. Se trataba de aprovechar la fuerza social que íbamos adquiriendo para consolidarnos en paralelo como una referencia en los debates y la reflexión de la izquierda extrema, libertaria o no.

6.6

A ese objeto fuimos, por un lado, poniendo sobre la mesa temáticas relativamente novedosas en el tiempo, que el día a día sindical era incapaz de formular. Actuamos como avanzadilla de debates como el citado de la memoria (todavía no se hablaba de esas cosas), de la renta básica universal, de las debilidades intrínsecas de la fórmula sindical, de las contradicciones de las ONG´s, del reparto del trabajo, de la amenaza de una Europa construida desde la perspectiva económica capitalista (¡qué anticipados!), sobre el agotamiento del discurso de la izquierda internacional, sobre las limitaciones de la historia del anarquismo español, sobre la inmigración… Temas nuevos y gente nueva, procedente de donde fuera de la izquierda, mucho profesor universitario ajeno a nuestro mundo pero hablando de lo mismo que nosotros (o instándoles a hablar de ello), personas con capacidad para emitir un discurso más allá de los lugares comunes y tontorrones del clasicismo izquierdista. Prestigiar, en definitiva, a la CGT en el terreno más intelectual, caminando en paralelo del trabajo que hacía la organización en la calle y en los espacios laborales. Por eso no hubo nunca límites a hablar de lo innombrable, de cosas nuevas desde perspectivas diferentes, y a que lo hicieran personas a las que no se les preguntaba por su origen, sino que se les reclamaba para opinar con criterio, información y capacidad para exponer y hacer útil su discurso. Hay que citar a algunos de aquellos que ahora recuerdo, con el riesgo de dejarme en el tintero a la mayoría y a los mejores. Pero lo haré, por aquello de corroborar lo que afirmaba y de recordar a gente que igual hoy ya no circula por nuestros espacios: Antonio Morales, Carlos Taibo, Agustín Morán, José Luis Arantegui (y sus hilarantes y profundos relatos), José Luis Ibáñez, Félix Díaz y Paco Marcellán (siempre ahí)… Colaboraciones de gente de peso, que siempre contestó con amabilidad y disposición a nuestros reclamos: Imanol Zubero, Tomás Ibáñez, Pedro Arrojo, Ramonet, Emilio Cortavitarte, Javier Aisa, el desaparecido Pepe García Rey, José Iglesias Fernández, Miguel Jara, Toni Segura, James Petras… Santones como Chomsky, Murray Boocking, Ramonet, Pierre Bordieu, los historiadores Van der Linden  y Waine Thorpe (del Instituto de Historia Social de Amsterdam), Marta Ackelsberg, Naomi Klein y otros y otras no pusieron pegas a que trabajos suyos o entrevistas aparecidas en otros medios encontraran cabida en el nuestro.

La fórmula del monográfico fue tomando peso en este tipo. Ello suponía, de entrada, que la revista no era un cajón de sastre donde se colocaba lo que iba llegando de forma espontánea. En absoluto, el consejo de redacción discutía previamente y con antelación de algunos números (al principio, luego flaqueó la planificación, como todo) los temas monográficos a desarrollar en base a la preocupación que suscitaban, y señalaba los posibles candidatos a ser tocados para tratar los asuntos. Ello permitió que algunos monográficos, sobre todo de temas históricos, fueran rebasando los límites de nuestros medios y que resultaran citados en revistas y artículos de otras cabeceras e incluso académicos (vg. la historia corta aún de la CGT, la del sindicalismo revolucionario y otras).

De alguna manera, se fue poniendo el cimiento para asentar el “sistema” de comunicación con que cuenta hoy la organización, mucho más complejo y desarrollado que entonces, cuando solo teníamos Libre Pensamiento y Rojo y Negro, además de los muchos portavoces de empresa y alguno de confederaciones regionales o locales. Pero era el inicio de lo que hay ahora: medios de combate y de periodicidad más corta, que tratan temas desde la perspectiva de su inmediatez y de su uso como instrumento de intervención y de conocimiento de los avances y retrocesos de la organización y de sus entornos, que conviven y se complementan con una revista de análisis más mesurado, más complejo, más profundo, sobre temas que no tienen por qué ser de actualidad ahora pero que amenazan con serlo en un futuro no lejano, abriendo sus páginas a gentes que por su condición o ubicación no participarían con nosotros por temor u oposición a ser etiquetados. Por el contrario, hacerlo en Libre Pensamiento les resulta amable, bien recibido e incluso prestigioso. Y eso es un logro de entonces y de la trayectoria que ha mantenido la publicación desde que la dejara en su número 47, de la primavera de 2005.

Por eso la utilidad y el futuro de la revista los veo exactamente igual hoy que hace un cuarto de siglo: ser el espacio para el debate y la reflexión profunda y meditada, con gentes diversas y con puntos de vista diversos, sobre temas novedosos y que anticipen el inmediato futuro, sin límite alguno a la radicalidad o templanza de las opiniones, demostración de que somos también una organización que piensa a la vez que actúa, para ampliar nuestros marcos atrayendo a gente a las que no mueve la acción sindical o social nuestra, para colocarnos como una cabecera de referencia ineludible en los foros que mueven el libre pensamiento de los que creen que otro mundo (mejor) es posible.

En ese camino se está. Falta otro punto, que constituiría una demostración de éxito si se cumpliera: Libre Pensamiento debe ser tan popular dentro de los sindicatos como lo es fuera de ellos. De nada sirve ganar prestigio en determinados sectores, mostrar músculo intelectual por parte de la CGT y sus entornos, si Libre Pensamiento es un objeto de decoración entre la mayor parte de la militancia sindical. Efectivamente, leer algo más que el panfleto cuesta, pero como tan acertadamente ilustraba una publicidad vieja de Le Monde Diplomatique, es la distancia que hay entre el fast food y una buena chuleta de ternera. Porque hay tiempo para todo.

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Chema Berro

2005 – 2013

 ¿Qué planteamientos te hiciste al coger la coordinación de la revista?

 Cogí la coordinación de la revista Libre Pensamiento para tapar un hueco, por cese de Antonio Rivera, y sin ningún planteamiento. Llevaba tiempo en el equipo de redacción y lo que me preocupaba, con algún miedo, era que la revista no dejara de editarse, y no pensaba  más que en una tarea de mantenimiento, dentro de una continuidad con lo que se venía haciendo y con el mismo equipo de redacción que ya venía funcionando. Los objetivos se me fueron planteando en el propio ir haciendo.

Lo primero que tuve que hacer fue consolidar el equipo de redacción, muy desengrasado en la última etapa de Antonio, dado que su capacidad le permitía casi prescindir de él. No era mi caso, yo lo necesitaba.

Por esa necesidad he contribuido a que el actual equipo de redacción tenga un funcionamiento regularizado. A lo largo de estos 8 años y 28 números que llevo en la coordinación el equipo se ha renovado mucho, ha habido altas y bajas, alguna de éstas producidas de forma poco amable, pero siempre en un proceso de consolidación. Creo que el actual es un equipo sólido y muy capaz. Hay una variedad generacional y de tiempo que se lleva participando, pero es un equipo bien engrasado. Cualquiera de las y los participantes podría sustituirme en la tarea de coordinación con total  garantía de que la revista saldría ganando.

6.7También la revista está más consolidada en estructura y secciones. Faltaría que cada una de las personas del equipo de redacción asumiese más directamente la responsabilidad de cada una de ellas.

Otro de los objetivos que se me fue planteando e intenté impulsar fue el que la revista entrase en los muchos problemas y carencias de la actuación sindical y social en el dificilísimo momento actual. Intentamos que los dossieres fueran alternando entre temas sociosindicales y otros más dispersos. La verdad es que, salvo los de educación, desarrollados por la federación de enseñanza, nunca he quedado satisfecho de los resultados obtenidos en esos dossieres dedicados a la actuación sindical y social. (Al escribir esto pienso que un mayor papel de las federaciones de industria en dossieres diversos, sería muy positivo, y en muchos sentidos, para la revista)

Se han hecho también un par de experiencias de organizar en torno a la revista algún debate más participado, los resultados fueron decentes, pero es algo que el siguiente equipo, si quiere, tendrá que trabajar mucho más, partiendo bastante de cero.

 ¿Qué facilidades/dificultades encontraste en su realización?

 La facilidad viene dada por el equipo, creo que somos una organización con un buen número de personas con capacidad alta y que se mueve en un marco de preocupaciones muy amplio, manteniendo las cabezas abiertas. Todo ello, pese a que colectivamente todavía funcionen entre nosotros mucho los clichés. En ese sentido la revista se hace fácil.

Más difícil es conseguir un mayor entrelazamiento entre nuestra actividad diaria y nuestro discurrir. Pese a que seamos una organización que hace muchas cosas y pese a que nuestro activismo está vivo, con ganas, en búsqueda y sin anquilosarse nos cuesta poner eso por escrito, haciendo de ello una reflexión que sea útil para el conjunto. Estoy convencido de que mucha de nuestra gente tendría mucho que aportar y decir, pero o no lo hace o yo no he sido capaz de recogerlo. Pese a que creo haberlo intentado.

Para mí es un aspecto crucial. Seguramente mi menor bagaje teórico respecto a anteriores directores, me obliga a buscar mayor interrelación entre actuación y discurso. Es una cuestión de la propia limitación personal, pero también de convicción. Hay que obligar siempre al discurso a ese entrelazamiento, al esfuerzo por aterrizar en contenidos prácticos. De la misma forma que nuestra práctica tiene que someterse a una reflexión discursiva, sin dejarse atrapar nunca por la rutina y por la tendencia a la repetición.

Pese al dicho de “en tiempo de crisis, no hacer mudanzas”, considero que la actual crisis nos exige muchos cambios y mucha tensión que impida que el discurso caiga en refugio cultural y la actuación en la rutina. Me hubiera gustado que Libre Pensamiento hubiera ayudado y empujado más en esa dirección.

 ¿Qué utilidad crees que tiene la revista?

 La verdad es que no lo sé. De lo que vengo diciendo se desprende que considero que la revista todavía no es el producto que necesitaríamos: una revista que al cogerla nuestra gente viera en ella un aporte a sus preocupaciones cotidianas.

