Cuando nunca pasa nada; cuando la crisis desarrolla sus etapas de acuerdo a lo previsto; cuando la política ejerce su juego con exasperante normalidad, desarrollando una degradante cadena de medidas antisociales como las únicas posibles y en beneficio de la ciudadanía; cuando el conjunto de la sociedad nos adecuamos al papel que nos otorgan, en el paro, en la precariedad, en el infratrabajo, en el empleo estable y con derecho a horas extras, en ese mísero, en definitiva, trabajar y consumir según otros nos dictan; cuando se está instalando una normalidad cada día más ignominiosa de la que todos formamos parte; casi de repente, el 15M viene a ser una irrupción y se convierte en acontecimiento, como si, tras tanto tiempo, pasara algo.

Es cierto que durante este tiempo hemos venido haciendo, más o menos, «lo que hemos podido», pero es igualmente cierto que hemos podido poco. Lo que veníamos haciendo, tanto CGT como otras organizaciones sindicales y sociales, venía quedando dentro de lo que de nosotros cabía esperarse y también reducido a lo que, siendo lo que somos, de nosotros era esperable, sin conseguir un mayor empalme con la sociedad, sin lograr hacer aflorar sus malestares y, por tanto, sin conseguir romper la normalidad o, todavía peor, entrando a formar parte de ella. Era, fuera cual fuera su intencionalidad, una especie de encasillamiento de cada quien en su papel, pasando todo a formar parte de esa realidad total, obvia, que imponía sus dinámicas sin trabas. Nada de eso que hacíamos era banal. Pero no servía.

De repente, o no tan de repente, el 15 M surge como algo nuevo y distinto, con ese aire fresco e ingenuo de la espontaneidad; aflora un malestar contra el estado de las cosas, como si la realidad pudiera cambiarse y ser otra. Es ese carácter espontáneo el que le convierte en una irrupción inesperada, capaz de romper la realidad, de decirla, de cuestionarla y desenmascararla. Lo que aparecía como obvio y necesario, deja de serlo. El 15M queda fuera de lo que parecía capaz de integrarlo todo, es una realidad otra, que, quedando fuera y siendo otra, pone de manifiesto, y en cuestión, la realidad existente. El 15M tiene algo de lo que siempre hemos querido que se diera y buscado provocar.

El 15M ha conseguido ya logros importantes: su misma presencia, la ocupación del espacio público, la denuncia y puesta en cuestión de lo existente, la generación de un nosotros hasta hoy inexistente, la propagación bastante extendida de simpatías y adhesiones… son resultados valiosos que abren una puerta en una situación de cerrazón y oscuridad que parecía inexpugnable. Logros importantes que todavía «no han conseguido nada». Tiene todavía todo el trabajo por delante, muchas voluntades que sumar y, sobre todo, toda la realidad por cambiar, una realidad muy dura impuesta y mantenida por unos poderes enormemente fuertes.

Mucho músculo tendrá que desarrollar el 15M para poder alcanzar lo que son sus objetivos, o tan siquiera una parte sustancial de los mismos. A la vez, aunque ha cubierto etapas y superado pruebas, mantiene todas las incógnitas e incertidumbres de un movimiento nuevo y de todavía poco recorrido.

Benditas incertidumbres frente a las certezas en las que estábamos instalados.

Todos los análisis críticos que podamos y debemos hacer, para nada ponen en cuestión el punto de partida de que el 15M es lo mejor, si no lo único, que ha sucedido desde mucho tiempo atrás, y que tiene mucho que ver con lo que siempre hemos querido que sucediera y lo que hemos buscado, y esperemos que contribuido a provocar. Aquí está, es nuestro en la medida en que siempre hemos trabajado para que algo así sucediera, y, sobre todo, nosotras somos de él en la medida que somos de, y para, la realidad. Es una puerta que se abre, en una realidad que parecía opaca e impenetrable.

Tenemos, también, mucho que aprender del 15M. Por un lado, esa necesidad de no caer en la rutina que siempre acecha a organizaciones más establecidas, esa

necesidad de mantenernos en permanente búsqueda e intento por rejuvenecer todo lo que decimos y hacemos, sin dejarlos caer en «lo que hay que decir y lo que hay que hacer», reinventándonos siempre, convirtiéndonos, también nosotros, en imprevisibles. Por otro lado, que lo que importa es lo que sucede, siendo muy secundario quién lo protagoniza y/o rentabiliza, manteniendo a la organización en lo que es, un medio, todo lo importante que se quiera, pero que nunca debe convertirse en finalidad ni supeditarla.

El 15M, por ejemplo, ha construido una realidad más amplia y, por lo menos coyunturalmente, más útil, generando un «nosotros» más difuso pero más potente que aquellos en los que veníamos desenvolviéndonos. Integrarnos en es nuevo «nosotros» sin reserva ni conservadurismo, aportando todo el bagaje adquirido en nuestra andadura, pero sin pretender marcar esa aportación, es nuestra tarea.

Nada tenemos que reservarnos ni de qué protegernos. De nada sirve la marca, salvo, cuando sirve, de instrumento. De nada serviría tener un CGT un poco más implantada en una realidad decididamente más hostil, en la que cada día seremos menos operativos. Por encima de todo nos debemos a la realidad.

Esa supeditación a la realidad, dejando la organización en su carácter de medio, eso volcado sin reservas hacia el exterior y esa necesidad de de buscar nuevas y mejores vías y formas de actuación, siendo una necesidad siempre, lo es mucho más en un momento como el actual. Es cierto que hay una tendencia a ver cualquier momento presente con carácter de excepcionalidad, como decisorio y encrucijada, y es cierto que todos los son por su propia condición. Pero algunos lo son en mayor medida. La actual crisis tiene unas connotaciones que le hacen de mayor envergadura que las crisis cíclicas vividas anteriormente; no es previsible una recuperación que nos lleve a nuevas etapas de bonanza, lo previsible es un endurecimiento de la situación actual que nos aboque a un escenario diferente.

Por eso el ataque del poder viene siendo tan encarnizado. También por eso requiere de nosotros el pleno desarrollo de nuestras capacidades de actuación, el vaciado en la realidad sin ninguna reserva conservadora.

El 15M es hoy nuestra apuesta. Aunque su futuro sea incierto nuestro interés está en que se desarrolle y vaya tan lejos como sea posible. Conocer sus limitaciones no puede convertirnos en agoreros de su fracaso sino en sus impulsores más acertados. Es dudoso que pueda obtener logros sustanciales, para ello seguramente serán necesarios movimientos más enraizados socialmente y más extendidos en el entorno internacional. También seguramente, por su propia naturaleza, no es un movimiento que vaya a tener un desarrollo lineal y mantenido sino que puede ir teniendo surgimientos distintos y discontinuos. Pero eso no resta importancia a cada una de esas emanaciones y en concreto a su expresión actual. El 15M es la que ahora tenemos y nuestra tarea es fortalecerla e impulsar su efecto contagio. En buena medida, de ella, de lo que ahora seamos capaces de hacer, dependerán los futuros movimientos similares que puedan surgir posteriormente, y esperemos que también dependa el futuro de nuestra sociedad.