Las otras voces de la Revolución Rusa

Victor Serge, Memorias de un revolucionario. Veintisiete letras. Madrid. 2011.

Bitácora de rebeldía

Michel Onfray. “Política dl rebelde. Tratado de resistencia e insumision”. Edit. Anagrama. Enero 2011

La cruzada antitabaco vista por los infieles.

Susana Rodríguez Díaz. Editorial Sepha. Málaga, 2011. 


Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros mismos hacemos de lo que han hecho de nosotros.

Las otras voces de la Revolución Rusa

Victor Serge, Memorias de un revolucionario.

Veintisiete letras.

Madrid. 2011.

Cometarios de Paco Marcellán

Estas palabras de Jean Paul Sastre en su obra San Genet, comediante y mártir, ilustran en buena parte esta apasionante autobiografía de Victor Serge con edición y prólogo de Jean Rière y una magnifica traducción del francés a cargo de Tomás Segovia que acaba de ser publicada recientemente Nacido en Bruselas en 1890, Victor Serge ilustra la evolución de los jóvenes rebeldes del comienzo del siglo XX.

Joven anarquista en París, detenido y expulsado de Francia, viaja a España en 1917, vinculándose al Sindicato de Imprenta, entra en contacto con los líderes cenetistas como Salvador Seguí y Ángel Pestaña, y participa activamente en la huelga general de Junio de 1917. El Noi del Sucre le inspira el personaje de su obra Naissance de notre force.

La revolución de Octubre es el aldabonazo para acudir a San Petersburgo y sumarse al desaliento y el entusiasmo que provoca la caída de la monarquía zarista. Como narra Serge, La Europa de las revoluciones nació de pronto en Petrogrado. Nuestros soldados rojos perseguían por todas las Rusias y las Siberias a las bandas de generales. Las insurrecciones y las ejecuciones sumarias se sucedían en la Europa Central. En los países victoriosos reinaba la tranquilidad, la estúpida seguridad de la gente que recomienda los buenos negocios. «Ya pasará, lo verán ustedes». Las empresas, las cancillerías, los gobiernos, las gacetas, la Sociedad de las Naciones, todo eso proporcionaba a muchos hombres competentes excelentes alimentos terrestres y alimentos espirituales menos excelentes, pero que era de mal gusto discutir.

Buenos tiempos de la posguerra, paz de los vencedores… Veíamos ensancharse las grietas del suelo y como hablábamos de ello, éramos considerados como visionarios. Una Europa totalitaria crecía, sin embargo, detrás de nosotros.

Allí, estábamos ciegos. Revolucionarios, queriendo crear una sociedad nueva, «la más vasta democracia de los trabajadores», habíamos construido con nuestras propias manos, sin darnos cuenta, la más terrorífica máquina estatal que pueda concebirse, y cuando nos dimos cuenta de ello con rebeldía, esa máquina dirigida por nuestros hermanos y camaradas, se volvía contra nosotros y nos aplastaba.

En los Capítulos 3 y 4 hay un descarnado análisis de la actitud del movimiento anarquista ante el nuevo estado soviético, esa duda entre la integración y la marginación en la lucha ante el nuevo poder. Cronstadt señala que el peligro está en nosotros y pese a que Serge se acopla al poder soviético, esa parálisis del proceso revolucionario, el debate sobre la extensión de la revolución a Europa., el fracaso de las insurrecciones alemana y húngara, la creación de la Tercera Internacional, ilustran sus primeras actitudes ante la deriva que se contempla. Retratos de personajes, evolución de las trayectorias políticas, miserias profundas de La revolución, en un callejón sin salida, en que los años de resistencia ante las luchas por el poder soviético, le llevan a afirmar «Desde hace ya largos años la revolución ha entrado en una fase de reacción…No hay que disimular que el socialismo lleva en sí mismo gérmenes de reacción. En el terreno ruso, esos gérmenes han dado una increíble floración. En la hora actual, estamos cada vez más en presencia de un Estado totalitario, castocrático, absoluto, embriagado de su poder, para el cual el hombre no cuenta.