 Puede considerarse que Libre Pensamiento es una buena revista, valorable y valorada por quienes la conocen, pero eso no puede dejarnos satisfechos. Es cierto que aporta materiales y reflexión, pero todavía eso se mantiene en los márgenes (por decirlo de alguna forma), sin acabar de entrarle al núcleo duro de nuestras carencias y necesidades. Todavía seguimos planeando desde la altura, es posible que ampliemos el horizonte, lo que es positivo, pero no es suficiente. La altura que seamos capaces de alcanzar en el planeo debe servirnos para un picado más directo y contundente.

Eso en cuanto al contenido emitido. Por otro lado está lo que de ella se recibe, y en este aspecto, aunque solo puedo hablar guiado por intuiciones sin tener elementos objetivos de valoración, la impresión es todavía menos optimista.

Y nada tiene que ver con que el producto no sea del todo el adecuado. No es problema solo del emisor, sino también del receptor. Hoy se lee poco porque se busca poco, es el resultado del acomodo del que no escapamos. Contribuye también a ello la permanente invasión de mensajes a que estamos sometidos, sin que pueda establecerse una demarcación clara entre el puro entretenimiento y lo que de verdad importa. Esto es, sin que sea fácil ocupar una cierta centralidad.

Como cualquiera de las otras cosas que emprendemos, Libre Pensamiento lo tiene difícil y, también como en esas otras muchas cosas, una clave de acierto está en la participación. Debiera estar a nuestro alcance pues no estamos hablando de la participación en abstracto y universal, sino de la participación de un número de personas a las que podemos contar y poner rostro. Habría que acudir para ello a secciones sindicales, federaciones de industria, coordinadoras, etc.

 ¿Cuál crees que debiera ser el futuro de la revista?

Creo que ya está dicho aunque convenga explicitarlo. Libre Pensamiento tendría que ser una revista de recogida y aporte de materiales diversos y plurales que enriquezcan nuestra visión de las cosas. Una revista en la que caben todas las temáticas y todos los tratamientos, siempre que se planteen abiertos y en búsqueda. A la vez todos esos materiales, aunque algunos de ellos más específicamente, deberían converger en ese afrontar todas las carencias y elementos de mejora de nuestro quehacer. Una revista a la búsqueda de respuestas, desde la convicción de que ninguna de ellas puede matar las preguntas.

Tendría que ser una revista nutriente, que si desapareciese dejara un vacío que se notase y que fuera necesario llenar; tendría que ser no una revista sino la (nuestra) revista.

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Lo estatal y lo público https://archivo.librepensamiento.org/2012/09/21/lo-estatal-y-lo-publico/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/09/21/lo-estatal-y-lo-publico/#respond Fri, 21 Sep 2012 18:00:10 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3794 Asistimos a un duro ataque contra los servicios públicos orquestado por los medios conservadores y aplicado por políticos neoliberales. Frente a ellos se plantea la defensa de lo público, pero muchas veces confundida con la defensa de un Estado burocrático responsable de parte del deterioro de unos genuinos servicios públicos. Por eso, partiendo de postulados libertarios, se trata de plantear una crítica del Estado de bienestar como paso para una profunda y radical transformación de la sociedad que llegue a ser una sociedad en la que se dan la libertad, la igualdad y el apoyo mutuo.

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Félix García Moriyón/ David Seiz Rodrigo

