Miguel Ángel del Río Morillas i Aleix Puncet Gregori (Artículo publicado en los Cuadernos de Illacrua 28 , incluidos en el número 194 del semanario La Directa)

En el estado español existen formaciones políticas que se presentan a las elecciones con un programa abiertamente xenófobo y disimuladamente racista. Se trata de los herederos de los partidos fascistas que, como es el caso de la Plataforma por Cataluña, emparentan con las líneas políticas que en Europa han dibujado el Frente Nacional francés o la Liga Norte en Italia. Mediante una lectura excluyente de la identidad y un uso esencialista del concepto de cultura, han logrado colocar en primera línea los discursos nacionalpopulistas y anti-inmigración que, lejos de circunscribirse a los ámbitos más extremistas, se extienden por otros espacios políticos –aparentemente más comedidos- y, aún más grave si cabe, terminan por normalizar la xenofobia mediante una perversa subversión del lenguaje.

 

La xenofobia cotiza al alza en las municipales

La estrategia lepenista de la Plataforma per Catalunya consigue 67 concejales en Catalunya en 41 municipios, el mayor éxito municipal de la extrema derecha en décadas.

David Fernández

 

Introducción

Hablar de la Plataforma por Cataluña (PxC) es hablar de extrema derecha postfascista, de carácter postindustrial y nacionalpopulista; aun así, sería una error calificarla, simplemente, como un partido fascista. Nos encontramos ante una nueva extrema derecha que no reniega de la herencia fascista de los años de entreguerras, a pesar de que no plantea un regreso a los regímenes de entonces.

La PxC sigue la consigna de uno del líderes históricos del neofascismo italiano, Giorgo Almirante, del Movimento Sociale Italiano: «Ni renegar del fascismo ni restaurarlo».

En este sentido, es esclarecedor el punto 1.3 de la declaración programática de la PxC: «El partido elaborará su doctrina propia teniendo en cuenta los elementos positivos de las corrientes filosóficas e ideológicos de cualquier signo que hayan jugado una papel decisivo en la historia de Europa». Es un ejemplo, la adopción de los mecanismos de inclusión y exclusión de carácter radical, tan representativos del fascismo clásico.

Identidad y tradición

En el caso de la PxC, los mecanismos de inclusión y exclusión quedan vehiculados a través de una lectura excluyente de la identidad, mediante un diferencialismo radical entre las personas «autóctonas» y las extranjeras.

Pero, ¿quién es la persona «autóctona»? No es aquella que habita y trabaja en Cataluña, ni tan siquiera aquella que ha nacido en Cataluña. Sólo es autóctona aquella persona que pertenece culturalmente a la comunidad. Por mucho que haya nacido en Cataluña, siempre será una persona «inmigrante» –término que es entendido más como gerundio que como sustantivo, es decir, una persona que está de paso-, siempre estará marcada por una cultura hereditaria, incompatible con el occidental. La persona inmigrante (y la extranjera por excelencia es la musulmana, yihadista en potencia) es representada como una agente «colonizadora/invasora» y «pervertidora» de las esencias de la comunidad.

Así, la PxC va más allá del concepto racial para convertirse en un movimiento defensor de la «tradición» (cristiana) ante «el usurpador islámico». El partido niega rotundamente ser racista y se autodenomina identitario.

En nombre de la preservación de la identidad, aspira a la cota cero de inmigración, puesto que –según sus postulados– las personas inmigrantes y las autóctonas son tan radicalmente diferentes que la convivencia entre ellas es del todo imposible.

La persona inmigrante es concebida como un «parásito» del sistema de protección social estatal que abusa de los «privilegios» otorgados por los políticos, en detrimento de la población autóctona. La inmigración vertebra todo el diagnóstico del partido sobre los males de la sociedad actual. Las inmigrantes –argumentan– están poniendo en grave peligro la cohesión social y desvalijan el estado del bienestar, de forma que hay que reaccionar con un «chovinismo del estado del bienestar» y la «preferencia nacional», es decir, que las prestaciones sociales tienen que ser para la población autóctona: los de aquí, primero, es un eslogan de todos los movimientos nacional- populistas.

