Desarrollo humano. Otra forma de ver el mundo
Social,
Begoña Marugán Pintos – Profesora Asociadade Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid
La concepción del desarrollo humano ligada a la calidad de vida permite plantear otro modelo de sociedad en el que se cambie la lógica productivista del beneficio del mercado por la sostenibilidad de la vida y el planeta.
Para mejorar el bienestar y la calidad de vida de las personas precisamos tanto de definiciones claras de qué es el bienestar, como de técnicas que den cuenta del grado de calidad de la vida de la gente. Un indicador que ha servido a este propósito ha sido el Índice de Desarrollo Humano.
El interés de un índice como éste transciende lo puramente metodológico para abrir una deriva ideológica y política, pues ofrecerá datos que permitirán orientar de modo mas ajustado las políticas públicas.
Cuando la juventud, y la ciudadanía en general, ha tomado las plazas y empezamos a tener la esperanza de poder despertar de la pesadilla en la que estábamos sumidos, necesitamos seguir tomando consciencia de la realidad.
Pero la cantidad de ángulos y aristas que la realidad tiene impiden conocerla por completo y limitan nuestro conocimiento. Lo que vemos no es más que una parte de la realidad.
Tanto la parte de la realidad que vemos, como la percepción que tenemos de la misma dependen de la mirada y las gafas que nos pongamos para ver el mundo. Constantemente comprobamos como, de la gran cantidad de acontecimientos que se suceden en el mundo, nuestro conocimiento se reduce a tres o cuatro. Los medios de comunicación ejercen en ese sentido una fuerte influencia en la fijación de temáticas y de opinión. Así la «realidad» acaba resumida diariamente en unos pocos titulares.
Los medios – tanto por las historias que recogen, como por la importancia que las conceden – nos dicen sobre qué pensar.
La agenda-setting es un fenómeno muy conocido, pero no solo influyen los medios de comunicación en la configuración de nuestros conocimientos, sensibilidades y opiniones. La ciencia también juega un importante papel en este proceso. Las ciencias sociales tienen el mismo efecto que una linterna, arrojan luz sobre determinadas zonas, pero, al focalizar nuestra mirada en esa área, dejamos de ver todo lo que existe alrededor. Sin embargo, frente a la denuncia de la manipulación y/o orientación de los medios, el marchamo legitimador de reveladora de verdades con que se inviste a la ciencia dificulta una reflexión sobre la capacidad de influencia teórica y practica de la misma. Y es, precisamente, esa razón, la dificultad de visibilizar la influencia de la ciencia en la conformación de determinadas concepciones del mundo, la que motiva la orientación reflexiva de este artículo cuya demanda inicial solamente trataba de describir el Índice de Desarrollo Humano.
Escribir sobre algo tan, aparentemente, inocuo como un indicador podría hacerse de muchas maneras, pero pensar el mundo desde una sociología crítica nos lleva a indagar sobre el por qué de este indicador, el para qué ha servido y al servicio de quién está. Pretendemos profundizar e ir más allá de lo aparente porque ya se sabe que tanto los índices, como las técnicas de observación están en consonancia y legitiman el paradigma de referencia en el que se sustentan.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH), en este caso, servirá para mostrar que, a partir de otras miradas y aproximaciones metodológicas – aunque marginales y de pequeña incidencia en los espacios de poder – se puede ofrecer una visión más ajustada de la realidad. Una información que será fundamental si se quieren implementar políticas públicas tendentes a conseguir el bienestar de todas las personas.
El desarrollo entendido solo como crecimiento económico y sus efectos
Para la economía dominante el desarrollo se mide en términos macroeconómicos de acumulación de riqueza.
Para cuantificar esta riqueza se utilizan los ingresos y/o el Producto Interior Bruto. Estos indicadores únicamente describen necesidades materiales y olvidan otras de tipo social, político o cultural. Mirar el mundo a través de los datos que ofrecen estos indicadores supone entender el mundo dividido en países ricos y pobres, en el que los primeros han sido capaces se superar una serie de barreras y dificultades de crecimiento que les legitima para decidir, en los G-8 o G-20, los designios del planeta.