 
Los fundamentos ideológicos de la crítica al Estado
No cabe la menor duda de que nos encontramos ante una crisis sistémica, no una simple crisis cíclica de las que son habituales en el modo de producción capitalista. En las últimas décadas —podemos decir que desde 1973— se ha estado produciendo un enfrentamiento muy duro para modificar las grandes líneas de la política económica diseñadas después de la II Guerra Mundial. No vamos a repetirnos ahora, pero está claro que los liberales, con Hayek y Von Mises como líderes intelectuales, han lanzado un furibundo ataque a los modelos que ponían en el Estado la responsabilidad de garantizar el bienestar social y económico de los ciudadanos. Desde el primer momento han criticado no solo la versión extrema del estatalismo, la Unión Soviética, sino también la versión socialdemócrata impuesta en Europa gracias al gran pacto social posterior a la II Guerra Mundial.
Sus argumentos son dignos de ser tenidos en consideración y hay dos grandes obras que ofrecen el núcleo de su argumentación: Caminos de servidumbre (Hayek) y La acción humana (Von Mises). Su planteamiento tiene antecedentes y seguidores, por lo que podemos decir que la corriente liberal ha gozado de buena salud casi desde los comienzos de la edad contemporánea. Cuando uno contempla estados fallidos, cuando uno observa lo ocurrido en España y Grecia, con estados clientelares, o analiza las relaciones entre mafia y política, por no hablar de los epígonos del socialismo realmente existente, no deja de ver el punto de razón que existe en esas críticas.
No fueron los liberales los únicos que arremetieron contra le peligroso papel del estatalismo. El pensamiento social de la Iglesia Católica, al que podemos sumar el de otras corrientes cristianas, ha sido siempre muy crítico con la estatalización o el control por el Estado de las resortes de la economía y la justicia social. La teoría se ha centrado en el concepto de subsidiaridad, único papel legítimo del Estado, cuya función es estar al  servicio de las personas (no de los individuos) y de las unidades básicas de convivencia social, en especial la familia. Todo ello acompañado de una fuerte moralización de la economía, disciplina teórica y práctica que debe estar regulada por normas morales. Es sugerente la actual variante de la economía del bien común desarrollada por pensadores evangélicos en Austria y con eco en numerosos ambientes. Es la llamada economía del bien común.
Podemos añadir a los anteriores críticos del estatalismo la larga tradición del pensamiento libertario que ha sido igualmente duro con el intento del Estado de controlar la vida de los individuos. Comparte gran parte de las críticas de los liberales decimonónicos y menos las críticas de los neoliberales actuales, tanto ha cambiado el mundo. Sin embargo, su distancia respecto a los mismos es enorme puesto que esta tradición defiende claramente el apoyo mutuo y las colectivizaciones autogestionadas, todas ellas orientadas por un profundo sentido del bien común, proponiendo fórmulas organizativas comunistas o colectivistas. En ese sentido están más cerca de la tradición cristiana y católica.
La historia de la crítica al Estado es larga y condiciona sin duda lo que ahora ocurre. El ataque neoliberal arrecia y lo hace con inusitada virulencia que va creciendo conforme, según creen sus líderes, se acercan a la victoria final, posición premonitoria de lo que va a ser la suerte de los vencidos. Cuando uno vive en Madrid, asiste en primera línea a lo que puede ser defender el neoliberalismo sin fisuras: un deterioro progresivo de los servicios públicos y un crecimiento igualmente progresivo de la presencia de la iniciativa privada en la prestación de dichos servicios que sólo aceptando la versión de Esperanza Aguirre pueden ser considerados servicios públicos. Y para rematar, la presentación de Eurovegas como el gran proyecto de creación de puestos de trabajo para la futura sociedad del conocimiento.
No se puede objetar mucho a la defensa de la libertad que abanderan los neoliberales. Fue uno de los grandes logros del mundo contemporáneo; ahora bien, conviene recordar que «no es liberal todo lo que parece». La «liberal» manera de privilegiar a un empresario que encontramos en las recientes componendas con el inversor americano que trata de situar Móstoles en el Estado de Nevada, o la torticera manera de entregar el capital «público» de la sanidad en manos de determinadas compañías privadas privilegiadas, nos acerca a modelos más propios de las compañías privilegiadas de comercio de la Edad Moderna que a los modelos de libre concurrencia, igualdad y mérito del teórico liberalismo. La defensa de la libertad termina encubriendo pobremente el ánimo depredador de las élites en el poder.
Por otra parte, esa defensa ha solido ir acompañada de la exaltación del espíritu emprendedor y la meritocracia, ocultando que el mérito tiene mucho más de hereditario que de meritorio, y esa defensa de la excelencia individual como criterio de selección social nos acerca de nuevo a paradigmas de reproducción de las escalas sociales y económicas, cercanos a las estructuras políticas, económicas y sociales del mundo señorial.  Con un especial agravante: en la sociedad estamental uno ocupaba una posición social desde su nacimiento y eso estaba justificado por ser el orden natural de las cosas; en la actual sociedad, uno ocupa casi con seguridad la posición social que le corresponde por lo que lo tocó con el nacimiento, y la legitimidad la concede el afirmar que su ascenso social es consecuencia de sus méritos personales. Por otra parte, impuesto ese orden neoliberal, la capacidad de negociación en la permanente lucha por el reconocimiento,  tal y como vemos en el día a día sindical por poner un ejemplo, no ofrecen más alternativa que el desarrollo de un modelo cercano a la revuelta campesina: el señor no pacta, concede y en caso extremos los siervos se rebelan, conscientes de que el fracaso de la rebelión les asegura su marginación de por vida, si no la muerte. Duras huelgas, con variadas fórmulas de enfrentamiento y reivindicación son absolutamente ignoradas por una élites políticas y económicas con capacidad sobrada para imponer coactivamente sus políticas.
Del mismo modo, se ha exaltado la libertad individual y la capacidad de elección como último criterio de evaluación de las decisiones privadas y públicas, acompañada por una defensa a ultranza de la vida privada, del hogar como espacio inviolable en el que los individuos pueden disfrutar de sosiego, lejos del omnímodo y arbitrario poder del Rey en su origen y del Estado en la actualidad. Lo malo es que esa defensa valiosa de la privacidad va acompañada de la privatización, de la fragmentación individualista del espacio social . Los usos privativos de los individuos o las corporaciones se imponen sobre los antiguos espacios públicos. La calle comercial, de naturaleza pública es sustituida por la virtualidad de las calles de los centros comerciales.  Los espacios públicos de ocio son sustituidos por los parques temáticos . La desamortización, puso cercas y puertas en los campos, acabó con las tierras comunales y planteó de un modo parecido al que hoy en día se defiende, el axioma de que sólo la propiedad privada aseguraba el óptimo aprovechamiento económico del suelo.  La idea de la mayor eficiencia económica de la gestión privada sobre la pública obvia las mínimas consideraciones críticas y como recientemente han demostrado las autoridades sanitarias madrileñas, parecen remisa a aceptar cualquier cuantificación que ponga en duda esta  consideración. La  privatización y la lógica del beneficio privado como mejor garantía de los intereses públicos avanza imparable en las sociedades occidentales,  desde la gestión del suelo a la administración de los servicios públicos, que son sometidos en aras de una teórica efectividad al sobrecoste de un beneficio privado.  Desde los ejércitos nacionales, surgidos precisamente en la primeras revoluciones de finales del XVIII como garantía de las libertades recién conquistadas, que hoy vuelven a modelos mercenarios más propios del siglo XVII, a la privatización progresiva, directa o por medio de concesiones parciales de cárceles, hospitales y escuelas.; una pulsión privatizadora que alcanza  incluso a la justicia y la policía, ya parcialmente privatizada en poderosas empresas de seguridad.
La lucha contra el Estado del bienestar
Neoliberales, cristianos, anarquistas…, son tradiciones ideológicas muy distintas que se han opuesto al crecimiento de un Estado controlador y quizá solo secundariamente benefactor. Eso sí, en estos momentos la batuta del ataque la lleva quienes apenas ocultan que el objetivo central es recuperar lo que Marx llamaba la tasa de extracción de plusvalía y también reforzar lo que los anarquistas denunciaron como estructura jerárquica y piramidal del poder. Es decir, recuperar la posición de privilegio ostentada por las élites dominantes durante toda la vida, pero debilitada debido a la dura lucha por el reconocimiento desplegada por los olvidados o condenados de la Tierra desde los años sesenta. Ya en aquellos décadas —quizá demasiado mitificadas por la izquierda “divina”— los centros de estudios asociados al poder plantearon que se estaba produciendo una crisis social causada por el exceso de democracia, lo que ponía en primer plano el problema de la gobernanza y la necesidad de reconducir la situación acallando las demandas de las clases desfavorecidas.
No es fácil hacer una crítica acertada del Estado desde posiciones de izquierda. Está profundamente arraigada en el imaginario colectivo la idea del Estado como árbitro, técnico y objetivo, que ciegamente se organiza a partir de sus burocracias elevadas sobre el mérito y la capacidad, por encima de los intereses de los grupos de poder o los partidos.  No en vano, el Estado es el sujeto fundamental de esta percepción de la «cosa pública» y sigue siendo en el imaginario de mucha gente el único garante de la objetividad. Lamentablemente el sueño weberiano del estado burocrático ha devenido en pesadilla; desde sus orígenes, el estado ha servido para certificar con el marchamo del derecho, situaciones de privilegio, repartos de prebendas y canonjías, investido, para más delito, de la idea de mérito, libre concurrencia y otros aparatajes ideológicos. No sólo las cajas de ahorros, también los contratos millonarios de obras públicas, las sospechosas, cuanto menos, relaciones entre la política y el mundo empresarial, desdicen mucho de lo que damos a menudo por supuesto.
Por eso mismo, la lucha en defensa de lo público esta distorsionada en varios sentidos, lo que hace difícil tomar posición en algunos momentos. La primera distorsión procede de la defensa de un modelo de gestión estatal de la propiedad que ha mostrado en la práctica el acierto de las críticas liberales. El caso de las cajas de ahorro es paradigmático, como también lo es el de las recalificaciones de terrenos. Por no hablar de casos abundantes de prevaricación, malversación y cohecho, que se cometen con elevado nivel de impunidad de los políticos y empresarios implicados a partes iguales en los mismos. El estado ha terminado siendo contagiado por prácticas  clientelares opuestas en sí mismas a la propia lógica de su letimidad (el mérito, la iguadad, la libre concurrencia….) lo que exige una dura operación de cirugía que permita sanear y cauterizar la gangrena. Cierto es que hay estados socialdemócratas que parecen gozar de salud envidiable y que puede seguir siendo referentes, como ya lo fueron en los años sesenta, de la mejor manera de articular el estado del bienestar o estado social de derecho sin poner en cuestión el modo de producción capitalista.
Algo de eso está presente en la aceptación que está teniendo entre el público en general la furibunda y torticera campaña contra los funcionarios orquestada por los medios conservadores, un ataque que  constituye una segunda distorsión. El estatuto del funcionario, cuyo origen se sitúa más bien en la defensa de la independencia y etabilidad de los trabajadores públicos respecto a los poderes políticos cambiantes en democracias representativas, ha derivado en parte hacia un estatuto corporativo en el que la defensa de específicas condiciones laborales se aproxima peligrosamente a la defensa de situaciones de privilegio. Con cierta desmesura en algunas ocasiones, los funcionarios tienden a identificar la defensa de sus condiciones de trabajo con la defensa de lo público, ocultando lo que hay de puramente corporativo en sus luchas y lo que hay de mantenimiento de situaciones de auténtico poder frente a los usuarios de esos servicios públicos que dicen defender. La pura crítica del funcionariado, orquestada por quienes tienen la obligación política de exigir su adecuado cumplimiento del trabajo asignado y de garantizar que están al servicio de los intereses de la ciudadanía no basta. Mucho menos cuando comprobamos que quienes jalean esas críticas luego incrementan el número de asesores nombrados a dedo y ascienden en el escalafón funcionarial a sus propios clientes o afines políticos.
La tercera distorsión procede del dominio cultural impuesto por el actual modelo de capitalismo financiero y consumista. La ideología del «lo veo, lo quiero, lo tengo» ha calado hasta los huesos y la gente busca por encima de todo recuperar la capacidad de consumo a la que se aproximó, sin llegar a disfrutarla del todo pues en gran parte no pasó de un espejismo basado en créditos que no se podían devolver, menos una vez despedidos de sus precarios puestos de trabajo. El individualismo abstracto, tan querido por los liberales, se queda en la exaltación del individuo como consumidor compulsivo que puede acudir a cualquiera de los múltiples centros comerciales a elegir entre decenas de productos idénticos, muchos de ellos con obsolescencia programada y con dudosa capacidad real de satisfacer las necesidades básicas de los seres humanos.
Aceptado inconscientemente —gracias a potentes campañas de configuración de la opinión pública— ese modelo de logro de la felicidad sustentado en el fetichismo de la mercancía, que termina identificando valor con precio, los individuos se convierten en rehenes de quienes les conceden el crédito para pagar los gastos, abocados a un consumismo parcialmente compulsivo. Sin darse cuenta, aceptan una democratización del consumo que, sin negar los posibles componentes revolucionarios implícitos en ese «festín pantagruélico», en realidad consagra la degradación de los procesos de trabajo, que están condicionados a la elevada productividad de los trabajadores que proveen de mercancía a los comercios «chinos » y a los gestionados por las grandes multinacionales, entre otras y sobre todo las del textil y las de la alimentación. Como no podía ser menos, acabamos aceptando que un servicio público es aquel que le sale gratis al ciudadano (feliz definición de Esperanza Aguirre), y para eso se pone la gestión de lo público en manos de la empresa privada, sin darse cuenta de que esta muestra especial eficiencia y eficacia en generar ganancia para sus propietarios y gestores, normalmente a costa de trabajo degradado.
Una cuarta y última distorsión procede de la progresiva erosión de la política del bien común arrasada por la cultura del individualismo radical, de la sociedad articulada como suma de lobos esteparios que regulan las relaciones sociales mediante las leyes del mercado: todo tiene un precio y la acumulación de dinero es lo único que garantiza el estatus social y, por tanto, el ejercicio de las capacidades y la satisfacción de las necesidades. Muchos movimientos críticos han aceptado en sus planteamientos esa ideología mercantil, lo que termina teniendo sus consecuencias: la trivialización del matrimonio, con exigencias de permanencia menores que las de muchas compañías de telefonía móvil, y el servicio militar opcional (a sueldo), que se sitúa en las antípodas del ejército popular o de la defensa civil, serían dos ejemplos perfectos de los daños colaterales que lleva aceptar un modelo utilitarista mercantil de la vida social. Ha adquirido un protagonismo cultural desmesurado el ya antiguo dicho de que «tanto tienes, tanto vales».
La defensa de lo público.
Lo anterior ya indica claramente cuál es el discurso y la práctica que necesitamos articular para defender lo público sin mantener un modelo de Estado del bienestar que  provoca muchos más perjuicios de lo que algunos son capaces de reconocer. Pero al mismo tiempo tenemos que evitar un peligro que puede derivarse de nuestro planteamiento «crítico» sobre lo público: nuestras críticas fácilmente puede acabar siendo utilizadas como munición para este nuevo «estado señorial» que falsamente se viste de liberalismo. Conviene, por tanto, recuperar lo que tiene de «señorial» el modelo liberal y desmontar su «instalache» o «chiringuito», eso que apenas cubre las apariencias y solo busca el máximo beneficio en el menor tiempo. Es el liberalismo radical primigenio que tan cerca está de los postulados anarquistas, vinculando sin solución de continuidad la libertad a la igualdad y la fraternidad. La trampa del liberalismo contemporáneo es precisamente que obvia estos privilegios y se contenta con establecer el principio de un liberalismo económico lastrado por toda una serie de condiciones desiguales de la que la propia ganancia económica es el único beneficiario. Son moneda corriente la deslocalización, el abuso de las condiciones de explotación de los recursos naturales, mineros o energéticos, la imposición de condiciones comerciales desfavorables, las trampas fiscales que permiten evadir impuestos bajo el amparo de empresas pantalla, tratos de favor impositivos o localizaciones beneficiosas: ahí están los casos paradigmáticos de Apple, Facebook, Amazon y otras empresas tecnológicas o la presencia de paraísos fiscales en el corazón de Europa.
El hilo de la cuestión debe ser defender lo público criticando con firmeza a los neoliberales y los estatalistas, ambos con agendas ocultas que marcan el sentido y la limitación de sus luchas. Y para ello, el núcleo de la cuestión debe ser vincularlo plenamente a la reclamación democrática: buscar mucho más poder para el pueblo, para el común de los ciudadanos que necesitan aprender ejerciendo, el duro ejercicio de tomar las riendas de sus propias vidas, y potenciar al mismo tiempo todo aquello que genera comunidad de intereses y de objetivos, sin agostar la capacidad e expresión y creación individuales. No queremos una sociedad de individualistas depredadores apalancados en un pobre «vive y deja vivir» ni tampoco una sociedad de obedientes ciudadanos agradecidos a burocracias ineptas que les procuran magros beneficios sociales.  Queremos un fecundo, pero difícil, equilibro entre la triple exigencia de libertad personal, igualdad social y apoyo mutuo solidario.
Algo fundamental en esta tarea es profundizar en un sistema de equilibrios que asegure la defensa del individuo frente a los grupos de poder, tanto económicos como políticos y culturales.  A los agudos análisis de la capacidad destructiva del poder en el anarquismo clásico, podemos añadir las críticas de Foucault a lo que él llamaba microfísica del poder y biopolítica. Los principios que deben regir esa fragmentación y control del poder están formulados, pero el peso de los poderes sobre las vidas de las personas continúa sin estar corregido. Es más, el Estado benefactor, bajo la promesa de grandes beneficios de bienestar, alimenta la burocratización controladora: nunca antes ha estado la vida de las personas, incluida la vida privada, tan sujeta a mecanismos de control tan sofisticados y potentes como los actuales. Y en general con el libre consentimiento de los propios ciudadanos. Si bien las redes sociales parecen haber abierto algunas puertas a la fragmentación horizontal de determinados mecanismo de control, el riesgo de que acaben sometidas al ojo controlador del Gran Hermano es grande, y la experiencia de lo ocurrido con los medios de comunicación social debiera ponernos sobre aviso de esos riesgos. Entre tanto conviene no perder de vista los mecanismos ya clásicos de control del poder público, algunos muy sugerentes pero poco aplicado como es el caso de la rotación, la rendición de cuentas, la separación de poderes o la transparencia.
Del mismo modo, para defender unos servicios auténticamente públicos, es necesario afrontar el problema de la representatividad. Hoy hay una conciencia muy arraigada, aunque poco articulada, de que nuestros representantes no nos representan, pues han pasado a formar parte de las élites en el poder cuyo único objetivo real es mantener sus posiciones de auténtico privilegio. Las formas e instituciones políticas son a menudo tildadas de poco representativas, precisamente por su opacidad a las influencias que los poderes ejercen sobre ellas y a la poca vinculación entre las decisiones políticas y la voluntad de una ciudadanía muy poco y muy mal representada. El asunto no es en absoluto nuevo, pues también en las formas de organización política medievales e incluso de la sociedad estamental la representatividad era  un asunto primordial, al que se respondía con otros modelos organizativos. Quizá nuestra democracia parlamentaria, con discutible sistema de recuento del voto, agobiantes lisas cerradas y dinámicas de la tarea política ejercida en las Cortes poco sometida a escrutinio público, tenga un problema serio de representatividad que está necesitado de propuestas alternativas, empezando por puras protestas iniciales como las de rodear las sedes parlamentarias. A menudo consideramos que la sociedad no estaba representada en los órganos políticos del antiguo régimen(incluido el franquismo, por ejemplo) y, sin embargo, no reparamos en que lo que ocurría es que la «representatividad» estaba organizada de otro modo.
Lo anterior nos lleva a un último aspecto fundamental para construir unos servicios públicos. Hace falta romper con el enfoque calcado del mundo empresarial que distingue entre los prestatarios de un servicio (los funcionarios y los gestores, públicos o privados de los mismos) y los usuarios o clientes de los mismos. Sin negar la importancia de una adecuada valoración de los costes económicos de los servicios públicos para saber cuáles se pueden llevar a cabo y cuáles no, hay que aplicar más bien el criterio de que esos servicios tienen un valor, no sólo un precio, y que los usuarios no son clientes sino ciudadanos que tienen unos derechos que deben ser atendidos y que deben estar dispuestos a exigir y defender.
Para ese protagonismo activo de los ciudadanos son muy pertinentes las fórmulas autogestionarias de organización porque en ellas se reconoce a todas las partes implicadas el papel de sujetos activos para la definición de los objetivos que deben ser alcanzados y de los medios más adecuados para conseguirlos, así como para la gestión cotidiana de las orientaciones políticas (esto es, relativas a la polis o a la ciudadanía). Eso no consiste en una pura fórmula organizativa, pues al final todo, incluso proyectos políticos muy poco recomendables, puede ser autogestionado. O se puede aceptar la participación efectiva de las personas interesadas sin que eso se traduzca en la práctica en una auténtica participación en la gestión. Basta con ver, por ejemplo, el cansino y al final irrelevante modelo de participación de las familias y los estudiantes en los consejos escolares, fórmula participativa en acelerado proceso de descomposición. Parece evidente que lograr una ley universal pueda considerarse un avance en la búsqueda de equilibrios. Sin embargo mientras la ley no sea universal completamente y deje espacios de interpretación a los estados o los subestados (estados federados, municipios, comunidades), seguiremos avanzando en sentido contrario.
Son, sin duda, ideas reguladoras que pueden ayudar a orientar cuál debe ser nuestra defensa de lo público, pero dejan abiertas las formulaciones concretas sobre cómo se deben articular en la práctica. No tan generales como para no darse cuenta de que defendemos algunas medidas que podrían ser exigidas a corto y medio plazo, pero tampoco tan concretas como para convertirlas en organigramas o algoritmos formales y vacíos realmente de contenido. Retomando una mil veces citadas frase de Durruti, la defensa de unos servicios públicos, vinculada a la defensa de una sociedad genuinamente democrática, implica un profundo y renovado modo de vida, pues es en definitiva una manera distinta de ser, no sólo una manera de organizarse. Implica, por tanto, llevar un mundo nuevo en nuestros corazones, algo que la máquina burocrática del estado del bienestar ha deteriorado profundamente y algo que la mucho más poderosa máquina del bloque hegemónico neoliberal dominante no está en absoluto dispuesto a fomentar o recuperar.