Esa máquina formidable reposa sobre un doble asiento: Una Seguridad general todopoderosa que ha reanudado las tradiciones de las cancillerías secretas de fines del siglo XVIII y una «orden», en el sentido clerical de la palabra, burocrática, de ejecutantes privilegiados. La concentración de los poderes económicos y políticos que hace que el individuo esté sujeto por el pan, el vestido, el alojamiento, el trabajo, colocado totalmente a disposición de la máquina, permite a ésta desentenderse del hombre y tener solo en cuenta los grandes números, a la larga. Este régimen está en contradicción con todo lo que se ha dicho, proclamado, querido, pensado durante la revolución misma.» 

Entre 1933 y 1936 (los años de cautiverio) Serge es deportado a Orenburgo, en la frontera euroasiática, acusado de vinculación con la Oposición de Izquierda y los seguidores de Trotsky.

La descripción de los interrogatorios a los que es sometido en la Lubianka, sede central de la GPU, constituye un testimonio espeluznante de la esquizofrenia política en la que se había instalado el nuevo grupo de poder bajo la égida de Stalin. Gracias a la solidaridad internacional es liberado y expulsado de la URSS de manera que regresa a Bélgica y asiste a la deriva del Frente Popular en Francia y la derrota de la República española, con las luchas de cenetistas y plumistas contra el PCE-PSUC que llevan al vil asesinato de su amigo Andréu Nin. Los últimos momentos de la derrota de Occidente, como Serge califica los años que van de 1936 a 1941, ofrecen una visión demoledora de la estrategia de supervivencia del régimen soviético en su lucha contra la oposición interior, su política de alianza con el nazismo (el bochornoso pacto Molotov- Von Ribentropp justificado por Stalin en el XVIII Congreso del PCUS con la acusación a Inglaterra y Francia de haber querido sembrar la discordia entre la URSS y Alemania para imponer un nuevo orden mundial por parte de las potencias colonialistas y capitalistas).

Huido, finalmente a México, donde continúa su actividad como escritor, fallece en 1947. Las conclusiones finales de estas Memorias merecen un apartado especial. Henos aquí, salidos de la pesadilla de la guerra sin que se haya hecho la paz, sin que el hombre se sienta liberado, incluso sin que las grandes esperanzas del fin de la primera guerra mundial hayan tenido una veleidad de despertar. Nos sentimos apresados entre la potencia agresiva y aplastante de un totalitarismo engendrado por una revolución socialista victoriosa y las rutinas de una vieja sociedad enganchada a su pesar en transformaciones de las que rechaza tomar conciencia. Aquí y allí, el hombre primordial, bárbaro y limitado, codicioso y mentiroso trabaja contra el hombre mejor. Hemos entrado, hace unos treinta años, con descubrimientos que aumentaban prodigiosamente el poder técnico del hombre-sin aumentar proporcionalmente su grado de conciencia-, en un ciclo de transformación del mundo. Hemos entrado en él cautivos de sistemas sociales desgastados hasta el punto de no ser ya viables. Formados a su vez por un mundo superado, los más clarividentes y los mejores de nosotros se han rebelado a mentido en las tormentas, ciegos más que a medias. Ninguna doctrina resistió el choque. Nada tiene de extraño: tanto vale el hombre y tanto vale la doctrina, tanto vale el mundo y tanto vale el hombre. Lo que, sin embargo, no es un círculo vicioso. Las grandes líneas de la historia en proceso de cumplimiento se desprenden, sin embargo, del caos. No son ya los revolucionarios quienes hacen la inmensa revolución mundial, son los despotismos los que la desencadenaron suicidándose.

Es la técnica misma industrial y científica del mundo moderno que rompe brutalmente con el pasado y pone a los pueblos de continentes enteros en la necesidad de recomenzar la vida sobre bases nuevas. Lo que estas bases vayan a ser, no puede ser más que de organización racional, de justicia social, de respeto a la persona, de libertad, es algo que, para mí, resulta de una evidencia deslumbrante que se impone poco a poco a través de la inhumanidad misma del tiempo presente. El porvenir se me presenta, cualesquiera que sean las nubes en el horizonte, lleno de posibilidades más grandes que las que entrevimos en el pasado. Ojalá que la pasión, la experiencia amarga y las faltas de la generación combatiente a la que pertenezco puedan aclarar un poco sus caminos. Con esta condición única, convertida en imperativo categórico: no renunciar jamás a defender al hombre contra los sistemas que planean la aniquilación del individuo.