El problema es que este «pensamiento productivista, auspiciado por occidente, ha arrastrado al mundo a una crisis de la que hay que salir a través de una ruptura radical con la escapada hacia delante del «siempre más» en el dominio financiero» (Hessel; 2011:46). La crisis económica se ha instalado y parece dispuesta a quedarse. Pero la crisis actual no es sólo económica, es social, cultural y política. «En lo político, la crisis se ve agudizada por la ineficacia de las instituciones políticas representativas frente a la acción de las elites de poder financiero, por la internacionalización creciente de las decisiones políticas y por la falta de control que la ciudadanía tiene sobre las burocracias publicas. En lo social, la creciente fragmentación de identidades socioculturales, la falta de integración y comunicación entre movimientos sociales, la creciente exclusión social y política y el empobrecimiento de grandes masas, han hecho inmanejables los conflictos en el seno de las sociedades, a la vez que imposibilitan las respuestas constructivas a tales conflictos» (Max- Neef,1998, p. 24).
A esto es necesario añadir la crisis ecológica y la de cuidados.
Bajo la lógica del beneficio las personas se convierten en sujetos de producción y consumo. Poco importa el desarrollo y el bienestar de las mismas. Paradójicamente, en este momento donde las tasas de envejecimiento y de población dependiente son cada vez mayores, los estados reducen el gasto social destinado a la dependencia y hay menos personas dispuestas a cuidar gratuitamente. Las mujeres, a las que tradicionalmente se les ha asignado el cuidados de los dependientes, o no quieren o no pueden ocuparse del bienestar de los otros. De seguir así, a la crisis económico-financiera se añadirá esta crisis de cuidados de efectos aún más tristes, porque acabará afectando a todas las personas.
También derivada de esta concepción deviene la crisis ecológica. El incremento continuo de productividades y el consumo creciente de recursos naturales no tiene fin ya que se trata de crecer para seguir creciendo.
Entender el desarrollo a partir del crecimiento ha supuesto que se haya multiplicado en el último siglo por 9 el consumo de agua, por 16 el consumo de energía, por 40 la producción industrial y por 13 las emisiones de CO2. Asistimos a lo que se ha denominado la sociedad del riesgo porque los riesgos se ciñen sobre el aire, los mares, el agua, los alimentos, etc. y esto afecta a todos los habitantes del planeta. Pero lo peor de todo es la crisis de valores.
Se podría decir, retomando al economista y ex candidato a la presidencia chilena, Max-Neef -que hasta el 15M- asistíamos a «la crisis de la utopía, porque su manifestación más grave nos parecía el hecho de que estábamos perdiendo nuestra capacidad de soñar. Nos debatíamos en un agotador insomnio que nos impedía la lucidez imprescindible para enfrentar con vigor e imaginación nuestros problemas» (…) Y, éramos «una especie de somnolientos administradores de una crisis a la que intuimos imposible de resolver por nuestros propios medios» (Max- Neef, 1998, p. 24).
La preeminencia económica mercantilista nos ha conducido a una crisis de valores en la que se han sustituido los valores por los intereses. Hoy lo que mueve el mundo es la mercancía, cuando hay otras formas de desarrollo mas humano y por ello «ha llegado el momento de plantarse, de decir con serenidad y firmeza que la Humanidad no puede seguir padeciendo los inacabables estertores de un sistema que ha desembocado en la gravísima y múltiple crisis actual» (Mayor Zaragoza,2011, p. 9).
«Es hora de que la preocupación por la ética, por la justicia, por el equilibrio duradero prevalezcan» (Hessel,2011, p. 46) y para llegar a esta reacción, ha sido necesaria la existencia de pensadores críticos y de organizaciones internacionales de derechos humanos que conciben un desarrollo más humano.