La persona inmigrante es estereotipada como agente portadora de la inseguridad ciudadana, puesto que provoca delincuencia, paro (quita puestos de trabajo a la población autóctona), problemas de vecindad, proliferación de conductas incívicas, competencia desleal respecto de los comercios autóctonos (debido a supuestas normas comerciales a favor de las personas inmigrantes) o pérdida de calidad del sistema educativo.

Contra la política tradicional

A la vez, los partidos políticos son juzgados severamente como una clase elitista y corrupta, benefactora de la población inmigrante (y, por lo tanto, quintacolumnista dentro de la comunidad). En cambio, se los acusa de no tener ninguna preocupación por «el humilde trabajador», que paga sus impuestos «religiosamente».

Su populismo demagógico se inviste de «abogado de los pobres», de los «de abajo» en lugar de los «de arriba», expresando en voz alta aquello que piensa «el pueblo» y que el discurso oficial –prisionero de lo políticamente correcto– no osa decir.

La PxC postula una relación directa entre ese «pueblo» y sus representantes, en contraposición a la democracia parlamentaria y la partitocracia liberal. Esta deslegitimación de la política «tradicional» y de sus partidos –que puede encontrar un terreno abonado en tiempo de desafección política de la ciudadanía y índices récords de abstención electoral– es una de la causas de la organización del «angladismo» (Josep Anglada es el líder de PxC) como plataforma cívica «monotemática», en vez de partido.

Sólo en el sentido de este vínculo «umbilical» entre organización y pueblo, la PxC se declara demócrata. Respeta las reglas del juego del sistema, pero la democracia sólo es concebida como un medio: de acuerdo con sus principios, las instituciones democráticas sufrirían una profunda desfiguración, en caso de que la Plataforma por Cataluña llegara al poder.

La PxC no se diferencia en nada de sus «hermanos mayores europeos», que, a raíz de la crisis económica y la subsiguiente búsqueda de un chivo expiatorio en la población inmigrante, se encuentran en un momento álgido. Sólo por citar algunos ejemplos, el Front National francés, la Lega Norte padana, el Vlaams Belang flamenco o el Jobbik húngaro se encuadran en estos parámetros ideológicos. Según el historiador Xavier Casals, estos partidos «se presentan como movimientos transversales en el eje derechas/izquierdas» (primer punto de la declaración programática del partido: «PxC no es de derechas ni de izquierdas, sino un proyecto del sentido común ciudadano») y, en el caso particular de la Plataforma, «también al margen del debate sobre el ensamblaje Cataluña/ España», puesto que, «más que la nación territorial, defienden cerrar filas alrededor de un sistema de valores y una civilización frente a la invasión del islam».

El discurso nacionalpopulista es capaz de sobrepasar los límites de la ultraderecha tradicional. Anglada ha afirmado: «Yo no soy de ultraderecha (…). Sólo soy un demócrata (…). No somos ni de derechas ni de izquierdas, pero cubrimos un vacío en un tema sobre el cual el resto de partidos ha evitado pronunciarse». Que Josep Anglada y la plana mayor del partido (Armengol, Pericàs, etc.) sean ultraderechistas camuflados y que su reciente conversión democrática sea poco menos que milagrosa es, de hecho, lo menos importante. Lo auténticamente preocupante es la manera como la PxC está siendo capaz de instalar, en el debate político, un discurso anti-inmigración por la defensa de una comunidad amenazada –tanto en sus valores como en su viabilidad económica, al cual se muestra receptivo un sector de población que no tiene ningún antecedente político ultraderechista: el 64% de la población catalana está en contra del empadronamiento de las personas inmigrantes ilegales y el 24,1% se planteaba votar un partido con un discurso de rechazo a la inmigración (encuesta publicada al Periódico el abril de 2010).

