Editorial (LP 66)
21 de septiembre de 2010 •
Difícil resulta saber si vivimos en tiempos mejores o peores que los anteriores. A lo largo de la historia de la humanidad han sido frecuentes las ocasiones en las que las personas consideraban que les habían tocado los tiempos más duros de la historia, sin esperanzas ni futuro a corto o medio plazo y solo con la capacidad de resistir el temporal y sobrevivir. Cierto es que han existidos tiempos duros, algunos muy duros. También es posiblemente cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue peor, por más que la memoria tienda a jugarnos malas pasadas siendo siempre más fácil recordar los momentos gloriosos que las situaciones muy desafortunadas. Conviene insistir no obstante en que esa tendencia a mirar negativamente la propia época es muy corriente. En los movimientos sociales de izquierdas, la tendencia a cierto pesimismo se acentúa algo más debido al efecto multiplicador que tienen dos rasgos que suelen darse. Por un lado, la crítica de la sociedad, que sirve de punto de partida para proponer una transformación revolucionaria de la misma, tiende a acentuar lo mal que está todo, pues de ese modo la necesidad de movilizarse a favor del cambio radical se incrementa y parece que vamos a convencer a los dubitativos que no acaban de ver con claridad los males del momento. La izquierda ecologista es probablemente en estos momentos la que tiene un discurso más apocalíptico, agobiada como está por las brutales contradicciones inherentes al actual modelo de vida. Por otro lado, y en lógica continuidad con lo anterior, parece que funciona ese perverso mensaje de que «cuanto peor, mejor». Es decir, si las cosas van realmente mal, mayores son las posibilidades de que se den movilizaciones sociales importantes. ...