Concepto y medición del Desarrollo Humano
Autores como Amartya Sen, John Rawls y Max-Neef han teorizado una visión del desarrollo «más progresista, innovadora y acorde a la realidad» (Delgado y Salcedo, 2002, p. 4).
Manfred Max-Neef, en los años ochenta, junto con un grupo interdisciplinar de investigadores de distintos países de América Latina, escribió Desarrollo a Escala Humana.
En esta publicación formula su famosa teoría para el desarrollo de las personas como sujetos y critica el desarrollo que sólo se centra en los objetos ó que trata a las personas como tales.
El desarrollo no es un punto de llegada, es el proceso que permita elevar más la calidad de vida de las personas; una calidad de vida que «dependerá de las posibilidades que tengan las personas de satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas fundamentales» (Max-Neef, 1998, p. 40).
Se da un salto conceptual desde la idea de crecimiento económico a la de calidad de vida. En esta ultima los componentes económicos se combinan con los sociales, médicos, psicológicos, políticos y culturales. De la satisfacción cuantitativa se pasa a la mejora cualitativa. No se trata solo de tener alimentación suficiente, sino de que la nutrición sea adecuada. Se puede tener para comer, pero alimentarse inadecuadamente como sucede en algunos países ricos y acabar teniendo problemas de salud. Contar con techo tampoco supone una vivienda digan porque el hacinamiento también es un problema en los países y para la gente pobre.
Esta tensión entre la cantidad –lo que se conoce como nivel de vida- y la calidad de vida la describe Rodríguez Villasante al explicar la vida de las personas en la ciudad: «La mayoría de nosotros, en el mejor de los casos, aumentamos en un nivel de vida (tenemos más cosas), pero retrocedemos en la calidad de vida, pues lo mejor, lo más adecuado a cada situación concreta sólo se reserva para algunos privilegiados. La calidad del hábitat, de la alimentación, de la salud, de la educación, etc., no es tener más coches para meterse en atascos de trafico, ni consumir más fármacos porque hay nuevas dolencias, ni consumir más carne sin saber de qué se alimentaron esos animales, ni tener muchos electrodomésticos sin tener tiempo para oír música, ni tener muchos títulos sin saber qué nos está pasando. Además, otra gran parte de la población ni siquiera tiene acceso a muchos de estos bienes materiales de dudosa calidad. Mientras, se están perdiendo recursos naturales y sociales de cada lugar que permitirían otras formas de vida.» Cualquier necesidad humana fundamental que no es adecuadamente satisfecha revela una pobreza humana si solo se atiende. Sin embargo, la necesidad además de como carencia se puede entender como potencialidad.
Las necesidades movilizan y motivan a las personas. La necesidad de participar es potencial de participación, tal como la necesidad de afecto es potencial de afecto.
Esta doble dimensión de la necesidad como carencia y potencia es una idea que resuena en la apelación a las capacidades que teoriza Amartya Sen. Este economista hindú es admirado por sus planteamientos éticos y por tratar de pensar – como su esposa Marta Nussbaumdesde la justicia moral. Enfocó los estudios del desarrollo en relación con el bienestar y la calidad de vida en oposición a las medidas materiales de opulencia y utilidad. Los medios materiales solo son un medio. Lo importante es lo que se hace con ellos. Por poner un ejemplo diríamos que el número de médicos en una región por cada habitante no dice mucho sobre el acceso de la población a atención médica y por lo tanto al bienestar, en cambio, la esperanzan de vida sí refleja esas capacidades porque a través de los cuidados y la atención médica la población accede a una esperanza de vida más larga.
Sen comparte con Max-Neef la apuesta por la recuperación del sujeto y de su bienestar como objetivo del desarrollo, pero en lugar de centrarse en las necesidades, apuesta por las capacidades y habilidades de las personas.
Para Éste lo que debería intentarse es que todas las personas fueran iguales en sus capacidades. Sólo así se garantizará la libertad de los individuos.