Seguir aprendiendo del pasado pero con una visión hacia el futuro es el ejercicio intelectual que se refleja en esta autobiografía. Más allá del memorialismo autojustificativo, la experiencia del tiempo vivido y las circunstancias que lo rodean, Víctor Serge nos señala que el futuro se debe construir conociendo el pasado y luchando el presente.

 


Bitácora de rebeldía

Michel Onfray.

“Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumision”.

Edit. Anagrama. Enero 2011

La declaración de principios, por generosa, soberbia y magnífica que sea no sirve para nada en relación con el mundo concreto si el paso al acto es imposible.

 

¿Cuantos pensadores actuales de órbita libertaria y cierta relevancia social somos capaces de recordar? Es cierto que existen intelectuales de uno u otro campo que se reclaman del ámbito libertario, más o menos abiertamente.

Y también los hay con bastante influencia mediática.

Ahí esta el ejemplo de Chomsky o Howard Zinn, ya fallecido. Pero Chomsky es más un analista de la actualidad que alguien que haya dedicado su obra a reflexionar sobre una propuesta libertaria.

Por eso el caso de Michel Onfray es diferente. Onfray es un filósofo de bastante relevancia que ha dedicado buena parte de su obra a reflexionar sobre la autoridad en sus más diferentes formas y que irrumpió en la escena francesa con una apuesta claramente libertaria.

Buen ejemplo es este «Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión» que aquí ha publicado Anagrama en este 2011, aunque el texto original en francés tenga ya unos añitos y en el que recoge buena parte de esos principios libertarios.

Qué es lo destacable de este ensayo. Por un lado que presupone principios libertarios bastante clásicos y que a nadie medianamente interesado en la teoría clásica anarquista llamarán la atención por su novedad; pero a los que Onfray no parece llegar a través de la lectura de esos clásicos (exceptuando a Proudhon a quién defiende abiertamente), si no más bien de pensadores que situaríamos en otra órbita ideológica, básicamente Nietzsche, Foucault, Deleuze y en menor medida Bourdieu, Guattari y otros para proponer una propuesta política libertaria, hedonista y nietzscheana de izquierdas.

Y sin embargo si que hay elementos destacables e interesantes para el pensamiento libertario actual en los escritos de Onfray. Básicamente su denuncia del trabajo como elemento alienante en la sociedad actual (algo ya bastante reconocido) y sustentado en el rechazo al fin de la lucha de clases. Fin de lucha que para Onfray sólo ha sido aceptado por un sector de la sociedad que es además el gran derrotado en esta lucha, las clases menos favorecidas; mientras que las clases altas han decidido apretar el acelerador para lograr todos sus objetivos. Frente a ello Onfray defiende un misticismo de izquierda con una diferenciación sensata entre izquierda y derecha. La defensa de la igualdad frente a la uniformidad. El valor del individuo, con una clara influencia de Max Stirner, que se rebela día a día, pero rechazando las teorías basadas en el logro de una arcadia feliz que proponían tanto Marx (de quien rechaza gran parte de su aportación teórica) como los clásicos anarquistas, propuestas estas que considera faltas de realismo en el mundo actual.

Además, Onfray rechaza las buenas ideas de nuestras sociedades democráticas que se quedan solo en postulados y nunca se llevan a la práctica.

Lo que él llama humanismo en acción. ¿Cuáles son los engranajes de este humanismo en acción desde hace varios siglos y aún hoy? Este aparato de guerra ideológica funciona en, para y por la captación.

Se apodera de las energías rebeldes para alterarlas, reducirlas y luego destruirlas.

