Editorial (LP 66)
Libre Pensamiento nº 66
Difícil resulta saber si vivimos en tiempos mejores o peores que los anteriores. A lo largo de la historia de la humanidad han sido frecuentes las ocasiones en las que las personas consideraban que les habían tocado los tiempos más duros de la historia, sin esperanzas ni futuro a corto o medio plazo y solo con la capacidad de resistir el temporal y sobrevivir. Cierto es que han existidos tiempos duros, algunos muy duros. También es posiblemente cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue peor, por más que la memoria tienda a jugarnos malas pasadas siendo siempre más fácil recordar los momentos gloriosos que las situaciones muy desafortunadas. Conviene insistir no obstante en que esa tendencia a mirar negativamente la propia época es muy corriente. En los movimientos sociales de izquierdas, la tendencia a cierto pesimismo se acentúa algo más debido al efecto multiplicador que tienen dos rasgos que suelen darse. Por un lado, la crítica de la sociedad, que sirve de punto de partida para proponer una transformación revolucionaria de la misma, tiende a acentuar lo mal que está todo, pues de ese modo la necesidad de movilizarse a favor del cambio radical se incrementa y parece que vamos a convencer a los dubitativos que no acaban de ver con claridad los males del momento. La izquierda ecologista es probablemente en estos momentos la que tiene un discurso más apocalíptico, agobiada como está por las brutales contradicciones inherentes al actual modelo de vida. Por otro lado, y en lógica continuidad con lo anterior, parece que funciona ese perverso mensaje de que «cuanto peor, mejor». Es decir, si las cosas van realmente mal, mayores son las posibilidades de que se den movilizaciones sociales importantes.
Lo más seguro es que las cosas no estén nunca ni del todo mal ni del todo bien, más bien todo lo contrario. Y vienen estas reflexiones al hilo de las interesantes ponencias y posteriores discusiones que tuvimos el pasado día 30 de octubre en una reunión extraordinaria del consejo de redacción de Libre Pensamiento. Los dos ponentes fueron Tomás Ibáñez y Chema Berro, ambos bien conocidos por la revista, de la que el segundo es el actual director responsable. Por partida doble, ambos ofrecieron una visión más próxima al discurso pesimista, y razones no les faltaron. No cabe la menor duda de que las actuales relaciones sociales de producción y el modelo de sociedad consumista están en pleno apogeo, y el hecho de que nos hayan metido a todos en una crisis de imprevisibles consecuencias a medio y largo plazo, parece que no les ha hecho perder el control de la situación. Puestos al borde del abismo por un modelo social, político y económico muy nocivo, incapaz de resolver sus propias contradicciones, hay unanimidad en la receta propuesta: más de lo mismo, con ligeros retoques que no afectan al fondo de los problemas. El capitalismo ha terminado colonizando todas y cada una de las esferas de la vida del ser humano.
Se apoya para ello en una continuación pura y dura de los mecanismos de extracción de plusvalía y de explotación. Prolonga su tarea con la mercantilización de toda la vida cotidiana, en la que hemos sido convertidos en permanentes consumidores que, con su desaforado consumo, mantienen la máquina funcionando y generan todavía más plusvalías que son apropiadas por una minoría, con el lógico crecimiento de las desigualdades. Es más, parte de la crisis actual tiene su origen en esa adopción del consumismo compulsivo: la deuda privada en España es todavía mayor que la deuda estatal, pues fueron legión quienes entraron en la propuesta del capitalismo especulativo. Y para lograrlo, el capitalismo ha procurado modular nuestra propia subjetividad para hacer de ella un fiel y sumiso consumidor. Frente a esa situación, escasas son las luchas que pueden llevarse a cabo con cierta capacidad de éxito. O quizá no son tan escasas ni tan ineficaces. Es cierto que el sindicalismo clásico, tal y como es ejercido por las grandes centrales, ha pasado a ser colonizado por esa lógica del sistema, convertidos en permanentes negociadores del reparto de las migajas, sin capacidad de movilizar a la gente para enfrentarse al sistema. Pero también es cierto que no dejan de manifestarse prácticas más radicales, y en ese sentido la C.G.T. es un ámbito en el que se mantiene una constante aspiración a la radicalidad, quizá más aspiración que realidad.La lucha sindical, sin embargo, no ha perdido en absoluto sentido porque la explotación sigue inmisericorde. Lo que hacen falta son nuevas tácticas más eficaces, más apoyadas en la coherencia militante y en una modificación de los contenidos de nuestras reivindicaciones. Apuntan y crecen propuestas que buscan el decrecimiento y el reparto como ejes vertebradores de una alternativa basada en el apoyo mutuo y la libertad personal y colectiva y son esas las que, en definitiva, más pueden poner en cuestión el sistema y abrir nuevos caminos.
Conviene además recuperar la dimensión global de las luchas, recordando así que el anarcosindicalismo fue siempre algo más que un sindicato. La propuesta debe ir encaminada a generar pautas culturales alternativas, impugnando el sistema en todas y cada una de sus manifestaciones. Hay que unir la lucha sindical con otras luchas sociales que atacan los modelos consumistas, jerarquizados, individualistas, que tan hondo están cuajando, generando ese modo una red social de luchas que ponen en práctica procesos y reivindicaciones que suponen un cuestionamiento radical de lo existente. Para eso hace falta a un tiempo una clara conversión personal, rompiendo con la cultura dominante, y una práctica colectiva de luchas sociales, sindicales y culturales, políticas en su sentido más genuino.Eso nos lleva también a una reelaboración de la estrategia revolucionaria, pues quizá no tenga ya mucho sentido articular la lucha social en torno a un futuro próximo en el que se produzca una revolución total. Hace falta mantener un relato global alternativo, hace falta mantener la lucha ideológica, es necesario seguir aspirando a todo, pero en cada una de las luchas y prácticas concretas, pues de ese modo podremos ofrecer caminos innovadores que nos permitan salir de una situación que pinta mal. De eso y algo más hablamos en la reunión extraordinaria, y desde luego tuvimos claro que la revista Libre Pensamiento puede contribuir a reforzar, generar y difundir esos planteamientos alternativos. Y como en todas las «revoluciones radicales», pasamos al final de la reunión a las pequeñas decisiones concretas de funcionamiento que faciliten los ambiciosos objetivos que mantenemos.