Desenmascarar sus líderes, a pesar de que pueda servir para desprestigiar la organización, es bastante fútil a la hora de combatir un fenómeno social como la lepenización de los espíritus.

 

Un terreno abonado para el nacionalpopulismo

Difícilmente podríamos entender el fenómeno nacionalpopulista sin tener en cuenta las transformaciones estructurales de larga duración que han experimentado nuestras sociedades contemporáneas. Para entender la emergencia del voto nacionalpopulista, de protesta en sectores que no se sitúan dentro del universo ideológico de la extrema derecha, hay que tener en cuenta varios factores. Por ejemplo, las ansiedades de las clases medias ante la eventualidad de la pérdida de estatus y la precarización de las condiciones laborales de la clase obrera (a consecuencia de la crisis del sistema fordista de producción y la deslocalización industrial, que, con la carencia de referentes ideológicos después del colapso de la URSS, habría fomentado la desmovilización de este sector y habría acentuado su sentimiento identitario superior a las fidelidades de clase). También hay que tener en cuenta la dinámica de pérdida de credibilidad para resolver los problemas «cotidianos» en que está insertado el sistema parlamentario liberal.

La nueva sociedad postindustrial y la globalización han desvelado nuevas preocupaciones en la ciudadanía, como la inquietud ante el fenómeno de la inmigración, la inseguridad ciudadana (tanto en el sistema de valores, de trabajo o de protección social), la pérdida de soberanía ante organismos supranacionales y el chasco ante la política tradicional. En este contexto, el nacionalpopulismo proporciona respuestas nuevas a las preocupaciones ciudadanas.

Es el que el politólogo P. Ignazi ha teorizado como consensos diversificados, basados en ofrecer respuestas en temas de valores e identitarios mucho más que en intereses definidos.

La emergencia de los partidos nacionalpopulistas, por lo tanto, está precedida por un caldo de cultivo, de forma que estos no son meros accidentes del sistema que surjan espontáneamente y por casualidad. Siempre han estado ahí y la diferencia entre su éxito y su fracaso radica en haber sabido ser congruentes con la actualidad y ofrecer respuestas a sus problemáticas. Por el contrario, el fracaso de la extrema derecha española se explica por su anacronismo: un ejemplo, el partido donde se inició políticamente Anglada, Fuerza Nueva. Previamente a la eclosión electoral de los partidos *nacionalpopulistas, ya había tenido lugar su sedimentación social, en un proceso que ha sido categorizado por el politólogo P. A. Taguieff como la lepenización de los espíritus.

Normalizar la xenofobia

Durante los últimos años, el discurso anti-inmigración ha ido abandonando el espacio del prejuicio privado y se ha ido normalizando públicamente. No han ayudado nada a parar este fenómeno afirmaciones catastrofistas como las de Heribert Barrera («Si continúan los flujos migratorios actuales, Cataluña desaparecerá») o Marta Ferrussola («De aquí a diez años, quizás las iglesias románicas no servirán, servirán las mezquitas»). Incluso Artur Mas se ha sumado a este carro, justificando a Ferrusola con el argumento que «hizo una reflexión en voz alta, (…) reflexiones que seguramente comparten miles de personas en Cataluña».

A estas declaraciones irresponsables, se tienen que sumar varios brotes xenófobos, que desmienten el tópico que tanto Cataluña como España no son racistas, que los racistas son los otros. Son ejemplos, los casos de Can Anglada (Terrassa) el 1999, los actos de Premià de Mar contra la construcción de una mezquita el 2002 y, últimamente, los de Salt. Más recientemente, han contribuido a la normalización del discurso xenófobo hechos como la polémica sobre el padrón en Vic (el municipio donde la PxC tenía más representación institucional), que emergió cuando el alcalde de Unió Ddemocràtica propuso negar el empadronamiento a las personas con estatus ilegal (que, de este modo, no podrían disfrutar de los servicios asistenciales básicos).