Se trata de reconstruir las fuerzas , de descomponerla, para aniquilar toda veleidad de rebelión. En la salida de esta máquina de digerir uno encuentra, descerebrados, los individuos sometidos por el conjunto de los mecanismos que se ha puesto en funcionamiento para la ocasión: de la escuela a la familia, de los medios de comunicación a otros lugares en los que circulan los saberes dominantes, de la edición a las universidades, o a la inversa, todo se hace para urgir las fuerzas reactivas hacia las cristalizaciones humanistas que reivindican más decencia, justicia, consideración, dignidad. Sin embargo, se contentan con proclamaciones de buenas intenciones, impidiendo ir más allá, mediante la operación y el método genealógicos, para descubrir de dónde vienen esas miserias, de dónde provienen esos dolores, de qué fuente emana esa negación, cómo se podría atacar el problema en su raíz… (…) El nietzscheanismo de izquierda reivindican un nominalismo radical apoyado en la evidencia de que la palabra no es la realidad. La declaración de principios, por generosa, soberbia y magnífica que sea – como en el caso del humanismo y los derechos del hombre-, no sirve para nada en relación con el mundo concreto si el paso al acto es imposible.

Frente a su superhumanismo libertario, Onfray reprocha a los clásicos anarquistas (Grave, Kropotkin, Reclus, Bakunin…) su celo por asimilar poder con Estado, fetichismo este al que el anarquismo debe poner fin porque el poder hoy esta mucho más difuminado y es por lo tanto mucho más peligroso. Frente a ellos propone un nuevo anarquismo conformado por una constelación de pensadores, creadores y artistas trabajando en planos diferentes Tzara, Duchamp, Dubuffet, John Cage, Chomsky, Feyerabend, Kate Millett, Merce Cunningham, Laborit y Lloyd Wright. Y sin embargo liberada de su base neocristiana y neomarxista, alimentada de las críticas de la modernidad radical, la filosofía anarquista parece estar en condiciones de constituirse de manera singular y ofrecer los medios para pensar el fin de siglo y luego proporcionar ideas alternativas cuando no modos de existencia radicales y nuevos.

Los anarquistas estarían acertados en seguir denunciando la eterna perversión de quienes detentan el poder, pero la respuesta libertaria hoy debería ser un devenir revolucionario de los individuos con una respuesta molecular y continuada a un poder difuso omnipresente, omnipotente y omnisciente, sin esperar a un mañana glorioso.

Y de clara base personal. Cambiarse a si mismo es cambiar el mundo. Y aún así Onfray no deja de defender un sindicalismo revolucionario de base soreliana.

Frente a la libertad liberal: libertad de consumir, de poseer, de disponer de bienes materiales, muebles e inmuebles; libertad de conformarse al modelo de consumidor ensalzado por los sistemas publicitario, etc; Onfray propone la libertad libertaria para acabar con la servidumbre voluntaria, un dandismo revolucionario plagado de hedonismo y que consiste en instalar la ética y la política en el terreno de la resistencia. Ese sería para Onfray el papel de un anarquista de hoy. Resistir, jamás ceder ni perder la fuerza, la energía y el poder del individuo que dice no. Rechazar las mil ligaduras ínfimas, ridículas que acaban por atar al gigante a tierra como en el caso de Gulliver.

Esta Política del Rebelde de Anagrama tiene el déficit de constituirse con una recopilación de ensayos diversos, lo que hace que en ocasiones el argumento general parezca perder el hilo y en el debe de Onfray habría que situar el hecho de que parezca escrito para un publico únicamente francés a la hora de escoger referencias, ejemplos; pero en cada una de sus páginas pueden encontrarse argumentos sobre los que reflexionar y teorizar.

Por último, el rechazo al fin de la historia empuja a Onfray a cierto fatalismo. Cínico, dandy y libertino; el libertario se muestra también como romántico, pues se sabe envuelto en una lucha de titanes en la que lo perderá todo, salvo el honor. (…) Ningún sacrificio individual será suficiente para cambiar el curso de la historia de manera duradera y definitiva. Y es que el libertario sabe que es imposible que la historia un día se acabe.


La cruzada antitabaco vista por los infieles.

Susana Rodríguez Díaz. Editorial

Sepha. Málaga, 2011.