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Un sindicalismo en tiempos difíciles https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/un-sindicalismo-en-tiempos-dificiles/ https://archivo.librepensamiento.org/2012/06/21/un-sindicalismo-en-tiempos-dificiles/#respond Thu, 21 Jun 2012 19:00:36 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3743 El sindicalismo atraviesa momentos muy difíciles, incapaz de ofrecer una resistencia eficaz a los duros ataques realizados por los neoliberales en el poder. Varias son las causas que han contribuido a esta gran debilidad del sindicalismo, algunas de ellas provocadas por equivocadas estrategias sindicales en las últimas décadas, Es posible, sin embargo, encontrar algunas pistas a partir de las cuales recuperar la capacidad combativa y transformadora del sindicalismo.

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Félix García Moriyón – Profesor de filosofía jubilado. Militante del Sindicato de Enseñanza de la Confederación de Madrid Castilla la Mancha de la CGT

No cabe la menor duda de que estamos en unos momentos muy difíciles, sobre todo para la clase obrera y también para la clase media. Ciertos rasgos generales de esta crítica situación son ya de sobra conocidos, pero no viene mal resumirlos brevemente para dar paso a algunas reflexiones que nos ayuden a mirar hacia delante.

Conviene, no obstante, comenzar con una matización de la primera frase, para no alimentar un cierto pesimismo que lleva a abandonar la tarea que nos ocupa. En la historia del sindicalismo, que se inicia a mediados del siglo XIX, ha habido etapas de mucha mayor dificultad que la presente. Desde luego, la etapa de sus inicios, cuando las condiciones de vida y trabajo de los obreros y campesinos eran mucho más duras que las actuales y lograr la organización de los trabajadores en sociedades de apoyo mutuo y defensa era una ardua tarea para la que no existían precedentes. O la etapa de los brutales enfrentamientos con la burguesía en las primeras décadas del siglo XX, con episodios tan lamentables como la represión sin contemplaciones orquestada por la patronal. Aquellos momentos difíciles se superaron con constancia, coraje y capacidad de innovación, afrontando las dificultades con un profundo sentido del apoyo mutuo y con unas metas muy claras. Nos tocan ahora nuestros propios problemas y quizá solo el hecho de que sean los nuestros los convierte en más graves que los anteriores.

Puede haber influido en cierta percepción derrotista justo la historia reciente. El gran pacto social acordado tras la sangrienta II Guerra Mundial, con el recuerdo de las dos terribles décadas tras la Gran Depresión de 1929 y con el telón de fondo del ejemplo proporcionado por la Revolución Rusa, hizo que en los países europeos se instalara un modelo “humano” de relaciones sociales de producción capitalista, en el que el reparto de los beneficios era más justo, las desigualdades disminuían y se mejoraban sensiblemente las condiciones materiales de existencia de la clase obrera, lo que daba lugar a la aparición y consolidación de las clases medias. Ese conjunto de circunstancias hizo creer a muchas personas que la lucha de clases en su sentido más fuerte, estaba ya superada. No se ponía en absoluto en cuestión las relaciones sociales de producción propias del capitalismo, pero se ofrecía la versión más amable y soportable del mismo: la enorme capacidad productiva del sistema proporcionaba bienes materiales a casi todos y además, sobre todo en la década de los sesenta, se profundizaba en la democracia haciendo que fuera más inclusiva y participativa.

Una crisis que comenzó hace tiempo

A partir de los años setenta, empezó a ser duramente cuestionado ese modelo desde las élites que controlaban los medios de producción buscando un reparto más favorable a sus intereses. Se inició entonces una lucha social a largo plazo que está en estos momentos en una fase importante en la que los objetivos principales de esas  élites se están cumpliendo de manera muy satisfactoria para ellas. Podemos resumir las líneas maestras de la ofensiva de esas élites en tres lemas: el sector público es ineficaz y anula la libertad de las personas con su obsesión por redistribuir la riqueza; la mejor manera de alcanzar una sociedad más justa es dejar absoluta libertad a los mercados y a la iniciativa privada; las exigencias democráticas, en especial la exigencia de demasiados derechos hace imposible la gobernanza y lleva a las sociedades a un completo colapso. Está en un momento crítico, por tanto, el llamado estado del bienestar o estado social de derechos y también el pacto social en el que se basaba.

No es esa la única crisis a la que tenemos que hacer frente, sino que la humanidad afronta otras crisis de enorme calado que están provocando una profunda reconfiguración del orden social, político y económico internacional. Empezaron también a percibirse en la década de los sesenta y los setenta: la exigencia de los países dependientes de lograr un mayor protagonismo en el control de sus vidas; la percepción clara de que el crecimiento económico basado en el uso abusivo de los recursos naturales tenía unos límites; el bum demográfico que planteaba un reto muy difícil de resolver. Cuatro décadas después, los países dependientes empiezan a tener mayor presencia real, pero no cómo soñaron los países no alineados, pues se han sumado al modelo capitalista de manera plena, un capitalismo financiero que ha reforzado la codicia depredadora e incrementado el consumo a través del endeudamiento masivo de la población Los límites del crecimiento se han recrudecido, espoleados por ese consumismo sin freno, y se concreta la amenaza para la supervivencia de la humanidad en un calentamiento global y en la escasez no sólo de los recursos energéticos, sino también del agua y de los alimentos básicos. Por último, existe una profunda crisis demográfica, especialmente visible en el envejecimiento acelerado de la población en los países del anterior centro del mundo y en los fuertes movimientos migratorios que pueden terminar provocando hondas convulsiones sociales.