El debate sobre el burka, un tanto artificioso teniendo en cuenta el número insignificante de musulmanas que lo visten, y que ya ha sido prohibido en algunos ayuntamientos con regidores de la PxC como El Vendrell, o la adopción de un discurso de control estricto de la inmigración por parte de los partidos de derechas también han contribuido a esta normalización de la xenofobia.

En cuanto al discurso del control de la inmigración de los partidos de derechas, hay que destacar el lema con que Duran i Lleida se presentó a las elecciones generales de 2008: «Los inmigrantes no vienen por ganas, sino por hambre. Pero en Cataluña no cabe todo el mundo». Y también la embestida directamente xenófoba de Xavier García Albiol en Badalona, que después del escándalo de los panfletos vejatorios contra la población rumana, todavía conservó su cargo y, en las recientes elecciones municipales, consiguió ser el más votado.

El hecho que la PxC condicione la agenda del resto de partidos en una cuestión, la de la inmigración, sobre la cual a menudo estos han preferido mirar hacia otro lado –también las izquierdas, más allá de que hagan discursos vacíos sobre la multiculturalidad– ya es un triunfo por el partido de Anglada, que puede aprovechar la gestión política vacilante del hecho migratorio para sacar un rendimiento electoral en próximas elecciones.

¿Qué es el racismo diferencialista?

La extrema derecha nacional-populista ya no es racista en el sentido biológico del término. Lo es en el aspecto cultural. Anglada no tiene ninguna duda que el islam es muy inferior a la civilización occidental. Pero su racismo es mucho más rústico que el de otros movimientos nacional- populistas, que han tendido a refinar su discurso. El diferencialismo, teorizado por la Noveau Droit francesa, proclama que toda cultura es respetable, que no existen culturas superiores ni inferiores y que la diversidad es positiva, siempre y cuando las culturas no se mezclen, puesto que la mezcla ocasiona, de cuando en cuando, conflictos de convivencia entre comunidades. Es decir: cada cual en su casa.

Este discurso es especialmente perverso porque efectúa una retorsión del discurso clásico del antirracismo y se otorga una aureola de humanismo y tolerancia respecto de la diversidad. Para profundizar más en este concepto, resulta útil la obra de Étienne Balibar y Inmanuel Wallerstein, «Raza, Nación y Clase».

No por previsible, tras 75.134 votos resultados registrados en las pasadas elecciones autonómicas del pasado

28 de noviembre, deja de ser alarmante. Al auge de la

derecha española en el Estado y el monopolio de la derecha convergente en Catalunya que ha caracterizado el

22M, cabe añadir la irrupción en los municipios catalanes

de la extrema derecha xenófoba. Hasta 67 concejales ha obtenido la racista Plataforma per Catalunya, tras una apuesta lepenista bajo el lema ‘Primero los de casa’ que ha hecho mella en el cinturón metropolitano barcelonés y en buena parte de las principales capitales de comarca.

De 17 concejales y 12.447 votos conseguidos en 2007, el discurso islamófobo, centrado en discursos de odio contra la inmigración árabe, ha pasado a 65.905 votos y 67 concejales.

Del 0,43% del voto total registrado hace 4 años a quintuplicar el resultado hasta el 2,30% registrado el domingo, 0,43%. Y teniendo en cuenta que PxC presentaba candidaturas en 110 de los 944 municipios catalanes.

Con los resultados definitivos, la plataforma xenófoba se convierte en la sexta fuerza política municipal en número de votos y la octava en número de concejales.

Àrea metropolitana y voto obrero

Especial incidencia registra PxC en el área metropolitana barcelonesa –el antaño ‘cinturón rojo’– y en las capitales de comarca. El partido liderado por Anglada consigue 47 actas de concejal en 21 municipios en la provincia de Barcelona,

9 en Tarragona en cinco localidades, 7 en Girona en 4

municipios y 4 en Lleida en 4 municipios también.