La libertad es el fin de las personas. En ella concreta Sen el sentido de la vida. Los seres humanos deseamos vivir mucho tiempo y disfrutar de una buena vida. Para tener una buena vida se necesita poseer determinados bienes básicos y ver su efecto sobre los individuos.
Cubiertos unos mínimos las personas tendríamos la capacidad y la libertad suficiente de usarlos.
El proceso de desarrollo debe, por lo menos, crear un ambiente propicio para que las personas, tanto individual como colectivamente, puedan desarrollar todos sus potenciales y contar con una oportunidad razonable de llevar una vida productiva y creativa conforme a sus necesidades e intereses.
Este economista critica la medición del desarrollo de las naciones con simples medidas económicas de crecimiento.
Desde su punto de vista el desarrollo debe medirse por el grado de libertad que tienen sus ciudadanos. La libertad debe entenderse como la capacidad de funcionamiento de las personas para llevar el tipo de vida que desean vivir. Y para ello se les deben dar oportunidades sociales (salud y educación), económicas, de mercado y libertad política en la toma de decisiones y la participación.
Aunque llevar el enfoque de Sen a sus ultimas consecuencias «implicaría una revolución en las instituciones financieras internacionales, tanto en su producción teórica como en el tipo de índices publicados y de políticas recomendadas» (Edo,2002, p.1), el reconocimiento académico de esta figura ha sido central para entender la aceptación de la idea de calidad por parte de los organismos internacionales.
El PNUD y los Informes sobre Desarrollo Humano
Durante los últimos años la política de ayudas a los países menos desarrollados estaba siendo muy poco efectiva.
Lo que hizo que surgieran determinadas críticas teóricas, como hemos visto. Algunos de los cuestionamientos teóricos del desarrollo fueron asumidos por organizaciones como la ONU. Esta Organización, preocupada por la pobreza, tradicionalmente había venido entendiendo el desarrollo desde una postura muy cercana a la de Sen. A principios de la década del noventa confluyeron en este organismo dos movimientos que venían dándose desde hacía un tiempo: por un lado, los informes de Adjustment with a Human Face de UNICEF, y por otro, el enfoque de desarrollo como libertad de Amartya Sen. Estos dos movimientos se unieron en el primer Informe sobre el Desarrollo Humano, publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 1990.
El PNUD es una red global de desarrollo de las Naciones Unidas que aboga por el cambio. Está presente físicamente en 166 países y trata de transmitir experiencias, ayuda y recursos entre los países de modo que mediante la colaboración de todos se encuentren soluciones a los desafíos del desarrollo nacional y global.
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ha sido uno de los pilares del cuestionamiento de las instituciones financieras internacionales por sus políticas de ayuda a los países menos desarrollados. A través de sus Informes está ayudando a sentar las bases conceptuales de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, y hace un permanente llamamiento a seguir avanzando en salud, educación y niveles de vida.
Este Programa apostó, hace ahora veinte años, por cuestionar las medidas puramente económicas -en las que se entendía se basaba el desarrollo- y realizó un llamamiento a seguir los avances mundiales en salud, educación y niveles de vida en general. Para ello empezó a publicar, en 1990, los famosos Informes sobre Desarrollo Humano con los que cuestiona, año tras año, la noción de desarrollo ligada a productividad, crecimiento económico e ingresos y sitúa a las personas en el centro del proceso de desarrollo.
Para Naciones Unidas entender el desarrollo de un país por su nivel de ingreso es un error. «El objetivo primordial del desarrollo consiste en beneficiar a la gente» porque aunque los ingresos nacionales pudieran ser útiles para muchos propósitos, el bienestar de un país no depende de los ingresos en sí mismos, sino del uso que se les dé a éstos. «Las cifras sobre ingresos nacionales no reflejan la composición de los ingresos, ni los beneficiarios reales» (PNUD,1990, p. 31). Además, se constató empíricamente que se podía lograr un alto nivel de desarrollo humano con ingresos per capita moderados. Un nivel de ingresos per cápita elevado no garantiza el desarrollo humano adecuado. Los individuos generalmente valoran logros que nunca se materializan, o por lo menos no lo hacen inmediatamente, en términos de mayores ingresos o cifras de crecimiento: mejor nutrición y servicios médicos, mayor acceso a los conocimientos, vidas más seguras, mejores condiciones de trabajo, protección contra el crimen y la violencia física, horas de descanso más gratificantes y un sentimiento de participación en las actividades económicas, culturales y políticas de sus comunidades» (PNUD,1990, p. 31). Lo importante no sólo es crecer, aumentando la producción nacional, sino saber cómo se distribuye y gestiona ese crecimiento.