Pues bien, en ese marco de crisis global en que los diversos actores sociales están jugando sus bazas para lograr una posición mejor que la que tenían en el período anterior, los sindicatos han sido pillados en gran parte con el pie cambiado  y pueden ser uno de los sectores que más pierdan durante este proceso de cambio. Aunque no está del todo claro que los llamados treinta gloriosos en Europa (de 1945 a 1975) fueran una consecuencia de la acción sindical, está claro que los sindicatos más poderosos desempeñaron un papel importante y se sentaron en casi todas las mesas de negociación para diseñar el Estado de Bienestar. En España, también, aunque con diferencias peculiares; lo más parecido a lo ocurrido en Europa se da desde 1978 hasta 1992, con Pactos de la Moncloa incluidos. Y también está claro que desde el inicio del ataque de las élites, a comienzos de los años setenta, los sindicatos se convirtieron en uno de los enemigos sociales a batir. En aquellos años aparecieron además otros movimientos sociales que contribuyeron a incrementar la calidad democrática de las sociedades; esa fue la gran aportación del feminismo, el pacifismo y el ecologismo, junto con la lucha por los derechos sociales.

Las élites vieron en los sindicatos un estorbo para su proyecto de una sociedad neoliberal, guiada por el libre mercado. Dos combates fueron simbólicos en aquellos primeros años: la derrota de los controladores aéreos por Ronald Reagan y la derrota de los mineros por Margaret Thatcher. Desde entonces no han faltado los enfrentamientos duros ni las pequeñas escaramuzas, pero el declive de la capacidad de los sindicatos no ha cesado. Es más, si utilizamos una metáfora deportiva para describir lo que está pasando justo en estos momentos, verano de 2012, podemos decir que las élites van ganando el partido a los sindicatos por 6 a 0. Queda mucho partido por delante, pero muy mal están las cosas para nosotros y para todos aquellos que, sin formar parte del sindicalismo, están igualmente en el lado de los perdedores.

provocando una cierta impotencia

¿Cómo hemos llegado a esta impotencia, a esta falta de capacidad de respuesta en defensa de unas condiciones de vida y de trabajo que comenzaban a ser bastante satisfactorias? Son muchos los factores que inciden en esta situación y no es posible analizarlos todos, aunque es posible señalar algunos de ellos que podemos considerar como los más significativos. En el caso específico de España, puede que el principal problema haya sido la consolidación a partir de la restauración democrática de un sindicalismo de negociación, convirtiéndose los dos grandes sindicatos en organismos no gubernamentales, con presupuesto en gran parte a cargo del Estado, a los que se reconoce la tarea de negociar con la patronal y el gobierno las condiciones de trabajo. Comisiones Obreras partía de una experiencia previa de lucha durante la dictadura que capitalizó algo fraudulentamente a su favor, mientras que UGT se creó casi de nuevo, al amparo del PSOE. El anarcosindilismo se reconstruía casi desde la nada, aunque contando a su favor con las simpatías por el movimiento libertario generadas por los movimientos sociales de la década anterior. Los dos grandes sindicatos se apoyaron desde entonces en una potente superestructura, bien financiada por dinero público y mucho menos por las cuotas de sus afiliados. Su tarea entonces, abusando del reconocimiento legal como entidades más representativas, consistió en sentarse en todas las mesas de negociación para obtener mejores condiciones laborales; solo muy de vez en cuando recurrían a las movilizaciones de los trabajadores para contar con más fuerza en el momento de negociar. Por su parte, los trabajadores empezaron a ver en el sindicato sobre todo una gestora de servicios, en especial de servicios jurídicos, y las elecciones sindicales introdujeron en la vida sindical muchos de los males de la democracia representativa que ahora se critican con dureza. La militancia decayó con fuerza y la afiliación también disminuyó sensiblemente. La burocracia sindical empezó a tener intereses parcialmente distintos a los de los trabajadores a los que representaban. En cierto sentido, los grandes sindicatos pasaron a ser parte de los problemas que ahora tenemos y no debe extrañarnos el descrédito que se refleja en las sucesivas encuestas de opinión, muy cercano al descrédito que padecen los políticos.

El sindicalismo de negociación quizá pueda servir en tiempos de bonanza en los que las élites están dispuestas a repartir y se difunde la falsa creencia de que los intereses de ambas partes pueden llegar a puntos de acuerdo de suma cero, sin perdedores ni ganadores. Cuando vuelve a manifestarse el lado duro del capitalismo, cuando empieza a estar claro que los intereses son contradictorios y no solo contrarios, negociar ya no es la estrategia más adecuada, sobre todo si esa negociación no está precedida por movilizaciones sociales y por una acción directa que haga ver a las élites económicas y políticas que no se está dispuesto a tolerar un reparto injusto y una economía basada en la explotación y opresión de los trabajadores, excluidos completamente de la participación activa en la gestión de las políticas sociales y económicas, tanto dentro de la empresa como en el país en general.

Que nos llevó a una situación de postración

Si el diagnóstico es correcto, el tratamiento necesario para salir de esta situación de debilidad es relativamente claro. Es necesario reconstruir un sindicalismo más combativo apoyado en lo que siempre fue su mayor fuerza: la acción solidaria de los trabajadores que mediante la acción directa y el apoyo mutuo, hacen frente a la patronal y a sus socios políticos y reclaman no solo un reparto más equitativo de la riqueza generada en el proceso productivo. Eso implica reforzar los niveles de militancia dentro de la propia organización, apoyarse mucho más en las cuotas de los afiliados sin ponerse en manos del Estado que, al controlar los fondos económicos, yugula el caudal de la lucha reivindicativa y narcotiza el deseo de una real transformación social. Eso exige igualmente el incremento de la afiliación, conectando más directamente con los intereses de los trabajadores para que lleguen a percibir el sindicalismo como su genuina asociación de apoyo mutuo y cambio social. Y eso implica también comenzar por una potente labor de formación interna que profundice en una acertada comprensión de cuáles son los males que deterioran la vida de los trabajadores y cuáles son los medios más adecuados para remediar esos males.

Cierto es que la tarea no es nada sencilla. En gran parte eso se debe a un segundo aspecto de la situación actual que tiene una incidencia devastadora en las posibilidades de una acción sindical efectiva. Las élites en el poder llevan orquestando una campaña ideológica muy eficaz desde los inicios de los años setenta, que ha resumido muy bien Naomi Klein con su reflexión sobre la doctrina del choque: de manera sistemática, recurriendo a lemas muy sencillos pero contundentes, la derecha ha conseguido inducir el miedo, convenciendo a toda la ciudadanía de que la situación es muy grave y de que son necesarias medidas muy dolorosas que restauren una economía en crisis y un Estado del bienestar superado por demandas que ni puede ni debe satisfacer.  Aplastan con contundencia los intentos de rebelión incluso cuando son fuertes, como ha ocurrido en Grecia, y aprovechan la situación para imponer su programa, ya sea a través de gobiernos elegidos (caso de España o Inglaterra) ya sea a través de tecnócratas salidos de sus filas (como en el caso de Italia o de Grecia). Logran de ese modo inocular el pesimismo en la clase obrera y en la ciudadanía en general, que agobiadas por el miedo provocado por el discurso apocalíptico de los dirigentes, terminan aceptando resignadas la servidumbre voluntaria de quienes piensan que nada puede ser hecho.

A la que hay que encontrar soluciones

También en este caso, si el diagnóstico es certero, parecen estar claras las pistas de solución que deben orientar nuestra práctica sindical y social. Se impone en primer lugar librar con intensidad la batalla ideológica, contrarrestando los lemas falaces de las élites dominantes con un discurso alternativo que ponga de manifiesto la estrategia de ocultación de la realidad y de imposición de un durísimo programa de recuperación de la extracción de plusvalía y del control autoritario de la vida social y política. Chomsky es un buen referente que ofrece, además de su ejemplo personal, algunas pistas para llevar adelante esa tarea. Debemos recuperar el lenguaje de crítica radical del desorden establecido y volver a plantear los grandes objetivos de emancipación y transformación radical de la sociedad que constituyeron la bandera de movilización de las luchas obreras, sociales y políticas desde los orígenes del sistema social contemporáneo.

Del mismo modo es necesario replantearse las tácticas de lucha social para lograr una mayor eficacia. Estamos lejos de poder organizar con mínimas posibilidades de éxito acciones de enfrentamiento global, como es la huelga general revolucionaria. No está claro que haya tenido eficacia en algún momento de la historia de las luchas obreras, pero en estos momentos la correlación de fuerzas es demasiado desfavorable y apostar por esos instrumentos de lucha puede conducir a incrementar el pesimismo tras la experiencia de la derrota. Pero no son imposibles otras tácticas de enfrentamiento radical que, con logros parciales, restituyan la confianza de los trabajadores en su fuerza y en la capacidad de provocar cambios reales en las relaciones sociales de explotación y dominación. Para el diseño de acciones directas concretas, es necesario recuperar y reelaborar las propuestas de desobediencia civil y de no violencia activa que forman parte de un sector significativo de la tradición anarquista, menos visible para la historia oficial que sigue identificando el anarquismo con el uso ciego y desmedido de la violencia, e incluso para la historia oficial anarquista que no le da la importancia debida, pero de gran calado y capacidad transformadora.

Hay un tercer aspecto que tiene un impacto decisivo. La fase actual del capitalismo financiero de gran capacidad depredadora ha sido potenciada exponencialmente por la globalización. El mercado de valores en tiempo real, que se extiende a todo el mundo con una gran capacidad manipuladora y especulativa, ha conferido a la élite dominante una fuerza superior a la que tenía hasta el momento. El mismo hecho de que la noticia fundamental y primera en los grandes informativos sea el mercado de valores, con la prima de riesgo como protagonista decisiva, deja bien claro dónde se sitúa en estos momentos el epicentro del poder. Para la élite hegemónica es sencillo coordinar sus actuaciones depredadoras en servicio propio, estando eficazmente presente en el mundo económico y financiero y también en los gobiernos y los organismos internacionales. Se ha apropiado del internacionalismo que había sido marca distintiva del movimiento obrero clásico y, apoyados incluso en círculos eficaces de coordinación como lo fue en su momento la trilateral o lo es ahora el club Bildenberg, imponen sus leyes, mejorando su posición de privilegio.