Irrumpe en la segunda ciudad catalana, L’Hospitalet de Llobregat, con tres concejales, 6.013 votos y un 7,31% del total de voto emitido, recogido principalmente en los barrios con mayores índices de persones migrantes. Las comarcas del Barcelones y el Baix Llobregat son su mayor caladero. En Sant Boi de Llobregat consigues tres concejales y en Santa Coloma de Gramanet, con 3.494 votos, obtiene dos concejales y alcanza un 9,07%.

La explotación demagógica y populista de tensiones de convivencia en barrios deprimidos y con un tejido social más débil, le permiten además hacerse en Salt (Girona) con tres ediles. El mismo resultado que obtiene en Mataró, donde pasa de los 135 votos registrados en 2007 a

4.684 sufragios: un 10,48% del voto que la sitúa como

cuarta fuerza política.

Otras ciudades medias donde Plataforma per Catalunya ha conseguido representación institucional Igualada (5,80%, 1 concejal), Olot (7,64%, 2 concejales), Ripoll (5,83%, 1 concejal), Tárrega (6,15%, 1 concejal), Amposta (6,51%, 1 concejal) o Mollerusa (6,58%, 1 concejal). Barcelona, con todo, le da la espalda claramente. PxC no es decisiva en ningún consistorio, pero forzará pactos de gobierno múltiples en numerosos municipios y es tercera fuerza en El Vendrell, Manlleu y Salt. CiU, la fuerza que ha arrasado en las municipales, ha anunciado oficialmente que sólo excluye pactos postelectorales con PxC.

Segunda fuerza en Vic

Pero sin duda, donde obtiene su mayor éxito político y tangible –aunque menor del esperado- es en el laboratorio sociopolítico de Vic, ciudad natal de Josep Anglada donde arrancó en 2001 su singladura política racista.

Superando al PSC de nuevo en 10 puntos, la candidatura encabezada por Anglada vuelve a situarse como segunda fuerza política, obtiene el 20% (2.993 votos, 2.000 menos que CiU) y vence la estrategia del alcalde convergente Vila de Abadal que protagonizó la polémica sobre la prohibición de empadronamiento de las persones inmigrantes.

Aquella estrategia de CiU pretendía asumir parte del discurso xenófobo con fines electorales para reducir la presencia de Anglada en el Ayuntamiento de Vic.

Cabe destacar también que allí dónde PxC ya estaba presente en 2007, los resultados se han mantenido o mejorado, como es el caso del municipio de Manlleu (vecina de Vic) donde sube hasta obtener 3 concejales o el caso de El Vendrell (Tarragona), donde pasa de 4 a 5 representantes.

Y cabe añadir que ha estado a punto de obtener concejales en el resto de municipios donde presentaba candidaturas, como el caso de Cornellà o Esplugues de Llobregat. Sin menospreciar que allí dónde PSC, CiU o PP han implementado campaña con discursos de dureza contra la migración, es donde PxC ha obtenido peores resultados.

El caso más paradigmático es el del candidato del Partido Popular en Badalona, García Albiol, que ha ganado con mayoría relativa las elecciones

RADIOGRAFIA DEL ODIO XENÒFOBO CON ACTA DE CONCEJAL

(Municipio, actas de concejal, % y voto registrado)

Elaboración: Diagonal

En el mismo contexto de las candidaturas ultras, la reciente escisión de PxC liderado por el exsecretario general Pablo Barranco ha obtenido, en a penas 3 meses de existencia, su única acta de concejal en Sant Just Desvern (Barcelona), con 6. Esta candidatura tiene el apoyo directo de España y Libertad y ha firmado acuerdos con la formación ultra Die Freiheit. El MSR obtiene un 3,79% en Roses (Girona) pero no consigue concejal. La otra escisión minoritaria de PxC, PxCat consigue unos mínimos resultados y solo revalida un concejal en su feudo, Cervera, con

290 votos y un 7,93%.

* Artículo publicado en la revista Diagonal