La nueva concepción de desarrollo que se expone en el Informe sobre Desarrollo Humano 1990 de este Programa tiene en las ideas de Sen su pilar fundamental. Lejos de pensar en los bienes, el enfoque central del mismo está puesto en las personas y en cómo el desarrollo amplía su espectro de elecciones. Se recuerda que la verdadera riqueza de una nación está en su gente y que el objetivo básico del desarrollo es crear un ambiente propicio para que los seres humanos disfruten de una vida prolongada, saludable y creativa.
«El desarrollo humano es un proceso mediante el cual se ofrece a las personas mayores oportunidades. Entre éstas, las más importantes son una vida prolongada y saludable, educaci6n y acceso a los recursos necesarios para tener un nivel de vida decente. Otras oportunidades incluyen la libertad política, la garantía de los derechos humanos y el respeto a sí mismo o lo que Adam Smith llamó la capacidad de interactuar con otros sin sentirse «avergonzado de aparecer en público» (PNUD, 1990, p. 33).
En esta misma línea el enfoque considera a las personas sujetos de su propio desarrollo y otorga una importancia vital a la participación de los seres humanos en el proceso.
Las personas tienen necesidades de todo tipo, considerar la vulnerabilidad humana permite entender que la autonomía no es más que un sistema de múltiples y mutuas dependencias. Además de la interdependencia social, son imprescindibles determinadas cuestiones políticas y facilitar una práctica democrática más directa y participativa. El desarrollo a escala humana apunta hacia una necesaria profundización democrática. (Max-Neef, 1998,p. 30).
La libertad es primordial para el desarrollo humano. Los individuos deben ser libres de ejercer sus opciones en mercados viables y debe dárseles la oportunidad de expresar sus opiniones para configurar su propia estructura política. Pero esta libertad sólo se tiene cuando se crea el ambiente propicio para que las personas, tanto individual, como colectivamente, puedan expresar sus potencialidades. Un país se desarrollará cuando atienda a la formación de capacidades como un mejor estado de salud o mayores conocimientos.
Con base en esta perspectiva, el Informe mide el desarrollo humano, no según el criterio de ingreso por sí sólo, sino mediante un índice más complejo: Índice de Desarrollo Humano.
Índice de Desarrollo Humano
El Índice de Desarrollo Humano se ha tomado como punto de partida para analizar las experiencias de distintos países y poder ofrecer algunas recomendaciones al ámbito político que permitieran mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía.
La importancia de este indicador deriva no solo de su fundamentación teórica sino de su oportunidad para contrarrestar las nuevas corrientes. Para los redactores de los Informes de la PNUD esta forma de aproximación al bienestar no es nueva. La idea de que los beneficios sociales deben juzgarse según la medida en que promueva el «bienestar humano» se remonta a Aristóteles y desde la misma se han elaborado teorías de los economistas políticos clásicos como Adam Smith, David Ricardo, Malthus, Karl Marx y John Stuart MilI. Sin embargo, la deriva economicista de los últimos tiempos confirió a Naciones Unidas la necesidad de recuperar estas ideas y buscar nuevas técnicas de medición.
Para poder medir un aumento de bienestar concebido de esa manera es necesario no tomar como indicador de bienestar la renta que los individuos perciben sino la capacidad de cada uno de ellos para transformarla en su propio provecho: por ejemplo, un discapacitado necesitará una renta mayor para disfrutar del mismo bienestar que una persona sin problemas físicos.