No se ha dado una capacidad de coordinación similar entre los trabajadores de todos los países y tampoco entre toda la ciudadanía. Cierto es que las redes sociales ─en el caso español es significativo el movimiento del 15-M─ están logrando una apreciable capacidad de movilización globalizadora, que tiene indudable impacto, pero no se pude decir lo mismo de las internacionales sindicales, mucho menos de la OIT, un organismo que adolece de los mismos problemas que afectan a nuestros grandes sindicatos. Hace falta, por tanto, profundizar en la acción coordinada y solidaria de los trabajadores de todo el mundo, recurriendo a las enormes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Hay que evitar, por ejemplo,  que las élites puedan utilizar las duras condiciones laborales de los trabajadores de otros países, como China o India, o como los inmigrantes ilegales, para cambiar a la baja las condiciones laborales de los trabajadores europeos. La coordinación es igualmente necesaria para evitar que, hábilmente manipulados como ya ocurriera en las dos grandes guerras del siglo pasado, los trabajadores colaboren con las maniobras pseudonacionalistas de acentuación de la competencia, una de las claves del modelo insolidario de relaciones solidarias en el que nos movemos en la actualidad.

Termino mis reflexiones llamando la atención sobre otro aspecto de gran importancia. Las reivindicaciones que orientan las luchas de los sindicatos han perdido calado y alcance. En gran parte se han limitado al gestionar el reparto de lo que hay, pero parece que han dado por bueno que el ideal socialista (sea autoritario o libertario utilizando la antigua terminología) se reduzca a la consolidación del Estado del bienestar, un Estado sin duda mejor que los anteriores, pero que no cumple los ideales centrales de una sociedad sin opresión ni explotación, una sociedad en la que la igualdad, la libertad y la solidaridad no sean palabras retóricas con escasa incidencia en la configuración real de la sociedad. Sin grandes ideales, sustentados por un sólido optimismo que es consciente de las dificultades pero no se arredra ante ellas, poco se puede hacer. Si reducimos drásticamente nuestras exigencias y nuestras expectativas, hemos empezado la lucha por el reconocimiento admitiendo la derrota final incluso en el supuesto de que consigamos ser escuchados.

Tenemos que recuperar el realismo de pedir lo imposible, pues para pedir sólo la miseria de lo posible ya están quienes nos imponen sus objetivos. Para ello, además, el anarcosindicalismo debe recuperar el ideal de transformación radical de la sociedad, lo que incluye vincular las luchas estrictamente sindicales a todas las demás luchas sociales empeñadas en hacer presente una manera completamente distinta de articular las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Sólo siendo algo más que un puro sindicato de lucha centrada en la vida laboral de los seres humanos podremos dotar a nuestro esfuerzo de una capacidad de impacto transformador de la realidad social que haga que merezca la pena. Es irrelevante en estos momentos apostar por la implantación definitiva de una sociedad justa en un futuro más o menos lejano; es igualmente irrelevante pensar que el futuro que se nos viene encima es un mundo apocalíptico con unas condiciones de existencia completamente degradadas. Lo que es totalmente importante, lo que es crucial y marca una diferencia es estar convencidos de que aquí y ahora es posible hacer ya presente un modo de vida alternativo. Y luchar por su generalización a todos los ámbitos de la sociedad.

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La prostitución no es un trabajo https://archivo.librepensamiento.org/2010/09/21/la-prostitucion-no-es-un-trabajo/ https://archivo.librepensamiento.org/2010/09/21/la-prostitucion-no-es-un-trabajo/#comments Tue, 21 Sep 2010 11:38:34 +0000 https://librepensamiento.org/?p=3470 Vanesa Ripio trabaja en el ámbito de la educación social.

Félix García Moriyón es militante del Sindicato de Enseñanza de Madrid de la CGT.

Reaccionando ante un acuerdo congresual que rompe con la tradición libertaria, nuestro trabajo aborda en un primer momento el contexto social y económico que subyace a la actual configuración del problema de la prostitución, para pasar a continuación a formular las líneas centrales del análisis teórico de las relaciones sexuales interpersonales, terminando con una refutación de cada uno de los argumentos expuestos en los acuerdos.

Si repasamos la historia del movimiento libertario en España, un hecho parece claro: todos ellos veían en la prostitución una práctica de dominación, en la que se ejercía eficazmente la opresión de una parte más débil por otra más fuerte. Capitalismo y Patriarcado confieren al ejercicio de la prostitución unos rasgos propios, vinculados a las relaciones de dominación masculina de la propia institución del matrimonio monogámico patriarcal. Las mujeres quedaban en ambos casos bajo tutela masculina, tanto legal como económica, quedando así sujetas al poder arbitrario de un varón, ya sea éste un padre, un marido o, claro está, un proxeneta y/o prostituidor. En todos estos casos, el denominador común es un individuo varón que somete y queda sometido a un modelo social viril dominante que, cada vez más, irá dejando atrás el modelo patriarcal tradicional para ir asumiendo los nuevos preceptos de la hermandad liberal capitalista. La  burguesía  se atribuye así el poderío para organizar la sociedad desde sus principios liberal-capitalistas mediante el ritual de la firma de un contrato. Dicho ritual se propone eliminar las huellas del derecho originario de acumulación patriarcal del poder, pero proyecta continuar la exclusión patriarcal de las mujeres de esos derechos políticos y económicos.

El ejercicio de la fuerza derivado del derecho de guerra que sometía al esclavo antiguo es rechazado en favor de un intercambio económico entre “iguales”. Todos los varones son naturalmente iguales, es decir, propietarios de sí mismos y de su capacidad de trabajo; y, libres, pueden venderse y comprarse unos a otros en el Mercado libre. El contrato conyugal, por su parte, se articula como derecho mutuo al cuerpo del cónyuge y tiene como fin la preservación de la especie. La clase dominante preserva la propiedad mediante el armonioso encuentro de los intereses individuales de señores y de sirvientes; mientras que para la preservación de la especie, es decir, del derecho de acceso de los varones al cuerpo de las mujeres no hace ninguna falta mentar la libertad y basta con unos cuerpos a los que se les reconocen unas necesidades afectivas y sexuales que el contrato matrimonial procura satisfacer. Dos contratos para dos modos de dominación: de una parte, el contrato salarial abastece el mercado de fuerza de trabajo barata; de otra parte, el contrato matrimonial asegura que las mujeres sigan desposeídas económica y políticamente, abasteciendo así el mercado matrimonial de cuerpos sumisos, si no esclavos. Es interesante detenerse en la paradoja que los une: en ambos contratos se dice una cosa que, en verdad, debe dejar clara la contraria. Tal es el efecto de la palabra del poder. Por más que sirviente y asalariado sean iguales de derecho, están muy lejos de serlo de hecho. Los hechos muestran que el juego está destinado a sostener e incrementar el poder económico de los amos sobre sus contratados. De modo análogo, las mujeres no tienen ningún derecho sexual sobre el cuerpo del esposo y están obligadas a ceder el suyo propio a la arbitrariedad del primero.

La «libre voluntad» de las mujeres bajo las condiciones estipuladas en el contrato consiste en una cesión pacífica de todos sus derechos e intereses sexuales, económicos y sociales a los varones. La libertad del asalariado como la de la esposa acaba ahí donde comienzan los intereses del varón capitalista dominante. En los dos casos, lo que verdaderamente deja libre el contrato es el poder arbitrario de éste. El contrato establece, por lo tanto, las exigencias de su particular tratado de paz, que será tal mientras se le deje hacer. A esta violencia, convenientemente ocultada, que fluye «de mutuo acuerdo», podrán añadirse (leemos en la letra pequeña) las hostilidades necesarias encaminadas a evitar cualquier cambio en la situación.

Pero la historia sigue y, a pesar de la inercia institucional, la lucha, la obrera y la feminista, produce acontecimientos, cambios históricos frente a los cuales el poder se ve obligado a reaccionar. Esta Reacción consiste en buena parte en estrategias cuyo fin es debilitar con todos los medios a su alcance, a quienes se rebelan. 

En los momentos en los que los anarquistas tenían capacidad de llevar adelante sus ideales de futuro implicaban, una de las medidas que tomaban era la clausura de los prostíbulos, porque eran instituciones intrínsecamente opresoras. Las medidas adoptadas de inmediato para ofrecer a las mujeres que ejercían la prostitución un camino de liberación personal y social consistían básicamente en darles formación personal para iniciar una nueva vida en la que ellas mismas serían dueñas de su persona y más en concreto de su propio cuerpo, es decir, de ellas mismas, hasta ese momento convertido en mercancía y ofrecido para la satisfacción de las pulsiones dominantes de los hombres.

Al mismo tiempo, toda la reflexión teórica en torno a la liberación sexual, enmarcada bajo el genérico título del “amor libre”, constituía una denuncia permanente de la doble degradación que las relaciones interpersonales sufrían en la sociedad que criticaban. Esta degradación se alimenta tanto de matrimonio institucional como de lo que queda en sus márgenes. La prostitución no es sino el correlato del matrimonio, el mercado negro de unos cuerpos en los que penetra, como viera Foucault, el poder. Estas relaciones sexuales dominantes, como las económicas, obtienen su fuerza al naturalizarse como las únicas posibles, viables y eficaces. Esta conducta sexual única está contemporáneamente mantenida y reproducida por la pornografía y la prostitución.  En un mundo simbólica y físicamente dominado por los varones y por los valores del capital, el negocio de la prostitución es el punto de encuentro violento, paradójico y económicamente rentabilísimo, entre el patriarcado y el capitalismo.

La feminista radical norteamericana Kathleen Barry considera el negocio de la prostitución como el resultado del movimiento reactivo llevado a cabo por el patriarcado tras los logros emancipatorios a los que ha dado lugar el feminismo, en particular, en los países del llamado Primer Mundo. El declive de la institución matrimonial se ha reparado mediante la inducción ideológica a ver en la prostitución un acto de autonomía laboral y, por ende, personal, análogo al llevado a cabo por la lucha obrera. Sin embargo, lo cierto es que este giro ideológico, que pretende tomar fuerza de hechos verdaderamente emancipatorios, es, en sí mismo, profundamente reaccionario. Todo cambia para que nada cambie. De nuevo, las mujeres se reconocen como tales en la renuncia, en la cesión del propio cuerpo, es decir, su libertad y autonomía personales y, en particular, sexuales; asumiendo como inevitable la condición de esclavas del otro sexo. Lo novedoso es ahora su inclusión en el contrato salarial, es decir, la adaptación de la dominación masculina a las nuevas condiciones de emancipación parcial económica de las mujeres. Ciertamente, cualquier neoliberal estaría muy de acuerdo en denominar a esta situación: «trabajo» del sexo; convierte así, paradójicamente, el sometimiento más viejo del mundo en un medio de integración económica, social y personal. Emulando el lema de los campos de concentración, la mayoría de las personas, especialmente las más vulnerables como las mujeres, asumen que «el trabajo las hará libres», incluso el que se realiza en condiciones de extrema explotación y dominación. 