Cometarios de Mónica Yuste

 

Desde tiempos prehistóricos, el tabaco ha contado con una amplia gama de usos y significados. Además de ser una de las drogas más utilizadas, se ha consumido de las más diversas maneras: fumado –en pipa, en cigarros, en cigarrillos–, aspirado por la nariz, masticado, comido, bebido, untado sobre el cuerpo… Sus aplicaciones han sido sorprendentemente variadas: en ceremonias chamánicas, como panacea médica, como moneda de cambio o formando parte de rituales de iniciación. Se ha utilizado, sobre todo, para establecer y estrechar vínculos sociales mediante su regalo, su intercambio y su consumo en grupo, además de servir para definir y enfatizar posiciones sociales y modos de ser en base a gran variedad de significados mitificados, en la cultura occidental, por la publicidad y el cine.

Sin embargo, en las últimas décadas el hábito de fumar ha sido objeto, en los países más avanzados del planeta, de acciones y discursos institucionales que buscan promover, entre la ciudadanía, una alteración en la valoración y en el ejercicio de lo que venía siendo actividad habitual. Esto abarca tanto la creciente regulación del mundo del tabaco como la construcción de un nuevo sistema ideológico, transmitido a través de campañas diseñadas para caracterizarlo como enemigo social. En estos momentos, la así llamada «cruzada antitabaco» –con toda la carga bélica y religiosa que esta terminología arrastra– se encuentra en su punto álgido en países como España y también, por contraste, las resistencias en contra de algunas de sus medidas más extremas; más en concreto, la prohibición de fumar en todos los espacios públicos cerrados y en algunos al aire libre, que convierte a la legislación de este país en una de las más extremas del mundo.

Sorprende un cambio tan drástico en tan pocos años, pues el consumo de tabaco ha sido, es y sigue siendo enormemente popular. Además, existen tremendas contradicciones, como que el Estado combata el consumo de tabaco mientras se enriquece con su venta mediante un aumento constante de su carga impositiva que pagan, de su bolsillo, los cada vez peor considerados socialmente fumadores.

La utilización de metáforas bélicas para describir las «estrategias» aplicadas por las instancias gubernamentales cuando se decide que ha llegado la hora de «asediar al tabaquismo» implica la construcción de un enemigo temido ante el que hay que actuar sin escatimar medios.

Emplear una imaginería militar en actuaciones de tipo sanitario puede tener graves repercusiones, pues legitima el poder autoritario y sugiere la necesidad de la represión y violencia de Estado.

Implícito está tanto un proyecto de modernización que se vale de un control más aparente que real de riesgos y peligros como la existencia de un Estado paternalista que tiene como misión velar por el bienestar de un pueblo del que se pretende que consuma, trabaje y obedezca. Al parecer, y a pesar de la denominación de sociedades avanzadas o seculares, distinguir entre el bien y el mal en términos absolutos, y combatir a este último por todos los medios sigue siendo un imperativo de un proceso de racionalización que implica, entre otras cosas, un creciente control sobre las conductas de las poblaciones con mecanismos como la medicalización de lo que antes eran hábitos, que pasan a ser patologías y que, por tanto, pueden ser objeto de cirugía y exterminio como es, en el caso que nos ocupa, el hábito de fumar tabaco.

Sin embargo, la cruzada en contra del tabaco no ha triunfado plenamente e, incluso, ha generado razones y fuerzas que se oponen a ella, como la proliferación de discursos en defensa del tabaco y de sus cualidades placenteras y terapéuticas, el que no se cumplan las normas de manera estricta, las parodias a los mensajes de las autoridades sanitarias o, simplemente, el que se sigan manteniendo buena parte de las habituales funciones del tabaco, como la de fomentar la sociabilidad, marcar posiciones sociales, subrayar la virilidad, acompañar al ritual amoroso, y asociarse con lo sublime y misterioso; o el que fumadores y no fumadores continúen poniéndose de acuerdo entre ellos, por encima de consideraciones legales. A esto hay que añadir el hecho de que el consumo moderado de tabaco es una tendencia creciente que cuestiona estereotipos como el de la adictividad intrínseca del tabaco.

Vemos así como las formas modernas de control social no son asumidas sin más, lo que revela que la gente de la calle conserva, en gran medida, sus costumbres, su autonomía y su criterio, además de la capacidad de cuestionar la autoridad misma.