A tal fin se diseñó el Índice de Desarrollo Humano, un indicador global, que refleja la esperanza de vida, el grado de alfabetización y el dominio sobre los recursos para el disfrute de un nivel de vida decente. (PNUD,1990, p.19).
Para cuantificar los dos primeros se recurrió a: la longevidad, como expresión de una atención adecuada de la salud y la nutrición. El conocimiento sería la consecuencia de una adecuada educación primaria y secundaria y la relevancia de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, medir la vida digna era complejo, se precisaban datos sobre el acceso a la tierra, el crédito, el ingreso y otros recursos.
Pero dada la escasez de información sobre muchas de estas variables, se optó por utilizar los ingresos.
De la aplicación de este Índice a lo largo de más de veinte años de trabajo se concluye que «no existe un vínculo automático entre crecimiento económico y progreso humano». En el Informe de 2010, de entre 135 países analizados, destaca Oman en el IDH. Este país invirtió los ingresos obtenidos de la venta de energía en educación y salud pública.
De los estudios realizados aplicando el IDH se concluye que, en general, durante las últimas décadas el balance es positivo. La esperanza de vida aumentó de 59 años en 1970 a 70 años en 2010, la matriculación escolar subió de sólo 55% a 70% del total de niños en edad de cursar la escuela primaria y secundaria y el PIB per cápita se duplicó hasta superar los US$10.000, sin embargo, este patrón de logros tiene grandes variaciones, ya que algunos países incluso han perdido terreno desde 1970, se amplían las desigualdades al interior de los países y se disparan las diferencias entre hombres y mujeres «Los Informes sobre Desarrollo Humano han cambiado nuestra forma de ver el mundo», manifestó Ban Ki-moon, director de la colección de Informes-. «Hemos aprendido que, aunque el crecimiento económico es muy importante, lo que importa en última instancia es emplear los ingresos nacionales para dar a todas las personas la posibilidad de una vida más duradera, sana, y productiva» Puede que estos conceptos y medidas sean mas relevantes en el terreno teórico que en la práctica institucional, ya que un organismo como el Fondo Monetario Internacional ni siquiera ha acusado recibo del surgimiento de este desafío (Edo,2002,p.75), pero son las gafas que nos permitan ver el mundo a través de una mirada distinta.
«Si seguimos difundiendo estos procesos, generaremos un cambio de mentalidad que será el reflejo de una racionalidad diferente, más humana y coherente a la realidad, donde se dejen de lado los materialismos y la lucha sin fin por el simple crecimiento y los poderes públicos se preocupen más por mejorar la calidad de vida de la población» (Delgado y Salcedo, 2002, p.22). Esta tarea es necesaria para reconstruir la utopía e imprescindible para que rebeliones como a la que estamos asistiendo hayan sido posibles y recuperemos la capacidad de soñar.
Bibliografía
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Edo, María: «Amartya Sen y el desarrollo como libertad. La viabilidad de una alternativa a las estrategias de promoción del desarrollo», 2002.
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pdf consultada el 12 de junio de 2011.
Hessel, Stephae: ¡Indignaos! Ediciones Destino, Barcelona, 2011 Klugman, Jeni: Informe Sobre Desarrollo Humano. La verdades riqueza de las naciones: caminos al desarrollo humano, PDNU, Palgrave Macmillan, 2010 (http://hdr.undp.org/) Mayor Zaragoza, Federico: Delito de silencio. Ha llegado el momento. Es tiempo de acción, Editorial Comanegra, Barcelona, 2011.
Max-Neef, Manfred: Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones, Editorial Nordan-Comindad e Icaria Editorial S.A, 2 Edición, Barcelona, 1998.
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Sen, Amartya y Nussbaum, Marta (comps.): La calidad de vida; Fondo de Cultura. Económico, México, 1996.
Sen, Amartya: Desarrollo como Libertad; Madrid: Editorial Planeta, 2000.