En un momento histórico de crecimiento exponencial del ejercicio de la prostitución, una de las centrales más representativas del anarcosindicalismo español, la CGT, da un giro radical y, alegando proteger a las víctimas, las relega a la condición de personas falsamente redimidas gracias a su pleno reconocimiento como trabajadoras, término que no se utiliza ya en sentido eufemístico, como en la tradición misógina, sino en el sentido en el que los obreros conscientes de su dominación de clase hablaban con orgullo de su condición de trabajadores exigiendo que los campos y las fábricas pasaran a ser gestionados directamente por quienes de hecho trabajaban. El grito liberador es ahora: «El prostíbulo para quien lo trabaja». Se quiebra de este modo tanto una crítica teórica como una práctica de intervención social revolucionaria. ¿Cuál es la fuente de esta contradicción? ¿Cómo pude defenderse una estrategia que contradice la historia toda de la lucha libertaria y coincide término por término con los intereses hegemónicos? Conviene destacar la debilidad teórica del acuerdo aprobado y la ausencia total de enfoque revolucionario en las medidas propuestas.

CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ

Como todos sabemos, nos encontramos en una fase de desarrollo del capitalismo en la que la globalización y la colonización de todos los ámbitos de la vida cotidiana por el fetichismo de la mercancía han alcanzado un elevado nivel de implantación. Uno de los motores fundamentales de la extracción de plusvalía es el consumo, por lo que se ha radicalizado una cultura de la satisfacción inmediata de las pulsiones básicas del ser humano, pulsiones y satisfacción en gran parte construidas como consumo compulsivo de los bienes puestos a nuestra disposición por la estructura productiva. La estrategia fundamental del bloque dominante consiste en convertir todos los posibles satisfactores de las necesidades humanas en mercancías que puedan ser vendidas e incluso en crear nuevas necesidades que se ajusten mejor a la extracción de plusvalía y el sometimiento de las personas. Siguiendo a Henry Ford, se democratiza el consumo para mantener la extracción de plusvalía. Pero, además, hace ya tiempo, como bien señala Rafael Sánchez Ferlosio, que el capitalismo ha dejado de producir bienes para producir directamente consumidores.

En este contexto, destaca el hecho de que el comercio de armas, la trata de personas con fines de esclavitud sexual y el comercio de drogas se han erigido, en este orden, como los tres sectores más rentables de la economía mundial. Esta lógica productiva se extiende como ideología dominante a la fundamentación de la naturaleza humana y de las libertades y derechos que han de acompañarla. Volviendo de nuevo a toparnos con la paradoja que ya expusiéramos arriba, podemos sospechar que cuando se nos habla de la necesidad de la liberación del sexo bajo la forma de su comercialización y consideración como «trabajo», de lo que propiamente se nos está hablando es de todo lo contrario. Tras el frontón de entrada donde podemos leer: «El trabajo sexual os hará libres», queda la realidad, que algunas personas parecen no ver, de las prácticas de dominación esclavista que penetran los cuerpos generalmente de las mujeres y de las niñas y niños, pero asimismo de modo creciente, de otros varones. Estos hechos, son el resultado de la violencia estructural y material del capitalismo que surte incesante y continuamente el mercado global de cuerpos de mujeres, y que reproduce un tipo de hombre, que ha de reconocerse en el eufemísticamente término de “cliente”. Sin duda, esta nueva formulación del eterno masculino dominante se ha impuesto en todos los ámbitos posibles como santo y seña del ciudadano libre, esto es, del agente socio-económico dominante que el Mercado no puede parar de producir si quiere seguir existiendo.

 Cuando nuestros compañeros y compañeras reglamentaristas consideran que: «el trabajo sexual debe situarse en el mismo plano que el resto de trabajo, en lucha legítima y legal contra la marginación y la exclusión social», nos preguntamos cómo es posible que la lucha libertaria oculte la historia y naturalice la violencia estructural y material que penetra los cuerpos para reproducir esos cuerpos perpetradores de violencia pero, ante todo, esos cuerpos violentados y vejados a cambio de un salario «legal». ¿Nos estamos convirtiendo todos en potenciales clientes y trabajadoras del sexo? La producción de clientes se lleva a cabo, en buena parte, convirtiendo cuerpos en mercancía que se pueda vender, como todo lo demás. Pero todavía más democratizando su uso, es decir, el abuso crecientemente violento que propaga la pornografía, ofertando una amplia variedad tanto en la cantidad como en la calidad, no solo de los cuerpos penetrados por el poder, sino de las prácticas de poder mismas, a la variedad de órganos y objetos con los que esos cuerpos pueden ser penetrados y a su grado de violencia. Reproducimos parte del artículo «Australia (Victoria): legalización de burdeles, cultura de la prostitución…» (22-4-2009) de la profesora de la Universidad de Melburne, Sheila Jeffreys  y recordamos a la lectora o lector que la prostitución está legalizada en Australia:

Vamos a considerar los burdeles legales de Melbourne, supuestamente la crême de la crême de la prostitución. Una de mis alumnas investigó en un burdel legal entrevistando a las mujeres antes y después de sus «citas» sobre los límites que intentan crear para controlar lo que los hombres eran capaces de hacerlas y hasta qué punto estaban satisfechas.

El burdel que ella estudió tenía un salón en el cual tenían lugar las introducciones. Todas las mujeres esperaban en el salón. Los hombres entraban de uno en uno para hacer su selección y ellas tenían que competir para ser elegidas. Se levantan y tocan a los hombres sexualmente y compiten con las demás en ofrecer lo que van a darles. Algunas llegan a ofrecer sexo sin usar condones si necesitan particularmente el dinero. Después suben a la habitación. A menudo ellas se aplican lubricante en el baño porque los hombres serían infelices si tienen la impresión de que ellas no están excitadas sexualmente y algunos se negarían a pagar. Entonces la mujer tiene que intentar controlar el encuentro. Los hombres a veces quieren un «todo alrededor del mundo», esto es, acceso a cualquier orificio de cualquier forma y el derecho a tocar cualquier parte del cuerpo de la mujer. Ella entonces debe luchar para restringirle sin perder al cliente.

Los hombres pueden retorcer pezones y penetrar los dedos dentro del ano de las mujeres.

Una mujer relato que cobraba $500 por una penetración anal pero que dependía de lo larga que fuese, un pene más largo significa más dolor.

Otra mujer dijo que un hombre empezó a ponerse lubricante en el puño y cuando ella le preguntó que para que lo hacía el contestó que para joderla con el puño.

La demanda de joder con el puño sugiere que el aumento de violencia y prácticas vejatorias llevadas a cabo sobre mujeres en pornografía están educando a los hombres en los que desean hacer a las mujeres, primero en la prostitución y después con sus compañeras. Esto también se refiere al sexo anal.

Una mujer cuando bajaba después de su «cita» se duchaba durante 10 minutos con agua muy caliente para quitarse la suciedad de su cuerpo. Antes de una cita una mujer tenía carne de gallina, su piel se estremecía al pensar en lo que tenía que pasar. Por un abuso sexual es para lo que paga el hombre. Las mujeres disocian la experiencia horrorosa para sobrevivir usando técnicas psicológicas o drogas y alcohol.

Así es como se ejecuta el sexo libre de los dominantes, de esos que pueden y quieren satisfacerse en el amplio mercado de la prostitución, más de un 90 por ciento de la cual en España, según los datos de la Policía Nacional, está en manos de las mafias.

 

LAS MEDIDAS PARA HACER FRENTE AL PROBLEMA DE LA PROSTITUCIÓN

Todas las fuerzas sociales, desde el tribunal de Estrasburgo, hasta el Tribunal Supremo de España, desde el Partido Popular hasta Izquierda Unida, desde la U.G.T. hasta la C.G.T, y otros grupos de diversa procedencia comparte dos puntos: a) la prostitución se ha convertido en un serio problema social (para algunos también, y sobre todo, estético y de imagen), que no para de crecer, aunque no hay cifras del todo fiables; b) la trata y comercio de seres humanos es el eje sobre el que se articula ese crecimiento, hasta afectar a más del 90% de la prostitución. No hay, sin embargo, acuerdo en el modo de afrontar el problema y el desacuerdo es mayor cuando se habla de la legalización.

Todo el mundo defiende que las personas que practican la prostitución deben contar con asistencia sanitaria plena y con apoyo socio-sanitario para evitar las muy negativas consecuencias derivadas de la práctica sistemática de la prostitución. Todos defienden igualmente que se deben tomar medidas duras contra los traficantes de seres humanos y contra el ejercicio del proxenetismo. Por último, hay un elevado consenso en perseguir el turismo sexual incluso en el país de origen del cliente, en especial cuando se trata de niñas y niños. No hay, sin embargo, unanimidad cuando se proponen medidas concretas para combatir estas prácticas que todo el mundo condena, aunque todos son conscientes de que se deben buscar medidas variadas, complejas, coordinadas, que afecten a las diferentes dimensiones del problema. El desacuerdo fundamental radica en la legalización de la prostitución; defendida por el acuerdo del XVI Congreso de la C.G.T., nuestra posición es contundente: la legalización remedia muy pocos problemas y ayuda a consolidar socialmente una práctica que es intrínsecamente violenta.

Los Estados reglamentaristas del Bienestar de las sociedades capitalistas tales como Australia, Holanda e Italia han puesto en marcha una serie de medidas de protección hacia las mujeres víctimas de trata o forzadas a prostituirse y, al mismo tiempo, han declarado la prostitución como una actividad laboral más. Frente a estas víctimas de la prostitución forzada, se habla de trabajadoras del sexo para referirse a aquellas que se han convertido en supuestos agentes socio-económicos de pleno derecho.

El discurso de la reglamentación de la prostitución adopta de lleno el modelo viril-liberal acorde con el sistema de dominación vigente. Al distinguir entre los derechos e intereses de las trabajadoras del sexo y las necesidades de protección de las víctimas de la prostitución forzada, muestra cómo la libertad nada tiene que ver con la resistencia y la negativa a someterse a las prerrogativas del agente o agentes opresores sino que recae de nuevo del lado de la venta de una misma, durante un tiempo determinado, por un salario y bajo las condiciones “legalizadas” que estipule el contrato, no importa su grado de violencia. Cualquier actividad es susceptible de ser declarada libre si la paga es buena. Ahora bien si se les paga mal, podemos acordarnos de la violencia y declarar víctimas a aquéllas que la padecen.

El colectivo Hetaira y otros a favor de la legalización,  afirman que «la mujer obligada por terceros a ejercerla prostitución», mediante «condicionamientos muy fuertes y muy importantes» no puede compararse a la mujer que libremente, motivada por condicionamientos socio-económicos, se ve obligada a tomar ciertas decisiones. Sería una trivialidad que el Estado —llevado a confusión por la condición esclava de más del 90 por ciento de aquéllas— no velara por esas otras ciudadanas de pleno derecho que actúan como agentes socio-económicos libres, esto es, como propietarias de sí mismas que pueden venderse en el mercado libre de la prostitución, que equivale aquí al mercado de la prostitución libre. No se menciona aquí ni a prostituidores ni a proxenetas, como si fueran ellos mismos, como en el caso de nuestro ideólogo liberal, los redactores de estos argumentos tan coincidentes con sus propios intereses. Además, si se recuerda el último punto del acuerdo del Congreso, todo argumento o hecho expuesto y encaminado a incidir, como hemos hecho aquí, sobre la violencia estructural y material de aquéllos podrá interpretarse como «paternalismo». Pero, ¿dónde están las voces de todas esas mujeres explotadas? ¿Acaso pueden hablar estando como están sometidas a «condicionamientos muy fuertes y muy determinantes»? ¿Cómo pueden considerarse en algún sentido parte de una trivialidad o de una actitud paternalista?

El discurso de la reglamentación de la prostitución supone que la reivindicación de derechos e intereses relativos a la especificidad social de cierto grupo «favorecido» por el Mercado terminarán por alcanzar la igualdad social en algún punto. Pero, la suya no es una lucha contra el sistema de dominación capitalista-patriarcal sino una adaptación socio-económica, es decir, una liberalización del mismo: una aceptación de la prostitución de mercado. Podemos justificar nuestra posición revisando uno a uno los escasos argumentos que ofrece el acuerdo.

a)    Reconocer las sentencias de los tribunales

Las personas defensoras del acuerdo citan sentencias del Tribunal de Estrasburgo, a las que nosotros podríamos añadir otras del Tribunal Supremo en España que avalan la consideración de la prostitución como un trabajo más, al que se le debe exigir que se adecue a lo establecido por el Estatuto de los Trabajadores. Es un pobre argumento apelar a una autoridad institucional para justificar una práctica social: los tribunales, por muy altos que sean, no pueden constituir una genuina fuente de argumentación, salvo en el plano estrictamente jurídico. La jurisprudencia sirve como argumento para jueces, abogados y fiscales, pero la sociedad, y mucho más las organizaciones que pretenden realizar una revolución social que trastoque radicalmente el “des”-orden legalmente estableció deben cuestionar críticamente estas decisiones judiciales.

b)   Impulsar la auto-organización y evitar el paternalismo

Hay algo de obvio en esta propuesta, pero su misma obviedad la convierte en irrelevante. Cierto es que nadie libera a nadie y las tareas de liberación deben ser siempre de abajo arriba, asumiendo el protagonismo las personas que están afectadas por el problema. Deben ser ellas las que hablen, lo cual exige que se les ayude a expresar sus propias carencias y sus expectativas de cambio radical en sus condiciones de existencia. La ayuda externa es necesaria, pues quienes han sido sistemáticamente privados del poder de desarrollar su propio proyecto existencial, quienes ni siquiera gozan de la capacidad de expresar con claridad lo que quieren y buscan, quienes están en situaciones de extrema vulnerabilidad, necesitan esos apoyos iniciales. Pero siempre se trata de que lo antes posible asuman el pleno control de sus reivindicaciones.

Ahora bien, la auto-organización es condición necesaria, pero no suficiente. Son muchas las cosas que se pueden autogestionar y no todas ellas se convierten en positivas por el hecho de que las personas interesadas asuman el protagonismo. Recordemos, por ejemplo, que los círculos de calidad aplican la autogestión, pero solo en un nivel de la empresa, garantizando de ese modo mayor productividad, a beneficio del empresario. Además, se pueden dar formas autogestionarias para objetivos muy poco libertarios, como ocurre en muchas cooperativas laborales.

En todo caso, es muy importante que esas personas inicien la recuperación del control de sus propias vidas y que evitemos la intervención contraproducente de expertos, asistentes sociales burocratizados o salvadores mesiánicos de personas desvalidas.

c)    La sindicación de las trabajadoras del sexo

Como todo proceso argumentativo, la aceptación de los primeros pasos lleva ineludiblemente a la aceptación de los últimos. Si admitimos que es un trabajo como cualquier otro, si consideramos que las condiciones laborales de las personas que trabajan en el sector son muy deficientes, incluso, inaceptables, no nos queda más remedio que favorecer su sindicación para luchar por sus derechos. Colateralmente no deja de ser llamativo que, si bien el acuerdo empieza hablando de las trabajadores y los trabajadores del sexo, prácticamente todas las propuestas se centran en las trabajadoras. De todos modos, no se sigue de esto que tengan que afiliarse a un sindicato anarconsindicalista, pues en nuestro caso ya está vetada la sindicación de otros sectores laborales, como los funcionarios de prisiones.

Cierto es que hay otros sindicatos, como los de maquinistas o controladores aéreos, pero son solo asociaciones gremiales que luchan por mejorar sus condiciones de trabajo, pero nunca se plantean el sindicalismo como proceso de radical transformación de la sociedad. Desde luego nada podemos objetar a que las prostitutas o los prostitutos deseen asociarse gremialmente; no es asunto de nuestra incumbencia, salvo por el hecho de que siempre criticaremos ese tipo de sindicalismo de miras estrechas. Tampoco podemos objetar que se sindique en sindicatos que se consideran de clase y revolucionarios, pero que hace ya tiempo que perdieron esa condición. Lo que sin duda plantea el acuerdo es que puedan sindicarse en la CGT, pensando, por tanto, que van a desarrollar una lucha revolucionaria, no solo de defensa de sus derechos. Si así fuera, como consta en los prenotandos del acuerdo, el primer punto de la tabla reivindicativa de ese hipotético sindicato sería la desaparición del puesto de trabajo y la reconversión profesional de todas las personas que trabajan en el sector. Abandonada esa reivindicación por autodestructiva sindicalmente, habrá que entrar en negociar derechos y deberes, horarios, vacaciones, tipos de contratos, categorías profesionales, lista de servicios…, que tendrían que ser incluidos en un futuro convenio colectivo.

Las tablas reivindicativas propias del sindicato de la CGT serían elaboradas por las secciones sindicales y por las asambleas del sindicato. Además, tendrían que exigir la existencia de un tablón para los anuncios del sindicato en todos los centros de trabajo dedicados a la prostitución que, idealmente, debieran ser expuestos al público, para difundir lo más posible el compromiso de la CGT con los trabajadores, disuadiendo a los clientes de la práctica de relaciones degradantes para la trabajadora. Ciertamente sería necesario, entre otras cosas, eliminar todo vocabulario que pudiera conllevar una carga negativa: ya no habría burdeles, sino centros de atención sexual (o algo parecido); tampoco habría proxenetas o chulos, sino empresarios, y no habría putas ni chaperos, sino trabajadores/as del sexo. Muy probablemente, el sector de la prostitución que goza de mejores condiciones y trabaja por  su cuenta a lo sumo organizaría gremios o asociaciones profesionales, como otros trabajadores autónomos.

Siguiendo con las consecuencias a medio plazo de la legalización y de la sindicación, deberíamos apurar hasta el final todo lo que implica reconocerlo como un trabajo más. Es decir, sería necesario plantearse la formación profesional inicial y continuada, incluyendo, si se considerara necesario, establecer niveles progresivamente más elevados de  formación: profesional de primer grado, módulos profesionales, títulos de grado… Si bien nuestro sindicato cada vez dedica menos atención a los cursos de formación, sería del todo lógico, si aceptamos de verdad lo que se plantea, que en su momento los sindicatos ofertaran sus propios cursos de formación. Y los daños colaterales pueden ser imprevisibles: en Alemania, una persona parada puede perder el subsidio si no acepta un trabajo en el sector de los servicios sexuales.

Ciertamente este tipo de argumentación que puede llamarse “reducción al absurdo” o en otro sentido “efecto cascada” puede tener sus peligros y debilidades. Podemos, por ejemplo, mantener la legalización y la sindicación sin que de ello se derive la necesidad de una formación profesional. Ese es, por ejemplo, el caso del servicio doméstico o empleados/as del hogar. No obstante, sí tiene su fuerza probatoria, pues no cabe la menor duda de que hay ciertos límites que, una vez sobrepasados, pueden dar lugar a consecuencias muy negativas. De hecho, en la práctica es una estrategia bien estudiada en las luchas sociales: los empresarios y el gobierno que los representa saben bien que la mejor manera de debilitar a los trabajadores es empezar por pequeñas modificaciones que, una vez aceptadas e interiorizadas como normales, facilitan el paso a recortes laborales de mayor alcance.

UNA BREVÍSIMA CONCLUSIÓN

La C.G.T., como organización anarcosindicalista, especialmente preocupada por las relaciones de dominación y explotación, y comprometida con la construcción de una sociedad completamente diferente que queremos hacer visible aquí y ahora en nuestra propia práctica transformadora, debe tener una mayor presencia en las luchas por la liberación de las trabajadoras y los trabajadores del sexo. Ahora bien, esta nunca se conseguirá mediante la legalización de la prostitución y la sindicación de las trabajadoras por cuenta ajena. Otros son los caminos eficaces y además coherentes con lo que decimos que somos o al menos que queremos ser. Compañeras y compañeros, no dejemos que la reacción nos venza, sencillamente sigamos luchando contra ella.

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